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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Solo voy a dejar esto por aquí… y me voy a ir alejando poco a poco antes de que…

¡Lo lamento mucho! ¡Tardé demasiado!

Para quienes se preguntaban si iba a continuar arruinando la esencia del anime Kyo Kara Maou con esto, la respuesta es sí. Si voy a continuar con esta historia hasta el final.

Como prueba de ello, antes de pasar al capítulo les advertiré algo que ya sé que notaran: La personalidad de Yuuri Shibuya está muy cambiada. Ya no parece él… :( el enclenque despistado que toda@s conocemos.

Una vez aclarado eso, comenzamos.

Lo que más le preocupaba a Yuuri era el bienestar de la gente, por ello mandó a construir escuelas, parques, clínicas, puentes y muelles dispersos en lugares accesibles para las comunidades en sus primeros años como Maou. Luego de ver que sus obras eran buenas para los pobladores, Yuuri se encaprichó con un proyecto más grande: Un gran hospital en la capital. El primero de muchos que se construirían con el paso del tiempo, al menos esas eran sus intenciones, aunque claramente ambicionaba demasiado.

Uno de los mayores obstáculos para los planes del joven Maou siempre había sido la poca tecnología que existía en ese mundo. Las construcciones tardaban más en ejecutarse y los recursos para levantarlas mucho más en conseguirse. Como prueba, la construcción del hospital comunal había tomado un periodo de diez años.

Era un mundo atascado en la época medieval. Las familias comunes se mantenían en sus dominios, las generaciones jóvenes heredaban las tierras de sus antepasados y raramente decidían emigrar. La comunicación con amigos o familiares lejanos también era escasa, las cartas eran el único recurso accesible y no había electricidad. A todo esto se le sumaba que algunos países fuesen enemigos empedernidos por situaciones pasadas que Yuuri aún no lograba comprender del todo.

Varios países habían creado una notoria barrera comercial y comunicativa que afectaba a la mayor parte de sus poblaciones. Los países del norte-este y los países del sur-oeste eran los dos grupos que se habían formado como alianzas enemigas. Las personas que pertenecían a un grupo en específico podían desplazarse con libertad en su zona y viajar tranquilamente de país a país, pero si se era ajeno a ellos se corría el peligro de no salir con vida para contarlo.

Jeremiah y Wolfram tuvieron suerte, pues planearon bien su ruta de llegada e hicieron buen uso de sus partidas de nacimiento falsas o de otro modo nunca se los hubiera aceptado en Shin Makoku y era aún peor si se tomaba en cuenta que pertenecían a Blazeberly, el país más enemistado y con el que mayor distancia mantenía la Corte de los Diez Nobles de Shin Makoku desde hacía más de ochenta años, aun cuando en años anteriores se creía que ambos países habían creado una alianza perfecta, una alianza que prometía mantener la unión de ambos países.

 

 

Capitulo 7

 

El deber contra el corazón.

 

—23—

 

Sostenía en su mano una brocha con pintura, misma que desplazaba de arriba abajo constantemente sobre las gruesas vigas de madera que mantenían y servían de apoyo a las paredes hechas de piedra maciza. Bajo el ardiente sol, Wolfram se detuvo un momento para contemplar el imponente edificio de cinco pisos surcado de salientes arquitectónicas que le daban una vaga fisonomía de hotel.

Quedó impresionado.

Prácticamente era una fortaleza, hecha de manera tal, con paredes anchas y fuertes, que ningún considerable terremoto le haría daño. Alrededor del edificio había una larga fila de árboles de sombra que le daban frescura al ambiente. Desde la parte de arriba la vista se extendía sobre uno de los más hermosos pueblos de la capital brindando un paisaje tranquilo, hospitalario y confortante.

Lo que apreciaban sus ojos no se parecía en nada a una obra que aquel despiadado rey al cual servía hubiera mandado a llevar a cabo. Aquel infeliz que esperaba por la muerte de su actual amo y señor.

—¡¡Vamos, inútiles! ¡¡Yo podría hacerlo mejor!!

Escuchó que gritaba una voz femenina a lo lejos. Cuando visualizó a esa persona, apenas y pudo creer que se tratara de la amable doctora que lo había atendido la vez anterior. Un par de sus compañeros cargaban algunos de los muebles que se habían comprado para la sala de espera del hospital de manera lenta pero segura, al parecer no lo suficientemente ágil para la exigente comandante. Luego visualizó a Lord Gunter von Christ acercarse a ella para pedirle de manera cordial que se tranquilizara a lo que la muchacha respondió con una sonrisa que le dio escalofríos.

—¡Esto es una pesadilla!… ¿no te parece, Wolfy?

La voz de Jeremiah lo hizo voltear. Lo notó aburrido, perezoso, molesto y exhalaba suspiros trágicos continuamente, bien podría pasar como un mártir que toleraba hacer trabajo forzado. Claro que el muy inútil no estaba acostumbrado a hacer servicio comunitario; de hecho, no era algo a lo que ambos estaban acostumbrados. Endimión no se preocupaba por el bienestar de su gente y rara vez ordenaba la ejecución de obras para el progreso y la prosperidad de su país. Era triste verlo desde esa perspectiva, pero el futuro Blazeberly iba de picada.

Wolfram sintió una punzada de culpa en el estomago al pensar que su misión principal era entregar el reino de Shin Makoku a manos de aquel miserable que no servía para gobernar… que debía entregar ese reino en manos de aquel psicópata que había sido recompensado con un puesto que estaba seguro no merecía, de ese hombre, si es que se le podía llamar así, que le había demostrado que hay un estado que rebasa lo salvaje y primitivo, porque un animal debe matar por defenderse o para alimentarse, pero Endimión mataba, envenenaba, secuestraba y torturaba para obtener más poder. Y, por desgracia, él no estaba muy lejos de convertirse en alguien semejante. Le pesaba grandemente y solía tener pesadillas por las noches a causa de ello. Le dolía mucho que sus manos estuvieran manchadas de sangre y que su alma poco a poco hubiera ido perdiendo su brillo hasta quedar oscura y sombría.

En cambio, la de Yuuri Shibuya…

—Solamente nos falta la parte de arriba para terminar de pintar —dijo Jeremiah, sacándolo de sus pensamientos—. Pero como no alcanzamos esa parte, tendrás que subirte sobre mis hombros y terminarla tu solo.

