Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Monuments and Melodies por Kaiku_kun

[Reviews - 40]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Vera ha besado a Néstor! Así, por la cara. ¿Qué debería hacer Néstor? ¿Seguir su instinto y buscar más besos, o esperar a lo que ella le ha dicho y encontrar el amor? ¿Y qué pìensa de todo esto Mario? Todo envuelto en un nuevo ambiente que nada tiene que ver con la universidad.

Para todos aquellos que querráis seguir mis otros fics y ver algunas fotitos chulas, aquí os dejo mi página de facebook! Un like es felicidad! Y si se comparte es aún mejor! https://www.facebook.com/kaikufics/

2. Turisas - Miklagard Overture

 

—¿Así que le besaste?

 

—Pues sí. ¿Por qué te cuesta tanto de entender?

 

—Bueno, no se besa a un chico por las buenas, sin motivo…

 

—Pero ya le viste… El pobre está traumatizado por algo. Ni siquiera recordaba su primer beso. Y eso nunca se olvida.

 

—Ah, tu complejo de salvadora… “Tenías que hacer algo”. Menuda prima me he agenciado.

 

—Pero mira lo que ha mejorado. Ya no tiene esas reacciones violentas. Le he dado un motivo para empezar de nuevo.

 

—Además eres una romántica perdida… Menos mal que al final Akira no se presentó a clase ese día. Quizás se nos habría agobiado de nuevo —le dije a Vera, para cambiar de tema.

 

—Pues sí. ¿Por qué no está aquí aún?

 

—Llega unos días más tarde, el cabrón seguía de vacaciones hasta esta mañana.

 

Eso pasó cuando volvieron a casa la misma tarde que Vera le besó. Ella siempre hacía estas cosas. Besaba a gente al azar pensando que eso ayudaba y luego siempre se las cargaba Mario.

 

Por una vez, eso no pasó. Al contrario. Cuando él vio a ese par de tortolitos besándose, pensaba que Néstor se pondría hecho una furia y les  odiaría o algo, pero qué va…

 

Por una vez, Vera tenía razón. Seguía siendo algo difícil tratar con él, dependiendo de cómo se levantaba, pero era más agradable y parecía que se estaba olvidando de su pasado. Y sólo era su tercer día. Necesitaba un empujón así.

 

Por una vez, no Mario dejaba de pensar en ello. Ni de coña se lo iba a decir a alguien, pero aunque al final resultó ser la respuesta correcta, le crispó los nervios que Vera besara al nuevo. Y eso que era lo normal en ella… no lo entendía. ¿Por qué le tendría que importar? Vera estaba soltera, él estaba con Tania y…

 

—Mierda.

 

Mario siempre había tenido facilidad para detectar cuando tenía que cambiar de pareja. Se conocía muy bien. Sus relaciones digamos que no eran de lo más duraderas, pero al menos hacía las cosas bien. Y nunca le había pasado eso. Sabía cuándo empezar una relación y cuándo terminarla. Y en ese momento no se veía capaz de terminar la que tenía.

 

 

 

*  *  *

 

 

 

Desde ese día, Néstor no había sido capaz de despegarse de Vera. Había olvidado lo que era besar y quería más. Quería más de ella. Pero no tenía narices de decirle nada. Por eso prefirió pasar todo el tiempo que pudiera con ella. Y eso implicaba estar también con Mario. Ese par no se separaban excepto por las clases.

 

—Akira ya ha llegado —anunció Mario, mirando su móvil, mientras salían del edificio donde vivían.

 

—¿Quién?

 

—Akira. Bueno, se llama Andrés, pero le gusta que le llamen Akira. Ya verás porqué.

 

Néstor caminó algo impaciente. No era por conocer a alguien más, sino porque como más gente, más difícil sería poder insistirle a Vera… o por lo menos estar con ella.

 

Cuando ya estaban dentro del recinto, la pareja italiana frenó en seco, a unos metros de distancia de un chico y una chica que parecía que se estaban peleando. Mario le puso el brazo al hombro a Néstor para indicarle que se fueran todos a sentar a un lado del camino, donde había bancos y un bonito césped.

