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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Capítulo 24

Lazos de amor

—59—

—Está ardiendo en fiebre —dijo Anissina, asustada—. Debemos llamar a Gisela —añadió con rotundidad.

Gunter salió en busca de su hija enseguida .

—Ordenaré que traigan paños húmedos para bajarle la fiebre —dijo Gwendal y, sin esperar replica, salió de la habitación.

Después que Gwendal se fue, Conrad no se movió. Trató de no acercarse mucho a la cama para no servir de estorbo, pero quería asegurarse de que le vida de la niña no corriera ningún peligro, aquello sería devastador para Yuuri y una enorme carga de consciencia.

Izura se acercó a su hija con lágrimas en sus ojos.

—¡Greta! —gritó, desesperada.

La niña estaba empapada en sudor. Semiconsciente, dejó que Anissina le quitara la ropa y le pusiera el camisón antes de volver a acostarla en la cama. Aquella pesadez, aquella desorientación bien podía ser debido a la alta temperatura en su cuerpo y al nivel bajo de Maryoku que eso producía.

—Tiene una fiebre muy alta —dijo Anissina. Su voz temblaba—. No... No lo entiendo, antes parecía estar bien.

—Antes estaba bien —aseguró Izura—. No tenía fiebre, lo sé. Estuve hablando con ella...

—Sea como sea, debemos bajársela cuanto antes —la interrumpió Anissina al notar que Izura no movía ni un dedo para atender a su propia hija. Entendió la impresión inicial que debió llevarse imposibilitando toda respuesta de acción de su parte, pero el trance ya había pasado y necesitaba manos que la ayudaran a refrescar a la criatura.

Solly surgió de pronto, con un paño húmedo. Doria, Lasagna y Sangría la seguían con cubetas de agua limpia y más paños.

—Gracias —dijo Anissina cuando Solly le entregó el paño y rápidamente lo puso sobre la frente de Greta. Observó aterrada como el pedazo de tela blanca se secaba casi al instante.

Gunter y Gisela entraron en la habitación en ese momento, esta última con su maletín médico. Izura y Anissina levantaron la mirada, tranquilizándose momentáneamente.

—¿Cómo está Greta?, ¿que ha pasado?

—No está bien —respondió Anissina en seguida—. Está muy enferma. Es sorprendente el nivel de fiebre que tiene. Le he puesto paños húmedos y los seca en segundos.

—Primero debemos bajarle la fiebre. Han hecho bien en ponerle los paños húmedos —Gisela sacó sus instrumentos y se acercó a la cama—. Es mejor que la revise de todas maneras. Sólo tardaré un minuto, y luego sabré con seguridad qué debo hacer.

Anissina se levantó de la cama para darle espacio a la doctora.

Todos formaron un silencio sepulcral.

—Hola, muñeca, me han dicho que estás malita —saludó Gisela a Greta en el momento en que abrió los ojos un instante—. No te preocupes, estarás mejor pronto, lo prometo —Hubo un destello de reconocimiento, pero en seguida volvió a cerrarlos. Gisela le tomó la tensión y le examinó los párpados con una luz.

—¡¿Qué?!, ¡¿qué tiene?! —preguntó Izura muerta de preocupación, con sus manos entrelazadas sobre el pecho.

—La estoy revisando por el momento —respondió Gisela. Su tono de voz no pudo haber sido más imparcial—. No puedo dar un diagnóstico instantáneo. —Terminó de decir.

De repente, una violenta tos sacudió a Greta. Gisela la hizo sentar en el borde de la cama, y justo cuando lo hizo, la niña vomitó. Todos se asustaron, pero la doctora mantuvo la calma.

—Ya, ya está. Tranquila —susurró al tiempo que golpeaba suavemente la espalda de Greta, acercándose cada vez más a la respuesta que buscaba. La niña respiraba con un jadeo rápido y entrecortado, y ya no hacía el menor esfuerzo por controlarse. Le midió la tensión de nuevo, le revisó el pecho y la espalda para cerciorarse de su diagnóstico.

Finalmente, Gisela se puso de pie, colocándose el estetoscopio sobre los hombros mientras exhalaba un largo suspiro.

—¿Y bien? —preguntó Anissina esta vez. Su mano sujetaba con fuerza la de su esposo, que no se había apartado de su lado.

—Tiene una afección en los pulmones grave, tal vez producto de una gripe o una tos mal tratada o debido a el clima durante el viaje de regreso.

—Greta mencionó algo de una tormenta en alta mar —concordó Anissina a la resolución de Gisela al tiempo que asentía con la cabeza—. Pero lo extraño es que ella estaba bien esta mañana.

—Tal vez se le bajaron las defensas —dijo Gisela con voz suave pero firme. Sacó una libreta y comenzó a anotar algunas cosas mientras seguía hablando—. Hay muchos factores que podemos tomar en cuenta incluyendo el estado de ánimo y el estrés.

Izura no respondió. Sabía que había algo de cierto en lo que decía Gisela. Greta debió haber llorado durante varias horas tras decirle la verdad sobre su padre. Ese fue el factor que desencadenó los síntomas de la enfermedad. Greta no era una niña que enfermara con regularidad, es más, solía sorprenderse por lo inquieta y juguetona que era la mayoría del tiempo. Verla ahora tan frágil y débil era algo fuera de su naturaleza.

—Solly, necesito que consiga estas hierbas en el mercado del pueblo y que prepare una infusión. Deje que se enfríe y con ella empape paños limpios y se lo pone en la frente —ordenó Gisela, entregándole a la doncella la hoja de la libreta en la que escribía anteriormente. Luego abrió su maletero y recogió su equipo.

—¿Se pondrá mejor? —preguntó Anissina, que no podía controlar su ansiedad. Greta era lo más cercano que tenía a una hija.

—Bueno —dijo Gisela—. Debemos iniciar el tratamiento cuanto antes. En realidad, me gustaría empezar hoy, en cuanto consiga los antibióticos. También debo regular su nivel de Maryoku que está muy bajo.

—No será necesario, buscaré la opinión y el tratamiento de otro médico —interrumpió Izura con voz autoritaria.

Todos vieron a la reina sin dar crédito a lo que habían escuchado. Durante un momento se formó un silencio incómodo.

Izura se plantó frente a la doctora y le lanzó una larga y penetrante mirada. Gisela se limitó a sostenérsela, plantada delante de ella.

—Hay médicos mejores que pueden atender a mi hija y no una jovencita como tu. Buscaré a alguien con más experiencia.

Sorprendida por aquella afirmación, Gisela tardó un momento en responder.

—¿Conoce a alguien?

—Sí, el doctor Lerman. Es una eminencia —respondió Izura—. Mandaré a buscarlo, usted le entregará la información que ha recopilado y él se ocupará de mi hija.