Wolfram le dirigió una mirada dura y seria.

—¿Por qué yo? —rezongó, cruzándose de brazos.

—Porque eres el que pesa menos —explicó Jeremiah rodando los ojos. Al parecer estaba bastante paciente con él esa mañana—, y no quiero romperme los huesos al cargar a uno de esos mastodontes que tenemos como compañeros. ¡Anda, Wolfy!

Wolfram se habría ofendido al escucharlo si después de pensarlo con detenimiento no hubiera llegado exactamente a la misma conclusión. Al final, después de unos segundos de silencio, lanzó un resoplido de fastidio y aceptó la propuesta.

—Si me dejas caer, te mato —advirtió, acercándose a él.

—Te juro que no lo haré.

Jeremiah se puso en cuclillas para que Wolfram se subiera sobre sus hombros. Wolfram colocó cada una de sus piernas en los hombros de Jeremiah y también apoyó las manos encima de su cabeza para mantener el equilibrio. Al principio fue difícil mantener la firmeza, pero a los pocos minutos dominaron la técnica y hasta llegaron a divertirse un poco, recordando viejas épocas donde jugaban juntos en el castillo de Blazeberly.

—¡Wolfy, me estas llenando de pintura! —protestó Jeremiah después de que le cayeran varias gotas de pintura blanca en la cara. Si continuaban de ese modo, terminaría pareciendo un fantasma al terminar de pintar.

—Un cambio de look no te vendría mal, ¿eh? —Wolfram ya no estaba malhumorado. Al parecer se estaba divirtiendo… hasta que Jeremiah le pellizcó la pierna—. ¡¡Auch!!

—Por tramposo… —le explicó el chico abusivo, esbozando lentamente una sonrisa sutil.

 

No muy lejos de allí, Yuuri también se encargaba de pintar una de las paredes del hospital en construcción. Estaba muy contento, en una semana más se inauguraría el primer hospital comunal en Shin Makoku y lo más gratificante para él era saber que había puesto su granito de arena para levantar la obra. Se había acostumbrado a tomar dos días a la semana para entregarse de lleno al trabajo de obrero y dejar a un lado el resto de su trabajo administrativo. No le molestaba en absoluto despertarse al alba, reunirse con el batallón, viajar a pie y finalmente llegar al puesto de trabajo, luego quemarse un poco bajo el ardiente sol, sudar mucho, ensuciarse y comer de manera improvisada.

Lo que más le gustaba a Yuuri era la parte de estar alejado de una fría oficina y de las constantes quejas de su esposa por razones realmente sin importancia como no poner atención al color de las cortinas que debían ponerse en las ventanas. Si, en definitiva le gustaba sentirse como uno más de los aldeanos más que como un rey.

El día daba pinta de ser perfecto, sin embargo, unas risas conocidas hicieron que se quedara quieto y dejara de pasar la brocha llena de pintura sobre la madera.

Yuuri frunció el ceño y escuchó con desaprobación. Lo sabía muy bien, se trataba de su hermoso Wolfram riendo con otro, y ese otro era Jeremiah. Escuchaba como Wolfram le pedía a ese chico que tuviera cuidado «¿cuidado por qué?» luego Jeremiah le contestaba con que no se moviera demasiado, «¿que no se moviera para qué?»

La curiosidad de Yuuri iba en aumento, así que dejó la brocha en la cubeta, se inclinó y observó por la esquina cómo Wolfram estaba encima de los hombros de Jeremiah intentando terminar de pintar. Por alguna extraña razón, Yuuri sintió ganas de estrangular al estúpido Jeremiah.

«Hubieran podido usar una escalera», pensó con amargura.

 

Si algo tenía de mal humor al siempre amable y servicial Yuuri Shibuya, era la cercanía que había observado entre Wolfram Dietzel y el extranjero de cabellera castaña y ojos verdes en el jardín hacía apenas una semana. Debía aceptarlo, el tipo era todo un galán y hasta hacían buena pareja. Sin embargo, el sólo hecho de imaginar a su «ángel» en brazos de aquel infeliz le hacía hervir la sangre.

No sabía a ciencia cierta la relación que tenían, si se gustaban mutuamente o sólo era pura camaradería, pero la curiosidad lo estuvo picando hasta que finalmente no pudo resistirse y terminó preguntándole Effe, una doncella a los servicios del castillo, los últimos chismes respecto a los amoríos entre los nuevos soldados.

 

—00—

 

—Pues, no sabemos mucho sobre ellos, Majestad. Aparte, el mes pasado usted nos llamó la atención acerca de nuestra afición a chismorrear, y ahora estamos haciendo todo lo posible para enmendarnos —declaró la doncella vestida de rosa y con moñitos en la cabeza que había sido llamada en secreto a la oficina del Maou.

Yuuri la miró fijamente antes de darse una palmada en la cara. «¿Por qué? —se preguntó desesperado—, ¿por qué ahora, cuando finalmente me intereso por algo que este cuarteto de metiches me puede chismorrear, han decidido reformarse?»

Suspiró.

—Effe, no puede decirme que no sabe nada al respecto —Yuuri no podía mantener la calma. Cuanto más lo miraba inexpresivamente, más furioso se sentía—. Si el otro día las atrapé a las cuatro con la oreja pegada a la puerta de mi oficina, y eso que solamente estaba conversando con mí señora esposa sobre mi hija y un permiso para permitirle estudiar en el extranjero —la señaló con un dedo acusador—. Eso significa que no se han reformado del todo. ¡Vamos, suéltelo!

Effe rió discretamente y sacudió la cabeza. Entendió que no era el momento de dar excusas y su señor, que la miraba con aquellos ojos gélidos, no iba a aceptarlas.

—Le diré que es lo que sabemos por el momento, Majestad —dijo la doncella, con la graciosa desenvoltura de quien menciona asuntos privados que no le conciernen.

A Yuuri le resplandecieron los ojos con el brillo de la expectación, y esperó.

—Su nombre completo es Jeremiah Crumley. El joven Dietzel y el joven Crumley son amigos de la infancia y según tengo entendido se criaron juntos en un orfanato.

—Siga —ordenó Yuuri, que frunció el entrecejo al recibir la información.

Recordó entonces que el joven Dietzel había mencionado algo de eso durante el masaje en la enfermería el otro día. Pero en aquellos momentos estaba demasiado alucinado disfrutando cada segundo de su cercanía.

