Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

[Reviews - 145]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

()()
(^u^)O 
O(") (")

Gracias por continuar.

Quiero agradecer por los preciosos comentarios llenos de buena vibra que me dejaron esta vez. :3 ahora no me regañaron. :p

Saben que me pongo muy contenta.

Sin atrasarles más, comenzamos.

Capitulo 5

 

Consecuencias.

 

 

—20—

 

Era todavía muy temprano y Wolfram dormía plácidamente casi a las afueras de su cama. Se había medio caído y sus piernas colgaban del colchón mientras que su cabeza estaba en el suelo, el camisón se le había corrido hasta la cintura y de no ser por las sábanas que lo cubrían, habría quedado semidesnudo a la vista de su compañero de cuarto.

—¡Wolfram, despierta! ¡Ahora!

De repente se despertó sobresaltado, cegado por la luz del sol de la mañana. Alguien le apretaba el pecho con un enorme pie y le vertía una jarra de agua bien fría en la cara.

—¡Maldito Jeremy! ¿Qué crees que haces? ¡¡Bestia!!

No perdió tiempo y comenzó a reunir energía elemental en la palma de su mano.

—¡Me rindo! ¡Me rindo!

Jeremiah retrocedió y levantó las manos en son de paz.

—¡Perdóname, Wolfy! —Wolfram se levantó y lo acuchilló con la mirada—. Era la única manera que encontré para despertarte sin salir lastimado en el acto.

—¡Me las vas a pagar!

Jeremiah suspiró y negó lentamente.

—Por ahora no podrá, estamos en serios problemas —advirtió con gravedad—. Nos quedamos dormidos y ahora estamos atrasados —señaló la ventana—. Deduzco que el entrenamiento lleva media hora.

—¡¿Qué?!

Wolfram se asomó por la ventana y se llevó una mano a la cara, horrorizado al ver como marchaba un escuadrón de nuevos reclutas en el campo, haciendo ruido con sus altas y orladas botas de cuero. Se notaban agotados y sudorosos corriendo alrededor del patio con peso extra sobre su espalda.

—¡Joder, Jeremy! ¡¿Por qué no me despertaste?! —Lo volvió a ver y notó que ya estaba vestido con el uniforme militar, lo cual significaba que llevaba largo tiempo despierto. Frunció el ceño y le lanzó una almohada que chocó contra la pared, a unos centímetros de su cabeza—. ¡Serás bestia!

Corrió hasta el baño y abrió el grifo del agua para lavarse la cara una vez más. Cinco minutos después, salió vestido con una camisa verde sujetada por un cinturón por encima, pantalones comando del mismo color y unas botas altas color café. Jeremiah lo esperaba sentado en su cama de brazos cruzados.

—¿Listo? —le preguntó.

Wolfram cerró los ojos y por vigésima vez, pidió paciencia al dios de la armonía que, al parecer, hacía días que se había perdido, dejándolo sólo con ese idiota.

—Ya que —dijo con tono cansino—. Esperemos que nadie note que llegamos atrasados.

—Tengo un plan infalible para eso, tú no te preocupes —anunció Jeremiah, con una enigmática sonrisa en su rostro.

—¿No me digas? ¡~Wiiii~! ¡Qué alivio!

Jeremiah encontró rápidamente la ironía que escondían sus palabras e hizo un mohín.

—¡Oye! ¡Tampoco es para que me trates así! —renegó—. ¡La culpa también es tuya por nunca levantarte temprano!

Wolfram se dirigió hacia la escalera, y Jeremiah se levantó dispuesto a seguirle.

—Exacto —apuntó Wolfram descaradamente, empezando a bajar los escalones tras salir de la habitación—. Tú sabías que casi nunca me despierto tan temprano y era responsabilidad tuya estar al pendiente.

Jeremiah cerró con fuerza los ojos, tranquilizándose mentalmente. No soportaba más el simple hecho de oír su suave vocecilla inocente. Bien decía Matt, que tratar con ese adonis era cosa de paciencia y comprensión:

—«Si quieres casarte con mi hermanito, primero tendrás que pedirme permiso, y él también tendrá que estar de acuerdo, sino no», «No importa en donde esté ni adonde vaya, siempre estaré cuidando de él, pero si algún día llego a faltar, te pido que tomes mi lugar como su protector», «Confío en ti porque te conozco mejor que nadie, y te advierto que cada lágrima que Wolfram derrame por causa tuya será cobrada el día en que nos volvamos a encontrar»—

Pues ni modo, había hecho una promesa.

De pronto Jeremiah sintió una punzada de culpabilidad en el pecho. A veces se cometen errores fatales por el simple hecho de dejarse llevar por los sentimientos. Errores que te siguen día a día, y no te dejan vivir en paz. Y lo único que puedes hacer es tratar de remediarlos de alguna manera. Jeremiah conocía muy bien esa cruda verdad. Matt había sido para él más que un amigo no llegando al punto de considerarlo un hermano, puesto habían sentimientos más fuertes de por medio. Pero aquello había quedado en el pasado por una mala decisión.

—Mira, quizá deberíamos intentar llevarnos bien durante las próximas semanas. No quiero morir en una mazmorra, creo que ya empezamos a levantar sospechar y, ciertamente, esos tipos parecen estar a punto de atacarme de un momento a otro. Temo por mi vida.

—Es mi vida la que corre peligro idiota, no la tuya.

—Te recuerdo que ambos estamos hasta el cuello por esto.

—Pero tú lo haces sólo por interés —se quejó Wolfram—. ¿Qué genial, no? Yo soy el que se tiene que casar a la fuerza con un hombre que no conozco y que nunca querré, y son todos ustedes los que salen libres.

—No fui yo quien puso tales condiciones —refutó Jeremiah. Wolfram no tuvo nada que argumentar en su contra—. Desde el principio mi misión se resumía únicamente en ayudarte a cambio de una buena cantidad de oro, suficiente para vivir como un rey. Nunca se cruzó en mi cabeza la idea de recibir mi libertad como recompensa.

Wolfram se detuvo justo en la salida del edificio y le miró fijamente durante unos segundos más bien eternos. Finalmente, muy a su pesar, se dio cuenta de que le creía. Aunque siempre fácil de tratar, Jeremiah nunca había sido muy digno de su confianza, pero sabía, dentro de su corazón sabía, que no estaba mintiendo.

—De acuerdo —extendió el brazo para estrecharle la mano—. Intentemos llevarnos bien durante la misión.

—No sólo durante la misión sino siempre, Wolfy —apuntó Jeremiah con una mirada que se parecía sospechosamente a una sonrisa satisfecha—. Siempre…

Tras avanzar un poco más por el camino en silencio, Wolfram y Jeremiah llegaron al campo de entrenamiento. Gwendal von Voltaire estaba allí, frente a sus nuevos reclutas alineados estratégicamente frente a él en diez columnas. Se escondieron detrás de un grueso pilar de piedra y esperaron una oportunidad para añadirse a las filas.

—¡Es Voltaire! —masculló Jeremiah, hablando en voz baja y tan pálido como un fantasma cobarde—, creía que lo habías dejado fuera de combate durante al menos dos días.

—Vaya que resultó ser duro de derrumbar el muy ogro —se mofó Wolfram—. ¿Y bien? ¿Qué haces ahí parado? ¿Cuál es tu brillante plan? —gruñó, cruzándose de brazos y adoptando su actitud habitual.

