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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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***ALERTA DE MPREG***

Aviso, este fanfic contiene Mpreg.

Capítulo 25

El camino final de la reina.

—60—

—Usted será recordado como el primer rey en toda la historia Mazoku que abandona el castillo Pacto de Sangre por capricho —decía Gwendal a modo de reprimenda a Yuuri, mientras se paseaba de un lado a otro frente al escritorio del Maou, quien le prestaba poca atención debido a que gran parte de ella estaba enfocada en firmar unas cartas y algunas actas.

En efecto, tal y como se lo había sentenciado a Izura, ninguno de los dos volvería a estar bajo el mismo techo, al menos que se tratara de asuntos reales. Yuuri había adquirido una propiedad en el pueblo y se había ido a vivir con Wolfram ahí, y sólo regresaba al castillo para ejercer las obligaciones que como Maou le correspondían. No era tan malo, de hecho era algo demasiado bueno para no haberlo pensado antes, así habrían evitado todas esas situaciones lamentables que habían ocurrido en los meses pasados. La propiedad era preciosa, una mansión de cinco habitaciones sin contar la biblioteca, la sala, el estudio y el comedor. A Wolfram le había encantado cuando la vio por primera vez, y se le veía muy ilusionado con estrenar el estudio donde pretendía retomar su pasatiempo de pintura. Llevaban tres meses viviendo en ella y a los dos les parecía que habían tomado la mejor decisión. La paz y la tranquilidad era, por mucho, lo que más les gustaba. Para Yuuri, regresar y ser recibido por su amoroso esposo tras un largo día de trabajo era lo mejor al final del día.

Greta había regresado al internado de Cavalgade hacía un par de semanas, ya recuperada por completo. Nunca se le dijo que Wolfram había sido la persona que le curó. No obstante la pequeña princesa se había ido con el resentimiento impregnado en su corazón. Se le notaba extremadamente seria y disgustada al abordar la embarcación.

—¿Me escuchó? —insistió Gwendal.

Yuuri firmaba un papel tras otro.

—¡Majestad!

Cuando Yuuri levantó por fin su mirada hacia él, vio que tenía una expresión muy seria, con el ceño fruncido.

—Perdón, ¿que decías?

Gwendal suspiró pesadamente.

—Que este día tiene junta de Consejo. Todos los aristócratas vendrán hoy para tratar uno por uno los asuntos de cada territorio, y sea de paso... —Se detuvo un instante, sin saber si debía decir en voz alta lo que había pensado. Al final lo dijo—: Puede pedir de una vez que se busque una solución a la situación de la actual Consorte Real, cuyo titulo ha quedado en un hilo después de que usted contrajera matrimonio con Wolfram Dietzel —Entrecerró sus ojos azules y su voz se tornó grave— a espaldas del honorable Consejo y sus súbditos —añadió.

Por fin, Yuuri dejó la pluma a un lado, enarcando las cejas ante la particular sugerencia de parte de Gwendal, precisamente porque venía de parte de él.

—Han tenido suficiente tiempo para solucionar mi situación y no lo han hecho —dijo poniendo sus codos sobre el escritorio y sus dedos debajo del mentón—. Todo lo que sé es que Wolfram es mi legítimo esposo y lo será hasta el día que yo muera. Por lo tanto, es él quien debe llevar el titulo de mi Consorte Real.

Gwendal se quedó atónito por un instante.

—¿En verdad no le importan los sentimientos de Izura? —comentó con expresión ceñuda y los musculosos brazos cruzados ante el pecho.

—¿Por qué deberían importarme los sentimientos de alguien que hizo algo tan repulsivo como decirle a Greta que no soy su verdadero padre? —respondió Yuuri, volviendo a su tarea. Había estado enviando y recibiendo cartas de los gobernadores de los países aliados para saber si apoyaban o no su nuevo matrimonio. Las respuestas habían sido muy positivas. No importaban las amenazas de Maoritsu, era evidente que la mayoría estaba de parte de Yuuri.

—En todo caso, debería hacer algo para que se proclame y unge al "Nuevo Consorte" lo más pronto posible y terminar con eso de estar viviendo fuera del castillo —señaló Gwendal de mala gana.

—En eso tienes razón —respondió Yuuri sin mirarle a los ojos, enfocado en escribir.

Gwendal lo vio y supo que no había caso. Yuuri había dejado de ser aquel chico inocente que podían manejar a su antojo.

Suspiró e hizo una reverencia.

—Con su permiso, Majestad.

—Claro, Gwendal —respondió Yuuri. Cuando escuchó la puerta cerrarse, detuvo su labor y se recostó en el respaldo de la silla.

A su pesar, Yuuri notó que en su interior un creciente remordimiento sustituía a su rencor. En los últimos días había aparentado indiferencia ante la situación de Izura, pero no podía dejar de preocuparse por ella, a pesar de todo lo que le había hecho. Era la madre de Greta y alguna vez llegó a considerarla una buena compañera. Sabía que ella había actuado por resentimiento, pero que en su interior unicamente estaba asustada; asustada por quedarse sola de nuevo, por perder parte del honor que había recuperado tras años de esfuerzo y dedicación, asustada por perder a su hija, cosa que no tenía fundamento pues el trato era que ambos la tendrían el mismo tiempo. Además, él también se había comportado como un cretino con ella. Ninguno estaba exento de culpa. Ambos se habían hecho daño el uno al otro de alguna manera.

—00—

Ese día Wolfram había despertado temprano como todas las mañanas para el entreno matutino de su escuadra. A pesar de no vivir más en el castillo, aún debía acudir todos lo días al patio de armas para cumplir con su deber como capitán. Después, volvía a la recién adquirida propiedad de Yuuri para pasar el resto de la mañana revisando documentos en relación al territorio Bielefeld como Lord Waltorana von Bielefeld le había encargado. Wolfram se había adaptado fácilmente a esa rutina, aunque lo malo era que no podía ver a Yuuri durante todo el día hasta en la noche, donde ambos se desmostaban lo mucho que se habían echado de menos.

Ese día en particular, el ama de llaves le había anunciado que tenía una visita, que resultó ser de lo más agradable. El visitante traían consigo un objeto de gran valor.

—Gracias, Lord von Bielefeld —dijo Wolfram, sosteniendo el cuadro con bordes dorados pintado en lienzo que él acababa de entregarle. La imagen era un paisaje espectacularmente bello—. Conozco el lugar perfecto para ponerlo.

Waltorana siguió a Wolfram por el vestíbulo, hasta llegar a la puerta del salón. Las ventanas estaban adornadas con vidrieras que dejaban pasar la luz suficiente para realzar las cúpulas del techo, habían sofás de terciopelo verde y había una magnífica chimenea de mármol, donde Wolfram colocó el cuadro arriba de ésta.

Wolfram retrocedió y contempló el cuadro una vez más. La obra estaba firmada por Willbert von Bielefeld.

—Es muy amable al obsequiarme una pintura hecha por su hermano. Imagino que usted tiene una conexión sentimental con esta pintura.

—Hay más de estas en Bielefeld —respondió Waltorana un poco nostálgico—, pero creí oportuno traerla para estrenar el salón de su nuevo hogar. Es una de las pinturas más antiguas que hay. Fue una de sus primeras obras.

—Es preciosa —comentó Wolfram, encantado con la técnica—. Su hermano tenía un don para la pintura, sin duda alguna. Yo espero ser tan bueno como él algún día.

—Y lo será, el talento se lleva en la sangre —afirmó Waltorana con convicción. Wolfram le sonrió sin entender el profundo significado de aquellas palabras—. Mi hermano fue un hombre orgulloso y brillante, de increíble talento, con una sensibilidad innata y un sentido de la responsabilidad muy marcado.

Tras observar el rostro melancólico del aristócrata, el corazón de Wolfram se llenó de compasión. El amor y la admiración con la que Lord von Bielefeld hablaba de su hermano le erizaba la piel y le hacía añorar una relación fraternal similar.