—Bueno… pues… —La doncella se llevó el dedo índice a los labios y alzó la mirada al techo para pensar. Cuando tuvo una idea, volvió a ver al rey—. No hay indicios de una relación amorosa entre ellos… —Effe hizo una pausa, y una pícara sonrisa se le dibujó en sus delicadas facciones— por ahora… claro está —añadió.

Durante unos segundos, se miraron a los ojos firmemente.

—Por ahora y nunca —soltó Yuuri de manera cortante y en voz alta sin advertirlo.

De alguna manera, su expresión normalmente inalterable se había esfumado. Hizo un esfuerzo para disimular su irritación y comenzó a repiquetear los dedos sobre el escritorio.

La joven doncella contemplaba la escena con diversión; aparentemente, no pudo resistirse a hacer otro comentario.

—Si me lo permite —Effe pidió permiso para hablar con total honestidad. Yuuri le concedió la palabra—. Creo que el joven Dietzel tiene grandes oportunidades de conseguir un buen esposo o esposa en ésta misma Corte o dentro del Ejército. Es hermoso, fuerte, valiente, educado y refinado. Le lloverán propuestas de matrimonio por doquier. Sólo sería cuestión de tiempo para que aceptara a alguno, tal vez no por amor sino por un estatus aceptable dentro de la sociedad. Una persona que le conceda un apellido honorable a alguien cuya familia es en parte desconocida.

—Sí, es posible que así sea —coincidió Yuuri para disimular, pero estaba carcomiéndose de celos y rabia por dentro.

El imaginarse a Wolfram Dietzel al lado de un hombre que intentaba cortejarlo fue como una patada en el estomago que le dio nauseas. Inspiró profundamente, intentando desplazar aquellos pensamientos tan horrendos y se calmó.

—Sí, ¿verdad? —mencionó Effe de manera casual al Maou que mantenía la mirada ausente y sombría.

—Pero le diré algo, Effe… —mencionó Yuuri antes de finalizar, como si se tratara de un detalle dotado de importancia. Esta vez, centró sus ojos en ella—. Si uno decide casarse, es mejor que sea por amor y no por conveniencia. De otro modo ese matrimonio terminará siendo un fracaso.

 

—00—

 

Wolfram bajó de los hombros de Jeremiah tras finalizar de pintar por completo la parte que les correspondía, sin percatarse de la presencia del Maou que estaba a un par de metros de distancia. Satisfecho, chocó palmas con su compañero e intercambiaron una sonrisa.

Yuuri sintió que algo extraño comenzaba a bullir en su interior. Una rabia incomprensible lo invadió tan repentinamente que lo dejó sin aliento. Pronto se dio cuenta que no tenía derecho de expresar tales sentimientos. No tenía motivo para lamentarse; Wolfram no le pertenecía y, aparte, él era un hombre casado. La distancia moral era abismal. No importaba qué tanto lo deseara a su lado, Wolfram era libre para amar a quien quisiera y ese no era él.

Con aquel triste descubrimiento expelió un suspiro doloroso.

«El primer síntoma para saber si estas enamorado no son más que ese ejercito de celos dispuestos a defender lo que ni siquiera es tuyo» —había recordado escuchar antes esa frase. Hasta ahora la comprendía.

«Pero lo deseo con todo mi corazón. Lo he deseado durante tanto tiempo… —pensó Yuuri con los ojos empañados—. Encontrarte fue mi clave para ser feliz. Perdóname, mi hermoso Wolfram, pero déjame ser egoísta y tratar de ganarme tu corazón»

En esos momentos, por error, un soldado que estaba en la terraza del quinto piso dejó caer un bote de pintura y logró darse cuenta a tiempo para gritar—: ¡Cuidado abajo!— a lo que Jeremiah y Wolfram reaccionaron instantemente.

El bote de pintura parecía caer en cámara lenta en dirección a Yuuri y daba pinta de terminar mal. Pese a la consternación inicial, Wolfram hizo uso de sus reflejos y habilidades para lanzarse hacia el rey y evitar el accidente.

—¡Majestad! —gritó al momento que lo embestía como un jugador de futbol americano a su contrincante, cayendo ambos acostados en el suelo justo a tiempo para evitar el impacto con la pintura, que terminó esparciéndose a unos diez centímetros de distancia.

—¡Auch!

Yuuri no lo vio venir y un instante después, su espalda cayó bruscamente hacia atrás. No era consciente todavía de lo que había sucedido y lo único que había sentido era un cuerpo que se había abalanzado hacia él, terminando por chocar contra el piso. De hecho, seguía sintiendo aquel cuerpo encima. Abrió los ojos lentamente, esperando encontrar al responsable de tal acción para reprenderlo, aunque mucha luz le hacía daño en la visión y tuvo que pestañear un par de veces para aclararla. Después, inclinado sobre él, vio un rostro juvenil enmarcado en una sedosa melena rubia, resplandeciente bajo la luz del sol. Cuando se hizo consciente de a quien tenía sobre sí, se quedó boquiabierto y gratamente sorprendido, y sus deseos de levantarse se esfumaron por completo. Enseguida volvió a recostarse, aprovechando que Wolfram aún no se había percatado.

Cuando logró incorporarse tras el impacto, Wolfram se encontró con que había caído encima del Maou casi de manera indecorosa. Sin querer se había empujado hacia arriba y lo montaba a horcajadas con sus palmas afianzadas a su pecho. Quitó de un tirón sus manos y sorbió en una respiración, conmocionado.

—¿Majestad?, ¿está bien? —preguntó Wolfram casi atropelladamente. No le resultaba fácil mostrarse tan cauto, y a decir verdad, de ser de otra forma ya lo hubiera zarandeado para hacerlo reaccionar.

Los segundos pasaban y Yuuri Shibuya mantenía los ojos cerrados ¿acaso el impacto había sido tan fuerte como para que quedara inconsciente?, se preguntó. O algo peor, ¿y si se había golpeado la cabeza y quedado en un estado de coma? Aquel detalle le preocupó e inclinándose cautelosamente hacia adelante, Wolfram ahuecó su mejilla en la nariz de él y se sintió aliviado al percibir un soplo suave de respiración. Luego, apoyando sus palmas en su pecho, se sintió adicionalmente reconfortado por su latido fuerte. Entonces llegó a la conclusión de que se estaba haciendo el desmayado.

