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El Harem del príncipe Ryoota por himurita

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Notas del capitulo:

¡Hola!

 

Mil perdones por la tardanza, mi vida esta de cabeza

Espero que aún haya alguien dispuesto (a) a leer esto

Siento tanbien no poner los nombres de quienes me dejaron su lindo review, pero de igual manera ¡se los agradezco mucho! es agradable leer sus opiniones, por lo que si tienen quejas, sugerencias o peticiones, todas serán bien recibidas, ¡no se contengan!

Les dejo con este capitulo raro que debía ser corto pero que no lo fie tanto, y que al final terminé complicandome con tanto personaje.

Ojala les guste

 

Capítulo IV Midorima Shintarou Consejero  real del reino de Shotokku

 

Midorima Shintarou, Poseedor de una increíble inteligencia, y don de estratega, fue seleccionado para ser el consejero del rey Kiyoshi Miyaji del reino de Shotokku, quien al ver sus habilidades no dudó en tenerlo como su hombre de confianza, y todo el mundo veía que no pudo haber tomado una mejor decisión que esa, pues gracias a sus sabios consejos era que el reino prosperaba como nunca antes se había visto. Además, cabe mencionar que  como buen estudioso, tenía un amplio conocimiento en el terrero de la medicina, lo cual en tiempos como aquellos era sumamente útil.

 

Shintarou era un chico alto, esbelto pero fuerte, de llamativos cabellos verdes y ojos color esmeralda que aunque no poseían muy buena visión no dejaban de ser hermosos, en cuanto a su personalidad podría decirse que es una persona bastante seria y callada, orgulloso y recto como nadie, que sigue las reglas casi al pie de la letra y es bastante reservado, tiene una ligera obsesión por la fortuna que le depara el futuro según  el designio de los astros, y es por esto último que siempre lleva consigo un “objeto de la suerte”.

 

Miyaji  y Shintarou no eran amigos, ni demasiado cercanos, pero a pesar de todo se llevaban bien y gozaban de una cordial relación de trabajo, más entre ellos había un torbellino que los traía de cabeza a ambos, uno pequeño de ojos azul grisáceo y radiante sonrisa:

 

Takao Kazunari, era el esposo del rey Miyaji, y también se había hecho gran amigo de Shintarou desde que se conocieron, fue simplemente inevitable, Kazunari encontró que molestar a ese peliverde tan serio era sumamente divertido, y con el tiempo se dio cuenta de que aunque no lo estuviera molestando también era agradable estar a su lado, de manera que con un poco de esfuerzo y acoso por parte del azabache logró poco a poco que el otro lo reconociera como a un amigo.

 

Todo parecía ir de maravilla en el reino y sus habitantes, hasta el día en el que el consejero real fue acusado de traición ¿por qué? Pues podría decirse que los celos y una mala influencia alrededor hicieron que el rey se cegara a la realidad, comenzando a notar como su esposo y Shintarou pasaban mucho tiempo juntos, lo bien que se llevaban, la manera en la que se entendían, la hermosa sonrisa que el azabache destinaba solo para él, la manera torpe en la que el ojiverde intentaba esconder su agrado por el muchacho, pero lo que terminó por enfurecerle fue el haberlos visto abrazados detrás de los establos, ocultos de la vista de todos mientras los brazos del menor se enroscaban alrededor de la cintura del más alto y escondía su cabeza en el pecho del mencionado, así mismo el mayor le correspondía, abrazándole por los hombros y acariciando suavemente su espalda como si intentara reconfortarlo.

 

A raíz de todo eso, el rey, cegado por los celos y la ira decretó la ejecución de su consejero al amanecer del nuevo día, no le dio derecho a juicio alguno y le mandó encerrar en los calabozos durante el tiempo que faltaba para que se cumpliera su sentencia, claro que Kazunari no se quedó sin decir nada, le exigió a su esposo que dejara libre a Shintarou, pidiendo razones de aquella repentina y espantosa decisión que para él no tenía sentido alguno ¿Por qué mandaría ejecutar a su mejor consejero? ¿De qué maldita traición estaba hablando? ¿En qué demonios estaba pensando Miyaji?

 

-¡Shin chan jamás te traicionaría!- las lágrimas surcaron el rostro del azabache que ya no podía más con la angustia, cómo era posible que algo así estuviera pasando, cómo era posible que la persona con la que se había casado hiciera algo tan horrible como matar al que se había convertido en su mejor amigo.

 

-Shin chan esto, Shin chan aquello ¿No te cansas de hablar de él? ¿A caso es en todo lo que piensas?- el rey lleno de ira sujetó a su esposo con brusquedad de los hombros y lo sacudió violentamente, sin que sus ojos claros dejaran de irradiar esa ira y celos que lo estaban consumiendo.