—¿Lo está haciendo porque dejé que el joven Dietzel se quedara con Su Majestad la otra vez?, ¿hasta ese punto llega su infantil comportamiento?

Izura dio dos pasos hacia ella, irritada. Gisela ni se inmutó.

—Piensa lo que quieras. Tengo absoluto derecho a decidir el médico que atenderá a mi hija, ¿o acaso eso también se me está prohibido? —dijo con voz tajante y a modo de conclusión.

Mientras la observaba, Gisela experimentó un sentimiento de decepción. Quizá nunca habían llegado a congeniar, pero siempre la había respetado. Aunque solamente hubiera sido por el afecto que le profesaba al joven Maou.

Conrad, quien había estado contemplando la discusión con interés, le puso a Gisela una mano en el hombro, recomendándole calma.

Sin decir nada, Gisela giró sobre sus talones y salió del dormitorio. Gunter se sintió embargado por la frustración, y salió tras su hija.

Se produjo un silencio tenso. Las doncellas volvieron ostensiblemente a su tarea.

Conrad vaciló, pero decidió intervenir, harto de correr y ceder a sus exigencias y caprichos.

—Pienso que Su Majestad hubiera dejado que Gisela tratara a la princesa Greta —dijo, plantándose frente a Izura sin miedo alguno.

—Poco o nada hace al estar ausente —respondió Izura destilando su resentimiento. Estaba dispuesta a arruinar los planes de su marido con su amante, dispuesta a acabar con su felicidad—. Pobre de mi niña. La inquietud que le produce el que su padre esté fuera la ha hecho enfermar. Tenemos que darle aviso por el bien de Greta. Solo me tiene que decir dónde se encuentra —Conrad no respondió. Izura lo observaba con creciente exasperación—. Está claro que usted sabe dónde está. Usted es el Consejero más cercano de mi esposo.

Conrad ardió en deseos de gritarle a la cara que ya no era su legítimo esposo según la única ley válida en Shin Makoku, pero se mordió la lengua y en cambio le dedicó una sonrisa mientras le respondía:

—Y es por esa confianza que no he de revelar esa información, señora.

—¡Greta está enferma! Y Yuuri tiene que cuidar de ella ¿que no entiende? —El bello rostro de Izura se ensombreció mientras se erguía hacia Conrad y gritaba cada vez más. Pero Conrad no se inmutó ni se dejó intimidar, provocando con ello el aumento de la pataleta de la reina—. ¡¿Nadie más sabe dónde está el Maou?! Su deber es estar con nosotras y no con alguien más.

Nadie contestó, pero bajaron la cabeza.

—Es inaudito —masculló Izura.

—Más le valdría utilizar esas energías para atender a su hija —señaló Conrad—. Ya que se ha quedado sin médico, debe procurar preservar la vida de la princesa hasta que llegue el otro. —Tras decir esto inclinó la cabeza y salió de la habitación.

.

.

.

—Conrad, si sabes dónde está el Maou, deberías mandarle el recado.

Conrad se dio la vuelta, encontrándose con Gwendal apoyado contra la pared de brazos cruzados y con los ojos cerrados. Luego Gwendal se incorporó y se acercó a él, dedicándole una penetrante mirada.

—La situación es grave —le advirtió— y la princesa Greta es lo que Su Majestad más ama en este mundo. Jamás te perdonaría una falta así.

—No sé, Gwendal —respondió Conrad—. No sé si es una trampa de la reina para hacerlo volver. La situación ya estaba controlada por Gisela, pero esa mujer lo complicó todo. Me atrevería a sospechar que lo hizo a propósito.

—Eso no es asunto nuestro, Conrad. Los asuntos maritales no son nuestros problemas. Lo que importa es no tener remordimientos si le pasara algo a esa niña. Entiendo que quieras encubrir a Su Majestad en todos sus amoríos —dijo Gwendal rápidamente—. Créeme, lo comprendo. Quieres asegurar la felicidad del rey y debes mantenerlo complacido a toda costa. Sé que eso te hace el enemigo de la reina Izura. Pero... —hizo una pausa—. Deberías saber también que el amor de padre está por encima de cualquier otro. Además, no puede salir huyendo como un cobarde.

—La culpa no ha sido de Yuuri por irse, sino de esa mujer por obligarlo a hacerlo —replicó Conrad a la defensiva, no obstante concordó con su colega en una cosa—. Pero tienes razón. Debo darle aviso lo más pronto posible —Y tras decir esto buscó con la mirada al soldado más próximo, y lo llamó—: Dacascos, ven.

—Dígame, mi capitán.

—Debes buscar a Su Majestad. Está en la finca El Paraíso, en Wincott. En el pueblo te dirán cómo llegar. Dile que la princesa Greta está enferma.

—¿Es grave? —preguntó Dacascos con cara de preocupación.

—No estamos seguros, pero debe venir de inmediato.

—No llegaré hasta mañana en la noche.

—Ve deprisa y no te detengas.

Dacascos asintió, se llevó una mano a la frente en un saludo militar y respondió:

—¡Señor, sí señor!

Conrad se acercó al soldado y se inclinó hacia su oreja.

—Y de esto ni una palabra a nadie —advirtió en voz baja.

 

—00—

 

Wolfram se despertó solo y desnudo, en medio de las sábanas revueltas. Yuuri se había levantado antes que él, pues no estaba a su lado. Con gran orgullo, extendió su mano izquierda, con el precioso anillo de diamante que Yuuri le había dado y encima de éste la alianza de matrimonio.

Hizo girar la alianza de oro que llevaba en el dedo anular. Era una sensación extraña la de saber que pertenecía a alguien, pero desde que su dedo anular lucía el anillo, Wolfram no podía sentirse más afortunado.

—«Púdrete, Endimión, ya no te pertenezco» —pensó—. «Gracias por enviarme con el amor de mi vida»

Decidió levantarse de una vez. Ese día quería hacer algo especial para su esposo. Justo cuando iba a ponerse de pie, Margarita entró en la habitación con una cubeta de agua caliente.

—Buenos días, mi señor —Lo saludó ella con una sonrisa—. He venido a prepararle un baño, Su Majestad me lo dejó encargado para usted —dijo mientras se dirigía a la bañera para preparar todo lo necesario para un baño aromático.

—¿Yuuri no está? —preguntó Wolfram al tiempo que se ponía el albornoz y se amarraba el nudo.

—Fue al pueblo a hacer unas compras y luego a recoger un poco de leña —gritó Margarita desde el baño—. Le dije que yo me ocuparía, pero él insistió en hacerlo.

Margarita salió del cuarto de baño con su vestido y su delantal mojados y secándose las manos con una toalla. Wolfram la recibió con una sonrisa.

—Ya está lista la bañera con el agua caliente —anunció—. Si desea algo más solo debe pedírmelo.