—Majestad, ya puede abrir los ojos —indicó con una sonrisa maliciosa adornando su rostro que se borró instantáneamente al recordar que estaba tan íntimamente acomodado sobre su cuerpo como alguien a horcajadas sobre su amante, con las rodillas a cada lado de sus caderas y las palmas de sus manos contra su estómago.

Wolfram se tensó enseguida y trató de gatear fuera de él, pero las manos ajenas le tomaron de la cintura y lo inmovilizaron allí.

No fue por el apretujón posesivo de sus manos a su cintura, ni por la fragancia varonil que difundía, ni mucho menos por la acompasada respiración que lo arrullaba, sino por su mirada penetrante que Wolfram se quedó quieto. Esos ojos que estaban abiertos y lo observaban con tanta adoración que le quitaron el aliento. —O al menos de eso quiso convencerse para desvalorar los otros aspectos que le llamaban la atención—.

Yuuri Shibuya era lindo, no podía negarlo porque sería como mentirse a sí mismo. Tenía unos ojos asombrosos, que brillaban intensamente como pedazos de diamante roto, de grandes pupilas oscuras como la noche. Llevaba ropa de aldeano, con una chaqueta azul y pantalones del mismo color que le iban muy bien. Estuvo totalmente equivocado y perdido al pensar que era un viejo obeso, feo y cruel.

Cuando él se incorporó lentamente, el corazón de Wolfram corrió a toda velocidad, sintió sus palmas húmedas y pegajosas, y sus labios repentinamente secos. Sus rostros quedaron enfrentados a tan pocos centímetros de distancia que uno podía sentir la respiración del otro fácilmente. Por varios segundos se miraron directamente a los ojos, compenetrándose con la mirada, seduciéndose mutuamente sin darse cuenta.

—Gracias por salvarme —murmuró Yuuri en su oreja, sus labios abrasaron lentamente el níveo cuello. Wolfram intentó no estremecerse, pero no pudo evitarlo, y Yuuri no pudo evitar notarlo sintiéndose engreídamente complacido.

—De-de nada… —balbuceó Wolfram, apartando la cara para que el Maou no notara el sonrojo que le había provocado y que sentía gracias al ardor en sus mejillas.

Para ser una persona propensa a la violencia, Wolfram se quedó estupefacto por no sentir deseo de patear a Yuuri Shibuya. De ser otro ya le habría dado varios puñetazos, tal vez hasta ya lo hubiera mordido por atreverse a tocarlo. Pero no, su cuerpo y su mente se rehusaban a ponerse de acuerdo. Su cuerpo temblaba como gelatina, y su mente se había puesto en blanco, en un descanso sabático, solamente mirándolo.

—¡Majestad!

Preocupado, Gunter llegó corriendo a la escena del incidente. Gisela llegó justo detrás de su padre.

—¿Está bien, Majestad? ¿No se lastimó? —preguntó Gunter en tono acelerado. Luego lanzó una rápida mirada a su querido Maou y otra al mocoso malcriado intercaladamente.

Yuuri respondió con un leve gruñido. Wolfram adoptó una actitud de irrespetuosa indiferencia haciendo que Gunter frunciera el ceño, indignado.

—¡Eso fue peligroso, soldado Dietzel!

Wolfram lanzó un resoplido. Sabía de antemano que Gunter von Christ no iba a perder la oportunidad de reprenderlo públicamente.

—Estamos bien, Gunter —intervino Yuuri antes de que su Consejo Real pudiera decir algo más—. Y de hecho, el soldado Dietzel evitó que me cayera el bote de pintura en la cabeza.

Dudoso, Gunter arqueó que una ceja, pero, para su sorpresa, la pintura blanca esparcida por todo el suelo hablaba por sí sola.

—Si es el caso, bien hecho, soldado —dijo Gunter con recelo. Luego carraspeó incomodo y con las mejillas enrojecidas—. Me parece que es tiempo de que se pongan de pie. De ninguna manera deben ser de la vista pública tales posiciones.

Había subrayado las dos últimas palabras «tales posiciones» con una mueca que significaba que las ponía mentalmente entre comillas, como si admitiera que no era normal oírlas en sus labios. Gisela, que estaba al lado de su padre, sonrió de forma comprensiva.

Cualquiera haría la suposición que Gunter había hecho. Wolfram estaba montado de manera íntima sobre las caderas de Yuuri, sin mencionar que el último tenía una mano firme extendida a través del trasero del otro, que lo mantenía aprisionado precisamente donde lo quería.

Wolfram se sentía nervioso y cohibido por la forma en que habían terminado las cosas. Si unas horas antes le hubieran dicho que terminaría sentado sobre el Maou, no lo habría creído de ninguna manera. Sentía un extraño cosquilleo en el estómago y le temblaban ligeramente las piernas, pero intentaba disimularlo para que nadie lo notase. Él movió hacia un lado la cabeza. Una ceja oscura se levantó y su mirada se trasformó en una divertida, como si estuviera en cierta forma al tanto de su debate interno. Una esquina de su boca se elevó en una sonrisa débil pero seductora. Wolfram hubiera podido decir algo, pero se quedó atónito, con el corazón palpitante. Gateó fuera de él y se puso de pie tras escuchar la advertencia de Gunter von Christ sin dejar de preguntarse porqué le permitía a Yuuri Shibuya tantas libertades ¿Por qué? ¿Dónde estaba su sentido común?

—¡Qué bueno que ambos están bien! —exclamó Gisela, suspirando aliviada con una mano sobre el pecho.

Yuuri sonrió.

—¡¡¿Están todos bien allá abajo?!! —gritó el soldado del quinto piso.

Todos miraron hacia arriba, cubriéndose la vista del sol. Yuuri levantó el brazo y sacudió la mano de un lado a otro animosamente.

—¡Si, no te preocupes Pit! —gritó—. ¡Estamos bien!

—¡Eso estuvo cerca, Majestad! —exclamó otro soldado que caminaba hacia ellos—. ¡Ahora debe cuidarse la espalda y la cabeza! ¿Eh?

Abochornado, Yuuri se rascó detrás de la cabeza, riendo al mismo tiempo.

—Algo así —respondió.

—¡Qué bueno que no le paso nada, Majestad! —comentó un tercer soldado que se les acercó, al que Yuuri saludó amistosamente.

