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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

 

 

 

Capítulo 24

 

Hasta que la muerte nos separe.

 

57—

 

Templo de Shinou.

—Todo salió según lo planeado —mencionó Shinou con una sonrisa de complacencia, frente a las cascadas de magia de su templo.

 

—Eres demasiado osado, Shinou —dijo Murata, escéptico—. Mira que poner a Shibuya al borde la muerte para consolidar su unión con tu descendiente. Fue una jugada muy arriesgada.

 

—Pero ingeniosa. No hay nada que te impulse más que el miedo a perder a la persona que amas. Mi descendiente necesitaba ese tipo de presión para entregarse a mi Maou elegido, y de paso, para decirle la verdad a su compañero, Jeremiah Crumley. Ahora, siendo consciente de la verdad, dudo que ese muchacho intente algo en contra de Yuuri de aquí en adelante.

 

—Mataste a dos pájaros de un tiro, felicidades. No dejas de sorprenderme, espíritu travieso —Murata resopló con sucinta ironía. Luego, entrecerró sus ojos marrones de forma amenazante, y dijo—: Pero no vuelvas a atentar contra la vida de mi mejor amigo, o te arrepentirás.

 

Shinou lo miró con resentimiento. Nunca antes había oído su voz tan amenazadora, así que se apartó de él.

 

—Confía un poco en mí, quieres.

 

—Mucho me pides.

 

—Ken, me duele en el alma que no confíes en mí.

 

—¿Cuánto hace que nos conocemos, Shinou?, ¿unos pocos siglos?

 

—Me estoy portando bien, y debes aceptar que todo ha salido de maravilla.

 

Murata no pudo contradecir aquello.

 

—Y bien, ¿Cuál será tu siguiente movimiento? —preguntó, cruzándose de brazos.

 

—El siguiente movimiento lo debe hacer Yuuri, no yo.

 

Murata le miró con perplejidad.

 

—¿Crees que es ya consciente de lo que le falta por hacer?

 

Shinou entornó los ojos.

 

—¿Tú qué crees?

 

Murata tardó sólo un momento en comprender.

 

El rey original asintió.

 

—Yuuri sigue siendo el mismo chico amable de siempre, salvo por un detalle, que ya no dejará que nadie esté por encima de él.

 

Murata acarició su barbilla, meditabundo.

 

—Pero también es cierto que a Shibuya le falta tu apoyo, y no me refiero al apoyo que le das entre las sombras, hablo de imponer tu palabra ante el mundo a través de Ulrike.

 

—Yuuri recurrirá a mi, y cuando lo haga, sabrá de parte de quien estoy —Shinou sonrió—. Y algo me dice que será más pronto de lo que esperamos. —añadió y después comenzó a alejarse hacia la salida—. Debemos tener todo preparado, le avisaré a Ulrike.

 

Murata lo siguió con la mirada durante varios segundos. Y meneó la cabeza cuando Shinou desapareció en la distancia.

 

 

00—

 

 

Wolfram comenzó a despertar lentamente a medida sentía unos dedos deslizándose suavemente por su espalda desnuda, recorriendo cada vértebra de su espina dorsal. Al lograr ver claramente tras desperezarse y darse la vuelta, Yuuri lo saludó con una sonrisa.

 

—Eres lo más bonito que han visto mis ojos al despertar.

 

—Es la felicidad que nubla tus ojos, adulador —Wolfram correspondió a su sonrisa—, ¿que hora es?

 

—Me parece que ya está muy entrada la mañana.

 

—Tenía que dirigir el entrenamiento matutino a mi tropa —mencionó Wolfram, preocupado—. No sé que voy a decir para justificar mi ausencia.

 

—¿Desde cuando se tiene que justificar el amor? —Yuuri estrechó a Wolfram con fuerza entre sus brazos y besó apasionadamente sus labios. Lo abrazó con tal ahínco que lo dejó sin aliento.

 

Infinidad de recuerdos de la noche anterior se agolparon en su mente. Lo había visto desnudo por primera vez y lo había iniciado en la intimidad de dos personas que hacían el amor. Wolfram le había entregado su pureza y Yuuri descubrió lo que es amar en cuerpo y alma a alguien.

 

—No voy a olvidar ni uno solo de estos momentos.

 

—Yo también atesoro estos momentos a tu lado, Yuuri —respondió Wolfram mientras acariciaba el rostro del moreno con su mano—. No veo el día en que amanecer contigo no sea un escándalo —Tanto el semblante como el tono de voz de Wolfram entristecieron al decir—: Pues a pesar de lo mucho que nos amemos esto no deja de ser indecente.

