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SINKING INTO HEAVEN por miss_seragaki

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Notas del capitulo:

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Notas:

El espino se ha usado durante mucho tiempo como un amuleto. La tradición dice que las hadas solían robar a los bebés de sus cunas y dejar en ellas a un duplicado de su especie, llamado “cambiante”. Para evitar esto, se ponían hojas de espino en la cuna.

Ya quiero que Virus y Trip comiencen a hacer de las suyas. Esos dos son terribles, pero no puedo resistirme a su encanto jajaja.

Los pueblos celtas no tenían los mismos conceptos de la pareja que tenemos actualmente. Sus relaciones eran mucho más libres y podían tener varias parejas a la vez si eran gentes de estatus alto. Era perfectamente normal que reyes y reinas tuvieran amantes. Entre las deidades siempre, en todas las culturas, ha sido parecido. Por eso, no hay ninguna clase de celos por parte de Koujaku. No podía dejar de lado a mi crack ship favorita, pero creo que se comienza a formar un trío que no pensaba poner, pero que es muy genialoso. KouNoiAo ¬w¬ Divino.

Me encanta describir las escenas de las arboledas. El salón donde vive Sei es simplemente hermoso en mi mente, y los espacios de Noiz y Koujaku se me antojan tan apacibles que quiero estar en un lugar así. Pronto le llegará el turno a Mink y a Clear no sólo en sus aposentos si no en su intervención en la historia. Creo que los lugares donde habitan estos chicos expresan mucho de su carácter y del rol que les he asignado.

 

Espero que sigan disfrutando porque la cosa se pone más buena y sabrosa XDD

 

Desde la profundidad de la noche sin luna, dos sombras observaban a la distancia la villa donde Aoba descansaba después de su aventura tras las nieblas.

-No entiendo porqué fallamos -dijo uno de ellos, el más alto. A su lado, un león azabache lamía sus garras con parsimonia.
-Todo es culpa del conejo -el otro dijo con una sonrisa, mientras su serpiente de escamas brillantes como obsidiana se enroscaba alrededor de su cuerpo-. Nunca pensé que su poder hubiera crecido tanto en unos pocos miles de años.
-Pero recuperaremos a nuestro niño blanco, ¿no, Virus?
-Claro que sí. Nosotros lo depositamos en la Tierra hace miles de años, y seremos nosotros quienes lo regresen a su forma original. Aunque luce hermoso con su cabello celeste y su piel rosada, creo que le queda mejor ser blanco como las nieves del reino al que nos desterraron esos cuatro.

Trip suspiró, hastiado. A pesar de que Virus y él eran tan poderosos, no podían acercarse a su preciado niño. La anciana que cuidaba a Aoba podía ser sólo una mortal, pero el simple amuleto de espino que había confeccionado y colocado en la cama del muchacho era suficiente para alejarlos. Era completamente estúpido que algo así tuviera tal poder… Tenían que usar otros métodos para acercarse, y tenían un candidato perfecto.

Sólo necesitaban envolverlo y seducirlo con sus empalagosas palabras.

El ocaso del reino divino se regaba en los aposentos donde Koujaku descansaba. Los cerezos en flor que formaban la arboleda del Guerrero regaban sus pétalos sobre su lecho y despedían el aroma fresco de la primavera.

Koujaku estaba todavía consternado. Nunca había visto a Noiz tan desesperado. En algún momento, el rojo estuvo seguro de que el conejo iba a comenzar a llorar de la frustración. Sin embargo, Koujaku tuvo que admitir que la fortaleza de Noiz lo sorprendía una vez más. No sólo había logrado abrir un camino entre las nieblas para enviar al hada que Sei estaba empleando como vigía. Además, había neutralizado la magia obscura que rodeaba a Aoba para permitir que Ren lo sacara de los reinos inferiores a los que había sido enviado.

Esa magia era mucho más antigua que los Guardianes. Sei lo había notado, y se preocupó tanto que una vez que Aoba estuvo seguro, se retiró a la Arboleda Sagrada para hablar con los Grandes Padres y las Grandes Madres al respecto. Los cuatro Guardianes estaban igual de preocupados, pues había pocos cuya magia podía rivalizar con la de Noiz. De hecho, solamente había dos…

Pero lo que más preocupaba a Koujaku era que Noiz había colapsado poco después de que Sei se retiró. Pelear contra esa magia arcana le había costado mucha de su fuerza vital y era posible que la protección que había puesto en Aoba se debilitara si su condición no mejoraba pronto.

