Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Hibris por nami-ni-san

[Reviews - 6]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Llevaba tanto tiempo sin escribir nada que ahora mismo siento miedo.

¿Si estoy conforme? Creo que sí.

 

Es un fic algo diferente, pero espero que les guste.

 

Gracias a Yume por hacerme volver a escribir y recordar lo bonito que es plasmar pensamientos en palabras.

IRA / PATIENTIA

I.

Suzuki Akira.

26 años.

Fotógrafo.

Soltero.

Releyó los datos que él mismo había escrito minutos atrás en aquella hoja que parecía tan ajena a él como toda la situación que estaba cruzando en esos momentos. Sentado en esa oficina de no más de 6 metros cuadrados pensaba que en cualquier momento las paredes le saltarían encima y lo devorarían; quizá el mueble lleno de libros polvorientos se adelantaba y tomaba su vida. Sabía —muy en el fondo— que dicha escena, que en su mente parecía real, no ocurriría en ningún instante, pero su cuerpo tenso estaba en un estado tal que, ante el menor ruido, sería capaz de ponerse de pie y salir corriendo en menos de un segundo. Odiaba los lugares cerrados; los odiaba tanto como comer verduras.

No hacía falta dar otro vistazo a la habitación para recordar que había un simple estante y el escritorio donde estaba sentado, aun así alzó la vista de aquella hoja para recorrer las paredes vacías. Segundos más tarde volvió a releer los datos, como si creyese  que en ese fugaz periodo de tiempo algo hubiese cambiado. Seguía siendo Suzuki Akira, un tipo de 26 años recién cumplidos que trabajaba como fotógrafo para una revista de Tokio.

El papel tenía marcado en ambos costados las huellas de lo que eran sus dedos algo sudorosos por los nervios que el simple hecho de estar allí le causaban, pero no se atrevió a soltarlo ni mucho menos a guardarlo en la carpeta que tenía frente a él. Sentía que si dejaba aquella hoja dentro de esa carpeta azul oscura estaría perdiendo algo. Perdiéndose. Parpadeó un par de veces y estiró a penas su mano derecha para tomar la goma de borrar, la deslizó con cuidado un par de veces sobre la hoja —cuidando de no arrugarla y procurando no dejar rastros de aquella palabra— para segundos más tardes tomar el lápiz y escribir.

Suzuki Akira.

26 años.

Fotógrafo.

Comprometido.

II.

—¿Takashima Kouyou-san? Pase, por favor.

La pequeña mujer que había estado viendo por más de una hora le indicó —por tercera vez— que entrase a esa habitación con pésima iluminación y un olor que le recordaba a la madera húmeda en invierno. En la mesa nuevamente había una taza de café, la misma que rechazaría por tercera vez sin necesidad de formular una sola palabra.

—Sé que debe estar cansado de esto, pero le pediré que me relate nuevamente cuándo fue la última vez que vio y/o habló con Tanabe Yutaka-san.

No había que ser un genio ni tener un intelecto demasiado alto para saber que la expresión de Takashima no era cansancio, sino que puro y mero aburrimiento. Estaba seguro que el hombre con traje negro y corbata roja (Tamaki-san, como se había presentado una hora atrás) recordaba la respuesta a esa pregunta, sin embargo no quiso sonar hostil y asintió mientras se sentaba en aquella silla para nada cómoda y esperaba que el policía encendiera la grabadora.

—Fue el lunes de la primera semana de este mes; Yutaka me invitó a cenar juntos ya que me debía entregar algunos discos que le había pasado unos días antes. Nos juntamos a eso de las 9 de la noche en un bar en Shinjuku, cerca de mi oficina.

—¿Había alguna actitud extraña en él? ¿Algo que llamase su atención?

—Yutaka es la clase de persona que sabe mentir sobre sí mismo; si algo estaba mal, no lo demostró para nada. Fue una noche normal, hablamos de su exposición en la galería de Tokio y bebimos un par de tragos. Nada más.

—¿Le comentó sobre hacer algún viaje o si estaba pensando en salir de Tokio?

—No.

—¿Recuerda qué dijo antes de que se despidieran?

—Que lo único que quería era llegar a su departamento y ducharse; a pesar de que le gusta bastante la cerveza, odia el olor que quedaba impregnado a él. Nos despedimos en la estación cerca de las 11 de la noche.

Esperó a que el policía cortase la grabación para sacar de su bolsillo la cajetilla de cigarrillos que pronto quedaría vacía. Estar en ese lugar le hacía sentir impaciente y por ende necesitaba desquitarse de alguna forma; podía apostar a que moriría de cáncer de pulmón.

—Eso es todo. Por favor, si recuerda algo, lo que sea, no dude en hacérmelo saber.

Pero más que estar interesado en contar los detalles omitidos, solo una cosa cruzaba su cabeza en esos momentos y no dudó en preguntarlo aunque sonara desesperado:

—¿Puedo ver a Akira?

III.

Nunca imaginó que pasaría su cumpleaños número 26 metido en una estación de policía. No era la clase de persona que le daba especial importancia a esas fechas, pero se sentía muy raro que en vez de estar celebrando con sus amigos tuviese que estar prestando declaración de lo que había hecho desde el lunes pasado. Se sentía muy extraño que Akira ni siquiera hubiese recordado aquella fecha; era la primera vez en 14 años que Akira no le saludaba con esa típica sonrisa suya mientras le abrazaba como si, en vez de ser una fecha especial, tuviese miedo de perderlo.

