Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Vals de los que Sobran por Kanes

[Reviews - 103]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

III

 

 

 

Soñar despierto debía ser una señal de que empezabas a perderte definitivamente en ti mismo, pero James se estaba perdiendo a sí mismo en otra cosa. Ese masaje no lo dejaba dormir.

 

El día domingo tuvieron una cena con tío Johnny, tío Turner, su esposa Mila y por supuesto los dos problemáticos y futuros bandidos de sus hijos. Por suerte Klimt se escondió a tiempo, escapando de sus maldades.

 

-Hay una cosa que me pregunto -decía el tío Johnny, hermano menor de papá y el más ortodoxo en la familia- . ¿Cuándo va a titularse Miles? Está haciendo su tesis, ¿no?

 

-Ha congelado esa parte por un tiempo, la empresa le quita mucho tiempo, y está realmente comprometido.

 

-Tío Jim, ¿Podrías prestarme la computadora? -le preguntó Phinn a James, uno de los hijittos de Turner, el hijo mayor de tío Johnny, que sobrepasaba en edad a James por tres años. Era verdad lo que Miles decía, perfectamente podría estar casado a los veinticinco. Si tanto pregonaba este hecho, ¿Por qué no se casaba él?

 

-En otra ocasión, Phinn -le dijo, haciéndose el leso. Su computadora estaba en su cuarto.

 

-Miles quiere estudiar otra carrera más, o quizás sacar un postgrado -continuó el señor Löwy.

 

-¿Tú ya sacaste el título, Jamie? -le preguntó Mila, con amable interés.

 

-Sí, hace tres años.

 

-Podrías hacer un postgrado -le dijo su padre por enésima vez.

 

-No he pensado mucho en eso -dijo, mientras miraba hacia la entrada de la cocina. Klimt había vuelto de su escondite.

 

-Nuestro Jamie no tiene mayores planes en la vida.

 

-¡Oh, es Klimt! -exclamó Terry, el más avispado de los dos niños. Phinn era el más maldadoso, pero también el más despistado.

 

Phinn reaccionó de inmediato y fue a por Klimt, quien salió corriendo de la cocina como un alma que se lleva el diablo.

 

-¡Phinn! -lo llamó James.

 

-¿Klimt por Gustav Klimt? -preguntó Mila, inclinándose un poco en la mesa en su dirección.

 

-Sí. A papá le gusta Gustav Klimt.

 

-Una vez intentaste adquirir uno, lo recuerdo -dijo Johnny a Albert- . En una subasta en Nueva York.

 

-Pero lo perdí. Siempre hay alguien más cojonudo que tú.

 

James miró a su padre con curiosidad. No sabía de eso.

 

-Iré al baño -dijo, temiendo por haber perdido de vista a Terry y Phinn.

 

-¿Te comiste la torta de hojas de Mike? -le preguntó tío Johnny antes de que se fuera.

 

-Ah, sí. Estaba bastante buena.

 

James fue hacia las escaleras que llevaban al segundo piso, y una vez estuvo subiendo, vio a Phinn bajando con su computadora bajo el brazo.

 

-¡Phinn!

 

Debió haberlo supuesto. El chiquillo de ocho años pasó por su lado con su netbook, y corrió con una sonrisa de diablillo hacia la sala de estar, con su hermano menor Terry detrás.

 

-¡Tío Turner! -llamó al padre de los niños, revolviéndose el pelo aproblemado.

 

Fue Mila quien acudió.

 

-Está con mi netbook.

 

-Phinn, es la computadora de James.

 

Lo persiguieron a la sala de estar, donde encontraron a Phinn ya con la máquina abierta en par en par. El protector de pantalla con las fotos de Aubrey estaba a disposición de la sala.

 

-Phinn, no debes hacer eso -le dijo tía Mila.

 

-¿Qué ocurrió? -preguntó Turner, apareciendo por fin en la escena.

 

-Phinn estuvo registrando las cosas de James.

 

-Es un curioso. Ya se le pasará.

 

James se puso el netbook bajo el brazo, mirándolos a todos disimuladamente. Mila tenía una expresión extraña que lo alertó.

 

-¿Era una ex compañera de Universidad? Yo tengo un compañero japonés en mi doctorado de Neurología.

 

-Sí -mintió James, de camino hacia el vestíbulo para subir al segundo piso- . Aún me veo con algunos.

