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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

¡Hola hola!

()()

(^u^)O

O(") (")

Según mis cuentas, llevo 17-18 días desde la ultima actualización ¿si, no? O.o Bueno el caso es que ya casi estoy mejorando con mis tiempos. Por lo menos no fue un mes entero.

Como siempre recordarles que esto es pura imaginación. Los acontecimientos que aquí suceden vienen de mi cabecita y de ninguna manera se tienen que tomar tan enserio. Me refiero a que la historia de la novela original de Kyo Kara Maou ha sido totalmente cambiada para este fanfic. Los personajes pertenecen a sus respectivos autores.

¡¡Gracias por los comentarios y su apoyo!!

La bañera de los Shibuya estaba totalmente llena de agua, en ella se veía una luz verdosa resplandeciente que despedía rayos por doquier y creaban una leve marea. Yuuri estaba listo para volver a Shin Makoku, pero había algo diferente en él: La confianza y la determinación invadían todo su ser. Estaba decidido a darle un giro completo a esa vida que no tenía el privilegio de dirigir por su cuenta. Ya no más.

—¡Estos son para Greta-chan ¿no son hermosos?! —decía Miko con su voz melodiosamente entusiasta, mientras les mostraba a su esposo y a su hijo un par de vestidos con revuelos y listones, uno en color azul oscuro y el otro en rosa, que enseguida guardo en una enorme maleta de viaje. La niña, pese a no tener la sangre de su hijo, era su adoración; después de todo, Yuuri se había hecho cargo de ella desde que era una bebé—. Aquí aparte te pondré el curry de Ken-chan, también le mando unas galletas que yo misma preparé. Van bien sellados así que no te preocupes por derramar ni una sola gota. A ti te compré un par de abrigos para el invierno, para que no mueras de frío en ese castillo. Esto lo pondré junto con los zapatos nuevos de Greta, ¿entendido?

Intimidado y preso de una gran conmoción, Yuuri no tuvo otra opción que la de asentir de forma automática, mientras una gota de sudor resbalaba detrás de su cabeza.

—¿Deseas que te ponga algo más, Yuu-chan?, ¿más comida tal vez? —su madre le miró con semblante serio—. Tú pídeme lo que quieras, que yo me encargo de conseguirlo.

—No, ya está bien así, madre —Yuuri encontró la oportunidad de ponerle un alto—. Pero estoy seguro que a Greta le encantaran esos vestidos y Murata se volverá loco al volver a probar de tu comida.

El bello rostro de Miko se iluminó con una sonrisa.

—¡Oh, que distraída soy, casi lo olvido! —mencionó como si hubiese olvidado algo muy importante. Sacó de una bolsa de compras una linda blusa color rosa pálido que parecía de pijama y dijo algo que tomó por sorpresa tanto a Yuuri como a Shouma—: Y quiero que le des esto a Wolf-chan de mi parte.

—¡¿QUEEEEE?! —La mandíbula de Yuuri cayó al suelo y sus ojos parecían como si fuesen a salirse de orbita en cualquier momento—. ¿Co-cómo sabes de él, madre? —volvió el rostro hacia su padre, su mirada bailaba de un lado para otro—. ¿Tú se lo dijiste?

—Ni una sola palabra —Shouma negó con la cabeza fervientemente, revolviendo sus cabellos ya grisáceos por la edad al compás del movimiento.

—Entonces, ¿cómo? —Yuuri la miraba boquiabierto. No le había mencionado nada y quería conservar el secreto hasta que concretara algo serio y definitivo con Wolfram, porque conociendo como conocía a su madre, no era lo más sensato.

—Es mamá Yuu-chan, y soy el ojo que todo lo ve. No creas que no me doy cuenta de cuando estás tramando algo.

Lo decía en serio, Yuuri advirtió un brillo especial en los ojos de su madre que le hizo pensar en la posibilidad de que estuviera ansiosa por planear la próxima boda.

—Ya, dilo.

Miko se llevó la mano a su cadera y alzó traviesamente una ceja.

—Fui espiarte a tu habitación para asegurarme de que estuvieras cómodo y mientras dormías repetías su nombre una y otra vez —Se le escapó una risita—. Fue suficiente para saber que has encontrado a alguien muy especial.

El hecho de que mostrara una cordial aceptación hacia Izura no la privaba de sentir cierta aversión a la situación real que giraba alrededor de ese matrimonio. Izura era buena, pero no era la pareja ideal para su hijo, jamás lo haría feliz.

—Wolfram es nombre de varón ¿no es así? he de suponer que se trata de un doncel. Tu padre me ha hablado de ellos.

Yuuri sintió que se le encendían las mejillas. Agachó la cabeza a toda prisa, pero su madre le levantó el mentón con los dedos.

—Estoy de acuerdo —comentó en voz baja—. Las clases sociales, el género, la edad, todas esas cosas no importan cuando se interpone el amor —Retiró las manos de su afectuosa sujeción y, de repente, extendió sus brazos alrededor de él, apretándolo con fuerza—. Yo sólo deseo que seas feliz, como toda madre desea para sus hijos.

—Gracias, mamá —Yuuri la rodeó, devolviéndole un abrazo tan fuerte que levantó sus pequeñas zapatillas del suelo. Shouma sonreía con alegría.

—Te echamos mucho de menos, Yuu-chan —dijo Miko a modo de regaño—. No te pierdas por demasiado tiempo y debes traer a Wolf-chan contigo en cuanto puedas para que tu padre y yo lo podamos conocer —Al separarse, entrelazó sus manos frente a su pecho con ojos resplandecientes—. Sería lindo que cocináramos juntos al menos una vez, también me gustaría comprarle un lindo kimono, pero necesito sus medidas.

He allí la razón por la que prefería mantenerla al margen, pensó Yuuri. Su madre era la mejor, pero a menudo tendía a exagerar sus muestras de afecto.

—Me conformo con eso a que quieras comprarle un vestido de novia —murmuró en voz baja, sin embargo ella le escuchó.

—También planeo hacer eso, Yuu-chan.

—Ay, no.

Su padre le dio una palmada en el hombro a modo de despedida.

—Buena suerte, hijo.

No tenía ni idea, pero eso era justamente lo que iba a necesitar.

—¡Busca tu felicidad, Yuu-chan! —exclamó su madre.

Esas cariñosas palabras de aliento supusieron el ápice de motivación que necesitaba, Yuuri había sonreído al oírlas, pero jamás olvidó que iba a comenzar la parte más difícil de su camino hacia la verdadera felicidad.

—Muchas gracias —Respiró lentamente—. Ya no soy un niño pequeño pero siguen cuidando de mí. Ustedes son mis mejores consejeros

—Mientras tú estés bien, no importa que puedas estar en otro mundo. Sabes que nos vas a tener siempre cerca, de una forma u otra. —Terminó por decir Shouma.

Finalmente, Yuuri se metió a la tina cargando consigo la maleta que su madre le había preparado. Pesaba una tonelada.

—¡Madre, ¿qué es lo que metiste aquí?! ¡¡Piedras!!

 

 

—000—

 

Como de costumbre, resultaba difícil trabajar en los asuntos del reino sin un rey que se hiciera responsable. Gunter von Christ estaba de pie en medio de uno de los pasillos del castillo. Observaba atentamente el cuadro con la imagen de Yuuri, como si pudiera hacerlo hablar y sonsacarle dónde estaba. O mejor dicho, cuándo volvería.

