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La tienda de antigüedades de Die por Kiharu

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Notas del capitulo:

[KazukixManabu]

Resumen: Kazuki recupera el tōrō de la familia y se lo muestra a Manabu.

 

4.- El brillo de los ojos se acrecienta en el amor


Ese tōrō lo había sacado de la tienda de Die porque sabía que había pertenecido a sus abuelos. Cómo había ido a parar a esa tienda de antigüedades, él no lo sabía. Sabía que a Manabu iba a gustarle, porque a Manabu le gustaban las cosas luminosas. Las lámparas, las luciérnagas, las bengalas, los días soleados, las velas, entre otras cosas. Era como si se entretuviera mirando la incandescencia de las cosas. Manabu iba de visita cada dos días, dado que después de secundaria ambos habían entrado a institutos diferentes. No obstante, su relación seguía igual de achispada: Kazuki sabía que Manabu era la vela que guiaba sus pasos.


*


En el anochecer de un sábado, la madre de Kazuki le sugirió a Manabu quedarse en casa, pues estaba pronosticado un mal tiempo en pocos minutos. Había telefoneado a su casa para avisar, intentando ocultar su alegría detrás de susurros preocupados como “parece que va a ponerse a llover. Me mojaré antes de llegar a la estación y atraparé un resfriado”. Su madre estaba de acuerdo, confiaban mucho a Manabu con la familia de Kazuki. Cenaron un poco de arroz con huevos y se fueron al jardín, a ver cómo resplandecía el tōrō adquirido. El papá de Kazuki había estado muy sorprendido cuando lo vio en casa, pues sabía que se había vendido cuando tuvieron una crisis. Le había agradecido a su hijo con una sonrisa muy sincera y este se había sentido orgulloso de sí mismo: el jardín japonés tradicional se veía todavía mejor con la luz resplandeciente de la lámpara.


Manabu era menudo y pequeño, además, era tímido; pero cuando miraba la luz se concentraba tanto que lucía como una persona totalmente diferente. Una vez Kazuki le había preguntado qué le parecía tan fascinante de la luz y él le contestó que con ella podía ver lo que había delante. Kazuki por ese tiempo se imaginó que Manabu era la clase de chico que usaba luces de noche para dormir. Sin embargo, mientras fue conociéndolo, aprendió que su expresión se suavizaba mucho cuando miraba ese tipo de destello y que se relajaba en el proceso. Por las noches ni siquiera usaba luces y era un hombre valiente, incluso más que él.


Kazuki miraba a Manabu fijamente cada que el otro se concentraba. Kazuki pensaba en la belleza de su novio, en su fragilidad y en lo amable que era. Cada que se encontraba acorralado, pensaba en ello y se sentía aliviado.


—El tōrō era de familia. No sé por qué Die la tenía con él.


—Bueno, Die consigue siempre un montón de cosas raras, quién-sabe-cómo, según Shinya.


—Es un buen tipo. Me la dio por un precio bajísimo, porque sabía que era de nosotros. Es más, quiso dármela por las buenas, alegando que como era de mi familia, sólo lo tomara como que él lo tenía guardado. Pero le dije que no, que como era su trabajo, le pagaría por ello.


—Ya veo.


Manabu me miró con una luminosidad serena y se acercó con tranquilidad a mí. Paralizado, como siempre que íbamos a besarnos, empecé a escuchar el tímido sonido de las gotas de lluvia cayendo por las tejas. Sentí la suave brisa de llovizna que relaja el ambiente caluroso. Y al final de todo aquello, sentí sus humedecidos labios, firmes y sin rodeos; su lengua abrazó eufóricamente la mía y ese sonido donde la saliva entrecruza fronteras, quedó borrado por la lluvia que agarraba fuerza a cada momento.


Manabu me miró con ojos destellantes y sugirió ir a dormir. Yo lo seguí, como quien sigue la luz al final del lecho de muerte.


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