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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Yo no sé si todavía queden personas interesadas en esta historia, no me extrañaría que estuvieran decepcionadas y enojadas ante semejante retraso. T.T Hasta a mi me duele porque llevaba buen ritmo y luego ¡Pum! Me tardo más de tres meses, no tengo perdón. Pero las obligaciones aprietan, obstaculizan ¡Y ARRUINAN TODOS LOS PLANES!

Si me perdonan, aquí les dejo otro capítulo, que aún no está terminado del todo, pero si seguía así, no iba a poder publicarlo hasta la otra semana y dije ¡Ya no!, quiero dar señales de vida. Además, ya me duelen los nudillos de los dedos y el capitulo parecía infinito. Me harté.

En este capítulo desarrollo otra de las tramas que quería tocar en esta historia, que no es la principal, sino secundaria de personajes secundarios: Gwendal y Anissina. No es importante pero quise darle variedad al fanfic. (que es “ficción” no lo tomen tan enserio) y no me digan que no lo advertí.

—Bueno, si usted acepta, lo haría tremendamente feliz.

Lo que decía el Gran Sabio le perturbaba, pero Wolfram no encontró las palabras adecuadas para responder. Se quedó callado, esperando a que continuase.

—Me refiero a que usted es la persona de la que hablo, Joven Dietzel —prosiguió Murata—. Shibuya le ama, y me refiero a que le ama de verdad —El joven de ojos cafés sonrió al ver la perturbación que había provocado en el otro—. Así como dicen: ''cuando llega el amor simplemente se siente y no importa si se da entre dos personas de mundos totalmente diferentes'' así mi amigo quedó prendido de usted desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron sin poder hacer algo para evitarlo. Porque hay algo más fuerte que los une, algo más fuerte que una simple coincidencia.

Pese a las buenas intenciones que tenía Murata, tratar de hablar con Wolfram acerca del amor era como enseñarle a un recién nacido a caminar. Se dio cuenta que debía ser de lo más sutil y paciente, y no esperar cambios drásticos sólo con palabras, también contaban los hechos, y eso sólo estaba en manos de su amigo Shibuya.

El ceño de Wolfram se frunció, pensativo.

Amor… ese sentimiento que siempre había rechazado, ahora hablaba de ello como si de un precioso objeto se tratara. Ningún hombre había hecho nunca algo lo suficientemente bueno para atraparlo, para enamorarlo o hacerlo feliz, aunque él tampoco se lo había permitido a nadie. En cambio, Yuuri Shibuya había encontrado la manera de cruzar todas sus barreras sin hacer demasiado para conseguirlo.

Una creciente sensación de miedo y rechazo le fue invadiendo. Era imposible que estuviera comenzando a sentirse atraído emocionalmente por el objetivo de la misión. Wolfram se recordó a sí mismo que debía odiarlo. Pero, aun así, escuchar que le quería hizo que su pecho ardiera y su corazón latiera aceleradamente.

«¡No, solamente me están manipulando!» ¡Claro! el Gran Sabio y el Maou eran grandes amigos, más que eso, eran confidentes, compinches. De seguro se ayudaban mutuamente para sus conquistas.

Wolfram desvió la vista de su interlocutor. Era encantador, pero no se fiaba de él. Definitivamente el rey había confundido el deseo con el amor. Era deseo, solo eso, un deseo que no merecía esclavizarse en su corazón ni en sus intereses.

Intereses. Aquella última palabra resonó todavía con más fuerzas en su cabeza. En su mente escuchó al rey Endimión decirle: «Dame el reino de Shin Makoku y yo te daré la libertad» tan claro como era posible, como para que tomara consciencia de lo que tenía que perder. Porque no sólo su libertad estaba en juego, sino también la de sus compañeros que confiaban ciegamente en él.

Wolfram volvió a poner los pies sobre la tierra. No cedería ahora a la debilidad cuando su fuerza interior lo había mantenido vivo todo este tiempo. No podía permitir que Yuuri Shibuya se burlara de él.

Y para convencerse todavía más, formuló un reto al destino: «Si es cierto que en verdad me ama, manda una señal, haz que Yuuri Shibuya aparezca en este instante», soltando una risa inquieta de autocompasión al final, por saber que estaba enloqueciendo.

—¿Joven Dietzel? —le llamó Murata cuando escuchó su risa, no comprendía tal reacción. Tuvo el presentimiento de que algo iba terriblemente mal con él. Algo emocional, y que no era visible a simple vista. Se notaba nervioso, asustado, e incluso confundido.

El joven doncel se dominó; trató de serenarse y quiso disimular la repulsión que le causaba semejante muestra de interés. De pronto, una tos que sonó sospechosamente burlona resonó detrás de su espalda. Sin saber quién era y molesto por la interrupción, Wolfram se dio la media vuelta, quedando profundamente perplejo en el acto.

—¿Interrumpo algo?

Wolfram contuvo la respiración al escuchar aquella voz hacer esa pregunta. Era capaz de reconocer la voz del rey en donde fuese, cuyo tono amable parecía tener la facultad de afectar su aplomo; era ese tipo de tono dulce y profundo, armonioso para su oído.

Wolfram lo miró de pies a cabeza, y aunque lo veía no lo podía creer. Era Yuuri Shibuya quien estaba allí frente a él, como si su reto hubiese sido escuchado y el mismo destino hubiese acudido para responderle todas aquellas inquietudes que cerraban su corazón al amor que le ofrecía, mismo que comenzó a latir con violencia.

Los serenos jardines de Pacto de Sangre se volvieron inquietos, las rosas se convirtieron en olas alzadas por el viento, cuyos pétalos volaban hacia el cielo en aquel atardecer.

Todo alrededor se volvió incierto.

 

 

Capitulo 11

 

 

El primer contacto.

 

—39—

 

Yuuri sentía que los celos lo carcomían por dentro. Estaba seguro de lo que había visto a través de la ventana de su oficina. Era evidente que, en su ausencia, Wolfram y Murata habían entablado una especie de amistad muy cercana, y no pudo evitar preguntarse hasta qué punto, pues conocía el historial de Murata tan bien como el suyo.

Murata era un hombre atractivo, alto y atlético. Tenía cierto aire pícaro pero inocente al mismo tiempo. Sabía que podría tener a la persona que quisiera, no conocía el rechazo. Y como ave rapaz buscaba a su próxima presa. No necesitaba tener un compromiso para disfrutar libremente de una noche de sexo sin más, a diferencia de él, que la culpa no le dejaba tranquilo, sabiendo que se estaba traicionando a sí mismo y a sus principios cuando desde siempre había estado en contra del sexo sin amor. Fuerte, guapo, seguro de sí mismo, pero desgraciadamente mujeriego, Murata era un amigo leal, cuya debilidad no conocía la palabra traición. Confiaba en su amigo, pero no en sus instintos.

Los ojos negros de Yuuri se convirtieron en dos diminutas rendijas. No entendía qué estaba ocurriendo en el jardín, tampoco entendía el porqué Wolfram no lo apartaba de un brusco empujón como había hecho con él en la taberna. ¿Por qué a Murata si le permitía acercarse así? ¡¿Por qué?!

De pronto Yuuri sintió que, además de los celos, el miedo se apoderaba de él. Le asustaba que Wolfram viese a Murata o a cualquier otro hombre con interés. Tenía celos, se sentía amenazado de que otras persona se le declararan antes que él, como aquella doncella había insinuado. El sólo hecho de visualizar las manos de un sujeto extraño en Wolfram le enfermaba, y claro que evitaría a toda costa un futuro en donde Wolfram estuviera con otro hombre.