 

-Kiyo chan…- el menor entrecerró los ojos con dolor y levantó sus manos, aferrándose a la ropa ajena en un intento de detenerlo- me estas lastimando- murmuró con la voz quebrada, sin poder ocultar que se encontraba asustado, tanto por el destino de Shintarou como por la actitud de Miyaji, una que nunca antes había visto.

 

-¿Y lo que tú me lastimaste a mí? ¿Sabes cuánto me dolió tu traición?- los ojos del rubio rey destellaron dolor, dejando al menor aún más confundido y totalmente estático mientras su esposo se abalanzaba sobre él tirándolo al suelo.

 

-¿por qué?... –sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas y su voz era apenas un susurro, sin importarle el dolor que recorría su espalda a causa del golpe contra el piso- yo tampoco te traicionaría jamás…-el azabache extendió sus manos hacia arriba, ubicándolas en la nuca ajena para poder atraer al rubio hacia él y besarle, un breve y desesperado contacto, pero que él necesitaba para expresarle que sus palabras eran ciertas, para transmitirle lo que siempre le había demostrado, amor…

 

-Me mientes con esa cara y yo como un tonto caigo en tus engaños- el beso pareció apaciguar un poco al rey, o al menos aturdirlo lo suficiente para que un poco de duda se dibujara en su expresión, como si el sentimiento que el azabache intentaba transmitirle le empezara a llegar, como si el verlo bañado el lágrimas removiera su corazón en un incómodo sentimiento de culpa y  arrepentimiento.

 

-Por favor…. No le hagas esto a Shin chan- suplicó el menor, haciendo que el rubio volviera en si, dejando de lado cualquier duda que llegó a invadirlo, y sintiendo de nuevo la ira correr por sus venas al escuchar ese nombre otra vez, porque Kazunari ni siquiera estaba pidiendo piedad para él, no, la estaba pidiendo para su amante, y eso sólo terminó por enfurecerlo aún más.

 

-¿Le mostraste a él también esa cara suplicante? ¿te divertiste revolcándote con él? ¡¿te gustó más que hacerlo conmigo?!-gritó furioso el rey mientras comenzaba a hacer trizas las ropas que llevaba su esposo, quien quiso defenderse pero fue fácilmente sometido por la fuerza del rubio, que sujetó sus muñecas contra el suelo con una sola de sus manos y le presionó con su peso.

 

A partir de ese momento el menor dejó de luchar y cerró los ojos para no mirar la expresión que tenía su esposo en el rostro mientras terminaba de arrancarle la ropa y mordía con fuerza cada parte de su piel, desquitando su rabia con esa tersa piel que se ponía roja bajo su rudo toque, con ese cuerpo que temblaba con cada embestida fuerte y descuidada que era dada, con esos labios que sangraban por lo fuerte que habían sido mordidos, con ese chico que entre sollozos y gemidos le decía de manera repetida que lo amaba.

 

-Nunca…-susurró el menor cuando tuvo algo de voz que utilizar de manera coherente en lugar de gritar por las dolorosas estocadas que sentía que le partían en dos, captando al menos la atención del rubio, que se detuvo por un momento al notar como el cuerpo del menor dejaba de ejercer cualquier tipo de resistencia, casi como si se estuviese resignado a toda aquella tortura-nunca  te traicionaría… porque te amo…-murmuró justo antes de que sus manos cayeran sin fuerza a los costados de su cuerpo y quedara completamente inconsciente. Una lágrima más rodó por su mejilla, y fue solo entonces que el rey se dio cuenta de lo que había hecho, reparando en los moretones que la, antes siempre perfecta, piel del azabache mostraba, en como sus dedos habían quedado marcados sobre esta y como sangraba de ciertas partes con las que se había ensañado, pero sobre todo noto el abundante líquido escarlata que bañaba los muslos ajenos, sintiéndose  horrorizado por lo que había hecho, y completamente alarmado de que el menor se hubiese desmayado.

 

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Mientras tanto, Shintarou aguardaba en la oscuridad de una fría celda, apoyado contra la dura roca que era uno de los muros de esta sin nada más que hacer que darle vueltas en su cabeza al asunto que lo había llevado hasta ahí, el por qué el rey había decidido encarcelarlo y ejecutarlo de buenas a primeras, aquello no tenia sentido, pero si una explicación que con lo brillante que era no tardó en encontrar, aunque a la conclusión que había llegado era aún más absurda, porque para él  y para todos en el reino estaba seguro de que era más que claro que Kazunari amaba a su esposo y rey, por lo que los celos de Miyaji  no tenían fundamento alguno, a menos claro que alguien le hubiera envenenado la mente. Pero fuese lo que fuese, realmente no le importaba aceptar un destino como aquel si era lo que los astros le tenían preparado, pues bien se lo había dicho aquel famosos adivinador en la mañana

 

“Atravesaras por terribles problemas de los que no te será nada fácil escapar, incluso puedes perderte en ellos, pero aún tendrás un rayo de esperanza si confías en una radiante y sincera sonrisa y en lo cálido de un abrazo”

 

Esas fueron las predicciones para su futuro, y justo ahora atravesaba por esos terribles problemas que quien sabe si tendrían solución. Más no tuvo tiempo de seguir pensando en ello, ya que la celda se vio iluminada por una vela que llevaba ni más ni menos que el mismo rey, había ido a visitar a su prisionero porque necesitaba respuestas, porque toda la furia que le había embargado se había disipado y ahora solo le queda arrepentimiento y una dolorosa sensación en el pecho.

