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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Lectura de fin de semana.

¡¡Les quiero!!

Ahhhh... soy una distraida!! se me olvidó mencionar antes que la referencia que hace Murata sobre el pirata (no digo mas porque sino les arruinaré la lectura) lo saqué del capitulo 104 del anime. Allí lo menciona. :3

 

Capitulo 9. Parte II

 

Sorpresas inesperadas.

 

 

—32—

 

Gracias al sonido de la alarma digital, Yuuri se despertó de un agradable sueño que apenas había durado dos horas. Apoyó los pies descalzos en el suelo. Durante un instante, no supo dónde se encontraba, tan solo recordaba que se trataba de algo importante.

Buscó a tientas su camisa, hacía un calor terrible. Mientras se la ponía, se levantó de la cama. Con los ojos cerrados buscó a tiendas sus pantuflas pero no las encontró, avanzó unos pasos hacia la puerta y se dio un golpe en el dedo gordo con un mueble.

—¡Mierda! —murmuró para sí, saltando sobre un pie. Poco a poco, sus preciosos orbes oscuros fueron acoplándose a la claridad que traspasaba los cristales de la ventana. Fue entonces que recordó que estaba en la casa de sus padres, y no en Shin Makoku. Había ido allí con la esperanza de encontrar un sabio consejo en una de las personas en quien más confiaba en el mundo, aunque ya sabía la respuesta que impondría su corazón.

Dejó vagar sus pensamientos hacia los acontecimientos de la noche anterior y el efímero pero especial acercamiento con Wolfram Dietzel fue lo primero que se le vino a la mente, causándole una agradable sensación de calidez en el pecho.

Jamás había experimentado nada igual en cercanía de otras personas, había perdido la razón desde el momento en que vio por primera vez los preciosos ojos verdes de aquel dulce doncel. Todas sus fantasías prohibidas se concentraban en Wolfram, en ese amor clandestino y deseo prohibido que se hallaba esperando a que tomara la decisión de librarse de sus cadenas para ofrecerle a él infinitos días de felicidad de la mejor manera que sabía hacerlo, como dos amantes perdidamente enamorados. Pero la parte aún sensata de su cerebro le advertía insistentemente que se estaba dejando llevar por los sentimientos y de seguir así, las cosas acabarían muy mal.

Un sonido leve atrajo su atención. Aguzó el oído y concluyó que seguramente se trataba de su madre, que debía de estar en la cocina preparando algo de comer.

«Ya es tarde —pensó— y dudo que vuelva a dormirme».

Pasó cojeando hasta el baño y se lavó antes de vestirse. Cuando bajó las escaleras hasta la sala principal, sonrió de oreja a oreja al tiempo que inspiraba profundamente. El aroma inconfundible de los guisos de su madre flotaba por todo el aire que respiraba.

Llegó a la cocina y no pudo evitar que las emociones lo dominaran. Su madre lucía hermosa de espaldas. Llevaba la melena castaña peinada hacia atrás y sujetada con una cinta blanca. Tenía remangada la impecable camisa amarilla que usaba a menudo y un delantal blanco le protegía la falda morada. Se le veía muy contenta cocinando, y movía los pies al ritmo de la melodía que canturreaba. Ella era Miko (alias Jennifer) Shibuya, la mujer más cariñosa y alegre de todo Japón.

Yuuri dio un paso indeciso hacia su madre, dudando de que le estuviera permitido participar de tanta belleza. Ella se dio la vuelta y extendió los brazos en señal de que así era y él se arrojó en ellos con paso rápido dejándose envolver en el aroma floral y la suavidad sedosa de su cabello en la mejilla.

—¡Mi Yuu-chan, de verdad estás aquí!

El sonido melodioso de esa voz chillona era música para sus oídos. Yuuri alzó la vista hacia su madre y el corazón se le aceleró de felicidad.

—Madre…

—¡Es mamá, Yuu-chan!

—Lo que tú digas —Le dio un beso en la mejilla—, Jennifer.

Miko lo observó de pies a cabeza.

—¡Oh, Dios! ¡Sólo mírate! —Ella no le había reconocido en el primer momento. Se le veía mayor. Por supuesto que era mayor, ¿acaso creía que los años no pasarían también por su hijo menor? Yuuri era todo un adulto de veintiún años y el augurio de belleza que había advertido en su infancia se había cumplido con creces, a pesar de no ser la niña que esperaba con tanta ilusión— ¡Estás tan guapo, Yuu-chan!

—Es porque me ves con ojos de madre, no es para tanto —respondió él, rascándose la mejilla sonrojada.

La salsa de la olla comenzó a despedir vapor y luego a burbujear. Ella añadió vegetales y un poco más de especias y el líquido dejó de borbollar. Yuuri observó a su madre, que mantuvo los ojos fijos en la olla hasta que la salsa rompió a hervir otra vez.

—Espera a que pruebes este curry —Miko volvió la cara con una sonrisa en sus dulces y expresivos ojos cafés—. El almuerzo estará dentro de media hora.

Yuuri asintió encantado y su madre continuó mesclando los ingredientes de su receta especial de curry, el platillo predilecto de su repertorio.

—¡Estoy tan contenta! —exclamó Miko sin poder contenerse—. Al principio me sorprendí de que estuvieras de visita. No es mi cumpleaños ni el de Uma-chan, tampoco es el día de la madre o el día del padre —Yuuri se sintió apenado con su madre. Qué desconsiderado de su parte visitarlos sólo de vez en cuando—. Pero no me puedo quejar, sé cuáles son tus responsabilidades al igual que las de Shouri. Es algo que acepté desde el momento en que conocí a tu padre y me contó el destino preparado para sus hijos.

Yuuri ya no era capaz de recordar el tiempo en que todo fue de otro modo. Pero uno debe aceptar lo que no está en su mano cambiar, y aquella era una de las cosas que no podían cambiarse. Tan sólo en sus sueños podía recrear la sensación de la vida común de un joven amante del beisbol con mucha ambición de triunfar en la vida. Un vago recuerdo de un tiempo lejano, muy lejano.

—Lo lamento.

—No debes lamentarte.

—¿Alguna vez te has sentido decepcionada de mí? —Yuuri sintió la necesidad de formularle esa pregunta, aceptaría cualquier respuesta que le diera—. Es decir, por no continuar con mis estudios aquí en la tierra.

Su madre alzó una de sus cejas y concertó una expresión de extrañeza, como si estuviera midiendo su grado de sensatez.

—¡No digas tonterías, Yuu-chan! —replicó con aire indignado—. Soy la madre de un rey bondadoso, servicial y muy querido por su pueblo. Te aseguro que ninguna de las vecinas puede alardear sobre eso. Yo sí, y me siento orgullosa de ti —Notando que su hijo no iba a decir nada, Miko alzó la vista y le sostuvo la mirada tranquilamente—. Tomaste la decisión correcta al quedarte en Shin Makoku como el nuevo Maou, ¿y sabes porque?

Él meneó la cabeza y la dejó continuar.

—Porque de ese modo aceptaste tu propio destino.

—Sí, claro —respondió Yuuri a la defensiva—. Mi destino es cumplir con las exigencias y expectativas del Consejo de Nobles.