¿Qué diablos ocurría con él?, parecía un marido celoso y posesivo. ¿Qué tenía Wolfram Dietzel que lo volvía completamente loco? Desde que lo vio por primera vez una sensación rara lo invadió, era como si lo conociera de antes, de vidas pasadas. Aquel raro presentimiento lo impulsó a pensar que el amor era lo más natural que podía darse entre los dos. Pero ahora se estaba enfrentando con la posibilidad de haber esperado demasiado tiempo para declararle su amor. Ahora que lo volvía a ver, lo encontraba tan lejano y se sentía un cobarde al quedarse sin hacer nada, sin poder decirle ni una frase bonita, ni una sola palabra, como si su amor se limitara a un silencio fusionado con miradas y gestos compartidos de una manera casi platónica. Y como bien lo había insinuado Conrad ¿Cómo saber si Wolfram en verdad correspondía a sus sentimientos? ¿Cómo saber si en su corazón tenía siquiera un pequeño espacio para él? ¿O era sólo una mera alucinación, era un triste malentendido?

Yuuri se aferró a una vaga esperanza. Recordó que en las pocas ocasiones en que pudieron conversar a solas, presentía que era correspondido, ya que Wolfram reflejaba el mismo nerviosismo que él sentía. En aquellas ocasiones, se miraban de una forma tan profunda que se sonrojaban de vergüenza y después dejaban de mirarse, se quedaban en silencio y no sabían que decir, era como si las palabras se le escapaban sin poder decirlas en voz alta. Era cierto, no una alucinación; había química entre los dos, algo especial que no se podía poner en palabras e incluso en sentimientos.

¿Qué tan ciertas eran aquellas sensaciones? ¿Cómo convencerse de luchar o darse por vencido? Armarse de valor era la mejor opción, aunque sólo trajera problemas y tal vez un rechazo de su parte. ¿Por qué esperar? No tenía caso esperar a ser libre para decirle a Wolfram la cantidad de veces que se había metido en sus sueños, que su nombre se había repetido con insistencia en sus noches de insomnio, en sus ratos de desesperación, ya sea de día o de noche, que era la persona más hermosa que había conocido, que al conocerlo el amor había quedado marcado en su corazón. No tenía caso ocultarle que deseaba llenarlo de besos y que añoraba despertar cada mañana arrullado en su regazo.

«Te quiero» se recordó, sintiendo aún que era prematuro decírselo «¡Te quiero!» se repitió con desespero, deseando gritarlo a los cuatro vientos «No puedo dejar de pensar en ti. A tu lado soy el hombre más feliz. Si no te veo siento que no puedo sonreír, es como si algo se fuera de mí, como si las fuerzas me abandonaran y mi alegría desapareciera»

¡Maldición, debía hacer algo!

—¿Interrumpo algo? —Fue lo primero que se le ocurrió decir con la esperanza de no haber llegado demasiado tarde. Se lo diría, ya lo había aplazado demasiado. Era ahora o nunca y al diablo con las consecuencias.

Wolfram se volteó con los ojos espantados debido a la expresión furiosa del rey, y permaneció inmóvil, absortó en una contemplación muda.

—¡Hombre, no interrumpes nada! —exclamó Murata, rompiendo por fin aquel silencio angustioso. Notó que su amigo lucía totalmente indignado, sus brazos se encontraban cruzados sobre el pecho y les miraba con bastante molestia, pero él parecía inmune a esta o al repentino apretón de sus puños. El brillo en sus anteojos delataba plenamente lo divertido que estaba por aquel improvisado escenario—. ¡Bienvenido, no sabía que ya habías vuelto! —saludó descaradamente y con la tranquilidad del mundo encima. Yuuri lo miró sin responder y negó en silencio ante su presunto cinismo.

—¡Ma-Majestad, bienvenido! —exclamó Wolfram cuando recuperó el habla, completamente ruborizado. Su inesperada llegada le había afectado de un modo tan extraordinario que puso su mundo de cabeza.

Sin saber qué otra cosa hacer, se inclinó en una profunda reverencia y en el acto bajó la cabeza, incapaz de aguantar la presión de aquellos ojos negros.

—Enderézate, no hace falta.

Yuuri se inclinó hacia adelante, casi como si fuera a besarlo, pero el rey no lo besó ni se acercó más, sino que le ayudó a incorporarse. Wolfram tragó saliva y abrió los ojos aún con estupefacción. En los del rey se encontró una mirada fría y distante.

—¿Hace cuanto que estás aquí, Shibuya? —preguntó Murata con curiosidad.

—No hace mucho, Murata —respondió él—, aunque he visto suficiente —añadió para sí en un murmullo inaudible.

Por más que trató de disimular, la rabia era evidente su voz. No era propio de Yuuri reaccionar de esa forma. Nunca se mostraba celoso y posesivo, salvo en algunas ocasiones cuando había tratado de sobreproteger a su hija adoptiva. Ahora lo hacía con más frecuencia cuando se trataba de Wolfram.

Murata se dio cuenta que estaba terriblemente molesto, pero su amigo se haría cortar en pedazos antes de formularle un reproche o perder los estribos, aunque se notaba la tensión en su cuerpo, cómo se controlaba.

Yuuri dio un paso al frente, interponiéndose entre Wolfram y Murata. Irradiaba tantos celos que Murata creyó ver en él una expresión parecida a la del gruñón Lord Voltaire. Wolfram se quedó rígido por la sorpresa al pensar que realmente el rey podía estar celoso, una sensación que acrecentó sus deseos por desaparecer.

El joven soldado trató de serenarse y quiso ser más listo que su desgracia. No estaba en condiciones para enfrentarle.

—Si me disculpan… —dijo al tiempo que bajaba la cabeza, como si hiciera una breve reverencia—, los dejaré a solas para que puedan conversar en paz.

Yuuri no comprendía tremenda reacción, Wolfram salió corriendo como si hubiera visto algo sobrenatural, sin que pudiera poner alguna objeción. Lo vio alejarse con una profunda sensación de derrota en el pecho.

Tanteando su suerte, Murata se acercó sigilosamente a su amigo, que miraba distante el camino por donde su amor platónico había emprendido marcha. El joven de lentes arqueó una ceja suspicaz y se cruzó de brazos, como si no temiera la ira de alguien que está completamente celoso y vulnerable.

—¿No irás tras él?

Yuuri le fulminó con la mirada.

—¡¿Qué pretendías, Murata?! —espetó, incapaz de contener por más tiempo sus ofendidos pensamientos

—Sé lo que estas pensando, Shibuya, y te pido que no te confundas —respondió él tranquilamente, tratando en vano de apaciguar su ira creciente a cada segundo—. Tan sólo ayudaba al joven Dietzel a practicar su puntería con el arco. ¿Acaso se me está prohibido socorrer al prójimo?

—Te conozco…

Murata alzó la barbilla.

—Pues parece que no lo suficiente, ¿acaso no soy tu amigo? —Más que una pregunta fue un comentario de indignación—. Nunca me atrevería a seducir a alguien que ya tienes en la mira, Shibuya. Y si mis argumentos no te convencen por si solos, juro por mi vida que sólo intentaba ayudarle.

Hubo un minuto de silencio antes de que Yuuri chasqueara la lengua.

—Más te vale —siseó.

Murata esbozó una sonrisa traviesa, decidió molestarlo una vez más.

—Claro, que lo que pudiera surgir después… pues no soy nadie para negar que el joven Dietzel tiene un encanto natural… —bromeó. Yuuri le lanzó una mirada desafiante y, sin embargo, resultó tierna. Murata respondió a aquella reacción con una carcajada.

Poco después, los dos se quedaron callados. Murata esperó el golpe; creía que Yuuri iba a explotar usando sus poderes, pero al ver que su castigo no llegaba, echó un brazo sobre el hombro de aquel que en vez de enojado, parecía desconsolado.

—Hazme caso y ve tras él —comentó por segunda vez, alentando su observación—. Tú le amas, y esa sonrisa de bobalicón que pones cada vez que lo miras te delata. Anda, no pierdas la oportunidad de decirle lo que sientes. De lo contrario, te puedes arrepentir.

