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Mamá, él es el faraón por rina_jaganshi

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Notas del capitulo:

Rina: No nos maten... 

Rini: Es mucho pedir. 

Al principio se rehusaba a compartir la noticia con el mundo a su alrededor, no obstante, las madres siempre presumirán de los logros de sus hijos, casi como si fueran los propios. “Mi hija acaba de conseguir el mejor trabajo”, “La mía conoció al hombre perfecto”, “Mi hijo tiene la mejor calificación de su escuela”. Pues su hijo, el pequeño Yugi, a quien todos molestaban,  ayudó a salvar el mundo y ahora era novio de un antiguo faraón. Por lo que la señora Muto entendía, los triunfos de los demás eran nada comparados con los de su hijo. Y, sin duda alguna, su futuro era mil veces más prometedor. Incluso con sus pensamientos, estaba renuente a hablar de su yerno. Después de todo, había muchas cosas que no podía explicar.


Lamentablemente los rumores se corrían rápido, no pasaron ni dos semanas para que sus amigas comenzaran a mandarle indirectas, por lo que, al final del mes, decidió confesar. “Yugi tiene novio”. Como era de esperarse recibió falsas reacciones. Un “en hora buena” por ahí, otro “me da gusto por él” por allá, incluso se escuchó el “no es una sorpresa”. Ingenuamente creyó que ahí quedaría el tema pero no, ellas deseaban saber quién era. A la siguiente reunión, llevó una foto. Las mujeres se quedaron boquiabiertas.


 “¿De dónde es?” preguntó una lamiéndose los labios. “¿Qué edad tiene?” se apresuró la más joven del grupo. “¿Qué hace?” inquirió otra suspirando como si regresara a ser la colegiala enamorada. “¿Dónde lo conoció?” quiso saber la última que no podía soltar la fotografía. La señora Muto suspiró aliviada, agradeciendo a los dioses que su hijo le contara con absoluto detalle sobre sus aventuras. Sin embargo, no podía ir por el mundo repitiendo aquello sin que la creyeran una loca. Se concentró unos minutos haciendo lo posible por formar una historia creíble. Con un semblante serio comenzó a relatar.  


—Es de Egipto. Tiene diecinueve años. Es un duelista profesional. Yugi lo conoció en la final del reino de los duelistas, uno de los torneos y, al instante, se ganó su atención. Comenzaron a viajar juntos en ciudad batallas pero Atem, ese es su nombre, tuvo que regresar a su país natal porque, verán, él es el último descendiente del faraón Aknamkanon.


—¿Un faraón? —cuestionó una casi atragantándose con la galleta con la que acompañaban el acostumbrado café. La señora Muto asintió con la cabeza, trataría de mentir lo menos posible. Continuó con su historia, cubriendo todos los aspectos que podía sin levantar sospechas. Al finalizar, se sintió tranquila. Para su mala suerte, en la próxima reunión fue, nuevamente, bombardeada con preguntas, ¿desde cuándo están juntos?, ¿dónde está su familia?, ¿dónde vive? Otra vez dio un largo suspiro antes de contestar.


—Bueno, es que Atem ama tanto a Yugi que se dio cuenta que su existencia no tendría sentido si no está junto a él —las mujeres se taparon la boca con sus manos, ahogando el grito de fascinación—. Obviamente su familia, en Egipto, no estaba contenta, así que lo desheredaron.


—¿Renunció a todo por estar con Yugi? —la señora Muto sonrió amablemente.


—Sí, es por eso que mi padre y yo decidimos que Atem viva en nuestra casa, con nosotros —esta vez, se dieron gusto y soltaron diversos alaridos. Todas pidiendo una sola cosa. No tuvo más remedio que aceptar que la siguiente reunión se realizara en su casa para que ellas pudieran conocerlo.


Y ahí estaban ahora. Todas sentadas a la mesa. Impacientes por ver al chico cuya historia había conquistado sus corazones. Dos de ellas, escépticas, mantenían la esperanza de que todo fuera una mentira (Un hombre así no podía existir). Para su sorpresa, el susodicho apareció cargando varias bolsas de supermercado. Las mujeres retuvieron el aliento. Bronceado, músculos tonificados en sus brazos descubiertos gracias a la playera sin mangas, extravagante cabello, esbelto pero atlético cuerpo, las piernas cubiertas en un pantalón de cuero negro que no dejaba nada a la imaginación y esos hermosos, inigualables ojos color carmesí. Cuando creían que aquel adonis no podía ser más perfecto…


—Hola, sean bienvenidas. Mi nombre es Atem, si necesitan algo, pídanlo  —habló. Las mujeres casi se desmayan con el varonil tono de voz. Tan simples palabras que él convertía en la invitación más pecaminosa. Con una ligera sonrisa, siguió su camino hasta desaparecer por el pasillo que llevaba a la cocina, con la clara intención de acomodar las cosas recién compradas.   