—Elegiste ayudar a los demás, y te aseguro que fue por algo más poderoso que una mera coincidencia —Miko tocó la mejilla de su hijo, que permaneció quieto mientras ella lo acariciaba dulcemente—. Pero escucha bien, Yuu-chan, todo tiene su límite. Ser bueno no es sinónimo de ser infeliz, no significa sacrificarte tanto. Puedes seguir siendo bueno aun si luchas por tu propia felicidad.

Ella guardó silencio durante unos momentos mientras en la cabeza de Yuuri bullían unos pensamientos dispersos e inconexos. Notó que su madre lo observaba con sus grandes y amables ojos, pero no se sintió turbado. Era como si lo indujera a desahogarse. ¿Por qué le había dicho todo eso? ¿Cuánto sabía de su situación? No lo sabía con exactitud, pero debía ser obra del sexto sentido maternal.

Le cogió la mano con delicadeza y le dio un beso en el dorso.

—Es una costumbre Mazoku. Una muestra de respeto para la reina más sabia de los dos mundos, aun encima del mismo Gran Sabio.

Miko rió.

—Adulador.

—Sincero —contradijo él.

Miko se sintió dichosa.

En esta ocasión, tenía la oportunidad de sentirse feliz. Podía sentirse feliz. E iba a sentirse feliz. Su hijo estaba de visita, y era lo único que importaba. Decidió aguardar hasta que fuera el momento decisivo para hablar sin tapujos, y cambió de tema.

—Hablando de él, últimamente no he visto mucho a Ken. Extraño sus visitas.

—Yo tampoco —convino Yuuri—. Es decir, tu predilecto compañero de cocina se la pasa encerrado en el Templo de Shinou.

Ella lo miró de reojo.

—¿Estas celoso, Yuu-chan? Porque te recuerdo que a diferencia de Ken, tú nunca te interesaste por los asuntos domésticos. Todo fue siempre beisbol y más beisbol para ti.

—Oh, Jennifer, ese fue un golpe duro —Yuuri se hizo el dolido—. ¿Quién era el que tenía la valiosa tarea de probar todo lo que cocinaban?, Yo —auto-respondió con suficiencia.

—Sí, claro. Muy valiosa.

—Dame crédito, madre. Murata no sabe lo que es estar obligado a usar vestiditos de colores chillones y listones en el pelo.

Miko espolvoreó más especias en la salsa. Por el rabillo del ojo vio que su hijo sonreía de una manera diferente, con socarronería  En verdad había cambiado mucho y en efecto, ya no era aquel niñito inocente al que obligaba usar vestiditos. Físicamente era lo que se imaginaba como lo más cercano a la perfección masculina: Tenía un rostro largo y pensativo, su sonrisa a veces era sensual y otras angelical, era alto y esbelto. Tenía un porte sofisticado, rudo, culto y penetrante…

«El tiempo pasa muy rápido» se recordó. Dejó la cuchara de madera dentro de la cazuela y se dio la vuelta.

—Toma la botella de Sake que está en el mueble de la sala —ordenó—. Tu padre salió un momento, pero regresará a tiempo para la comida. Después de todo, una conversación personal se acompaña mejor con un buen trago.

Yuuri no se molestó en indagar porque ella había acertado en saber que estaba allí para hablar con su padre de hombre a hombre: Instinto maternal.

Fue a la sala y eligió el Sake entre unas botellas que tenían en la despensa, aunque ahora los vinos buenos eran una de sus debilidades y poseía un paladar muy exigente. Con el tiempo se había acostumbrado.

—Aunque me rezongues, prepararé algo para que le lleves a Ken —le anunció su madre cuando regresó a la cocina.

Yuuri tomó asiento mientras esperaba a que la comida estuviera lista. Pasó un rato y se les unió una tercera persona. Yuuri lo reconoció enseguida, se trataba de su padre. Se había aflojado la corbata y llevaba la chaqueta colgada del hombro. Cuando entró en la casa la arrojó sobre una silla.

Shouma Shibuya le guiñó un ojo a su hijo para que no dijera nada y se puso detrás de su mujer, la agarró de la cintura y le dio un sonoro beso en la nuca.

—¡Estoy en casa! —anunció melodioso.

—¡Uma-chan, me asustaste! —Miko quiso hacerse la resentida, pero la alegría de sus ojos la delataba descaradamente.

—¡Pero te alegra que esté aquí! —Para demostrarlo, Shouma tiró de la cinta del delantal, la abrazó y se inclinó para besarla apasionadamente—. A que sí, cariño...

Miko se echó a reír e intentó seguir removiendo la comida, pese a tener los brazos de Shouma rodeándola todavía.

Yuuri los observó sin poder contener la risa, estaban hechos el uno para el otro. Sus padres no representaban en nada al típico matrimonio de su país natal. Por haber vivido un tiempo en el extranjero, tenían ideas más expresivas de cómo conllevar un matrimonio sin tener aquella mentalidad estrecha que se imponía en su cultura. Yuuri se imaginó un futuro similar, pero al lado de su Wolfram.

—¿Qué tal tu descanso, campeón? —Shouma tomó su lugar en el centro de la mesa, al lado de su esposa— ¡Ah, permíteme! —cogió el Sake, lo abrió  y sirvió dos vasos.

—Lamento las molestias, ya me siento mejor —dijo Yuuri al tiempo que aceptaba el trago que le ofrecía su padre.

—Pierde cuidado. Esto te caerá bien.

Miko asintió en señal de conformidad y volvió la vista hacia su hijo.

—Ahora, vamos a comer.

—¡¡Gracias por los alimentos!! —dijeron a la vez. Yuuri sintió que el corazón se le llenaba de gozo al compartir una comida con sus padres.

Miko sirvió tres generosos platos de curry con arroz blanco y, a juzgar por la expresión de emoción de su padre, Yuuri supuso que esa mañana no había tenido un momento para desayunar.

Se sintió como en los viejos tiempos.

 

 

—33—

 

 

El subcomandante Charles Roy, de la delegación Wincott, hablaba con un entusiasmo que resultaba casi insoportable.

—Gracias por aceptar, joven Dietzel, como sus compañeros aún tienen resaca y los demás soldados tienen pendiente la segunda parte del entrenamiento, llegue a temer por un momento no poder encontrar un alma caritativa que aceptara ayudarme a limpiar uno de los salones principales del castillo —rió un poco—. Ya sabe, se trata de mover cosas pesadas y nuestras doncellas son muy frágiles como para hacerlo.

«Demasiado inútiles diría yo» pensó Wolfram mientras le seguía el paso a ese militar regordete con una corona de cabello cano  alrededor de la mollera calva y ojos azules.

En realidad no había tenido otra opción que aceptar, pues la continua atención con que calculaba todos sus actos, con la descabellada idea de parecer un soldado de mucha experiencia, sólo tuvo una consecuencia: cuando el subcomandante de su división solicitó ayuda para limpiar uno de los salones del castillo, su conducta fue un modelo de servicio y acabó por aceptar el honor como un martirio.

Sin decir otra palabra, el subcomandante Roy lo condujo al interior del salón. Algunos pasos más, y Wolfram se encontró en una inmensa sala de arte con artesonado de roble oscuro y enormes ventanales. Si bien originalmente ese majestuoso salón había albergado encuentros políticos privados y audiencias con otros reyes, en la actualidad acogía veladas musicales, conferencias y cenas de gala.