—Su pérdida debió ser muy dolorosa —dijo con suavidad—. Supongo que al ser muy pequeño no padecí en toda su medida el terrible impacto de perder a mi padre. En cambio usted era un hombre adulto cuando su hermano murió.

—Sí, fue muy dolorosa para mí —afirmó Waltorana, suspirando hondamente. Pero luego, sus ojos adquirieron una expresión de determinación—. Pero aún puedo hacer algo por él, y es cuidar a quienes más amó.

A Wolfram le sorprendió percatarse de la firmeza y seguridad de aquellas palabras, que parecían ir dirigidas hacia él.

—¿Sabe?, he llegado a considerarlo como un padre para mi, Lord von Bielefeld. —Waltorana lo miró con el rabillo del ojo. Wolfram prosiguió—: Me ha brindado su apoyo incondicional aún sin conocerme del todo. Creo que el cielo lo ha enviado a mi lado para darme esperanza y consuelo en sustitución del padre que nunca pude conocer.

Waltorana se sintió conmovido por las palabras de Wolfram, que no se las esperaba. Su rostro se distorsionó con una mueca en su intento por contener el llanto, ansiando decirle la verdad.

—No más del consuelo que tu me has brindado, muchacho —respondió al fin, con la voz atorada en la garganta por el nudo que se le había formado. Tomó su mano y la estrechó—. Mientras estreche tu mano ninguno de los dos volverá a estar solo.

A Wolfram le encantó la confianza con la que Lord von Bielefeld había comenzado a tratarle. Siempre había percibido algo misterioso en Lord von Bielefeld. Había supuesto que se trataba de aspectos profundos de su pasado que rara vez se manifestaban.

—Quisiera preguntarte una cosa —dijo Waltorana.

—Pregunte lo que quiera, Excelencia.

—¿Que tanto sabes de tu padre?

Wolfram sintió una punzada de tristeza en el corazón, como lo hacía cada vez que alguien tocaba el tema de su padre.

—Casi nada —respondió, agachando la cabeza—. Nadie nunca me dijo nada sobre él.

—¿Guardas algún tipo de resentimiento hacia él?

—Esa fue más de una pregunta, Excelencia.

—Hay miles de cosas que quiero conocer de ti —aseguró Waltorana, riendo. Luego, se apresuró a aclarar—: No me malinterpretes, te considero como el hijo que nunca tuve.

Wolfram le inspiraba unos sentimientos muy fuertes de ternura y protección. Lo último que deseaba era que él se sintiera incómodo.

—Lo sé —dijo Wolfram para alivio de Waltorana.

—¿Entonces? —insistió.

—No guardo ningún rencor hacia mi padre —respondió Wolfram, meneando la cabeza—. Cuando era pequeño, solía soñar con el día en que mi padre llegara para salvarme de la vida que estaba llevando.

—¿Porque no buscas más información sobre tu padre? Podrías averiguar que clase de persona era él. A lo mejor y te llevas una bonita sorpresa.

Wolfram guardó silencio un instante, antes de responder con extrañeza:

—Es la segunda persona que me dice eso, Lord von Bielefeld, el primero fue el Gran Sabio. —Hizo una pausa, pensativo, y añadió—: Pero mi origen es un poco complicado de explicar. No creo poder encontrar respuestas aquí.

Waltorana entendió que Wolfram creía que su origen era Blazeberly, cuando todo su estirpe era puramente de Shin Makoku.

—La respuesta puede estar más cerca de lo que te imaginas, Wolfram —Waltorana colocó una mano en su hombro—. Puede estar incluso frente a tus ojos.

Wolfram se quedó intrigado. Las mismas palabras del Gran Sabio dichas de otra manera por Lord von Bielefeld. Pero, ¿y si ellos tuvieran razón? ¿Y si la verdad de su origen estuviera frente a sus ojos? ¿Y si su padre era más de lo que Cecilie le había hecho creer?

—Solo hay una persona que puede responder a todas las preguntas sobre mi padre —respondió llevando sus dedos bajo el mentón con aire reflexivo—, pero hablar con ella es como hablar con una caja de secretos y misterios imposible de abrir.

Waltorana entrecerró sus ojos color jade «¡Chéri...!», pensó de inmediato.

—En fin, ¿le gustaría ver el jardín? —dijo Wolfram de pronto, zanjando el tema por el momento. No quería pensar en cosas tristes ese día—. Tenemos unas rosas preciosas y hay un par de ejemplares que me gustaría darle como agradecimiento por el cuadro.

Saliendo de sus pensamientos, Waltorana asintió. La visita al jardín, la biblioteca y la sala transcurrió entre platicas de trabajo y asuntos políticos. Finalmente, terminaron por sentarse en los muebles de la sala mientras compartían una pequeña merienda de pasteles y té. Wolfram apenas había probado bocado argumentando que se sentía un poco indispuesto.

—Debo irme ahora —dijo Waltorana poniéndose en pie y dejando la taza sobre la mesa. Wolfram también se puso en pie, dejando el plato con el pastel apenas comenzado.

—Que lástima, esperaba que me acompañara para la comida.

—Lo lamento, pero será en otra ocasión —respondió Waltorana mirándolo con aquella dulzura con la que quería transmitirle todo su cariño. Luego añadió con desgana—: Deberes son deberes, y debo estar en la junta del Consejo en quince minutos.

Se sonrieron y avanzaron hasta llegar al vestíbulo, donde se detuvieron mirándose el uno al otro frente a la extensa puerta de color blanco.

—Voy a abogar por tu nombramiento oficial como Consorte Real ante el Consejo de Nobles. Me encantó visitarte en esta casa pero tu lugar está en el castillo, Wolfram —dijo Waltorana antes de despedirse—. Eres el esposo del Maou... su verdadero esposo —añadió con énfasis. Al ver que Wolfram se ruborizaba, Waltorana sonrió—. No tienes nada de que avergonzarte, es hora de que tomes el lugar que te corresponde —dijo, alborotando el cabello de Wolfram—. Deja ya de inhibirte. Vas a ser un buen rey porque es parte de tu naturaleza. —Finalmente, lo abrazó con fuerza dándole un último fuerte apretón antes de soltarlo.

Wolfram se despidió con la mano antes que el aristócrata se subiera a su carruaje. Las últimas palabras de Lord von Bielefeld habían penetrado profundamente en su mente, pero no tuvo tiempo de reflexionar sobre ellas. Se dio la vuelta y regresó a la sala sintiendo aquel malestar que lo había estado atosigando por días. Hacía una semana exactamente que se había estado despertando cada mañana con náuseas y vómitos, pero no había querido decir nada para no alarmar a Yuuri. Se lanzó a uno de los sillones y llevó sus manos a su abdomen mientras hacía una mueca de dolor.

—Quizás deba hacer una visita al médico, esto ya no es normal —dijo, ahogando un bostezo. En los últimos días había estado padeciendo de un sueño terrible que lo llevaba a descansar un par de horas durante el día.

Wolfram se puso en pie para ir dormitorio y descansar un rato, cuando la sirvienta anunció que tenía una nueva visita. Cecilie entró a los cinco minutos a la sala luciendo su espectacular cabellera rubia y un aspecto fresco y joven. Su mirada esmeralda delataba lo mucho que había sufrido pero también transmitía la misma luz que lo impresionó el día que la vio por primera vez, aquella mirada de amor que solo una madre podía transmitir a sus hijos.

—¡Wolfy-chan! —Cecilie abrazó a su hijo con fuerza, como si quisiera deshacer el muro de hielo que él siempre construía entre ellos—. ¡Que gusto me da verte!

Wolfram rodó los ojos y gruñó, esperando a que ella lo soltara. Aún le sorprendía que esa mujer permaneciera en Shin Makoku después de todo este tiempo. En un principio creyó que sólo se trataba de una coincidencia, un viaje de placer más para ella, pero había empezado a pensar que de verdad estaba ahí para estar a su lado. La pregunta era, ¿que buscaba? ¿acaso creía que podía obtener su perdón? ¡de ninguna manera!