 

Yuuri silenció sus labios.

 

—Lo que hicimos anoche fue hermoso.

 

Wolfram lo miró, enamorado.

 

—La verdad nunca pensé que fuera así. Fue mucho más de lo que jamás imaginé.

 

—Hagámoslo.

 

—¿Hacer qué?

 

—Casémonos

 

—¿Bajo que leyes? —preguntó Wolfram al compás de una risa enternecida.

 

—Bajo las leyes del amor. Ya no te dejaré escapar. Serás mío, mío para siempre ¿entiendes?

 

—Sí, eso es lo que siempre he deseado… pero.

 

—Casémonos por la ley de Shinou y bajo su amparo; después, el tiempo hará lo demás —Yuuri clavó los ojos en Wolfram, interrogador—. ¿Que dices? ¿aceptas?


Wolfram tardó un segundo en responder:

—Sí, acepto.

 

Yuuri lo estrechó con más fuerza. Sus besos eran ahora más suaves, pero más posesivos, y él respondió con vehemencia a su ternura.

 

—No puedo dejarte, sabes que no puedo —decía Wolfram entre beso y beso—. No puedo vivir sin ti. Traté de hacer lo correcto, pero me lo han puesto muy difícil. Ahora no puedo dejarte ir. Te amé desde el instante en que te vi por primera vez.

 

Un llamado en la puerta detuvo sus caricias.

 

—Yuuri, soy Conrad —se escuchó al otro lado—. Les he traído algo para desayunar. Era yo o Gunter que muere por verte —añadió con voz irónica.

 

—Abriré enseguida —respondió Yuuri, levantándose de la cama y poniéndose el albornoz. Wolfram se cubrió con las sábanas hasta la barbilla.

 

—Con permiso —dijo Conrad mientras ponía en la mesa una bandeja con pan, mantequilla, jugo natural y otros exquisitos acompañamientos como uvas y frutos del bosque. Cuando miró a Wolfram hizo una reverencia—. Buenos días, mi señor.

 

El rostro de Wolfram enrojeció, pero fue capaz de responder a su saludo con un asentimiento de cabeza. A Yuuri aquello le pareció de lo más tierno.

 

—¿Como está todo allá afuera? —preguntó Yuuri con un tono más serio.

 

—Lady Izura está llevando tus compromisos reales, después de enfrentarse de nuevo a Gisela. Ahora está atendiendo las consultas reales junto con Gunter. No fue fácil, pero Gisela logró que guardaran la cordura tras decirles que ya no corrías ningún peligro y no tuvieron más remedio que aceptar a regañadientes. Gwendal está a cargo de la seguridad en el castillo. Se sospecha que tu accidente pudo haber sido premeditado.

 

Yuuri se acarició la barbilla.

 

—Perfecto, eso nos dará el tiempo suficiente.

 

—¿Puedo saber para qué?

 

—Voy a casarme, Conrad —respondió Yuuri mientras le dirigía al castaño una mirada tan brillante y cristalina que lo dejó sin aliento.

 

—Algo ha cambiado en ti, no sé que… pero sé que es algo bueno.

 

—Es la lucidez y la claridad de mis sentimientos, Conrad. Que preparen el carruaje, partiremos al templo de Shinou en una hora. Y tu irás con nosotros.

 

—Como usted ordene, Majestad.

 

Yuuri se acercó de nuevo a Wolfram cuando Conrad salió de la habitación.

 

—Deberíamos tener una boda esplendida, acompañados de los diez nobles, mientras los gobernadores de los países aliados observan como nos unen en matrimonio.

 

—Eso no tiene importancia. Todo lo que deseo es estar a tu lado para siempre.

 

Wolfram se levantó de la cama, tratando de llevarse la sábana con él para cubrirse, pero Yuuri se lo impidió, agarrando un extremo de la tela.

 

—Necesito la sábana para hacer la cama —bromeó, mirándolo con ojos seductores.

 

El tono de su voz y el deseo que había en su mirada hicieron sonrojar a Wolfram. Buscó su ropa con la mirada, pero estaba fuera de su alcance.

 

—¿Hay algún problema? —preguntó Yuuri, juguetón.

 

Wolfram cerró los ojos y sujetó la sábana con más fuerza. Echándose a reír, Yuuri finalmente lo soltó y lo abrazó.