Por si fuera poco, estaba preocupado por el asunto de Dietzel. Gunter entrecerró los ojos recelosamente. En realidad, le habría gustado enviarlo lejos, sobre todo para quitar la tentación que tan bello doncel representaba para el rey, pero no había sucedido nada en concreto. Ni siquiera Conrad que, a diferencia de él, había hecho sus propias investigaciones, podía decir con certeza que el joven Dietzel estuviese decidido a causarle algún perjuicio a la reina y al balance de ese matrimonio que pendía de un hilo. Aun así, su sexto sentido, como el de Gwendal, le decía otra cosa. Los dos tenían la sensación de que había algo maligno en su mirada. Sí. Maligno. No se le ocurría otra forma de decirlo. Y aquella sensación lo tenía muy preocupado.

—Lord von Christ, todo está listo —le anunció una doncella del Templo de Shinou a sus espaldas. Él se dio la vuelta para verla a la cara y asintió con la cabeza.

—Andando —ordenó, alejando todo de su mente, menos la tarea que tenía en manos. El tiempo era un asunto que no podía presionar y alargar a su antojo.

Dubitativa y en silencio, la hermosa doncella de largos cabellos verdes y mirada grisácea siguió al Noble Consejero hasta los aposentos reales. Una vez en el lugar, se reunió con las demás compañeras que, al igual que ella, estaban poco convencidas de la efectividad del plan que Lord Christ había ideado para hacer regresar al rey: Una ceremonia de invocación. Había ordenado que llenaran los baños reales de plantas aromáticas e inciensos benditos para llevar a cabo la faena. La atmosfera también estaba rodeada por los sonidos relajantes de los cánticos de las doncellas.

—Esto es una tontería —masculló Gwendal a su esposa, que también había sido obligada a estar presente—. Es rey mocoso es de carne y hueso, no un espíritu que puede ser invocado por medio de un ritual.

—Será un buen aprendizaje sobre lo que no debemos hacer, como científica le daré el beneficio de la duda —admitió ella, que parecía estar divirtiéndose. A continuación echó una mirada alrededor y después acercó sus labios al oído de su esposo y le dijo algo que lo llenó de intriga—: La reina no está presente.

Gwendal se apretó el puente de la nariz en un vano intento por hacer retroceder su impresionante dolor de cabeza.

—No la culpo, esto no tiene sentido.

Ella se rió. En ese preciso momento, Conrad se acercó a Gwendal y lo saludó con una palmada en el hombro.

—¿Qué crees que hacemos aquí? —preguntó.

—Ni idea. Gunter y sus locas ideas para atraer al Maou de nuevo a su reino. Una buena reprimenda es lo que se merece el mocoso por ausentarse tanto tiempo.

—Miren, ya van a comenzar —anunció Anissina. Gwendal bajó la mirada y llenó los pulmones de aire con la intención de relajarse un poco.

Gunter y otros dos monjes de la orden sagrada se colocaron de rodillas frente a la pileta llena de agua mientras que el resto de sacerdotisas formaron un semicírculo en torno a ellos. Con las manos entrelazadas y los ojos cerrados, Gunter comenzó a recitar unas palabras de invocación y, de pronto, un breve destello de una intensa luz verdosa se manifestó dentro de la pileta. La negra silueta camuflada en el agua comenzó a esclarecerse y Yuuri apareció con su sonrisa habitual.

—¿Eh?… hola a todos, ya estoy de regreso.

Al principio, Yuuri no sabía cómo reaccionar ante la comitiva de bienvenida que se había encontrado en el baño de su habitación en Pacto de Sangre. Por dondequiera que viera, se topaba con expresiones de perplejidad.

—¿Funcionó?

Todos a excepción de Gunter no lo podían creer aún. Greta corrió a toda prisa y saltó a sus brazos para darle la bienvenida, sin importarle que se pudiera mojar. Los demás reaccionaron segundos más tarde, y comenzaron a aplaudir.

—¡Bravo!, ¡Bravísimo! ¡Lord von Christ, es usted muy poderoso!

—¡Mi devoción hacia Su Majestad fue la que hizo posible este milagro! —respondía Gunter al punto de las lágrimas. Gwendal simplemente continuaba boquiabierto.

—Pero… ¿Qué es todo esto? —preguntó Yuuri con Greta en sus brazos, pues no entendía nada de lo que estaba sucediendo.

Conrad resopló con un alivio descomunal. Sonrió a su rey y con una profunda sensación de alegría, le hizo una reverencia.

—Bienvenido, Majestad.

 

 

 

 

Capitulo 10

 

La ausencia trae consigo nuevos sentimientos.

 

 

—35—

 

 

¿Sabía, Majestad, que su desaparición trajo consigo retrasos alarmantes en los proyectos que tenía pendientes para los próximos cinco meses?

La observación no admitía respuesta, Yuuri permaneció sabiamente callado mientras observaba a Gunter pasearse de un lado para otro. Estas habían sido tres malas semanas para él por lo que podía ver. No era frecuente que Gunter dejase traslucir la irritación que sentía, el galante Consejero Real creía firmemente que había que conservar la calma y la prudencia en todas las situaciones.

Gwendal ni siquiera dijo nada. Se quedó mirando por la ventana, como si se encontrara en otro mundo.

—Gunter, mi buen Consejero Real, por eso es bueno es tenerte como aliado —dijo Yuuri amablemente en un vano intento por apaciguar su enfado.

—Estoy siempre a su disposición. Es mi deber —respondió Gunter con una sonrisa—. Pero limitémonos a tratar los asuntos de importancia —acortó, como si Yuuri hubiera tenido el coraje para preguntar.

—Adelante —asintió él.

—Lo bueno es que ya estamos todos —comentó Conrad—. Sentémonos y pongamos manos a la obra.

Los cuatro rodearon la mesa y se adueñaron de sus lugares. Como rey, Yuuri se sentó en el centro. Apenas había tenido quince minutos desde su llegada para secarse y cambiarse de ropa y luego presentarse a la sala de juntas para atender los asuntos pendientes.

—Empezaremos por lo más elemental —Gunter sacó varios papeles de entre los pliegues de su capa y se los tendió al rey—. Estos, Majestad, son los listados con los nombres de los novatos que han superado la fase de pruebas, tanto prácticas como teóricas, de la Escuela Militar y, por consiguiente, los que se acreditan como soldados de fuerzas especiales y dejan de ser civiles comunes.

Yuuri revisó los papeles a gran velocidad, deseando encontrarse con el nombre de una sola persona en ellos: Dietzel Wolfram.

Sonrió cuando lo encontró entre los mejores.

—Si tiene la bondad de ir a la última página verá que las firmas de los representantes de cada Territorio ya están debidamente anotadas. La suya es, obviamente, la única que falta para cerrar este satisfactorio resultado. —Gunter habló deprisa, impaciente por terminar su introducción y llegar a la parte más importante de la improvisada junta.

—Por supuesto —Yuuri tomó la pluma y firmó.

—Esto nos deja con un pendiente menos —acotó Gunter cuando el rey le entregó los papeles ya firmados.

—Deja de censurarme, Gunter —Yuuri sonrió de buen humor—. Disfrutemos ahora aunque sea un poco de esta paz que nos rodea, sin tantos conflictos.

—Me reservo asegurar que estemos en tiempos de paz total, Majestad, y podría enumerar cientos de asuntos importantes y delicados que le esperan.

—Que no son nada que no acostumbre a manejar —rebatió Yuuri con aquella sonrisa traviesa y plena que no había desaparecido de su rostro desde su llegada. Había algo diferente en él, Conrad se dio cuenta de ello. No resultaba fácil decir qué era, pero Yuuri tenía un aspecto como más apasionado.