Koujaku, con el corazón oprimido, llevó a Noiz a su robledal, en brazos. Cuando lo depositó en el lecho de hojas y pétalos, no pudo si no recordar porqué en un tiempo habían sido amantes.

Al inicio, Koujaku despreciaba un poco al Guardián de ojos verdes. Su nacimiento le había parecido un insulto. El Guardián de la Guerra nació después que Mink, por lo que no contempló su nacimiento. Pero Mink había nacido de plumas multicolores y de tierra y rocas de las montañas más altas y hermosas de la Tierra. A él lo habían formado de acero fino y de pétalos rosas y blancos de los cerezos más fragantes del mundo. Y el nacimiento de Clear había sido simplemente sublime… las estrellas y los mares habían cantado en la armonía más perfecta de todas…

Cuando aquel conejo flacucho y medio calvo saltó dentro del Caldero de Oro, llevándose con él los dorados instrumentos de escritura con los que una de las Madres estaba registrando sus nacimientos, Koujaku estaba horrorizado. ¿Qué cosa espantosa iba a salir del Caldero? Los Grandes Dioses tampoco sabían qué hacer. ¿Debían destruirlo cuando saliera? ¿Debían destruirlo antes?

Sei les dijo que esperaran. En su juventud, era más sabio que todos juntos. Lo que salió del caldero no se parecía en nada al feo conejo que había entrado. Era una criatura hermosa. Sus ojos eran como esmeraldas, y su pelo parecía tejido de hebras de oro. Koujaku se enamoró de inmediato.

Y luego, el conejo mostró lo arrogante y molesto que era. Se divertía llamándolo “anciano”, y le gastaba bromas todo el tiempo. Bromas muy pesadas. Y sus personalidades eran absolutamente incompatibles. Koujaku estaba atado al honor y el decoro. Adoraba las formalidades y las ceremonias. Noiz, por el contrario, despreciaba cualquier cosa que significara seguir las tradiciones. Le encantaba torcer las normas y hacer cosas inesperadas. Su espontaneidad lo hacía tan odioso como atrayente, y su habilidad para tejer las palabras era tal que podía convencer a cualquiera de hacer cualquier cosa. Sin embargo, lo cierto era que Noiz nunca se aprovechaba de su poder. Odiaba manipular a los demás y a pesar de las cosas raras que hacía, era completamente adorable.

Koujaku realmente extrañaba los días en que sus arboledas eran una sola. En aquellos días, cuando hacían el amor, primavera y verano estallaban juntos en una profusión de flores y frutos de colorido y aroma incomparables.

Algo pasó en el camino.

Se distanciaron poco a poco, y los robles y los cerezos comenzaron a formar un grueso cerco, separando en dos la inmensa arboleda que compartían. Los frutos en la floresta del Guerrero se marchitaron, y quedaron nada más los rosados cerezos siempre estériles.

Aún amaba a Noiz. A pesar de ser pesado y odioso… lo amaba.

Bajó de un salto de la alta rama del cerezo donde estaba sentado, y se encaminó al robledal donde descansaba el conejo. El aroma familiar a verano lo envolvió.

El Guardián ojiverde dormía apaciblemente entre hojas perfumadas y pétalos multicolor. Koujaku lo miró a la distancia, sumido en sus recuerdos. Aún siendo inmortal, su corazón era más parecido al de un humano que al de los dioses, por haber sido creado a partir de materiales del mundo mortal. Era una especie de broma cruel del destino que tuviera que pasar la eternidad atado al pasado y con incertidumbre acerca del futuro…

-¿Qué quieres, viejo? -la voz adormilada de Noiz lo regresó a la realidad.
-Sólo vine a ver si te habías muerto. No he visto a tus horripilantes conejos en un largo rato.

El rubio gruñó levemente, pero no estaba enojado. Sólo estaba acostumbrado a portarse así con Koujaku, y era difícil deshacerse de ese hábito.