Wolfram no pudo evitar echar un vistazo a los alrededores, que parecían sacados de un cuento de fantasías. Se adelantó lentamente a través de la sala polvosa y contempló la exquisita muestra de arte que se presentaba ante él. ¡Por todos los dioses! aquella melancólica magnificencia, sobresalida por los cuadros hechos en óleo, lo dejó sin palabras.

«¡Esto es un sueño!» Por un instante creyó sentir que se le agarrotaban los pulmones y se le aceleraba el pulso al leer el nombre del autor «¡Compórtate, Wolfram!» Luego, tan rápidamente como le había sobrevenido, esa sensación desapareció.

—Estas pinturas no son exactamente entendibles ¿verdad? —espetó el subcomandante Roy con indiferencia—. Son un desperdicio de espacio.

El espíritu altanero de Wolfram se sintió molesto por la insolencia del subcomandante. ¡Qué sujeto tan inculto!

—Estas pinturas pertenecen a un famoso pintor de nombre Francis Morgan —soltó mirándolo con reproche— o mejor dicho, capitán Morgan. Fue un pirata reconocido por sus obras abstractas hechas con una sola mano.

—¿Una sola mano?

—Sí, la leyenda cuenta que perdió su mano derecha mientras sostenía una batalla a muerte con un enemigo hace más tres mil años, pero como una pequeña venganza por su extremidad perdida, el capitán Morgan le cortó el pen* a su enemigo —El subcomandante Roy compuso una fugaz mueca de horror y sintió algo de pena ajena. Wolfram lo miró de soslayo y esbozó una sonrisa irónica—. Tiempo después, el capitán Morgan sustituyó su mano perdida por un garfio.

El subcomandante Roy continuó mirando, boquiabierto, aquella exhibición, y respondió con una observación muy poco expresiva.

—No obstante… —añadió Wolfram, fijando la mirada en un cuadro enorme colgado en la pared, que representaba el azul del cielo reflejado en el mar, claro que desde el punto de vista de un conocedor sobre el tema—, su incapacidad no significó un obstáculo para que el capitán Morgan lograra cumplir su profundo deseo de pintar y crear obras maestras como estas, que hoy en día son muy valoradas.

Pero ni aún así, el subcomandante Roy entendió el sentido y se encogió de hombros en un gesto típico de indiferencia.

—¡Bah!, pues a mí me siguen pareciendo garabatos sin sentido.

—Ese es el punto del arte abstracto. Sus características principales son en general las estructuras y aspectos cromáticos, sin preocuparse en representar de forma figurativa las formas naturales. Las obras llamadas abstractas, existen independiente del  mundo real, de los modelos reales y se preocupa solamente en crear sus propios significados por medio de un lenguaje visual expresivo, capaz de provocar muchas interpretaciones. Observe el uso del azul en este cuadro… —indicó Wolfram, palpando la pintura con sus dedos delicadamente. El subcomandante Roy deseó tener unos ojos más jóvenes para poder apreciarla mejor— En contraste con este blanco, podría significar el cielo lleno de nubes para un soñador o el mar lleno de su espuma para un valiente navegante.

—Es usted un conocedor del tema, a pesar de haber sido criado en un orfanato —soltó el subcomandante con demasiada rudeza y falta de tacto.

—Vivir casi en la miseria no excusa para la falta de conocimientos o, en este caso, para la falta de amor al arte —se defendió Wolfram. El subcomandante Roy se dio cuenta de su mal uso de palabras y se sintió avergonzado.

—Discúlpeme por favor, joven Dietzel —La voz del anciano expresaba un sincero arrepentimiento—. Es sólo que hoy en día los muchachos de su edad no suelen interesarse mucho en estos temas —sonrió al verse invadido por los recuerdos—. Hubo alguien que conocí hace muchos años, es seguro que usted aún no había nacido, era un Noble que compartía la misma pasión que usted demuestra por el arte de la pintura. Él era un joven muy valiente, culto y elegante —En un instante, la sonrisa se borró y el subcomandante frunció el ceño y adoptó un aire frío y rencoso—. Realmente que fue una gran tragedia lo que le sucedió.

—¿Y qué fue lo que le sucedió a esa persona? —preguntó Wolfram, sorpresivamente intrigado.

El subcomandante Charles Roy estaba a punto de responderle cuando, de repente, se sobresaltaron al oír que alguien abría la puerta y la cerraba enseguida de un portazo.

—¡Comandante, se le solicita en el centro de equipamiento de inmediato! —anunció el soldado Maxwell haciendo el respectivo saludo.

El subcomandante Roy volvió a ver a Wolfram y se disculpó con una educada inclinación de cabeza.

—Será en otra ocasión, joven Dietzel —musitó decepcionado—. Espero conversar de nuevo con usted y que siga ilustrándome con su exquisita sabiduría en el arte.

Tras intercambiar una sonrisa de despedida, el subcomandante salió en compañía del soldado Maxwell y Wolfram quedó solo en el gran salón. Se acercó al imponente mural y levantó la mirada para admirar su esplendor. Podría haberse quedado ahí toda la tarde, el único problema era que tenía órdenes que cumplir.

—Pues ni modo, hora de empezar —masculló, cogiendo una escoba para comenzar a limpiar el piso polvoso. Pero a sus espaldas se abrió la puerta con un crujido y apareció una niña pequeña de piel canela, ojos café y rizado cabello castaño. Wolfram se le quedó mirando, y a cambio la niña le dedicó una tímida sonrisa.

—Oh, perdón. No sabía que iban a usar este salón —La pequeña apretó sobre su pecho el cuadernillo de dibujo y las crayolas que cargaba consigo—. Me iré enseguida…

—¡Espera! —Wolfram la detuvo justo después de que se diera la vuelta, ella giró sobre sus talones lentamente, como si esperase algún regaño—. Tranquila, no te haré nada.

Los hermosos ojos de Wolfram produjeron su efecto, y Greta se sonrojó mientras lo contemplaba embelesada.

—Nunca antes te había visto por aquí —musitó.

—Ni yo a ti, pequeña.

De golpe, Greta perdió su timidez. Se acercó a él, e ignoró la primera regla de seguridad que le habían enseñado: Nunca hablar con extraños, aun dentro del castillo

—Es porque no se me permite salir a los jardines a jugar ya que, según dice el doctor, mi salud es delicada ¡Vaya que es un tonto! —Formó un puchero—. Si no fuera por la gran maestra Anissina, mi vida sería realmente aburrida. Oye, ¿te puedo pedir un favor?

—Depende, ¿qué es lo que puedo hacer por ti? —A Wolfram le gustó la actitud intrépida de la niña, así como la vulnerabilidad que guardaba por dentro.

—No le digas a nadie que estuve aquí —le pidió en voz baja—. Ya me habían advertido que no me acercara a estos salones abandonados, pero con todo el escándalo que hay siempre en este castillo, es difícil encontrar un buen lugar donde poder dibujar en paz.

—Tu secreto está a salvo conmigo —respondió Wolfram y le guiñó un ojo. A la niña se le iluminó el rostro y le brindó una tierna sonrisa de agradecimiento.

—¿De veras?, ¡muchas gracias!

