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SINKING INTO HEAVEN por miss_seragaki

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Notas del capitulo:

Una de las cosas que me apasiona sobre la cultura celta es su medicina. Muchas de las técnicas que los pueblos antiguos de todo el mundo usaban para aprovechar las propiedades medicinales de las plantas siguen usándose hoy (como pomadas, jarabes, tinturas, aceites macerados y cataplasmas). El tomillo tiene propiedades muy importantes para el tratamiento de enfermedades de las vías respiratorias, mientras que las bayas de mirtilo (que son las bayas que Aoba recolecta) tienen mucha vitamina C y otros antioxidantes. Los arándanos y las moras azules son una opción parecida a estas bayas y son adquiridos más fácilmente.

Me pareció interesante que Mink fuera el primero en hacer contacto en el mundo real con Aoba, precisamente porque de alguna forma, por la profesión de Tae, ha sido el más cercano a él desde su niñez (pensando en que Tae, por supuesto, oraría al Sanador para buscar su guía). Mink fue el más listo de todos y se adelantó a Clear jajaja.

Muero de ganas por tomar esa bebida de avellanas. Es una especie de “café” que tomaban los antiguos celtas, pero sin la cafeína. Investigar sobre comida antigua es otra de mis pasiones jajajaja.

El peliazul buscaba algo entre los setos de hierbas medicinales que crecían al borde del bosque. Al no encontrar lo que buscaba, pasó al siguiente arbusto, que despidió un fresco aroma dulzón cuando lo movió.

—Ren… —llamó al perrito negro que había adoptado—. ¿Dónde estás, pequeño travieso? ¡Ren!

Aoba suspiró. El pequeño can negro tenía la mala costumbre de desaparecer de repente. No era seguro que un animalito tan pequeño anduviera por ahí solo. Estaban en el límite del bosque, y había lobos en la zona... Realmente no entendía porque Ren había salido corriendo de repente, pero lo más raro era que lo perdió de vista casi de inmediato. Para ser tan minúsculo, corría demasiado rápido…

Desde que Ren había llegado con él, hacía tres semanas, Aoba realmente le había tomado mucho cariño. No podía explicar la razón del apego que sentía hacia el pequeño Ren, pero por momentos le parecía que habían estado juntos mucho más tiempo del que realmente había pasado desde el inicio del festival de verano. Incluso, parecía que su presencia lo hacía sentir mejor en todos los sentidos. No solo sus dolores de cabeza habían disminuido, además, se sentía seguro a su lado.

—Ahhh… ¿Dónde estás, Ren…? —murmuró para sí mismo.

Miró las plantas frente a él, recordando el encargo de su abuela. Si Ren no aparecía pronto, tendría que ir a buscarlo al bosque, pero lo primero eran las hierbas. Su abuela tenía que preparar una medicina para Kio, uno de los niños de la villa, quien había enfermado por jugar en el río. Era extraño que las aguas estuviesen tan frías en esa época del año. Los deshielos debían haber terminado en la primavera... pero ya era verano, y el agua que bajaba de la montaña aún estaba muy fría. A veces también se sentía un viento helado bajar de las montañas. Los años anteriores había sido igual, pero ese año en particular era mucho peor. En definitiva no era algo normal…

Aoba se inclinó sobre un seto de tomillo silvestre y comenzó a cortar las endebles ramas con las manos. El aroma dulce y ligeramente picante saturó su nariz. También debía recoger algunas bayas… suspiró, y continuó con su labor, preguntándose donde estaría el pequeño can.

Luego de algunos minutos, se dirigió a un arbusto que medía unos dos metros de alto, y comenzó a arrancar algunas bolitas moradas de entre las hojas. A los pocos momentos, escuchó el alegre ladrido del can negro, y miró alrededor para localizarlo. Fue cuando vio a un hombre que caminaba junto a Ren, quien parecía estar llevándolo directo hacia él.

La estatura del hombre era imponente aún para los estándares de la gente de Aoba, y tenía los largos cabellos rojos y ondulados. Sus ojos tenían el cálido color de la miel, y su piel relucía con un agradable matiz tostado. Cuando su intensa mirada se posó en Aoba, el peliazul sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.

—Si arrancas así las bayas —le dijo el hombre con severidad—, lastimarás al arbusto y no podrá dar más frutos.
—Ah… eh… —el peliazul dudó unos instantes, sin saber que responder. —¡Ren, donde has estado!— desvió la atención hacia su pequeño perrito, pero cuando retiró la mano derecha de la planta, un agudo dolor le corrió por el dedo índice. —¡Au…!
—Eres un poco inútil —el hombre tomó su mano y examinó la herida larga y profunda que la gruesa espina había dejado.
—Mmm… no es cierto —respondió, profundamente ofendido. ¿Qué le pasaba a ese tipo? ¿No se conocían y lo insultaba así, nada más?