—De hecho... —Wolfram bajó la cabeza para ocultar el sutil sonrojo que sentía en la mejillas, algo que hizo que Margarita lo mirara con atención—. Quiero hacer algo especial para mi esposo. Él me ha obsequiado cientos de regalos y pienso que debería darle algo a cambio —explicó, jugando con las cuerdas del albornoz con timidez—. He pensado en prepararle algo con mis manos, pero no tengo mucha experiencia en la cocina.

La anciana sonrió de forma cálida.

—Entiendo.

—Usted es una excelente cocinera y me preguntaba si me podría enseñar alguna receta que le guste a mi esposo —pidió Wolfram finalmente. Su mirada era casi de súplica, y en sus ojos verdes había un brillo lleno de ilusión.

—Me alaga con sus palabras —respondió Margarita— y con gusto le enseñaré la receta de la comida favorita del rey. Se trata de un platillo de su mundo. Se llama curry.

—Curry.

—Sí, fue el mismo rey quien me trajo los ingredientes —dijo Margarita, emocionada—. Y también me trajo la receta escrita por su madre. Era lo que más le hacía falta de su mundo de origen.

—¡Es perfecta! —A Wolfram le había hecho mucha ilusión preparar la comida favorita de Yuuri. Solo esperaba no echarlo a perder.

—Aunque, en mi opinión, usted ya le da algo que nadie más le puede dar... —dijo Margarita antes de salir de la habitación, dedicándole una mirada llena de ternura—, felicidad.

 

—00—

 

Gwendal miró entrar a su mujer en la habitación, totalmente agotada. Se había pasado toda la noche atendiendo a la princesa, poniéndole paños húmedos para bajarle la fiebre. Al verlo, ella suspiró y se sentó en un sillón.

—¿Cómo está? —se atrevió a preguntar Gwendal, situándose a su lado. Siempre estaba dispuesto a mostrar una postura de seguridad y autoritarismo, pero su fachada había menguado ante la delicada situación.

—Se ha quedado dormida —respondió Anissina con voz seca y ronca sin mirarlo siquiera, su mirada estaba fija en algún punto en el suelo.

—¿Has podido verla despierta?

—Apenas. Esa fiebre y esa tos... —Anissina suspiró con cansancio—. Lejos de mejorar, empeora. Y lo peor es que el doctor no ha aparecido aún. La testarudez de su madre le costará caro a la pobre de Greta.

—No pierdas la esperanza —Gwendal tomó el mentón de su mujer con delicadeza y la hizo que lo mirara a los ojos—. He conseguido que Conrad mandara a avisar a Su Majestad. Estará aquí a más tardar mañana en la mañana.

—Cada minuto cuenta —dijo Anissina para después ponerse de pie—. Perdóname, pero me siento más tranquila si estoy pendiente de ella. Solo regresé a tomar un baño y a cambiarme.

—Sí, por supuesto —asintió Gwendal y Anissina le dio un fugaz beso en los labios. Pero antes de entrar al cuarto de baño, ella se detuvo.

—Hoy comprendo la razón por la que Su Majestad nunca pudo enamorarse de Izura —dijo con el rostro pensativo—. El amor no se puede forzar.

—00—

Izura esperaba con cara de angustia el diagnóstico del doctor Lerman, que por fin se había hecho presente en el dormitorio. Resultaba que el doctor había tenido que salir de la ciudad, pero había regresado tan pronto como le dieron aviso de la delicada situación de la princesa.

Izura se acercó mientras de reojo veía como el doctor miraba el historial y el informe de forma analítica. La cara, delgada y arrugada, no expresa ninguna expresión, sólo concentración máxima. El cerebro de Izura era un torbellino de ideas, de miedo, de tristeza al ver a su hija postrada en una cama.

—Está muy caliente. ¿Cuántas horas lleva así? —preguntó el doctor Lerman por primera vez.

—Con fiebre, desde ayer —respondió Solly por la reina, que se veía demasiado afectada para hablar.

El doctor Lerman asintió, acomodándose mejor lentes y luego tocó con mucho cuidado el abdomen de la niña, que se quejó al instante.

—¿Desde cuándo no come?

—Ayer no comió.

—Sé que hay un medico en el castillo, ¿porque no la llamaron antes que a mí? —preguntó el doctor Lerman con cierto grado de reproche—. Cada minuto cuenta, debemos subir su nivel de Maryoku lo más rápido posible.

Izura sintió una opresión en el pecho. Era el sentimiento de culpabilidad que le provocaba su decisión de no dejar que Gisela la atendiera.

—Necesito usuarios del elemento fuego —continuó el doctor—. ¡Rápido!

—Sí, doctor —dijo Solly antes de abandonar la habitación.

Izura sintió el sabor amargo del miedo. El comportamiento del doctor comenzaba a socavar su idea de que pudiera tratarse de una simple gripe.

—¿Se salvará? —preguntó en un hilo de voz.

—En estos momentos, no puedo responder con certeza.

En ese momento, Izura sintió que su mundo se venía abajo.

—00—

Yuuri pudo reconocer rápidamente el olor de esas hierbas y especias conocidas por él desde hace mucho tiempo atrás. No le fue difícil dar. Lo guiaba el olor de aquel platillo que le traía recuerdos de su niñez. Era una sensación demasiado agradable la que le producía.

Pero lo que sí le sorprendió, fue encontrar a su amado esposo en la cocina, removiendo el guiso con una cuchara de madera y utilizando un adorable mandil rosa con volantes.

Yuuri se quedó en silencio por un momento, escuchando atentamente la platica que mantenían Margarita y Wolfram. Ella le daba instrucciones y su amado las seguía al pie de la letra. Embelesado y sonriente, se acercó a ellos.

Wolfrma se sorprendió al sentir que alguien lo abrazaba por detrás, pero inmediatamente se dio cuenta de a quién pertenecían esos brazos, y permitió sin ninguna resistencia que girara su cuerpo para después recibir un suave beso en la boca.

—Ya estoy de vuelta.

—Bienvenido.

A Yuuri aquello le pareció como vivir su sueño dorado de una vida tranquila, donde su pareja le recibía de esta manera, con cena, baño y después sexo.

—Mire, se ha sorprendido tanto que apenas y ha dicho una palabra —le dijo Margarita a Wolfram y ambos compartieron una risa risueña.

—En efecto, es que no me lo esperaba —confesó Yuuri, embargado de la emoción.

—Bueno, por algo se llama sorpresa —dijo Wolfram para después coger la mano de su esposo y guiarlo a la mesa, hermosamente decorada con flores en el centro—. ¿Te gusta?

—Me gustaría saber qué hice en la vida para merecerte; para volver a hacerlo una y otra vez —dio Yuuri como respuesta e inmediatamente le tomó el rostro y le plantó un beso que Wolfram correspondió gustoso.

—Toma asiento, pronto estará listo —dijo Wolfram tras separarse—, ¿o prefieres tomar un baño antes?

