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La tienda de antigüedades de Die por Kiharu

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Notas del capitulo:

[ReitaxUruha]

Resumen: Reita consigue opio y se dispone a fumarlo con Uruha en una tarde calurosa.

Akira había conseguido, quién-sabe-de-dónde un poco de opio. Lo que sí sabía era de dónde había conseguido esa pipa antigua y era más que evidente, porque parecía una auténtica reliquia:


—La conseguiste en la tienda de Die, ¿verdad, Akira?


—Sí. Me la vendió por un precio muy razonable. Dice que perteneció a una prostituta de la época edo.


—¿No te molesta fumar con esa boquilla que estuvo en la boca de una mujer que seguramente la usaba para cosas… sucias?


—Tú también la usas para cosas sucias, Shima. —Le saqué la lengua, luego, el continuó—: En todo caso, si te hace sentir mejor, le he cambiado la boquilla. Die me dijo cómo  hacerlo y dónde conseguir una boquilla nueva. Dice que no con todas puede hacerse eso, pero que tenía suerte de que con esa sí.


—¿Vas a fumar ese opio?


—Hostia, sí. Pero no solo voy, vamos.


Me levanté del piso y fui a la cocina por un vaso de agua. Había veces en que Akira me sorprendía con sus excentricidades, pero era una de las cosas que más apreciaba: el hecho de no dejarme aburrir. Una de las mejores decisiones de mi vida, fue, quizá, irme a vivir con él, incluso si ambos apenas podíamos mantenernos de trabajos de media jornada. Había días difíciles y había días gratos, en donde la paga era más que suficiente. Todo depende del trabajo que tome Akira, porque yo llevo ya mucho tiempo en la tienda de comida tradicional y la paga no es mala, pero si sólo fuera yo, seguramente sólo podría pagar el alquiler y la mitad de servicios.


Escuché cómo tosía. Me asomé para verlo fumar y me dio risa el verlo fruncir el entrecejo. Akira nunca había sido bueno fumando. Le había enseñado yo, cuando teníamos quince, pero hay veces que no con simpleza no tiene talento para las cosas. Me hizo una seña, me acerqué y tomé la pipa. Tomé una calada mientras él se levantaba.


Apreciaba mucho a la señora que nos rentaba el pequeño piso; era una casa tradicional que tenía varias habitaciones con una cocineta y con un baño. Lo necesario para vivir, vamos. Había tres en esa casona, uno donde habitaba la señora y su hija y otro donde había dos chicos universitarios. La renta era fácil de dar y la señora a veces nos daba pastel. Además, como todas daban al jardín, podíamos sentarnos y disfrutar del día. Akira se metía cosas con frecuencia, pero como el espacio de la señora estaba lejos del de nosotros y el de los universitarios casi siempre estaba vacío, podíamos vivir a nuestras anchas. Era muy cómodo.


Akira regresó con dos clínex metidos en cada fosa nasal, diciéndome que le pasara la pipa. Cuando le hice una mirada significativa, me explicó que como no podía retener el humo, ocupaba los pañuelos. Lucía como un idiota, claro. Quiero decir, siempre lucía así, pero en esa ocasión aún más. Le pasé la pipa y dio una calada profunda, me miró con pereza y luego lo dejó ir. Entonces me la pasó a mí y yo le hice un truco con el humo, haciendo óvalos en el aire. Akira me reprendía cada que hacía eso, reclamaba que me limitara a fumar como una persona normal. Lo decía, claro, por pura envidia.


Al cabo de unas dos horas de fumar y hablar, ya nos encontrábamos colocados. Había que ser idiota para no notarlo, pero cuando la señora nos fue a dejar un pedazo de gelatina y abrí riéndome, solo me dijo que tuviera precauciones, porque esta noche parecía que iba a caer una tormenta que se veía dura. Le sonreí y se marchó. Entonces me fui por cucharas y nos la comimos sobre el futón. Una vez que acabamos, Akira comenzó a besarme el cuello y tentativamente me tocaba el trasero.


—Oye, Shima, móntame…


Me levanté del futón y busqué los condones y el lubricante. A él podía no molestarle que me corriera dentro, pero a mí sí me importaba. Como Akira parecía que estaba demasiado ido, lo desvestí, masturbé y le puse el condón. Luego me dilaté y lubriqué por mi cuenta. Entonces lo monté y él me sonrió desde abajo, como si me agradeciera de vida el que estuviera a su lado. Muchas veces era así. Cuando estábamos demasiado drogados los dos, no conseguíamos corrernos o en el peor de los casos, ni siquiera podíamos conseguir una erección. Pero el tiempo de relación, la confianza y el conocimiento de la droga en el cuerpo nos hacía comprendernos. Calladamente aceptábamos que no íbamos a tirar y sólo nos besábamos hasta dormir.


Pero esa noche no, Akira tenía esa expresión excitada, la que decía que lo íbamos a lograr. Me gustaba montarlo porque podía controlarlo todo y el placer giraba entorno a mi criterio. El sube y baja era húmedo y sentía como el lubricante chirriaba. Cuando me quedaba quieto Akira me acariciaba y yo me masturbaba un poco. Cuando él me dijo “ya me vine” y luego en serio sintió el orgasmo, me masturbé sobre de él hasta que eyaculé, sintiendo un orgasmo fuerte pero corto. Me derrumbé a su lado y le saqué el condón. Estaba haciendo un calor sofocante y teníamos las puertas que daban al jardín abierto. A juzgar por el ruido, solo estábamos la señora y nosotros.


Agradecía en silencio que ninguno de los dos fuera escandaloso al momento del coito, por lo que podíamos hacerlo cada que nos apeteciera, estando solos o no.


Casi cuando iba a conciliar el sueño, Akira me sujetó la mano y me dijo: —Se va a poner a llover, puedo olerlo.

Notas finales:

¡Muchas gracias por leer esta serie de drabbles!


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