Lo entendía, o al menos se esforzaba por hacerlo. Yutaka había desaparecido sin dejar ni el menor rastro y él había sido la última persona en verlo. Todavía podía recordar claramente la voz angustiada de Akira cuando le llamó el martes por la mañana para preguntarle si Yutaka se había ido a dormir a su departamento; parecía que todo aquello estaba ocurriendo en esos momentos, porque la voz de Akira seguía sonando igual de desesperada.

—¿Quieres ir a quedarte a mi casa esta noche?

—Me iré a mi departamento, quizá Yutaka regresa...

—Akira, basta; si Yutaka fuese a regresar tras estar más de una semana desaparecido dudo que le guste verte con esa cara de muerto.

En el fondo Kouyou supo que con esas palabras solamente había enterrado más la flecha en el cuerpo de Akira, pero si él no ponía una cuota —por pequeña que fuese— de realidad, ambos estarían perdidos.

Conocía a Akira mejor que nadie, sabía perfectamente bien que tras esa apariencia de un hombre descuidado se escondía una persona sumamente cariñosa. Akira se había enamorado de Yutaka tan rápido que le daba miedo, pero no por el hecho de que desconfiase de su relación, sino porque en esos momentos no quería pensar en lo que pasaría si Yutaka no era encontrado. Se había ido sin decir adiós; se había ido como si realmente no quisiera irse; se había ido y había dejado a un hombre hundiéndose en la miseria de las dudas.

Ninguno de los dos lo había querido comentar en voz alta, pero el más alto podía apostar a que ambos habían tenido el mismo pensamiento varias veces, quizás muchas más veces de lo que era sano: ¿qué pasaría si Yutaka nunca regresaba?

 

SUPERBIA / HUMILITAS

IV.

No le gustaba el invierno, ni el frío, ni mucho menos la nieve entorpeciendo sus pasos. La gélida estación le traía una molesta sensación de incomodidad que solamente la primavera podía llevarse, pero en esos momentos sentía que el tiempo avanzaba demasiado lento, como si quisiera hacerlo sufrir a propósito. Sabía que eran ideas suyas, pero confiaba en la idea de la relatividad igual —o más— de lo que confiaba en su madre, y sabía perfectamente bien que mientras más repudio sintiese, más lento parecería marchar todo. Hoy era uno de esos días donde tenía la sensación de que era hora de ir a su departamento cuando la realidad era mucho más distinta y cruel: solo era la hora del almuerzo. Se había tornado en una especie de costumbre, como si de una vieja e importante tradición se tratase; si alguien le llegaba a preguntar desde cuándo había comenzado a ir todos los días a ese restaurant probablemente no sabría qué decir, por lo mismo, agradecía que sus compañeros de trabajo fuesen lo suficientemente desinteresados como para pasar completamente de él. No se consideraba una persona asocial ni mucho menos antisocial, tenía sus amigos y le gustaba compartir con ellos, pero en su trabajo no destacaba por ser precisamente alguien demasiado abierto. En los pasillos de vez en cuando escuchaba rumores de su vida que no tenía idea de dónde habían nacido y prefería hacer como si no existieran.

Si debía definirse de alguna manera, él diría que era como un viajero que pasaba seguido por un mismo pueblo donde no había forjado lazos ni relaciones.

Como era común, aunque seguía extrañándole, el restaurant estaba casi vacío cuando él cruzó el umbral de la puerta de madera y no tardó en echar un rápido vistazo a la mesa que siempre ocupaba. Saludando a penas al cocinero y preocupándose de llamar la atención de la camarera caminó hacia la mesa del rincón y tomó asiento. Era un lugar agradable a pesar de esa apariencia de cantina descuidada; el cómo había llegado a conocer ese sitio ni siquiera era capaz de recordarlo, pero agradecía que ese suceso ocurriese y lo sacase de la triste rutina de ir a comer ramen o alguna hamburguesa al burger King más cercano. Cuando le había comentado a Kouyou que había comenzado a tener una dieta más saludable, su amigo simplemente le había mirado con duda: supo de inmediato que Kouyou estaba muy lejos de creerle. ¿Había pasado más de un año desde ese entonces? Nada había cambiado en esos meses y, a pesar de que la comida de ese restaurant (del que ni siquiera conocía el nombre) no era especialmente sabrosa, no había día en que no hubiese ido a comer allí.

Yuko-san se le acercó con una sonrisa y le saludó antes de preguntarle qué querría para comer. Akira estaba casi seguro de que aquella pregunta ya no era más que simple educación porque incluso alguien distraído como él sabía que pedía siempre las mismas cosas; ese día no fue diferente y el plato con arroz y curry no tardó en estar frente a él desprendiendo un olor agradable que camuflaba su aburrido sabor.

Comer solo jamás había sido una preocupación o algo que le molestase en lo más mínimo. Se había acostumbrado a aquella rutina desde que tenía 19 años y había comenzado a vivir solo; por ese entonces su madre lo llamaba cada día para asegurarse de que estaba alimentándose como era debido y, por primera vez, él había tomado la mala costumbre de mentirle diciéndole que estaba todo bien. No se trataba de que algo anduviese mal (después de todo estaba estudiando lo que le gustaba, tenía un trabajo de medio tiempo que le dejaba dinero suficiente para vivir bien y de paso podía verse más seguido con Kouyou), pero no podía quitar de su mente que algo no andaba como debía ir. Era una especie de premonición, como si sus huesos le estuviesen tratando de decir que algo se le escaparía de las manos y rompería el esquema de su vida. Quizás su madre no le creía, pero con el tiempo dejó de insistir e incluso de llamar; la rutina cambió a una donde debía preocuparse por sí mismo y asegurarse de no preocupar a otros, como si sus acciones fuesen parte de una eterna cadena de la vida. No le gustaba pensar en ello, pero las extrañas ideas de Kouyou se le habían acabado pegando y ya no había forma de deshacerse de ellas: se sentía como si fuese un diminuto grano dentro de un reloj de arena.