Yuuri mantenía una expresión tensa y reservada, como si luchara por controlar alguna emoción. Pensaba que, de nada le serviría decirle la verdad si no era correspondido, y el miedo que vio en los ojos de Wolfram se lo confirmaba.

—No —contestó con esa amargada y resentida conclusión. Su tono seco y débil la voz—. Es sólo un arrebato, cosa de un día… la mente que se desvía.

—Y las obligaciones que aprietan. Lo sé —continuó con la oración Murata.

Yuuri respiró con dificultad.

—Me precipité, no estoy enamorado.

—¿Lo dices en voz alta para convencerte, o habla la razón? —interrogó Murata con una especie de malicia en su voz. Yuuri se le quedó viendo con molestia.

—Habla la cordura. Es lo mejor para él.

Murata bajó la cabeza y curvó los labios, formando una leve sonrisa.

—En ocasiones, lo mejor para uno es la desgracia del otro —susurró en voz baja y después suspiró—. ¡Pues tendrás que verlo a diario! —Lo desafió, mirándolo a los ojos—. Y por la manera en la que te pusiste con verme a mí al lado de él, no veo el día en que lo veas del brazo de alguno de sus pretendientes. Y te lo advierto, son muchos.

Yuuri se sobresaltó ante semejante declaración y disimuló la repugnancia que le produjo la sola idea, a duras penas sabía si reír o llorar ante tal acierto.

—No soy digno de él —dijo en voz alta para doblegar a su corazón, que le reclamaba insistente que fuera en su búsqueda, que estaba a tiempo, y que provocó en Murata una reacción sin igual, tanto que le escuchó bufar y reír con incredibilidad.

—¡Vaya, vaya! —exclamó Murata, bromista—. ¿Ahora se nos remuerde la conciencia? ¿Qué has hecho mi buen rey, que te impide tomar las riendas de tu propia vida?, ¿acaso disfrutar de los placeres que ésta te ofrece, en ausencia de tu verdadero amor, es lo que no deja tu conciencia en paz, lo que te hace indigno de él?

—Sabes que no he hecho las cosas como debería, al menos como yo quería —respondió Yuuri en seguida—. ¡Y tú tienes mucho que ver, Murata! —reclamó—. Conrad me dio la pauta para tomar otras mujeres en compensación a la soledad que sentía en mi matrimonio, pero al final fuiste tú el que terminó por convencerme. —Yuuri agachó la cabeza, avergonzado—. La verdad es que no he amado a ninguna de las mujeres con las que me he acostado. Te confieso que no puedo ni siquiera recordar sus nombres. Soy un desastre en esto del amor, es más, estoy seguro que no puedo amar.

—¿Qué ha cambiado respecto al joven Dietzel? —inquirió Murata, y la profundidad latente de la pregunta irrumpió bajo las propias dudas de Yuuri.

—No quiero lastimarlo. Me siento incapaz de hacerle daño a ese ser tan puro ni con tan solo el pensamiento. Por alguna razón, Wolfram Dietzel inspira para mí el más sincero deseo de protección. Si intentara algo con él, nos esperaría un largo camino. No podría vivir conmigo mismo viendo cómo languidece por no darle lo que se merece. Se marchitará como una flor si espera a que salga del embrollo con el Consejo de Nobles —admitió, y luego alzó la mirada con decisión—. Y ya no quiero vivir en una mentira. Por eso… aunque no pueda cambiar mi oscuro pasado, voy a seguir en cumplimiento de mi deber como rey, trataré de cambiar mis malos hábitos, pero juro por mí mismo que cuidaré de Wolfram Dietzel desde la distancia, haré del resto de sus días los más felices, aunque no sean a mi lado.

Murata frunció el ceño, analítico.

—Dices que no eres capaz de amar a alguien, cuando en una sola frase me has definido exactamente lo que es el amor. ¿Acaso el amor no significa colocar la felicidad de tu pareja por encima de la tuya?, ¿empeñarte en cuidar bien al otro? —comentó—. ¿A que fuiste a la tierra sino a poner en claro tus sentimientos? —Su voz tomó un tinte de reproche. Yuuri recordó todo lo que había hablado con su padre, pero el miedo lo dominaba—. ¿De veras esto es todo? ¿No lucharás por tu felicidad? ¿Te quedarás campante, viendo como tu alma gemela hace su vida con otro, y que incluso ese otro puede ser aún peor que tú? ¿Y qué pasará cuando se aleje de ti?, ¿puedes imaginar la vida sin él?

Fue suficiente para Yuuri.

—¡Bien, te mentí! —admitió—. No puedo más con esta farsa, y odio ser un libro abierto para ti, Murata. No puedo imaginar mi vida sin él. Le amo. Esa fue la conclusión a la que llegué en mis noches de insomnio, cuando lo imaginaba en mi lecho, abrazándome. No es un simple capricho. Me he enamorado como un loco de Wolfram Dietzel con tan solo sentir el roce de sus manos, con mirarlo a los ojos. En un segundo. ¿Es eso posible?

—Allí tienes tu respuesta —respondió Murata, satisfecho—. Una alma gemela es una persona definida como alguien que comparte un pedazo de tu alma, lo más probable es que le conociste en una vida pasada. Entonces, que se sienta tan familiar para ti empieza a tener sentido. Hay una parte de él en ti y viceversa.

—Una visión demasiado fantasiosa viniendo de ti —contrastó Yuuri, omitiéndole el hecho de que aún se sentía culpable por dejar a Izura y a Greta a la merced, algo extraño cuando hasta hace poco parecía estar bastante convencido—. Pero de pensar y actuar hay una gran brecha, sobre todo cuando personas inocentes pueden salir lastimadas.

—Sé bien que te sigue oprimiendo el deber que tienes con Izura —atinó Murata, buscando en su mente las palabras que necesitaba para su propia conveniencia—. En la Tierra tenemos esa manera fácil de salir de un matrimonio fracasado llamado divorcio. Debes ser consciente de que aquí las cosas son diferentes; aquí vas a abandonar a tu reina, ni más ni menos. Será posible, siempre es posible y basta con actuar, aunque te advierto que tendrá muchas e inevitables consecuencias, sobre todo políticas.

—Sácame de este embrollo, entonces. Eres el Gran Sabio, encuentra una solución para mí. Pese a todo, quiero estar con Wolfram.

—No será fácil para Izura, ni para la niña. —Murata entrecerró los ojos con malicia al saber que estaba poniendo a su amigo entre la espada y la pared, quería medir sus agallas—. Y supongo que quieres lo mejor para ellas.

—No lo dudes.

Murata encontró la oportunidad de hacer su jugada. Si bien esperaba que su amigo encontrara la felicidad al lado de su alma gemela, por ningún motivo quería que se diera una guerra por la misma causa.

—Ese es tu deber, Shibuya, has jurado cuidar de Izura y su hija hasta el final de tus días, y dado que tus acciones se ven influenciadas por la llegada de un nuevo amor, debo decirte que hay otras maneras de solucionarlo, sin que las abandones.

—¿Qué propones?

—Eres un rey, tienes el suficiente poder para mantener otro hogar.

Yuuri se sobresaltó.

—Murata, ¿Me estas proponiendo que repudie a Izura y tome a Wolfram como mi amante oficial? —Desvió la mirada y trató de calmarse.

—¿Ves como si me has comprendido? —Murata sonrió—. Los dos sabemos que Izura te necesita a su lado, que ha creado una dependencia extraordinaria de ti. Sabrá comprender siempre y cuando guardes la discreción.

—Conrad ya me lo había puesto en consideración antes que tú, pero no estoy de acuerdo. Sería una falta de respeto para Izura, para Greta y para el mismo Wolfram. Además, ya te lo he dicho, no quiero seguir viviendo en la mentira.