—¡Oh, por todos los dioses existentes, es tan… —comenzó una, incapaz de terminar se mordió el labio inferior. La señora Muto se sentó con la espalda erguida. Orgullosa miró la expresión de todas sus amigas, que continuaban fantaseando con su yerno.


—Sí y es todo un caballero, miren —se aclaró la garganta— ¡Atem, podrías traer la cafetera! —no necesitaba respuesta. En unos segundos, el faraón ingresó de nuevo al comedor para depositar el electrodoméstico en el medio— oh, lo olvidé, necesitamos tazas y algunas galletas.


—Por supuesto —fue y regresó con lo pedido. Las mujeres seguían cada movimiento. Estaba por retirarse cuando la más joven se dio valor.


—Deberías acompañarnos —movió la silla a su lado que, afortunadamente, estaba vacía, las demás la miraron con envidia.


—Es muy amable pero no quiero entrometerme en su reunión…


—¡Oh, por favor entrométete! —olvidando la vergüenza, le jaló por la muñeca, obligándolo a que tomara asiento. La señora Muto suspiró.


—Está bien Atem —le aseguró, lanzándole una mirada arrepentida, pese a todo, sabía que el faraón era demasiado amable para negarse.


Como si hubieran olvidado todo lo que su amiga les proporcionó de información, volvieron a hacer las preguntas básicas. Afortunadamente ella había hablado con él, contándole lo que dijo. Así sus historias concordaban. Atem, agradecía tener sus memorias, de esa manera no había necesidad de mentir cuando preguntaron por su infancia, claro que evitó dar algunos detalles para que no se notara la milenaria distancia temporal que existía entre la época donde nació y la actual.


Pasadas unas horas, comenzó a cuestionarse cuándo podría retirarse sin parecer grosero. Sin embargo, las mujeres continuaban haciendo preguntas. Incluso si su respuesta se limitaba a un modesto “no sabría qué decir”, ellas lucían satisfechas con sólo tenerlo ahí. Suspiró agotado, tomando un poco del café que, amablemente, la mujer a su lado le sirvió. Tanta atención le hacía sentir incómodo. Prefería mil veces estar en la tienda ayudando al abuelo con el inventario o acomodando la nueva mercancía. Para su suerte, su suegra pareció comprender la situación. 


—Se está haciendo tarde y tengo que comenzar a preparar la comida —atinó a decir—. ¿Atem, podrías ir cortando las verduras? —las cuatro amigas entristecieron al ver que el atractivo joven se puso en pie, dispuesto a retirarse.


—¡Espera, espera! —chilló una— ¡Tengo una pregunta más! —Suplicó—; ¿Has pensado qué vas a hacer en el futuro? —sonriendo jugueteó con la cuchara de café, tratando de disimular lo interesada que estaba, en saber las posibilidades de que dicho adonis quedara soltero, en un país desconocido, sin nadie que le pudiera ayudar. Ella no dudaría en brindarle una mano… o dos.


—De hecho, es un tema que ya discutimos —La señora Muto volvió a ganarse las miradas interesadas de sus amigas—. Yugi tiene que terminar la escuela, todavía le queda un año para decidir si entrar o no a la universidad. Ambos guardan el dinero que ganan en los torneos para después comprar una casa —sonrió—. Espero que en unos años se puedan casar y tengan lindos niños —afirmó con la cabeza. El faraón se limitó a sonreír de medio lado, cada vez era más frecuente escuchar tal petición de su suegra y, siendo honestos, él estaba más que encantado con hacerla una realidad.


Un futuro al lado de su pequeño le parecía encantador. No estaba muy seguro acerca de los hijos, es algo que jamás había contemplado, no por eso lo descartaba. Al final dependería de lo que su hermoso ser de luz quisiera. Después de todo le daría el mundo entero si se lo pidiera.


—¿En verdad se gana tanto en los torneos? —la interrogante lo sacó de su ensoñación.