 

—¿Te avergüenzas después de todo lo que hicimos? —Sus dedos jugaron con la suave curva del cuello de Wolfram—. Mi bishonen, si por mi fuera no te dejaría usar ropa nunca más, eres precioso. —Le dio un beso muy dulce, una confirmación solemne y silenciosa de sus palabras.

 

Wolfram se estremeció, y dándole una sonrisa, le enredó los dedos en el pelo y lo atrajo hacia él. La sábana cayó al suelo y Yuuri recorrió su cuerpo con ambas manos antes de besarle los pezones.

 

—Una hora… di-dijiste que debíamos estar listos en una hora… —soltó Wolfram al mismo tiempo que emitía un gemido.

 

—Entonces debemos aprovecharla… —susurró Yuuri a medida lo encaminaba al baño donde dieron rienda suelta a su pasión mientras aseaban sus cuerpos con agua tibia y perfumes.

 

 

00—

 

 

Izura estaba sentada en el trono, escuchando con cierto desconsuelo la charla interminable y atronadora de un emisario de una comunidad cercana. Eran momentos difíciles para Shin Makoku, y todo el mundo se preguntaba por la ausencia del Maou.

 

—Resolveremos su problema lo más pronto posible, en menos de un mes se construirá un pozo para que ya no tengan que viajar todos los días al rio por agua potable; mientras tanto, dispondrán de barriles de agua que nuestros soldados les harán llegar a su comunidad —resolvió, esperando conservar la empatía y el alta estima que le tenían sus súbditos.

 

—Su Majestad es muy generosa —dijo el anciano, que estaba de rodillas frente al trono con una mano en el corazón.

 

—¡Siguiente! —ordenó Gunter para que los guardias dejasen pasar a otra persona, pero fue Solly quien entró a toda prisa, con la cara pálida y preocupada.

 

—Perdona, mi querido Gunter —dijo Izura al levantarse del trono—, pero debo hablar con mi doncella con extrema urgencia. —Tras estas palabras tomó a Solly de un brazo y ambas se marcharon. Gunter se quedó observándolas por un momento, pero luego se encogió de hombros. Después de su salida se hizo un silencio casi reprobatorio.

 

Quince minutos después, cuando volvió a la sala del trono con su doncella, la reina parecía desconsolada, pero controló sus facciones con evidente dificultad.

 

—Deben perdonarme todos los que han venido hoy para una audiencia —se disculpó—, pero me han llegado noticias desagradables. Por el momento, suspenderemos las consultas reales.

 

Se oyó un pequeño alboroto cerca de la puerta al mismo tiempo que se escuchaba el rechinar de unos caballos. Izura se apresuró a llegar a la ventana para ver lo que ocurría afuera. Más le hubiera valido no ver con sus propios ojos como su esposo subía de la mano de su amante a un carruaje y se alejaban a un rumbo desconocido. Una lágrima rodó por su mejilla.

 

—¿Te encanta enfrentar sola a tus problemas, sobrina? —dijo de pronto una voz a su espalda. Era Maoritsu—. Perdona mi atrevimiento, pero soy tu tío, el cuidado de tus intereses me compete.

 

—Mi reinado está en peligro, tío —dijo Izura con voz queda y la mirada fija en la ventana.

 

—Pero debes salir victoriosa ante el difícil trance que te espera —Izura lo miró, asombrada—. Me consideras sabio, no me preguntes cómo me he dado cuenta.

 

—Pensaba que podía sola, pero he errado.

 

—Permíteme ahora estar más de tu lado, juntos lograremos que salgas entera de la hora difícil que se avecina. No estarás sola, Majestad.

 

—Hemos llegado al punto del no retorno. Será él o seré yo.

 

—Nada podrá hacer ese bastardo contra ti. La próxima vez acabaremos de una vez por todas con ese doncel.

 

Izura meneó la cabeza de un lado a otro.

 

—No, tío —susurró con desprecio—, no me refería al amante del rey.

 

 

00—

 

Wolfram y Yuuri, acompañados por Conrad, llegaron al templo. Como era habitual a aquella hora del día, la plaza estaba llena de sacerdotisas trabajando en sus labores diarias. Algunas se dedicaban al comercio y la agricultura, otras, que vestían con túnicas blancas, a la preparación y almacenamiento de los productos, tanto para consumo interno como para las zonas más vulnerables con quienes hacían caridad, otras vestían con armaduras y portaban lanzas para proteger el templo.