-Bueno, no me he muerto, así que puedes irte -se sentó, estirando la espalda.
-No quiero -Koujaku se acercó, y cuando llegó a su lado, le jaló la mejilla con algo de fuerza. Noiz no se movió. El rojo continuó jalando hasta que la piel se puso roja. Entonces lo soltó, con gesto arrogante. -¿Entonces, ninguno de tus conjuros ha logrado procurarte dolor?
-¿Viniste sólo a hacer preguntas estúpidas?

El pelinegro desnudó los dientes en un gesto hostil, pero se abstuvo de golpearlo por pura caballerosidad. Respiró profundo un par de veces, como Mink le había enseñado, dejando ir su enojo de momento.

-Lo que hiciste fue estúpido, pero asombroso.
-Tenía que sacarlo de ahí. Es todo.
-Aún así fue estúpido.

Noiz le dirigió una mirada fría, y se acomodó entre los pétalos veraniegos de su lecho. A pesar de que el ambiente era cálido y agradable, se sentía incómodo. ¿Era eso frío? No estaba seguro. Su cuerpo no sentía dolor, ni frío, ni hambre… lo único que percibía apropiadamente era el placer. Era probable que fuera un efecto de haber sido nacido de algo inerte y sin espíritu como la tablilla y la punta de oro que cayeron al caldero junto con el conejo. Aún la tierra de la que había nacido Mink o el acero del que fue hecho Koujaku habían salido de suelo sagrado…

Él había sido un accidente, y tal vez por eso había salido mal.

-Estás pensando idioteces de nuevo, Noiz.
-No sé de qué hablas.
-Te conozco lo suficiente como para saber qué piensas -se sentó a su lado-. Y de nuevo estás pensando que fuiste un error.
-Tú piensas lo mismo.
-Dejé de pensar eso hace mucho, y lo sabes.

El ojiverde lo miró fijamente, visiblemente enojado. Odiaba que Koujaku pudiera leerlo tan acertadamente. Sobre todo, odiaba tenerlo tan cerca, porque sentía que no iba a poder controlarse y terminaría acariciando las serpenteantes líneas negras en su pecho, o las flores rosadas que los dioses habían pintado en su espalda hacía tanto...

-Noiz… ¿lo amas, verdad?
-Eso no te importa.
-Claro que me importa. Y sabes que no es porque eres otro Guardián.
-¿Ha? No me digas que todavía me amas… Kou…ja…ku… -preguntó el ojiverde con tono burlón. Quería hacerlo enojar, pero al ver la expresión pacífica del pelinegro, guardó silencio. Súbitamente, los recuerdos de los días en que se habían amado en ese mismo lecho se agolparon en su mente.
-Nunca entendí que pasó con nosotros -Koujaku le pasó los dedos por el cabello rubio, y Noiz se apartó, incómodo.
-Comenzaste a portarte como un anciano molesto. Eso fue lo que pasó. Solías ser más divertido.
-Tú nunca maduraste. Eso es lo que pasó, mocoso.

Ambos guardaron silencio unos instantes, mientras el viento veraniego cruzaba la arboleda en un silbido.

-Lo amo -dijo Noiz finalmente-. Realmente lo amo.
-Ya lo sé. Lo protegeré por ti -respondió el ojirojo con calma.
-No he dejado de amarte, vejete.

Koujaku guardó silencio. ¿Realmente había escuchado bien? Sonrió alegre, aunque Noiz no parecía muy feliz de haber hecho tal declaración. Sus labios estaban contorsionados en una expresión amarga, y tenía las cejas tan juntas que una profunda arruga se formaba entre ellas.

-Yo tampoco dejé de amarte, conejo.

El silencio se hizo más profundo, pero la expresión del Guardián esmeralda cambió.

-¿Lo cuidarás por mí, entonces? A Aoba.
-Ya te dije que lo haré.
-¿Koujaku?
-¿Mh?

El ojiverde hizo una pausa, y cerró los ojos mientras recargaba la cabeza en el regazo del rojo.

-Quédate. Sólo un rato.

Sin decir más, Koujaku le acarició la mejilla. Uno de los robles que formaba el cerco entre ambas arboledas retrocedió un poco, dejando ver el huerto de cerezos que estaba del otro lado.

 


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