Hubo una pausa, no habló nadie y Greta intentó pensar en algo que decir. Wolfram se le adelantó.

—¿Así que, te gusta dibujar?

Greta bajó la cabeza y apretó con mayor fuerza su cuadernillo de dibujo. A Wolfram le pareció que la niña era algo introvertida.

—Un poco, de vez en cuando. Como afición —musitó suavemente—. Me tranquiliza y me ayuda a pasar el día.

—A mí también me gusta.

—¿En serio?

—Sí, podría decirse que es mi pasatiempo favorito.

—¡¡El mío también!! —Greta casi saltó de alegría—. Quiero decir… dibujar es una de mis tantas actividades favoritas, joven.

Greta se sonrojó avergonzada. Los mayores no se trataban con los más pequeños. Existía una ley no escrita al respecto. Pero aquel chico le sonreía con tanta amabilidad y parecía tan interesado en entablar una conversación con ella, que no le pareció necesario adoptar aquella actitud recatada y sumisa que, según su madre, era propia de una princesa.

—¿Quieres ver algunos de mis dibujos?

—Sería un honor.

Greta le prestó el cuaderno de dibujo a Wolfram, y se sentaron juntos en el antepecho de una ventana que miraba al jardín para poder verlos. Estaban muy, muy buenos. Eran unos esbozos hechos a lápiz y con mucho cuidado y talento.

—Este es Lord von Christ, ¿cierto? —Wolfram pasaba las hojas del cuaderno tras apreciar los dibujitos de la pequeña niña con autentica fascinación. Trató de mantener una expresión de seriedad, pero no pudo evitar que se le escapara alguna risita—. Tienes mucho talento. Manejas muy bien la perspectiva.

Greta estaba encantada con que existiera en el mundo alguien que de verdad reconociera su esfuerzo, aparte de su padre. Lo observó atentamente, encontrándolo sumamente interesante. «Este joven es muy atractivo —pensó—, ¿quién será?». Sus facciones tenían la perfección de la belleza proveniente de la realeza. Su cabeza remataba en una pirámide de cabellos de un color rubio muy hermoso que estaban rizados con el mayor cuidado, sin que hubiera un cabello alborotado, y la profundidad de sus ojos verdes era inigualable. Tenía un tono de voz moderado y sabía sonreír con elegancia.

—¡Eres un príncipe ¿verdad?! —soltó de improvisto, sin que pareciera una pregunta sino una afirmación. Wolfram negó con vehemencia, había olvidado que nadie les había presentado y, por alguna razón, la niña de los hermosos rizos castaños le había simpatizado mucho.

—Te aseguro que soy un soldado común y corriente. —Extendió su brazo para estrecharle la mano—. Mi nombre es Wolfram Dietzel.

Ella aceptó gustosa la mano del atractivo soldado

—Encantada, yo soy la princesa Greta —se presentó con formalidad—. Heredera al trono de Zuratia, hija del Maou Yuuri y la reina Izura.

De pronto la magia terminó, colapsó y se esfumó.

—¿Qué dijiste? —Wolfram sintió como si le hubieran lanzado un cuchillo junto en el centro del pecho «¡Un hija! ¿Yuuri tiene una hija con Izura? No, no puede ser…»

Pero el destino debió jugarle una mala broma, pues cuando dio vuelta a la página del cuaderno, se encontró con el tierno dibujo de Yuuri, Izura y Greta tomados de la mano con una inscripción que decía: Mi familia.

Sintió como si le hubiesen dado un golpe bajo.

—¿Qué pasa?

En vez de responder a la pregunta de Greta, Wolfram cerró el cuaderno con rapidez, se lo devolvió y se puso de pie. «La hija de Yuuri y de Izura» Nadie le había advertido que existía un fruto de amor de la unión entre esos dos. ¡Nadie! Pero claro, ¡¿cómo no lo había imaginado antes?, si son marido y mujer! Aunque la niña no se parecía en nada a Yuuri físicamente, debía ser idéntica a la madre.

Intentó manejar la situación como si se tratase de fríos datos. Sin ningún trasunto sentimental, al menos en apariencia. Pero su impresión era tan grande, que lo único que pudo hacer fue quedarse en un estado de letargo total.

—¡Ey! ¿Te pasa algo? —Greta empezó a caminar con paso lento hacia él, después de adoptar una actitud preocupada. Wolfram estaba paralizado, pero por la reacción dejó ver que le sorprendía saber quién era—. Estas muy pálido Wolfram, ¿te sientes bien?

Wolfram se frotó los ojos para despejarse. Daba la impresión de que algo se le había quedado estancado en la garganta, algo que quería salir, pero no podía por respeto a la niña, y que era una sarta de maldiciones y groserías. ¡Vaya suerte de mierda que tenía! En un abrir y cerrar de ojos, la niña que le había agradado tanto se había convertido en un obstáculo en su camino

—¿Wolfram?

—No es preciso que se preocupe por mí, Alteza —contestó secamente, sabiendo que era la mejor forma de tratarla.

—¿Estás seguro? Estás sudando demasiado —insistió Greta—. ¿Y porque de repente me tratas con tanta formalidad? ¿No se supone que somos amigos?, guardamos un secreto ¿no? ¿O es porque te dije que era una princesa? Si es por eso no debes tomarme tan enserio, mi padre dice que un simple titulo no te define como persona, que debemos hacer amigos con cualquiera que nos simpatice y que las clases sociales no importan. Y yo estoy totalmente de acuerdo con él.

«¡Joder!, esta niña de verdad es hija de Yuuri» pensó Wolfram al escuchar el incesante parloteo de la mocosa y todo lo empeoraba el punzante dolor de cabeza que le había provocado enterarse de todo.

—Escuche, Alteza… —la interrumpió bruscamente, cerró los ojos en un parpadeo y se contuvo para modular el tono de su voz—. Las cosas no funcionan así. Usted es una princesa y yo soy un simple soldado… la realeza no debe relacionarse con la plebe.

—¿Por qué?

—Porque sí.

—¡No! —Greta frunció el ceño y lo tomó del brazo. No acababa de entenderlo—. Esa no es razón suficiente.

Wolfram bajó la cabeza. Percibió el tono autoritario en la voz de la niña y le dirigió una mirada interrogante. «Igual de terca que su padre»

—¡Vamos! —insistió Greta—. ¡No seas tan amargado, Wolfram!

Él respiró profundamente y contó mentalmente hasta diez.

—De acuerdo, tú ganas —resolvió al fin, con una pizca de fastidio—. Pero será nuestro secreto, ¿entiendes? cuando estemos en presencia de los demás, nos comportaremos como dos desconocidos, en especial en frente de tu madre… digo… de la reina.

Por un instante, Greta dio la impresión de querer protestar.

—Bueno, entonces así está bien. —Bajó la cabeza, cabizbaja—. Aunque yo quería presumirte con mis amigas…

—¡Oye!

Las mejillas de Wolfram tomaron un color cereza. Al cabo de un momento, la expresión ceñuda dio paso a una gran sonrisa. Al parecer era el inicio de una bonita amistad, mas no tenían idea de que en un futuro no muy lejano, se odiarían tanto que cada uno desearía la muerte del otro.