 

De la pelea casi no oyeron nada, solo algunos gritos de la chica. Curiosamente, ella era más alta. Néstor pensó que era demasiada mujer para aquél chico, que intuyó que sería Akira. La cosa acabó uno por cada lado, pero la chica casi quería romper el suelo con sus pies, de tan fuerte que pisaba. El supuesto Akira se acercó al pequeño grupo.

 

—Siento que lo hayáis tenido que ver… —Ese fue su saludo. Prácticamente sin emoción.

 

—¿Qué ha pasado? —preguntó Mario, aunque era bastante evidente.

 

—Dice que soy muy frío, que esperaba algo más de mí, que está harta de darme oportunidades, que no la mimo suficiente… Lo de siempre. Y hemos cortado.

 

—Lo siento —dijeron Vera y Mario al unísono.

 

Parecía que el recién llegado no se había percatado de la presencia de Néstor. Así que mientras los tres amigos hablaban, el nuevo tuvo tiempo de echarle un buen vistazo a Akira. Tenía el pelo muy oscuro, casi negro, muy liso, los ojos igual de oscuros y algo hundidos. Visto desde ahí abajo, Néstor no podía comparar bien, pero creía que él era más alto que Akira.

 

—Pero es que no me quieren entender a mí —siguió contando, con palabras de indignación pero sin el tono ni la emoción—. Nadie lo consigue. Ni yo tampoco me entiendo. A mí me gusta estar de mimos como a las chicas con las que he estado, pero no siempre… algunos días me va bien, otros me estresa demasiado. Y siempre me piden más y más y no suelen tener en cuenta qué quiero yo. Y eso me estresa más. Y al final me aburro de siempre lo mismo.

 

—Tú siempre te aburres —indicó Mario.

 

—Me falta encontrar algo o alguien que no me aburra. Pero es casi imposible. Estudio informática y videojuegos porque me gusta y porque se me da bien, pero me sigue aburriendo al fin y al cabo. Todo lo acabo aburriendo. Así que mejor disfrutarlo antes de que se me vaya la ilusión, ¿no? Por alguna razón la gente sigue queriendo tener algo conmigo.

 

—Pero con esta te has estado… ¿cuánto? ¿Dos meses?

 

—Dos y medio.

 

—¡Con tan poco tiempo no debes haber tenido ocasión ni de magrearla un poco! —expresó bien alto Mario, como si fuera el transmisor de emociones de Akira.

 

—Pues sí, no hemos follado. ¿Y qué?

 

—Pues que te aburres antes de llegar al plato principal… Conmigo hiciste lo mismo.

 

—¿Mario y él estuvieron juntos? —le preguntó en un aparte, Néstor, a Vera.

 

—Nada más conocernos —dijo Mario, uniéndose—. Iba todo bien hasta empezó a aburrirse de todo lo que hacíamos.

 

—¿Y este quién coño es? —quiso saber Akira.

 

—¡Hombre! ¡Pero si siente emociones! Ya estabas tardando, pensábamos que no te darías cuenta.

 

—Es nuestro nuevo vecino de enfrente, Néstor —les presentó Vera—. Néstor, él es Andrés, pero todos le llamamos Akira. Aunque supongo que ya te habías dado cuenta de quién es.

 

—Encantado —dijeron ambas partes, sin mucho entusiasmo.

 

Estuvieron un rato hablando en la hierba. Mario encontró más interesante hablar de su pasado con Akira que no la situación actual del pobre chico, aunque al insensible pelinegro no pareció importarle. Más bien le parecía un hecho de la vida cotidiana romper con alguien.

 

—Pues Akira y yo estuvimos juntos… no sé, dos o tres meses. Yo fui todo lo amable que pude y le di lo que él necesitaba y aun así se aburrió. No sé qué le hace falta a este chico para pasarlo bien.

 

—¿Y seguís siendo amigos? —preguntó Néstor. Era un poco raro eso de tener a un ex delante y hablar tal cual de él.