Durante todo ese tiempo, Wolfram había permanecido en un silencio extraño sin escuchar realmente lo que decían. Quedó impresionado de aquella camaradería demostrada por Yuuri Shibuya a quienes estaban por debajo de él, sorprendido por aquella humildad. Endimión jamás sería capaz de hacer algo como eso, se creía el amo y señor de todo el mundo, esperando que todos agacharan la cabeza sumisamente en su presencia.

Ladeó la cabeza.

«¡Que rey tan poco digno! ¡Es un enclenque!» —pensó al tiempo que soltaba un bufido. Se sentía igual que aquella vez, cuando de niño había tenido una fiebre alta y se había despertado alrededor de una semana más tarde: confundido, estúpido y soñoliento.

Pero tenía que despertar del fugaz sueño. Su libertad estaba en juego y era todo lo que debía importarle. La pérdida de la determinación era lo peor que podía pasarle en su situación, pero no permitiría que ni sus más efímeros sentimientos de amor apaciguaran su desenfrenado deseo de ser libre.

Asesinos como él, como aquellos que obtienen dinero por quitarles la vida a los demás, no merecen ser felices, pero, por si al caso, si tan solo, si al menos podía vivir el resto de su vida alejado de ese horrible entorno, no perdería la oportunidad. No sabía que tanto le costaría, pero la necesitaba tanto que le resultaba difícil pensar en otra cosa. Soñaba con la libertad como el ciego sueña con ver la luz del día. Era demasiado para su capacidad de compasión. Se dio cuenta que de fallar tenía muchas cosas por perder. Ya no quería estar envuelto en aquel desgraciado mundo, ser un títere a los servicios del mezquino rey Endimión. Privado de expresar sus verdaderos sentimientos. Ser consciente de que su vida corría peligro en todo momento, mantener la mente centrada en su entorno.

Lo curioso era que para no volver a sentirse de ese modo, para no volver a cometer un acto tan horrible como un asesinato, debía hacerlo por última vez. El detalle que le atormentaba era que asesinar a funcionarios corruptos era una cosa, pero matar a una buena persona y Maou como lo era Yuuri Shibuya era cosa aparte.

«Una última vez, sólo debes hacerlo por última vez»

Wolfram cerró los ojos un instante y al abrirlos reflejaron un destello de maldad. Él sería el encargado de acabar con Yuuri Shibuya. Se ganaría su confianza, puede que incluso su amor... y lo usaría para destruirlo.

Casi sentía pena por él.

Sentía pena porque moriría en sus manos.

—Sedúcelo en cuanto tengas la oportunidad. —La gélida voz de Jeremiah penetró en su mente cuando pasó a su lado, como si hubiera adivinado sus pensamientos.

Wolfram se quedó callado, con la mirada ausente. Había llegado el momento de la siguiente jugada.

—No hemos llegado hasta aquí para cometer estupideces —continuó Jeremiah en voz baja, apretando el hombro de Wolfram al pasar—. Nosotros ya hemos elegido un camino, uno en el que sólo debe mirarse hacia adelante.

Wolfram iba a replicar algo, pero finalmente no dijo nada. Le pareció que estaban pisando suelo resbaladizo y, por otra parte, recordó épocas pasadas en las que se cometieron errores atroces por el simple y estúpido hecho de dejarse guiar por los sentimientos.

«Creo que esto me va a resultar difícil de digerir —pensó—. Pero estoy dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias por conseguir mi libertad»

 

 

Unas mujeres del pueblo eran las encargadas de llevarle comida caliente a los trabajadores que construían el hospital, misma que compartían reunidos sobre unas mantas que colocaban sobre el césped del área verde del lugar.

Aquel mismo día estaban reunidos Yuuri, Gunter, Gisela, Wolfram, Jeremiah y otros soldados más almorzando y conversando animadamente bajo la sombra de un gran árbol.

Una vez les trajeron la comida y después de un breve intercambio de comentarios intrascendentes Wolfram, sentado frente a Yuuri, observaba divertido el rostro gesticulante de ese Noble que lo molestaba a menudo, Gunter von Christ. De esbelto cuerpo, de espíritu vivo que se asomaba a sus ojos saltones de un bonito color violeta que, mientras hablaba de las hazañas y proezas de su amado Maou, recorrían incesantemente a los novatos. Pero no sólo sus ojos, sino el resto de su cuerpo tenía una extraordinaria movilidad: su pequeña boca y sus manos se movían alternativa o simultáneamente, a subrayar una frase o a insinuar lo que no decían las palabras. Añádase a ello que Gunter tenia la manía de resaltar exageradamente los hechos.

—Y así, nuestro querido 27th Maou, Yuuri Shibuya, se convirtió en el más joven de la historia de nuestro país. Amado y respetado por todos. Todos repitan conmigo ¡Larga vida al rey! —repetía el Lord, juntando devotamente las manos y componiendo una mirada de brillante amor.

Jeremiah tosió para disimular una carcajada cuando Lord Gunter von Christ comenzó a entonar un pequeño fragmento del himno al Maou.

«Este tipo tiene una extraña obsesión con Yuuri Shibuya» —pensó Wolfram un poco asqueado. Cambió de postura y posó su mirada en Jeremiah, al que se le notaba a leguas que estaba conteniendo la risa. No lo culpó.

La posición de Wolfram estaba cerca de Jeremiah y otros tres soldados de un rango más alto y con más experiencia, los mismos que el rey había saludado amistosamente. Le llamó la atención el contraste de los tres hombres: a la izquierda el joven al que habían llamado 'Pit', de tez morena y abundante cabello verde oliva; en medio estaba aquel tipo nervioso y un poco tartamudo, con una hermosa calva y mirada aguamarina, Dorcascos; y a la derecha Moss, el más alocado, de cabellera canela y ojos vivaces en color azul. Todos parecían disfrutar de la conversación, asintiendo a menudo con los cumplidos del Noble hacía Yuuri Shibuya, al que miró después.

Y, aunque no lo esperaba, el rey Yuuri lo miró por encima de los demás y fue como si por un momento todos desaparecieran y solamente ellos quedaran. Los dos, con las miradas ardientes y clavadas en el otro, se sonrieron.

—¿Le contamos a los novatos la vez que viajó a la isla de Bandarbia para recuperar su poderosa espada, Morgif, Majestad? —inquirió Gunter, el cual no se había dado cuenta que su amadísimo Maou en ningún momento le había prestado atención.