~¡¡Greta… Greta… ¿En dónde estás, mi niña?!!...~ El llamado constante se instaló por encima del silecio. Greta y Wolfram dieron un brinco del susto.

—Ups, es mi mamá —aclaró Greta.

«Ay, no» Wolfram tragó en seco. Lo último que quería que le sucediera en ese día que pintaba tan pesado, era encontrarse de frente con la esposa de Yuuri Shibuya.

Pero sus suplicas no fueron escuchadas.

—Así que estas aquí, princesa.

—¡Tío Murata!

—Técnicamente, soy tu padrino. Pero sí, soy yo. Tu tío Murata —Las comisuras de los finos labios del mayor se curvaron ligeramente hacia arriba cuando la niña se lanzó a sus brazos.

Wolfram se quedó absorto en sus miramientos. El individuo al que Greta había llamado «tío Murata» vestía totalmente de negro, así que supo de inmediato que tenía relación directa con la realeza. Era un Soukoku como Yuuri y tendrían la misma edad. Tenía una mirada llamativa, una sonrisa atractiva, una risa contagiosa y una voz amable.

Se había encontrado con tipos agradables en lo que llevaba del día, pensó. Comenzando por el correcto William Sinclair y terminando con el intelectual Murata. Ninguno comparado con la simpatía y el atractivo de Yuuri Shibuya. ¡Momento! ¿Desde cuándo consideraba atractivo al enclenque?

—Tu madre ha estado muy preocupada buscándote —avisó Murata a Greta. Luego miró a la pareja—. ¿Qué hacían aquí? ¿Juntos? —preguntó, y luego los miró alternativamente.

—Eh… bueno...

La expresión de auxilio de Greta devolvió a Wolfram a la realidad, se controló y acudió en su ayuda.

—Nos encontramos por casualidad en el pasillo y yo le pedí a la princesa Greta que viniera a este salón, que no frecuenta por ningún motivo, por ninguna circunstancia, para que me dijera dónde podía encontrar los suplementos de limpieza… Milord…

Le pareció correcto agregar el titulo por si se trataba de un miembro del Consejo. Luego le hizo un gesto a Greta para que guardase silencio, un aviso del todo innecesario porque la niña había enmudecido totalmente.

—Es 'Su Santidad'… —murmuró Greta tras de unos segundos de desconcierto, Wolfram la miró de soslayo.

—¿Qué?

—Que se le llama 'Su Santidad' o 'Su alteza', ¿qué no lo reconoces?

—No he tenido el honor —admitió Wolfram más confuso de lo que deseaba admitir, incluso ante sí mismo. Necesitaba saber más.

—A mi tío Murata se le conoce como el Gran Sabio, su grado está un poco abajo del de mi padre, pero está por encima de Gunter y Gwendal —explicó Greta y Wolfram valoró la información. El Gran Sabio le dedicó su más cálida sonrisa.

—Le ofrezco mil disculpas, Su Santidad —expresó Wolfram al tiempo que hacia una breve reverencia.

—Olvidaste mencionar que soy el fiel confidente de tu padre, Greta-chan —agregó Murata mientras se acercaba a ella y le revolvía el cabello—. No existe ningún secreto entre nosotros. Además soy el más atractivo.

—¡No es cierto! —riñó Greta. Murata se echó a reír.

Wolfram se enderezó sintiéndose intrigado además de molesto por la aclaración. O sea que posiblemente el Gran Sabio sabía que Yuuri gustaba de él, si es que Yuuri Shibuya sentía el mínimo de lo que le había demostrado sentir en los últimos días. Un estremecimiento corrió por su espalda ante esa posibilidad.

Greta, ajena a sus preocupaciones, prosiguió a presentarlos.

—Tío Murata, él es Wolfram…

—Wolfram Dietzel, lo sé —La voz de Murata se escuchó por encima de la de Greta—. Todo mundo habla sobre usted.

—Espero que sean cosas buenas.

—Me está muy recomendado —respondió el Gran Sabio con un tono cortés que aumentó en Wolfram la cautela—. Dicen que es la encarnación de la galantería, pero muy letal y fuerte, como un valiente caballero con su resplandeciente armadura. En otras palabras las cosas son como parecen, no como son en realidad —Murata tendió la mano y esperó que él la tomara—. Es un placer conocerlo, joven Dietzel.

Wolfram apretó su mano con más fuerza de la que pretendía y en sus ojos apareció una expresión de desprecio por el ridículo juego de palabras. Lo peor era que sus miedos resultaron ser bien fundados, con el gran Sabio, tendría que tener gran cuidado.

—Me confunde, Su Santidad.

—Por ejemplo —Murata desvió la mirada a uno de los cuadros—, el capitán Morgan parecía ser un hombre sin escrúpulos por el simple hecho de ser un pirata, además su apariencia tosca, desarreglada y con esas trenzas en la cabeza no ayudaba en nada. En su época nadie pudo haberse imaginado que era un amante del arte y la belleza.

—¿Conoce su historia?

—No sólo la conozco, sino que la viví —Murata fijó sus ojos en Wolfram—. Él fue una de las tantas personas en las que reencarné, joven Dietzel.

—¡Santos cielos! —Wolfram se quedó boquiabierto. Estar frente a una figura de tal magnitud era un sueño vuelto realidad—. ¿Entonces uno puede reencarnar después de la muerte?

—Oh, sí. Los pensamientos y comportamientos son individuales, pero yo mantengo los recuerdos intactos de mis vidas pasadas. Es algo especial en mí.

La expresión sombría de Wolfram se mantuvo, pero en labios apareció una sonrisa.

—Interesante —Fue la única palabra que pronunció al tiempo que arqueaba ambas cejas con aire de indiferencia.

—Hay algunas técnicas de pintura que aun recuerdo y que el capitán Morgan no pudo revelar, podemos platicar sobre ello en nuestro tiempo libre ¿Qué le parece?

—Bueno… —Wolfram hizo una pausa como se estuviese considerando de verdad la propuesta y de pronto se vio interrumpido.

—¡Aquí estas, Greta! —dijo Izura al atravesar el umbral de la puerta del salón. Mientras caminaba hacia su hija, en su rostro había una expresión ceñuda—. No vuelvas a asustarme así, no sabes la angustia que me hiciste pasar.

—Lo siento, madre.

—No debes estar aquí. Sabes perfectamente lo que recomendó el doctor —Izura sacó un pañuelo para taparse la nariz—. Tanto polvo te hará mal.

—Lo lamento mucho —Greta abrazó a su madre por la cintura y ella se puso a su altura para darle un sonoro beso en la mejilla.

—Mi vida, suficiente tengo con la ausencia de tu padre. Pórtate bien, ¿sí? —Su hija asintió con la cabeza e Izura sonrió tranquilamente.

—Mi papá Yuuri regresará pronto —dijo Greta—. Seguro que fue a traerle obsequios a mi hermanito que está por nacer en unos meses.

Una expresión de pesar apareció en los ojos verdes de Izura. Wolfram sintió que sus piernas flaqueaban y consideró cuestión de amor propio retirarse deliberadamente y hacerlo con prudencia antes de desmayarse. Pensar en la posibilidad de que la reina estuviera encinta le provocó un nudo en el estomago.

—Todavía no, Greta. Tendrás que esperar paciente ¿sí? —pidió Izura para dejarle en claro que no albergaba vida en su vientre.