Gunter inhaló aire profundamente y lo dejó hasta allí. Sin duda no había nada más que agregar a esa observación, pensó. La paciencia, como siempre, era la mejor política alrededor de su estimado rey. A Gwendal le pareció que no se tomaba en serio la junta pero lo que le iba a contar esta vez no le dejaría indiferente.

—Hay otro asunto que debemos tratar —Yuuri dirigió a Gwendal su mirada—. El rey Saralagui ha sido liberado de su cautiverio.

—¡Esa es una excelente noticia! —exclamó Yuuri enseguida, sin esperar a que terminase. Los rostros compungidnos que vio en ellos lo llenó de alerta.

—El problema es que el rey Saralegui no salió libre usando la fuerza —siguió explicando Conrad con dificultad y tono de gran pesar—. Ni siquiera nos dimos cuenta cuando o como ocurrió. Lo poco que sabemos es gracias a los informes de nuestros soldados que fueron mandados al campo de batalla en Shimaron Mayor. Se dice que fue interrogado y torturado por sus opresores hasta que llegaron a un acuerdo conveniente para el rey Ranzhill.

—Para que le quede claro, Su Majestad, nuestros esfuerzos fueron en vano —añadió Gwendal con aquella suficiencia propia de alguien que tenía razón desde el principio—. Los recursos gastados, nuestros hombres valerosos, nuestro honor, todo fue malgastado para que al rey Ranzhill y al rey Saralegui se les ocurriera firmar una alianza de paz.

Yuuri se quedó paralizado y pensativo a la vez. Ahora si habían logrado captar toda su atención.

—¿Qué más negociaron?

Gunter se puso de pie, sacó un mapa y lo extendió sobre la mesa, encima de los papeles que la cubrían.

—El reino de Shimaron Mayor se quedó con una provincia que pertenecía por derecho a Shimaron Menor. Han extendido su territorio y por ende su poder —Gunter hizo una pausa para comprobar si el rey le seguía. Éste asintió levemente sin decir nada—. Y se dice que también acordaron un matrimonio entre sus herederos, la princesa Anastasia de Shimaron Mayor y el príncipe Sora de Shimaron Menor.

—Lo que aumenta aún más los alcances del rey Ranzhill —aseguró Gwendal con un leve matiz irónico en sus palabras.

—Pero en todo caso… Sara estaba siendo amenazado —alegó Yuuri, despacio—. Él fue presionado para aceptar dicha alianza.

—Claro que la aceptaría cualquiera cuyo hijo y esposa estuvieran siendo amenazados. El rey Saralegui no tuvo otras opciones —aseguró Gwendal categóricamente—. Y esto nos pone a nosotros en una situación delicada. Si nuestros aliados se enteran que gastamos nuestros recursos en ayudar a un miembro de la otra alianza, pedirán explicaciones.

—Es difícil de creer —Yuuri no sabía qué decir—. Saralegui no puede traicionarme de esa manera, no puede simplemente ponerse en mi contra.

—Entiendo que no crea la posición tan delicada en la que nos encontramos ya que a mí me cuesta hacerlo.

—No pretendía dudar de tu palabra, Gwendal. Es que suena algo inverosímil.

—Saralegui de Shimaron Menor es un hombre estúpido, un monarca tarado, un verdadero cretino. No comprende a los buenos y leales aliados de este mundo, y prefiere los duros de corazón. El hecho de ser tan joven es una desventaja que no puede superar. —Era como tratar de no rascarse la costra de una herida. No quería hablar del tema y tampoco Yuuri parecía animado a comentarlo. Aun así, no pudo contenerse—. ¿Acaso no se lo advertí?

Este era el instante que temía en cada junta; el momento en que Gwendal le restregaba a la cara que tenía la razón. Las discusiones con él nunca eran fáciles, eran un desafío a la mente, al corazón y a sus instintos. El cerebro de Yuuri le daba vueltas y más vueltas al asunto, tratando de hallar una solución y de recobrar de nuevo el control.

—Lo hizo por su familia y eso lo hace un hombre honorable —sentenció.

El silencio duró unos instantes. Gwendal miró inquisitivo a Conrad, que negó despacio con la cabeza.

—Sí, ajá —se mofó el hombre de ojos azules—. En su situación ¿Quién sabe si lo hizo por salvar su propio pellejo? Yo de él no me fio.

Yuuri respiró hondo.

—Envíenle al rey Saralegui una invitación al banquete de primavera —ordenó. Su voz sonó fría y formal. Algo se traía entre manos—. Quiero que me diga a la cara de parte de quien está en realidad. Habláremos como dos personas civilizadas, pondremos las cartas sobre la mesa. Le ofreceré un trato justo para su país y un tratado de comercio equitativo. Si está dispuesto a unirse a nuestra alianza, será bienvenido.

—Demonios, pase lo que pase usted siempre termina sorprendiéndome, Majestad —dijo Gwendal con voz razonable, mientras su maldición surcaba en el aire—. Piense con la cabeza no con su corazón, ya se lo he advertido antes. 

—La palabra de un rey no se discute ni se repite —respondió Yuuri—. Debemos hacer lo que debamos ahora, sino después podemos arrepentirnos.

—¿Tanto confía en un rey que conoció hace apenas un año? —le reprendió Gunter con expresión cansada.

—Saralegui es el hijo de la Emperatriz de Seisakoku, Alazon, y ella es a la vez una de nuestras mejores aliadas —Los ojos de Yuuri se entrecerraron maliciosamente—. Ella me debe un favor que pienso cobrarme con su lealtad.

Se miraron unos a otros.

—Entonces, se hará como usted ha ordenado.

La confusión que existía en Yuuri en cuanto a sus propias palabras fue apaciguada por la sonrisa cariñosa de Conrad. Deseó estar en lo correcto por respeto a las misivas de sus generales, sus soldados, sus marineros, todos esos jóvenes valientes y gallardos, listos para luchar y, si es necesario, morir por Shin Makoku. Sus batallas nunca habían sido ganadas con bravura y no esperaba comenzar ahora.

—Bueno… —Gunter volvió a tomar la palabra—. Debemos reubicarnos en nuestras labores diarias a la brevedad posible. Esperamos que no nos vuelva a dejar a la deriva, Majestad. Recuerde que su presencia aquí es fundamental e irremplazable.

—Gracias a todos por su trabajo —Yuuri evitaba mirarles a los ojos—. Imagino que estarán impacientes, deseando que les cuente la razón de mi escape. No se preocupen, no tengo intención de justificar lo que hice. Acepto mi responsabilidad, pero no puedo adelantar nada por el momento —Leyó una y otra vez el nombre de Wolfram en la lista—. Pronto lo sabrán y se darán cuenta que no soy el mismo de antes.

Tres ceños se fruncieron a la vez y tres caras se ladearon ligeramente con una mueca de curiosidad.

—Me intriga, Majestad.

—A mi me asusta —secundó Gunter la observación de Gwendal.

Yuuri soltó una risilla y se puso de pie.

—Pues aunque no lo crean, los eché de menos —dijo mientras se dirigía hacia la puerta de salida con aquella actitud extraña—. Conrad, ven conmigo.

El mencionado se puso en pie.

—Mejor póngase a trabajar, Majestad —ordenó Gwendal, carente de toda contemplación para el rey—. Tuve que hacerme cargo de algunas de sus funciones y es evidente que mi labor no ha sido digna de una medalla.

—Claro, te has ganado una estrellita en la frente —continuó Yuuri en son de broma, justo antes de cerrar la puerta.