—No seas imprudente —La reprendió después de separarse—. Si Yuuri te viera, sabría automáticamente que eres mi madre. El parecido entre nosotros es demasiado notable.

—Lo sé, lo sé, cariño —respondió Cecilie, restándole importancia—. No te preocupes, fui precavida antes de venir. Su Majestad Yuuri estará en una junta de Consejo todo el día. Y yo me moría de ganas por verte, ¿como estás?

Wolfram suspiró.

—He estado mejor —respondió con cansancio mientras tomaba asiento e invitaba a su madre a hacer lo mismo.

—¿Que ocurre? —Justo cuando hizo esa pregunta, Cecilie se levantó de manera estrepitosa del sofá y miró directamente hacia la chimenea—. ¿De... de dónde has sacado esa pintura?

—Fue un obsequio de Lord Waltorana von Bielefeld —respondió Wolfram mientras la veía con ojos entrecerrados y llenos de suspicacia—. De hecho, se acaba de ir, ¿porqué la pregunta?

Al escuchar aquel nombre, Cecilie sintió que un gran peso le caía encima. Su garganta se cerró herméticamente y el pánico se apoderó de todo su ser.

—Es que es... muy hermoso —Logró responder, agradeciendo en su interior su buena suerte, pues no quería imaginarse lo que habría pasado si se hubiera encontrado frente a frente con Waltorana. De lo que estaba segura era que no tenía el valor suficiente para enfrentarlo.

—Es de un artista llamado Willbert von Bielefeld —respondió Wolfram. Su enigmática mirada se posó por un instante en las manos temblorosas de su madre.

Cecilie tragó saliva, percibiendo el tenso silencio que reinaba en la sala. El atisbo de seguridad y optimismo que la había acompañado durante su travesía se resquebrajó. Se le llenó el pecho de una presión abrasadora que le quemaba todo.

—Lord von Bielefeld fue muy amable al obsequiártela, ¿verdad? —continuó, fingiendo entereza.

—Sabes que estoy trabajando de la mano con Lord von Bielefeld, ¿no es así? —mencionó Wolfram. Su expresión ceñuda no había desaparecido—. Hay algo misterioso en él. Siempre me pregunta por mi padre, como si supiera algo de él que yo no sé.

—¿De que hablas?, eso es imposible —Cecilie se echó a reír y con ello expulsó las carcajadas más falsas de toda su vida.

Se dio la vuelta y percibió su corazón, frenético. Sabía que no podría dar marcha atrás si todo se descubría. «No es el momento, aún no», pensó, «Tu vida es ahora maravillosa y no quiero echarla a perder. No quiero ser más el motivo de tu desdicha, Wolfram»

Wolfram suspiró con un deje de frustración. Sabía que su madre no estaba dispuesta a contarle cosas de su padre más allá de lo que ya le había contado. A lo mejor era su imaginación de niño ilusionado y su padre sólo fue un simple mortal sin un pasado verdaderamente admirable.

Cecilie era incapaz de darle la cara. Hiciera lo que hiciese, la verdad estaba cerca de él. Por eso cerró los ojos y pidió fuerzas con la esperanza de no perder el aliento, de no desfallecer, para ser capaz de soportar la decepción en el rostro de su hijo. No quería ni pensar en la reacción que Wolfram tendría al enterarse que el hombre al que había servido durante toda su vida era el asesino de su padre. Era demoledor. Una realidad que siempre había estado ahí, paralela a la fantasía que se había inventado para adornar el engaño más prominente y desastroso.

Justo en ese preciso momento, y como si se tratara de un golpe fortuito y magistral de buena suerte, la doncella de servicio entró, llevando una carta que entregó rápidamente a su señor para después despedirse con una suave reverencia.

—Tiene el sello oficial —dijo Wolfram revisando el sobre sellado con lacre—. Que raro, ¿será un mensaje de Sir Weller? —aludió al ser la única persona de la que podía esperar noticias del castillo, pues Yuuri no tenía necesidad de enviarle cartas ya que se veían todos los días. Se apresuró a abrir el sobre y a leer el contenido. Con cada palabra su expresión se volvía más tensa, y sus ojos reflejaron al principio sorpresa, después intriga, y finalmente estupor.

—¿Pasa algo malo, Wolfram? —Cecilie arqueó las cejas al ver a su hijo con la cabeza inclinada y una gélida expresión.

—Es un mensaje de Izura, quiere verme.

—¡De ninguna manera! —reaccionó Cecilie dando un salto de la impresión—. No pensaras aceptar la invitación ¿verdad? Esa mujer ya ha demostrado cuanto te odia. Seguramente es una trampa para hacerte daño.

—Ha utilizado un lenguaje muy educado y cortés —mencionó Wolfram con cierta oscilación—. Dice que quiere llegar a un acuerdo conmigo y poner fin a esta situación tan penosa a la que hemos llegado. Eso significa que tal vez haya reconsiderado firmar el divorcio, con ello ya no habría trabas para que yo me convierta en el nuevo consorte del rey, aunque eso es lo que menos me importa. Lo único importante para mi es que Yuuri se sienta tranquilo.

Cecilie lo miró con el ceño fruncido.

—¿Y si intenta hacerte daño? —advirtió, dejándose guiar por su sexto sentido que le decía que esa mujer no era de fiar.

—No le conviene —respondió Wolfram, esta vez con seguridad—. Actualmente ella ha perdido mucha popularidad entre los pobladores y está acabada políticamente. Dudo que se atreva a actuar en mi contra ante todos los miembros del Consejo. He ganado aliados durante el transcurso de estos meses gracias, precisamente, a Lord von Bielefeld. —Suspiró—. Izura tiene los días contados como reina de Shin Makoko —Antes que su madre fuera capaz de protestar, Wolfram añadió—: Esta carta ha sido escrita por una mujer desesperada, Cecilie, y no cabe duda que yo he sido el causante de tal desesperación. Debo enfrentarla de una vez por todas.

—Prométeme que tendrás cuidado —pidió Cecilie, sorprendida ante la resolución de su hijo. Era increíble el grado de madurez que Wolfram había adquirido desde que llegó a Shin Makoku. Ya no quedaba rastro de aquel ser frío e impulsivo que Endimión había creado, y eso era en gran parte gracias a Su Majestad Yuuri.

—Le pediré a Jeremiah que me acompañe... —Antes de poder terminar la oración, Wolfram volvió a sentir las arcadas en la garganta.

—¿Wolfram? —Cecilie se apresuró a sentarse a su lado, posando las manos sobre sus hombros—. ¿Qué tienes, cariño?

Wolfram hizo un par de inspiraciones y exhalaciones, eso le había funcionado en pasadas ocasiones para contenerse.

—Ya... Ya pasó.

—Pero, ¿qué fue eso? —Cecilie acarició los mechones rebeldes en la cabeza de su hijo con cierta intranquilidad. Wolfram la tenía preocupada.

Wolfram se frotó la cara con las manos mientras suspiraba.

—Bien, te lo diré —dijo con voz áspera—. He sentido nauseas estos últimos días, cada vez con más frecuencia, bueno, algunas veces he llegado a vomitar. Creo que he pillado una indigestión o algo, pero no quiero alarmar a Yuuri, ¿de acuerdo?, así que esto es un secreto por ahora.

Al escuchar la ligera conclusión de su hijo ante sus reveladores síntomas, Cecilie lo miró perpleja, como quien no puede creer semejante ingenuidad ante algo que era más que evidente.

—¿Y no has pensado en que podrías estar embarazado, Wolfram? —Soltó tan directa como su risa contenida le permitió.