 

Yuuri se acercó hasta allí y las sacerdotisas se arrodillaron frente a él, deteniendo sus labores.

 

—Deseo hablar con la doncella original, Ulrike —demandó. Wolfram no podía hacer más que observar en silencio.

 

—A sus ordenes, Majestad Yuuri —respondió ella, abriéndose paso entre sus hermanas—. Un día juré lealtad hacía el nuevo rey y he de cumplir mi palabra —Intercambiaron una sonrisa—. Acompáñenme, por favor —pidió sin dejar pasar la oportunidad de escrudiñar con detenimiento al descendiente de Shinou, la joya de Bielefeld.

 

Fueron conducidos por Ulrike hacia el trono del templo, donde Shinou tenía su morada. A Wolfram le sorprendió la majestuosidad del lugar y al mismo tiempo sintió un escalofrío extraño y un presentimiento en el corazón, pero no era miedo.

 

Al llegar frente a la cascada, Ulrike cerró los ojos y juntó sus manos para concentrarse. Su pelo violeta brilló junto con todo su cuerpo durante un instante. Wolfram se dio cuenta del poder que ocultaba aquella pequeña niña.

 

—¿Está él aquí?, ¿puedo verlo? —preguntó Yuuri. Wolfram no entendía nada de lo que estaba sucediendo. ¿Será que aquel al que quería ver no le gustaban las visitas?, se preguntó.

 

—Usted podrá hablar con él a través de mí, Majestad.

 

La decepción por la respuesta de Ulrike fue notoria en el rostro de Yuuri.

 

—Hubiese querido verlo personalmente, bueno, técnicamente vería su espíritu… pero —empezó a balbucear. Suspiró, pero agarró el coraje suficiente para tomar la mano de Wolfram con firmeza—. No sé por donde comenzar…

 

—Si ya llegaste hasta aquí no te eches para atrás, Shibuya —dijo Murata, sorprendiendo a todos al entrar a la habitación—. Como si estuvieses en un partido de béisbol, en momentos como este debes jugártela el todo por el todo, como si fueras la última carrera que define el partido.

 

Ambos amigos se sonrieron.

 

—Transmite a Shinou lo siguiente, Ulrike —expresó Yuuri con mayor seguridad en su voz—: Yo, Shibuya Yuuri, como vigésimo séptimo Maou elegido por ti, declaro que deseo contraer matrimonio con el joven Wolfram Dietzel, anulando en su totalidad mi matrimonio con la reina de Zuratia, Izura. Asumo la responsabilidad de mis acciones y estoy dispuesto a abdicar a mi reinado si el futuro de Shin Makoku se viera en peligro por mi decisión.

 

—Yuuri… —susurró Wolfram, enternecido. Sabía que Yuuri lo amaba, pero le sorprendió hasta que punto se lo estaba demostrando; renunciar a su trono por él.

 

—Entiendo, transmitiré a Shinou su petición.

 

—No lo estoy pidiendo, Ulrike, solo le estoy informando de mi decisión —corrigió Yuuri a lo que Murata no pudo contener una risa al igual que Conrad.

 

Ulrike volvió a cerrar lo ojos sin decir palabra. Fueron algunos minutos de tensión antes de escucharla dar el veredicto final.

 

—Sea —dijo Shinou a través de Ulrike—, bajo mi amparo te coroné rey y bajo mi amparo tomarás como esposo a tu alma gemela. La condición sigue siendo la misma; tu primogénito, el hijo que engendres junto a él, será el futuro Maou de Shin Makoku.

 

Como si no le hubiese sorprendido la respuesta, Murata posó su mano en la espalda de Yuuri.

 

—Está hecho —dijo, con un asentimiento de cabeza—. Felicidades.

 

Yuuri apenas pudo reaccionar. Wolfram lo abrazó con fuerza, tratando de decirle con su abrazo lo que no sabía decir con palabras, fue entonces que Yuuri comprendió la magnitud de su dicha.

 

—Nos casaremos, aquí y ahora —Yuuri sacó un anillo de su bolsillo y se lo puso a Wolfram en el dedo con suavidad para después acariciarle la mano con los labios—. Elegí este anillo hace tiempo, pocos días después de conocerte. Siempre supe que eras tu. Yo te quería antes de saber cómo te llamabas. Y ahora quiero pasar el resto de mis días a tu lado.

 

Wolfram contempló la espectacular joya boquiabierto. Era lo más bonito que había visto jamás. La gran piedra preciosa circular de tonos oscuros montada sobre un anillo de oro de gran tamaño. Por un instante perdió el habla.