Jeremiah sintió verdaderas ganas de estrangularlo, de apretar con fuerza aquel delicado cuello tan nievo y delicadamente señorial.

—Ay si, ahora todo depende de mí.

—Por supuesto, tenemos que arreglar las consecuencias de tu error —le recordó.

—¿Qué dices? ¿«Mi error»? —Jeremiah se llevó la mano en el pecho y fingió estar molesto y ofendido—.Te recuerdo, energúmeno, que a quien se le ocurrió la brillante idea de retar a este mastodonte a un duelo, humillándolo frente a todos y despertando un odio inminente en él, fuiste tú.

—¡Shhh!, baja la voz, te pueden escuchar —Wolfram se llevó el dedo índice a los labios y lo miró cabreado.

Jeremiah se llevó las manos a la cara y se frotó la frente totalmente desesperado.

—¡Eres lindo, pero una verdadera pesadilla! —exclamó apenado.

—¡Mira! —Wolfram señaló a Gwendal—. Parece que está comenzando a tomar lista. Creo que no se ha dado cuenta de que faltamos.

—¡Tengo una idea!

—¡Genial! Sorpréndeme, ¡oh, maravilloso ser divino omnipotente que todo lo sabe y todo lo puede! —musitó Wolfram, irónico.

Jeremiah refunfuñó, enfadado, y se llevó las manos a cada costado de su cintura.

—De acuerdo, «Míster ironía». Solamente debemos esperar a que Voltaire se distraiga un poco al leer la lista con los nombres de los nuevos reclutas, y en ese momento correremos lo más rápido que podamos al final de la línea más cercana —explicó—. Haremos como si hubiésemos estado allí desde el principio.

Wolfram frunció los labios, y un tenso silencio se instaló entre ellos. Jeremiah le miró con cariño tras echar un vistazo al presunto objetivo.

—Podríamos intentarlo —musitó al fin, dubitativo—. De todas maneras es lo único que podemos hacer por el momento. —Ciertamente, no estaba seguro de que lanzarse así como así, arriesgándolo todo, fuese buena idea. Pero ni modo.

—Debemos actuar con rapidez. Antes de que mencione nuestros nombres —aseguró Jeremiah, a lo que Wolfram asintió—. ¡Mira, se dio la vuelta! —exclamó de repente— ¡No nos ve! ¡Es ahora o nunca!

Sin perder un segundo más, aprovechando el momento, Wolfram emprendió la carrera hasta situarse detrás de la fila más cercana. ¡Lo había logrado! ¡Lo había logrado y nadie parecía haberse dado cuenta! Todo había salido de maravilla.

Claro… de no ser por la astucia del mismísimo General.

—Soldado Dietzel, por fin nos honra con su presencia… —dijo Gwendal con finísimo sarcasmo, dándose la vuelta.

Wolfram dio un sobresalto y tragó saliva con dificultad. Su sonrisa se marchitó en sus finísimos rasgos, dejando una mueca de horror; era un ratoncito diminuto atrapado por un enorme y hambriento gato. ¿Y Jeremy? ¿Dónde estaba Jeremy? No estaba cerca en ninguna parte. Volvió su vista hacia el lugar donde estaban escondidos y allí lo encontró, bien protegido. ¡Traidor! ¡El idiota lo había traicionado!

—¿Durmió bien?

Wolfram, demasiado anonadado todavía para hablar, se mantuvo callado sin rechistar; casi se podía oír el rechinar de sus dientes, carcomido por la rabia. Todo había sido parte del plan de Jeremiah para poder pasar desapercibido mientras que «General gruñón» se encargaba de él. ¿Quién era realmente Jeremiah, su amigo o su enemigo?

—A usted le gusta ser el centro de atención ¿no es así? —preguntó Gwendal, llevándose las manos a la espalda y comenzando a caminar de un lado a otro con autoridad.

Esta vez, Wolfram supo dar la respuesta.

—No, mi General. Ha sido un error de mi parte.

Bien escondidito detrás del pilar, Jeremiah se llevó una mano a la boca intentando no reír o, al menos, procurando que Wolfram no lo viese hacerlo. Porque si se paraba a pensarlo, el hecho de haberlo traicionado meritaba una buena paliza de su parte.

—Venga al frente. ¡Ahora!

Wolfram obedeció de inmediato la orden de Gwendal. No le quedaba otra alternativa, para bien o para mal, tenía que enfrentarse a él. Cuando estuvo cerca, notó que el General llevaba unos vendajes debajo de la camisa de su uniforme y que caminaba con dificultad.

Gwendal miraba fijamente a Wolfram mientras se proponía metas a corto plazo para mejorar su conducta. Tenía un estricto concepto de la disciplina arraigado desde sus cimientos por parte de su padre y pensaba ponerlo en práctica. Para él, alistarse en el Ejército como soldado fue una manera de continuar el legado de su familia, una de las más nobles de su país. Su padre había estado al servicio de la corona desde muy joven para acabar como uno de esos sargentos de pelo cano y mandíbula más dura que una barra de acero que intimidaba prácticamente a todo el mundo, excepto a su esposa. Su meta siempre había sido convertir a sus subordinados en hombres de provecho, orgullo para sus familias, y él continuaría con su misión ahora que el viejo ya no estaba entre los vivos.

—Su falta acredita la expulsión inmediata —dijo él, serenamente—. Pero para que vea que no tengo nada en contra de usted por lo sucedido el día de ayer, no lo voy a mandar a casa.

Wolfram se mantuvo callado. Se había erguido todo lo posible y se había propuesto mostrar una postura llena de dignidad.

—Sin embargo —siguió Gwendal, elevando la voz—, los reclutas responsables ya se han ejercitado lo suficiente para iniciar con la segunda parte del entrenamiento y usted se mantiene tan fresco como una lechuga. Por más que lo piense, no me parece justo. ¿Usted, qué opina?

La ausencia de respuestas le pareció suficiente confirmación. Lo tenía en sus manos. Gwendal se agachó para mantener un contacto visual más profundo y amenazador, y esbozó una sonrisa siniestra.

—Abajo soldado y deme doscientas.

—¿Sólo doscientas?

No pudo. Por más que lo intentó, Wolfram no pudo, sencillamente, quedarse callado.

Gwendal mantuvo la calma. La insolencia de Wolfram Dietzel estaba fuera de lugar, pero sabía que no era el momento ni el lugar de ponerlo en su sitio.

—Limítese a obedecer y después veremos, soldado —terminó diciendo—. Nadie dijo que era lo único que haría.

Wolfram alzó la barbilla y sonrió, era un claro desafío. Luego colocó las palmas de las manos en el suelo a la altura de sus hombros, levantó las rodillas para que su cuerpo estuviera en una línea recta, apoyado sólo por las manos y los pies, y comenzó a elevarse y a bajar solamente con la fuerza de sus brazos. Los otros cuarenta y ocho reclutas lo veían atentamente.

Una…

Dos…

Tres…

Cuatro…

Cinco…

Cincuenta…

Cincuenta y uno…

Y así sucesivamente hasta llegar a cien y todavía le faltaban otras cien flexiones de brazos. Las primeras habían sido fáciles, pero a partir de la mitad, la fuerza de voluntad se batía en duelo con la fuerza de su cuerpo. Los músculos de sus brazos comenzaron a temblar así como los del abdomen y de sus piernas.