No parecía que esa posibilidad la hiciera feliz, pero Greta se conformó. Wolfram apartó la mirada, incómodo ante la expresión que vio en el rostro de la niña.

—Bueno, ¿Qué les parece si después de este susto vamos a tomar el té? —propuso Murata con voz animada para disimular el mal momento—. Tu búsqueda me dejó agotado. Me debes unas galletas, Greta-chan.

—Gracias, tío Murata.

—Le prometí a tu padre que cuidaría de ti.

Izura los miró antes de volver a tomar la palabra.

—Con todo esto, ¿qué hacían ustedes dos aquí? —preguntó y se dio cuenta que había otra persona con ellos. Contempló con desconfianza al misterioso muchacho que les acompañaba y luego su mirada se suavizó un poco—. ¿Y quién es usted?

Wolfram no respondió inmediatamente. De repente vio que la reina fruncía el ceño y adoptaba un aire frío y desdeñoso.

—Le hice una pregunta. Contésteme —insistió Izura. Greta los miraba desconcertada, sin pronunciar ni una sola palabra.

Él pareció pensárselo dos veces, y luego acabó por decir—: Soy un soldado novato de la delegación Wincott a cargo de Sir Conrad Weller.

Ella arqueó una ceja.

—Sir Weller ¿uh? —El último nombre que quería escuchar era el de ese entrometido—. ¿Su nombre? —preguntó con el tono de un sargento de instrucción.

—Wolfram Dietzel… Majestad —respondió un poco a la defensiva y de pronto, como si acabara de recordar su rango, le hizo una reverencia.

La mirada de Izura fue tan punzante como una daga.

—Gracias —pronunció con sarcasmo, mientras continuaba observándolo—. No fue tan difícil contestarme rápidamente, ¿cierto?

Con una brillante sonrisa con la que trató de ocultar la tensión que lo embargaba, Wolfram levantó la barbilla. Izura se acercó a él evaluándolo de pies a cabeza, llena de admiración ante la silueta que ofrecía. Se detuvo frente él, y le tomó con fuerza del mentón obligándolo a levantar la cabeza para poder mirarlo a los ojos.

—Soldado Dietzel, he escuchado de usted, aunque ignoraba que fuese tan atractivo —dijo para sorpresa de los presentes—. Lord von Christ y Lord von Voltaire dicen que es testarudo y que en ocasiones puede ser obstinado, pero no lo parece.

«¡Vieja bruja!» A Wolfram le habría gustado darle un bofetón o gritarle, pero sabía que cualquiera de las dos reacciones le haría parecer infantil. Además, reñir con la reina era como meter la mano en el fuego.

Murata supo que era momento de intervenir.

—Tendría que conocerlo mejor para juzgarlo, Majestad. Lord von Christ y Lord von Voltaire tienden a exagerar los hechos.

—¿Ah, sí? —Izura cruzó los brazos y arqueó una ceja—. Lamento tener que interrumpir su nuevo romance, Santidad.

Murata puso gesto de sorpresa y luego se echó a reír como un loco. Wolfram lo miró un tanto irritado.

—No, las cosas no son como parecen. Bueno, no exactamente así —replicó muy poco convincente. Wolfram tragó saliva. Si pretendía avergonzarlo, lo había conseguido.

Izura intentó aceptar las palabras del Gran Sabio, pero entre él y el atractivo soldado pasaba algo raro, tomando en cuenta que el Gran Sabio tenía fama de conquistador. No le tomó demasiada importancia, los romances del Gran Sabio la tenían sin cuidado.

—¿Nos vamos? —Murata se aproximó a Izura y le ofreció el brazo para acompañarla. La mujer frunció el entrecejo, y luego llamó con un gesto a las doncellas que estaba en el pasillo para que la siguieran a la sala donde tomarían el té. Greta también les siguió.

El Gran Sabio había pasado muchos años negociando con la reina, era evidente por su tono conciliador y su elección de las palabras, pensó Wolfram al verlos salir. Y sintió un gran alivio al quedarse de nuevo a solas. ¡Dioses, que día tan horroroso!

Se había visto por primera vez frente a frente con su rival, que nada tenía que ver con la mujer que se había imaginado. Era atractiva, pero se notaba que era mayor que Yuuri y más petulante. Una diadema de oro recogía sus cabellos castaños, de los cuales se escapaban dos trenzas, que bajaban ondulando desde el hombro hasta la cintura, después de encerrar como en un marco el perfecto óvalo de su cara. En sus ojos, modestamente entornados, parecía arder una llama que se transparentaba a través de su mirada jade. Su ligera sonrisa animaba todas las facciones del rostro de un encanto siniestro, que penetraba hasta el fondo del alma del que la veía. Y además estaba el famosísimo Gran Sabio, que le causaba cierto recelo, pero que aun así le había demostrado de alguna forma que estaba de su lado. Se obligó a creer que era tan solo el efecto de sus oscuros ojos de lo que lo había llevado a pensar que tenía intención de cometer una siniestra acción en cualquier momento. Tendría que preguntarle a Jeremiah todo lo que supiera de él.

 

Con la ausencia de Yuuri no tenía más remedio que seguir con la vida diaria de un soldado común. Levantarse temprano, entrenar, vigilar, obedecer... Pero no importaba, pues sabía que todo sacrificio valía la pena.

Esa rutina se repitió durante varios días. El Gran Sabio estuvo a su lado en todos los momentos del día en que le era posible. La confianza entre ambos se incrementó como la espuma del mar en poco tiempo.

 

 

—34—

 

 

—¡No! ¡¿Qué acaso el árbitro está ciego o qué?! ¡Puto pitcher, ha lanzado la bola a dos metros de altura!

Miko arqueó la ceja al oír la furiosa voz masculina que llegaba desde la sala. Su esposo se estaba tomando muy en serio la liga este año.

—¡Corre! ¡Corre a segunda! ¡Róbate la tercera, carajo!

Y su hijo no se quedaba atrás. Yuuri había saltado, literalmente, de la alegría al saber que su equipo favorito de beisbol, los Seibu Lions, tendrían partido.

Miko dejó escapar un suspiro al tiempo que tomaba su cartera y abrigo para después salir de la cocina y encontrarse con la escena de su esposo e hijo sentados juntos en el sofá frente al televisor, acompañados con palomitas de maíz y soda. Volvió a suspirar.

—¿Cómo van? ¿Qué entrada es? ¿Qué ha pasado? —preguntó sólo por su curiosidad femenina para adentrarse y entender un poco de esa otra especie totalmente diferente llamada ''hombres''

—Cuatro a dos; final de la quinta; dos eliminados; un hombre en la tercera. Mi amor, si quieres verlo siéntate a mi lado.

Era como una nueva ciencia para ellos. Un estudio fascinante de los jugadores, el trabajo en equipo, la batalla, la velocidad, la astucia, la estrategia. Al final, todo se reducía en las habilidades y, en otros casos, a la suerte.

—No, gracias, iré de compras. —Miko le dio un beso a cada uno—. No rompan cosas en mi ausencia y cuiden su lenguaje, ¿de acuerdo?

—Es béisbol, cariño.

—Y yo creía que eras una persona adulta, Uma-chan.