 

—No debiste… no era necesario —musitó.

 

—No llores —Con los pulgares, le secó las lágrimas de felicidad que le rodaban por las mejillas, y lo besó. Fue un beso suave y casto, pero lleno de promesas.

 

Ulrike sonrió, enternecida.

 

—Guarden un poco las emociones —soltó Murata—. La ceremonia aún no ha dado inicio. Hay mucho por hacer.

 

La pareja pareció no entender.

 

—Comenzaremos lo antes posible —anunció Ulrike y chasqueó los dedos. En seguida apareció un séquito de sacerdotisas para llevarse a Wolfram—. No tema, Majestad, deben preparar a su prometido para la ceremonia. Por ahora, necesita a dos testigos.

 

—Serán Conrad y… —Yuuri miró a su amigo—, Murata, ¿te importaría?

 

—Será un honor.

 

 

 

 

00—

 

—Desconsiderado, irresponsable e infantil, así es nuestro actual Maou —balbuceaba Gwendal con furia contenida mientras se paseaba de un lado a otro por la sala del consejo, en donde también estaban sentados Gunter y Gisela frente a la mesa redonda. La más joven con cara de despreocupación—. ¿Y dices que salió en un carruaje acompañado por Dietzel y Conrad?

 

Gunter asintió.

 

—Además, dicen que Conrad tomó dos anillos de la corona bajo la autorización de Su Majestad sin dar mayor explicación.

 

Gwendal dirigió una mirada incriminatoria a Gisela.

 

—¿Cómo puede ser que esté tan campante?, ¿que no estaba tan grave anoche? —inquirió.

 

—No —respondió Gisela con voz neutra—. Su Majestad Yuuri es joven y fuerte, y el antídoto se le aplicó a tiempo. Además, la cantidad de Maryoku que tiene ayudó bastante a su rápida mejoría.

 

Gwendal entrecerró los ojos.

 

—Por cierto, ¿de dónde sacaste el antídoto, Gisela?

 

—Yo… yo tenía guardado el antídoto desde la ultima expedición a la selva de Caloria —La seguridad de Gisela flaqueó un instante—. Fue una afortunada coincidencia, ese tipo de mordeduras es extraña más no imposible por estos lugares.

 

—¿Que me dices de Dietzel? —preguntó el General con un peligroso brillo en los ojos—. ¿Por qué lo dejate entrar solamente a él?

 

La cara de Gisela palideció, se removió involuntariamente en la silla. De repente, fue plenamente consciente de la corpulencia de Gwendal frente a ella y de la presencia de su padre, con un aspecto tan serio como autoritario.

 

—Porque es el futuro esposo de Maou y el futuro consorte real, por eso —declaró—, y si ustedes no quieren aceptar esa realidad es su problema. Con permiso…

 

—Aún no te he dado permiso para retirarte, Gisela —le informó Gunter con frialdad—; te quedarás aquí un rato más. —La cara del Consejero era severa y sus ojos se clavaron en los de su hija. Luego se dirigió a Gwendal—: ¿Cómo va la investigación del atentado?, ¿hay algún avance?

 

—Con pocas pistas y menos testigos.

 

—Sugiero que interrogues a Wolfram Dietzel.

 

Gisela levantó la cabeza y miró a su padre con incredulidad. No se esperaba aquello.

 

Gwendal, impotente, negó con la cabeza.

 

—Lo que me pides será un poco difícil.

 

—¿Porqué?

 

Con lentitud, Gwendal se dirigió a la ventana con sus puños apretados, y con una tenue voz respondió—: Porque tal vez cuando él vuelva su rango este por encima de nosotros.

 

 

 

00—

 

 

Aunque la ceremonia sería íntima, los preparativos que las sacerdotisas estaban haciendo eran exuberantes y hermosos, dignos de un rey. En un abrir y cerrar de ojos cientos de doncellas estaban reunidas en el altar del templo, a la espera del prometido. Como si ya los hubiesen tenido preparados con anticipación, cientos de floreros con rosas blancas adornaban el camino hacia el altar y, en medio de éstos, una alfombra roja por donde caminaría Wolfram; además, había un camino de velas que iluminaban la estancia.

 

Yuuri esperaba a su prometido con una sonrisa; estaba nervioso, pero contento. Murata había estado a su lado en todo momento, haciendo alguna que otra broma de vez en cuando.