Yuuri se asustó, y le hizo con la mano un gesto indicando que debía detenerse.

Gisela reía discretamente. ¡Oh, rayos!, su padre había vuelto a exagerar su devoción hacia el Maou públicamente.

—¡Es usted admirable, Majestad Yuuri! —Aprovechando la emoción de aquella cercanía con el Maou, Jeremiah quiso saber más acerca él, y al mismo tiempo decidió que era mejor hacerse cómplice de las ridículas muestras de admiración de parte de los novatos. Todo debía salir a la perfección, incluso su actuación.

No obstante, Yuuri le dirigió a Jeremiah una mirada de puro desprecio.

«Está celoso», se dio cuenta Jeremiah. «Quizá pueda servirme de ello». De manera que puso su mano sobre la de Wolfram un instante.

—Mi onii-chan y yo hemos escuchado mucho de usted —comentó ácidamente y después sonrió con suficiencia— ¿verdad que sí, Wolfy?

El rostro de Wolfram era invaluable, una mescla entre la incredulidad y la rabia debido al atrevimiento de Jeremiah.

Yuuri esbozó una sonrisa afilada, peligrosa y sin rastro de humor.

—Me alaga, soldado Crumley, pero la gente tiende a exagerar —contestó. El tono de irritación fue inapreciable, pero estaba en su voz. Fue cortante, y se limitó a encogerse de hombros y a mirarlos con recelo. No porque no tuviera palabras para responder, en realidad habría podido decir muchas cosas, pero estaba seguro de que si se atrevía a hablar iba a exponer una zarda de improperios hacia Jeremiah cuando en realidad no se las merecía y que solo iba a soltarlas por el simple hecho de pensar que él y Wolfram mantenían una relación amorosa. ¡Qué poca madurez de su parte!

Gunter habló en vez de Yuuri, comenzando a relatar otras más de sus hazañas como la creación de las alianzas de los países humanos y Mazokus, pero Yuuri no se enteraba de lo que decía, su mente estaba únicamente enfocada en quienes tenía en frente.

—Nadie nunca hubiera creído que Mazokus y humanos se volverían a llevar bien… —dijo Dorcascos con una gran sonrisa—. Pero la llegada del rey Yuuri marcó la diferencia.

Esta vez Yuuri se enteró de lo que decían. No se lo esperaba, y su primera reacción fue vacilante.

—Un momento, un momento —atajó, algo difuso—. No es del todo exacto que yo fuese la causa de la paz entre las naciones de la alianza. Algo ya se había organizado y ya había habido negociaciones entre bastidores. Prueba de ello es el fuerte lazo que nos une actualmente. Y pues los gobernantes que hicieron el pacto, lo han hecho muy bien hasta ahora. No es que yo haya sido alguien realmente indispensable.

—Su modestia le honra, rey Yuuri —declaró Pit, mientras tragaba un pedazo de pan y una señora le llenaba el vaso de refresco—. Pero usted es un símbolo, usted es la encarnación de una idea. Su persona es muy importante.

Gunter y Gisela estuvieron de acuerdo con sus palabras.

—Nosotros estamos felices porque Su Majestad ha venido personalmente —dijo la cocinera, una mujer simpática de apariencia humilde, vestida de falda y delantal—. Este hospital ha sido nuestro sueño desde hace años, pero debido a los conflictos de guerra nunca se había podido hacer realidad hasta ahora.

—Cuando usted se convirtió en el nuevo Maou, los sentimientos de la guerra empezaron a disiparse, y ahora por fin podemos respirar un poco de paz —dijo uno de los novatos.

—¡Fue por su Majestad! —exclamó un obrero, alzando su vaso para hacer un brindis—, ¡Su Majestad trajo consigo una nueva era!

—Yo no soy ni un político ni un sabio —replicó Yuuri sin alterar el tono—. Yo solo soy un hombre que ha querido hacer lo que piensa, y nada más.

—Es por eso mismo —añadió Moss enseguida—. Usted, rey Yuuri, es el iniciador de la lucha no violenta en Shin Makoku con aquellos países que creíamos enemigos, utilizando a cambio el dialogo y la negociación. Algo que ninguno de sus antecesores había logrado, al menos no en el pasado, después de aquella triste tragedia.

Wolfram sonrió en su fuero interno. Tanta obstinada ingenuidad demostrada por parte del Maou le parecía conmovedora. El caso le había parecido muy interesante. En un santiamén reconstruyó imaginariamente la vida de aquel renombrado rey, humilde y generoso. Sus monótonas jornadas, una igual a la otra, las monótonas estaciones y los monótonos años. En una abrumada Corte Real, entre rostros sofocados, obtusos y malignos.

«Evidentemente —pensó—, se trata de un buen hombre, de los que ponen la felicidad de otros delante de la suya»

—Puedo amar a este país porque conozco a aquellos que viven aquí —dijo Yuuri, como pensando para sí mismo. Y recordó las palabras de su madre, aquellas palabras que mantenía como un código de honor:

«Yuu-chan, ahora tendrás un castillo y numerables sirvientes a tu servicio que velaran por ti y te ayudaran, pero tienes que prometerme que serás un buen chico, amable y considerado con los que te rodean. Puede que estés por encima de ellos, pero si te conviertes en un rey soberbio, me sentiré triste y apenada»

—Y porque tengo a buenas personas a mi lado, es que puedo mirar hacia adelante sin olvidar mi posición —añadió con una sonrisa—. Porque sé que aún tengo mucho que aprender de la vida es que puedo decidir no convertirme en alguien soberbio.

Wolfram se repetía las palabras del rey, dándolas vueltas en su cabeza. De repente le golpeó la duda de nuevo, y fue cuando se dio cuenta que había pasado todo el día oscilando entre la lujuria y la rabia, entre el deber y la compasión, entre sus deseos de libertad y la culpa, perdiendo el control de su ira, de sus pensamientos, incluso de sus estrategias y de sus planes. Evidentemente, se había vuelto loco. Sentía que la confianza en sí mismo se le había escapado en alguna parte en el camino.

«Nosotros ya hemos elegido un camino, uno en el que sólo debe mirarse hacia adelante» —se repitió mentalmente las palabras de su compañero. Aquello fue un dardo suficientemente certero como para alcanzarle la razón.