Fue el turno de Wolfram para verla con perplejidad. Automáticamente, se puso la mano sobre el abdomen, sorprendido ante la maravillosa posibilidad que su madre había planteado con su comentario. Tal vez llevara un hijo en sus entrañas, un hijo de Yuuri. Al pensarlo, un sinfín de emociones invadieron su mente; ternura, protección y anhelo por mencionar algunas. Un bebé, el fruto de su amor, alguien que lo necesitaría, alguien a quien brindarle todas las atenciones y el cariño que a él le habían faltado en su niñez.

—No había pensado en eso... pero tienes razón —respondió tras unos minutos. Tenía las mejillas calientes y ruborizadas.

—Por supuesto —aseguró Cecilie, con voz más decidida. Wolfram se puso en pie, como si hubiese recuperado todas sus fuerzas de golpe.

—Un hijo... podría estar esperando un hijo del hombre que amo —exclamó con emoción. Se detuvo delante de la ventana y su impresión se transformó en una especie de reencuentro consigo mismo que lo hacía parecer ausente de todo, ajeno al mundo, incluso a su madre, que compartía con él un sentimiento similar de anhelo.

—Pero debes visitar al médico hoy mismo y asegurarte de ello —advirtió Cecilie, aproximándose a él. No quería que su hijo se hiciera falsas ilusiones—. Y si estás en estado, deberás cuidarte más y guardar reposo. Nada de entrenamientos ni estrés.

Wolfram se giró hacia ella y asintió.

—Tienes razón. Debo... debo asegurarme primero —Logró responder a punto de echarse a llorar y con la emoción reflejada en sus ojos—. ¿Me acompañas?

Cecilie asintió con énfasis.

—¡Sí! —Le dio un beso en la frente—. ¡Sí! ¡Mil veces sí!

—00—

Izura esperaba ansiosa a su doncella de confianza en su oficina, detrás de su escritorio, que era un mueble enorme de madera oscura y detalladamente labrado, rodeada de estantes de libros, con las cortinas de seda de color verde de las ventanas a medio soltar. Su pie se movía en un vaivén como un ademán de impaciencia.

Cuando llamaron a la puerta, se puso en pie.

—Adelante.

—Majestad —Solly entró no sin antes hacer una reverencia. Izura se acercó presurosa a ella y la miró directamente a los ojos.

—¿Está hecho?

Solly dio un pequeño respingo del susto, pero logró responder con seguridad:

—Sí.

Izura se relajó y sonrió.

—Perfecto —dijo en voz baja—. Todo está saliendo según el plan.

Nada deseaba más que llegase la tarde, la hora en la que había citado al malnacido doncel para llevar a cavo su última jugada, que pondría fin a su problema de una vez por todas. Ya no podía confiar en inútiles vasallos, no estaba dispuesta a fallar por segunda vez. Esta vez actuaria por sí misma para asegurarse del éxito del plan.

Tras pensar en aquello, Izura giró sobre sus talones, abrió el último cajón del escritorio y sacó un frasco de vidrio color marrón que rápidamente entregó a su doncella.

—Ten —le dijo—. Debes ser cuidadosa, nadie más debe ver este frasco, mucho menos manipularlo. Es un veneno muy letal que detiene el corazón en segundos.

Solly asintió mientras miraba al suelo y escondía el frasco en su mandil. Lo que estaba a punto de hacer por su señora estaba más allá de lo que podía soportar; un asesinato, envenenamiento para ser más puntual. La orden era clara y no admitía ningún tipo de error, verter el veneno en la taza de té que le ofrecería al joven Dietzel cuando acudiera a su cita con la reina.

—¿Comprendes lo que debes hacer?

Solly reaccionó.

—Sí, comprendo.

La doncella estaba nerviosa y reservada, Izura notó eso.

—Nadie debe sospechar, o ambas perderemos —le dijo a modo de amenaza—. Has sido mis ojos y mis oídos durante años y te he recompensado en más de una ocasión, y ésta no será la excepción. Así que no lo eches a perder.

—00—

La sensación de llevar vida en su interior era algo sencillamente maravilloso. Wolfram no había apartado las manos de su barriga, aún plana, desde que el médico le confirmara que, en efecto, llevaba en sus entrañas al hijo del Maou. Como no podía con tanta felicidad, decidió decirle lo más pronto posible a su pareja, para que ambos la compartieran.

Cuando el carruaje aparcó frente a las puertas del castillo, Wolfram se tomó un momento para respirar con calma y apaciguar su corazón que latía con frenesí. Al bajar del carruaje, Conrad ya estaba esperándolo en la entrada para salir a su encuentro.

—Mi señor —saludó Conrad con formalidad, bajando las gradas para ofrecerle a Wolfram el respeto que como esposo del Maou le correspondía—. ¿Puedo ayudarlo en algo? —preguntó un poco confundido por su presencia en el castillo, ya que en los últimos meses era poco frecuente—. Su Majestad está ahora en una junta de Consejo —se apresuró a explicar—, pero si puedo hacer algo por usted estaré más que encantado en ayudarle —Al terminar, Conrad observó a Wolfram con detenimiento, notándolo un poco pálido y cansado, pero al mis tiempo había algo extraño en él, como un aura diferente llena de luz y paz—. ¿Pasa algo?, ¿se siente mal?

Wolfram dibujó una bella sonrisa en su rostro iluminado.

—Al contrario —respondió sin esconder su felicidad—, nunca me he sentido mejor. Deseo informar a Su Majestad de una noticia importante para nosotros dos, y creo que para el reino también.

Conrad dio un paso atrás sin apartar la vista de Wolfram, analizándolo para intentar llegar al motivo de semejante muestra de felicidad.

—¿Son buenas noticias?

—Sí, muy buenas noticias —respondió Wolfram, llevando las manos a su pequeña barriga, y con ese pequeño gesto lo dijo todo.

—¡¿Esta usted...?! —preguntó Conrad, asumiendo que el hijo del Maou estaba en camino.

—Sí.

Entonces, Conrad le acarició la cabeza y le dijo:

—Muchas felicidades, espero que todo salga bien.

Conrad levantó la vista y extendió el brazo hacia Wolfram para encaminarlo a la sala de reuniones del Consejo donde se encontraba el Maou junto con los diez aristócratas. Wolfram notó un cosquilleo en la piel y se sonrojó cuando cientos de ojos se clavaron en él. Un murmullo inundó los pasillos al tiempo que se ejecutaban cientos de reverencias a su paso.

«Es el futuro Consorte Real», murmuraban. «¡Que va!, si él es el legítimo Consorte del Maou ¿No te has enterado, ellos ya se casaron», contradecían.

Le sorprendió notar que casi nadie le hacía gestos de desagrado, al contrario, encontró simpatía y amabilidad de parte de ellos. Su corazón se llenó de tranquilidad al considerar que su hijo no sería despreciado cuando se enterasen de su existencia.

—00—

—Le damos la palabra a Densham von Karbelnikoff para que nos hable de como va la cosecha de trigo en territorio Karbelnikoff —dijo Gunter.

Yuuri suspiró y apoyó las palmas de las manos en su superficie de la mesa redonda. Estaba cansado a reventar y las intervenciones no parecían tener fin.

—Tengo el gusto de anunciar que todo marcha viento en popa, Majestad y honorables miembros del Consejo, mis agricultores y yo esperamos comenzar la cosecha en menos de una semana tras la cual comenzaremos a abastecer los distintos territorios que lo requieran.

—¡Pido la palabra! —exclamó Lady Rocheford al tiempo que golpeaba de forma estruendosa la mesa, lo cual le fue concedido. Denshan calló abruptamente y ella comenzó su argumento—: Quisiera saber si el precio del trigo tendrá algún alza en los impuestos como ha ocurrido en ocasiones anteriores —dijo acusatoriamente. El pelirrojo la miró de reojo, pero ella le sostuvo la mirada.

—Tendrá el alza que corresponda —replicó Denshan.

—Mis pobladores se quejan de los precios que impones.

—No es más que el precio justo.

—Eres un avaro.

—Y tu una tacaña —rebatió Denshan a la ofensa de la gobernadora—. ¿Y tu de que te quejas?, las ganancias van al tesoro del Maou después de todo.