Se quedaron a solas. Gunter miraba a Gwendal a hurtadillas. Tenía algo diferente. No resultaba difícil decir qué era, pues era extraño que éste sonriera.

—Aunque me lo niegues, no me vas a convencer de que no te da gusto que nuestro rey esté de regreso.

Gwendal dio un respingo.

—Como sea.

—¿Qué crees que quiso decir Su Majestad con eso de ''pronto lo sabrán''? —inquirió Gunter en tono relajado, casi inofensivo.

—Ummm… —Gwendal se rascó la barbilla, no apartaba la mirada de la mesa.

—Y eso de no ser el mismo de antes —Era como tratar de encajar las piezas de un rompecabezas—. ¿Qué crees que esté tramando?

—No lo sé. Hace mucho que no me cuenta nada confidencial —respondió Gwendal, y empezó a revolver los documentos que tenía sobre la mesa—. Pero claro, a Conrad si lo nombra Gran Maestro del Consejo. Esos dos algo se traen entre manos.

—¿Te diste cuenta que ni siquiera preguntó por la salud reina? Pareciera que ya no le importara más.

—¿Y cómo sabes que no lo ha hecho? —Gwendal continuaba removiendo papeles, uno tras otro rápidamente—. Habló con la princesa antes de venir a la junta.

—Claro, claro… —Gunter guardó silencio un instante—. Pero como dijo Anissina, ellos discutieron la noche de la partida de Su Majestad. ¿Crees que tenga alguna relación?

—¿Y yo cómo iba a saberlo? —preguntó Gwendal maldiciendo al cortarse con el filo de una hoja de papel—. ¡Joder! —exclamó chupándose la herida del dedo. Miró la página manchada de sangre y en la parte superior leyó un nombre—. Wolfram Dietzel.

—Exacto, ya te lo he advertido antes. Su Majestad no demuestra su interés por el joven Dietzel abiertamente, pero es posible detectar en su forma de mirarlo, que en sus sueños aparece desnudo. Yo los vi con estos ojos que se han de comer los gusanos en la taberna muy juntitos y a punto de besarse.

Gwendal exhaló un suspiro.

—Debes hablar seriamente con la reina.

—¡¿Yo?! —Gunter no sabía qué decir. No estaba muy seguro de ser la persona adecuada para decirle a la reina Izura que cuidara mejor de su matrimonio—. Pues no sé… —calló mientras buscaba una forma diplomática de decirlo, pero Gwendal lo interrumpió:

—Bien, pues entonces, te lo encargo.

—¿Qué…? —Gunter miraba a Gwendal preguntándose qué parte de su respuesta habría podido interpretarse como afirmativa. Pero Gwendal había empezado a levantarse. Se dirigió a la puerta y sujeto la perilla.

—Sé sutil, nada de dramatismos —advirtió el General Voltaire antes de dejarlo totalmente solo en la sala de juntas.

 

—36—

 

 

Mientras se tomaba el té de la media tarde cerca del balcón, Izura recordó en qué circunstancias había conocido a su esposo. Le sobrevino de repente, tras observar una taza blanca que le trajo a la mente la entrevista de matrimonio que concertaron sus Consejeros más cercanos para su primer encuentro. Yuuri se veía nervioso, ni siquiera sabía qué decir o que tema discutir. Simplemente se concentró en Greta, que estaba dormida, y la cargó en brazos. Se enamoró de la pequeña, mas no de ella.

Evocó el sabor del preciado líquido resbalando por su garganta.

Unos cuantos sorbos y se iría sumergiendo lentamente en un estado en el que todo importaba un poco menos. Educada en la idea de que había nacido como reina, le parecía conveniente que Yuuri también lo era. Le amaba mil veces más que a su vida, y lo amaba incluso a pesar de ser ingrato y desleal, y no se preocupaba en absoluto de lo que pudieran decir los demás. Era egoísta y patética, pero era lo mejor.

—Majestad, Lord von Christ está aquí.

—Hágalo pasar. —respondió con un suspiro.

—Como ordene, mi señora.

Segundos después, la doncella apareció en el salón seguida por el Consejero Real.

—Tome asiento, Lord von Christ —Izura acompañó al recién llegado a la sala—. ¿Le apetece un poco de té? Me trajeron unas galletas que acaban de salir del horno.

—Quisiera hablar con usted a solas, Majestad —respondió él de manera lacónica.

—¿A solas? —Izura entendió rápidamente—. Oh, por supuesto —alzó la mirada—. Puede retirarse, Solly.

Ella hizo una reverencia y se marchó. Gunter no habló sino hasta que se convenció de que no quedaba nadie más dentro del salón privado de la reina.

—Usted dirá.

El rostro de Gunter enrojeció

—Disculpe, es que se trata de un asunto delicado… —Hizo una pausa mientras escogía cuidadosamente las palabras— yo… bebo advertirle que no desatienda al rey —La expresión confusa de la reina le indicó que tenía que serle más claro—. Debo recomendarle que se esfuerce al máximo para que él no pierda el interés en usted.

Izura guardó silencio. Permaneció inmóvil, paralizada como un cervatillo asustado ante el sonido de la voz del cazador. Jamás se imaginó que llegaría el día en que hablara de estas cosas con alguien más que no fuera su tío Mao.

—Por los intereses de nuestros países, debe hacer todo lo posible para que su matrimonio siga siendo un éxito —continuó Gunter con premura—. No lo sé, tal vez si pudiera quedar pronto embarazada. Eso sería de mucha ayuda.

Izura permaneció quieta hasta que el significado de sus palabras se abrió paso en su cerebro, haciendo que sus mejillas se tiñeran de rojo y una sombra velara sus ojos. Se levantó de repente y se volvió para mirarle. Su rostro adoptó una expresión tan horrorizada que Gunter estuvo a punto de sujetarla al ver que su rostro palidecía, pero entonces la reina soltó la taza de té y agachó la cabeza. Él supo que había sido muy tosco con sus palabras. La taza estaba hecha añicos.

—Lamento hablar de asuntos tan delicados, pero ante situaciones como estas una reina ya no puede gozar del privilegio de la privacidad.

Izura asintió con la cabeza cuando la indignación alcanzó su punto de ebullición. A sus espaldas, Gunter se levantó al mismo tiempo.

—¿Cómo quiere que quede pronto embarazada, si el rey se niega a hacerme su mujer? Ya que dice que no tengo privacidad, debo anunciarle que mi matrimonio se terminó desde hace mucho tiempo —Respiró hondo con la vista clavada en el suelo y añadió—: He hecho todo lo que estaba en mis manos. Hasta he rebajado mi dignidad y me he metido desnuda en su cama y ni aún así me ha tocado. Le resulto ofensiva, poco atractiva —Se tapó la boca con las manos, pero el sollozo triste salió antes de tiempo, antes de que pudiera impedirlo. Las lágrimas mojaron sus mejillas y de nuevo la visión se le empañaba.

Gunter se quedó sin palabras.

—Al principio pensé que no necesitaba preocuparme —confesó Izura con voz temblorosa, y se dejó caer en una silla—. Yuuri tenía cosas mucho más importantes que hacer que intentar complacer mis caprichos. Pero es cierto. Así es… un hijo era la única ilusión que me quedaba para mantener a flote nuestro matrimonio, pues lo único que desea el rey es un hijo varón que ascienda su dinastía y no se lo he dado. Ahora temo que sin la protección de Su Majestad, mi hija y yo estemos perdidas.

—Eso no ocurrirá —Gunter se agachó junto a ella al tiempo que le acariciaba la mano, sin dejar de mirarla.