—La verdad es que muero de hambre. —Yuuri sintió que, en efecto, estaba viviendo en un sueño. Un sueño del que nunca quería despertar.

Margarita surgió de la cocina con dos platos llenos de curry con arroz.

—Me hubiera dejado ayudarle —se ofreció Wolfram.

—Huele delicioso —comentó Yuuri, tratando de no salivar por el aroma del guiso, verduras estofadas y arroz.

—Disfruten la comida —dijo Margarita antes de retirarse, no sin antes guiñarle un ojo a Wolfram en complicidad.

Wolfram tomó su lugar en la mesa después de quitarse el mandil. Bajó la mirada y la clavó en los cubiertos, sin saber qué esperar. Si bien era cierto que Margarita le había dado las instrucciones, él lo había hecho todo, desde cortar los vegetales hasta medir la cantidad de condimentos. Si se había pasado de sal nunca se lo perdonaría.

—Espero haberlo hecho bien.

—A ver... —Sin poderse contener a saborear la primera comida preparada por su esposo, Yuuri dio el primer bocado—. ¡Mmmm! ¡Delicioso!

La sorpresa y la felicidad embargaron a Wolfram al ver que Yuuri se llevaba un bocado tras otro a la boca con esa cara de satisfacción notable.

—¡Gracias! —Yuuri casi lloraba de la felicidad. Wolfram le miró con ternura—. Es que este platillo realmente me trae buenos recuerdos.

Sintiéndose mucho más tranquilo, Wolfram también comió y se sorprendió a sí mismo por el agradable sabor de su comida, aunque eran sabores y olores nuevos para él.

—¡Delicioso! —se dijo dando un respingo.

—¿Brindamos? —Yuuri sirvió el vino que había en la mesa y levantó su copa.

Wolfram lo imitó.

—Por ti, porque eres lo mejor que me ha pasado en la vida

Le llevó la mano a los labios y se la besó. Un leve rubor coloreó las mejillas de Wolfram.

—Gracias.

Continuaron comiendo entre conversaciones, risas, caricias y besos. Wolfram esperaba pacientemente a que Yuuri terminara de comer, pues le tenía preparada otra sorpresa.

Cuando esto pasó, sin necesidad de palabras, Wolfram tomó de la mano a Yuuri, y subieron la escalera en dirección a la habitación. Yuuri simplemente se dejaba hacer.

Wolfram le quitó la ropa y lo entró al cuarto de baño, donde lo esperaba la bañera lista con agua caliente. Hizo que se metiera a la bañera de marfil. Él se remangó delicadamente y sin prisas. Y cogiendo la esponja, comenzó a lavarlo con cuidado.

Una necesidad febril se apoderó de Wolfram al tener a Yuuri de esa manera. Era la atracción que sentía ante la poderosa complexión del Maou, su cuerpo fornido contrastaba con aquella piel bronceada. Se arrodilló frente a la bañera y empezó a darle un masaje en la espalda para después atrapar su oreja entre sus labios y comenzar a besarla con sensualidad mientras deslizaba sus manos por todo su pecho, dejando un rastro de espuma sobre sus pectorales.

********

Excelente, mi preciosa joya. —Endimión se levantó y arrastró sus pies hasta la ventana con los brazos hacia atrás. Luego se volvió hacia él—. Ahora trataremos el principal motivo por el cual te mandé a llamar. ¿Tienes alguna una idea?

No mi señor, nadie me lo dijo.

Es mejor así. —Endimión sonrió sin objeto y sin esfuerzo por ocultar el placer. A continuación tomó aire para responder con detalles su inquietud—: Hace ya algunos años que tengo mis ojos puestos en una nación; queda a varios días de viaje desde el muelle de Zaiross hasta su capital. Es, a mi criterio, la nación de Mazokus más esplendorosa que existe en este mundo. La quiero como nunca he querido nada en la vida. Pero tan solo hay un pequeño obstáculo en mi camino. Su rey es un patético Medio-Mazoku.

Majestad...

Seduce al rey de Shin Makoku y haz que se divorcie de la reina Izura. La falta de palabra del rey provocará el desconcierto y el rencor de su país de origen y de sus aliados. Ese será el primer debilitamiento político que provoquemos. Luego te casaras con él y te comportaras como un esposo ejemplar hasta que obtengas la simpatía de los cortesanos y del resto del pueblo. Debes ser cuidadoso con el rey, lo complacerás en todos los sentidos para que no sospeche nada. Y finalmente, una vez hayas hecho todo esto, lo matarás, y me darás el trono en su lugar.

Incluso si me hace su amante. ¿Quién me asegura que me hará su consorte real? Es el rey de la nación más poderosa de este mundo, tiene miles de mujeres detrás de él. ¿Por qué habría de fijarse en mí?

Porque confió en que tienes lo que hace falta para hacer de su interés algo más prolongado.

...

Muy bien. Iré.

Sabía que podía contar contigo —le dijo Endimión, muy contento—. Mi bella joya más preciada.

¿Y qué recibiré a cambio? Piénselo bien, le daré una nación entera y no cualquier nación, sino la más poderosa de este mundo. ¿Tiene idea de la magnitud de este trabajo? Pero si todo sale bien, se la estaría dando en sus manos sin que hubiese hecho algo para merecerlo.

Te daré todo, cualquier cosa que me pidas —respondió Endimión sin pensarlo mucho—. Mansiones, joyas, un puesto importante en la corte... ¡Lo que sea, sólo pídemelo!

********

Libertad... pensó Wolfram al recordar la razón por la que había llegado a Shin Makoku. Quien iba a decir que al aceptar aquella horrenda misión, se iba a encontrar con el amor. Su odio, su indiferencia y su rechazo se habían transformado en el sentimiento más puro que había experimentado en su vida tras la muerte de su mejor amigo. Su vida era un torbellino de oscuridad y Yuuri había llegado para darle luz, para darle seguridad, amor y comprensión.

Giró el rostro de su esposo y comenzó a devorar su boca como llevaba todo el día queriendo hacer y se dio cuenta de que quería que aquella noche fuese memorable para él. Tan especial como lo había sido la primera. Y lo suficientemente especial para superarla.

Yuuri le respondió con el mismo ímpetu. Lo tomó en sus brazos, abrió lentamente la puerta y depositó a Wolfram sobre la cama. Lentamente le fue quitando una a una todas las prendas de ropa que lo cubrían y lo contempló; la delicadeza de su rostro angelical contrastaban con la pasión y la lujuria que le salía atropelladamente por los ojos y los poros. Atrapó sus labios en un beso demandante, mordió y lamió sus labios con dulzura. Luego centró la atención en sus pezones hasta que se endurecieron. Se metió uno en la boca, succionó y lo mordisqueó suavemente. Wolfram gimió y le indicó con sus jadeos que continuara. Él obedeció y sonrió contra su piel suave. Su pelo mojado empapaba la colcha y serpenteaba de un lado a otro de la cama.