—También van a la mansión que estás construyendo cerca de la playa., ¿no es así?

—Mueres de envidia, eso es lo que pasa.

—¡Como te atreves a llamarme envidiosa!, ¡Soy una maestra en los negocios, que no se te olvide!

Gunter alzó la mano.

—Orden —demandó.

Denshan y Lady Rocheford callaron a la vez.

Los demás aguardaban a que ambos aristócratas terminaran de pelear, como ocurría en cada reunión de Consejo. Yuuri dejó caer su cara sobre la superficie de la mesa en un claro gesto de resignación y cansancio mientras esperaba la resolución de Gunter.

—Lord von Bielefeld, Lord von Wincott y Lord von Voltaire formarán una comisión que regulará el precio del trigo para todos los territorios, deliberarán e impondrán un precio justo para ambas partes y de esta manera ya no habrá más conflictos —resolvió Gunter, para luego dirigirse a Yuuri—. ¿Lo aprueba, Majestad?

Yuuri alzó la mano.

—Aprobado —respondió.

—Bien —asintió Gunter mientras le indicaba a Lord von Wincott, secretario del Consejo, que lo escribiera en el acta de la junta—. El siguiente en tomar la palabra es Lord von Bielefeld —prosiguió.

Waltorana se levantó de su asiento y se aclaró la garganta. Todos los presentes dirigieron su mirada hacia él con atención.

—Mi intervención es para abogar por el nombramiento del joven Dietzel como Consorte Real. No es un secreto que Su Majestad Yuuri y el joven Wolfram contrajeron matrimonio en una ceremonia privada en presencia de la sacerdotisa original, lo que no deja lugar a dudas de que el matrimonio es totalmente válido y legítimo. Sin embargo, lo único que obstaculiza tal acción es que la anterior esposa se niega a firmar los papeles de divorcio tras habérselo pedido en más de una ocasión. Como Lady Izura no tiene intensiones de firmar, será mejor que cambiemos nuestras leyes. Para eso podemos hacer uso de nuestras facultades como el Consejo Real. Llevamos meses discutiendo sobre esto, y es hora de que lleguemos a un acuerdo. —Waltorana hizo una pausa para pasear la vista en torno a la mesa, mirando a cada aristócrata a los ojos—. Antes de que termine el día, debemos elaborar nuevas leyes que permitan a Su Majestad anular su matrimonio de forma definitiva.

—Quien esté de acuerdo con la noción de Lord Bielefeld, levante la mano —demandó Gunter. Todos los Nobles miembros del Consejo alzaron la mano sin excepción.

De pronto, unos golpes en la puerta interrumpieron la reunión. Segundos después, Conrad entró junto con Wolfram con paso apresurado en la sala.

—Buenas tardes —Aunque estaba embargado por la emoción, Wolfram se las arregló para hacer una reverencia, que los diez Nobles correspondieron. Yuuri sonrió y salió a su encuentro.

—¡Wolfram! —dijo Yuuri, rodeándole la cintura y plantándole un fugaz beso en los labios, que hizo que su esposo se sonrojara y más de algún presente se enterneciera con la hermosa escena—. ¿Ocurre algo? —preguntó preocupado.

—Tengo algo muy importante que decirte, y no podía esperar más —soltó Wolfram, mirando con amor al padre de su hijo—. ¿Podemos hablar a solas? —pidió.

—Si me permite el consejo, Lord Dietzel —intervino Conrad sin dejar de sonreír—. Me parece que debe anunciar la noticia aquí, aprovechando la presencia de los diez Nobles.

Wolfram se quedó pensativo por un momento, pero aceptó la propuesta del Capitán. Luego prosiguió con su anuncio, no sin antes tomar las manos de su esposo y colocarlas en su barriga. Aquella simple acción le dio una idea a Yuuri de lo que su esposo estaba a punto de decirle. Su corazón comenzó a latir aceleradamente.

—Wolf, no me digas que...

Wolfram respiró hondo, suspiró y asintió.

—Sí, mi amor —confirmó. Alzó la mirada y la fijó en su esposo—. Seremos padres.

El tiempo pareció detenerse en ese instante.

—¡Gracias, no sabes lo feliz que me haces! —exclamó Yuuri, dejando que las lágrimas de felicidad se derramaran en sus mejillas. Enseguida, Wolfram se convirtió en presa de sus besos y su alegría. Yuuri lo levantó en el aire y dio varias vueltas con él en brazos, para luego bajarlo y tomarlo por la cabeza y besarlo una y otra vez—. Soy el hombre más feliz de este mundo. Siempre soñé con esto, con tener un hijo contigo, la única persona que he amado en mi vida.

Wolfram rió ante la reacción de su marido y lo abrazó con fuerza.

—He ido a ver al doctor Lerman. Me ha dicho que estoy en plena forma y que no hay nada de que preocuparse.

—Me alegro tanto, me haces tan feliz —dijo Yuuri besando su frente—. ¿Te sientes bien?

—Sí.

La fisonomía de los diez Nobles tomó de repente una expresión de dulzura mientras contemplaban como espectadores las muestras de cariño de la pareja real. La sala entera se llenó de aplausos momentos después, compartiendo la dicha del Maou.

—Es la noticia más bonita que hemos recibido en el día —exclamó Lady Rocheford, emocionada.

—¡Muy bien hecho, Majestad! —gritó Stoffel con orgullo.

—¡Felicidades, Majestad!, ¡Lord Dietzel, que de a luz a un bebé sano y fuerte! —dijo Lord von Gyllenhaal en nombre del Consejo de Nobles.

—Wolfram... —dijo Waltorana en un susurró casi inaudible, sin poder con tanta dicha. Su sobrino iba a tener un hijo, lo haría tío-abuelo. Instintivamente, volvió a ver a Stoffel, que se veía muy entusiasmado con la noticia. Inocente, le dijo en sus pensamientos, si él supiera que Wolfram era el hijo de su hermana, es decir, que era su sobrino, y que también se convertiría en tío-abuelo, sabría que no estaba solo en este mundo, que aún le quedaba familia a quien amar. Embargado por la emoción, Waltorana se acercó a la feliz pareja y rodeó con sus brazos a su sobrino en un abrazo cálido, lleno de ternura y bendición. Wolfram lo apretó con sus brazos, dejándose embargar por el amor que el aristócrata le profesaba con sus acciones—. Felicidades, mi niño —le dijo al oído. Luego miró al Maou y éste hizo un gesto afirmativo—. Felicidades, Majestad. Cuídelos mucho.

—Esto sólo confirma que debemos resolver el asunto planteado por Lord Bielefeld lo más pronto posible, mis queridos colegas —interrumpió Lord Radford, poniéndose en contexto. Todas la miradas se concentraron en el anciano al tiempo que un profundo silencio invadía la sala—. Es nuestro deber asegurar la legitimidad del bebé en camino.

Las cabezas de los presentes asintieron a la vez, secundando la noción del Noble. Wolfram recordó entonces que tenía una cita con Izura.

—Será mejor que me retire.

Yuuri le sujetó la cintura.

—Iré contigo en cuanto terminemos la reunión. Por favor, descansa y come bien —Lo atrajo hacia sí y lo besó—. Te amo. Los amo con todo mi corazón...

—Y yo más.

Wolfram lo abrazó con fuerza. Yuuri lo estrechó contra sí, y necesitó toda su fuerza de voluntad para no retenerlo cuando Wolfram se apartó. Él sonrió antes de dar media vuelta y echar a andar con aire decidido hacia la salida. Pero antes de cruzar el umbral de la puerta, una voz lo llamó.

—¡Lord Dietzel! —dijo Lord von Wincott. Wolfram se giró para verlo, y lo que encontró fue a los diez Nobles en una fila, haciéndole una reverencia—. Usted lleva en su interior al heredero al trono. De parte del Consejo de Nobles le deseamos buena salud y un parto seguro. —Después, se dirigió a Conrad, manteniendo la sonrisa en su rostro—. ¡Que se corra la voz por todo el reino! —ordenó—. ¡El hijo del Maou está en camino! ¡Todos deben saberlo!