 

-Eso está muy bien, Jim.

 

-¡Y cuándo una novia! -preguntó Turner.

 

-Por el momento no estoy interesado -dijo, poniendo el primer pie en un escalón. Se volteó a mirarlos, un poco cohibido. Turner tenía una expresión de extrañeza de lo más marcada.

 

-¿No buscas novia?

 

-No realmente. Sólo... cosas esporádicas.

 

-Ah, disfrutando los veintes.

 

Turner ya estaba en los veintiocho, Mila en los veintinueve.

 

-Phinn, no podrás ver televisión cuando lleguemos a casa -retó Mila a su hijo mayor.

 

James siguió subiendo las escaleras, aliviado ya, y una vez en el segundo conjunto de escalones, apuró el paso.

 

En la habitación, se sentó al borde de la cama, y se quedó quieto por un momento, pensativo. ¿Estaba bien que se rindiera tan fácilmente y se limitara a recibir las fotos de consolación de Will? Wilhelm había sido muy amable al enviarle correos notificándole cómo se encontraba Aubrey, lo cual hacía la situación aún más extraña. Sólo se habían frecuentado tres veces, lo cual era una nimiedad comparado con todo lo cercana que James la sentía. Era como si las cosas ya hubieran sido dichas, las historias de sus vidas y sus opiniones sobre el mundo, como si eso ya hubiera sido hecho y ahora sólo faltase lo más esencial, o al menos el cincuenta por ciento de lo esencial para que estuvieran totalmente compenetrados el uno con el otro. ¿O es que nunca podría llegar a ese nivel con nadie? Llevaba preguntándose eso desde los doce años, o tal vez desde mucho antes, al ver su baja capacidad para relacionarse con casi todo el mundo, su poca suerte para encontrar personas similares, y su tendecia a alejar a todo el mundo producto de su torpeza. O más importante, la tendencia a ser poco respetado por la mayoría de los que llevaran más de dos minutos conociéndolo.

 

Terminó recostado sobre la cama, con media cara oculta por el cojín de su cama. Deseaba tanto ver a Aubrey, hacer cosas lindas por ella.

 

”Tienes una llamada, James” -dijo su celular de pronto.

 

Alzó la cabeza hacia su celular, extrañado por el ringtone. ¿Era que se estaba volviendo loco, o había sido la voz de Aubrey la que lo había llamado “James”?

 

Prácticamente saltó de la cama.

 

“Tienes una llamada, James” -sonó de nuevo.

 

Fue a por su mochila, identificando el sonido desde allá.

 

-Espera, espera, espera...

 

Revisó el bolsillo exterior, haciéndose daño con el alfiler de una vieja chapita de Muse, y al ver que no estaba allí, registró la parte interior.

 

“Tienes una llamada, James”.

 

-Aaaarghh...

 

Revisó en su armario. Tendría que tener su celular más a mano de ahora en adelante. Y es que nadie lo llamaba jamás. Pero le gustaba que fuera así, así que siempre se le perdía. Ahora lo necesitaba y no sabía donde lo había metido.

 

“Tienes una llama...”

 

Se quedó quieto de espaldas al armario, con los ojos como platos. La llamada se había cortado.

 

-No, no, no, no...

 

Saltó sobre su cama y fue a por la mesita de luz. Abrió el cajón y revisó. Tampoco.

 

-Suena de nuevo, por favor...

 

“Tienes un mensaje, James” -dijo el aparatito esta vez. ¿En qué momento Aubrey se había metido con su celular y había cambiado las señales de llamada y mensaje? ¿Quizá cuando se había dormido por su espectacular masaje?

 

Se bajó de la cama y se agachó para mirar debajo de la cama. La lucecita de la pantalla aún estaba encendida cuando lo encontró metido en una de sus sandalias de noche.

 

-Bingo...

 

Estiró la mano y cogió el celular. Se apoyó contra la cama y comenzó a apretar la pantalla touch. El mensaje era corto.

 

Estás invitado a mi casa.

 

Sonrió. ¿Así nada más?

 

Fue a la parte de mensaje, incapaz de envalentonarse y llamarla, y comenzó a teclear un mensaje.

 

OK.

 

Enviado.

 

Sonrió, ansioso por la respuesta.

 

“Tienes un mensaje” -volvió a decir el celular.

 

Ven a la peluquería.

 

James frunció el ceño.

 

Está bien. Llevaré aperitivos.