Ciento ochenta y nueve…

Bajo el ardiente calor, con su cuerpo enardecido, Wolfram solamente veía las gotas de sudor que resbalaban desde su frente, a lo largo de sus mejillas, hasta formar un pequeño charco en el suelo. Le faltaba poco, muy poco para terminar. No se desmoronó en ningún momento. Se mostró sereno, mantuvo la cabeza fría, acató todas las órdenes, y siguió siendo el mismo chico indomable que había sido antes frente al mismo rey Endimión. Era seguro que nadie nunca podría dominarlo. Nadie nunca sería capaz de encontrarle un punto débil porque sencillamente no lo tenía. Había sido siempre un rebelde. Ninguna autoridad podía esperar sujetarle. Tenía su propio y rígido código de honor, que seguía firmemente.

«Doscientas» contó Wolfram en su mente y tras lo cual se puso de pie, con las rodillas temblándole como gelatina, pero manteniendo la arrogancia.

—¿Ya terminó? Vaya, creí que nunca lo haría —se mofó Gwendal, poco impresionado porque lo hubiera logrado. Wolfram lo fulminó con la mirada—. Firme soldado y deme doscientas flexiones de piernas.

Wolfram apretó los puños, furioso. Aquello era una prueba; una prueba para averiguar su nivel. Y si merecía ser entrenado. Por supuesto que lo merecía. ¡Era Wolfram Dietzel, por todos los cielos!

Se llevó las manos detrás de la cabeza y comenzó a bajar y a subir con la fuerza de sus piernas. Poco le impresionaban las exigencias de Gwendal von Voltaire, si ya se lo esperaba. Desde el principio estuvo en su contra, y no dudaba que esto se tratara de su venganza.

En su fuero interno, Wolfram soltó un quejido de dolor. Diablos, estaba cansado, agotado por las flexiones previas a éstas. Sus pensamientos, su mente, su concentración, podían estar de lo más determinados, pero el cuerpo tenía un límite que ya había sobrepasado desde la flexión número ciento ochenta.

No pudo más.

Finalmente, se dejó caer al suelo. Respiraba con dificultad y tenía el cabello empapado en sudor así como sus ropas húmedas a causa de lo mismo. Sus compañeros intentaron auxiliarlo, pero Gwendal dio un grito autoritario, furioso y contundente.  

—¡Nadie se atreva a ayudarlo!

Pronto lo sintió, alguien le apretaba la espalda con un enorme pie, haciendo que cayera de cara al suelo. Lo estaban pisoteando. A él, a Wolfram Dietzel.

Jeremiah apretó los puños, incapaz de dejar que aquel hombre humillara a la persona que  había jurado proteger. Con dolor e impotencia, el chico de ojos verdes observaba cada uno de sus movimientos.

—Conozco a los de su clase, soldado Dietzel —dijo Gwendal en voz baja, pisoteándolo sin remordimiento y con gran placer—. No permitiré que un niño me insulte. Dudo que mi gloria se extinga tan rápido como pareces creer, mocoso malcriado. Te falta mucho para llegarme siquiera a los talones…

—¡Métase con uno de su tamaño! —Jeremiah mantenía los puños apretados y de su garganta brotaban palabras sin pensar—. ¡Adelante, no le tengo miedo!

Gwendal alzó la cabeza y miró al otro mocoso rebelde.

—¿Es que ustedes los extranjeros son todos iguales? —protestó, esbozando una invisible sonrisa—. Tienen una lengua muy larga, deberían cortársela.

—¿Y es que todos los Nobles de Pacto de Sangre son unos altaneros? —debatió Jeremiah con ironía, aproximándose un paso hacia Gwendal—. Primero el loco del baño y ahora un General gruñón ¿Qué mas falta? ¿Un Maou cruel y despiadado?

—No es el caso —dijo una voz a sus espaldas—. Al menos no es lo que pretendo proyectar.

Jeremiah se dio la vuelta dándose cuenta que, en efecto, se trataba del Maou. Vestía un uniforme deportivo blanco con rayas azules y era acompañado por Sir Conrad Weller. Al parecer hacía sus ejercicios matutinos cuando escuchó el escándalo y decidió verificar por él mismo de que se trataba.

—¡Joven Dietzel! —exclamó Yuuri horrorizado—. ¿Qué demonios está pasando aquí?

Yuuri escuchó a sus espaldas los murmullos de los reclutas y miró enfadado a Gwendal, que ya había tomado distancia del joven doncel. Su habitual sonrisa se había desvanecido. Una emoción que luchaba por controlar ensombrecía su rostro. Sin decir nada más, avanzó hacia Wolfram, que se levantó y se puso muy firme, a pesar de lo cansado que estaba. Pero sus piernas le jugaron una mala broma debido a la fatiga y casi se desploma de nuevo. Nunca llegó al suelo ya que Yuuri lo levantó en brazos muy gentilmente.

—¡Ma-majestad!…

Por alguna extraña razón, el corazón de Wolfram latía más rápido de lo normal. El Maou había acudido a su rescate como todo un caballero por segunda ocasión, no lo podía creer. Lo tenía cerca, tan cerca, que podía inspirar su aroma.

—No se preocupe, joven Dietzel, lo llevaré a la enfermería —le dijo dulcemente. Wolfram casi lloró de alivio. Luego, Yuuri se dirigió a los demás reclutas—: En cuanto al entrenamiento…

Yuuri volvió a mirar a Gwendal, malhumorado, a punto de estallar. Nunca se le había visto tan enfadado con él. Pasó largo tiempo antes de que hablara, y cuando lo hizo, sus palabras lo atravesaron como un cuchillo.

—Quedan bajo el mando del Capitán Weller mientras que el General Voltaire regresa a las oficinas administrativas hasta que decida qué medidas tomar por esta desfachatez.

Instantáneamente, Gwendal pudo sentir sus músculos tensarse. Esa oscura rabia sin nombre que le hacía tan peligroso hirvió en sus entrañas. ¿Cómo se atrevía el Maou a retarlo de tal manera frente a sus hombres? En más de cincuenta años de servicio nunca había puesto en tela de juicio su proceder, y ahora resulta, que toma medidas serias cuando se trata de mimar a ese rebelde sin causa de Wolfram Dietzel. Lo que le faltaba.

—¡No puede…!

Sin pronunciar palabra, Conrad extendió la mano y cogió el brazo de Gwendal, apretándolo con fuerzas como una advertencia para que se callara. Él lo miró un instante con seriedad y luego un horroroso gruñido, un chillido de desafío y odio, fue la única respuesta. Se apartó con brusquedad y se alejó del lugar, humillado, sin poder hacer nada más. Las espesas puertas dobles se abrieron hacia el interior del castillo, después se halló al pie de una escalera de caracol y avanzó a paso firme hasta llegar a la oficina.

 

 

                                                     —00—

 

 

Yuuri llegó hasta el consultorio de Gisela cargando en brazos a un protestón Wolfram, que se había pasado todo el camino exigiéndole que lo bajara, diciendo que podía caminar solo y que no se molestara por él. Por supuesto que Yuuri había hecho oídos sordos a sus protestas. Era increíble como su pequeño cuerpo se acoplaba al suyo como si fuese hecho a su medida, para resguardarse entre sus brazos.