Murata se disgustó por su implacable respuesta.

—Como quieras —soltó, fingiendo despreocupación—. Solamente era mi deber advertirte que lo que pretendes es muy complicado para todos. Lo que más me preocupa es el futuro de Greta —añadió, sabiendo que ella era el punto débil de Shibuya.

—No voy a separarme de mi hija —declaró Yuuri con el semblante fruncido—. Mi matrimonio podrá ser una farsa, pero no el amor que siento por ella.

—Eso lo hace aún más complicado. —Murata claramente estaba manipulando a Yuuri, de nuevo—. Greta no es tuya, aunque la niña no lo sepa. Sería fácil para Izura, en un arranque de despecho, separarte de ella por las vías legales.

El rey entornó los párpados.

—No lo permitiré.

—No podrás hacer mucho cuando se demuestre que ningún derecho tienes sobre la pequeña.

Yuuri se quedó callado por un momento, el pecho le dolía al imaginar la vida sin la sonrisa de Greta. Murata notó su terror, y aunque sintió pena por él y quiso retractarse, sabía que estaba haciendo lo correcto.

—Mi niña no… —musitó Yuuri con la mirada fija en el suelo, preso de una angustia que jamás había experimentado. Entonces elevó la mirada de nuevo, posándola en quien confiaba ciegamente—. Murata, ¿estás seguro que es la única manera?

—Desafortunadamente, sí —contestó él y le sonrió con aire conciliador—. Piénsalo, nada tienes que perder, todo lo contrario. Un día Greta se casará, formará su propio hogar, ya no será la niña de papá y heredará el reino que le corresponde. Ella sabrá comprender que tienes un amante con el tiempo y la madurez. Pero si la pierdes ahora por no seguir mis consejos no habrá marcha atrás.

El rey lo contempló con aire pensativo.

—Siento que estoy atrapado.

—No tienes que sentirte así. Puedes tener todo lo que quieras, siempre y cuando seas más listo que las circunstancias. Pero antes tienes que conquistar el corazón de ese precioso doncel y hacer que te ame sin reservas.

Yuuri sonrió por primera vez en medio de la conversación.

—Me gustaría intentarlo —admitió, a lo que su amigo respondió con dos palmaditas de apoyo en su espalda.

Podría ser que, con amor y devoción, lograría compensar la inexistencia de un matrimonio oficial con Wolfram. Además, así mataría dos pájaros de un tiro: estaría con su amado y no abandonaría a esa buena mujer y a esa preciosa niña que todavía lo necesitaban.

—Y así nos darán al tan esperado heredero al trono, porque te recuerdo que aún tienes una deuda con Shin Makoku —añadió Murata, haciendo que Yuuri se sonrojara—. Un hijo que te puede dar ese doncel, si lo conviertes en tu amante oficial.

—Tienes esa peligrosa cualidad de convencer a las personas fácilmente, Murata. Me das miedo.

Murata no pudo dejar de sonreír, Shibuya tenía razón.

—¿Eso fue un alago o una ofensa? —Yuuri únicamente movió la cabeza. Murata entendió la indirecta—. Mejor corre porque ya perdí de vista al joven Dietzel. No debe estar lejos de aquí ese que es la razón de tus sueños hume…

—¡Murata!

—Ya pues, confiésate de una vez —Yuuri rodó los ojos ante su falta de discreción, pero Murata añadió algo que hizo que se le olvidara el enojo—: No desaproveches la oportunidad que te está dando la vida, no ocurre con todos. A veces crees que no tienes suerte y parece que el mundo va a acabarse de un momento a otro. Otras en cambio, te llega la persona indicada y lo sabes sólo en un segundo. Con mirarle a los ojos es suficiente, y entonces descubres que la vida es más que un valle de lágrimas.

Ese comentario tan profundo conmovió a Yuuri de tal modo que lo dejó sin aliento. Jamás imaginó escuchar tal cosa de alguien como Murata.

—Deséame suerte —pidió con su rostro enrojeciéndose. Se dio la media vuelta, pero antes de echarse a correr, miró a Murata por encima del hombro para agradecerle.

—De nada. —Murata se despidió con la mano y una sonrisa bondadosa—. Y no necesitarás suerte, Shibuya. Al lindo, tierno y tsundere soldadito no le eres indiferente.

El optimismo de Yuuri se acrecentó con las palabras de su amigo, y salió corriendo a toda prisa. Murata lo vio alejarse rápidamente.

—El destino no se equivoca y debe haber una razón muy fuerte para que esos dos se hayan encontrado —recalcó, recordando sus propias palabras, que abrían una brecha en su corazón. De pronto sintió una brisa extraña, que provocó que entrecerrara los ojos con agudeza y exclamó—: ¡Bien Shinou, he hecho las cosas tal y como querías!, pero a mi manera… No permitiré que haya otra guerra por causas absurdas.

 

 

Corrió tan rápido como pudo sin dirección aparente. Al final, el cansancio llegó para hacerle caminar lento entre arbustos y rosales que parecían un laberinto. Su corazón palpitaba aceleradamente y fijos estaban sus lindos ojos esmeraldas en las colinas iluminadas al pie de las sierras distantes, donde la tarde se apagaba.

«No está bien huir» se recriminaba. Tan sólo estaba posponiendo lo inevitable. ¿Pero a quién quería engañar?, aún no se sentía con las fuerzas necesarias para enfrentarse a lo que venía, y eso que no mostró completamente sus sentimientos. Eso lo había aprendido de pequeño.

Sin embargo, ese día lo habían sacado brutalmente de su caparazón. Las palabras del Gran Sabio lo habían afectado demasiado. Lo que le resultaba difícil, no era procesar el significado, sino convencerse de que no eran sinceras, que todo era parte de un juego en el cual era sólo una pieza.

Con la mano en el pecho, Wolfram dio un par de vueltas como pantera enjaulada, no había diferencia alguna entre aquel felino y él, ambos estaban atrapados.

—¡Soy un tonto! ¡¿A que he venido sino a seducirlo?! —se dijo recriminatoriamente y se sonrojó de la vergüenza. En su interior esperaba que Yuuri Shibuya protestara, que le pidiera que se quedase, que le persiguiera. Pero él no hizo nada. Ya no sabía lo que quería en realidad—. No… aún no estoy listo… ¡Maldita sea! —gritó, dando algunos pasos como fuera de sí y embargado de un terror profundo—. Soy un desastre…

Por primera vez, Wolfram se dio cuenta de que Yuuri Shibuya lo podía afectar de una forma que él había negado con insistencia. No habían sido innumerables las experiencias que habían tenido juntos, pero si habían sido intensas.

Se sintió feliz de verlo de nuevo. Wolfram aceptaba que Yuuri le gustaba, pero no sabía nada de él, salvo algunos detalles poco dignos que no le permitían hacerse una imagen clara del rey y menos le permitían confiar en él. Como decían: la peor batalla es entre lo que sabes y lo que sientes; así se sentía en esos momentos. ¿Qué quería de él en realidad? ¿Qué había de verdad en el fondo de esas muestras de ternura, de esas miradas, de esos celos? ¿Había siquiera alguna verdad?

La turbación de Wolfram era ya notable; sudor en la frente, respiración precipitada y sus mejillas sonrosadas. Nada lo habría preparado para encontrarse de nuevo con el motivo de sus problemas, pero así fue.

Escuchó sus pisadas presurosas, su llamado insistente, y se regañó mentalmente por bajar la guardia y quedarse en su puesto, estático.

—¡Wolfram! ¡Wolfram!

Yuuri le estaba gritando y al ver que daba un paso, sin pensarlo extendió la mano y le agarró del brazo. Wolfram se congeló. Se preguntó si el rey tenía intenciones de reprenderlo y se encogió, cerrando los ojos con fuerza. Yuuri se dio cuenta de su brusquedad, por lo que fue disminuyendo la fuerza de su agarré poco a poco hasta morir en una caricia delicada.