—La ventaja de ganar el primer lugar, no es sólo la cantidad de dinero que recibes, también hace que te inviten a otros torneos, además de traer más clientes a la tienda —explicó el faraón amablemente— Como un ejemplo, el abuelo estaba pensando en organizar un pequeño torneo, sólo por diversión, algunas empresas se enteraron de que aibou y yo participaremos, así que decidieron hacerlo más grande. Ahora  el premio es bastante prometedor —las oyentes parpadearon confundidas.


—¿Aibou? —repitió una.


—¡Oh! —la dueña de la casa aplaudió, una vez más, siendo el centro de atención— Atem le dice “aibou” a Yugi porque es su eterno compañero y Yugi le dice “mou hitori no boku” a Atem porque es su otro yo, la parte que le faltaba para estar completo —hubo un silencio antes de las reacciones.


—Santo Dios —blasfemó una abanicándose dramáticamente con su mano derecha.


—¡Que lindos! —exclamaron al unísono dos, abrazándose conmovidas.   


—Mi yerno le dice “gorda” a mi hija —masculló la última mujer. El faraón entrecerró los ojos, no entendía lo que estaba pasando, dicho comportamiento le parecía sumamente extraño. ¿No estaban hablando del torneo? Miró unos segundos el semblante de su suegra, tratando de leer la expresión se concentró.


La siguientes semanas después de su duelo en Koi Koi, la actitud de la señora Muto cambió drásticamente. Ya no lo trataba mal, por el contrario, comenzó a enseñarle a usar los distintos aparatos electrónicos, así como, a preparar comidas básicas y, lo más importante de todo, le permitía el contacto con su lindo aibou. Ningún “toqueteo inapropiado” claro está, simples abrazos, cortos besos en los labios, además, de alguna caricia furtiva que el menor le dedicaba de vez en cuando. Se estremeció con la vívida memoria, casi sintiendo los tersos dedos sobre sus bíceps.


Tuvo que agitar la cabeza un poco para regresar a la realidad. Para su suerte, las mujeres habían empezado a intercambiar argumentos sobre lo horribles y nada parecidos a él que eran los novios de sus respectivas hijas. La señora Muto volvió a dirigirle una mirada, alzó una ceja al reconocer la chispa de orgullo. La misma que adornaba sus facciones cada vez que realizaba alguna tarea de la manera correcta. Pero sólo estaba parado ahí. ¿Qué pudo haber hecho para ganarse dicha mueca? No pudo ahondar en el asunto, pues a lo lejos escuchó la puerta principal abrirse.  


—¡Mou hitori no boku, estoy en casa! —el grito resonó por el lugar. De inmediato, el faraón se colocó en la entrada del comedor, justo a tiempo para atrapar el cuerpo de su pequeño, que se abrazó a su cuello—. ¡Aprobé mi examen de matemáticas! —conociéndolo a la perfección, le sostuvo por la cintura para alzarlo, efusivamente dio un par de vueltas, provocando la risa en el menor—. ¡Gracias por alentarme a estudiar! —cariñosamente se separó un poco para rozar sus narices.


Las mujeres ahora sí sentían su mundo estremecer. ¡Era imposible! ¡Imposible que un hombre así existiera! Peor aún… ¿Dónde estaba cuando ellas eran jóvenes? En este punto ya no sabían si llorar por la tristeza, la envidia o el notable amor que los chicos compartían.


—Uh, lo siento, no sabía que teníamos visitas —comentó apenado, una vez que su novio lo devolvió al suelo.


—Yugi, ellas son mis amigas, tal vez no las recuerdes pero las conociste cuando tenías cinco años —el pequeño paseó sus bellos ojos entre cada rostro, ninguno le parecía familiar. Aun así, sonrió, iluminando todo a su alrededor. Las presentes no pudieron evitar preguntarse cuándo aquel tímido niño se había convertido en un hermoso joven.


—Hola, es un placer verlas —hizo una ligera reverencia. De nuevo, la más joven se apresuró a hablar antes de que los chicos pudieran dirigir sus pasos hacia otro sitio de la casa.


—Pero cómo pasa el tiempo, mira que grande estás —de inmediato se levantó para abrazar al menor que rio nerviosamente— Y que guapo te pusiste —suspiró de manera exagerada, sin esperar respuesta, lo arrastró hasta la silla vacía, obligándolo a tomar asiento. El faraón se limitó a pararse a su lado.


—Recuerdo haberte visto en la televisión hace un año —afirmó otra haciendo el intento por concentrarse— Ganaste el título de…   


—El rey de los duelistas —completó Yugi con una sonrisa.