Finalmente, abrió la puerta con la esperanza de encontrar a Gisela haciendo turno. En efecto y por fortuna, la muchacha estaba sentada detrás de su escritorio, revisando la etiqueta de unas medicinas. Cuando los vio entrar, se pudo de pie.

—Majestad —Hizo una inclinación—. ¿Qué ha sucedido? —preguntó alarmada.

—Necesito que lo revises, Gisela —respondió Yuuri—. Temo que pueda tener algún desgarre muscular por exceso de ejercicio.

Wolfram escondió su rostro en el pecho de su salvador, rojo como un tomate. Yuuri lo sintió, y lo apretó más contra sí.

—Por supuesto, acuéstelo en la camilla —indició la doctora. Yuuri lo hizo de esa manera, y cuando ya no tuvo a Wolfram en sus brazos, se sintió vacío—. Milord, enseguida habremos terminado, si quiere vuelva más tarde.

¿Volver? Yuuri no tenía intención de marcharse. Cerró la puerta con seguro y se sentó con confianza en una silla cercana, demasiado consciente de la mirada algo divertida que le dirigía la doctora.

—Bien, cuénteme —exclamó Gisela, mirando a Wolfram por primera vez—. ¿Qué fue lo que sucedió, joven Dietzel?

Wolfram no se sorprendió mucho de que la muchacha conociera quien era, pero su gentileza lo cautivó. Era de las pocas personas que se habían mostrado amables con él en ese castillo. Debía serlo, se dijo. Después de todo, esa era la actitud que debía manejar un médico siempre.

—Sólo fueron doscientas flexiones de brazos —respondió haciendo memoria—, y unas ciento ochenta flexiones de piernas.

Gisela se sorprendió.

—Vaya —exclamó—, eso deja fuera de combate a cualquiera. —Colocó sus dedos debajo del mentón, pensativa y dijo—: Muy bien, le haré un masaje muscular para detener la inflamación. Necesito que se quite la ropa y se ponga una bata.

La cara de Wolfram se sonrojó de forma casi imperceptible y se incorporó en la camilla para obedecer. No se desvistió en frente de ellos por supuesto, lo hizo detrás de un divisor de espacios de madera. Al salir, esperaba que el rey ya se hubiera marchado, pero grande fue su sorpresa al encontrado sentado en el mismo lugar.

Gisela le sonrió con calidez.

—Muy bien, joven Dietzel, vuelva a sentarse en la camilla y…

Le interrumpió una serie de fuertes golpes en la puerta, la doctora se encargó de atender. Se trataba de un soldado encargado de las caballerías.

—Gisela san, necesitamos su ayuda —dijo en tono de urgencia.

—¿Qué sucede?

—Pues que el veterinario tuvo su día libre hoy y Blanquita la yegua está a punto de parir. Está muy inquieta y tememos que pueda dañar a la cría. No sabemos qué hacer y pensamos que como doctora usted sabría un poco de cómo asistirla.

Gisela asintió con la cabeza.

—Conozco un poco de la rama —contestó, dispuesta en asistir a la yegua—. Pero por el momento tengo paciente y no creo que…

—Yo puedo aplicarle el masaje curativo al joven Dietzel, Gisela —se ofreció Yuuri—. De todas maneras heredé el conocimiento médico de Julia san, para algo debe servir. ¿Por qué no vas de una vez a las caballerías?

Wolfram frunció las cejas sin saber exactamente a qué se refería el Maou con eso de «heredar conocimientos».

—¿Está seguro?

—Sí, no hay problema.

—No —intervino el soldado—, pero si tiene paciente lo mejor es que lo atienda a él…

Gisela lo pensó detenidamente por un momento y sonrió al ver que Yuuri le daba un codazo al soldado en las costillas para hacerlo callar.

—De acuerdo —respondió al fin para gusto de Yuuri. Luego le entregó un frasco de ungüento balsámico en las manos—. Aplique un poco de ungüento y masajéele las piernas, los brazos y la espalda suavemente.

Yuuri se ruborizó de un rojo feroz.

—Sí, entiendo.

Yuuri observó con alivio como Gisela y el soldado salían del consultorio dejándolos por fin a solas. Luego dirigió la mirada hacia Wolfram, que estaba sentado en la camilla, y se puso un poco nervioso. Sintió deseos de propinarse una patada. ¿Qué clase de reacción estúpida era aquella? Él, que solía ser tan elocuente cuando hablaba con las damas... Y allí estaba ahora, temblando como un idiota. Se exhortó a sí mismo a comportarse e intentó transmitir algo más de seguridad.

—No debería molestarse, Majestad —protestó Wolfram mientras veía como el rey tomaba asiento en una silla frente a él—. Si gusta deme el ungüento, yo puedo aplicármelo solo.

—De ninguna manera.

Wolfram se calló de golpe y dejó de protestar. Estaba nervioso, le temblaban las manos y sentía la boca reseca. Él, que nunca había permitido que ningún hombre lo tocara, que no soportaba la cercanía de los demás, estaba a punto de ser manoseado por un rey infiel.

Yuuri se concentró y una luz azul emanó de las palmas de sus manos. La energía sanadora abandonaba su cuerpo y salía proyectada hacia sus piernas. Era una luz muy dócil, casi blanquecina y muy tranquilizadora. Wolfram sintió el alivio casi de inmediato, era una frescura agradable que contrastaba con la suave calidez de las manos del Maou, que masajeaban suavemente el contorno de sus extremidades. Observó como Yuuri se concentraba y mantenía el influjo continuo de energía curativa y no pudo evitar sonrojarse. Se veía muy atractivo.

—Me enteré que usted es extranjero —comentó Yuuri para romper con el silencio sepulcral que se había formado.

Wolfram se sobresaltó porque la voz del rey lo tomó desprevenido de tan enfocado que estaba en contemplar su rostro.

—Eh, si. Algo así —respondió—. Me crie en Laika, pero soy originario de Wincott.

—¿Vive con su familia?

—No, Milord. En realidad vivo solo, mi padre murió cuando yo apenas era un bebé, y mi madre… —hizo una dolorosa pausa—. Mi madre me abandonó en un orfanato.

Yuuri se detuvo al escuchar tal confesión. Su pecho dolía, sintiéndose como si una tonelada de ladrillos le hubiera aplastado. Sus ojos se encontraron con los de Wolfram, y brillaron ardientes como una noche llena de estrellas.

—Qué pena… —musitó tristemente y continuó con su tarea.

Wolfram tomó aire y fue cuando se dio cuenta que había estado reteniendo el aliento mientras se perdía en aquella maravillosa y exótica mirada oscura.

—No… —balbuceó—. En realidad, en-en realidad, ella se presentó ante mí cuando era un niño pequeño pidiéndome perdón por lo que había hecho. Por supuesto que la perdoné. En aquel momento no pensaba mucho, sólo sabía que estaba feliz de poder conocerla.

Yuuri sonrió, una pequeña mueca sin humor que trajo un destello de empatía a su mirada. Sus manos eran firmes cuando le tomó los pies y frotó los pulgares contra el arco del pie para aliviar la tensión. Wolfram jadeó de alivio, tenía los pies acalambrados después de haber estado sobrecargando su peso en ellos. Hubo un escalofriante momento de deleite cuando el rey le rozó las pantorrillas; se le puso la piel de gallina.