Le pidió perdón con la mirada.

—Apenas he regresado y ya estás huyendo de mí… —musitó suavemente—. Quédate por favor, quiero conversar contigo —Su voz suplicante ocasionó en Wolfram un repentino y evidente abatimiento, pero se quedó quieto y obedeció, desenado con todas sus fuerzas que su corazón volviera a latir a un ritmo normal.

—¿Es tan importante eso que quiere decirme, Majestad? —preguntó con voz serena y tras la cual trataba de ocultar una emoción y una congoja mayores de cuanto hubiera sentido antes. Había llegado el momento, y él era un caos interno de sentimientos.

—Sí —respondió Yuuri con decisión.

Wolfram se limitó a guardar silencio. Se hundió su seguridad, pero el dominio sobre sí mismo se mantuvo a flote.

 

 

—40—

 

 

 

Encerrado en su oficina, Gwendal terminaba de poner los sellos oficiales a los documentos de graduación de los nuevos soldados del reino. Uno tras otro, los pergaminos quedaban debidamente marcados. Y así, la puesta del sol marcaba el final de otro día de su patética existencia. Mierda, pensó.

En el fondo, Gwendal sabía que había nacido para ser la mano derecha del Maou: lo bastante inteligente para tomar decisiones arbitrariamente, lo bastante intimidante para que le obedeciera y lo bastante leal como para nunca traicionarle. Sólo si la estabilidad del reino estuviera en peligro, se pondría en su contra.

—Gwendal…

Una mujer apareció en la puerta.

Gwendal alzó la vista. Era su esposa. Traía en su mano derecha una jarra llena de un líquido color verdoso mientras que en la otra sostenía un vaso de vidrio. Él sabía a qué había llegado.

Por más que lo intentó, no pudo volver a concentrarse en su trabajo ante la hermosa figura que su mujer le ofrecía. Tras tres años de matrimonio, Gwendal aún se quedaba prendado de su esposa cuando la veía sonreír.

—¿Te interrumpo? —preguntó Anissina cuando entró y se acercó a su escritorio—. Es hora de que te tomes esto.

—No, ya estaba por terminar —respondió Gwendal y giró su cuello dolorido—. ¡Ah! Tengo los hombros tensos —se quejó.

—Querías más responsabilidades. Ya las tienes —bromeó ella con una sonrisa. Él hizo un mohín de enfurruñamiento. Riendo, Anissina depositó un beso en la frente de su señor esposo—. Tal vez así te sentirás mejor —aclaró, avergonzada.

En efecto, Gwendal comenzó a sentirse mejor. Puso ambas manos alrededor de la cara de su mujer y le dio un beso largo y apasionado. Anissina sintió que su cuerpo temblaba a su merced y aquel contacto le pareció dulce de su parte.

—Prometo que nos tomaremos unos días libres —musitó Gwendal—. Iremos a donde tú quieras, solos tú y yo.

Anissina detectó en su voz un atisbo de culpabilidad, sin duda por el poco tiempo que le dedicaba a ella en contraste con la cantidad de tiempo que pasaba en la oficina o en el campo de entrenamiento con los soldados.

—Si quieres compensarme, ya sabes que te esperan cientos de nuevos inventos en mi laboratorio para ser probados.

Al escuchar esto, los ojos de Gwendal se fijaron con miedo en los de su esposa, que brillaban con aire juguetón.

—Las vacaciones son algo que necesitamos con urgencia ¿no crees? —Cambió de tema tan rápida y disimuladamente como pudo.

«Sí, claro». Pensó la inventora.

—Tómate esto —pidió en vez, pasándole un vaso lleno con aquel brebaje. Gwendal se bebió el vaso de golpe, aunque aquella infusión de hierbas sabía fatal—. Es lo que en realidad necesito. He aumentado mi dosis para ver si así funciona más rápido.

—Te he dicho que te abstengas de sobrepasar la dosis que recomendó Gisela —advirtió Gwendal elevando la voz, ofendido y enojado—. Estas cosas llevan tiempo, no somos el primer ni el único matrimonio con problemas para concebir.

Dolida, Anissina frunció el ceño y entornó los ojos. Aquel era el único problema serio que había ensombrecido sus últimos dos años de matrimonio. No conseguían tener hijos. Tras agotar todas las posibilidades de concebir por el método tradicional, habían empezado a someterse a un tratamiento sugerido por Gisela, quien mantenía toda la privacidad del caso según la ética de su profesión. La doctora no encontró ninguna razón que explicara su incapacidad para procrear. Además, ella era fértil con toda seguridad. Y él tampoco tenía ningún problema que pudiese identificar. Era sólo cuestión de tiempo.

—No te atrevas a compararnos con el rey y la reina, Gwendal —advirtió Anissina lo más firme que pudo, pese al quiebre de su voz—. Llevan tantos años de casados y aún no tenemos al tan esperado heredero al trono, pero en ellos no hay voluntad. Nuestro caso es diferente, esto algo serio.

Esperando un momento, Gwendal suspiró con calma y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

—Anissina, por más que rebusques, por más que le des vuelta, los niños no van a venir de la noche a la mañana, debes darle tiempo —pidió—. Vive tu día a día, sal con tus amigas o inventa artefactos explosivos.

—¿De verdad lo crees? —Anissina dio un paso al frente—. ¿De verdad tienes aún fe?

—Tengo la fe puesta en nuestro matrimonio y fe en ti —respondió Gwendal, poniendo una mano suya en las de ella para reconfortarla—. Estoy seguro de que serás tan buena madre como eres esposa. Pero te pido que no centres cada uno de tus pensamientos en traer vida al mundo, aun si no tenemos hijos, no veo el problema. Nos tenemos el uno al otro y eso es lo más importante. —Rodeó el escritorio, se acercó a ella y la abrazó—. Te confieso que aún no me imagino correteando detrás de un mocoso travieso por todo el castillo.

—Mi hijo será un genio —farfulló orgullosa y forcejeó un poco en sus brazos, aunque no desplegó toda su fuerza, más bien quería que él la contuviese.

—Si los dioses nos lo permiten, será un genio travieso —rió Gwendal—. Aún recuerdo lo que me hiciste sufrir cuando experimentabas conmigo en el palacio de Karbelnikoff. La sangre no se equivoca y estoy preparándome para lo que venga.

Escondiendo la cara entre uno de sus hombros, Anissina se aferró a su esposo y por fin se quedó quieta. A él le costaba entender que para ella era importante darle un hijo, siendo la mayor realización de una mujer según las costumbres de su círculo social. La gente ya había empezado a hacerle preguntas imprudentes y era algo vergonzoso tener que explicar o inventar excusas. Y por si fuera poco, era doloroso haberse encargado de la educación de niños ajenos y no poder criar a los suyos. Rinji von Wincott, por ejemplo.

Cuando estuvo tranquila, Anissina se deshizo del abrazo y se encaminó hacia la puerta.

—¿Te vas?

—Me quedaría, pero aún me queda un poco de orgullo. No soporto que mi esposo me trate como una científica loca.

Gwendal se le acercó por detrás y le rodeó los hombros con los brazos

—Mi mujer no es una científica loca —respondió, apretándola fuerte—. Lo que pasa es que se comporta como si lo fuera.

—¡Abusivo!

Él la besó en el cuello.

—Traviesa —susurró.

Ella cerró los ojos y guardó silencio, distraída en disfrutar del momento.

—Recuerda, no tienes que sentirte presionada para darme un hijo —declaró Gwendal tras esperar unos segundos—. Eso es algo que no está en mis planes a corto plazo y estoy seguro que en los tuyos tampoco. Tienes muchas cosas por hacer y descubrir antes de esclavizarte en las labores de una madre.