 

Sin decir palabra alguna, y luciendo cual muerto en vida, el rubio se acercó hasta la celda y abrió el cerrojo que mantenía cautivo al más alto, se coló dentro de la prisión y se dejó caer a los pies del peliverde con una expresión tan abatida que Shintarou temió lo peor.

 

-¿Es Takao?-preguntó de inmediato casi en una afirmación sin poder evitar que el tono de su voz denotara preocupación, porque sabía que lo único que podía poner en ese estado al rey era algo relacionado con el pequeño de cabellos negros.

 

-Yo… lo he lastimado- se reprochó el rey tristemente, furioso consigo mismo, pero en el fondo negándose a aceptar toda la realidad- pero tú, Midorima Shintarou, lárgate de mi reino y no vuelvas nunca-le ordenó mientras se ponía de pie intentando recobrar la compostura y dirigiéndole una fría y furiosa mirada al más alto.

 

-Quiero verlo-declaró seriamente el peliverde, necesitaba comprobar que Kazunari estaba bien y que no le pasaría nada malo, o al menos nada peor de lo que ya le había ocurrido, y aunque él no estaba al tanto de ello, bien podía darse una idea.

 

-¡No! Él está bien, tienes mi palabra, sus heridas sanarán, y te juro por lo más sagrado que repararé mi falta con él-habló de manera sincera esta vez, constatando con determinación que lo que decía su boca era cierto y que cumpliría su palabra como hombre, porque se lo debía a Kazunari, se lo debía a ese maravilloso ser que el único error que cometió fue amarlo tanto.

 

Shintarou se mostró reacio a obedecer y marcharse así como así, sin comprobar el estado del de ojos azul grisáceo, pero el rey tampoco le estaba dando muchas opciones, y no estaba en posición de intentar una locura al estar rodeado de guardias, de manera que atacar al rey y pelear con los guardias para salir de ahí y luego buscar a Takao por todo el palacio no era una opción, y por como estaban las cosas, creía que su presencia ahí le traería más problemas y sufrimiento al de cabellos negros, de tal suerte que aceptó que lo que Miyaji le ofrecía era lo mejor.

 

Asintió en silencio y avanzó hacia la salida, escoltado por los guardias que se asegurarían que no intentara nada estúpido, más se detuvo justo antes de abandonar el recinto debido a que la voz del rey le llamaba demandando su atención.

 

-Entenderás que no puedo simplemente dejarte ir, te daré la ventaja de un día antes de enviar a mis soldados por ti, así que por el bien de Kazunari espero que  te vayas muy lejos y no dejes que te atrapen-declaró haciendo en seguida señas con las manos para que se llevaran al peliverde, quien únicamente le dedicó como últimas palabras al que antes era su rey, un simple frase

 

“Si le haces más daño, me encargaré de regresártelo por triplicado”

 

++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

 

Después de la injusticia ocurrida en el reino de Shotokku, habían transcurrido tres semanas ya, tres semanas en las que en el reino de Teiko se respiró paz y “amor” entre los recién casados, o al menos mucho alboroto, y un montón de situaciones comprometedoras en las que los reyes y los sirvientes del palacio llegaron a encontrar a los jóvenes príncipes, porque era claro que Daiki no se podía quedar quieto, y por alguna razón que el mismo desconocía, terminaba siempre encima de su rubio esposo intentando toquetearlo un poco o robarle algún beso, más aún teniendo en cuenta       que no tuvieron una noche de bodas, claro que esto último fue debido a que Ryoota prácticamente huyó de su esposo cuando éste lo había llevado hasta la habitación con el pretexto de que lo notaba cansado y lo mejor era que durmiera un poco.

 

Y claro, el príncipe de Teiko era una persona ingenua, de manera que no dudo ni un poco de su compañero y accedió agradecido. Una vez que llegaron hasta la habitación, después de despedirse de sus invitados, apenas abrieron la puerta de la misma, el moreno cargó a su prometido, exactamente de la manera en la que sería tradicional para unos recién  casados, llevándole cual princesa hasta la amplia cama. Lógicamente, esto dejó a Ryoota sorprendido, que no se esperaba para nada una acción tan delicada y romántica por parte de ese tosco moreno, y aunque mentiría si dijera que nos e sentía avergonzado, lo cierto era que de todos modos había algo agradable en aquello, de manera que no protestó y se dejó llevar hasta sentir la suave seda bajo su piel, pero Daiki no se detuvo ahí, claro que no… las cosas se salieron un poquito de control…

 

*************************************Flasback************************************

 

-Aominecchi… ya puedes soltarme…-murmuró un nervioso rubio que no acababa de entender como era que de un momento a otro se encontraba recostado en su cama, con un sexy chico moreno detrás de él, abrazado a su cintura y pegado a él como si no quisiera separarse nunca.