—¿Está casado? —Los dedos de Yuuri eran firmes y seguros mientras se deslizaban suavemente por el contorno de su talón.

—No, soy soltero.

Yuuri colocó un pie de Wolfram en su regazo.

—Tiene unos dedos preciosos. —comentó cuando en realidad quería comérselos a besos.

Wolfram se quedó sin habla. El Maou estaba mirándolo a los ojos y su sonrisa era tan pecaminosa, que no sabía si quitar el pie de su regazo o echarse a reír.

—Ahora debo masajearle la espalda. Por favor, acuéstese bocabajo en la cama… digo en la camilla —se corrigió.

Wolfram se dio la vuelta y se deslizó la bata, quedando desnudo hasta la cintura. Aquello hizo que su blanca, curveada e inmaculada espalda quedara a su vista y deleite, como un dios mítico de la sensualidad inocente. Yuuri perdió la capacidad de hablar. Dado que Wolfram estaba de espaldas a él, no podía verle la parte del tórax, pero no importaba; su mente aún recordaba aquella imagen en el jardín cuando lo contempló desnudo durante unos gloriosos instantes. Podía oler el calor de su piel a pocos centímetros de distancia. Se dio cuenta que debió haber emitido algún sonido, pues Wolfram lo volvió a ver con esos ojos verdes, hermosos, que tenía.

—Relájese —balbuceó de alguna manera mientras comenzaba a extender el ungüento sobre su piel. Wolfram jadeó y contuvo la respiración. Yuuri lo acariciaba ligeramente, apenas le tocaba pero el roce existía. Podía sentirlo.

Mientras Wolfram se relajaba bajo sus caricias, Yuuri fue desplazando sus manos cada vez con más confianza. Intentaba mantener sus reacciones a raya, pero le resultaba imposible teniendo en cuenta que estaba tocando la piel de la persona de la que se había enamorado a primera vista. Su cuerpo reaccionaba por sí solo y pronto la sangre y el calor se le acumularon en el pene, exponiéndose con una pequeña erección, lo suficientemente sutil para controlarla si se lo proponía. Lo peor, sin embargo, fue cuando él cerró los ojos y suspiró al sentir la delicia de los movimientos expertos de sus manos. Después de eso, lo único en lo que podía pensar era en cómo sería el sabor de sus labios y la calidez de su interior cuando se fundiera en él con el fervor y la violencia de un arpón.

Sin poder evitarlo, Wolfram sintió el cansancio en su cuerpo y se rindió al sueño.

Yuuri lo observó, embelesado, deseando algún día despertar y que aquel rostro angelical fuese lo primero que estuviera a su vista. El golpe en la puerta pareció tan potente e inesperado que perdió el equilibrio, pero lo recuperó en el último momento. Sintió el ardor del rubor en sus mejillas y puso todo su esfuerzo para relajarse y parecer casual, aunque su pene alegremente presionaba contra sus pantalones deportivos. Inspiró profundamente un par de veces, también hizo un poco de ejercicio físico y logró controlarse. Menos mal su excitación no se notaba mucho debajo de esos pantalones algo holgados.

—Majestad, ¿Está allí? —preguntó Gisela al otro lado de la puerta.

—¡Voy!

Yuuri arropó a Wolfram con unas mantas que encontró a un lado de la camilla y luego abrió la puerta. Gisela se adentró a su consultorio, curiosa y sonriente.

—¿Todo bien, Majestad?

Yuuri se llevó el dedo índice a los labios, pidiendo silencio.

—Shhh, está dormido.

—Ah, ya veo —dijo Gisela en voz baja.

—Pediré que le traigan algo de comer y cuando despierte, dígale que le doy el resto del día libre, que use el tiempo para conocer los alrededores del castillo. Y que cualquier cosa, estoy a su disposición en mi oficina.

Gisela asintió e hizo una reverencia.

—A la orden, Majestad.

—Y otra cosa —advirtió Yuuri un poco inquieto—. Pero este es un favor personal y privado.

—Dígame, Majestad Yuuri.

—No dejes que nadie venga a visitar al joven Dietzel, y menos si se encuentra vestido con esa bata —ordenó muerto de los celos al pensar que alguien más pudiera contemplarlo de la misma manera en la que él lo había hecho—.Ya sabes, es un joven hermoso y delicado que puede despertar la lujuria en quien no le conviene.

Gisela rió interiormente, dejando que su rostro mostrase tan sólo una sonrisa.

—Me parece que Su Majestad está interesado en el joven Dietzel. —Su sonrisa se convirtió en una mueca insinuante.

—¿Soy tan obvio?

Gisela asintió con la cabeza.

—De ninguna manera voy a negarlo, Wolfram Dietzel me interesa mucho —confesó Yuuri con el rostro medio enrojecido. Cerró los ojos e intentó calmar el galope desbocado de su corazón—. Pero intentaré manejar mis sentimientos lo mejor que pueda.

Gisela no sabía si estaría intentando convencerla a ella o a sí mismo.

—Su secreto está a salvo conmigo, Majestad —Ella simuló cerrar la boca con una cremallera invisible y lanzar la inexistente llave muy lejos—. Mis labios quedan sellados.

Yuuri la miró feliz, y le agradeció desde el fondo del corazón el apoyo que le había demostrado.

 

 

—00—

 

 

Sentada en su correspondiente lugar en la mesa, Izura tomaba el desayuno. De espaldas a las ventanas, Maoritsu permanecía rígidamente sentado en una de las sillas que rodeaban la mesa de madera. Sobre ésta había varias fruteras y algunos candeleros de bronce, así como servicio para cuatro comensales formado por hermosos platos de delicioso sabor. No obstante, de los tres comensales que ya se encontraban en el comedor, solamente Greta parecía estar contenta.

—Vaya modales que tiene tu marido, Izura —dijo Maoritsu de mal humor y peló una naranja con las manos—. Vengo a visitarlos después de mucho tiempo, y resulta que el señor no tiene tiempo para desayunar con su familia. ¿Qué otros asuntos podrían ser más importantes que las dos mujeres más hermosas de este reino?, me pregunto.

—Te pido disculpas en nombre de Yuuri, tío —respondió Izura, muy abochornada y tratando de justificar el retraso de su esposo—. Estoy segura de que se le presentó algún percance y por eso aún no ha aparecido.

—¿No será que esta entretenido con mejores compañías? —inquirió Maoritsu con mordacidad. Luego alzó el vaso y bebió un sorbo de su jugo—. Me parece que tiene demasiado tiempo libre para un hombre con semejantes responsabilidades.

Izura lo miró con molestia y cuando Greta estaba distraída, dio una palmada sobre la superficie de la mesa con brusquedad.

—¡Basta, tío! —le exigió en voz baja —No sigas…

Izura se arrepentía mucho de haberle contado a su tío Mao todo sobre Yuuri y sus amantes, porque por ese error, ahora el anciano veía a su esposo casi como un enemigo.

—Cierto, mamá. ¿Dónde está papá? —preguntó Greta después de acabar con su tercera galleta con chispas de chocolate remojada en leche.

—Aquí estoy, mi princesa hermosa. —Yuuri hizo su entrada triunfal en el comedor, ya vestido con su traje negro, y fue directo a darle un beso a Greta en la frente—. Mi señora, buenos días.

Izura se levantó y fue a su encuentro.