El hombre de largos cabellos rojos  observó la sangre gotear del dedo del muchacho. Los mortales eran tan frágiles… Aparte del pelo azul, el chico no tenía ninguna cosa especial que lo distinguiera de otros mortales. No comprendía por qué el conejo y el rojo estaban embelesados por él. Miró a Ren, como cuestionándolo, y el can se limitó a mover la colita en respuesta. Sin decir una palabra, el pelirrojo lamió el dedo de Aoba, recogiendo la sangre con la lengua. El sabor metálico no era distinto al de la sangre de cualquier mortal.

—¡Ah! —Aoba apartó la mano, sorprendido—. ¿Qué hace?
—Nada en particular —respondió el pelirrojo mirando la sangre que continuaba manando de la delgada herida, y buscó algo en el bolso de piel que llevaba al hombro.

Sacó una cajita de madera y la abrió. Un aroma herbal y algo acre emanó del ungüento que estaba dentro del contenedor, y con un dedo, tomó una pequeña porción. Tomó la mano de Aoba sin permiso, y untó la sustancia grasa sobre la herida. Ren dio unos pequeños saltos, juguetonamente, alrededor del pelirrojo.

—Con eso bastará.
—Usted… ¿es un sanador? —preguntó el peliazul mirando fugazmente la cajita que el hombre guardaba dentro de su morral.
—¿Qué más parece que soy?

Aoba frunció los labios en un pequeño puchero, mirando de arriba a abajo al tipo pelirrojo. Sus ropas eran sencillas, de lana sin teñir, aunque estaban muy limpias y cuidadas. No llevaba más adorno que las plumas rosadas que adornaban sus cabellos.

—Estoy de paso, y necesito un lugar donde descansar —declaró el moreno con seriedad.

El peliazul continuó mirándolo en silencio. La costumbre de su gente era ser hospitalarios con los extraños, pero no estaba muy seguro de llevar a ese fulano a su casa. Aún así… su abuela podría agradecer la compañía de alguien de su misma profesión… y no quería que los dioses se ofendieran si negaba el asilo a un viajero…

—Puede pasar la noche con mi abuela y conmigo —el peliazul regresó a su tarea de recoger las bayas azuladas del arbusto—. Ella estará feliz de recibir a otro sanador y...
—Ya te dije que no lo hagas así —interrumpió, y puso su mano sobre la de Aoba delicadamente, para mostrarle como arrancar la frutilla con delicadeza. El calor de la piel del moreno hizo que Aoba comenzara a temblar ligeramente—. Me llamo Mink.
—Yo… soy Aoba…

Mink miró las mejillas encendidas del muchacho, aún sin comprender qué era lo que llamaba tanto la atención de los otros dos Guardianes.

Luego de una hora, en la que Mink constantemente corrigió y regañó a Aoba por su pésima técnica para recolectar hierbas, el peliazul guió al moreno a su casa a regañadientes. El aroma de los cocidos herbales que Tae preparaba escapaba por la puerta.

—Abuelita —exclamó el joven mientras entraba a su casa redonda construida de piedra y con techo de paja—. Tenemos un huésped.
—¿Huésped? —Tae miró a su nieto con gesto interrogante, cuando tras el muchacho entró Mink. La anciana lo miró unos instantes, y luego le ofreció asiento en la mesita de madera—. Bienvenido.
—Gracias —respondió Mink mientras caminaba hacia el asiento que la anciana le había ofrecido.

Mink miró a su alrededor, contemplando las hierbas que la anciana tenía colgadas en el techo, y la olla donde cocía flores con agua y miel para hacer un jarabe curativo. Había también jarras de barro que despedían el aroma de vinos medicinales, y otras más llenas de aceites donde se maceraban plantas diversas. La anciana tenía talento para la medicina todavía. Desde joven, Tae oraba para que el Sanador le prestara su guía al momento de preparar sus medicinas. Por eso Mink la conocía bien.

—Aoba, dame las cosas que te pedí y atiende a nuestro invitado —la anciana ordenó sin despegar la vista de la olla que estaba removiendo.
—Sí, abuelita —el peliazul respondió levemente irritado ante el prospecto de ser amable con ese tipo, pero fue por una jarra con agua caliente y una palangana para que el hombre se aseara las manos y el rostro. Puso en el agua algunas flores de lavanda, solo por costumbre, pero su corazón se aceleró un poco cuando vio al moreno lavarse con un gesto de aprobación.
—Mi nombre es Mink —comentó. No tenía ánimos de ocultar su nombre—. Soy un sanador errante, y como pago por su hospitalidad quisiera ofrecerle algo de asistencia.
—Si ese es el caso —Tae lo miró fijamente mientras le señalaba las plantas que Aoba había recolectado—, puedes picar y triturar eso para añadirlo al jarabe.