 

-¿Ha? ¿Por qué habría de soltarte?-preguntó Daiki de lo más despreocupado mientras acariciaba la cadera ajena con una de sus manos, recorriendo lentamente con la yema de sus dedos aquella parte, aun sobre la ropa, dibujando círculos de manera gentil mientras subía por la cintura, para luego volver a bajar.

 

-Porque…-el rubio intentaba encontrar una buena razón en su cabeza, pero las insistentes manos paseándose por su cuerpo y la presión del cuerpo ajeno contra el suyo estaban logrando distraerle sobremanera- porque… muero de sueño y debo dormir-dijo simplemente, consciente de que era una pésima excusa,  e intentando al mismo tiempo empujar un poco al moreno, que a cada momento se pegaba más a él, prácticamente frotándose contra su espalda baja...

 

-Mmm.. es cierto, fue un día agotador-concedió el mayor, dejando extrañado a su compañero ¿le estaba dando la razón?- así que duerme, que yo sólo cuidaré tu sueño-le susurró al oído justo antes de acurrucarse contra él, pero esta vez dejando de tocarlo, sólo dejando que sus brazos continuaran enroscados en la esbelta cintura.

 

Daiki parecía sincero con todo aquello, y su calor era tan reconfortante que Ryoota solo pudo lanzar un pequeño gruñido de gusto, y cerrar sus ojos, totalmente dispuesto a entregarse  Morfeo, o al menos esa era la idea, pues no habían pasado ni dos minutos cuando sintió como algo duro y grande presionaba más allá de su espalda baja, algo que no alcanzaba a identificar a causa del sueño que comenzaba a embargarlo, pero que a cada segundo parecía crecer un poco más, de tal manera que aun con las barreras de tela podía sentir a la perfección como se colaba de manera descara entre sus nalgas. Y fue justo en ese momento que todo el sueño se esfumó y de un brinco se levantó de la cama, alejándose todo lo posible del moreno y mirándolo  acusadoramente, al fin había caído en cuenta de que era aquello tan duro que se frotaba contra él, y no pudo evitar sentirse totalmente avergonzado y un poco indignado ¿qué demonios estaba pensando ese Aominecchi? ¿Cómo osaba llegar a tocarlo de aquella manera? O más bien ¿cómo osaba tocarlo con… con… “eso”?

 

-¡Aominecchi! ¿Qué estás haciendo? ¡Eres un pervertido!- se quejó el menor, mirando casi en shock el gran bulto que el otro tenía entre las piernas, el cual, ni siquiera se esforzaba por ocultar, y fue Ryoota quien tuvo que desviar la mirada al no poder seguir viendo aquello.

 

-Yo no estaba haciendo nada, solo intentaba dormir, pero tú eres muy ruidoso-le reprochó el moreno, fingiendo indignación, según él, porque el otro no le dejaba dormir.

 

-¡Cómo que no estabas haciendo nada! Si estaba tu… tu…. “Eso” frotándose contra mí…-declaró entre leves tartamudeos un muy avergonzado príncipe de Teiko.

 

-Ah claro, tú te refieres a esto- sin pudor alguno señaló su muy despierta entrepierna y luego acarició levemente con su mano- este bebe se puso un poco con contento eso es todo, pero no te preocupes, no te hare nada, solo regresa a dormir quieres- palpó la cama justo a su lado, indicándole que se recostara a su lado, pero ya que el otro seguía renuente a si quiera moverse, decidió molestarlo un poco más.

 

-Oh bueno, si no te gusta ese lugar entonces siéntate aquí~-con total descaro el moreno desabrochó el pantalón que traía y tiró de el hacia abajo solo un poco, o al menos lo suficiente como para poder liberar su gran, dura y necesitada erección, quedando al descubierto aquel trozo de carne caliente frente al pobre Ryoota que estaba estupefacto, inmóvil, y sin poderse creer lo que estaba viendo. ¡Ese Aominecchi era un completo descarado! ¡El pervertido le estaba diciendo que fuera y se sentara sobre esa monstruosidad! Cómo se le ocurría que haría semejante cosa, ¡por su puesto que no!