—Buenos días, mi amor —le dio un beso tras un breve y casto abrazo—. Disculpa, hemos empezado sin ti.

—Es que estaba tan atrasado que creímos que no tendría la gentileza de desayunar con nosotros, Majestad Yuuri —intervino el viejo Maoritsu para hacerse notar, haciéndole gestos para que se sentara.

—Sí, también me alegro de verlo, Maoritsu —dijo Yuuri con un breve bufido, tomando su lugar en el centro de la mesa, a un lado estaba su esposa y al otro lado su hija.

—El abuelo Mao desea llevarme de pesca —comentó Greta, emocionada—. ¿Puedo ir papá?

Yuuri cruzó los brazos y formó un gesto pensativo.

—No lo sé —contestó y contempló enseguida el decepcionado rostro de su hija—. Puede ser muy peligroso, Greta…

—Anda, papá —La niña cruzó sus manos sobre el pecho—. Por favooor… ¿síííííí?

—¡Greta no hagas ojitos! ¡Sabes que no puedo negarte nada cuando haces eso!

La niña rió traviesamente.

—¡Agh! De acuerdo —terminó diciendo el padre consentidor—. Pero ten cuidado, mucho cuidado. No te separes del viejo Mao, y ten cuidado con los peces de dientes afilados.

Maoritsu alzó una ceja, contrariado, y bufó con burla.

—Presiento que las verdaderas pirañas están en la corte —soltó sin tacto alguno—, no en el lago, Majestad Yuuri.

Preso de una gran exasperación, Yuuri observó a Maoritsu con enorme antipatía mientras Izura se tapaba el rostro con ambas manos, apenada. Enseguida, Yuuri apartó su terrible mirada de Maoritsu para enfocarse cálida y amablemente en su hija.

—Mi niña, ¿Por qué no vas a probarte los vestidos que te trajo el viejo Mao, y me los enseñas después? Ayer no pude vértelos puestos porque papá estaba muy ocupado, pero hoy papá tiene todo el tiempo para ti —sugirió aparentemente emocionado para que Greta los dejara hablar a solas y así aclarar de una buena vez a que se debía esa serie de ataques sarcásticos a la que había sido víctima esa mañana.

—Sí, papá.

—Te amo, Greta —le dijo Yuuri mientras la observaba salir por la enorme puerta del comedor.

—¡Yo también te amo, papá! —respondió la princesa a lo lejos.

Maoritsu había dejado los cubiertos sobre la mesa y miró a Yuuri con una rabia que no era necesaria poner en palabras.

—Ya no es necesario hablar con dobles sentidos ni con sarcasmos baratos —dijo Yuuri al notar que el anciano guardaba silencio—. Si tiene algo que decirme, Maoritsu, hágalo sin rodeos.

—Pues bien, se lo diré; me parece una bajeza de su parte acostarse con cuanta baratija barata se le ponga en frente, teniendo una familia honorable a la cual respetar.

El rostro de Izura palideció. Yuuri miró sorprendido a Maoritsu y retiró unas cuantas uvas de una canasta de frutas, no dejándose intimidar.

—Debo admitir que mi vida no ha sido muy santa —se llevó una uva a la boca—. De todos modos, me sorprende que un simple embajador de un reino muy lejano sepa de mi vida. He intentado ser de lo más discreto.

Maoritsu apretó los puños debajo de la mesa.

—¡Pero qué descaro! ¡No me sorprendería que ya tuviera otra querida! Eso es, ¿Cierto? Tiene otra amante aquí en el castillo.

La expresión y el ardor de la pregunta de Maoritsu hicieron que Yuuri comprendiera que había cometido un lamentable error. Si el viejo Mao se enteraba de que él tenía especial interés en un doncel, que bien podría darle el esperado heredero, no pararía hasta arrancarles la información a sus sirvientes más cercanos y hasta podría poner en peligro la vida de su amado. Además, no podía permitir que Wolfram Dietzel quedara bajo la atenta vigilancia de los espías que su mujer tenía en todo el castillo. De ser así, nunca podrían tener un acercamiento verdadero, un acercamiento más allá del que habían tenido esa misma mañana.

—Repetiré mi pregunta —insistió Maoritsu—. ¿Tiene otra amante?

Yuuri pensó rápido y cambió de táctica.

—Izura, ¿Acaso no habíamos hablado del tema? —Yuuri miró a su esposa firmemente, molesto y dolido—. ¿Acaso no te prometí cambiar?, ¿intentar algo para arreglar nuestro matrimonio? —murmuró por lo bajo, sacudiendo lentamente la cabeza. Izura se mordió el labio inferior. Su esposo tenía razón—. ¡Qué poca confianza me tienes!

Izura desvió la mirada hacia la puerta del comedor, anhelando salir de allí y sintiendo cómo algunas lágrimas de pura vergüenza se agolpaban en sus ojos. Pestañeó inmediatamente, con lo que logró que varias de ellas se derramasen. De inmediato sintió la mano generosa de Yuuri, que se encargaba de limpiar su delicado rostro.

—Perdóname, cariño —musitó ella. Yuuri sonrió satisfecho—. Fue un error de mi parte, pero se lo conté antes de tener nuestra plática.

—Que no vuelva a suceder, mi amor —advirtió él, tomándole el rostro entre las palmas de sus manos—. Cualquier cosa que te incomode, háblalo directamente conmigo.

Izura asintió con la cabeza, sollozando al mismo tiempo y se estremeció al sentir sobre su frente los ardientes labios de su esposo. Maoritsu sólo observaba con el ceño fruncido.

—¡Buenos días familia real! —Murata llegó al comedor tan contento y fresco como siempre aunque era un milagro que estuviera allí.

—¡Murata! —exclamó Yuuri esperanzado y buscó en su mente una excusa para retirarse. La situación era muy incómoda y él no quería quedarse—. Debo tratar unos asuntos importantes con mi Gran Sabio, si me disculpan…

Yuuri se puso en pie presurosamente para recibirlo.

—No te preocupes Shibuya, si estas ocupado… —Murata calló de repente, intimidado por la mirada sombría que le envió su mejor amigo—. Si, es cierto. Tenemos asuntos urgentes que tratar, jejeje —terminó por decir y recobró parte de su encanto.

Izura los vio salir mientras experimentaba un gran alivio porque la conversación tan incómoda había terminado, estaban tratando un tema profundo y, a la vez, peligroso.      

—Tus reclamos fueron realmente innecesarios, tío —regañó Izura, recuperando su tan conocida compostura—. Mientras lo tenga a mi lado, no me importa realmente con cuanta zorra se meta siempre y cuando no me pida el divorcio.

—Entonces el rey está atrapado —Maoritsu cogió los cubiertos y se puso a comer—. No seas boba, sobrina. El divorcio entre la realeza está prohibido, y la única manera en que se puede lograr la disolución es ante un tribunal precedido por los diez Nobles. Mientras  eso no suceda, no debes dejar que pisoteen tu orgullo de esta manera. No lo olvides, eres una reina Izura, mantén la dignidad de una.

La reina miró inquisitiva a su pariente, alzó su vaso de jugo de naranja y bebió un pequeño sorbo, aparentemente ensimismada.