Mink asintió y comenzó la tarea con manos hábiles. Sabía que estaba torciendo las normas al aparecerse frente a los mortales sin permiso… pero la curiosidad que sentía por el muchacho era tal que no quiso enviar a su sirviente, Huracán. Quería verlo por sí mismo. Hasta ahora, era algo decepcionante…

Dirigió la mirada hacia el chico, quien estaba sirviendo algunos alimentos. Era peculiar que siendo tan torpe con las plantas, sus movimientos al servir fueran tan elegantes y precisos. Cuando se acercó a él con una jarrita y un plato de madera con frutas, pan y queso, a Mink le pareció que lucía tan agradable como cualquiera de los coperos que atendían a los dioses en el reino divino.

—Aquí tiene —le dijo Aoba con una sonrisa amable. Debía mostrarse agradecido con el hombre que lo había curado y le había enseñado tanto, aún cuando se comportara como un idiota—. Espero que sea de su agrado.
—Gracias —respondió Mink, mientras el muchacho le servía cerveza de la jarrita a un cuenco.

Era posible que el muchacho fuera más interesante de lo que aparentaba…

Mink y Tae continuaron preparando las medicinas que la anciana debía terminar, e incluso, el Guardián la acompañó a atender a sus pacientes. No le agradaba mucho estar entre los humanos, pero la gente de esa villa era buena y agradecida, y el corazón de Mink se encogió un poco al pensar que eventualmente debía juzgar a los humanos por su comportamiento indigno…

Para cuando regresaron a la casa de Tae, Aoba ya tenía lista la cena.

—Al menos no eres un completo inútil —comentó Tae con una sonrisa mientras el muchacho les servía avena, pescado y vegetales asados con hierbas y una bebida levemente amarga hecha de avellanas. El aroma del brebaje espeso y obscuro transportó la mente de Mink a la arboleda de Sei, y su corazón ansió verlo de nuevo.
—Pues gracias, abuelita —respondió Aoba con tono subversivo. Tuvo que agachar la mirada cuando su abuela lo miró con severidad.
—No está mal —dijo el moreno y miró al peliazul, quien se sonrojó profusamente y regresó a su tarea de servir miel sobre unas manzanas silvestres cortadas en gajos.

El peliazul se sentó a la mesa una vez que llevó el postre. La mirada fija del moreno lo molestaba bastante mientras intentaba comer. Era como si estuviese evaluando cada uno de sus movimientos.

—Entonces tú eres el vidente del que hablan en las villas cercanas —preguntó Mink de repente. Aoba lo miró mientras intentaba tragar la avena que se había llevado a la boca—. Todos hablan del vidente de cabellos celestes que camina tras las nieblas del otro reino.
—No es para tanto —respondió, avergonzado. Su última actuación no había sido precisamente espectacular.
—No es lo que dicen en la villa del este —comentó con calma—. Mizuki, el hijo del jefe, dice que tienes un don para predecir la lluvia o la sequía.
—Eso es simple lógica —el peliazul se sonrojó—. Basta con observar las condiciones de los riachuelos del bosque y la forma y color de las nubes.

Mink levantó una ceja, y esbozó una media sonrisa. Así que el chico no presumía de sus habilidades…

Una vez que terminaron de cenar y prepararon la cama provisional para Mink, Tae y Aoba se fueron a dormir. Mink salió de la casa, y se sentó a contemplar las estrellas con el pequeño perro negro a su lado.

—Entonces este es el chico —aspiró el humo de su larga pipa de madera.
—Así es —respondió Ren mirándolo con atención.
—Al principio estaba francamente desencantado —afirmó con sequedad—, y aún ahora no comprendo por qué esos dos lo adoran.
—Aoba tiene un corazón generoso.
—¿No me digas que tú también has caído en las redes de sus encantos, Ren? —Mink preguntó burlonamente, y el perrito ladeó la cabeza, meneando la cola.
—Deseo proteger a Aoba, como Sei me ha ordenado.

Mink exhaló el humo dulzón de su pipa, y sin despegar la mirada de las estrellas, rascó las orejas de Ren. Era el sirviente más fiel de Sei, y solo por eso, estaba dispuesto a tolerarlo.

Solo por eso… aunque fuese un hada.


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