Conrad asintió con una breve inclinación.

—Así será.

—00—

Una vez fuera, Wolfram exhaló un profundo suspiro de alivio, antes de echar a andar a un paso rápido pero no fatigoso. Conrad se acercó a Wolfram para caminar junto a él, se sentía obligado a protegerlo con un escudo o con su propia vida de ser necesario.

—Lo escoltaré hasta el carruaje.

Wolfram detuvo su caminar.

—De hecho, Sir Weller, me quedaré por un poco más. Debo tratar un asunto importante con el soldado Crumley —respondió. El corazón le dio un brinco al advertir que el capitán formaba una expresión de reticencia en su atractivo rostro—. En cuanto termine de hablar con él, me iré.

Conrad se cruzó de brazos y lo miró, pensativo.

—De acuerdo —le dijo—. Pero debe tener cuidado con su embarazo, lleva al primogénito de Su Majestad Yuuri, no lo olvide y sea precavido. La vida de este niño es muy valiosa.

La sola idea de perder a su hijo, aterrorizó a Wolfram.

—Tendré mucho cuidado.

Habiéndolo dicho todo, Conrad hizo una reverencia, y Wolfram tardó unos instantes en reaccionar y corresponder a la respetuosa despedida.

—Entonces, iré a transmitir la noticia a todos.

—Gracias por todo, mi capitán —contestó Wolfram, haciendo el saludo militar.

Conrad sonrió y dio media vuelta, atravesando el pasillo hasta perderse de vista.

—¿Y este milagro? ¿Que te trae por aquí, mi querido Wolfy-chan? —preguntó una voz conocida detrás de él.

Wolfram se volvió hacia Jeremiah.

—Debemos hablar tu y yo a solas. Tengo algo que contarte.

El asesino de Blazeberly hizo un gesto afirmativo y sonrió.

—Soy todo oído.

—00—

Ulrike entró a paso apresurado en dirección al altar de Shinou, quien la esperaba frente a la cascada de magia que emanaba desde las alturas y caía por las paredes. Murata estaba junto a él, con una postura reflexiva.

—Majestad Shinou —Cuando estuvo frente a él, Ulrike inclinó su espalda en una reverencia. La pequeña sacerdotisa llevaba una nota en sus pequeñas manos. Cuando volvió a enderezase, una sonrisa adornaba su tierno rostro—, traigo noticias del castillo.

—¿De quien? —preguntó el rey original.

La sonrisa de la pequeña niña se ensanchó.

—La nota es de Sir Weller, pero la noticia tiene que ver con Su Majestad Yuuri y con su descendiente.

El interés de Shinou aumentó significativamente.

—¿Que dice?

Ulrike soltó la noticia con emoción.

—¡Su descendiente está esperando un hijo, Majestad!

—¡Eh! —Al escuchar la buena noticia, Murata se quedó anonadado. A continuación, una risa jubilosa comenzó a invadirlo, felicitando en su mente a su buen amigo Shibuya por su logro—. ¡Vaya! ¡Ese es mi amigo!

Shinou abrió sus ojos, perplejo, pero complacido al mismo tiempo.

—Todo está saliendo según el plan —Apretó su puño y sonrió de forma ladina—. ¡Maravilloso! ¡Hoy es un gran día para Shin Makoku!

—00—

—Aquí podemos hablar tranquilamente.

Wolfram guió a Jeremiah a una sala poco frecuentada, en donde podían hablar sin interrupciones y con la privacidad que necesitaba. De todas las personas a las que debía contarles sobre su embarazo, la reacción de su compañero era la que más lo inquietaba. No sabía con certeza si estaba atemorizado o apenado con él. De todas maneras, le debía varios favores al asesino de Blazeberly, y le había fallado como compañero de misión, en la cual se suponía que buscaban su libertad. Había obstaculizado su anhelo por saldar su deuda con Endimión y de liberar a sus camaradas. Y en todo este tiempo ese chico había estado al margen, sin decir una palabra, callando el secreto que podría echar por la borda todas las cosas maravillosas que le estaban sucediendo.

Jeremiah aún podía gritar a los cuatro vientos quien era él en realidad, podía decirles a todos que era un asesino a servicio de un rey tirano y que sus intenciones habían sido acabar con la vida del Maou desde el principio. Y eso iniciaría con el repudio de todos, siendo el más doloroso el de Yuuri, quien jamás le perdonaría que le hubiera ocultado algo así.

—Estás muy raro hoy, Wolfy-chan —mencionó Jeremiah, escudriñándolo con la mirada—. Y te noto diferente a otros días, no sé porqué, pero pareces más radiante de lo normal —agregó con inocente humor. Su compañero sonrió ante su sagacidad—. ¿Que pasa que hoy que todos actúan extraños? No me digas que te nombrarán rey oficialmente.

—El alboroto es porque acabo de anunciarles algo muy importante —empezó Wolfram, que descansó las manos sobre las rodillas y respiró profundamente—, algo muy importante para mí y para el Maou. Y quiero compartirlo contigo antes que te enteres por otros.

Jeremiah se sentó en el sillón a petición de Wolfram mientras contemplaba a su colega asesino, aunque en realidad no sabía si seguir considerándolo uno de los suyos.

—Me he perdido, Wolfy.

—Lo siento —Wolfram sacudió la cabeza y decidió decirlo de una vez sin darle tantos rodeos. Jeremiah no era una persona especialmente paciente y de buen entender—. Lo que quiero decirte es que estoy esperando un hijo.

Hubo un silencio.

Wolfram advirtió que el semblante de Jeremiah cambiaba para reflejar consternación.

—No puedo creerlo —Jeremiah masculló una maldición—. Y pensar que llegamos aquí para acabar con el tonto de Shibuya.

Jeremiah se levantó de su asiento y fue a la ventana abierta para recibir un poco de aire fresco e intentar apaciguar el calor de los sentimientos que sentía en esos momentos. Cuando Wolfram lo siguió cerca del ventanal, Jeremiah se volvió hacia él y esbozó una sonrisa torcida.

—Las direcciones eran claras; enamorar al enclenque de Shibuya y hacer que pidiera la nulidad de su matrimonio con la reina Izura. Bien, hasta ahí íbamos bien, Wolfy —dijo con una desesperación rayada en reproche—. Explícame como es que todo se torció hasta el punto en que le vas a dar descendencia. —Se frotó la cara con las manos y soltó otra maldición—. Y mientras tanto yo sigo aquí, llevando una vida aburrida, siguiendo ordenes de generales idiotas y protegiendo a personas que me tienen sin cuidado. ¿Y sabes que es lo peor y más absurdo? —preguntó con cierto tono irónico. Wolfram no se atrevió a contestar—, que me acostumbrado a este tipo de vida.

Y al pronunciar estas palabras, Jeremiah volvió la mirada hacia la ventana para contemplar el cielo azul y la belleza del paisaje. Wolfram guardó silencio, asimilando cada palabra de su compañero.

—No es tan malo hacer lo correcto, vivir según las reglas y despertar con la satisfacción de haber hecho algo bueno el día anterior. Saber que nadie te busca para asesinarte, saber que tendrás un plato de comida al final del día cuando regresas del trabajo. Creo que en Blazeberly nos hicieron creer que no teníamos otra alternativa más que la sumisión para sobrevivir, y actuamos según el odio que sembraron en nuestros corazones. —Jeremiah miró la cara sorprendida de Wolfram y se dio cuenta de que no había pensado en eso antes, y que ahora le había dado otra perceptiva que le brindaba un enorme alivio a su corazón perturbado y lleno de culpabilidad—. Y no debes preocuparte por nuestros compañeros, sé que ellos estarían felices por ti. Ya no tienes que cargar con el destino de los demás sobre tu espalda, Wolfy, ya has sufrido demasiado. Es hora de que seas feliz. Y si no quieres hacerlo por ti, hazlo por tu hijo. Él no tiene la culpa de nada. Regresar a Blazeberly solo significaría remover el pasado que debemos dejar atrás.