Tal vez seguía yendo a ese restaurant porque le recordaba a su propia vida. Él era muy parecido a ese plato de arroz con curry: lucía bien, pero su sabor no era el mejor.

V.

“El deber de un fotógrafo no es solo plasmar una imagen, sino que poder captar el sentimiento del momento y dejarlo impregnado en una fotografía para el futuro”.

Recordaría las palabras de aquel diseñador por siempre, o al menos eso sentía cuando tan solo había pasado un día desde que había tenido esa especie de pelea con Matsumoto. Lo que realmente le había molestado no fue el tono altanero que el más bajo usó, tampoco esa mirada desdeñosa ni mucho menos la forma en la que le miró; lo que había hecho hervir su sangre fue que el otro hombre tenía razón. Akira se consideraba a sí mismo un gran fotógrafo que podía impregnarle un montón de cosas a una simple imagen, pero ese día había fallado miserablemente y Matsumoto no había tenido delicadeza para hacérselo saber. El choque entre dos artistas de la imagen le logró causar una sensación de nauseas tal que, en el momento donde todo ocurrió, no supo qué decir o hacer más que tomar sus cosas y largarse. Llegar a su oficina e informarle lo sucedido a su jefe no fue nada en comparación a la sensación de inferioridad que le quedó rondando toda la noche y no le permitió dormir ni por diez minutos.

Se sentía ridículamente superado por un tipo que no hacía más que escarbar en todo lo que le parecía interesante, como si fuese un simple juego de niños. Matsumoto Takanori no era conocido por ser un gran fotógrafo, sino por su talento como diseñador (talento que ni el mismo Akira dentro de su rabia podía negar), pero también era conocido por sus mil y una incursiones en mil y un área diferente. Su nombre había comenzado a sonar como un modelo y poco tiempo después se hizo a conocer como un diseñador abstracto en figuras de yeso. No pasó demasiado para que él mismo tuviese que ir a fotografiar una de sus exposiciones. El resultado no fue el mejor.

Las fotografías que había alcanzado a tomar no expresaban nada y no podía sentirse orgulloso con ello, pero algo mucho más absurdo le preocupaba: aquellas imágenes no eran capaces de expresar ni la mitad de lo que a él le había provocado el ver todos esos diseños extravagantes y difíciles de entender. Probablemente nadie le criticaría eso porque, estaba seguro, que nadie notaría la carencia de emociones en sus fotografías, pero estaba claro que había fallado y con eso solo estaba haciendo que el trabajo de Matsumoto se viese desteñido.

VI.

Para suerte suya la semana pasó más rápido de lo que él esperaba y ya era viernes. La gente caminaba como si fuesen simples soldados siendo manipulados mientras que él se dedicaba a observar aquel espectáculo con pena; le daba algo de miedo pensar que en unos años más él sería parte de esa enorme masa de gente marchando de regreso a casa para obtener un falso alivio que les daba la sensación de libertad. Todos esos hombres con trajes oscuros parecían haber sido mandados a hacer de un mismo molde, uno que les programaba incluso cómo debían pensar. Él quería ser libre, aunque esa libertad le costase muy caro.

Toda su vida había estado huyendo de un algo invisible, un algo que nadie más podía ver o al menos eso creía hasta que conoció a Kouyou. En esos tiempos Takashima tenía un aspecto de estar drogado las 24 horas del día, pero al mismo tiempo no recordaba haber conocido a alguien más cuerdo. Kouyou le sorprendía con cada cosa que decía y, además, le había dado la sensación de libertad que había ansiado por 12 años. Con Kouyou había conocido el mundo y al mismo tiempo se había conocido a sí mismo. Con Kouyou había experimentado por primera vez lo que era ahogarse con el humo del cigarro, atorarse con el sabor de la cerveza y lo maravilloso que era que alguien te tocase y te llevase a un orgasmo tan contundente que casi olvidó su nombre. De algún modo al conocer a Kouyou pudo conocer a su primer amor y a su mejor amigo al mismo tiempo; paradójicamente la única forma en la que podía sentirse libre era estando con aquel hombre delgado de mirada siempre perdida.

—¿Suzuki-san? —Sintió el calor que se formó en su muñeca apenas escuchó su nombre, pero incluso antes de notar que le estaban hablando a él un extraño escalofrío le recorrió. El hombre que vio al girarse no le trajo ninguna memoria del pasado, pero esa sonrisa que parecía iluminar todo a su alrededor le pareció chocante—. Es Suzuki Akira, ¿no? Siento hablarle así, pero fui a su oficina y me dijeron que se acababa de ir. Pensé que podíamos ir a tomar algo y hablar.

Era un viernes cualquiera, un día de invierno cualquiera, no llovía ni nevaba, pero sentía su cuerpo congelado. En esa calle ruidosa y sucia se quedó en silencio contemplando a un desconocido que parecía estar disfrutando en primavera como si los cerezos hubiesen florecido recién.

—¿Tú eres...?

—Cierto, soy Tanabe Yutaka. Dudo que me recuerde, pero estaba con Takanori el otro día en la exposición en la que usted fue a tomar algunas fotos.

VII.

No habían dicho ni una sola palabra desde que Akira había aceptado ir a tomar algo con Yutaka y el ambiente cada vez parecía estar más incómodo para ambos. Casi podía ver una ola negra emanando de ellos mientras estaban sentados frente a frente en aquel pequeño bar. Tanabe había dejado de intentar hablar cuando se dio cuenta de que Akira no era especialmente comunicativo y había optado simplemente por caminar a su lado en silencio, pero ni de ese modo el ambiente se calmó. Iban por su segunda lata de cerveza cuando el fotógrafo se decidió a hablar:

—Si Matsumoto te mandó a disculparte, mejor ni hables... debería haber venido él mismo en vez de mandar a un tipo extraño como tú.