—¿Por qué está tan seguro?

—Porque el rey las ama a las dos.

—De eso ya no estoy tan convencida —Izura lo miró con fijeza—. Discutimos porque él me confesó que está enamorado de otra.

—¿Cómo ocurrió? ¿Cuándo? —preguntó Gunter, sin pensar que tal vez la reina prefiriera no hablar de ello.

—La noche que estuvo en la taberna… —sollozó—. Me quedé hasta tarde esperándolo y cuando volvió se me negó como otras veces. Me cansé de sus desprecios y se lo pregunté de frente. Como sospechaba y como temía, me dijo que estaba enamorado de alguien más. Me confesó que no me lo había querido decir por el cariño que le inspiro y por el amor tan grande que le tiene a nuestra hija. Fue humillante.

Gunter frunció el entrecejo.

—La noche en la taberna… —dijo en voz baja— justo cuando había estado con… —No terminó la frase—. Lo siento, aun me cuesta trabajo creerlo de Su Majestad —añadió con una sonrisa vacilante—. Siendo usted tan hermosa, debe ser un amorillo pasajero —En ese momento Gunter decidió que debía guardarse sus sospechas para sí mismo.

—Pero le dejé en claro nuestra posición —Izura alzó la barbilla—. Yuuri sabe que fuimos escogidos para darle un heredero al trono a Shin Makoku. Nuestro matrimonio es inquebrantable, aunque le pese. Si no tenemos un hijo en común, pienso pedir un amparo para que mi hija quede primera en la línea de sucesión, así por lo menos la sangre real correrá por las venas de próximo gobernante —Hizo una pausa para mirarlo a los ojos detenidamente—. Cuento con el apoyo del Consejo ¿verdad?

Gunter tuvo que tragarse un comentario airado sobre falta de sensibilidad e ignorancia. La sangre real correría por las venas de cualquier hijo del Maou, aunque fuese un bastardo.

—Pierda cuidado, que el Consejo siempre estará de parte suya. Nuestro régimen solo acepta herederos legítimos como sucesores. Lo bueno es que hasta el momento nuestro rey no ha tenido hijos con otras mujeres. Pero habrá que estar precavidos, no se le ocurra reconocer a alguno fuera del matrimonio en un futuro.

Izura entrecerró los ojos. Le sorprendió el tono sosegado que él utilizó y la semilla de la duda germinó en su mente.

—Qué adefesio sería —terminó por decir, con un desprecio rayano en la repulsión, para después adoptar una postura reflexiva—. ¿Sabe una cosa, Lord von Christ? A veces me asusta lo incapaz que soy de renunciar a lo que más quiero.

Gunter se quedó callado.

 

—37—

 

 

Una vez que estuvo acomodado detrás de su escritorio, Yuuri observó la pila de documentos que llegaban cada día a su poder. Sorpresivamente, su regreso había sido muy sencillo y muy rápido. Había imaginado que tendría que firmar muchos más papeles e incluso contestar varias preguntas. No sucedió nada de eso.

—¿Tú crees que Gwendal tiene razón, Conrad? ¿Que dejo que mis acciones sean guiadas por puros sentimentalismos?

—Usted será recordado por siempre como el precursor de la paz, Majestad. Sus decisiones no deben ser cuestionadas en ningún momento si son lo que dicta su corazón.

—Dime la verdad, no lo que crees que deseo oír —reprendió Yuuri amablemente a lo que Conrad soltó una breve carcajada—. Y deja de tratarme así, sabes que lo odio.

—La verdad es cuestión de percepción —respondió sin más preámbulos—. La gloria no se mide por el número de ejércitos que derrote ni por los pueblos que conquiste. Se mide por el número de personas que pueden vivir en paz a través de su gobierno.

Yuuri alzó una ceja.

—Esa respuesta me agrada mucho más —admitió con una sonrisa—. Pero enfoquémonos en algo más importante. —Se inclinó hacia delante y observó a su fiel amigo—. No creas que fue una decisión fácil. Tuve que convencerme a mi mismo de que podré conllevar las consecuencias de lo que voy a hacer.

Conrad notó la serenidad que irradiaba su ahijado. Yuuri pronunciaba cada palabra con una firmeza admirable y entonces se dio cuenta que no habría marcha atrás a lo que fuera que se trajera entre manos. Tras esa breve introducción, lanzó la bomba:

—Voy a pedir la anulación de mi matrimonio al Consejo de Nobles y haré de Wolfram Dietzel mi Consorte Real.

Conrad no respondió de inmediato, aún estaba demasiado ocupado tratando de procesar la tremenda noticia que le había lanzado.

—¿No dices nada?

—Es una petición insensata, y lo sabes.

Yuuri emitió un sonido de disgusto. La respuesta fue sorprendente y simple, y no la que esperaba, aunque la había comprendido.

—Si sigo atado a Izura, no necesitaré morir para vivir en un infierno. Es que no es justo ni para ella ni para mí. Los dos merecemos estar con las personas que amemos de verdad.

—¿Insinúa que el amor que la reina te profesa no es verdadero?

—Yo lo compararía con un sentimiento de apego —a pesar de su molestia, el tono de Yuuri era calmado y firme—. No estoy diciendo que voy a abandonarla para siempre. Izura siempre contará con mi protección, pero como un aliado no como un marido. Nada le faltará en un futuro, quedará bien posicionada y podrá hacer lo que quiera, volver a casarse si así lo desea. Lo que le plazca.

—¿Crees que así quedará conforme?

—Conforme o no ha llegado el momento de hablar y enfrentarse a la verdad, que no siento nada por ella, más que un gran cariño y respeto.

El capitán cruzó sus largas piernas y los brazos también. Expresaba renuencia con todo el cuerpo.

—Y todo esto por un doncel que ha llamado tu atención —soltó sin más—. Bien dicen que el intelecto siempre se rinde ante la belleza.

A pesar del sonrojo que le había provocado la observación del mayor, Yuuri no se dejó amedrentar, y adoptó la misma posición.

—Es más que eso, Conrad. ¿Y qué pasa contigo? Siempre has estado en contra de Izura o más bien de este matrimonio. No entiendo porque ahora te pones de su parte.

Conrad contuvo la necesidad de reírse. No importaba que admirase la valentía que había surgido de él, pues no podía mostrar aprobación.

—No estoy de parte de la reina, Yuuri —El rey apretó los brazos más aún—. Siempre estaré de tu lado. Pero es mí deber ser la parte sensata en tu cabeza.

—¿Qué quieres decir?

—Actúa con prudencia y todo te saldrá bien. Las cosas no son tan fáciles como se ven a simple vista. Existe un proceso para lograr la nulidad matrimonial entre dos personas de la realeza que no es nada fácil, sin mencionar que hay una alianza de paz de por medio. Yo te recomendaría que pensaras mejor eso de tomar la opción del divorcio, no te estoy negando la oportunidad de amar.

Conrad esperó a que asimilara sus palabras. En sus ojos se adivinaba cierta reflexión, como si no tuviera una respuesta preparada.

—Entonces… ¿Qué puedo hacer para estar con Wolf? —Yuuri sintió que se le hacía un nudo en la garganta mientras la confusión y la sorpresa le encogían el estómago. Se inclinó en el escritorio y frunció el ceño mientras se debatía internamente.