 

Enviado.

 

 

 

 

 

Se había guardado el celular en el bolsillo de su abrigo azul marino. Ahora se encontraba frente a la peluquería, dentro de la cual había cuatro personas, una en la silla giratoria y dos en espera. La otra persona era la peluquera.

 

-Buenas tardes -saludó.

 

La peluquera, una señora china, de unos cuarenta y algo, se volteó a mirarlo con unas pequeñas tijeras en las manos.

 

-Oh, tú debes ser el amigo de Will. Yo soy Aretha, la madre de Aubrey.

 

-Yo soy James, mucho gusto -dijo.

 

-Will está adentro con Aubrey. Puedes pasar, por allí.

 

Indicó una puerta al fondo del pequeño local, y James hizo un gesto de agradecimiento antes de entrar.

 

La casa de Aubrey era en efecto estilo occidental, el piso era flotante, y las paredes de un color verde limón, con tapices por aquí y por allá. Se topó con un altar shintoista, y más allá, vio un bastidor con entrada a otro lugar. Por lo demás, era un sitio un tanto estrecho, pero bellamente adornado por manos femeninas.

 

-Disculpen -dijo, pasando por el bastidor.

 

Era la cocina. Allí estaba Will, mirando televisión desde una pequeña cocina estilo americano que se conectaba con la sala de estar a través de un escalón. Estaba comiendo galletas con bebida.

 

-James, estás aquí -dijo, al verlo aparecer. Se levantó de su silla de bar y fue a su encuentro.

 

-Hola, Will.

 

-Hola. Aubrey está en la sala de kendo.

 

-¿En la...?

 

-Sí. Luego tomaremos un té y comeremos tus... aperitivos -dijo, mirando la bolsa que James traía- . Quítate el abrigo y déjalo en uno de los sillones.

 

-Gracias.

 

James se quitó el abrigo, un poco nervioso. Will parecía muy encantado de verlo.

 

-Aubrey está meditando. Debes entrar con mucho cuidado. Sólo tiene una hora. Su mamá le da una hora y media de recreo antes de volver a cortar pelos.

 

-OK.

 

-La entrada a la sala de kendo está por allí -dijo, indicando una puerta al lado derecho de la sala.

 

Aubrey se encontraba casi en el medio de una sala de kendo con vista a un pequeño jardín compartido. James pudo ver por los ventanales las otras casas de la comunidad de chinos en la que la familia de Aubrey vivía. Pudo ver a una señora limpiando los vidrios de sus ventanas, y a un niño pasando por losas de piedras puestas en medio del pequeño jardincillo para los transeuntes.

 

A paso cuidadoso, caminó hacia Aubrey, mirando con curiosidad el piso de tatami. Se sentó a su lado, con cuidado, y vio su perfil tranquilo, sus cejas relajadas, sus labios levemente separados y su pecho bajando y subiendo con una lentitud imposible.

 

Entonces abrió los ojos, y de inmediato se volteó a mirarlo, con una leve sonrisa.

 

-Hola -lo saludó.

 

-Hola.

 

Aubrey estiró los brazos y dio un involuntario bostezo. James no le quitó los ojos de encima.

 

-¿Quieres meditar por un rato?

 

-No sé hacerlo.

 

-Sólo debes quedarte tranquilo y quieto, relajarte, dejar o no dejar de pensar, como gustes...

 

-¿En eso consiste?

 

-No sé en qué consiste. Sólo lo hago a mi manera -dijo, hablando muy pausadamente- . Probablemente esté totalmente equivocada, pero a mí me funciona.

 

-OK.

 

James miró hacia el frente, trató de ponerse lo más cómodo posible, y cerró los ojos. Sintió una lenta e intempestiva brisa en la cara, y relajó los hombros, el torso, las caderas, las piernas, hasta las puntas de los pies. Fue increíble darse cuenta de lo tenso que estaba, incluso su nariz parecía estar en tensión, sus mejillas, sus párpados.

 

-Estabas un poco tenso -dijo la voz de Aubrey cerca suyo.

 

-Sí. Creo... que siempre lo estoy.

 

Sintió la mano de Aubrey en su hombro derecho, y relajó aún más los hombros, deshaciéndose de ese leve encogimiento vasto y constante. Incluso sintió cómo se le dilataba el cuello, las cuerdas vocales, y también cómo los párpados se le entreabrían levemente. Sólo de ese modo pudo prever, en parte, cuando Aubrey se inclinó para darle un beso en los labios.