—¡Eso mismo! —paseó su mirada por los jóvenes— ¡Felicidades! —aplaudió ligeramente, enseguida, se detuvo para sonreír de forma pícara— Y mis mejores deseos para ti y tu novio —esta vez, el pequeño se ruborizó. Él no tenía idea de que las amigas de su madre supieran de su relación.


—Uh…yo…sí, él y yo… —las cuatro mujeres rieron divertidas, el júbilo aumentó cuando el adolescente se levantó para tomar la mano de su madre y salir disparado en dirección de la cocina. Una vez que se aseguró que estaban solos, infló las mejillas infantilmente—. ¡Mamá, se supone que eso es algo privado entre Mou hitori no boku y yo! —se cruzó de brazos. Su madre le imitó.


—¿Qué se supone que hiciera? —suspiró— se esparció el rumor en la colonia de que tienes novio porque a “alguien” —enfatizó la palabra mirándole intensamente— le encanta ir a todos lados tomado de la mano del faraón —frunció el ceño— debo reconocer que al principio creí que era él quien te toqueteaba pero es innegable que eres tú el que lo provoca —Yugi dio un respingo ofendido e iba a replicar pero su progenitora se adelantó—: Y no puedo regañarte porque yo hacía lo mismo con tu padre —antes de que el de ojos amatistas estallara de la vergüenza,  el abuelo Muto apareció por la puerta al ser su descanso de la tienda para comer. Al entrar, miró a su nieto sonrojado y a su hija riendo divertida.


—¿Me perdí de algo? —inquirió.


—Nada nuevo, sólo le decía a Yugi que sus genes están despertando —se encogió de hombros.


—¿Oh, te refieres a la manera en que trata de seducir al faraón? —el anciano sonrió— sí, eso es por nuestro lado de la familia.  


—¡Basta ya! —exclamó por fin, intentando en vano disminuir el color carmín que cubría su rostro— Yo no voy por ahí haciendo “eso” —otro puchero se formó en sus labios.


—No tienes de que avergonzarte, es parte de nuestro encanto, no serías un Muto si no fueras por ahí contoneándote para provocar a tu novio —los mayores asintieron con la cabeza al mismo tiempo, de igual manera parecieron recordar alguna anécdota de sus años de juventud.


—Lo que me sorprende es el auto control que tiene Atem —comentó llevando su dedo índice a su mejilla—. Estoy segura que cualquier otra persona ya te hubiera saltado encima, tu padre no pudo resistirse por tanto tiempo…  


—¡Mamá! —chilló aún más avergonzado.


—¡Cierto, cierto! —apoyó el abuelo ignorando la clara incomodidad por la que el menor estaba pasando al hablar de dichos temas—. No cabe duda que el faraón es admirable —dijo lleno de orgullo— Pero no te rindas Yugi, tarde o temprano caerá bajo tus encantos —le guiñó un ojo antes de carcajearse.     


Mientras Yugi trataba, sin resultado alguno, de terminar con la vergonzosa plática. El faraón disputaba su propia pelea contra las cuatro mujeres que, aprovechando el momento de privacidad, se atrevieron a arrimar sus sillas hasta rodearlo. Ni siquiera sabía cómo terminó sentado en el medio. Una vez ahí, comenzaron a bombardearlo con nuevas preguntas. Por si fuera poco, cuando se distraía mirando a una para contestar cortésmente, dejaba un punto ciego, lo que sentía después era una mano apretar su hombro, un juguetón pellizco en el brazo, una caricia en la mejilla y, podría jurar que alguien había toqueteado su muslo derecho.


Se revolvió incomodo en su lugar, reclamándose el descuido de no salir detrás de los otros cuando tuvo la oportunidad. Debido a sus años de espíritu, el contacto físico era algo ajeno a su persona. De vez en cuando, Joey golpeaba su hombro, Tristan sus costillas de manera juguetona y Tea le abrazaba cada vez que se despedían. Sin embargo, la acción siempre salía de los demás, nunca de él. La única persona a quien dirige sus atenciones es y será su aibou. De todos los seres existentes solamente a él tiene la necesidad de sentir.


Por lo mismo, la situación comenzaba a estresarlo. Quería…no, necesitaba alejarse de esas mujeres. Antes de que perdiera el control y las sombras acudieran a su llamado, los otros regresaron de la cocina. Para su sorpresa, su novio se limitó a reír, siendo su suegra quien se acercó para liberarlo.