Si Tanabe no tuviese una risa tan armoniosa, seguramente Akira le hubiese pegado un puñetazo por reírse en su propia cara.

—No te confundas, Takanori jamás mandaría a alguien a disculparse. Realmente Takanori no está arrepentido de lo que dijo... tú debes haberte dado cuenta que tenía razón.

Como si de un demonio se tratase, aquella bonita sonrisa se transformó en una mirada aguda que trataba de averiguarlo todo. Akira recordó inevitablemente aquel cuento del lobo y las ovejas y sintió, con algo de pavor, que Yutaka era un lobo hambriento que no dudaría en atacarlo y degollarlo. Pensó en pagar lo consumido y en huir lo más pronto posible, como si un instinto ancestral le dijese que era eso o ser casado; lastimosamente el lobo no le dio tiempo a nada porque volvió a hablar con calma, pero con una seguridad que aplastó cualquier intención:

—En realidad vine porque vi las fotos que tomaste: son bastante malas.

—¿Disculpa?

—No importa lo desagradable que te haya parecido Takanori, incluso tú debes haber notado lo maravilloso que eran sus diseños. No puedes solo publicar un artículo con unas fotografías tan pobres.

—Si él no se hubiese metido en mi trabajo, quizá esto no estaría pasando. De todos modos, ¿quién mierda eres para venir a hablarme así de mi trabajo?

—Suzuki-san, la única forma en la que Takanori se expresa es mediante esas figuras. Si la gente no puede ver aquellos sentimientos por tu culpa, ¿entonces qué le quedará a él?

 

LUXURIA / CASTITAS

VIII.

—¿Entonces qué se supone que hiciste, Yuta?

—Fui a verlo y le dije que tomase las fotografías bien o que se olvidase de publicarlas.

—Eres idiota.

Takanori tenía una risa preciosa, de esas que eran capaces de cortar el viento y de detener el tiempo; su voz gruesa parecía producir toda clase de sonidos perfectos y no había mejor ejemplo de ello que su risa. El problema era que Takanori rara vez reía con sinceridad. Esta era una de esas ocasiones donde aquel sonido que Yutaka tanto adoraba no era más que una farsa para cortar la plática.

—Aunque no conseguí convencerlo por lo que no publicará las fotos; lo siento.

—¿Ves por qué eres idiota? —Las piernas de Takanori se separaron levemente para hacerle espacio al cuerpo de Yutaka, aunque no tardó demasiado en quedar sentado sobre sus muslos. Le gustaba el cuerpo de Yutaka porque parecía una pared de fuertes músculos a los que siempre disfrutaba llevar al límite. Sonrió antes de rodear el cuello ajeno con sus manos—. ¿Encontraste algo interesante en él?

—Se parece a ti, pero menos inteligente.

—Entonces no debo preocuparme que me vayas a dejar por él...

—¿Alguna vez te preocuparías por algo así?

La respuesta era obvia incluso sin necesidad de hacer la pregunta.

La relación de Takanori y Yutaka era demasiado extraña para incluso desear ponerle nombre. Ambos eran de una especie venenosa —y por ende peligrosa— que se habían cruzado por mera casualidad y que habían acabado enredándose en un juego demasiado divertido como para dejarlo. Eran inmunes al veneno del otro, pero juntos formaban una mezcla extrañamente letal que alertaba a cualquiera que se les quisiera acercar. Por separado ambos lucían como seres encantadores que podían conseguir lo que quisieran, pero ponerlos juntos era como crear un arma peligrosa. Cuando Yutaka le preguntaba a Takanori qué eran, el menor siempre le respondía que eran una mala coincidencia, pero Yutaka jamás acababa de comprender a qué se refería Takanori. Leerlo no era difícil, pero entenderlo era casi igual de imposible que contar las estrellas en el cielo.

A Yutaka le encantaba Takanori, tanto que no le importaba morir con el letal veneno de esa víbora que tanto amaba. A Takanori le encantaba Yutaka, tanto como para suicidarse con su propio veneno y dejar al contrario libre.

IX.

—Si de todos modos tendremos sexo en un rato, ¿por qué me mandas a hacer la cama? —Lo que Takanori tenía de mordaz, lo tenía también de perezoso. Amaba el orden y la limpieza, pero odiaba ordenar y limpiar; por lo general era Yutaka quien se ocupaba de hacer las cosas “domésticas” (y eso que ni siquiera vivían juntos), pero últimamente había optado por esa pésima idea de dividir los deberes. Takanori no comprendía por qué el mayor se esmeraba tanto en hacer desayunos elaborados cuando un vaso de leche y tostadas eran suficientes, pero su mente no tardaba en comentarle que lo que Yutaka realmente deseaba no era más que obligarlo a hacer cosas que no quería hacer. Había sido lo mismo cuando tuvieron sexo por primera vez y Takanori se había negado a que Yutaka le metiese el pene si no se ponía un condón; el jodido paquete de condones estaba a escasos metros de distancia, pero el más alto se había negado a ir a buscarlos con tal de lograr que Takanori cambiara de idea—, ¿o es que acaso tendremos sexo en otro lado?

—Podemos tener sexo acá, ¿no?

—No mientras la cocina apeste a huevos fritos.