Wolfram soltó un leve gemido cuando comenzó a prepararlo de una manera tan delicada que él creyó estallar de placer al instante. No podía disimular su excitación, su erección comenzaba a liberar gotas de fluidos mientras le suplicaba con los ojos que lo hiciera suyo.

Yuuri comenzó a penetrarlo muy despacio, sin dejar de mirarlo a los ojos, bajo las finas gotas de agua que recorrían su cuerpo. Wolfram no pudo contener un gemido de placer al sentirlo dentro y se aferró con fuerza a él mientras su cuerpo se estremecía al contacto con su piel mojada, con la inmensidad de aquel pecho duro y espléndido.

Yuuri se movió lentamente, sin prisa, observando sus gestos y el rubor de sus mejillas. Wolfram temblaba entre sus brazos y se movía ansioso, clavándose a él desesperadamente.

—No se suponía que sería así —logró articular Wolfram con los ojos llorosos y haciendo un gesto de inconformidad.

—¿A que te refieres?

Wolfram se mordió el labio inferior.

—A que esta vez quería ser yo quien llevara el control —respondió jadeante—. Quería devolverte el placer que me proporcionas cada vez que me haces el amor...

—Wolfram —dijo Yuuri suavemente.

—Déjame a mí —susurró él.

Yuuri asintió, y tumbándose en la cama, tiró de Wolfram hasta que quedó sentado a horcajadas sobre sus caderas. Wolfram descendió sobre él y gimió al sentir como lo llenaba por completo. Luego comenzó a saltar de arriba hacia abajo una y otra vez. Yuuri empezó a jadear a medida que la pasión se encendía y le recorría el cuerpo. Si Wolfram continuaba moviéndose de esa manera, iba a correrse en cuestión de segundos.

—Quiero que sepas algo —dijo Wolfram, mientras subía y bajaba las caderas y se frotaba contra él como si buscara hacerlo llegar al clímax. Gotas de sudor bañaban su frente—. Conocerte fue, es y será una de las mejores cosas que me pasó en la vida. Eres el milagro que anhelaba sin saber —Yuuri se estremeció al oír aquellas palabras—. Te pertenezco desde el día en que por primera vez sentí el amor germinar en mi alma.

Yuuri se levantó y lo rodeó con sus brazos, abrazándolo efusivamente. Estaba al borde del clímax, sin aliento, consciente de que el próximo movimiento podría ser el culminante. Wolfram estaba de la misma manera, temblando y gritando su nombre entre gemidos. Al llegar al orgasmo, Wolfram gimió ligeramente, hasta que Yuuri capturó el sonido dentro de su boca y lo transformó en un gruñido bajo y resonante al tiempo que él también se corría dentro.

Yuuri lo abrazó con fuerza mientras recuperaban el aliento, sonriendo para sus adentros. Estaba muy orgulloso de él. Se sentía muy feliz al darse cuenta que Wolfram se estaba abriendo, y que ya no le costaba tanto expresar sus sentimientos, que la dureza de su penetrante mirada se había suavizado. Lo besó una vez más en los labios.

—Gracias —susurró.

—Gracias a ti, Yuuri, por enseñarme a amar.

.

.

.

A la mañana siguiente, Wolfram se despertó antes que Yuuri, pero en lugar de salirse de la cama, se quedó contemplando con adoración al hombre que había conseguido cambiarlo por completo. Había vuelto a nacer el día en que le conoció.

—Te quiero tanto... —Acurrucó la cabeza en el hombro de él e inmediatamente Yuuri deslizó el otro brazo en torno suyo, acunándolo contra sí.

Esbozó una sonrisa pensando en lo felices que eran ahora. De pronto Wolfram sintió deseos de perpetuar su estadía en la finca. Construirían una nueva vida juntos, partiendo desde cero, viviendo como la gente normal. Pronto se dio cuenta que aquello era imposible, Yuuri tenía que cumplir su deber como Maou y él lucharía por continuar con carrera militar.

Una hora más tarde tomaban el desayuno. Sonreían de oreja a oreja como toda una pareja de recién casados. Vestían chaqueta a juego y botas cómodas. Habían planeado salir a un paseo a caballo en la mañana. A Wolfram le hacía mucha ilusión conocer el campo.

No obstante sus planes se vieron frustrados tras la intervención de Margarita, que entró presurosa y con cara de preocupación al comedor.

—Majestad, un soldado lo busca.

Yuuri dejó los cubiertos sobre la mesa, y la miró interrogante. Nadie más que Conrad sabía de esa casa de campo, ¿quien era el que lo estaba buscando?

—¡Majestad Yuuri! —El soldado apareció detrás de la mujer.

Yuuri se levantó de la mesa.

—¿Dacascos?

El mencionado hizo una reverencia.

—¡La-lamento i-interrumpir su des-descanso, Majestad! —comenzó con la tartamudez que lo caracterizaba cuando se encontraba muy nervioso—. ¡Pero es de suma importancia que regrese a Pacto de Sangre! ¡Es de vida o muerte!

Lo último alertó a sus oyentes, que intercambiaron miradas.

—¿De vida o muerte? —repitió Yuuri—. ¿Que ha sucedido?

Dacascos tragó en seco.

—Es la princesa Greta, que regresó del colegio de Cavalgade.

—¿Qué le pasa a Greta? —preguntó Yuuri, alertado.

—Está muy grave de salud. Sir Weller me ha mandado a buscarlo en calidad de urgencia. Si no lo hace puede que sea demasiado tarde.

Su respiración se detuvo en ese instante. El impacto de aquella noticia provocó que Yuuri se quedara helado hasta la punta de los dedos.

Los ojos de Wolfram saltaron de Dacascos a Yuuri. Y al notar que su esposo no reaccionaba, decidió actuar por su cuenta.

—Vamos, no hay tiempo que perder —dijo al tiempo que tomaba la helada y sudorosa mano de Yuuri y lo conducía a la salida, donde los esperaban los caballos ensillados—. Cabalgaremos toda la noche de ser necesario y así ahorraremos tiempo. Usaré mi Maryoku de fuego para darnos luz por las veredas cuando se oculte el sol —Yuuri asintió mientras se subía a la silla de su caballo ya recuperado. Wolfram tomó las riendas del suyo—. Tranquilo —susurró, poniendo su caballo a trote.

Determinado esta vez, Yuuri se inclinó sobre la empuñadura de la silla y tomó las riendas.

—¡Andando! —ordenó al salir a todo galope.

—00—

La mañana, oscurecida por una capa de altas nubes color gris, se instaló en sobre la ciudad. Al llegar el alba, Yuuri y Wolfram, seguidos por Dacascos, llegaron a la colina a tan solo unos kilómetros de la capital donde contemplaron el castillo pacto de sangre en el horizonte. Un sentimiento esperanzador se instaló en el pecho de Yuuri, en tan solo una hora llegaría para estar al lado de su niña.