 

—Claro, ¿no ves que este pedazo de tronco no se inmuta por nada? Siempre hemos sido buenos compañeros de juegos y de fiesta. Es un buen amigo porque realmente no le importa nada más que probar de pasarlo bien. —Entonces se dirigió a Akira—. En serio tío, ¿qué tiene que tener un ser humano para que atraiga más de unos meses tu atención? Como poco, no ser humano…

 

—Hablando de fiesta —interrumpió Akira, ignorando la pregunta—. Miklagaard abre mañana. ¿Vamos, no?

 

—¡Miklagaard! ¡Por fin! Casi un mes esperando, llevo. ¿Cómo tienen las pelotas de cerrar en agosto? Yo flipo con ellos.

 

—Porque saben que en agosto no hay nadie aquí, están todos en la playa.

 

—¿Qué es Miklagaard? —preguntó Néstor a Vera, de nuevo. Cualquier excusa bastaba para hablarle. Era mucho mejor que no quedarse callado y que su mente volviera al pasado.

 

—Si te gusta la música, te va a encantar —le contestó, emocionada como Mario—. Es un… es algo difícil de describir. Es a la vez bar de copas, sala de conciertos, cervecería… hasta tiene habitaciones en un piso superior por si alguien se coge una turca de las que no te puedes ni levantar del suelo.

 

—Bueno, de momento no suena como mi lugar predilecto…

 

—Sí, ya sé, prefieres poca gente a la que puedas controlar visualmente. Pero créeme. No has visto nunca nada como ese sitio.

 

—¡Es el mejor de toda la ciudad! —anunció Mario.

 

—Hasta yo tengo muchas ganas de que reabran —añadió Akira. Y esta vez sí que se le notaba tono emocionado.

 

—Él más que ninguno de nosotros, ¡seguro!

 

—¿Por qué?

 

—Sus dos mejores amigos trabajan allí. Pero debes conocerlos, Néstor, en serio, vas a flipar, ¡son la caña!

 

—Vera, espera a que los vea. Que sea una sorpresa —le aconsejó Mario, guiñando un ojo. Akira, que se le veía renovado y emocionado, le rio la gracia. Néstor se sintió algo desplazado en ese momento, pero no le importó. Al fin y al cabo, la sorpresa era para él.

 

—¿Los nombres, por lo menos? —Mario se encogió de hombros y Vera casi salta encima a Néstor—. Se llaman Jari y Pasi Koskinen, son mellizos prácticamente idénticos, de Finlandia, tienen un año más que tú y… bueno sí, como ya es una tónica en nuestro grupo, son bisexuales.

 

—¿No van a la universidad?

 

—Se podría decir que “no suena como su lugar predilecto”. —El guiño hizo sonreír a Néstor, pero él pensó que o se le había ido la pinza con esos misteriosos mellizos, o que los idolatraba—. También creemos que por ser mellizos, tienen una conexión extremadamente agudizada. Aunque es difícil de probar.

 

—Hablando de Miklagaard —comentó Akira, para intentar mantener callada a Vera—. Espero que te guste gran variedad de música. Allí nunca sabes qué te va a aparecer. Prepara tus orejas para algo muy ruidoso. ¡Y épico!

 

—¡Y épico! —gritaron los dos italianos, al unísono. De nuevo, algo se había perdido Néstor.

 

—¿Y de dónde viene el nombre? —dijo el chico, por intentar saber algo más.

 

—Miklagaard es como llamaban los vikingos a Bizancio, de hecho un grupo de ellos, llamado la Guardia Varenga, fue a defenderla de sus enemigos porque resultaban grandes comerciantes. ¿Bizancio sí te suena? —Néstor asintió y Akira puso una sonrisa de pena— ¿Por qué soy el único pringado al que tuvieron que decir que era Istambul para aclararse?

 

—¿No dijiste que suspendiste historia? Pues ahí lo tienes —se burló amistosamente Mario.

 

—Que te den.

 

 

 

*  *  *

 

 

 

Cuando al fin se despidió de sus amigos, Néstor cerró la puerta de su piso, se quitó los zapatos, dejó todos los trastos y cayó rendido a la cama.

 

No estaba acostumbrado a tanta acción. Nunca hubiera dicho que tener amigos con los que estar desgastara tanto el cuerpo. Y que hiciera olvidar tantas cosas.