—Sí, tienes razón —Anissina sonaba extrañamente insegura—. Sólo me he dejado llevar por las demás parejas de nuestro círculo social que ya son padres.

Él se relajó.

—Exacto. Deja de preocuparte por lo que digan los demás.

Sintiendo un nudo en la garganta, Anissina disimuló su dolor. ¿Por qué él tenía que ser tan egoísta? ¿Por qué no la entendía?

—Me voy, no quiero retrasarte más —dijo con voz más animada, como si nada hubiera pasado. Aquella era la actitud que le gustaba a Gwendal—. Nos vemos en la cena.

Pero antes de que Anissina pudiera llegar a la puerta, esta se abrió, dejando mostrar la penosa figura de Gunter. Estaba pálido, visiblemente preocupado, bajo el peso de un gran disgusto, sin duda.

Marido y mujer intercambiaron una mirada y ayudaron al Consejero Real a llegar a una silla que estaba frente al escritorio.

—¿Qué pasa, Gunter? —preguntó Anissina. Él la miró horrorizado—. Mejor siéntate.

Gunter estaba demasiado aturdido para oírle.

—¡Siéntate! —repitió la inventora.

Gunter se dejó caer.

—¿Qué ha sucedido? —se apresuró a preguntar Gwendal. Gunter tardó en contestar, sólo movió la cabeza de un lado para otro. Sin una respuesta satisfactoria, el General se dirigió a su esposa—. ¡Rápido, trae la jarra!

Anissina asintió, tomó presurosa la jarra y un vaso, para después acercarse al par de hombres en un par de zancadas.

Más tardó en servir medio vaso, que su esposo en arrebatarle la jarra y vaciar aquel líquido sin compasión en la cabeza de Gunter.

—¡¡Reacciona, carajo!!

—¡Ahh! —gritó Gunter.

Anissina miró a Gwendal reprobatoriamente.

—¿No pudiste ser más sutil?

—¡Nah! —bufó él con despreocupación—. Con Gunter no se puede ser sutil y yo no tengo la paciencia necesaria para soportarlo.

Gunter bajó la cabeza y suspiró. En seguida se le subió el brebaje a las narices, tosió, se puso casi blanco, medio asfixiado y Anissina tuvo que darle palmadas en la espalda.

—Gracias… ya me siento mejor. —Fueron las primeras palabras coherentes que Gunter logró pronunciar desde su llegada.

—Qué bueno… —dijo Anissina, algo dubitativa— pero ¿a que ha venido todo esto, Gunter? Por un momento creímos que te daría un infarto.

—En efecto, fui a hablar con la reina Izura —respondió Gunter. Su voz delataba que estaba nervioso y preocupado— y me confirmó que estamos jodidos.

—¿A qué te refieres? —insistió Anissina, confundida.

Gwendal frunció las cejas rápidamente.

—¿Qué descubriste? —preguntó con sigilo.

Gunter se encogió de hombros y meneó la cabeza.

—En estos momentos… —musitó— lucho entre el deseo de satisfacer su impaciencia y el temor de acertar con mis sospechas, que por desgracia son críticas y delicadas.

—¡Ve al grano, Gunter! —insistió Gwendal, perdiendo gran parte de la poca paciencia que tenía. Su esposa le miró de soslayo.

—El rey… —comenzó en un tono firme, aunque cauteloso— el rey le ha confesado a la reina que tiene un amante.

—Eso ya no me extraña a estas alturas —reflexionó Gwendal, indignado—. ¿Qué más hay? ¿Sabes de quien se trata?

—No le pregunté, supongo que tampoco lo sabe. La reina sospecha que se trata de una mujer, pero tú y yo sabemos quién es en realidad.

—Tiene que estar relacionado con todo esto —dijo Gwendal entre dientes—. ¡Y pensar que tuve a ese mocoso en mis manos! Yo sabía desde el primer momento en que lo vi, que solo iba a traer problemas. ¡Se los dije!

—¿De qué hablan? —preguntó Anissina sin una pista de lo que discutían, pero Gwendal y Gunter la ignoraron y siguieron en lo suyo.

—Debí haberle golpeado mucho más fuerte cuando tuve la oportunidad —pensó Gwendal en voz alta, ciego de temor.

—Eso no hubiera resuelto nada —mencionó Gunter. Se sentía paranoico por todo este asunto y no se controlaba—. ¡Ah, y espera! —añadió—. No sólo se trata de una amante de turno como todas las demás, esta vez el rey ha declarado haberse enamorado. ¡¿Te imaginas?!

—¡Maldita sea!

—¡¿Me pueden decir de una vez de quién están hablando?! —gritó Anissina, harta de escuchar aquella conversación sin encontrarle sentido. Su esposo se cruzó de brazos y entrecerró los ojos.

—Wolfram Dietzel. —Gwendal pronunció su nombre como si fuera inmundicia.

Anissina enmudeció, y luego lanzó una exclamación ahogada.

—¡Ay, no puede ser, Gwendal! —Le dirigió una mirada de disgusto—. ¿No me digas que sigues resentido porque te derrotó en un duelo? ya déjalo atrás.

—Pasó la prueba de selección, que es muy diferente —se defendió él, indignado—. Lo uno no tiene que ver con lo otro.

—Me gustaría creerte —arguyó Anissina, mandándole una señal de advertencia. No era ningún secreto que Wolfram Dietzel no le caía bien a Gwendal. El soldado había llevado a cabo una maniobra astuta al derrotarle en un duelo, ya que eso le abría muchas puertas para apropiarse de un buen puesto Militar. En contraste con su éxito inminente, Gwendal lo había pagado caro, puesto que había perdido credibilidad dentro de la Escuela Militar y lo peor de todo, su prestigio había quedado por los suelos.

—Esperen porque hay mucho más. —Se apresuró a decir Gunter, queriendo retomar el hilo de la conversación hacia su propio interés—. La reina tiene sospechas de que quiere hacerlo su amante oficial, pero ella no se quedará de brazos cruzados, sino que pedirá un amparo al Consejo para que ningún hijo fuera del matrimonio posea derecho al trono. A cambio, ofrecerá a su propia hija como futura reina de Shin Makoku, lo que la convierte a su vez en la heredera de dos naciones: La nuestra y la de Zuratia.

Gwendal no daba crédito, tan sólo podía escucharle, sin pronunciar palabra. Permaneció en silencio unos minutos tras concluir Gunter su reporte.

—¡Eso es una estupidez! —espetó al fin, aún estupefacto—. El acuerdo especifica que el primogénito del rey Yuuri heredará la corona de Shin Makoku y hasta donde yo sé, Greta no es hija consanguínea del susodicho, lo cual no la convierte en una candidata posible dentro de la línea legítima de sucesión.

—Pero el resto del Consejo preferiría mil veces que nuestras tierras fuesen gobernadas por alguien de la familia real que por un bastardo.

—Y si eso sucede…

—Quedaremos a merced del gobierno de Zuratia —completó Gunter los temores de Gwendal, quien torció el gesto, visiblemente incómodo.

—A merced de Zaoritsu, Maoritsu y el resto de sus pelagatos —mencionó el General con una repugnancia parecida a la cautela—. No me cuesta trabajo visualizarlos aquí, en nuestros dominios, haciendo y deshaciendo a su complacencia, dando órdenes a diestra y siniestra, gobernando como señores y dueños de las tierras por las que lucharon nuestros antepasados —añadió con melancolía, recordando a su padre—. Estas hermosas tierras en manos de los Zuratios —bufó—. ¡Shinou nos guarde, hasta una guerra puede haber!

—Tus argumentos no doblegarán el orgullo de nuestros colegas  —dijo Gunter con el temor acumulándose en su garganta.