—De acuerdo, trataré. Ve con cuidado —advirtió Shouma con la vista fija en la pantalla del televisor. No quería perderse ni un maldito segundo del partido.

Miko se dirigió a la puerta.

—Regresaré pronto, Yuu-chan —mencionó antes de salir—. No te vayas a ir. Quiero despedirme de ti antes de que vuelvas a Shin Makoku —Su hijo asintió.

Shouma oyó el significativo chasquido del cerrojo y con un suspiro apenas audible, tomó el control remoto y apagó el televisor. Era el momento adecuado y seguramente el único para tratar de arreglar las cosas, para aconsejar y hablar sin tapujos.

—Acompáñame.

—Lamento interrumpir tu partido de beisbol, padre —le dijo Yuuri al tiempo que se levantaba del sofá.

—Eso no importa, Yuu-chan —Yuuri lo siguió hasta la cocina—. Lo importante es que aprovechemos el poco tiempo que tienes para estar aquí. Soy tu padre y tengo el derecho de ser un guía en tu camino —sonrió—. Además, veré la repetición otro día.

Yuuri se detuvo en la puerta de la cocina, pensativo. El tiempo transcurría de manera diferente en ambos mundos y lo que podían ser minutos en la tierra, en Shin Makoku podían ser horas, incluso días. Se sentó en la silla que había frente a la mesa y entrelazó los dedos con nerviosismo. Su padre no dijo nada al principio, sacó dos tazas y puso sobre la mesa una canasta llena de galletas.

—¿Tan grave es? —preguntó Shouma observando a Yuuri. El rostro desencajado del pobre muchacho se achispó al sentir la presión de su padre.

—Muy grave —La voz apenas salió con fuerza de su garganta. Su padre le acercó su taza de té y él esquivó su mirada.

Shouma suspiró, cruzó los brazos y se recostó en la silla.

—¿Es por Izura san?

Yuuri guardó silencio un largo momento.

—Tu silencio es más elocuente, hijo. Nunca la harás feliz si construyes su relación en base a una mentira.

—Pues sí, la verdad es que no sé qué hacer con Izura —confesó Yuuri al tiempo que apretaba los puños sobre la mesa—. Estoy cansado de guardar las apariencias y es aun peor conocer en el fondo la clase de persona en la que me he convertido —Meneó la cabeza e inspiró profundamente—. Izura es la mujer más comprensiva y generosa que he conocido después de mi madre y yo… y yo me he comportado como un verdadero imbécil al engañarla con otras mujeres.

Shouma asintió comprensivo. En realidad, sabía a la perfección la carga que llevaba su hijo sobre su espalda. Y no era por la culpabilidad solamente. Lo que le impedía a Yuuri separarse de Izura era el hecho de que se sentía responsable de ella y de su hija.

—Pero es algo que ha llegado al límite.

Shouma percibió cierta amargura en el tono de su hijo y lo observó detenidamente. Parecía cansado. Cansado y algo más que no logró identificar.

—Cuando me convertí en Maou me entregaron un reino, una esposa y una hija que prometí proteger toda mi vida y he aquí las consecuencias: Ha llegado a mi vida otra persona con la que verdaderamente quiero casarme y formar una familia, pero no puedo porque estoy encadenado a un matrimonio por conveniencia política. Al mismo tiempo temo que mi hija me odie por separarme de su madre. Yo… yo destruiría las ilusiones de mi niña. E Izura puede ser capaz de cualquier cosa con tal de no darme el divorcio. Me necesita a su lado tanto como el aire que respira. Dime qué puedo hacer, padre.

—Lo que yo sé, es que has sido un buen padre en todo este tiempo. Greta te adora y dudo que deje de considerarte como tal. Ahora, con lo de Izura ¿acaso podemos elegir a quien amar? Es decir, admiro tu valentía al permanecer al lado de ella, pero estas buscando un imposible. Si no la amas, no la llenes de ilusiones.

Yuuri levantó la vista de la mesa.

—Nunca debí aceptar la disparatada idea de un matrimonio concertado, cuyo único propósito era establecer la paz en base a la unión de dos personas que prácticamente eran unos desconocidos.

—Eso es algo que siempre he criticado de la Nobleza Mazoku —confesó Shouma al tiempo que estiraba el brazo para tomar una galleta—. Pero con el tiempo llegué a comprender que los ricos no se casan para ser felices. Ellos se casan para incrementar fortunas, para prosperar, para que el mundo siga siendo su mundo. Pocos casos se han conocido de parejas que llegaron a amarse en esas circunstancias.

Yuuri se tomó unos minutos para reflexionar. No es que no lo hubiera intentado. Una parte de él le decía que debía permanecer con Izura, como lo prometió, pero otra parte de su corazón le gritaba con angustia que fuera detrás de su felicidad. Deseaba con todas sus fuerzas sentir por Izura lo mismo que por Wolfram, pero sabía que algo como eso era imposible. No podía cambiar lo que llevaba por dentro ni tampoco la fuente que le hacía sentir mariposas en el estómago.

—¿Tú crees en el amor a primera vista?

—Bueno, sí —convino Shouma, estallando en una risa sincera—. Es lo mismo que sentí con tu madre cuando la vi por primera vez.

—¿Cómo sabes que es la persona indicada? —insistió Yuuri—. Es decir, aun si no la conoces al cien por ciento, no sabes nada de esa persona, pero sientes la necesidad de cuidarle y llenarle de amor. Y si te pones en mi lugar y te sientas a pensar en las consecuencias que podría traer consigo, ¿aún así te arriesgarías?

—Bueno, dicen por allí que tu alma gemela no es alguien que entra en tu vida en paz. Es alguien que viene a poner en duda las cosas, que cambia tu realidad, alguien que marca un antes y un después. No es el individuo que todo mundo a ideologizado, sino una persona común y corriente que se las arregla para revolucionar tu vida en un segundo.

Yuuri asintió. Podía creerse del todo sus palabras porque era lo que estaba viviendo. Las intensas sensaciones que Wolfram provocaba en él eran demasiado recientes, y el recuerdo de cómo hacía que se sintiese, indiscutible.

—Es lo que yo siento. Ahora estoy seguro de lo que en verdad quiero para mi vida.

—¿Has encontrado a alguien así?

—Es un doncel —Yuuri se ruborizó un poco—. Es el ser más hermoso que he visto en toda mi vida. Todo un bishounen.

Shouma se sorprendió.

—¡Vaya! —La taza que sostenía en la mano se detuvo en el aire—. Los donceles son jóvenes que poseen el don de concebir hijos bajo la luz de la luna llena. Dicen que su belleza es inigualable, aun para las mujeres Mazoku. Aunque me lo dijeras, nunca me lo habría imaginado —manifestó en un tono que revelaba lo mucho que le costaba asimilar la noticia.

—¿Te inquieta?

—No, que va —contestó su padre, despreocupado—. De hecho me alegra saber que si todo marcha bien, tendré nietos hermosos. Recuerda que soy un Mazoku, nada de lo que puedas decirme me va a sorprender más de la cuenta.

Yuuri dejó escapar un suspiro de alivio.