Emprendieron de nuevo el camino a todo galope y les tomó menos del tiempo previsto en llegar a las compuertas del castillo. Conrad ya los esperaba en la entrada. Su rostro, usualmente sonriente, se había transformado en uno serio y preocupado.

Yuuri entró rápidamente, quitándose el abrigo en el camino. Sus ojos fijos al frente y su rostro sin mostrar ninguna emoción. Ignoró los saludos de los súbdito y sirvientes. Corrió por el pasillo a la habitación de su hija.

Wolfram le seguía el paso, pero algo hizo que se detuviera y perdió el rastro. En esa habitación seguramente iba a estar Izura, y aunque le costaba aceptarlo, ella tenía absoluto derecho de echarlo de ahí.

—Acompáñeme —le dijo Conrad, indicando el camino a una de las salas. Wolfram obedeció sin poner resistencia—. Siéntense, por favor. Será una larga espera.

Mientras tomaba asiento, Wolfram observó al capitán. Tenía el rostro un poco demacrado a comparación de la frescura que siempre mostraba; sus ojos empequeñecidos y esas bolsas debajo de ellos indicaban que llevaba varias noches de desvelo. No quería ni imaginar la magnitud de la delicada situación. Eso era demasiado doloroso.

Bajó la mirada.

—Pediré a Effee que le traiga un café. Me imagino que no han descansado en toda la noche. Me sorprende que hayan vuelto tan rápido y a la vez me alegro.

—Gracias.

Cuando Conrad lo dejó a solas, Wolfram dejó salir su llanto y se llevó las manos a la cara. Eran lágrimas de tristeza y culpabilidad. No pudo evitarlo. Greta, tan dulce, tan alegre. Aunque no habían tenido mucha interacción entre ellos, en aquella ocasión en el salón abandonado, supo que se trataba de un ser puro e inocente.

Era consciente de que estaba a punto de dar un paso que podía quitarle a Greta la ilusión que Izura le había hecho creer, rompiendo en pedacitos aquella pantomima de la familia feliz. La pequeña no era culpable de nada y seguramente sería la que más sufriría. Aquello hacía que su consciencia no estuviera tranquila.

—00—

Yuuri se apresuró a cruzar los pasillos y llegó por fin al dormitorio de Greta. Paseó la vista para observar el panorama. Izura estaba sentada en una silla al lado de la cama. Anissina estaba apoyada contra una mesa, mirando al suelo. Sangría, Doria, Lasagna y Solly rodeaban la cama con cubetas y telas blancas. También reconoció al doctor Lerman, que escribía en su libreta.

—Gracias por volver —Izura se levantó cuando lo vio y lo abrazó—. No sabes las penurias que he pasado sola. No tienes idea de cuanto ha preguntado Greta por ti.

Yuuri la ignoró y se acercó a la cama. Empezó por acariciar sus rizos castaños. Se sentó en el borde de la cama de su hija, cubierta con una sábana blanca; se inclinó y besó a Greta en la frente.

—Doctor Lerman —saludó, evaluando automáticamente la expresión, los gestos y la actitud de los presentes. Le dio la impresión de que no iba a recibir buenas noticias—. ¿Cómo está mi hija, doctor?

—Majestad —Primero el anciano saludó con una reverencia. Luego suspiró tan hondamente que Yuuri se preparó para recibir malas noticias—. La princesa empeora y el tratamiento no parece funcionar. No acepta el Maryoku donado y no ha vuelto a la conciencia desde anoche.

—¿Como es eso posible? —preguntó Yuuri, incrédulo y en estado de negación—. ¿Ni una tan sola mejoría? ¿Donde está Gisela? Ella es la doctora de cabecera de Greta, ¿porque no está aquí?

Nadie quiso responder a esa pregunta.

—Se ha aplicado el tratamiento correcto, Su Majestad —replicó el doctor Lerman—. Me temo que el mal que padece la princesa va más allá de lo físico.

—¿A que se refiere?

—A que es probable que sea la misma princesa quien no desee mejorar.

—Eso no tiene sentido. Es imposible.

Por más empeño que Izura ponía en evitar que el remordimiento acudiera a ella y la hicieran cometer más errores, no pudo evitarlos al escuchar semejante conclusión.

—Es por tu culpa —soltó—. Greta preguntó por ti cuando llegó y no estabas. Preferiste a ese bastardo antes que a tu propia hija.

En ese momento, la incomodidad reinó en esas cuatro paredes.

Yuuri levantó la mirada y la clavó en los ojos de Izura. Era agudamente consciente del odio y el resentimiento que gobernaba en su relación ahora.

—Querida, controlate —intervino Anissina—. No es el momento para esto. No le hace ningún bien a nadie. Ni a Greta, ni a Su Majestad, ni a ti.

—No quiero desquitarme contigo, Yuuri —aseguró Izura—, pero estoy muy preocupada. Disculpa si mis palabras ofendieron tu orgullo.

—También es cierto que estás cansada —repuso Anissina, tomando sus hombros y girándola hacia la puerta. No sabía que más hacer, pero estaba segura que el rey y la reina no podían quedarse en la misma habitación—. Vamos, quédate más tranquila al saber que Su Majestad Yuuri ya está aquí. Ahora te toca descansar —concluyó y condujo a Izura a la salida. Yuuri agradeció internamente a la inventora por quitársela de encima.

—Continúe —ordenó al galeno.

—Como le decía, Su Majestad, a veces el estado de ánimo influye demasiado en nuestro cuerpo haciéndonos vulnerables y más débiles de lo que somos —explicó el doctor Lerman—. Iré a llamar a la doctora Gisela para que brinde su punto de vista también. Hablamos de eso hoy en la madrugada y ambos llegamos a la misma conclusión.

—Sí, por supuesto —dijo Yuuri con calma, aunque en el fondo aquello lo inquietaba—. Y gracias, doctor Lerman.

—Para servirle, Majestad —respondió el doctor, que hizo una reverencia y se fue.

Las doncellas esperaban las ordenes del doctor o del Maou de pie en una esquina de la habitación. Se les veía pálidas y cansadas.

—Pueden retirarse —dijo Yuuri mientras volvía a tomar asiento al lado de la cama. Las muchachas negaron con la cabeza—. Descansen y recuperen fuerzas. De aquí en adelante yo me quedaré con mi hija en todo momento. Es una orden.

—Sí, Majestad —respondieron al unisono e hicieron una reverencia antes de salir.

Yuuri miró a su hija. El miedo lo embargó. Quería abrazarla, pero tenía miedo de que estuviera demasiado frágil. Sus ojos la recurrieron. Parecía deshidratada a causa de los vómitos y la alta temperatura. Le puso la mano en la frente. La tenía caliente y húmeda.