 

—¡Ya viene! —anunció una sacerdotisa, y el coro de sacerdotisas comenzó a cantar una marcha nupcial según sus costumbres.

 

Cuando Yuuri vio a Wolfram no pudo más que sentirse afortunado. Estaba completamente hermoso con un traje blanco de mangas anchas y bordes dorados. Llevaba unas botas altas sobre los pantalones a juego. Sus ojos brillaban cual esmeraldas bajo el sol y esos labios rosados que esbozaban una sonrisa dulce y gentil.

 

—Con gusto tomaría tu lugar, Shibuya —le susurró Murata al oído, a lo que él le respondió propinándole un codazo en el costado.

 

Wolfram avanzó del brazo de Conrad hasta llegar junto a Yuuri, quien lo recibió con un beso. Conrad y Murata quedaron el uno al lado del otro. Ulrike avanzó despacio desde el altar y llegó hasta la pareja para formularles las preguntas necesarias que le debían permitir unirlos en matrimonio.

 

—¿Han venido por propia voluntad para ser unidos en matrimonio?

 

Se miraron el uno al otro

 

—Sí, hemos venido por propia voluntad —declararon juntos.

 

Ulrike unió sus manos derechas y se pusieron el uno frente al otro. Entonces empezaron los juramentos mientras sus ojos emanaban alegría y nerviosismo por igual.

 

—¿Aceptas a este doncel como esposo?

 

Yuuri recibió el anillo de parte de Murata.

 

—Yo, Yuuri, te tomo a ti, Wolfram, como mi esposo —dijo Yuuri mirándolo a los ojos—. Y me entrego a ti. Prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida. —Habló en tono decidido, pues no sentía ninguna indecisión. Yuuri apartó su mano derecha de la de Wolfram y tomó su mano izquierda con la palma hacia abajo e hizo entrar el anillo en el dedo anular.

 

Entonces Ulrike se dirigió a Wolfram.

 

—¿Aceptas a este hombre por esposo?

 

Los ojos verdes del doncel estuvieron a punto de llorar, sin dejar de sonreír en ningún momento. Era su turno.

 

—Yo, Wolfram, te recibo a ti, Yuuri, como mi esposo y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida —Le puso el anillo que recibió por parte de Conrad en el dedo anular.

 

—Que lo que hoy se ha unido no los separe el hombre —proclamó Ulrike—. Ahora los declaro esposos. Pueden sellar con un beso su promesa de amor.

 

Yuuri le acarició los hombros suavemente con la punta de los dedos, lo abrazó y ambos se fusionaron en un largo beso.

 

—No podemos echar a perder este amor por nada del mundo —Yuuri le acarició la cara, deslizando los dedos suavemente sobre sus mejillas—. La vida no es fácil, enfrentaremos muchos retos, pero valdrá la pena si los enfrentamos juntos.

 

—Te juro que no voy a dejar que nadie ni nada nos separe —Movido por un impulso, Wolfram se aproximó a su ahora esposo y lo besó dulcemente.

 

Los testigos y demás presentes estallaron en vítores y aplausos. De pronto, una luz brillante iluminó el cuerpo de la pareja de la cabeza a los pies.

 

Ulrike, conmovida por la imagen, se acercó a Wolfram y le dijo:

 

—Desde este día serviremos al nuevo consorte del Maou —Se arrodilló frente a Wolfram y todas las sacerdotisas que estaban presentes imitaron su acción.

 

Wolfram bajó la cabeza, sus ojos incapaces de mirar a Ulrike, vencidos por la vergüenza. Yuuri sonrió con ternura al notarlo.

 

 

00—

 

Después de la ceremonia, se dirigieron hasta la mesa principal que se había dispuesto. Las sacerdotisas también tomaron asiento y la cena empezó, pues ya era muy entrada la noche. A pesar de lo precipitados que fueron los preparativos, las sacerdotisas se habían lucido con el banquete con platillos como lechón relleno asado, cordero y todo tipo de aves asadas con un acompañamiento de papas guisadas; después siguió un pastel de fruta.

 

Al finalizar el banquete, Murata tomó la copa y, poniéndose de pie y alzándola en alto, dijo:

 

—Quiero proponer un brindis. Por mi mejor amigo y su ahora esposo, para que la vida les depare felicidad y nos concedan pronto un heredero al trono.

 

La sacerdotisas acogieron el brindis con una salva de aplausos, aunque el último comentario del malicioso Gran Sabio enrojeció a la pareja.