 

Kilian estaba lejos en su mente. Aparecía, pero era todo distinto al primer día. Sus amigos bloqueaban el miedo, por lo menos una parte. Después de que Vera lo besara, cuando volvió a la realidad, tuvo mucho miedo. Porque había sentido la presencia de Kilian en la sala de actos y temía que se presentara y le hiciera algo a Vera mientras él no podía estar para impedirlo. Pero no ocurrió nada. No estaba. Lo había intuido mal. El amor no le estaba prohibido, como le había ido demostrando su peor pesadilla durante años. Era posible. Y por eso estaba de mejor humor.

 

Con Vera fue dándose cuenta de pequeños detalles, después del beso. Con la poca experiencia que tenía con el amor, no estaba seguro si lo que quería era el cariño y los besos, o a Vera. Pero necesitaba comprobarlo, porque solo necesitaba estar con ella cuando la veía cerca. Cuando estaba solo, no pensaba en nadie. Y era eso lo que sembraba la duda. Porque no necesitaba a nadie.

 

Miklagaard era la novedad. Tenía ganas de saber cómo era, o si le daría algo de cosa estar ahí dentro, metido, con tanta gente y ruido, y amigos nuevos y… A decir verdad, le estresaba un poco la idea. Pero parecía realmente importante para sus nuevos amigos que estuviera allí con ellos. Pero pensó que entre tanta gente… quizás podría probar como iban las cosas con Vera esa noche. Ese era un buen plan.

 

No cenó. Tal cual se tiró en la cama, se quedó frito. Se había prometido escuchar música para preparar un poco sus oídos, nunca había estado en una discoteca o nada por el estilo (aunque sí a conciertos al aire libre, con su familia) y sabía que no iba a estar preparado, pero igualmente el sueño pudo con él.

 

 

 

*  *  *

 

 

 

Ya estaban de camino a Miklagaard. Por el camino, la novia de Mario, Tania, se les había unido. Y por alguna razón, a Néstor ya no le caía demasiado bien. Era demasiado… todo. Alborotadora, chillona, pesada… Y parecida a la vez a Mario. Pero se le hacía una carga. Aunque ¿quién era él para juzgar tan rápidamente? ¿Y por qué le caía mal siquiera?

 

Cuando ya se podía vislumbrar el rótulo con el nombre del edificio, el grupo se encontró una sorpresa.

 

—Mirad, ¡es Aire! —señaló, como una cría, Vera—. ¡Hola Aire! ¿Qué tal va todo?

 

—¿Cómo demonios ha llegado allí arriba? —quiso saber Mario, pero para que le oyera solamente su grupo.

 

Aire estaba sentado, con las piernas colgando, en la repisa de una antigua ventana tapiada del propio Miklagaard. De hecho, estaba casi encima de la entrada. Llevaba la misma sudadera gris de días atrás, que le cubría toda la cabeza y la frente, así que la pregunta de si era albino aún quedaba en el aire… nunca mejor dicho.

 

—Si se cae, se va a matar —comentó casi sin voz, Akira. Néstor fue el único que le oyó, pero no le dio mayor importancia.

 

Cuando ya tenían que casi desnucarse para verle, Vera le preguntó a Aire si entraría, pero se le oyó perfectamente decir que no, pero lo dijo con una voz suave y amable. Néstor no se esperaba eso de una cara tan seria y sin sonrisa. Porque realmente el “no” parecía haberlo dicho sonriendo.

 

—¡Cuando te animes a entrar un día de estos, búscanos! —le invitó Vera. Mientras bajaban las escaleras de la entrada, fuera del campo visual de Aire, ella le dijo a Néstor—: Es majo… o maja. Pero no se hace mucho con la gente. Y nunca ha entrado a Miklagaard, pero siempre que hay un acontecimiento importante como el de hoy, está cerca del edificio. O encima de él.

 

—¿Y vuestros amigos mellizos?

 

—Oh, siempre nos encontramos con ellos dentro —comentó Akira. Vera y Mario intercambiaron una mirada misteriosa.