 

 

—00—

Wolfram se despertó media hora después de la partida de Yuuri. Todavía le temblaban las piernas y sentía dolorosas punzadas en el estómago, pero la espalda sin duda estaba mejor. Apartó las mantas de su cuerpo y de inmediato sintió el frio de la desnudez. Lo recordó todo de golpe y con ello un enorme sonrojo invadió sus mejillas: La venganza de Voltaire, la furia de Jeremiah, la llegada del Maou, su amabilidad, su sonrisa, su mirada, sus palabras subidas de tono, sus manos expertas moviéndose cual dueñas en su espalda.

—¡No puede ser! —gritó y se levantó bruscamente de la camilla.

—Ah, veo que ya despertó, joven Dietzel.

Wolfram giró su rostro hacia la voz, que transmitía una gentileza que tranquilizó sus ánimos a pesar de todos sus miedos y se encontró con la doctora que lo había atendido antes de quedar en manos de aquel aprovechado. Ella se le acercó con una sonrisa amigable dibujada en los labios. Notó que aparte de simpática, era muy bonita.

—Como no sabía en qué momento iba a despertar, le pedí a las doncellas que le trajeran algo para el almuerzo.

Señaló una mesita cerca de la ventana donde descansaba una bandeja con delicioso cordero asado y otros acompañamientos, y Wolfram sintió que se le hacía agua la boca. Su estomago comenzó a hacer ruidos extraños

—Se lo agradezco mucho.

Wolfram casi lloró de la alegría. Después de semejante tanta de ejercicios, tenía muchísima hambre. Se arregló la bata y salió de la camilla para sentarse a degustar la comida. Tomó los cubiertos y comenzó a comer.

Gisela observaba cada uno de sus movimientos, analizándolo. En ningún momento había perdido los modales y para ser un plebeyo, sabía cómo diferenciar entre el cuchillo de la mantequilla y el cuchillo de la carne. Aquello era curioso, muy curioso. Sin querer se imaginó que el precioso muchacho sería un buen Consorte Real pues ya tenía una base protocolar innegable. Por supuesto que ella no estaba en contra de que Yuuri se buscara una nueva pareja, es más, lo creía necesario. Ella sabía lo infeliz que era el rey, y creía firmemente que todos tenían el derecho de encontrar la felicidad, incluso el Maou. Además, su mejor y más querida amiga, Julia von Wincott, lo habría querido de esa manera.

Cuando Wolfram sintió la mirada penetrante de Gisela sobre él, puso los cubiertos sobre el plato y se limpió la comisura de los labios con la servilleta.

—Su Majestad, el rey, le dio el resto del día libre. Dijo que podía explorar los alrededores con total libertad si así lo desea, joven Dietzel —anunció Gisela para disimular.

—Si gusta puede llamarme Wolfram, doctora.

—Bien. —Gisela logró relajarse—. Mi nombre es Gisela von Christ, llámame Gisela.

Wolfram formó una mueca de horror.

—«Von Christ» —repitió el apellido como si fuera lo último que se hubiera esperado.

Gisela se echó a reír.

—Veo que ya conociste a mi padre —comentó divertida por la sinceridad de aquel muchacho tan apuesto—. Discúlpalo si te hizo algo malo. Él es así, pero no lo hace de mala fe.

—Discúlpame, pero yo creo que tiene algo en mi contra —aseguró Wolfram con reserva.

Gisela no paró de reír durante un buen rato tras escuchar la anécdota del día anterior.

Después de comer, Wolfram tomó un baño en la enfermería y se puso un nuevo uniforme que Gisela le había conseguido. Le dio las gracias y por fin salió al exterior. Se había dado cuenta que padre e hija eran muy diferentes.

No tardo mucho para encontrarse con Jeremiah, que lo esperaba a la salida de la enfermería con el rostro desencajado a causa del dolor y del pesar. Wolfram enarcó una ceja, divertido.

—¿Y a ti que te pasa?

Jeremiah hizo una inclinación profunda hacia adelante.

—Perdóname —le pidió fuerte y claro. Wolfram no entendía nada y solo esperó—. No debí dejar que el desgraciado de Voltaire te tratara de esa manera, mucho menos dejarte solo en una situación tan delicada. Si quieres puedes golpearme todo lo que quieras.

Wolfram tardó un momento en comprender y cuando lo hizo, se limitó a pestañear.

—¡Anda! ¡Hazlo! —insistió Jeremiah—. ¡Soportaría todo menos tu odio!

Sin poder evitarlo, Wolfram sonrió.

—Sí, te mereces todo mi odio.

—Lo sé.

Wolfram lanzó un suspiró dramático.

—Jeremy, Jeremy, Jeremy ¿Qué voy a hacer contigo?

—Haz lo que quieras, de todas maneras sería muy poco para lo que te ha tocado vivir. Mi mente no logra borrar el momento en que te vi inconsciente, tan ensangrentado que no podía ni verte la maldita cara.

Una fibra muy sensible se removió dentro de Wolfram. Era cierto, durante la paliza que le dieron aquellos malditos soldados en Blazeberly tras el fracaso de la fuga, le pareció ver la presencia de Jeremiah escondido detrás de una estatua de bronce en la sala del trono.

«¡Basta yaaaaaaa!», había gritado Jeremiah y fue lo último que escuchó antes de perder la consciencia. Cuando despertó, su único pensamiento fue buscar a Joshua para que lo auxiliara. Después supo por boca de Joshua que Jeremiah se había encargado del funeral de Mathew. Nunca pudo agradecerle por ello.

Desconsolado por los recuerdos, Wolfram cerró los ojos e intentó calmarse.

—No voy a golpearte —Luego lanzó un hondo suspiro y abrió de nuevo los ojos—. Deja de armar tanto escándalo que no fue para tanto, idiota.

Le dedicó una de aquellas sonrisas dulces que a Jeremiah tanto le gustaban. Las cosas habían mejorado entre ellos, habían hecho un trato de amistad, pero después de años y años tratándolo con desprecio, le costaba acostumbrarse a aquella relación de respeto y camaradería que acababan de entablar.

—Además… —agregó con un suave rubor en las mejillas—, de algo sirvió ya que tuve un acercamiento algo… algo íntimo con el Maou.

Jeremiah sonrió con picardía.

—Cuéntamelo todo, picarón —El castaño ya mostraba una expresión divertida—. ¿Quién lo diría? Eres rápido... ¿eh?

Las mejillas de Wolfram se tornaron de un gracioso tono rojizo.

—¡¿Qué estas insinuando?! —gruñó, dedicándole un gracioso puchero.

Jeremiah rió con ganas

—Oye tranquilo, Wolfy, ¿adónde vas? —Jeremiah se echó a caminar rápidamente en la misma dirección por la que se había ido Wolfram y tuvo que acelerar el paso para no perderle—. No te enfades. ¡No me ignores! ¡Hey!

Había vuelto a meter la pata.

 

 

—00—

 

 

Murata se había sentado en el sofá de la oficina del rey, cerca de la ventana.

—Sé que aún es temprano pero, ¿quieres una copa de vino? —ofreció Yuuri, amablemente.

Murata enarcó una ceja, divertido, y bufó con reticencia.

—¿Tan mal están las cosas?

Con un largo y profundo suspiro, Yuuri confirmó sus palabras. Fue al estante y sacó el vino con dos copas. Cuando solía ser todo un deportista, se había propuesto no abusar de aquellos vicios que hacen mal al cuerpo, pero de decirlo a hacerlo había una gran brecha, sobre todo cuando una sencilla e inocente copa de buen vino de vez en cuando resultaba tan relajante.