—Chicas, esto fue muy divertido pero es momento de hacer la comida —con lentitud ubicó a su yerno detrás de ella, como quien pone a la presa lejos del depredador— Me encantaría invitarlas a acompañarnos pero sé que están muy ocupadas —las cuatro mujeres suspiraron. Una a una se puso en pie para despedirse. La más joven abrazó a Yugi como un pretexto para abrazar a Atem, las demás maldijeron que no se les ocurrió primero.


—Fue un gusto verlas de nuevo —dijo el menor haciendo un reverencia. El faraón, parado a su lado, se limitó a hacer un ademán con su cabeza.


—Las acompaño a la puerta —de inmediato las guio a la salida. Una vez ahí las amigas le sonrieron.


—Debemos repetir esta visita —comentó, disimuladamente, una.


—Sí, sí, definitivamente fue muy divertido —apoyó la más joven.


—Es que el café que compras es buenísimo —se excusó la tercera— tan exótico y diferente… —se aclaró la garganta— debes decirnos dónde lo has conseguido.


—Y tus sillas son tan cómodas —exageró la que, en un principio, dudó de la existencia del “novio de Yugi”. La señora de la casa se cruzó de brazos, observando a sus amigas mientras adulaban cada insignificante detalle de su reunión, ninguna, claro está, mencionaba lo mucho que les encantó su yerno y la enorme diferencia que haría si la próxima vez no estaba presente. Suspiró antes de sonreír.


—Definitivamente repetiremos esto —se concentró unos segundos— pero creo que la siguiente reunión es en la casa de Kyoko —apuntó a la mujer que saltó en su lugar— yo llevaré el café —sin más, agitó su mano en señal de despedida y cerró la puerta. Negó con la cabeza, tratando de recordar la última vez que fue tan popular. Definitivamente fue cuando comenzó a salir con el que se convertiría en su futuro esposo.


Sin borrar la sonrisa de su rostro, regresó en sus pasos para recargarse sobre la pared, a una distancia prudente del comedor, de manera que podía observar a su hijo. Quien reía tenuemente ante el rostro cansado del faraón, no pasó mucho tiempo para que comenzara a depositar tiernos besos sobre sus labios. Ella suspiró, notando, nuevamente, los coqueteos de Yugi, sin duda alguna, era un descendiente digno de la familia.


—Ojalá existiera una manera de procrear entre ustedes —dijo en voz alta, captando la atención de los jóvenes que parpadearon confundidos—, estoy segura que me darían hermosos nietos y toda mujer existente me envidiaría —Yugi se estremeció.


—¡Mamá! —chilló avergonzado, tanto así que dio un paso atrás, separándose de su novio, además, cubrió su cara enrojecida con sus manos—. ¡Por qué me haces esto!


—¡Oh, por favor Yugi! —su progenitora se apresuró a abrazarlo— Imagina ver a un pequeño Atem corriendo por aquí o a una linda niña de facciones feroces con unos impactantes ojos carmesí —canturreó.


—¡Qué! —más rojo todavía, el chico se revolvió nervioso— ¡No puedo creer que estés diciendo eso! —hizo una pausa para regular su respiración— ¡Además, creí que no querías que Mou hitori no boku y yo…! —tragó en seco.


—Por supuesto que al principio me oponía pero ahora… —dirigió su atención a la tercera persona involucrada, hasta tomarlo por los hombros—. Atem, mírame y responde con sinceridad. ¿Si encuentro una manera de que tengas perfectos bebés con Yugi, lo harías?


—¡Wa, no le hagas esa clase de preguntas! —el duelista saltó en su lugar— ¡Mamá, qué pasa contigo últimamente! —los dos se concentraron en discutir el asunto y todas las veces que su madre, literalmente, sugería que los chicos tuvieran relaciones sexuales. Mientras, Atem permanecía estático, sin saber exactamente qué hacer.


Por unos segundos tuvo que usar todo su poder para sacar las imágenes eróticas de su cabeza. Sobre todo, aquellas donde Yugi se encontraba acostado en la cama, desnudo, pidiéndole que le “hiciera” un hijo, no sabría si podría pero él lo intentaría, una y otra vez, toda la noche de ser necesario… Esta vez fueron sus mejillas las que se ruborizaron. Exhaló e inhaló profundamente, tenía que concentrarse.