—Hay muchos reyes dentro la historia y en la actualidad que han tenido al menos un amante oficial —comentó Conrad, buscando argumentos para convencerlo—. Ésta persona tiene derechos similares al cónyuge. Se le otorga ciertos títulos, propiedades y hasta protección para los hijos que nazcan fruto de esa relación. E incluso puede hacer a uno de sus hijos bastardos heredero al trono si lo toma como hijo legitimo, que es un proceso más sencillo que un divorcio. Con la reina ya no tendrías intimidad por supuesto, serían como dos gobernantes extraños viviendo bajo el mismo techo.

Yuuri negó con la cabeza en repetidas ocasiones. ¿Qué parte de «quiero ser libre para casarme con Wolfram ante la ley» no había entendido? No quería otra relación clandestina ¡No más! Wolfram no merecía eso. Quería ponerle una corona en la cabeza, llenarlo de honores y gobernar juntos Shin Makoku y además, sus hijos no serían llamados bastardos por las demás personas.

—No, no, no.

Conrad buscó otros argumentos pero no los encontró. Yuuri estaba furioso, sí, porque se le notaba. Comprendió entonces que la atracción que su ahijado había sentido por el joven doncel se estaba transformando en un capricho.

—Ni siquiera le has preguntado al joven Dietzel si le parece la idea. Si realmente te ama como lo exhibes, sabrá comprender —De pronto Yuuri enmudeció y su escandalosa evasiva perdió potencia. Conrad intuyó un detalle importante—. Porque ya estás en una relación con el joven Dietzel, ¿cierto? ¿O acaso has querido vender la piel del león antes de cazarlo?

—Se dice: No vendas la piel del oso antes de cazarlo, no del león —corrigió Yuuri con gran pesar. Su padrino no era muy bueno con los dichos, algún defecto debía tener. Pero tenía que aceptar que había dado por sentados los hechos antes de estar seguro.

—Como sea —La reacción de Yuuri respondió por sí sola. Conrad esperó un instante, hasta que se convenció de que estaba hablando en serio. Entonces no pudo contener una risa llena de pena ajena—. Yuuri…

—Yo sé lo que él siente cada vez que nuestras miradas se cruzan —interrumpió él antes que terminara la frase—. Wolfram me corresponde en silencio. Por eso quiero quedar libre para ir tras él, para que ya no haya más barreras entre nosotros. —Se levantó y se quedó mirando la ventana, como si deseara escapar volando por ella. En seguida abrió los ojos de par en par, puesto que vio una silueta que le era familiar. Retiró la mirada un segundo e inevitablemente la posó de nuevo en el mismo lugar—. ¡¿Qué carajo…?!

—¿Qué?, ¿qué pasa?

Yuuri no respondió, estaba envuelto en un manto de ira. Conrad suspiró, se levantó de la silla y también echó un vistazo por la ventana.

—Oh… si —exclamó el Capitán con tono de lamento cuando lo comprendió todo—. Me preguntaba en dónde estaba el Gran Sabio.

—¡¿Pero qué hace Murata con mi Wolfram?!

—Pues es que Su Santidad ha estado hospedándose en el castillo desde que partiste a tu mundo, Yuuri —explicó Conrad y se encogió de hombros—. Dijo que estaría aquí para recibirte y darte una sorpresa. Y… bueno… ya sabes, con lo llevadero que es.

—¡Llevadero, si cómo no!—susurró Yuuri sin poder creerlo y sintiendo como sus dientes se iban apretando poco a poco por la furia—. ¡Como si no conociera a Murata Ken!

—¿A dónde vas? —preguntó Conrad cuando lo vio caminar hacia la puerta.

—Voy a poner en su lugar a ese traidor. ¡Suéltame! —bramó Yuuri cuando Conrad lo sujetó por la espalda—. ¡Lo mato, esta vez sí lo mato!

—Vas a armar un gran escándalo —Sus esfuerzos no dieron los resultados deseados. Yuuri hizo caso omiso de sus palabras y salió de su oficina como un vendaval.

 

 

—38—

 

Una flecha cayó en el suelo seguida de un resoplido de cansancio por parte del arquero. No había acertado a ningún blanco y eso lo tenía de mal humor.

Sin Yuuri cerca, Wolfram no había tenido otra opción que la de enfocarse únicamente en su preparación militar. Durante las últimas semanas se había ganado dos medallas honorificas de disciplina y excelencia en esgrima, pero la arquería no era lo suyo. Wolfram descubrió que Pacto de Sangre podía ser un lugar deprimente sin la presencia de Yuuri. En sus tiempos libres prefería ir a la biblioteca a leer silenciosamente o a veces conversaba con el Gran Sabio sobre cualquier cosa. Pero aunque el día fuera soleado y alegre, su humor permanecía taciturno. Le hacía falta algo.

—Pone demasiada potencia en sus brazos y eso hace que la flecha se pierda de dirección en el vuelo —dijo una voz a sus espaldas, sobresaltándolo.

—¡Joder, qué susto me ha dado, pensaba que era el General Voltaire! —suspiró Wolfram al darse la vuelta.

—Veo que no ha mejorado nada con su puntería —enfatizó Murata con gravedad mientras se acomodaba los lentes. Wolfram desvió la mirada, abochornado.

—Bueno, he conseguido unos cuantos aciertos —Señaló el blanco con la flecha enterrada en una posición poco alentadora—. Lo que pasa es que el viento interfiere.

—Por alguna razón no creo que sea completamente cierto —se mofó Murata suavemente y dirigió su atención hacia el horizonte, donde descansaba la flecha. Cualquier cosa excepto la preciosa cara, artísticamente enmarcada por mechones de pelo dorado del joven descendiente Bielefeld.

—Supongo que el General Voltaire tiene razón —Wolfram cerró los ojos con cansancio y encorvó los hombros, derrotado—. Podré ser bueno en esgrima y control elemental, pero jamás podré mejorar mi puntería.

—¿Eso te ha dicho lord Voltaire?

—Sí, pero le demostraré una vez más que esta equivocado conmigo.

El Gran Sabio tomó uno de los arcos y una flecha, no había nadie más salvo ellos en el campo de entrenamiento a esa hora. Cerró un ojo y enfocó el otro en el blanco, y entonces disparó dando justo en el medio. Wolfram quedó impresionado.

—Nada mal.

—Me tomó algo de tiempo mejorar mi puntería, pero no es imposible de lograr —dijo Murata, encogiéndose de hombros y volviéndolo a mirar.

—Ya, el problema es que yo necesito pasar el examen práctico mañana. Los superiores ya no tolerarán más atrasos de mi parte.

—Pues a lo mejor no le sale por eso —opinó Murata—, porque está pensando en cosas que le llenan de inquietud. Lo que usted necesita es pensar en otra cosa que no sea la presión de dar justo en el blanco. Si estuviera relajado, lo conseguiría.

—¿Cómo puedo hacer eso?

—Practicando.

—¿Con quién?

—Con todo un experto, o sea yo.

Murata caminó acercándose a Wolfram, cada paso cauto y estudiado, como si probara la tolerancia que tenía a su proximidad. Sobresaltado, Wolfram levantó la mirada, le sorprendió encontrarlo frente a él. La claridad tenue del atardecer empezaba a iluminar el jardín, sosegado por la tibieza del sol de primavera que impregnó de la fragancia de las flores el ambiente y el verdor aterciopelado.

—Cierre los ojos —Pidió Murata y Wolfram dio un paso hacia atrás—. No tenga miedo, le juro que no le robaré un beso.

Después de debatirse internamente entre aceptar la propuesta, Wolfram así lo hizo. Murata fijó la mirada en él durante un momento. Entonces, sin moverse, inclinó su cabeza en un ángulo, sus dedos acariciaron perezosamente el brazo de Wolfram desde la muñeca hasta su antebrazo para luego, suavemente, abrazarlo por la espalda y acercarse a su oído.