 

-¡Aominecchi eres un idiota!-gritó sin poder articular más palabras y corrió a encerrarse en el cuarto de baño, no podía seguir mirando “ESO” que el moreno le mostraba de esa obscena manera, no quería saber más de eso ni de su acelerado corazón que se agitaba con fuerza en su pecho, o de su acalorado rostro que ahora estaba de un rojo intenso, Daiki era demasiado caliente, y si un día, aunque fuese por casualidad, se acercaba demasiado, terminaría por quemarse.

 

Claro que el de Tōō intentó detener a su esposo antes de que fuese a encerrarse en el baño, pero no había tenido tiempo de ello, pues estaba a una distancia considerable y con un enorme problema entre las piernas que no le dejaba moverse correctamente. El rubio solo escuchó un gruñido de inconformidad desde el otro lado de la puerta y suspiró no queriendo pensar en lo que Daiki estaría haciendo para librarse de esa tremenda erección, pero era simplemente imposible que  su mente no divagara en ello.

 

+++++++++++++++++++++++++++++++fin del flash back++++++++++++++++++++++++++++++++++

 

Después de esas tres semanas de paz en  Teiko, ocurrió una terrible tragedia, el rey Nijimura cayó enfermo por algo totalmente desconocido para los médicos del reino, pues nunca habían visto algo parecido en toda su larga carrera en la medicina, además de que el rey siempre había gozado de una excelente salud y no padecía ninguna enfermedad, por lo que era sumamente extraño que hubiese colapsado de esa manera repentina y sin ninguna rezón aparente.

 

Todo lo que sabían era que una tarde, luego de una importante reunión con los representantes de los demás reinos, el rey había caído desmayado apenas habiendo llegado hasta la puerta de su habitación, Ryoota que lo esperaba justo en ese punto para charlar un poco y ponerse al corriente de lo ocurrido en la ya mencionada reunión, corrió alarmado a auxiliarlo, y aunque no pudo hacer mucho, al menos pudo detenerle antes de que impactara contra el suelo, lo sujetó como pudo y se adentró a la habitación con algo de dificultad, no sin antes gritar por ayuda para que algún sirviente acudiera y llamara al médico, para su sorpresa el primero que apareció en su auxilio fue su moreno esposo, quien sin preguntar nada, tomó al rey y lo cargó sobre su espalda hasta depositarlo sobre la cama, el rubio no dijo nada al respecto, pero se lo agradecía infinitamente, hubiera sido terrible si el peso lo venciera y terminara en el suelo con todo y su debilitado padre.

 

-Aominecchi….-la voz quebrada de Ryoota alertó a Daiki, y giró para encontrarse con un rostro bañado en lágrimas, bueno, no le veía todo el rostro por la estorbosa capa que siempre llevaba, pero si veía las gotas saladas descender por sus pálidas mejillas hasta perderse en su cuello y las ropas que llevaba, parecía estar a punto de quebrarse y colapsar también, tal y como lo había hecho el rey.

 

-Kise… debe calmarte ¿si?- Daiki reprimió su impulso de abrazar a su esposo que se mostraba tan frágil en ese momento, y avanzó hasta la cama para comprobar el pulso de su suegro, notando con alivio que era estable, luego realizó una revisión rápida con la mirada, comprobando que no hubiera alguna herida en el cuerpo del rey, y al no hallar nada suspiró un poco aliviado para luego volver a encarar a su esposo e informarle aquello.

 

Ryoota también pareció tranquilizarse un poco, y ganar la fuerza suficiente como para salir de la habitación e ir a buscar ayuda, la cual no tardó en llegar, todos los médicos reales de inmediato procedieron a realizar los chequeos correspondientes, pero tristemente no dieron con la causa, tal y como lo había comprobado Daiki, no encontraron herida física ni enfermedad que pudiera estarlo aquejando, simplemente hallaron una baja en las defensas de su organismo y algo desconocido que parecía estarle quitando las fuerzas.

 

Por su puesto el príncipe de Teiko no recibió nada bien la noticia, y mando llamar a todos y cada uno de los médicos del reino, ofreciendo una sustanciosa recompensa al que lograra curar el mal que se cernía sobre su padre, pero aquellos esfuerzos fueron inútiles, y mientras la condición del rey empeoraba las esperanzas se desvanecían.

 

Daiki ofreció partir a su reino para traer a los mejores médicos de Tōō, pero el viaje sería largo, y Ryoota, aunque estaba gradecido, temía que no pudiera legar a tiempo, que el cuerpo de su padre no pudiera soportarlo y no aguantara hasta que Daiki volviera….

 

Fue por esto que  Ryoota tomó la determinación de ir a buscar ayuda él ismo también, de manera que tomó algunas de sus joyas personales y, llevando la capa con la que nadie le reconocería, salió del palacio sin que nadie lo viera y se aventuró a la “zona oscura”, así era llamado un punto en los límites del Reino de Teiko y los de Shotokku, un espacio que era tierra de nadie en donde regularmente se llevaban a cabo ventas de sustancias prohibidas, o se realizaban maleficios por poderosos hechiceros, y un montón de cosas más de las que la gente no hablaba, tan sólo si necesitas algo que no hallarías en un mercado del reino, o a plena luz del día en cualquier tienda, ese era el lugar apropiado para buscarlo, y Ryoota confiaba en que encontraría a alguien que pudiera saber qué era lo que su padre tenía.