 

—¿Por qué ahora tan pudoroso, Shibuya? —inquirió Murata después de soltar una carcajada. Sin duda la picardía era parte de su ser.

 

La música que emitían los instrumentos tocados por las sacerdotisas fue acompañada de baile por parte de algunas de ellas.

 

—¡Que bailen los novios! —gritó Murata, alzando su copa.

 

Los aplausos no se hicieron esperar.

 

Yuuri condujo a Wolfram hasta el centro del salón, y puso una mano en su cintura para acercar sus cuerpos frente a frente, haciéndole recordar su primer baile en aquella taberna.

 

Wolfram relajó los brazos, pues sabía que con Yuuri era un excelente bailarín; al hacerlo, sus movimientos se tornaron más suaves y ágiles. Después de dar unas cuantas vueltas, Yuuri le miró con un brillo amoroso en los ojos. A la mitad de la canción, Conrad se aproximó a la pareja y pidió bailar con el doncel.

 

—Espero que sean muy felices —le deseó con sinceridad—. Pero también echaré de menos su labor como soldado de las tropas reales, demostró ser alguien muy valiente y zagas.

 

Wolfram se quedó pensativo, no había previsto aquello.

 

—¿No podré seguir en el ejército? —preguntó con cierta desilusión.

 

—Digamos que su prioridad a partir de ahora será darle un heredero al reino.

 

Wolfram miró a su alrededor, esperando que nadie hubiera escuchado la respuesta. Al menos, nadie los estaba mirando.

 

—No creo que Yuuri espere eso de mí. Él no es así.

 

—No estoy hablando de lo que Su Majestad espera, pues está más que demostrado que él le adora y le ha entregado su corazón. Estoy hablando de lo que el reino espera, ya que es a quien usted se debe hoy más que nunca —Al notar el descontento de Wolfram, Conrad continuó—: Escuche, preste atención a lo que ha sucedido con Lord von Christ y con Lord von Voltaire, usted es el esposo del rey, y deberá compórtese como tal. No intente pelear con ellos, están aguardando a que cometa un error. Manténgase al margen de ellos, sobre todo de Lord von Voltaire. Él no es como el resto. No lo tenga como enemigo, ¿de acuerdo?

 

—De acuerdo —prometió Wolfram, pero en su voz faltaba convicción—. Y gracias —añadió sinceramente—, gracias por toda la ayuda y el apoyo que me ha demostrado.

 

—Solo busco la felicidad de mi rey y su seguridad. Por tanto, si usted llega a lastimarlo o a hacer algo en contra de su integridad, no dudaré en clavarle mi espada en el pecho —lo amenazó Conrad en voz baja, casi susurrando, mientras esbozaba una falsa sonrisa. Nadie que los mirase podría adivinar que lo estaba amenazando. Wolfram tragó saliva y se detuvo justo cuando la canción terminaba, para su alivio.

 

En ese momento, Yuuri regresó y le ofreció a Wolfram una copa de vino mientras miraba a Conrad de reojo. Este hizo una reverencia y se marchó.

 

—¿Todo bien? —Lo besó, comprobando encantado que Wolfram volvía a sonreír.

 

—Perfectamente —respondió el rubio doncel rodeándolo con sus brazos y colocando su cara contra su pecho, lo que le permitió inhalar su aroma varonil. En los brazos de su esposo se sentía tan seguro que permitió que sus ojos se cerraran un instante.

 

—Les hemos preparado una habitación en el templo, con gusto los guiaremos cuando lo dispongan—anunció Murata al acercarse a la feliz pareja.

 

—Creo que mi esposo está exhausto de tanta celebración; quizá deberíamos retirarnos —dijo Yuuri al notarlo un poco soñoliento.

 

—Perfecto, iré por Ulrike.

 

—Nos espera un largo camino en la mañana, mi querido Wolf —anunció Yuuri, levantando su barbilla con delicadeza.

 

—¿Un largo camino? —preguntó Wolfram, abriendo sus esmeraldas para él.

 

—He preparado un viaje de luna de miel a una casa que tengo en territorio Wincott. Conrad tiene listos el equipaje y el carruaje. Partiremos mañana al alba. Solos tu y yo. —Yuuri acarició el cuello de Wolfram con los labios y, cuando llegó a su oreja, le susurró—: Quiero hacerte el amor sin prisa, que estemos todo el día desnudos en la cama y que disfrutemos de nuestra intimidad como nunca lo hemos hecho hasta ahora. Sin remordimientos ni ataduras, sin nadie que nos pueda interrumpir.