—Piense en alguien que le haga sentir bien.

Wolfram estaba tan embebido en sus pensamientos que no le costó trabajo visualizar a la persona que le hacía sentir protegido. Para bien o para mal, la persona en la que pensó no se trataba de Matt, sino de Yuuri Shibuya.

Recordó lo que le dijo aquel atardecer: «No tienes nada que temer. Todo lo que toca la luz es mi reino y he jurado protegerlo aunque me cueste la vida. Pero especialmente, prometo que te protegeré a ti…» Y deseó detenerlo alargando la mano, como si la caricia pudiera traerlo de regreso de sus inciertos e ilimitados recuerdos.

—Y esa persona le abraza.

Podría jurarlo, Wolfram sintió la calidez del aliento de Yuuri Shibuya en su cabello, y como los labios de éste se acercaban a su cabeza. Esta cercanía le provocó una profunda sensación de deseo que no supo explicar. En ese momento parecía tan real, tan cerca de del rey, que sin más se dio la vuelta.

—Y te das cuenta que no tiene nada que temer, Wolf… —le dijo el mismísimo Yuuri Shibuya. Si, como si se tratase de un bonito sueño, la persona que había estado esperando finalmente apareció.

—Tú… —Sus ojos verdes brillaban con intensidad, como si minutos antes hubieran estado a punto de romper a llorar.

—Debes controlar tu ansiedad, relájate.

—¿Qué…? —Las palabras eran apenas un susurro. ¿Era una alucinación? ¿Porque podía sentirlo tan real?

—Confía en mí, Wolf.

La piel se le erizó. Sus palabras contenían un mensaje oculto, un mensaje que temía descubrir y menos en las circunstancias en las que se encontraban. A pesar del deseo, la ira y la confusión llenaban su cabeza. Ira por ser tan débil y tal vez estarse enamorando del objetivo, confusión porque sabía lo que tenía por perder.

—Apunta… —Toda la envergadura de su atlético cuerpo se tambaleó, pero Yuuri le ayudó a erguir la flecha—. Tranquilo… yo estoy contigo.

Wolfram era arcilla en sus brazos.

—Dispara.

Y disparó.

—Abra los ojos.

Él abrió los ojos lentamente.

—¡Lo hice! —exclamó incrédulo al ver que la flecha había impactado justo en el centro del blanco. Se dio la vuelta y se encontró con el Gran Sabio en lugar de Yuuri. Se miraron fijamente, hasta que Wolfram tuvo la necesidad de dirigir sus ojos a otra parte. Se dio cuenta de que se sentía incómodo. Acababa de imaginarse que Yuuri Shibuya le abrazaba por la espalda y le susurraba cosas raras al oído. ¿Qué pasaba con él?

¿Por qué el simple hecho de pensar en el Maou aceleraba los latidos de su corazón? ¿Por qué la repulsión que había sentido una vez por Yuuri Shibuya se estaba resquebrajando a pasos agigantados? Le parecía imposible endurecer aquella anterior sensación de odio, y el darse cuenta de ello lo desesperaba. Por supuesto que aquel rey lo había tratado con tanta amabilidad y le había prestado tanta atención, que de no haber ido allí para matarlo, habría sido bonito corresponder sinceramente a sus sentimientos, pero debía alejar la flaqueza que manifestaba con su comportamiento si quería seguir adelante.

—D-debo decir que es usted muy bueno en esto.

Murata sonrió con calidez.

—Siga practicando con la misma técnica y lo conseguirá —le dijo, realizando una elaborada reverencia—. Mi trabajo aquí está hecho.

—Un muy buen trabajo debo decir —respondió Wolfram, correspondiendo la reverencia con una amplia sonrisa cuando por fin salió del letargo intenso en el que había caído segundos atrás, sin dejar de sentir la agitación de su corazón.

—Demos un paseo —le sugirió de pronto el Gran Sabio, señalando los exquisitos jardines del castillo. Wolfram aceptó.

Y caminaron en silencio unos pasos.

—¿Sabe?, volveré al Templo dentro de pocos días.

El comentario de Murata impresionó a Wolfram y de cierta manera se sintió entristecido, pues poco a poco se había acostumbrado, no sin esfuerzo, a ver al Gran Sabio por quien realmente era y no por la posición que ostentaba dentro de la Corte. Aunque fue corto el tiempo que pasó con él, se sintió apoyado con su presencia.

—Tenía entendido que sólo las Sacerdotisas y las Guerreras son admitidas como residentes en el Templo. No permiten que los hombres vivan allí… —inquirió, recordando un poco de la información que había recolectado antes de viajar a Shin Makoku. 

—Y así es. A los hombres no se les permite residir ahí, de hecho muy pocos tienen el privilegio de poder entrar en el Templo. Si posees cierta alcurnia por ejemplo, cuentas con ese derecho. Mi lugar está allí porque… bueno… en realidad las Sacerdotisas me tienen como fontanero, carpintero y albañil. Se podría decir que soy indispensable para ejecutar las tareas más difíciles.

—Y yo que pensé que lo trataban como todo un rey allá en el Templo —comentó Wolfram, riendo—. Ya sabe, rodeado de tantas mujeres bonitas.

—¡No, qué va! —reconoció Murata con una carcajada—. ¡Es deprimente que esas mujeres sean prohibidas! —El descendiente Bielefeld resopló indignado, mas no le reprochó su falta de tacto. Murata dio un brinco y se situó frente a él—. Por cierto…  no me ha contado gran cosa sobre usted en este tiempo que hemos pasado juntos, Joven-Dietzel.

—La verdad es que no hay mucho que contar —Wolfram se sintió muy incomodo con el giro de la conversación.

—Todo mundo sabe que es usted huérfano y por eso le admiran mucho. El valor de entrar al ejército para defender quizás a aquellos que le abandonaron una vez, la verdad no cualquiera lo haría. Pero dígame, ¿sabe algo de ellos?, ¿sabe algo de sus padres?

—No mucho realmente, y es mejor de esa manera —De repente, Wolfram sintió la garganta apretada, pero se las arregló para continuar—. Fui abandonado desde que era un recién nacido a las puertas de un orfanatorio en una noche de primavera, llorando envuelto en unas viejas mantas. No hallaron nada que pudiera indicar mi procedencia —Hizo una pausa y tomó aire para poder continuar—: Hasta que conocí a mi madre biológica y me contó todo cuanto quería saber; las razones por las cuales me abandonó, si mi padre continuaba vivo o muerto, si realmente me quería. Al final las cosas no resultaron como las había imaginado.

—¿Por qué? —preguntó Murata, cada vez más interesado mientras se preguntaba: «¿Qué hiciste, maldito Endimión?»

—Porque mi madre me dijo que mi padre había muerto antes de verme nacer y que un bebé representaba un obstáculo para una mujer tan joven como ella. Por eso me abandonó y siguió con su vida, hasta que tuvo remordimientos y fue a buscarme. —Una lágrima resbaló por su mejilla antes que pudiera ser capaz de retenerla. Todo cuanto había dicho era lo que sabía—. No sonó tan fuera de lo normal y hasta un niño como yo pudo entenderlo, pero ella nunca tuvo intenciones de sacarme de ese lugar. Me dejó allí de nuevo, a mi suerte. Aún no logró perdonarla por eso —Volvió a tomar aire—. Y fue cuando esa persona llegó a mi vida y me sacó de allí para… cuidarme y para darme una razón de ser. «Es un imbécil pero le debo mucho»

Murata sintió escalofríos por todo el cuerpo. Endimión Grimshaw había maquillado tanto la realidad de las cosas, que cualquiera que no supiera la verdad lo hubiera creído.