 

Moverse por aquellos lugares le había resultado aterrador, pero no tan difícil debido a que el cubrir su apariencia era algo muy útil, nadie reparaba en un pobre sujeto cubierto con una capa, que aunque antes era blanca, ahora estaba sucia, o al menos no lo hicieron hasta que el mencionado tuvo que mostrar las joyas para ofrecerlas a cambio de que alguien le prestara sus servicios médicos, algunos simplemente le dijeron que no había nadie por ahí que pudiera brindarle tal servicio, pero otros se mostraron por demás agitados al ver el reluciente oro e intentaron hacerse con el aunque no tuvieran nada que ofrecer a cambio.

 

Ryoota no tuvo más opción que salir huyendo de ahí, intentando librarse de los perseguidores que codiciaban las valiosas joyas, en aquella carrera por escapar terminó chocando con alguien, una persona que, como él, se cubría con una capa para ocultar su rostro, por el choque pudo notar que era de una complexión fuerte, y a simple vista era clara su imponente altura, incluso podría jurar que era un poco más alto que Aomine, y eso ya era decir bastante, pues éste último medía más de 1.90 m.

 

-Lo siento….-se disculpó apurado y con algo de desconfianza, notablemente asustado por que la persona frente a él fuese otro más de los que intentaban capturarlo para hacerse con las joyas.

 

-No deberías ser tan descuidado-la voz masculina le hizo sobresaltarse un poco, pero tampoco detectó amenaza alguna en ella, por lo que tampoco opuso mucha resistencia cuando aquel hombre le jaló hasta uno de los oscuros callejones de aquel lugar. Sus perseguidores fueron despistados con aquello y siguieron por otro camino suponiendo que por ahí había escapado su presa.

 

Para cuando Ryoota reaccionó, se encontraba en una de las esquinas del callejón, con un fuerte brazo rodeándole el torso y una mano cubriendo su boca para que no gritara o hablara, su espalda estaba pegada a un fuerte pecho, y no podía moverse, bueno, ni siquiera lo había intentado, pero estaba casi seguro de que no podría.

 

-No grites, no quiero meterme en más problemas-dijo el sujeto que le retenía, de manera seria pero sincera, quizá hasta algo cansada, y el rubio casi podría jurar que llevaba a cuestas un problema serio, pero no estaba en posición de inmiscuirse en asuntos ajenos, no cuando su padre se estaba muriendo, así que solo asintió a la demanda del contrario, y en seguida se vio liberado, el otro le soltó como si nada y emprendió su camino sin siquiera volver a dirigirle la palabra al de Teiko, pero ¿cuándo Ryoota había escuchado a la razón? Probablemente nunca, y era por ello que acababa metiéndose en innumerables problemas y era por eso también que se fue siguiendo a aquel misterioso sujeto, que por alguna extraña y desconocida razón, ahora le inspiraba confianza, además de que le había salvado, solo alguien bueno habría hecho eso por otra persona, estaba seguro.

 

-¡Espera!- apresuró el paso para  compensar la distancia que el extraño ganaba con simples pasos largos, pero el mencionado no parecía tener intención de detenerse-¡por favor! ¡Yo solo estoy buscando a un médico! Ayúdame…

 

Repentinamente el mas alto se detuvo, haciendo que, con aquello, el rubio fuera a estrellarse contra su espalda, pues la acción había sido demasiado repentina y no pudo reaccionar a tiempo para detenerse, afortunadamente no fue a parar al suelo gracias a que los reflejos del misterioso encapuchado si fueron lo suficientemente rápidos y alcanzó a sujetarle.

 

-Yo no puedo ayudarte-sentenció el mayor y prosiguió a soltarle, muy dispuesto a retomar su camino, aunque vaciló un poco, el chico ahí presente parecía desesperado, y el podría parecerlo, pero no era un insensible, además estaba pidiendo por un médico, y al tener conocimiento sobre aquella rama resultaba ridículo que ni siquiera preguntara cual era el problema que lo aquejaba.

 

-Pero si estás aquí debes conocer a alguien… por favor, solo dime a donde debo ir para encontrarlo y no te molestaré más-pidió casi en un ruego, y con un tono de voz que logró que algo en el pecho del más alto se removiera.

 

-¿Estas enfermo?-preguntó, decidiendo que no había nada de malo en que intentase ayudar, total ¿en qué problema podría meterse por ello? De todas formas no tenía ya nada que perder, y hacer aunque fuera una obra de caridad no le mataría.