—¡Salud! —exclamó Pit para hacer un brindis. Ninguno se quedó sin alzar el vaso—. ¡Por el rey Yuuri, para que tenga larga vida!

—¡Salud! —repitieron todos al unísono.

Jeremiah frunció el ceño, no le gustaba lo que estaba viendo. Yuuri Shibuya era un hombre habilidoso y valiente, que había luchado duramente contra las injusticias, acabando con instalar una fuerte admiración en los corazones de quienes estaban a su alrededor. Un hombre lo suficientemente inteligente como para hacer que todos quisieran protegerlo, capaz de mentir con la convicción y la autoridad para engañar a cualquiera. No iba a ser nada fácil desterrarlo del trono.

—Y hablando de brindis… —La voz de Ross sonó picara—. Majestad, ¿qué tal si nos desviamos en el camino de regreso a la taberna para compartir unos cuantos tragos?, ¿eh? Nada como un momento de relajamiento después de un arduo día de trabajo.

Evidentemente, la mayoría de novatos aprobó la idea. Excepto por Gunter, que no estaba de acuerdo, y una indiferente Gisela.

—Pues… —Yuuri se tocó el mentón y permaneció unos instantes meditando—, no es bueno trasnochar para la salud y menos beber en exceso…

—¡Oh, vamos! ¡Solo una vez! —se lamentó Ross de antemano, haciendo un puchero en señal de descontento.

—Mañana hay que madrugar… —siguió diciendo Yuuri después de una pausa.

—¡Ya sabemos eso! —apoyó Pit los argumentos de Ross para convencer al Maou—. Y ya sabemos que a usted no le gusta beber demasiado, por eso solo serán unas cuantas copas.

—Sí, 'inocentes copitas' —añadió Ross con una actitud casi suplicante, indicando con la mano lo diminutas que serían esas copas en teoría.

Yuuri cruzó los brazos y entrecruzó las piernas, considerando seriamente la propuesta. No tenía nada de malo —pensó— y además se lo merecían.

—Bueno, está bien. —respondió al fin. Los novatos se pusieron muy contentos e hicieron un breve escándalo de exaltación.

—¡Pero, Majestad, eso no es correcto! ¡Son novatos en formación! —Gunter puso cara de armarse de paciencia y se esforzó por argumentar en contra, a lo que Ross y Pit soltaron un abucheo que fue coreado por los demás.

—¡Aguafiestas! —le gritaron a lo lejos. Gunter no le respondió directamente, pero compuso un mohín de enfurruñamiento.

Yuuri formó en sus labios una de esas sonrisas que le iban muy bien.

—Ya, Gunter —Yuuri puso una mano sobre el hombro del su Consejero Real, mismo que masajeó cariñosamente—. Solo será por esta vez, ¿sí? Porque terminamos con los últimos detalles del hospital.

Ante esa peculiar sonrisa y muestra de afecto, Gunter no pudo decir que 'no'. Así que se limitó a encogerse de hombros y a suspirar derrotado.

Una vez decidido, la alegría inicial volvió a sentirse en el ambiente. A Wolfram le costó sonreír débilmente. No le gustaban esos lugares, le recordaba el libertinaje perpetuo que había en la Corte de Blazeberly.

—Y espero que Wolfram se siente a mi lado para hacerme buena compañía —dijo uno de los novatos que era compañero de tropa—. Y al mismo tiempo lo cuidaré de los acosadores pervertidos, no vaya a ser, dado que es toda una belleza.

Wolfram no pareció darse cuenta del piropo, estaba demasiado incomodo con la idea de ir de fiesta a una taberna llena de mujerzuelas que seguramente se aprovecharían para seducir al Maou. El nulo o poco avance que hubiera hecho con él se iría al carajo, después de todo, Yuuri Shibuya era un infiel empedernido. De pronto un piquetazo incomodo se instaló en su corazón. No quería, no quería ver a Yuuri Shibuya con otros u otras.

—De eso se encargará Jeremy ¿no? Ya que son pareja —secundó otro soldado, pensando tan erróneamente como Yuuri de que esos dos mantenían una relación amorosa.

Al comentario le siguieron unos cuantos murmullos de inconformidad y algunos silbidos de protesta, pues todos querían tener una oportunidad con el «Precioso soldadito», como lo habían nombrado.

Entretanto, preso del doloroso efecto de los celos, Yuuri miraba el trozo de pan que tenía en la mano y se preguntaba si podría metérselo en la boca y masticarlo junto con las nauseas que sentía. Wolfram notó su malestar y fue cuando se percató de hacia dónde había ido la conversación, por lo que se encolerizó tanto que estalló.

—¡De ninguna manera! —Fue su contundente respuesta acompañada por un ceño fruncido. Yuuri dirigió hacia él su mirada—. ¡Dejen de hacer conclusiones erróneas, pelotón de chismosos! ¡Jeremy no es mi novio!

Todos se quedaron calladitos… y algo asustados. La furia de Wolfram era gélida, absoluta y bien notoria. Él les aguantó la mirada. Era una cuestión de orgullo.

Por el contario, Yuuri sentía que su corazón podría explotar de felicidad. Le sorprendió aquella muestra de carácter por parte de Wolfram, y se preguntó si era un rasgo de frialdad o una forma de defensa. De todas maneras, la agresividad en dosis diminutas era deliciosa. Evidentemente sonrió, mostrándose inmensamente aliviado.

—¿En serio? —preguntó un novato con innegable satisfacción, muy similar a la de sus demás compañeros—. ¡Eso es mejor todavía!

Wolfram pronto desarrugó el ceño y se sonrojó, se percató de su reacción poco favorecedora si quería hacerse pasar por un joven culto y sosegado. —«Mierda»— No solo se había exaltado, sino también ahora tendría a la bola de inútiles que tenia de compañeros detrás de él como abejas en la miel.

—¡Somos como hermanos! —aclaró Jeremiah, echando el brazo en el hombro de Wolfram para disimular. Aunque Wolfram sentía deseos de patearlo—. Eso es lo que somos. Muy unidos, siempre unidos como… como hermanos.

Aquel comentario resultó, curiosamente, reconfortante.

—Entonces… ¿Te sentarás a mi lado esta noche? —insistió el soldado de la propuesta anterior.

La señal de alarma se activó en Yuuri de nuevo, pero esta vez no perdió la oportunidad.