Murata aceptó la copa que le ofreció, inspiró el aroma del vino y bebió un trago. Yuuri tomó asiento al lado de él.

—Deberías venir más seguido a visitarnos —reclamó Yuuri, altamente resentido—. Hay muchas habitaciones desocupadas, haré preparar la más grande para ti.

Murata hizo girar el vino en la copa y contestó—: Tomaré tu palabra y un día de estos terminaré aceptando.

Aunque sorprendido por la respuesta que recibió esta vez, Yuuri se sintió feliz. Murata había sido su amigo desde la escuela en la Tierra, y siempre es mejor contar con alguien de tu misma edad para hablar de ciertos temas que no se pueden tratar con cualquiera.

—Si supieras, Murata. Las cosas aquí a veces parecen todo un desastre —Yuuri miró al techo con la esperanza de encontrar alguna ayuda celestial—. Muy temprano esta misma mañana tuve un altercado con Gwendal. ¿Te imaginas? ¡Gwendal! ¡El Noble más responsable de todos! ¡Aquel que nunca se equivoca!

—¿Qué sucedió?

De pronto Yuuri lo miró con las cejas fruncidas, parecía molesto.

—Aprovechó su autoridad para pisotear a un soldado —contestó, bebiendo de su copa un pequeño trago. Al ver la expresión de perplejidad de Murata, continuó explicando—: Y no es que desconozca que tiene que imponer disciplina y respeto entre sus subordinados, pero me pareció una falta grave de su parte que se ensimismara en lastimar el orgullo de ese precioso muchacho.

—Disculpa, ¿Cuál muchacho?

—Un ángel, Murata, un ángel que vino a darme un consuelo en medio de la agonía que tengo que vivir a diario casado con una mujer que no amo.

Murata comprendió inmediatamente. «Así que ya está aquí»

Para esos momentos, Yuuri ya se había puesto en pie y deambulaba por la oficina como una pantera recién puesta en cautiverio.

—¿Que debo hacer? 

—El joven te interesa —soltó Murata, apuntándole con un dedo acusador.

Yuuri le miró con una ceja alzada, como si acabara de decir en voz alta una gran obviedad.

—Pues sí.

—¿Cómo se llama?

Yuuri sonrió como bobo.

—Wolfram… —suspiró su nombre—. Wolfram Dietzel. Tiene un hermoso y brillante cabello rubio y ojos verdes. Piel lechosa, una boquita pequeña y…

—¿No será ese mismo que estoy viendo desde aquí? —lo interrumpió Murata a lo que Yuuri se acercó a la ventana—. ¿Ese que se está riendo con un chico castaño?

Para molestia de Yuuri, en efecto, su ángel de ensueños se reía de lo lindo con otro tipo que no era él. La idea de que alguien hubiese decidido acosar a Wolfram de una indecorosa manera despertaba en él sus más primarios instintos masculinos. Yuuri intentó entender su misterioso comportamiento. Él nunca había mostrado signos de ser una persona celosa o poco razonable por nadie. Y ahora, de repente, actuaba como un maniático. Todo por causa de Wolfram Dietzel.

—Murata… —llamó perezosamente. Apartó la mirada con dificultad de la parejita y reparó en su mejor amigo—, tengo ganas de acorralar a aquel bastardo con el que Wolfram se está riendo, tomarlo por el cuello y estamparle el puño en la cara…

—Se llaman «celos», Shibuya —resolvió el Gran Sabio para corroborar sus dudas.

—Sí… —musitó Yuuri como perdido en sus pensamientos—, supuse que era eso

Murata sonrió con aire malicioso sin dejar de clavar su mirada oscura en la figura del soldado Wolfram Dietzel. A simple vista resultaba un chico como de diecisiete años para un humano, no podía apreciarlo bien a lo lejos, pero dada la descripción de su amigo Shibuya, era alguien muy atractivo y si, tenía un aire parecido a Shinou.

Pocos minutos después, alguien llamó insistentemente a la puerta, golpeándola tres veces con el puño cerrado.

—Adelante —indicó Yuuri. Se trataba de Conrad—. Ah, Conrad ¿Qué tal el entrenamiento?

—Majestad Yuuri. —El Capitán le ofreció una cortés, rápida y recatada reverencia. En su rostro amable se dibujaba una expresión de preocupación que no pasó desapercibida por el Gran Sabio—. Todo en orden. Sin embargo, me parece que Su Majestad tiene un asunto pendiente que resolver.

El rostro de Yuuri ensombreció en ese instante.

—Efectivamente, Gwendal fue demasiado lejos esta vez, Conrad, y ya sé lo haré con él.

Conrad tenía la cabeza gacha, pero en ese instante en que escuchó aquellas decididas palabras, alzó la mirada hacia su ahijado, atento y cauteloso.

—El comportamiento de Gwendal fue deshonroso para alguien que ostenta un cargo tan importante para mi gestión. No, no me reniegues Conrad, tú sabes mejor que nadie que nunca he puesto en tela de juicio su proceder, pero esta vez voy a tomar medidas serias.

—¿Qué medidas? —preguntó Conrad, que ya sentía cierta pena por su compañero debido a su castigo.

Yuuri inspiró profundamente y lo soltó:

—Te nombro, Conrad Weller, presidente del Consejo y Gran Maestro. En mí ausencia, todos responderán ante ti, no ante Gwendal.

Conrad, intentando ocultar su sorpresa, abrió la boca disponiéndose a contradecirle, pero Yuuri levantó la mano en un ademán tan imperioso que no llegó a hablar.

—He dicho —reiteró—. Mi palabra no se discute.

Detrás de Yuuri, Conrad miró al Gran Sabio y notó cómo sus dos cejas se arqueaban lentamente, totalmente sorprendido. Conrad se dio cuenta de que el propósito del mandato era el de darle a Gwendal donde más le dolía. Pero su palabra era ley y debía limitarse a obedecer. Sonrió con cierta vacilación y movió la cabeza, asintiendo.

—Usted lo ha dicho, Majestad.

 

Continuará

 

 

 

Notas finales:

Aclaraciones

Blanquita la yegua tuvo un hermoso potrillo color café cobrizo.

Jajajaja.

Muchas nuevas cosas en este capítulo.

Creo que hay —o había, mejor dicho— cierto triangulo amoroso entre Jeremiah, Matt y Wolfram, algo por el estilo, aunque nuestro rubio no estaba interesado en nadie, y quiero aclarar que Matt solo veía un hermano en Wolf. El caso es Jeremy… lo averiguaremos más adelante.

Entre otras cosas…

Déjenme en sus comentarios su opinión sobre Jeremy ¿amigo o enemigo? ¿Qué tal les parece Izura hasta el momento? ¿Logrará Yuuri enamorar a su “Amor a primera vista” tan rápido como piensa, así tan fácil? ¿Dónde está Chéri? ...Bueno, en el próximo capítulo sale Chéri, les adelanto.

Ey! Felicítenme porque logré sacar el capi en una semana (*o*)/ es un milagro!!! ¡viva yo! xD Sé que no soy una “escritora” responsable, pero hago todo lo que puedo. Se los prometo.

Sin más que decir, muy contenta por el apoyo demostrado hasta ahora, me despido con una sonrisa.

Nos leemos.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).