El sexo con Yutaka era igual de divertido que ponerse a trabajar en sus ideas de medianoche, con la única diferencia que cuando Yutaka le tocaba, sentía que podía morir. Era una forma tan vulgar y exagerada de definir lo que sentía que no había otra manera de explicarlo. Yutaka le tocaba de una forma especial, Yutaka le miraba de una forma especial... Yutaka ponía esa expresión de desear matarlo con tal de poseerlo por siempre. Takanori podía ser introvertido a veces, pero estaba lejos de ser idiota y sabía mejor que nadie lo peligroso que podía ser ese hombre amable y educado. “Entre locos se entienden”, había escuchado decir alguna vez a Yuu y le daba toda la razón.

Cuando se conocieron, Takanori no tardó en darse cuenta que Yutaka sería por quien estaría dispuesto a perder la cordura, pero jamás imaginó que el otro pensaría lo mismo acerca de él. Esa relación enfermiza de dar y perder los había llevado a tal punto que no necesitaban decirse nada para comprender lo que el otro pensaba, por eso Takanori sabía que Yutaka sería el único que le salvaría cuando su final estuviese cerca.

Solamente a Yutaka podía confiarle su muerte cuando la mariposa estuviese incapacitada para volar.

X.

—¿Se siente bien?

Takanori asintió apretando aún más sus manos entorno a la cabecera de la cama. A esas alturas ya no sabía si había asentido porque realmente se sentía bien o solo para conseguir que Yutaka no se detuviera. Al final resultó que sí había hecho la cama para nada, pues no tardaron demasiado en comer y en volver a tener sexo. Ninguno de los dos era especialmente fanático de follar como conejos, pero jamás podría negar que el sexo con Yutaka era un placer que le fascinaba de forma extrema.

De vez en cuando se imaginaba las mil formas en las que Yutaka podía llevarlo al orgasmo y se sorprendía de que la mitad de ellas fuese sin necesidad de usar su pene, por lo que había llegado a una extraña conclusión: Tanabe Yutaka era un orgasmo en sí. No es que la idea le gustase del todo, porque de alguna forma le hacía sentir que su cuerpo entero era un enorme punto G, pero cuando acababa pensando con más calma podía comprender lo placentero que resultaba ser acariciado o besado por Yutaka.

Cuando cerraba los ojos era como estar en un mundo distinto, uno donde solo se encontraban sus cuerpos y el suave sonido de sus pieles chocando y sus respiraciones aumentando como si estuviesen a punto de morir. Le fascinaba los cambios que su cuerpo sufría solo por el hecho de tener un pene en su ano, pero más le sorprendía esa sensación de felicidad que le embriagaba cada vez que las manos de Yutaka le tocaban cariñosamente la cadera para evitar que cayese de cara contra el colchón. Yutaka era amablemente rudo, cariñosamente frío y silenciosamente expresivo... o quizá él era muy loco y le gustaba hacerse ideas, pero la realidad era esa: podía sentir los impulsos nerviosos recorriendo sus nervios para que su cuerpo temblase cada vez que su próstata era golpeada. Era imposible, pero incluso podía sentir la sangre corriendo a gran velocidad por sus vasos sanguíneos para mantener esa erección que estaba a punto de explotar.

La lengua de Yutaka no tardó en recorrer su espalda y una sonrisa en su rostro no demoró en surgir de entre la maraña de cabellos que caían por sobre él. Debido a la posición en la que estaba no era capaz de ver la expresión de Yutaka, pero podía hacerse una imagen de qué clase de mirada tenía: la de un animal devorando a su presa. Como siempre, Yutaka separó su lengua de su piel cuando llegó a la última vértebra cervical y dejó una pequeña mordida en el hueso que sobresalía formando una pequeña montaña en su espalda. Con esa misma boca minutos atrás Yutaka le había hecho una mamada gloriosa mientras se entretenía jugueteando con su vello púbico. Río torpemente al pensar en esas manías que el mayor tenía y que a él contra todo pronóstico tanto le gustaban.

—¿Qué es tan divertido?

Sintió la presión de las manos de Yutaka en sus glúteos y finalmente se animó a girar la cabeza y mirarlo; oh, Yutaka no podía ser más bello porque sería ilegal. Esos ojos cafés le miraban con una lujuria que se contagiaba mientras su sonrisa demostraba todos los sucios pensamientos que estaba teniendo.

—Estaba pensando en por qué te gusta jugar con mi vello púbico —¿De qué servía mentirle en un momento así? Yutaka le miró en silencio unos minutos, como si estuviese meditando aquella respuesta. La verdad era otra: estaba luchando por no jalar a Takanori del cabello y devorarlo a besos.

—La respuesta es simple: me gusta porque es tuyo.

En esos momentos Takanori no supo distinguir si se corrió por aquellas palabras dulces o por el último golpe a su próstata.

 

INVIDIA / CARITAS

XI.

Era la primera vez que Akira le presentaba a alguien con tal formalidad, por lo que supo de inmediato que ese tal Tanabe-san no era un simple amigo. Kouyou no era aprensivo con Akira ni mucho menos le gustaba entrometerse en su vida, pero había ocasiones donde le tocaba bajarlo de su nube y mostrarle la realidad porque —simplemente— Akira era idiota para algunas cosas, especialmente cuando se metía amorosamente con alguien. En pocas palabras Akira tenía un ojo terrible para escoger pareja.

—¿Sabes lo absurdo que es que me hayas traído al baño para hablar? No somos colegialas, Kouyou.

—Entonces no actúes como una; vienes y me presentas a un tipo que conoces hace dos meses como si ya planearas casarte con él. ¡Ni siquiera lo conoces!

—Vamos, estás exagerando...

—Exagerando y una mierda. Akira, no te diré qué hacer, pero trata de pensar objetivamente por un momento sobre ese hombre y luego actúa.