Oír aquellas palabras de parte de alguien como Jeremiah, sorprendió a Wolfram. Jamás se imaginó escuchar algo similar y mucho menos de alguien tan frío como él.

En un impulso, lo abrazó, apretándolo fuertemente entre sus brazos y dejando que el llanto contenido saliera a relucir.

—Gracias, significa mucho para mí —dijo dulce y amorosamente. La faz de Wolfram estaba radiante de gozo—. Por favor, quédate a mi lado.

—Siempre te cuidaré, Wolfy.

Jeremiah lo abrazó de forma protectora mientras una suave brisa entraba por la ventana, y pudo jurar que traía consigo un aroma familiar, el aroma dulce de Matt.

—00—

—¿Me ha mandado a llamar, Milady? —dijo Conrad después de entrar en la oficina de Izura. Su postura erguida le daba un aire de seguridad tan propio de cuando se enfrentaba con ella, pero ahora parecía más cruel y seguro de sí mismo. Eso la irritó.

—Sí —respondió Izura, tajante. Se puso en pie delante de su escritorio—. Me han llegado rumores de que el amante del rey espera un hijo, me han dicho también que el hijo bastardo será reconocido por el Consejo, ¿es eso cierto?

—Así es —Conrad disfrutó responder esa pregunta—. El hijo que el Maou Yuuri tendrá con Wolfram Dietzel será el primero en la linea de sucesión y el primer candidato al trono.

Izura negó con la cabeza.

—No puedo aceptar que quieran colocar a un bastardo en el trono —dijo en voz baja. No era ningún pensamiento, sino una declaración—. Yuuri ha faltado a su palabra. El juró protegernos a mi hija y a mí, pasara lo que pasara siempre íbamos a estar juntos. Desde el principio tuvimos altibajos, pero supimos salir adelante. Si él lo hubiera querido se habría negado a nuestro matrimonio, pero no lo hizo. En algún punto luchó por mí, luchó por hacerme feliz, y lo logró. Sé que Yuuri recapacitará, sé que volverá a mí —Se llevó la mano donde estaba el corazón y miró a Conrad—. ¿No me cree, Sir Weller?, ¿piensa que Yuuri abandonará todo lo que hemos construido?

Una parte de ella deseaba que Conrad le diera la respuesta que deseaba oír.

—Creo que el amor siempre está lleno de deseos y esperanzas que normalmente se evaporan cuando nos enfrentamos con la realidad. Y creo que su oposición al divorcio se basa en sentimientos adornados por creer que realmente ama a Su Majestad, cuando lo que siente por él es simplemente apego, dependencia y confianza.

Los ojos de Izura se llenaron de confusión, e incapaz de enfrentarse con la verdad de esas palabras, se hizo a la idea de que todos estaban equivocados excepto ella.

—Nadie ama a Yuuri más que yo.

—Pero no puede hacer que él la ame —Por primera vez, Conrad sintió compasión por Izura. Se odió por decir aquello que parecía haberla destrozado—. Sé que duele, a veces creemos poseer a las personas, pero ellas no quieren que tu las poseas.

—¿Como es posible que un plebeyo me derrotara? —murmuró Izura dándose cuenta de lo mucho que había dado ella por hecho. Y aunque le dolía sobremanera aceptar las palabras de Sir Weller, le estaba agradecida por su sinceridad—. ¿Que tiene él que no tenga yo?

—Un amor puro, sincero y correspondido —respondió Conrad, y a Izura ya ni siquiera le molestaban esas palabras. La sonrisa de Conrad se había borrado de su rostro y la miraba serio, pero lleno de comprensión. De nuevo le entraron unas tremendas ganas de llorar—. No me malinterprete, solo quiero que comprenda la razón por la que Lord Dietzel se ha ganado el derecho de estar con Su Majestad, y así quizás le resulte más fácil dejarlo ir.

—Entonces, hable de una vez.

—Wolfram Dietzel, a pesar de todos los altibajos que ha tenido por usted, casi pierde la vida por salvar a la princesa Greta.

Ella negó con la cabeza, incrédula.

—¡Eso no es cierto, fue Su Majestad quien salvó a nuestra hija!

—Fue con la ayuda de Lord Dietzel —aclaró Conrad—, quien es usuario del elemento fuego. Greta necesitaba de uno, y él se ofreció para salvarle la vida. Cuando logró sanarla, Lord Dietzel perdió el conocimiento debido al sobre esfuerzo y fue Su Majestad quien se encargó del resto. Fui yo mismo quien lo cargó inconsciente hacia su habitación para que recuperara sus fuerzas.

Incapaz de seguir en pie, Izura se dejó caer en la silla, callada y muy rígida.

—El amor que Lord Dietzel le tiene a Su Majestad va más allá de un capricho. Ha demostrado en más de una ocasión que está dispuesto a acompañarlo tanto en las buenas como en las malas —continuó Conrad para concluir—. De cierta manera, usted está en deuda con él por salvar la vida de su hija, a pesar de todas las cosas horribles que ha sucedido entre ambos.

En ese momento, Izura cayó en cuenta de que iba a hacer algo horrible. Se levantó de un salto y salió corriendo hacia la salida, dejando a Conrad solo y confundido.

—00—

Izura lo había citado en el jardín, en una zona muy discreta, rodeada de flores, arboles y arbustos. No le daba mucha confianza. Agradecía haberle pedido a Jeremiah que lo acompañara, no quería estar a solas con ella en un lugar tan escondido.

Cuando la doncella favorita de Izura, Solly, lo guió hasta el lugar del encuentro, lo hizo sentarse en una silla blanca de metal frente a una mesa redonda que hacía juego. Wolfram advirtió que la doncella se fijaba demasiado en él, pero fingió no darse cuenta.

—Le serviré una taza de té mientras espera —dijo Solly de manera solícita, llevando un adorable juego de té de porcelana en un carrito blanco con ruedas.

Wolfram contempló a la doncella mientras servía el té. Le temblaron un poco las manos cuando le tendió la taza, eso le pareció extraño. No quería té, pero aceptó un platito de galletas. No había comido en todo el día debido a los malestares de su embarazo, pero las galletas le apetecieron pues tenían buena pinta.

Solly miró a Wolfram

—¿No tomará el té? —insistió. En ese instante, no supo porqué, tal vez por impulso, la doncella cruzó miradas con su antiguo amante, pero apartó la mirada rápidamente sin poder sostenérsela, llena de angustia y culpabilidad, como si quisiera suplicarle a Jeremiah que la detuviera.

El corazón de Solly empezó a latir con violencia. Miró la taza de té aún llena que se había enfriado en la mesa.

Entonces, Wolfram tomó la taza en sus manos y la acercó lentamente a sus labios para darle un sorbo a la bebida mortal. Pero un repentino golpe arrojó la taza lejos de él, haciéndola añicos y derramando todo el liquido por el suelo.

—¡Que! —Jeremiah se llevó las manos a la cintura de donde pendía su espada. Wolfram estiró el brazo y detuvo sus intenciones, poniéndose de pie y con la mirada fija en la persona que había aparecido por sorpresa.

—Lady Izura —saludó con voz firme e íntegra. Formó una sonrisa en su rostro que rebelaba que sabía lo que ella había pretendido hacerle. Ya era demasiado sospechosa la insistencia de la doncella en que bebiera el té.

Se hizo un silencio lleno de asombro. Wolfram la miró de frente y sin miedo. Izura le devolvió la mirada, desafiante, con unos ojos tan ardientes y ansiosos que, una vez más, Wolfram se sintió perplejo por aquella sagacidad y resistencia.