 

Abrió un poco los ojos, y vio los de Aubrey tremendamente cerca. Respondió naturalmente, tensionando de nuevo los labios hacia adelante, logrando que ella también los tensionara de la misma forma, e incluso empujando un poco más que él. Volvió a cerrar los ojos, y el contacto se cortó. Sintió un viento en la cara, y abrió los ojos, encontrándose con que Aubrey se había ido. Oyó los pasos de sus pies descalzos a sus espaldas, y se volteó para ver cómo salía de la sala a paso apresurado.

 

-¡Aubrey! -la llamó.

 

La joven se volteó a mirarlo, con una expresión de inconfundible miedo, y James de algún modo también tuvo algo de ese miedo, pues nunca había dado el primer paso en nada.

 

Se levantó del piso, y caminó hacia ella, mirando hacia el piso cada tanto, un poco cohibido aún. Se detuvo frente a ella, muy cerca, y alzó la mano para tomar sus codos con suavidad. Fijó sus ojos en los de Aubrey, viendo la expectación en los de ella, lo cual le brindó algo más de la valentía que necesiataba. Apretó levemente su brazo, y luego movió su mano derecha hacia su rostro, rozándole el brazo y luego el hombro. No quería ser demasiado atrevido, nada atrevido, sólo... quería besarla otra vez para estar seguro. Seguro de algo que no supo identificar.

 

Aubrey cerró los ojos mucho antes de que él la besase de nuevo. James no pudo reprimir una pequeña sonrisa y rozar con el dorso de su mano su mejilla.

 

-¡Aubrey, James! ¡El té está listo! -llamó Will desde la cocina.

 

Aubrey volteó la cabeza hacia la puerta de la sala, y James finalmente abrió los ojos, sin soltarla.

 

-Vamos -le dijo, mirándolo visiblemente nerviosa.

 

James asintió con la cabeza.

 

 

 

 

 

Miraba por las ventanas del rascacielos donde estaba la Revista con algo de añoranza. Hace minutos que su mente estaba volando muy lejos de allí, o “vagando” como llamaba su padre a lo que él solía hacer. Pero por supuesto, en las reuniones no lo evidenciaba frente a los accionistas.

 

Se puso a jugar con el lápiz de tinta, haciéndolo rodar sobre la carpeta que hace unos minutos Will les había dejado a cada uno frente a sus sillas. Will seguía trabajando allí a pesar de la breve pelea que había tenido con Miles, y que había terminado por matar su amistad.

 

Esta vez Miles sí estaba en la reunión, y no había dejado de vigilar cada tanto a James, dándose cuenta de su evidente separamiento de la realidad inmediata. James estaba en otros páramos ahora mismo, a juzgar por su mirada perdida. Miles había tratado de evidenciar el inapropiado comportamiento de su hermano menor delante de papá, quien se encontraba tan enfrascado en la charla bilateral con uno de los accionistas que esta vez no se había percatado del despiste de James.

 

Lo vio apoyarse del todo en el respaldo de su asiento, dando un suave suspiro que nadie notó, y empezó a mirar su carpeta con expresión concentrada. Miles apoyó un codo en la mesa y se tapó la boca, tratando de aguantarse la sonrisa que estaba esbozando involuntariamente, haciendo la vista gorda de su decoro. James empezaba a ponerse descarado.

 

-Terminada la reunión, señores. Nos encontraremos el próximo mes.

 

Comenzaron a pararse. Recién entones James pareció despavilar y alzar la vista para mirar a los demás. Puso la carpeta boca abajo y se levantó de su silla. Miles rió por lo bajo.

 

-Oí que despidieron a tu última secretaria -comentó tío Richard junto a Miles.

 

-Más o menos. James -Miles llamó a su hermano, viendo que salía aletargadamente de la sala.

 

Lo ignoró olímpicamente. Miles frunció el ceño: había vuelto a volarse.

 

-¿Aún sigue enojado? -preguntó tío Richard, sacando su celular.

 

-No. Lo olvidó por completo. Ahora anda como en las nubes, aquí y en la casa. Al menos cuando está en casa, ahora nunca está. La otra noche no vino a dormir, de hecho.

 

-Albert debió enfurecerse -dijo tío Richard, sacando su celular del bolsillo.