—¡Ustedes dos sí que son paranoicos! —Se mofó Anissina en un tono en el que se adivinaba la disconformidad—. No los culpo, son hombres después de todo —A su humor le siguieron miradas de enfado por parte de ambos implicados. Ella sonrió—. Los dos están haciendo una tormenta en un vaso de agua. Esto se ha repetido varias veces y aunque siento pena por mi amiga Izura, es algo que no cambiará hasta el día en que el rey siente cabeza y tome las responsabilidades que contrajo como rey y como esposo. Un amante más que se suma a la lista ¿Y qué si lo hace oficial y tengamos que bajar la cabeza en su presencia?, la reina seguirá siendo Izura, pese a quien le pese.

—Existe un límite…

—Un límite que se cruzó desde hace mucho tiempo, cariño —contradijo Anissina a su esposo enfáticamente—. ¿Crees que después de tanto tiempo no se ha dado cuenta de sus infidelidades? Izura no es ajena a esa amarga verdad y aún así no ha hecho nada al respecto, ¿y sabes por qué? porque le gusta sentirse reina, tener esa corona a pesar de llevar el peso de los cuernos en la cabeza, porque el legado de su sangre traspasa su dignidad.

Reinó el silencio, los dos hombres miraban al suelo mientras la mujer se llevaba las manos a la cintura.

—No tienen porque preocuparse, Izura no le dará el divorcio al rey —declaró ella llena de confianza, luego se rascó el mentón con una sonrisa pícara—. Su Majestad Yuuri tendrá que fecundarle a ella un hijo, aun si este se concibe en una orgía con el amante. Sólo así tendremos un heredero legítimo.

—¡No te expreses así, mujer! —La reprendió Gwendal con enojo—. Careces de mucha información, las cosas no son lo que parecen.

Frente a las palabras de su esposo, Anissina arqueó una de sus finas cejas.

—¿Ah, no? —preguntó con aquella mueca incrédula cargada de sarcasmo. Gwendal apretaba los labios, dejando que ella mostrara su postura—. A ti te corroe otra cosa, ¿no es así?, ¿o me vas a negar que no soportas la idea de que el soldado Dietzel se convierta en alguien importante dentro de la Corte?... ¿alguien más importante que tú?

—A veces siento que duermo con el enemigo —se limitó a responder Gwendal, otorgándole la razón. Traía al mocoso entrecruzado y además, la llegada de Wolfram Dietzel a la corte supondría un cambio radical, no sólo en el Maou sino también en la política y en la forma en que se entendía su gran obra.

—De acuerdo. —Anissina suspiró, fastidiada—. Digamos que el rey Yuuri mantiene una relación amorosa con ese soldado —planteó escéptica— y bla, bla, bla… la legitimidad del trono se encuentra en grave peligro. Ustedes no piensan quedarse con los brazos cruzados sin dar pelea, ¿o me equivoco?

—Lo has resumido bastante bien, Anissina, esa será nuestra misión, de este modo nos salvaremos todos —contestó Gunter, certero—. No tenemos mucho tiempo, debemos movernos rápido y tomar ventaja. Escucha, te prometo mejores explicaciones cuando llegue el momento. Ahora es importante que confíes en mí. Es necesario que entiendas la importancia de mantener a la reina al margen, para que no se sienta amenazada.

—Eso dalo por hecho, aunque me costará fingir —afirmó Anissina. En el fondo, sabía que desconfiar de Gunter era algo absurdo. El consejero se dedicaba en cuerpo y alma a su laboriosa tarea, cargaba con los asuntos del reino como si fuera su cruz personal. Solo que por esta vez esperaba que estuviera equivocado—. Así que pretenden echar al joven Dietzel de nuestros dominios, deshacerse de él… —recapituló en base a lo antes escuchado. Se dio cuenta de que algo andaba mal, Gwendal tenía la mirada llena de amargura. Con cada segundo que pasaba parecía entender menos cosas.

—No podemos echarlo porque hasta este punto goza de la admiración y simpatía de varios Nobles y Militares de alto rango —confesó su esposo con rabia.

Ella clavó los ojos en él, con el entrecejo arrugado.

—¿Y entonces?

—Separáremos a ese mocoso de nuestro rey a como dé lugar —repuso Gunter, midiendo al detalle sus palabras. Gwendal aprobó con la cabeza la idea—. Ese chiquillo no es buena pieza y vamos a demostrarlo de una vez por todas con pruebas tan contundentes que ni Conrad se atreverá a llevarnos la contraria esta vez.

 

—41—

 

El sol brindaba ya sus últimos rayos de luz antes de bajar completamente por el cielo y el aire suspiraba con un dulcísimo aroma primaveral entre las hojas de los árboles. Allí estaban los dos, ocultos bajo un enorme árbol y su afelpada sombra sobre el césped, con el corazón palpitándoles sobre el pecho.

Wolfram era consciente del silencio que se había apoderado de ambos. Solo se oía su respiración. Ninguno de los dos se había movido de su sitio. Agachó la cabeza y notó que sus manos temblaban. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan nervioso. Lo que experimentaba en la boca del estómago era una sensación horrenda. Era la primera vez que experimentaban una privacidad tan comprometedora. No podía explicar esa sensación de angustia, de vértigo; tal vez eso era la manifestación de su amor: su nerviosismo. Se estaba enamorando, perdiendo su egocentrismo, su orgullo, abriendo las puertas de su mundo a un lugar donde solamente Yuuri podía impregnar para, tal vez, rescatarlo.

Yuuri se hallaba inmerso en un debate mental, sin saber la conducción exacta de aquella plática que había deseado tener desde hacía mucho tiempo. Habían pasado varios minutos desperdiciados que parecían prolongarse más y más. Le parecía increíble, por fin tenía a su dulce Wolfram frente a él, y al mirarlo sintió que su corazón palpitaba sin cesar, como golpes de tambor. Entonces comprendió que el amor te hace parecer un tonto, que tendría que acostumbrarse a las estupideces de su nerviosismo, que parecía irreparable y que en esos momentos trascedentes se convertía en su peor enemigo.

Pero hubo algo que estalló por fin en su interior. Ya fuera por idiotez o valentía, Yuuri se acercó a Wolfram hasta tomar sus manos. Wolfram se ruborizó, apartó la vista y se concentró en el cosquilleo que sentía al verlo acercarse, hasta que lo tocó con suma ternura y la calma vino para los dos, porque estar con la persona ideal no es sinónimo de angustia y miedo, más bien de una paz y una dicha infinita.

—Para serte franco, hacía mucho que quería pasar tiempo a solas contigo. Pero tu forma de ser me lo impedía. —Yuuri por fin rompió el hielo. Wolfram pestañeó un par de veces seguidas, pidiéndole así que se explicara mejor—. En la taberna… me rehuiste en medio de un momento importante e interrumpiste mis palabras… fue muy insensible. —Yuuri hablaba desde el corazón, quería entender qué estaba pasando entre los dos, necesitaba saber qué eran el uno para el otro.

Wolfram permaneció en silencio durante algunos segundos, tratando de recordar. Su estupor ante lo primero que se le vino a la mente fue demasiado grande. En aquella ocasión habían estado a punto de besarse.

—¡No, sólo no supe cómo reaccionar! —respondió nervioso, sin estar seguro de si le estaba ofreciendo una disculpa o una explicación.

Yuuri sonrió.

—De todas formas, me agrada ese lado tuyo.

El corazón de Wolfram dio un brinco y aunque se esforzó inútilmente por no sonreír, su rostro tomó una expresión encantadora.

—No lo entiendo… —musitó, tratando de dominar la emoción.

—Por un lado, eres muy disciplinado y honesto, de verdad amo eso de ti… —se explicó Yuuri con mayor tranquilidad mientras entrelazaba sus dedos. Sus miradas parecían hipnotizadas la una con la otra— pero, por otro lado, cuando se acercan a ti, eres frío y distante. Es como si de alguna manera escondieras tu sonrisa.