 

Wolfram se sonrojó al escuchar los deseos de su esposo, que también eran los suyos. Lo abrazó con fuerza, dibujando una sonrisa que apoyaba aquel anhelo.

 

Subieron por la escalera principal, hasta el tercer piso, siguiendo a Murata y a Ulrike. Entraron en la habitación y la observaron. Por supuesto, la estancia había sido amueblada para esa noche. Había una gran cama con dosel, un cubrecama blanco y muchas almohadas. Los pétalos de rosas que habían esparcido por encima de esta daban fragancia a la habitación. A un lado de la cama había una mesita con una jarra de vino y dos copas. Una pequeña mesita redonda al lado izquierdo con dos sillas. A la derechahabía una gran chimenea que ocupaba casi toda la pared. Habían traído a la habitación los jarrones llenos de flores de la ceremonia y los habían colocado en el suelo, lo cual añadía un dulce aroma al dormitorio.

 

Cuando Murata y Ulrike se marcharon, Wolfram se quedó en el centro de la habitación, embelesado y un poco nervioso, pero con ansia contenida.

 

Yuuri lo observó detenidamente mientras dejaba la chaqueta negra sobre una de las sillas y se desabrochaba la camisa blanca. Se acercó a Wolfram y lo besó fervientemente tomándole el rostro entre las manos. Wolfram parecía más que dispuesto después de que le hubiera demostrado el placer que podía proporcionarle. Y él empezó a quitarle la ropa mientras le besaba con suavidad los hombros y el cuello.

 

A unos cuentos pasos aguardaba la cama y no la hicieron esperar. Wolfram echó la cabeza hacia atrás y soltó el gemido que había estado conteniendo todo ese tiempo. El cuerpo de su marido rozaba con el suyo sin ninguna barrera. Yuuri lo tocó y acarició con sus expertas manos hasta hacerlo arder. Su boca se unió al sensual asalto, mordisqueando y succionando al ritmo de sus suspiros.

 

Wolfram comenzaba a sentir que su cuerpo estaba listo para recibirlo. Su parte baja le cosquilleaba con anticipación.

 

—Yuuri… hazlo… tómame.

 

Él se impulsó a sí mismo profundamente en su interior con una lenta, suave e implacable penetración, llenándolo tan completamente que Wolfram gritó en su boca, pero Yuuri mantuvo sus labios sellados con los suyos, ahogando sus suspiros y gemidos en la boca del otro.

 

—Ah, Wolf —susurró Yuuri mientras movía su cuerpo sobre la cama, sin permitirle realizar ningún esfuerzo—. Mi esposo… mi amado esposo.

 

Incrementó el ritmo de las embestidas, tomándolo por sorpresa. Wolfram gimió de placer y colaboró con las embestidas agarrándolo con fuerza por las caderas, apretándolo contra su cuerpo.

 

—¡Mírame! —suplicó Yuuri. Al hacerlo, Wolfram vio en sus ojos pasión pero también amor sincero—. ¡Te amo!

 

—¡Te amo! —repitió Wolfram, sintiendo otra oleada de placer, tras lo cual gimió y tembló al llegar al clímax.

 

—Te amo —Yuuri repetía las palabras con cada movimiento, con cada embestida, hasta que ambos estuvieron quietos y saciados.

 

 

00—

 

 

Después de haber cenado, Izura había subido las escaleras, apoyando la mano por el barandal, y se había encerrado en su habitación.

 

Estaba helando afuera, lo podía sentir en su piel, y en la corteza de los arboles que se movían de un lado a otro en medio de la penumbra apenas iluminada por la luna y unas pocas estrellas. Las nubes grises adornaban el cielo aquella noche.

 

—Adelante —dijo al escuchar el toque en la puerta. Se apartó de la ventana, limpiándose los ojos. Odiaba llorar.

 

—Ha llegado una carta para usted, Majestad —anunció Solly tras una reverencia, extendiendo el brazo para entregársela.

 

Izura tomó la carta y la leyó cuidadosamente. Era una frase corta, de una oración, firmada con un nombre en una caligrafía familiar para ella.

 

La carta decía:

 

Estoy llegando, padre y madre.

 

F. Greta.

 

Después de mucho tiempo, una sonrisa se dibujó en el rostro de la reina. Pero era una sonrisa tan maligna como sus ojos.

 

—Y contigo concretaré mi venganza —dijo para después soltar una carcajada.

 

 

 

Continuará

 

 

 

 


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