—Yutaka me gusta, me gusta mucho, Kouyou. No tenemos nada formal, pero realmente quería que lo conocieras... es importante para mí, ya sabes...

Akira no lo hacía a propósito, pero a veces llegaba a ser un verdadero manipulador al poner esa expresión algo sombría y necesitada. Al más alto no le quedó otra opción que suspirar con cansancio y rendirse ante la pelea que no podría ganar (no porque no tuviese razón, sino porque Akira estaba lo suficientemente prendado de Tanabe-san como para darse cuenta de que ese tipo solo quería divertirse un rato y luego irse sin siquiera decir gracias). No sería la primera vez que aquello sucedía, después de todo Akira era alguien bastante propenso a buscar gente para saciar su soledad, pero había veces como ésta donde Kouyou sabía que todo acabaría peor de lo normal. No, no se trataba de algún poder para predecir calamidades, sino de la simple capacidad de observación que tenía; Yutaka no estaba con Akira para quererlo, sino para divertirse.

—Al menos promete que te lo tomarás con calma...

—Lo haré, tranquilo.

¿Pero cómo carajos podría quedarse tranquilo si Akira parecía un completo idiota con solo pronunciar el nombre de Tanabe?

XII.

El hombre no resultó ser molesto en lo absoluto, al contrario, era un tipo bastante agradable y fácil para platicar. La primera impresión de Kouyou no había cambiado, pero al menos comprendió que —por Akira— podía hacer el esfuerzo de llevarse bien con aquel tipo. Akira lucía feliz con él, como si todo lo que pasaba se tornase el doble de especial solo por estar con Yutaka al lado y no podía negar que sintió bastante envidia: no habían pasado muchos años desde que él era el causante de tal emoción en Akira.

La nostalgia le embargaba en momentos así, mas, estaba lejos de ser debido a sus sentimientos actuales (después de todo había sido él quien cortó con Akira); todo se trataba de la añoranza de aquellos tiempos donde solo eran ellos dos descubriendo el mundo con un montón de deseos bajo el brazo. La caída fue grande cuando se dieron cuenta de que no bastaba con desear las cosas, que a veces no importaba cuánto se esforzaran por cumplir sus metas. Lo mismo había pasado con su relación: no importó lo mucho que se quisieran, porque de cariño no podían vivir ni mucho menos mantener algo que perdurara. Quizás ambos lo habían sabido desde el principio y se habían embarcado en su “noviazgo” solo por el deseo de demostrarle a la vida que no tenía razón, pero habían fallado de forma patética. Akira era un soñador y Kouyou era el cable a tierra, en pocas palabras se necesitaban el uno al otro, por ende habían decidido seguir juntos incluso luego de haberse separado. Si había algo en el mundo que Kouyou deseaba con fuerza era que Akira pudiese ser feliz, pero lastimosamente eso parecía no suceder.

—Yo me iré, chicos. Mañana debo salir temprano.

—Creo que yo igual me iré, Akira. —Kouyou suspiró ante el fallido intento por dejar a la pareja solos para que pudiesen tocarse y besarse a gusto, pero no por eso cambiaría de opinión.

Al salir del bar, la brisa de la primavera recién comenzando les golpeó en el rostro y logró que los tres se acurrucaran dentro sus prendas. El aroma de los cerezos parecía flotar por todos lados, pero la combinación que formaba al juntarse con el humo de cigarros y de los autos estaba muy lejos de ser agradable; era como estar metido en un habitación llena de flores mientras se fumaba sin parar. Y los tres sabían bien lo que era esa sensación.

Caminar hasta la siguiente parada fue lo suficientemente incómodo como para que Akira se entretuviese mirando al piso y Yutaka se distrajese viendo en su móvil. No era una escena que fuese ajena o extraña, pero a Kouyou le causó una sensación muy poco amable, como si su cuerpo le gritase fuerte y claro que estaba estorbando, pero no importaba lo mucho que intentase escapar: no podía.

Akira fue el primero en irse y él no dudó en comenzar a caminar en dirección a su departamento, pero Yutaka no tardó más de dos segundos en alcanzarlo y caminar a su lado; con un simple “me dirijo a la misma dirección” le quitó las pocas opciones de protestas, y aunque siempre podía decirle que quería irse solo, guardó silencio mientras encendía uno de sus cigarros. Yutaka parecía ser de la clase de persona conversadora, pero mientras caminaban ninguna palabra fue pronunciada; un cigarro tras otro fue consumido por aquel cuerpo delgado que se estremecía cada vez que el viento agitaba su cabello hasta que la cajetilla quedó vacía. No era fácil que Kouyou se sintiese incómodo, pero sin duda en esos momentos deseaba llegar lo más rápido a su departamento. Finalmente cuando llegó, se quedó mirando a Yutaka con duda; no había forma de que lo invitara a pasar —ni siquiera por cortesía—, pero tampoco sabía cómo despedirse.

—La vida es realmente cruel, Kouyou-san.

Takashima no recordaba haber visto una sonrisa tan vacía y hermosa al mismo tiempo como la que Yutaka le regaló en esos momentos.

 

AVARITIA / GENEROSITAS

XIII.

Si un evento sucedía era por algo, pero había cosas que no debían ocurrir ni siquiera dentro de una asquerosa pesadilla. Lamentablemente lo que estaba sucediendo era la vida real y no algo producto de su imaginación, pero de alguna manera u otra su cerebro le impedía creer lo que sus ojos le mostraban. Yutaka no era creyente de nada en especial, pero con el paso de los años había aprendido que había una fuerza superior que movía la vida de todos como si de títeres se tratasen; no podía quejarse a un dios, pero tampoco podía encogerse de hombros y suspirar resignado. Había un alguien o un algo que tenía la culpa de aquella dolorosa presión en su pecho que le impedía hablar o siquiera respirar con normalidad.