—Pero no creas, él no es lo que aparenta en realidad —le dio un mordisco a otra galleta y bebió un poco de té. Su padre quedó desconcertado y ansioso por saber más—. A simple vista parece un ángel, pero es tan fuerte que derrotó a Gwendal en batalla, también es un poco arisco y bastante orgulloso. Mejor, siempre pensé que mi pareja ideal tenía que ser lo opuesto a mí, para que nos compenetremos mejor.

Shouma se quedó pensativo, tomó un sorbo de té y terminó por decidirse en explicarle a su hijo lo que en realidad le inquietaba de toda la situación que le planteaba.

—Pero hay algo que no termina de convencerme.

—Dilo claramente, te lo agradecería.

—¿Qué tiene de diferente este doncel del que me hablas con las otras amantes que has tenido? —le cuestionó Shouma con la sinceridad brutal propia de un padre—. Eres un joven apasionado, Yuuri, con grandes deseos de disfrutar de los placeres de la vida. El querer tener nuevas experiencias sexuales puede influenciarte a tomar decisiones precipitadas. Recuerda que existe una línea muy delgada que divide la pasión con el amor.

—Es la tercera vez que me dicen eso ¿sabes? —Yuuri parecía molesto, pero en realidad no lo estaba—. Conrad, Sabrina y ahora tú, pero yo sé que es amor y no un mero deseo. Yo soñé con él antes de que apareciera frente a mis ojos de carne y hueso. Sentí algo especial por él desde el primer roce de nuestras manos. Y sobre todo, quiero hacerlo feliz, borrar de su corazón y su mente la tristeza que guarda y llenarlo de sonrisas.

—Más claro ni el agua, hijo mío —Shouma sonrió satisfecho—. Has reconocido conscientemente lo que no deseas en tu vida, que es seguir con Izura. Sabes muy bien lo que sí deseas, que es a ese dulce doncel, y defiendes tu postura con uñas y dientes. Me parece que no hay vuelta atrás, solo debes dar el siguiente paso para poner fin a esa cadena de dolor que te atormenta.

Yuuri quedó impresionado por los sentimientos que las palabras de su padre despertaron en sí mismo. Ahora solo tenía que conseguir lo que deseaba. El problema era la barrera que protegía a Wolfram. En otras palabras, Wolfram le había llamado infiel, y en verdad creía que tenía derecho a desconfiar de su pasado. Sin embargo, no había ninguna otra persona que él deseara, como Wolfram había creído. Y ciertamente no quería una amante más, como también le había acusado. Precisamente lo deseaba a él. Deseaba a Wolfram Dietzel. Más que eso, lo necesitaba. Su anhelo era que Wolfram lo viera como el hombre que era y no como el que había sido.

—Supongo que aquí empieza mi papel de don Juan —declaró Yuuri, que empezaba a sentirse más animado—. Debo enamorarlo de alguna forma.

—Sedúcelo con cartas de amor —propuso Shouma.

Yuuri resopló y puso los ojos en blanco.

—¿Estás bromeando? ¡Eso está muy pasado de moda, padre!

—El buen cortejo nunca pasa de moda, Yuu-chan.

Él vaciló y frunció el ceño. Durante un momento Shouma pensó que su hijo se opondría de nuevo, pero entonces sus ojos oscuros adoptaron una expresión entusiasmada.

—A decir verdad, no estaría del todo mal. Pensar en Wolfram me inspira mucho —Yuuri notaba sus mejillas encendidas—. Cuando lo tengo cerca me sudan las manos y se me revuelve el estomago, eso sin mencionar lo acelerado que late mi corazón.

—Si no es indigestión, eso es amor —Shouma dejó que sus pensamientos se enfocaran en su esposa únicamente—. Al estar con tu pareja, sientes que fue hecha especialmente para ti. Sientes la dulzura de sus besos, la belleza de su cuerpo, sientes la respiración agitada cuando le acaricias, sientes que tienen que hacerse uno solo. Cuando amas a una persona de verdad, sientes que le estás dando todo lo que tienes y a cambio has recibido mucho más de lo que mereces. Sientes el deber de cuidarla y de tratarla con ternura, sientes que la quieres tener contigo siempre.

Los ojos de Yuuri se empañaron ante las profundas palabras de su padre.

—Me conmueve que me digas todo esto pensando en mi madre —vio cierto rubor aparecer en el rostro de su padre y sonrió—. Es lo mismo que quiero experimentar cuando le hable a mis hijos acerca del amor.

—¿Qué te lo impide?

Yuuri sintió una opresión en el pecho.

—La verdad es que Wolfram me afecta como jamás me había afectado ninguna otra persona. Él llega hasta mi alma, me hace sentir cosas que no sentía desde el día de mi boda, antes de que mi vida diera un giro tan amargo e irrevocable. Pero lo que siento por él no cambia las cosas. El hecho de que estoy casado con una alianza.

—Un buen rey debe saber manejar situaciones como estas, Yuuri. Has de saber mover tus piezas y saber en quienes puedes confiar. Siempre hay una solución para todo. Ya va siendo hora de que hagas uso del poder que se te ha otorgado y manejes la ley en tus manos, como siempre debió ser —Sus miradas se cruzaron—. Eres el único que puede acabar con esta mentira ¿De verdad crees que podrás continuar con esto? Le harás creer a Izura que la quieres, pero en silencio seguirás pensando en Wolfram. ¿Te quedarás sentado, esperando a que ocurra un milagro? Te aseguro que eso no va a suceder. Si quieres estar con él, lucha hasta el final. Busca tu libertad, Yuuri. Sólo tenemos una vida y hemos de ser felices.

—Gracias —Un profundo alivio se instaló en el corazón de Yuuri. Eran justo las palabras que necesitaba escuchar—. Me has ayudado mucho —afirmó con voz ronca, antes de levantarse de la silla para darse un abrazo.

—Tu madre y yo te apoyaremos siempre —le dijo Shouma al oído mientras le daba palmaditas en la espalda—. Y ten por seguro que con todo el cariño que te has sabido ganar, tu pueblo sabrá comprender. Nadie quiere ver a un rey infeliz.

Aquellas palabras trajeron calidez a su alma. Yuuri se sintió seguro de estar haciendo lo correcto. Sólo el tiempo podía confirmarlo, desde luego. E Hizo caso omiso de la voz que le advertía que estaba equivocado, que sufriría más de lo que ya había sufrido hasta ese momento.

—¡Ya estoy de regreso, Uma-chan, Yuu-chan! —gritó su madre desde el recibidor. La visita estaba llegando a su fin.

Era hora de volver.

Continuará.

 

 

 

 

Notas finales:

No fue el capítulo más emocionante pero a mí me gusto porque hice uso de uno de los personajes con los cuales yo no acostumbro utilizar: Shouma Shibuya, en su papel de padre responsable. Como no leo manga o novela, el personaje está adaptado al modo como yo deseo. Así que me dicen que les pareció, si gustan. ¿Qué tanto me alejé de la realidad? xD

También porque este capítulo fue muy significativo para Yuuri. Tenía que aclarar muchas dudas para él. Para que se vuelva más fuerte en carácter.

¡¡Oh, y casi le hablan a Wolfram de su propio padre!! lo aclaro por si las dudas.

¡¡ya casi empieza el verdadero cortejo!! Gracias por la paciencia, esto se pondrá mas romántico. Lo prometo.

Gracias por leer.


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