 

-No. No se dió cuenta. James llegó como a las siete de la mañana.

 

-Ya veo. Bueno, nos vemos, campeón.

 

-Nos vemos.

 

Miles lo siguió con la vista, un poco ceñudo. Si lo que James había dicho del contrato de tío Richard era verdad, entonces papá debía pedirle favores dificilísimos cuando no tenía a otros subordinador capacitados para ello. Tío Richard tenía muchos contactos, y eso era vital en el negocio de la publicidad.

 

Miles fue hacia el cubículo de James, tras salir de la sala de reuniones. Lo encontró frente al computador, haciendo un diseño en Illustrator. Estaba haciendo un trazado de lo más complicado con su mano del pulso de oro.

 

Se agachó al lado de su puesto.

 

-Jim. Sé que sigues enojado.

 

Por supuesto, le había mentido al tío Richard respecto del enojo de James. Este aún pensaba que se llevaban de maravillas, como cuando eran pequeños y James lo seguía a todas partes, le copiaba los gestos y le pedía consejos.

 

Por supuesto, James no respondió. Entonces reparó en que estaba escuchando música. Le quitó uno de los audífonos y se lo puso en la oreja: el soundtrack de alguna película, seguro.

 

James le quitó el audífono.

 

-¿A qué vino eso? -le preguntó.

 

-Trataba de comunicarme contigo, pero tus benditos audífonos no me dejan. Dime, ¿Aún estás enojado?

 

-¿De qué hablas? -dijo James, volviendo a poner su atención en el computador.

 

Con una sonrisa de satisfacción, Miles se levantó del piso y posó la mano cariñosamente en su cabeza.

 

-Sabía que no habría rencores.

 

-Estoy un poco ocupado ahora mismo, Miles.

 

-Vamos a tomarnos algo al casino.

 

-Estoy con trabajo acumulado.

 

-Jim...

 

-Miles, en serio.

 

El hermano de cabellera rubia dio un suspiro de pesadumbre y apoyó el codo en el borde de las paredes de su cubículo. James no volvió a levantar la vista de su computador, pero su trazado se hizo más tartamudeante. Tuvo que apretar “Control+Z” varias veces.

 

Aún estaba enojado, era evidente.

 

-Ah, dile a papá que hoy no iré a dormir a casa.

 

-¿Puedo preguntar por qué?

 

-Reunión de mi generación.

 

-¿Universidad o secundaria?

 

-Universidad, por supuesto. Mis compañeros de secundaria casi me matan.

 

-OK. Cuídate y toma de tu propio vaso.

 

James no respondió nada a eso. Miles miró hacia otro lado, un poco desanimado, y se fue a su oficina.

 

No había forma de sacarle alguna palabra consoladora en días así. Su hermano de pelo rojo le hacía la ley del hielo mejor que una chica, para luego volver a ser sociable con él cuando Miles le enseñaba alguna cosa que les gustara a los dos, como una foto de un chimpancé mostrando el dedo medio o un “Forever Alone” especialmente arrugado que hubiera salido en Facebook. Pero eran cosas superficiales, que dejaban de funcionar cuando poco después se peleaban otra vez. Y lo peor era que Jim siempre volvía a sonreírle de nuevo aunque él nunca le pidiera disculpa.

 

Para Miles, él nunca sería culpable de nada. Siempre sería James el cupable, hasta de pequeñeces, y James se había resignado a ello. La conciencia de James para consigo mismo era tan baja que muchas de las veces se había terminado autoconvenciendo de que, en efecto, era él el culpable de la mayoría de las peleas que había tenido con Miles. Era un sistema de resignación que hacía más rápida y menos hiriente -a corto plazo- la sensación de conflicto.

 

 

 

 

 

Sentía el cuerpo desnudo de ella pegado contra el suyo. La sensación era tan agradable que no se había movido un sólo centímetros por minutos. Era una especie de meditación en sí.

 

-¿Cuándo tuviste tu primera novia?

 

-A los quince -respondió, de modo automático.

 

Quince era la edad idónea, hasta en las películas se repetía la misma cifra.

 

-¿Y tú?

 

-Ehm... nunca, tú eres el primero con el privilegio -dijo ella en tono de broma- . Pero Will tuvo la amabilidad de enseñarme un poco a besar.

 

-Qué amable.

 

Aubrey rió levemente, contra su cuello, y James la atrajó más hacia sí, sintiendo el excitante roce de su pierna encogiéndose en torno a la suya.