¿Podía ahogarse si es que seguía viendo el cuerpo de Takanori por más tiempo?

—¿Yutaka? —No, no quería escuchar a nadie, ni siquiera la voz de Yuu llamándolo con un cuidado y tacto que le enervaba—. No podemos seguir acá, las visitas solo pueden ser de cinco minutos.

¿Había estado cinco minutos observando el cuerpo de Takanori recostado sobre esa cama? No sabía si aquello le parecía imposible porque lo sintió como un segundo o si fue porque pareció una eternidad, pero algo le impedía apartar sus ojos de aquel lugar, como si al hacerlo fuese a perderlo. La imagen que veía no le agradaba para nada: todas esas máquinas junto a la cama le indicaban que las cosas no estaban tan bien como Yuu se esforzaba por hacerle creer, pero la esperanza no se iba del todo ya que aquella pantalla seguía mostrando que el corazón de Takanori seguía latiendo. Débil, con dificultad, pero latía.

XIV.

Lo que comenzó como un día, se tornó en una semana, y esa semana se transformó en un mes. Nada en el mundo había cambiado, nada se había detenido ni mucho menos deformado, pero por cada segundo que pasaba, y Takanori seguía con sus ojos cerrados, algo se apagaba dentro de Yutaka. Él mismo suponía que aquello que sentía era lo que vanamente se conocía como “amor”, pero no terminaba de creer que una simple palabra pudiese definir lo que sentía por Takanori. Nunca le había dicho “te amo”, pero había expresado sus sentimientos como nadie lo podría hacer, porque una persona que no necesita de palabras para amar era alguien admirable, o al menos eso pensaba. Se arrepentía de algunas cosas, no lo negaría, pero más que preocuparse por lo que no había hecho (o en el peor de los casos, lo que había hecho mal), le importaba pensar en el futuro que no se veía para nada prometedor. Mientras más días pasaban, menos palabras de esperanza llegaban a sus oídos y con más soledad podía observar a Takanori. Extrañaba sus comentarios irónicos, sus muecas molestas cuando hacía algo que no debía e incluso esas llamadas en plena madrugada donde el menor no decía nada, simplemente quería compartir el silencio con él. Takanori había sido la persona más terca, caprichosa y obstinada que jamás hubiese podido conocer, pero al mismo tiempo era la persona más dedicada, apasionada y sincera que existía en el mundo; con solo una mirada Takanori lograba expresar tantas cosas que había logrado despertar en Yutaka un lado que ni él mismo sabía que poseía. Lastimosamente ese lado necesitaba ser alimentado; lastimosamente Yutaka llevaba hambriento por un mes.

Noches atrás había soñado que el cielo se caía a pedazos aunque ninguno de esos enormes bloques negros le llegaba a golpear; en el fondo él sabía que nunca llegaría a ser herido por uno, pero el miedo que le embargaba era tal que no podía hacer más que llorar. Llevaba años sin tener una sola pesadilla, pero aquella noche comprendió que eso tenía su significado: no importaba lo mucho que su vida se desmoronara, su destino era observar y continuar sufriendo. Así sería hasta que él fuese capaz de caminar hacia los bloques y permitir ser golpeado.

Con el pasar del tiempo las visitas habían disminuido y acabó quedando solo él; había hecho de aquella sala de hospital su segunda casa y había agarrado el hábito de dibujar a Takanori hasta hartarse. Era la misma persona que había conocido años atrás, pero cada vez que cerraba los ojos y volvía a abrirlos sentía que Takanori estaba muy cerca de convertirse en un desconocido. La idea le aterraba porque no podía concebir la posibilidad de amar tanto a alguien que no conocía.

 

GULA / TEMPERANTIA

XV.

Yutaka siempre había sido una persona tontamente puntual, mejor dicho era de esa gente que siempre llega diez minutos antes de lo acordado con tal de no hacer esperar a nadie, pero esa tarde fue Kouyou quien debió esperar quince minutos para ver llegar a Yutaka con unas enormes gafas de sol que cubrían casi todo su rostro. Algo no se sentía bien, pero el más alto supo de inmediato que no debía hacer preguntas, sino que dedicarse a escuchar lo que fuese que Yutaka quería hablar con él. Cuando por la tarde recibió aquel mensaje de texto de Yutaka con un parco “Te espero a las 9 en el bar de siempre” no sintió deseos de negarse, no porque tuviese reales ganas de ver al mayor, sino porque sintió a través de esas pocas palabras un grito lleno de necesidad.

Y en esos momentos estando sentados en una mesa alejada del resto no era capaz de apartar su mirada de ese hombre que lucía tan pequeño y frágil como una hormiga bajo una lupa. Por primera vez, desde que conoció a Yutaka dos años atrás, que sentía preocupación por él. La mirada vacía y la expresión calmada habían desaparecido para darle paso a una mirada triste y a una expresión que mostraba los vestigios de un llanto bastante largo; sentía curiosidad de saber qué tenía a un hombre como Yutaka así y, al mismo tiempo, sintió rabia porque sabía que no tenía nada que ver con Akira.

—Cuando me acerqué a Akira, lo hice porque me recordó a alguien... pero luego de un tiempo me di cuenta que a quien debí acercarme fue a ti.

—¿Qué quieres decir?

—Akira es un buen tipo, pero no es fuerte... tú en cambio tienes la determinación de vivir.