—¿Qué sabe de su padre?

—Por desgracia, no encontraron nada en el cesto, ni en las ropas que vestía, ni en mí persona que les indicara quién podría ser mi padre, y esa mujer… —dijo despectivamente refiriéndose a Cecilie— nunca habla de él.

—Ese hombre pudo haber sido alguien importante. Tal vez un Noble, un Militar, un pintor o un rey, ¿no cree? —sugirió Murata sin poder evitarlo, a lo que Wolfram chasqueó la lengua.

—No lo creo. De todas formas ya no me preocupa en exceso. Ya no después de años de preguntarme lo mismo sin obtener respuestas.

—¿Pero, no le gustaría conocer la verdad? A lo mejor y si hay un gran misterio detrás su origen…

—¿Qué ganaría yo con ello? —le interrumpió Wolfram bruscamente—. No creo que nada de lo que descubra consiga hacerme feliz. En todo caso me romperá el corazón y me traerá pena y resentimiento, que no necesito ni deseo.

—Yo le aconsejo que busque más información acerca de su origen —insistió Murata—. No se deje guiar por lo que dicen sin asegurarse de ello, a veces la realidad es cuestión de conveniencia. Así tal vez pueda sanar su corazón herido.

El entrecejo de Wolfram se arrugó con notorio disgusto.

—No soy tan vulnérale como parezco —bramó—. Dentro de mí hay un guerrero que ha sido adiestrado para la lucha, para poder defenderme por mí mismo, para asegurar mi supervivencia en tiempos hostiles, como los de ahora. Y le agradezco sinceramente su preocupación, pero no hablemos más de ello, no hay nada que pueda hacer.

—Para mí que usted simula estar bien, pero lleva la procesión por dentro —La expresión sombría que Wolfram compuso hizo ver a Murata que se había pasado—. Tiene razón, qué desconsiderado de mi parte.

Continuaron el paseo hasta llegar junto a los aromáticos rosales, donde se detuvieron a contemplar la belleza de aquellas flores en pleno esplendor.

—¿Y por qué se marcha tan pronto? —inquirió Wolfram.

—Mi estancia aquí estaba condicionada al regreso del rey, y según mis predicciones, él regresa hoy o mañana.

El corazón de Wolfram dio un brinco de alegría o malestar.

—¿Cómo lo sabe? —se apresuró a preguntar. Murata se metió las manos en los bolsillos del pantalón, sin dejar de mostrarse totalmente relajado.

—No lo sé con exactitud, pero he hecho mis propias cuentas. Shibuya nunca se ha ausentado por más de un mes de este mundo desde que adquirió el trono.

—Espero que tenga razón y vuelva pronto —comentó Wolfram, queriendo regresar el tiempo atrás y nunca haberlo dicho.

—¿Le hace falta la presencia del rey? —preguntó Murata traviesamente, provocando un lindo sonrojo en el chico rubio.

—No… —respondió él de inmediato—. Bueno… sí —titubeó— es… es

—Ah, ya entiendo —Murata sonrió como un niño malo—. Puedo percibir, por lo nervioso que se ha puesto, que a usted le gusta el rey.

—¡No, se equivoca! —Wolfram se puso colorado y se preguntó en qué momento había mencionado el nombre del Maou mientras se encontraba sumergido en aquel tonto estado de ensueño. Cuando lo vio reír, supo que estaba jugando con él y se enfureció—. ¡Es usted imposible, Su Santidad!

—Debe aceptar que cayó rápidamente —alcanzó a decir Murata entre risas.

—Pero hacer ese tipo de comentarios… podría perjudicarme —Wolfram golpeó una piedra con su bota y mirando al suelo continuó el paseo—. En este castillo las paredes escuchan y a los criados les gusta imaginar que por las noches, detrás de las puertas, las personas se entregan a cosas más estimulantes que las discusiones políticas —Alzó la cabeza para verlo a los ojos por si no le había entendido—. Me refiero a relaciones carnales con amantes en turno. Y según lo que he escuchado del Maou, eso ocurre muy a menudo.

Murata suspiró. El descendiente Bielefeld parecía tan joven y tan novato en la vida, que causaba ternura. Debería ser mantenido lejos de Shibuya, para que conservara su pureza e inocencia, protegido de lo que inevitablemente lo desilusionaría.

—¿Eso se dice del Maou? —repitió incrédulo—. Vaya, la mala fama que se esparce por dos que tres aventurillas es impresionante. Pero le aseguro que lo que mi amigo hace no es nada fuera del rango normal, los hay peores —añadió con una sonrisa picara.

Pero su sonrisa se borró en el instante en que vio la expresión de Wolfram. De nuevo había abandonado su fachada fría, y tenía los sentimientos a flor de piel. Se acercó a él y frunció el ceño mientras pensaba en la manera de reparar su error.

—Nadie mejor que yo conoce las razones que Shibuya tiene para comportarse de esa manera que odia y desprecia. En el exterior aparenta una sonrisa mientras que por dentro busca desesperado que sus plegarias sean escuchadas.

Wolfram descubrió tras el velo de sus palabras una verdad que le desconcertó. Sintió que la calidez arropaba su corazón, y a la vez experimentaba cierto temor, pero tenía calmada en la voz, incluso cuando formuló la siguiente pregunta:

—¿Qué es lo que busca el Maou?

—Un amor verdadero, alguien a quien entregar su vida entera. Shibuya podrá haber actuado mal en el pasado, pero está dispuesto a cambiar por la persona que ama —lo consoló Murata, acariciándole la barbilla—. Una personita que quiere cuidar, que quiere liberar de sus cadenas y hacerla feliz, que sonría de verdad pues.

—¿Y ya ha encontrado a esa persona? —preguntó Wolfram, sintiéndose tremendamente incómodo y asustado.

Murata se conmovió con su inocencia, y para no alargar más el misterio, decidió decírselo sin más rodeos.

—Bueno, si usted acepta lo haría tremendamente feliz —Wolfram pestañeó—. Me refiero a que usted es la persona de la que hablo. Shibuya le ama, joven Dietzel. Y me refiero a que realmente le ama. Como dicen ''cuando llega el amor simplemente se siente, y no importa si éste se da entre dos personas de mundos totalmente diferentes''

Wolfram se negó a creérselo y volvió a endurecer su corazón. Había pasado muy poco tiempo para hablar de amor.

«Si claro, he aquí el compinche del infiel de Shibuya. ¡No seas bobo, Wolfram! ¡Solamente te están manipulando!» —pensó—. Seguramente les decían lo mismo a las otras víctimas para que cayeran fácilmente.

Y para convencerse todavía más, formuló un reto mental al destino «Si es cierto que me ama de forma sincera, manda una señal, has que Yuuri Shibuya aparezca en este instante» y empezó a reírse de si mismo porque eso no ocurriría.

Una tos que sonó sospechosamente burlona resonó detrás de su espalda. Molesto por la interrupción, Wolfram dio media vuelta quedando profundamente perplejo.

—¿Interrumpo algo?

Se sintió desfallecer.

Esta vez no era una ilusión, Yuuri Shibuya estaba allí, de pie frente a él.

El Maou había regresado.

 

Continuará.

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Gracias por leer.

Espero que les haya gustado, aunque sea un poquito.

Bye, bye.

 

 

 

 


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