Al rato, con un ruido repentino, un crujido, la puerta de madera se abrió. Yuuri ni siquiera miró a quien había entrado.

—Doctor Lerman...

—No soy el doctor Lerman.

Yuuri se enderezó de un salto y corrió a los brazos de Wolfram, que lo acunó entre los suyos. Lo necesitaba hoy más que nunca.

—Vi a Izura salir de la habitación, así que no dudé en venir a ver a Greta —dijo Wolfram, sintiendo que las lágrimas de su esposo le humedecían las mejillas—. Y a ti... —Se separó y le tomó la barbilla con delicado cariño—. Mi amor, debes ser fuerte por ella.

—El doctor dice que no responde al tratamiento —La voz de Yuuri se escuchaba abatida—. No sé que debo hacer.

Wolfram dirigió su mirada a la cama y observó a la pequeña. Parecía estar más cerca de la muerte que de la vida.

—Si pudiera le daría todo mi Maryoku...

Wolfram escuchó el deseo de Yuuri y le miró con inquietud.

—¿Que tipo de elemento maneja Greta? —preguntó.

—Fuego, como su madre.

—Vamos a intentarlo una vez más, tu y yo —propuso sin dudarlo—. Yo soy usuario de fuego. ¡Le daré de mi Maryoku a Greta!

—Aunque sé un poco de Majutsu curativa, amor, ni el doctor Lerman ni Gisela pudieron controlar la enfermedad. Dudo que yo pueda hacer mucho.

—Por favor, confía en mí —suplicó Wolfram—. ¿Que podemos perder?

—Te amo, Wolf —dijo Yuuri, sintiendo en su pecho un calor inexplicable—. Eso nunca ha sido un problema. Por supuesto que confío en ti. Pero...

—No hay pero que valga. Estoy dispuesto a ayudarte en todo lo que necesites.

Yuuri lo miró a los ojos. Tenía una expresión desafiante.

—Y si crees —prosiguió Wolfram con una tenacidad palpable— que puedes librarte de mí tan fácilmente estás muy equivocado.

Yuuri lo miró con adoración.

—Está bien, está bien —dijo mientras esbozaba una sonrisa—. Te agradezco mucho que te preocupes tanto por mi hija.

—Es mi responsabilidad, tanto como la tuya —afirmó Wolfram con convicción—. Esto es un asunto de familia, y ahora soy parte de esta familia. Cuando me casé contigo acepté todo de ti, incluyéndola. Y por si fuera poco, no es mi intensión compartir contigo solo la felicidad, también quiero estar contigo en los momentos difíciles, dándote mi apoyo.

Se miraron, y al hacerlo, el amor, la ternura, el apoyo y la fuerza se apoderaron de ellos. Se fundieron en un nuevo abrazo como una confirmación de su amor, que les daba una renovada fortaleza.

—Hay que darnos prisa —dijo Yuuri al separarse. Wolfram asintió y lo siguió a la cama, donde se colocaron uno a cada extremo.

Yuuri situó sus manos sobre el pecho de Greta y una luz de color verde emanó de las palmas de sus manos. Wolfram le colocó las manos sobre el pecho al igual que lo había hecho su esposo. Una luz rojiza comenzó a emanar de su interior, como si una parte de sí mismo pasara a través de sus manos a la niña.

Tras un largo rato, la magia comenzó a surgir efecto sobre Greta, que comenzaba a cambiar de color, a sanarse, como una flor renacida, recobrando su apariencia natural.

—Papá...

La esperanza incrementó, Greta había recobrado el conocimiento, aunque su voz se escuchaba tan débil como un susurro. Sus ojos cafés estaban abiertos.

—Greta —dijo Yuuri luchando por no llorar, inclinándose hasta aproximar su cara a la de ella—. Papá está aquí, mi pequeña, pronto estarás mejor —Levantó los ojos y miró a Wolfram, que sonrió con la emoción que le embargaba. Su descabellada idea estaba dando resultados.

Continuaron impregnando la magia de Wolfram a Greta hasta que los pulmones dañados se renovaron por completo. Finalmente, Wolfram se relajó. Brindó las ultimas dosis de magia y luego dejó que la luz roja desapareciera de sus manos. Sonrió totalmente satisfecho al saber que Greta había salido del peligro, aunque eso le había costado una buena parte de su poder.

—Es un milagro —dijo, respirando con agitación. Se sentía demasiado débil.

Yuuri suspiró.

—Tu eres un milagro.

Wolfram intentó sonreír, pero en lugar de eso se desmayó poco a poco. Unos brazos lo rescataron evitando que cayera al suelo. Alarmado, Yuuri levantó la mirada y se encontró con Conrad. Se acercó inmediatamente a ellos para revisar a su esposo. Le transfirió un poco de su poder y se sintió aliviado al comprobar que solamente estaba dormido.

—Wolfram ha conseguido que Greta sane —informó con emoción—. Pero necesita recuperar fuerzas. Llévalo a la habitación real que es donde dormirá a partir de ahora.

—Con mucho gusto, Majestad —respondió Conrad con Wolfram en brazos.

—Descansa ahora, mi querido esposo —Yuuri aproximó su rostro al de Wolfram y apartó unos cuantos mechones de cabello que caían sobre su frente, y la besó—. Gracias por todo.

Una hora más tarde, Greta abría finalmente los ojos. Parpadeó un par de veces ante la intensa luz que la atacó, cegándola y acrecentando un punzante dolor en el interior de su cabeza. Se sentía demasiado desorientada.

—Greta —Yuuri se acercó a ella—. ¿Cómo te encuentras?

—Me duele la cabeza —respondió la niña, remojando sus labios resecos. Yuuri sirvió un vaso con agua e hizo que bebiera. Se sentó apoyada en la cabecera de la cama y lo miró; aquel hombre tan guapo y elegante que la había cuidado y protegido desde que tenía razón con tanto cariño y entrega, qué lastima que no era su padre verdadero, qué lástima que se había cansado de ella.

—No sabes el susto que pasé. Pensé que te perdía y yo no quiero ni imaginarme lo que haría si algo como eso me pasara —comenzó a decir Yuuri—. Pero ya estás mejor, ¿tienes hambre? pediré que te traigan algo de comer.

A Greta se le nublaron los ojos y echó a llorar.

—Yuuri...

Yuuri la abrazó, sintiéndola frágil entre sus brazos.

—Tranquila —murmuró al tiempo que acariciaba aquella pequeña espalda. Comenzó a repartir besos por toda su cabeza—. Aquí estoy. Siempre estaré para ti. —Aquellas palabras consoladoras parecieron tener el efecto contrario, porque Greta comenzó a llorar con mayor sentimiento mientras repetía su nombre una y otra vez. Se separó de ella y la miró a los ojos—. ¿Que pasa, mi vida? ¿Porque me llamas por mi nombre? soy tu papá —La niña negó con la cabeza en repetidas ocasiones. Yuuri se alertó. No se trataba unicamente de la enfermedad.