—Te pago vida por vida —comenzó ella con voz grave—. Porque la vida de mi hija vale más que mil coronas y mil reinos.

—Entonces, estamos a mano.

Los ojos de Izura centellearon, pero la amargura que le subía por la garganta se ahogó en dolor.

—Te odio, te odio como nunca pensé que podría hacerlo —escupió con desprecio—. Pero no te daré el lujo de verme derrotada.

Wolfram dio un paso hacia ella.

—Me gusta que me hable de frente porque yo voy a hacer exactamente lo mismo. Le aseguro que nunca más volverá a conseguir que baje la mirada ante usted.

—Tu crees que has ganado, crees que eres dueño de este reino y que eres dueño del Maou. Llegaste como un plebeyo, y créeme morirás igual que un plebeyo. Los reyes no se hacen con palabras, se lleva en la sangre, y ni el hijo que llevas en las entrañas podrá cambiar eso.

Por instinto, Wolfram se llevó una mano a la barriga, como protegiendo a su bebé del peligro. Las palabras de esa mujer lo hirieron profundamente.

Izura se dio la vuelta. Fue un movimiento casi imperceptible, pero puso distancia entre ellos y enfatizó lo que dijo a continuación:

—Saldré de aquí con el honor que he ganado y que merezco. Soy Izura, princesa de Zuratia, primera esposa del Maou Yuuri, amada por él y por el pueblo.

Después de dar un par de pasos, Conrad apareció delante de ella. Había presenciado todo lo que había ocurrido, pero ella no se dejó amedrentar.

—Sir Weller, solicito una audiencia con Su Majestad —le dijo—. Y traiga los papeles de divorcio a mi oficina de inmediato —Y tras decir esto, Izura siguió caminando con la cabeza en alto y sin mirar hacia atrás.

Jeremiah lanzó un silbido al tiempo que se acercaba a Wolfram y le pasaba el brazo por el hombro.

—No dejó de lanzar su veneno hasta el último momento —comentó.

Wolfram no le respondió, tan solo se quedó observando como ella se alejaba y se perdía de vista. 

—00—

Yuuri caminaba en dirección a la oficina de Izura a paso veloz. En cuanto Conrad le dio aviso, había dejado la reunión con los diez Nobles y se puso en marcha.

Conforme se aproximaba a su destino, notó un hormigueo en el estómago. Aunque se había enfrentado muchas veces con Izura, esta podía ser la última vez que ellos hablaran. Al doblar una esquina, vio ante sí la angosta entrada de la oficina y se detuvo para respirar despacio. Enderezó la espalda y cruzó el umbral.

De pie detrás del escritorio se erguía Izura, y sobre la mesa estaban los papeles de divorcio que, por lo que pudo observar, ya estaban firmados.

—Probablemente estos papeles ya no tengan validez alguna —dijo Izura rompiendo el hielo, su voz era firme, pero era evidente que temblaba—. Pero es una manera de aceptar tu decisión de separarte de mí, sin rencores ni represalias.

—Me detuve en el ultimo momento y no llegué a firmar el acta. Quería darte la oportunidad de darme el divorcio bajo las mismas condiciones que te planteé desde el principio.

Izura bajó la cabeza, y no dejó que Yuuri viera su sonrisa dolida. Hasta el último momento aquel joven rey sintió compasión por ella. Dolía, en verdad dolía tener que separarse de él, habría sido más fácil si fuese un rey despiadado y despreciable, así lo habría odiado desde el principio y no tendría el corazón roto como lo tenía ahora.

—¿Es esta una manera de expiar a tu conciencia? —Su voz reflejaba amargura y humor a partes iguales.

—Tal vez. Solo quiero asegurarme de ser justo.

—Justicia... siempre amé esa parte de ti. Eres un rey compasivo y justo —dijo Izura, aunque inmediatamente después de confesar eso, agachó la mirada, arrepentida.

—Lo siento mucho —Yuuri tragó saliva, sintiendo todavía más pena y compasión.

—Dime una cosa. —Izura reunió el coraje suficiente para verlo a los ojos y preguntar aquello que la estaba carcomiendo por dentro—. Tu te casaste conmigo por obligación, eso lo entiendo. Pero, en el trascurso de todos estos años, ¿hubo algo que fuera verdadero en nuestro matrimonio? ¿Llegaste a amarme alguna vez?

—Izura...

—Te lo suplico, Yuuri, responde con la verdad ¿Llegaste a quererme aunque fuera por un instante?

—Sí, la respuesta es sí.

—¿En qué fallé para que dejaras de amarme?

—No fue tu culpa. Yo... yo asumo el daño que te he hecho. Rompí tu corazón de mil maneras, te pido perdón por eso. —Yuuri intentó una respuesta cortés, aunque dudó mucho de su capacidad de lograrlo—. En algún punto intenté ser el esposo adecuado para ti. Pero a veces las cosas no salen como esperamos. No espero que lo entiendas ni que me perdones, solo quiero que sepas que en algún momento fuiste alguien muy importante para mí, pero no puedo amarte como mereces. Mi corazón le pertenece a Wolfram y eso es algo que nunca podrá cambiar.

Izura no pudo dar ninguna respuesta a esta sincera declaración. Fue un momento muy incómodo, y así lo demostró el semblante de cada uno de ellos.

Fue entonces que, movidos por un impulso, Izura corrió a los brazos de Yuuri y éste la estrechó con fuerza mientras le decía cuanto lo sentía una y otra vez. Ella, a pesar de todo, aun no podía creer que hubiera sido capaz de dar el paso definitivo para dejarlo ir, aunque a decir verdad podrían pasar un millón de años, pero nunca olvidaría esos ojos negros que alguna vez la hicieron tan feliz.

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Las noticias se transmitieron rápidamente entre la gente del pueblo. La nulidad del matrimonio entre el Maou Yuuri y la princesa Izura era un hecho, y además, Wolfram Dietzel, el amante del rey, estaba esperando un hijo. En la plaza, la gente no dejaba de hacer comentarios al respecto.

En el Castillo Pacto de Sangre, Gwendal se plantó en la salida, donde aguardaba el carruaje que llevaría a la princesa Izura devuelta a su país. Ya tenían lo que querían, pensó, pero ahora no sabían qué les traería el futuro. El misterio que giraba alrededor de Wolfram Dietzel aún no se había esclarecido del todo, y no pensaba por ninguna circunstancia confiar en él.

Tras unos minutos de espera apareció Izura, vestida con colores negro y morado, y un velo que le cubría el rostro y la vergüenza que debía sentir. Gunter y Gwendal salieron a su encuentro e hicieron la última reverencia ante ella.

Gunter fue el primero en hablar.

—Acato la decisión de mi Maou y del Consejo, princesa Izura.

—Lo acatas, pero no lo apruebas, mi querido Gunter —La voz de Izura se escuchaba amable y melancólica.

—No puedo evitarlo. Solo puedo decirle que usted fue una maravillosa reina para Shin Makoku, y que la echaremos mucho de menos.

—No bajen la guardia bajo ningún motivo —respondió Izura—. Hará falta algo más que entusiasmo para vencer al enemigo. Ese doncel aún representa un peligro para el rey. No lo olviden, él guarda un secreto oscuro que deben revelar.

Gwendal y Gunter asintieron, aprobando lo dicho por ella. Izura se dio la vuelta, entró al carruaje y echó una última mirada al castillo que había sido su hogar durante tantos años por la ventana. Enseguida, el carruaje salió en marcha.

Durante el trayecto, Izura pudo visualizar la caída de miles de pétalos de rosas blancas desde los techos de las casas de los pobladores. La multitud caminaba tras ella, despidiéndose con la mano, y los niños parloteaban entre sí.

Izura dejó que las lágrimas se derramaran por sus mejillas, y una sonrisa se dibujó en su rostro empapado mientras repetía en su cabeza—: «Soy Izura, princesa de Zuratia, primera esposa del Maou Yuuri, amada por él y por el pueblo»

 

 

 

 

 


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