Las manos de Wolfram se apartaron incómodas, se aclaró la garganta y frunció el ceño inciertamente—. No escondo mi sonrisa… —aclaró— es que guardo muchas penas…

—Me dan ganas de saber qué es lo que escondes.

—¿A dónde quiere llegar? —cortó Wolfram, dando un paso hacia atrás por el temor de haber sido descubierto.

—¿Acaso aún no comprendes lo que intento decir? —preguntó Yuuri con un acento más dulce y persuasivo—. Tú y yo somos muy parecidos. Yo solía creer que estaba condenado a vivir en un mundo gris y solitario, a pasar el resto de mi vida en un callejón sin salida. Ahora ya no lo creo.

—¿Qué ha cambiado? —quiso saber Wolfram.

—Te conocí.

Wolfram no supo qué responder ante estas palabras, pero sus ojos cristalinos lo buscaron y expresaron lo que sus labios no podían formular.

 —Llegaste de repente a mi vida, escasamente te conozco, pero me has robado el sueño y le has devuelto la esperanza a mi corazón —continuó Yuuri tras un momento de asombrado silencio, con voz suave y profunda—. No puedo librarme de ti, pues nada puedo hacer por aplacar esto que siento, es demasiado fuerte.

—Majestad…

—Eres la luz que ilumina mi mundo cubierto de tinieblas, Wolf, y quiero regresarte la dicha que me das. —Yuuri le colocó un dedo bajo el mentón para levantarle la cara. En esos momentos, la combinación del nerviosismo y el tenue sonrojo en las mejillas de Wolfram le resultaba tierna. Tuvo ganas de sentir el sabor de sus labios, de tenerlo entre sus brazos enervados por esperar su calor, de sentirlo suyo—. Déjame protegerte, déjame ser tu consuelo, ser el único motivo de tu alegría, te lo ruego.

Wolfram se mordió el labio inferior, indeciso. Se sentía acorralado, se sentía extraño. Toda su seguridad se desvanecía lentamente, su orgullo se escondió en algún lugar remoto que no lograba encontrar.

El silencio se hizo presente. El Maou permanecía quieto y con sus ojos clavados sobre el angustiado doncel. No quería hablar y decirle algo que le pudiera presionar, aunque moría de ganas por reiterarle que el amor que le ofrecía era sincero.

—No me tengas miedo, Wolfram —suplicó Yuuri suavemente—. Si te parece precipitado, si mi declaración te asusta, no quiero que te sientas obligado a darme una respuesta, porque sé que para ti no puede ser lo mismo, sólo necesitaba decirte esto porque ya me he cansado de fingir lo contrario.

—No tengo miedo de usted… sino de mí —confesó Wolfram, siendo suficiente para que se encendiera una luz de esperanza en Yuuri, que se acrecentó en cuestión de segundos—. Soy un simple soldado y me siento indigno de su amor, aunque la oferta y la pasión que percibo en su mirada me llegan al corazón y al alma.

Wolfram se sobresaltó ante su propia declaración y se arrepintió mil veces por haberse dejado traicionar por el calor del momento.

En seguida supo que no podía haberse escapado aunque hubiera querido.

—¡Eres todo lo que necesito, no lo dudes jamás! —Yuuri se inclinó y lo besó antes que pudiera decir más. El joven doncel resistió dos segundos, intentando demostrar que no era un chico fácil, pero enseguida se rindió.

El beso empezó despacio, pero no tardó en aumentar de intensidad y pronto sus labios se movían frenéticos, robándole el aliento, mareándolo. Nunca antes había experimentado tal deseo. Se dejó llevar y saboreó aquellas maravillosas sensaciones. Los labios del rey eran tiernos y suaves, le gustaba su sabor.

Yuuri besaba con hambre voraz los labios de su amado. Su lengua se coló delicadamente en su boca moviéndola juguetonamente, acariciándolo. Wolfram era como un niño entre sus brazos, se aferraba a su cuello y lo besaba con tanta necesidad que apenas lo dejaba respirar. Se sentía el hombre más dichoso del mundo. Por un momento creyó que se trataba de otro de sus sueños, incluso al ver su mirada vidriosa mientras lo llenaba de besos y lo pegaba más contra su cuerpo.

—Te amo, Wolfram —murmuró, y acto seguido su lengua descendió en picado sobre el cuello de él.

Wolfram estaba fuera de sí, correspondiendo complaciente a los deseos del rey, a punto de sucumbir en algo más. Pero una sensación de traición lo invadió de súbito, convirtiendo el estremecimiento de placer en un escalofrío de culpa, de desliz imperdonable.

—¡Majestad!

—Yuuri —corrigió él.

—Yuuri… —Le resultó extraño pronunciar su nombre, algo natural. Intentaba alejarlo de él pero resultaba todo lo contrario. El rey le cogió la cabeza entre las manos y hundió los dedos en su suave pelo para buscar su boca de nuevo. Él lo recibió gustoso.

Sin saber qué hacer, ni qué decir, lo único que hacía Wolfram era tocarle los hombros, la espalda, la cintura… le estaba gustando aquel contacto tan íntimo y eso lo atemorizaba. En toda su vida nunca antes se había sentido tan confundido.

—No… no es correcto… —La falta de oxigeno hizo que se separaran, pero no por mucho tiempo—. No sigas..., Yuuri —pidió, respirando aceleradamente. Pero él no le hizo caso, se puso a acariciarle el cabello y lo hizo mirarlo. Sus miradas se encontraron y Wolfram se tensó por completo al tiempo que se le aceleraban los latidos del corazón.

—Me encanta cuando dices mi nombre. —Yuuri bajó la morena cabeza y tomó su boca con ansiedad. Wolfram estaba seguro de que si seguían así, alguien los iba a ver.

La trompeta de aviso fue su salvación.

El sonido de aquel instrumento indicó a Wolfram que tenía que presentarse en el comedor para la hora de la cena, y supo que tenía que actuar con rapidez. Después de haber llegado tan lejos, no iba a echarlo a perder.

—Debo irme…

—No, no debes. —Yuuri le rozó la oreja con los labios.

—No quiero tener problemas.

—No los tendrás a mi lado. —Yuuri inclinó la cabeza y le mordisqueó el labio inferior. En menos de un segundo lo convirtió en un beso profundo y sensual.

La trompeta seguía sonando. En un acto casi desesperado, Wolfram empujó al rey con todas sus fuerzas. 

—Lo siento… pero no puedo quedarme… —Ambos respiraban con agitación.

—Después… —suplicó Yuuri— quiero verte esta noche, es necesario que hablemos. —Se acercó otra vez, lo apretó con más fuerza y se inclinó para besarlo. Pero antes de volver a sucumbir, Wolfram apartó el rostro, se dio la media vuelta y se marchó.

 

 

La línea había sido cruzada.

Después del primer beso las cosas no volverían a ser las mismas, bien lo sabían un rey que no cabía en su dicha, y un doncel cuyo corazón estaba tan confundido como su mente.

Las cosas no estaban saliendo de acuerdo al plan.

Continuará.

 

 

 

 

Notas finales:

¿Murata es amigo o enemigo?

¿Qué tal estuvo mi regreso? Ya sé, aburrido.

Si me preguntan porque Yuuri volvió a dudar, denle una oportunidad al enclenque y pónganse en sus zapatos. No debe ser fácil para alguien con un corazón como el suyo abandonar a una viuda y a su hija querida. ¿Ven como Greta si iba a ser un obstáculo para Wolfram? Y Gwendal y Gunter no se quedan atrás. No los odien, por el momento se comportan como unos pequeños villanos.

¿Qué pasará?, pues yo si se, jeje.

Esperen la continuación.

Una vez más, les ofrezco una disculpa por el retraso.


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