—El joven Dietzel no se sentará con ninguno de ustedes —ordenó de improvisto con voz autoritaria y segura. Más de un par de ojos lo miraron con sorpresa—. Por su seguridad, él se sentará en mi mesa y estará a mi lado en todo momento.

«Soy adulto, puedo cuidar y ser responsable de mí mismo» Esa hubiese sido la respuesta de Wolfram si tras la atrevida sentencia del Maou no se hubiera sentido demasiado nervioso y confundido. Las palabras se le quedaron en la garganta, y los latidos de su corazón se le aceleraron como si hubiera corrido una maratón.

—Si alguno de ustedes molesta al joven Dietzel, se arrepentirá —añadió Yuuri, inmóvil como si fuese un depredador acechando a su presa más preciada.

 

 

**********

 

 

La rutina cotidiana se impuso con asombrosa facilidad durante las siguientes horas de la tarde para los que trabajaban en la construcción del hospital.

Los últimos detalles de los que debían encargarse eran los acabados de las paredes y el amueblado, de manera que pasaron dos horas colocando dentro del edificio las camillas en cada habitación, los escritorios, las sillas y los sillones de espera.

Yuuri estuvo al lado de los trabajadores en todo momento, ayudándoles, infundiéndoles ánimos, esforzándose en ser comprensivo y lográndolo en casi todas las ocasiones. Una fuerte convicción, una palabra serena y una sonrisa fueron sus mejores armas.

Wolfram logró acostumbrarse al trabajo duro, lo que al principio resultó verdaderamente difícil. Aunque gozaba de buena salud, durante muchos años no había hecho trabajo de este tipo. No obstante, entendía con gran rapidez cómo hacer cosas y se esforzaba por hacerlas el doble de bien para demostrarle a sus compañeros que, a pesar de su condición de doncel, era alguien fuerte y capaz. El joven se había puesto salvajemente sexy con el paso de la tarde, entre el sudor que empapaba su ropa y la pegaba a su cuerpo, el cabello desordenado y las mejillas sonrojadas por el acaloramiento. Comenzó a llamar la atención del resto de trabajadores y no parecía reparar en sus efectos de seducción, que a Yuuri sin embargo le hacían montar en cólera. Pero bastaba con una mirada de advertencia de su parte para que aquellos mirones no siguieran acosándolo.

Yuuri sintió un gran acercamiento hacia Wolfram. Sus sonrisas empezaron a irradiar más confianza, y en un par de ocasiones Yuuri sorprendió a Wolfram mirándole detenidamente, a lo que el soldado agachaba la cabeza o volvía a ver hacia otro lado para disimular.

Yuuri se sentía feliz. Lo amaba. Lo supo desde la primera vez que lo vio. Descubrió que se ponía ansioso si no lo veía durante unos minutos, como si temiese que el joven desapareciera. Le gustaba verlo, oír su voz, y sobre todo sentir su cercanía. Sus miradas se cruzaban y Wolfram no dejaba de devolverle la sonrisa coquetamente. Sin embargo, a veces advertía en él una expresión distinta, como misteriosa y peligrosa. Yuuri sentía deseos de penetrar en la mente de Wolfram y arrancarle fragmentos de su pasado para poder entender lo que a veces encontraba en su mirada: Una gran desesperación. En momentos así, deseaba poder encontrar una excusa para acercársele y envolverlo entre sus brazos, tan sólo para que supiese que él estaba allí para apoyarlo en todo momento.

Yuuri recordó entonces que su padrino Conrad le había aconsejado seguir con sus instintos por primera vez en su vida, luchar por el amor que había nacido en él con tan sólo una mirada, con un mínimo roce, con una sola caricia. Pues así lo haría. ¿Qué persona no desea ser feliz con la persona amada? Así que, ese mismo día, cuando vio que el sol empezaba a ocultarse, lo tomó de la mano y lo arrastró con él a la terraza del quinto piso.

—Majestad… —balbuceó Wolfram luego de haber sido arrastrado de manera sorpresiva hasta el quinto piso. Estaban solos, no había nadie más.

—La puesta del sol se ve maravillosa desde aquí —fue lo que Yuuri se limitó a decir, mirando detenidamente el horizonte—. Ya que eres 'técnicamente' un extranjero, me imagino que nunca habías visto la puesta de sol en Shin Makoku.

Wolfram ya se había recobrado de su azoramiento, y miró en la misma dirección. La ciudad se veía esplendorosa. Grandes edificios con altas torres se veían a lo lejos, también muchas casas de techos rojos y unas cuantas zonas verdes que adornaban aún más el paisaje.

—Sí, es hermoso —susurró y luego aspiró profundamente.

Él le miró por encima de su hombro. Wolfram levantó una mirada culpable, y el Rey sonrió abiertamente.

—No tienes nada que temer —le dijo, pensando en que: «Si tienes algo que decir, deja que tu corazón hable ahora»—. ¿Ves?, todo lo que toca la luz es mi reino, y voy a protegerlo de cualquier peligro aunque me cueste la vida. Todos los que aquí habitan están bajo mi protección, pero especialmente prometo protegerte a ti, Wolfram…

Wolfram se estremeció por sus palabras a pesar de que se esforzó para que su aspecto exterior no variara en absoluto.

No había rastro de mentira, ni de sarcasmo en él. Era simplemente Yuuri Shibuya, el rey enclenque y demasiado amable de Shin Makoku que había conocido. Sus ojos estaban llenos de calma, la luz cristalina que usualmente bailaba dentro de ellos contaba con el mismo resplandor que el sol que se ocultaba en esos momentos.

Había pronunciado su nombre. Su nombre nunca antes le había parecido tan especial, en los labios de él parecía algo malicioso y prohibido… algo anhelante… como quien espera un acercamiento más íntimo. Y Wolfram quiso replicar algo, cualquier cosa. Pero no pudo. Se perdió en la inocencia de su rostro y dejó que el silencio les envolviese.

Permanecieron inmóviles mientras el sol se oponía tras los muros que rodeaban la ciudad capital, envolviendo los lejanos edificios en una capa de tenue oscuridad adornada con la luz de la luna y las estrellas.

 

Continuará. 

 

Notas finales:

Muchas Gracias por leer… (Ojala me perdonen por semejante atraso, como que el tiempo me pasó muy rápido y de la nada transcurrió un mes) O.o 

Todo se irá aclarando conforme a los capitulos. 

Besos!!

Bye bye.

 


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