 

-No, yo no, es mi padre…-se apresuró a decir Ryoota, con los tintes de angustia cubriendo su voz, casi rayando en la desesperación-pero ya lo han visto todos los médicos del reino no han podido hacer nada-sollozó el menor sin poder evitarlo, y el desconocido tampoco pudo evitar la ola de curiosidad que le embargó al escuchar aquello, pues  ahora estaba intrigado sobre qué podría ser lo que tenía el padre de aquel chico como para que ninguno de los médicos de todo un reino no pudieran ayudarlo, eso sonaba como un  reto, pero también estaba claro que debía saber de qué reino se trataba, ya que tampoco podía arriesgarse a ir a parar a algún lugar en donde pudieran descubrirlo.

 

-Podría tratar de ver qué es lo que le pasa a tu padre-concluyó el más alto, aun con algo de duda en su voz, pues no tenía ni idea con lo que se encontraría, y el no tener una certeza de las cosas era algo que detestaba- ¿A qué reino debería ir?

 

-¡Teiko!- sin decir más, y habiendo recuperado las esperanzas, tomó de la mano a aquel extraño y tiró de él en dirección a su reino, corriendo lo más rápido que sus piernas le permitían, sin preocuparse mucho si el otro podía o no seguirle el paso, pues por su constitución suponía que aguantaría aquello sin problema, y realmente no se equivocaba, su condición física era bastante buena, e incluso el rubio se quedó antes que él sin energías, teniendo que parar un momento para tomar aire e intentar normalizar su agitada respiración.

 

Pero el haber hecho todo el camino hasta ese desolado lugar y luego el tener que regresar de ahí a toda prisa le estaba pasando ahora factura a su cuerpo, pero tampoco quería parar a mitad del camino, llegar a donde su padre lo antes posible era la prioridad.

 

Por su lado, el de Shotokku se sintió un poco más tranquilo al escuchar el nombre del reino al que irían, pues sabía que el reino de Teiko era uno de los más pacíficos, gobernado por un excelente rey que fomentaba la justicia y la unión ante todo, por lo que creía que de alguna forma estaría mucho más seguro ahí. Durante el trayecto comenzó a notar como su guía iba disminuyendo el paso, mostrando claros signos de cansancio, incluso le parecía que en cualquier momento colapsaría, y si eso ocurría, entonces sí que tendría más problemas, porque ya no solo tendría que tratar a un paciente, sino a dos.

 

Tuvo que tomar una decisión rápida, así que hizo que el otro se detuviera, e indicándole que subiera a su espalda, que él se encargaría de llevarlo el resto del camino. Claro que Ryoota se vio sumamente sorprendido por esto, no esperaba que le ofreciera una cosa como esa,  y a pesar de sentirse tan cansado, no quería aceptar el ofrecimiento, se negaba a ser llevado por otros como si de un príncipe se tratase.. ok… si era un príncipe, pero ese no era el punto, el otro no lo sabía, y a él le incomodaba depender así de otros.

 

-No creo que sea necesario algo como eso…-argumentó el rubio antes de seguir su camino, sintiendo como se pronto había recuperado aunque fuesen un poco de sus fuerzas, y las aprovecharía para poder llegar a su destino.

 

El más alto miró asombrado como el chico se obligaba a continuar pese a no estar en condiciones, y llegó a la conclusión de que, o era muy testarudo, o la persona por la que estaba luchando era sumamente importante para él, pero bueno, ese no era asunto suyo, y simplemente se limitó a seguirlo hasta que llegaron a Teiko. Una vez ahí, tal y como él lo suponía, el menor terminó por agotarse y cayó desmayado, por lo que de todas formas el contrario tuvo que llevarle sobre su espalda lo que restaba de camino.

 

A penas despertó, y luego de quejarse un poco y argumentar que quería estar con sus dos pies en el suelo, le indicó el extraño sobre el camino que debía tomar para llegar a su destino, y algo resignado, procedió a relajarse sobre la cálida y fuerte espalda que le ofrecía cobijo y protección, porque de alguna manera se sentía bien el que alguien que no tenía ni idea de su posición en la realeza le ayudase de aquella manera. Era casi como… la vez que Daiki lo defendió del Rey Haizaki, o como la vez en que el moreno había corrido a Auxiliarlo con lo de su padre.

 

-Gracias…-susurró simplemente y muy bajito, sin saber realmente si el otro le había escuchado o no, pero tenía que decirlo, necesitaba expresar su agradecimiento aún si aquel hombre no podía curar a su padre, de todas maneras el salvarle y haberle llevado de regreso hasta Teiko era suficiente motivo de agradecimiento.