No hubo más palabras por un rato, tiempo donde Kouyou se dedicó a mirar a Yutaka fumar sin parar mientras que de vez en cuando alguna que otra lágrima se le escapaba; el mayor parecía no darse cuenta, o quizá estaba lo suficientemente quebrado como para preocuparse de que alguien lo viese en tal estado, sin embargo esas gotas saladas recorrían sus mejillas hasta perderse en su mentón. Un instinto desconocido le decía a Kouyou que se acercara a consolar al contrario, pero la prudencia —de la que se sentía orgulloso— lo mantenía en su sitio como un simple espectador.

—¿Para qué querías verme? —Cuestionó tras cinco cigarros y dos cervezas. El olor le estaba mareando, pero el dolor de cabeza que tenía era causado por la mera impotencia de no saber qué hacer.

—¿Alguna vez quisiste tener sexo conmigo, Kouyou?

—Sí, supongo que sí... eres un tipo atractivo.

La risa de Yutaka jamás le había parecido tan molesta como en esos momentos.

—Nunca lo he dicho, pero tu honestidad es aplastante y perfecta —Lo que pareció ser un halago sonó tan triste que Kouyou no tardó en arrepentirse de haber aceptado la invitación a salir. Yutaka no estaba hablando de esa manera por estar ebrio, sino porque necesitaba soltar aquello que le impedía respirar... aquello que no le dejaba vivir—. Si Akira no fuese tu amigo, ¿te meterías conmigo?

—No lo haría.

—¿Por qué no?

—Porque acabarías conmigo.

Definitivamente Takashima Kouyou era una persona increíble, quizá no igual, pero sí muy cercano a lo increíble que le había parecido Takanori. Y Yutaka no sabía si reír o llorar ante aquel descubrimiento que le tomó meses realizar. Definitivamente le hubiese encantado poder presentarle a Kouyou a Takanori; dudaba que se llevasen bien, pero quizá Takanori hubiese tenido un motivo real para preocuparse de ser dejado. Había visto tantos lados de Takanori, pero jamás llegó a verlo celoso.

—Sin duda eres un tipo maravilloso.

Y como no logró decidir qué hacer, Yutaka rio y lloró mientras acababa su sexto cigarro.

XVI.

Era cerca de las once de la noche cuando ambos optaron por dejar aquella extraña plática que no lograba ir a ningún lado. Todo se había limitado a frases de Yutaka que Kouyou respondía sin darle muchas vueltas al asunto; no importaba lo que dijese, la mirada de Yutaka se volvía cada vez más triste. No había logrado comprender qué tenía en tal estado al hombre de la sonrisa de un millón de dólares, pero sabía que Yutaka no lo había llamado para contarle sobre eso.

Caminando en un incómodo silencio ambos fueron a la estación, como si el día mejoraría al llegar a casa y lograsen dormir un par de horas. En su interior dudaba poder dormir, pero al menos esperaba que Akira fuese capaz de ayudar a Yutaka, o al menos que fuese capaz de calmarlo. Akira era amable a su manera, siempre se preocupaba por el resto y no descansaba hasta lograr mejorar las cosas, pero sabía que Yutaka no era alguien fácil de tratar. Guardaba la egoísta esperanza de que Yutaka fingiese que nada pasaba y que no preocupase a Akira, pero a esas alturas no estaba en las mejores condiciones para pensar.

—¿Quieres saber qué pasó hoy, Kouyou? —Sentados en los bancos de plásticos ambos esperaban a que el tren llegase, Kouyou no lo tomaría, pero se aseguraría de que Yutaka lo hiciera. Ante el silencio del más alto, Yutaka siguió—: Hoy vi una mariposa sin alas... era hermosa como ninguna otra y estoy seguro que voló más alto que nadie. La ayudé a morir...

 

ACEDIA / DILIGENTIA

XVII.

Lo que había sido una esperanza, había acabado como una realidad fulminante: Takanori no regresaría. Paulatinamente su cuerpo había dejado de funcionar y lo que antes le daba ilusiones, ahora era un simple accionar provocado por máquinas. Aquel corazón que muchas veces había sentido latir agitado sobre su pecho seguía bombeando sangre gracias a una máquina, y esos pulmones que le daban oxígeno habían sido reemplazados por unos tubos grotescos que entraban por su boca y nariz. Takanori se había convertido en una especie de máquina que su egoísmo mantenía “vivo”.  Día a día iba a aquel hospital a ver a un cuerpo desmejorado con el deseo de que esos ojos se abrieran y lo mirasen con la misma fuerza que lo había dejado helado una infinidad de veces; seguía esperando —incluso en los últimos momentos— que aquella voz profunda como el océano inundara la habitación, pero nada de eso pasó.

Le había tomado un par de semanas decidirlo, pero aunque se había auto convencido de que podía seguir su vida normal y cuidar de Takanori al mismo tiempo, sabía que era imposible hacer tal cosa. Estaba con Akira por el simple hecho de que no tenía ánimos para dejarlo (o quizá porque de esa forma podía distraer su mente por un par de horas), pero no había día donde no se despertase agitado pensando en Takanori. Akira se había dado cuenta desde siempre, pero estaba tan enamorado (o necesitado de compañía) que se hacía el idiota, pero Yutaka sabía que mientras más estuviese con él, más lo marchitaba. La única persona en el mundo que podía soportar su toxicidad era Takanori, nadie más.

Esa mañana cuando llegó al hospital y el sonido de las máquinas lo recibió, no pudo más que echarse a llorar como un niño. Lloró y lloró por horas hasta que su mano fue por fin capaz de cortar el hilo que le impedía a la mariposa sin alas ser libre.

Lloró y lloró porque él ya no podría volar.

Notas finales:

¿Y?

Les dejo a su imaginación qué pasó con Yutaka.

 

Espero que les haya gustado y seré feliz si me dan sus opiniones en un review.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).