—De todas formas lo van a hacer, tal vez no hoy o mañana pero conociéndote algún día el faraón no va a poder resistirse más y se te va a ir encima —Yugi alcanzó el punto más alto de la vergüenza—, entonces, yo digo que deberíamos estar preparados para ese momento. ¡Ah, hablemos con tu amigo millonario! —gritó emocionada— Tal vez conoce algunos laboratorios de genética…


—¡Kaiba no usa su dinero en esa clase de investigaciones! —afirmó escandalizado. Su madre le ignoró.


—Preguntémosle a la familia de Egipto. ¡Los Ishtar! —tronó los dedos— dijiste que ellos tenían artículos milenarios, con suerte sabrán magia antigua o algo parecido.  


—¿Ahora también estás a favor de la magia? —preguntó indignado.


—¡Estoy a favor de cualquier cosa que nos ayude a alcanzar nuestro objetivo!


Atem, disimuladamente, retrocedió. Los otros estaban tan enfocados en su discusión que no notaron que se escabulló hasta la cocina, donde se dejó caer pesadamente en uno de los bancos que rodeaban la barra. El abuelo le sonrió, con los gritos era imposible no escuchar lo que sucedía o el tema principal de la conversación.


Lentamente, sirvió dos tazones de fideos. Acomodó uno frente al faraón y otro a su lado derecho, lugar que él mismo ocupó. Asintió con la cabeza ante el “gracias” que recibió, luego se dedicó a degustar su comida. Cuando la plática del otro cuarto llamaba su atención, miraba a Atem por el rabillo del ojo, justo a tiempo para apreciar el ligero suspiro, la negación de cabeza o el color rojo en sus mejillas.


Rio entre dientes. No podía evitar entretenerse con los problemas que hoy en día agobiaban a su familia, es decir, no más juegos de las sombras, no más maniáticos queriendo destruir el mundo y no más Yugi llorando por tener que despedirse del amor de su vida. Ahora todo giraba en torno a temas normales, bueno, lo suficientemente normales que se podía ser con un faraón resucitado y una hija que pasó de ser la suegra malvada a la cupido por excelencia. Si lo pensaba bien, cualquier yerno estaría feliz de tener el permiso de la madre para…embarazar a su hijo.


Nada pudo hacer para evitar carcajearse, ganándose una mirada asesina del duelista, que no necesitaba saber lo que el abuelo pensaba para intuir que tenía que ver con su actual situación. Agotado con las actividades del día, se puso en pie para servirse un poco de agua.


—Entonces faraón… —se detuvo antes de llevar el vaso a su boca para mirar al abuelo— ¿Cuántos bisnietos vas a darme?     

Notas finales:

Rina: ¡Ah, me encanta el proceso por el cual pasa la señora Muto! —con corazones en los ojos.


Rini: Lo ves Atem, al final te dijimos que iba a amarte —el susodicho suspira.


Atem: Sí pero… ¿deben tener esa clase de discusiones? —se ruboriza.


Rini: No finjas que no te encanta —le mira pícara. Rina camina hasta el bulto de sábanas, cobijas, cojines, almohadas y demás que está a unos metros de ellos.


Rina: ¿Yugi? —se pone de cuclillas— ¿No vienes a platicar?


Yugi: ¡No, jamás voy a salir de aquí! —envolviéndose en las sábanas— A todo el mundo le gusta avergonzarme.


Rina: Oh, cosita —más corazones a su alrededor.


Atem: ¿Aibou, puedo entrar? —Después de unos segundos, las sábanas se aflojan lo suficiente— Hablaré con él —sin decir más se adentra en el fuerte acolchonado. La chica regresa junto a su hermana.   


Rini: En fin, sabemos que debemos varias explicaciones, primero el por qué no la pasamos desapareciendo —suspira— más que nada, hemos estado perdiendo el tiempo en otras cosas y estamos deprimidas por todo lo que está pasando con el MMD.


Rina: Sí, para quienes sepan que nos encanta hacer yaoi con ese programa, resulta que nos va a tomar más tiempo terminar lo que empezamos —llora— el mundo es tan injusto.


Rini: Ya les diremos exactamente el por qué, mientras tanto, este fic se supone que ya está terminado, desde el primer capítulo, luego sacamos el dos por algunas maravillosas ideas que nos dieron y al final sacamos este tercero porque necesitábamos algo divertido para relajarnos.


Rina: Sí, de corazón esperamos que quienes lo lean se rían un rato y se olviden de todo —suspira— mientras tanto, estaremos haciendo lo posible por continuar y terminar nuestros fics. Muchas gracias por el apoyo y por tenernos paciencia. Un saludo y un abrazo a todas/os, nos estamos leyendo. 


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