 

Lo habían hecho por primera vez la noche en que no fue a dormir a casa. Visitaron a Will primero, y ambos fueron al baño a sacar papel higiénico, pues a James se le había volcado el té sobre la mesa de la cocina y no había un paño a mano. Will vivía solo.

 

Abrieron el pequeño armario de debajo del lavamanos, y estaba tan lleno que cayeron varias cosas, hojas de afeitar, el mismo papel higiénico y unos cuantos condones. Se quedaron un poco choqueados ante eso.

 

-Podrías guardar uno. Nunca se sabe -dijo Aubrey como quien no quiere la cosa.

 

Sin embargo, James ya había cogido uno. Sólo necesitó el incentivo de la joven para guardarlo en su bolsillo.

 

Poco después en su casa, comenzaron a besarse y parecía que todo iba normalmente hasta que James inmiscuyó la mano bajo la playera de Aubrey. Ella se alejó, y Jim quizo medio morirse por su atrevimiento, pero Aubrey misma luego lo tomó de la mano y lo llevó a su dormitorio. Había sido una noche maravillosa, ambos un poco inexpertos al principio, pero fue increíble cómo todo fluyó luego, como el Támesis después del invierno.

 

-¿Y tu papá no se enfada porque no vayas a dormir a casa de nuevo?

 

-No. Le mandé un recado con mi hermano avisando. Tuve que mentir para venir, la verdad.

 

-¿Entonces esto está en modo clandestino?

 

-Más o menos.

 

-Sólo Will lo sabe, pero él es discreto. Puedes confiar en él.

 

-Le confiaría mi vida -le susurró James, volteándose.

 

Inmiscuyó la pierna entre las de ella, y comenzó a besarle el cuello, comenzando a sentirse excitado otra vez. Antes de Aubrey, había comenzado a pensar que se estaba atrofiando o algo parecido. Nunca había sido muy... muy, lo cual lo avergonzaba un poco. Aunque suponía que ya se le había pasado. Con novia las cosas cambiaban radicalmente.

 

Aubrey posó la mano en su cabello, y él mismo comenzó a acariciar el suyo, negro y extendido sobre las almohadas como una tela. Había tenido razón: Aubrey se veía muy linda con el cabello suelto, y le alcanzaba la cintura, lo cual era gracioso considerando el hecho de que su madre tenía una peluquería. Y no, no había un padre. Había dejado a la madre de Aubrey tras cumplir cinco años ella. No habían sido buenos años tras su abandono, sin trabajo y sin el apoyo del gobierno. Habían tenido la ayuda de algunos familiares, y con ello habían puesto una peluquería. Pero aún pagaban alquiler por esta. La señora Xu soñaba con el día en que pudieran comprarla.

 

James se detuvo, recordando que no tenían más preservativos, y simplemente apoyó la cabeza sobre su pecho.

 

-Buena idea -dijo Aubrey, con un dejo de risa en la voz.

 

James sonrió y rozó con su nariz su pezón derecho.

 

-Ayy, no, no, no, cosquillas...

 

El joven sonrió, mirándola por un momento antes de volver a recostar la cabeza en su torso. Era la primera vez que tenía ese tipo de intimidad con alguien, y era simplemente increíble, era maravilloso, tan maravilloso que le daban ganas de dar saltitos. Siempre pensó que las chicas eran esquivas, incluso en la cama, un poco graves y refunfuñonas, pero Aubrey no lo era. Le había entregado su entera confianza e intimidad a él, llegando a reírse por una cosquilla en uno de sus pezones. Hasta ahora, había tenido la sensación de que otra mujer se enojaría, pero Aubrey era su primera chica, en contra de lo que Miles creía, y sus expectativas habían sido aplastadas por su adorable encanto.

 

Sentía que poco a poco tocarla a ella se volvería tan normal como tocarse a sí mismo. Se haría tan normal que cualquiera diría que perdería el encanto, pero aún así sabía que seguiría teniendo deseos hacia ella. Tal vez era una utopía, cada día oía de parejas que después de cierto tiempo empezaban a tratarse con una falta de cariño impactante, pero quería creer que con Aubrey las cosas no sería de ese modo. Confiaba en que siguiera mirándola de la misma forma que ahora, con deseos intensos de abrazarla sólo por ser del modo que era.

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).