 

Daiki no había regresado aún para cuando  el chico alto y misterioso comenzó con el chequeo médico del Rey que seguía inconsciente en cama, aunque claro que el mencionado no pudo evitar sorprenderse cuando sus pies y las indicaciones del chico que llevó en su espalda gran parte del camino le llevaron hasta el palacio del reino de Teiko, y mayor fue su sorpresa cuando supo que su paciente sería ni más ni menos que el mismísimo rey, y quien solicitaba su ayuda era el príncipe heredero. Cabe mencionar que se le ofrecieron exquisitas joyas y grandes cantidades de oro, incluso alguna bailarina, esclavo y demás recompensas si lograba su cometido, pero la que más atrajo su atención fue la que hizo el príncipe, y es que este le ofreció darle lo que el quisiera, cualquier cosa que pudiera pedir y que estuviera en sus manos le sería concedida si lograba salvar al rey.

 

Con esa idea en mente, y estando seguro ya de lo que pediría, se reunió de nuevo con el príncipe, explicándole entonces que lo que aquejaba a su padre no era una enfermedad ni nada parecido, sino que había sido envenenado con una sustancia que no era posible detectar tan fácilmente, pues se requería de haber visto ya a dicho veneno en acción con anterioridad para saber reconocer los síntomas, además de que las pruebas que había que realizar, entre ellas un análisis de sangre, eran cosas que estaban fuera del alcance de la mayoría si no se contaba con lo necesario para realizarlo y con la instrucción de cómo llevarlo a cabo. Pero que tras unos días de reposo se pondría bien, pues el veneno ya había sido drenado de su sangre.

 

Ryoota no cabía de la felicidad, gracias a aquel hombre había vuelto a respirar con tranquilidad al saber que su padre se pondría bien, así que sin siquiera pensarlo se lanzó a abrazarle de manera efusiva,  repitiendo un “gracias” a cada minuto y reiterando su promesa sobre la recompensa que le había ofrecido.

 

-¿No me pedirás que te muestre el rostro o te diga mi nombre?- preguntó algo incrédulo antes de responder sobre su premio, ya que en ningún momento se le pidieron explicaciones sobre quien era, y aun así aquel chico se aferraba a él de manera tan amistosa sin saber si era un psicópata, un acosador o un prófugo de la justicia.

 

-Tu tampoco me has pedido que te muestre mi rostro, así que no hay motivo para que yo te exija algo así- el rubio negó tranquilamente con la cabeza  y le soltó con lentitud, alejándose solo un par de pasos para darle espacio al contrario- pide entonces lo que desees~

 

El más alto suspiró derrotado, aquel chico era demasiado ingenuo, y si continuaba de esa manera la gente se aprovecharía de él, bueno, de hecho le sorprendía que no lo hubieran hecho ya, pero tampoco podía quejarse, pues lo que él estaba a punto de pedir, podría decirse que también era aprovecharse.

 

-Mi nombre es Midorima Shintarou y demando como recompensa el que tú, Kise Ryoota, seas mi esposo- dijo con voz firme y segura mientras se despojaba de la capa que lo cubría, revelando así un par de hermosas esmeraldas por ojos, que hacían juego con su sedoso cabello, sus facciones eran masculinas pero definidas, y su porte por demás elegante. De complexión fuerte, espalda ancha y musculatura trabajada a pesar de ese aire intelectual que tenía.

 

El príncipe de Teiko se quedó en completo Shock ante aquello, tanto por la apariencia del hombre frente a él, como por el nombre al que este respondía, pues había escuchado noticias sobre él, provenientes del reino de Shotokku, y tenía claro que era alguien perseguido por la justicia. Y para rematar, la recompensa que este estaba reclamando era algo que Ryoota jamás pudo haberse imaginado… ¡Le pedía matrimonio!

 

Tuvo que sentarse un momento para intentar digerir todo aquello, preguntándose por qué el destino lo llevaba a situaciones como aquellas y por que demonios todo el mundo pensaba que los problemas se solucionaban con el matrimonio… además, ¿en dónde estaba ese chico pequeño, lindo y delicado con el que él había pensado que algún día se casaría? ¡¿por qué se topaba con puros sujetos más altos y fuertes que él?! Eso era todo, los dioses lo odiaban ¿verdad? ….

 

-Oha Asa-murmuró del de cabello verde, sobresaltando al menor y haciendo que se preguntara si el otro podía leer la mente.

 

-¿Qué?-preguntó para confirmar a que se refería el contrario.

 

-Oha Asa, el dios del destino y la fortuna determinó que todo sucediera de esta manera-sentenció acomodando con elegancia los lentes que le permitían ver con mayor claridad, pero sin apartar esa intensa mirada esmeralda del príncipe, quien volvía a dejarse caer sobre su asiento de manera dramática, pensando entonces que solo era “Oha Asa” quien lo odiaba…

 

¿Cómo iba a explicarle aquello a Aominecchi?

 

¿Cómo iba a lidiar con dos esposos?

 

¡¿Qué debía hacer?!

Notas finales:

Proximo capítulo:

Kagami Taiga El más bravo gladiador del reino de Seirin


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