Turbada por las lágrimas, Greta desvió la mirada mientras Yuuri apoyaba su barbilla sobre la palma de la mano y le levantaba la cara.

—Greta, contéstame ¿qué te sucede? —musitó con voz preocupada. Entonces Greta pronunció aquellas palabras que sólo se repetían en sus peores pesadillas.

—Usted no es mi padre.

Yuuri abrió la boca lentamente. Sus ojos se abrieron de par en par y se pusieron vidriosos, y la cara se le puso de un color sumamente pálido. El impacto emocional fue descomunal. Su peor pesadilla se había vuelto realidad.

—¿Quien te ha dicho eso?

—Mi madre me lo dijo.

—Greta no...

—¡No trate de negarlo! —gritó Greta mientras comenzaba a llorar de nuevo—. Mi madre me lo contó todo. Mi verdadero padre se llamaba Samir.

Yuuri apretó sus puños entre las sábanas con tanta fuerza que sus nudillo palidecieron. Un odio indescriptible comenzó a despertar en él.

—Sé que él no me abandonaría como lo hizo usted.

—¿De que hablas?, yo no te he abandonado.

—¡No! ¡Se va con Wolfram y a mi me va a dejar sola!

Todo comenzó a tener sentido para Yuuri. Esa mujer había hecho la peor de las jugadas en un intento desesperado para atarlo de nuevo o como una venganza personal. En ese momento le dio asco el haber compartido tantos años junto a un ser tan miserable. Ver llorar a su hija por el egoísmo de su madre le hacía hervir la sangre.

—Escúchame con mucha atención —La tomó de los hombros con firmeza. Greta abrió sus enormes ojos marrones de par en par, algunas lágrimas pugnaban salir de ellos—. Eres y siempre serás hija mía no importa lo que diga la sangre que corre por tus venas. Mi amor por ti va más allá del ADN. Te amé desde el primer día en que te arrullé en mis brazos y te amaré hasta mi ultimo aliento de vida.

Greta fue incapaz de hablar, pues sentía un enorme nudo en la garganta.

—Digas lo que digas, yo sí me considero tu padre.

—¿No te has cansado de mi?

—Nunca. Nuestro lazo es para siempre.

—Eres el mejor papá que pude tener. Agradezco al destino por haberte puesto en mi vida para que me cuidaras. Me siento muy afortunada.

Yuuri quedó inmovilizado por la respuesta. Luego, al reaccionar, se inclinó y abrazó a la niña, dando rienda suelta a sus propias lágrimas.

—Papá... —dijo Greta tras unos segundos. Su voz se escuchaba decaída—. ¿Que pasará ahora con nuestra familia?

La tensión infernal regresó tan abruptamente como había sido interrumpida. Yuuri suspiró y tomó las manos de Greta entre las suyas.

—Aunque me separe de tu madre eso no significa que renuncie a ti. Quiero ser participe de todos tus logros, mi pequeña princesa. No quiero privarme de cada una de tus etapas.

—¿Porqué te separas de ella? —La mirada de Greta se llenó de frialdad—. Es por él, ¿verdad? Es por ese soldado.

—Él no tuvo la culpa de nada. Tu madre y yo veníamos teniendo problemas desde hace mucho tiempo. No hay culpables, es un asunto de pareja.

Greta frunció el ceño.

—Pero todo estaba bien hasta que él apareció —dijo con desprecio—. «Lo odio. Odio a Wolfram Dietzel» pensó.

—00—

La noche estaba siendo azotada por una repentina tormenta.

—¿Cómo puedes soportarte a ti misma? —soltó Yuuri al entrar en la habitación de Izura. Tras haber calmado a Greta y asegurarse que comiera un poco, había acudido a arreglar ciertos asuntos con esa mujer.

Izura se levantó de la cama.

—¿A que viene esa pregunta?

—Por favor, no te hagas la ingenua —le pidió Yuuri, evitando que lo tocara. La luz del fuego de la chimenea era lo único que los iluminaba—. Le dijiste a Greta que no soy su verdadero padre. Escupiste la verdad por capricho y una forma de venganza.

—Era hora que supiera la verdad.

—¡Soy su padre! ¡Maldita sea! —Yuuri estalló con una violencia que desconocía. Los objetos cercanos eran un florero y una jarra de agua los cuales arrastró y se estrellaron contra el suelo. Saltaron pedazos por todas partes. Izura, que vestía su camisón, se apartó de los residuos cortantes. El escándalo alertó a los guardias de turno—. La he criado desde que era una bebé. Tengo derechos sobre ella ante la ley ¡¿que parte de eso no entiendes?!

Izura no lo hubiera creído posible, pero realmente sintió miedo de Yuuri. Sus ojos entrecerrados solamente transmitían ira.

—¿Cómo te enteraste?

—Ella misma me lo dijo, entre lágrimas —Yuuri se acercó amenazadoramente a Izura, que retrocedió un paso con ganas de salir corriendo—. ¿Estás contenta? ¿Te satisface hacer infelices a quienes te rodean?

—Solo quería recuperarte.

—A mi nunca me has tenido —confesó Yuuri, controlándose—. Lo nuestro fue puro compromiso. Nunca llegué a amarte. Para mí nuestro matrimonio se ha terminado. —Sacó el anillo de sus alianzas y se lo lanzó a la cara, para después mostrarle la nueva alianza que rodeaba su dedo—. Ante Shinou estoy unido a Wolfram en matrimonio y es todo lo que importa.

Miró la cara de Izura. Había una mirada fría en sus ojos.

—Me has humillado. Me he defendido como he podido. He luchado por recuperarte, pero nada ha resultado como esperé. Mi amor hacia ti me ha llevado a hacer cosas que jamás imaginé, más tu solo has regresado desprecio. Desearía que ese maldito doncel se muriera.

—No te soporto más. Es evidente que no podemos estar bajo el mismo techo —concluyó Yuuri—. Pero tu no te tendrás que ir, seré yo quien lo haga —Y con estas palabras, Yuuri se marchó no sin antes azotar la puerta.

Izura dejó correr las lágrimas por sus mejillas, con el corazón roto. Se tocó la cara, y cuando se miró los dedos se dio cuenta que sangraba. Seguramente algún fragmento de vidrio la había alcanzado. Se dejó caer al suelo, mientras se escuchaba un estruendoso trueno. La tormenta continuaba tanto afuera como dentro de su corazón. 

 

En el próximo capitulo se culmina la historia con Izura y comenzará una nueva trama. Además, Wolfram le dará a Yuuri una bonita sorpresa ¿pueden adivinar que es? 

 


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