 

Mientras tanto, estaban recorriendo un pasadizo algo oscuro y lleno de pegatinas que brillaban en la oscuridad. Al fondo se podía ver la sala, o por menos una parte. Se podía ver la barra, un par de columnas y entre ellas unas escaleras que guiaban al piso superior. Y se podía ver gente encarada mirando a la derecha de los chicos. Estaban todos apelotonados. Cuando llegaron al final del pasillo, el portero les puso un sello en la mano a todos, aunque por la manera que hablaron Mario y éste, parecía que se conocieran de toda la vida.

 

—¡Bienvenidos de nuevo a Miklagaard! —anunció una voz joven pero firme—. Ya sabéis como celebramos aquí nuestras aperturas, ¿verdad?

 

—¡Mierda, que nos perdemos lo mejor! ¡Rápido! —exclamó estresado Mario.

 

Todo el grupo corrió hacia la derecha. Había como trescientas personas aglomeradas delante del escenario, todas aclamando a la banda, así que fue difícil meterse entre medio.

 

A Néstor no le gustaba demasiado aquello, pero si iba a ser un concierto aún podría pasarlo bien. Cuando se detuvieron en medio de la aglomeración, Néstor miró al escenario, que estaba suficientemente alto para que se viera a toda la banda desde cualquier punto de la sala. Las luces eran solo focos y no iluminaban mucho, sino que mantenían un ambiente oscuro, como si se prepararan para algo enorme.

 

—¡Sí! ¡”Miklagard Overture”!

 

Justo en el momento que reconoció a los dos guitarristas, la música empezó a sonar y las luces llenaron de rojo el escenario. Una orquestra de fondo dio la bienvenida a toda la sala y a los guitarristas, que empezaron a tocar, a la vez que toda la combinación chocaba como una ola contra las orejas de Néstor. Todos los pelos se le pusieron de punta de golpe. Nunca había escuchado nada igual. Nada tan potente. Nada tan… épico. Y entendió la broma de sus amigos. Entonces vino una parte acústica. Uno de los guitarristas cantó, y el otro solo tocó.

 

—¿Son ellos, verdad? —preguntó Néstor, sin darse cuenta que gritaba más de la cuenta ni de la cara de sorpresa que ponía—. Son los mellizos los que tocan.

 

—¡Te presento a Jari y Pasi Koskinen, los guitarristas más molones que te puedas echar a la cara en esta ciudad!

 

Y la energía de la música volvió a crear una oleada de pelos de punta, a la vez que Néstor se daba cuenta de lo que le gustaba esa música i de que, como detalle extra, esta vez quien cantaba (o algo así) era el otro. Estaban muy sincronizados. Se pasó toda la larga canción (calculó unos ocho minutos) simplemente admirando aquella música que por tantos años le había pasado desaparecida. Cuando aquel torrente de energía hubo acabado, uno de los dos mellizos les volvió a dar la bienvenida y presentó a ambos, el batería, el bajista y a un violinista que acababa de subir al escenario, aunque dijeron que les acompañaría más tarde.

 

—¡Seguimos! ¡”The March of the Varangian Guard”!

 

Y otra vez reapareció la energía. Era inacabable, no sabía qué hacer con tanto impulso, no sabía redirigirlo, simplemente se quedaba quieto, y escuchaba maravillado. De vez en cuando, una voz de coro de fondo irrumpía en la canción y todo el público se ponía a cantar con ellos. Era como una señal. Todos debían cantar. Y cantaban unidos con una sola voz. Nadie se equivocaba. Ni una nota fuera de sitio. Todos eran uno. Néstor se juró que nunca olvidaría aquel momento de unión.

 

Las canciones se fueron sucediendo, una tras otra, un torrente tras otro, hasta que el violinista volvió a subir y una energía muy distinta, más fiestera, empezó a inundar la sala. Tanta energía acumulada era difícil de desviar o de contener. Pero tenía que hacer algo, saltar, correr, gritar, algo. Entonces un brazo firme le agarró por un brazo y le arrastró entre la multitud, hasta llegar a un hueco formado por el público donde parecía que unos pocos se embestían (cuidadosamente) entre ellos, como si jugaran a rugby o algo así.

 

—¡A dentro! —Era Mario, que le estaba señalando el círculo creado. Allí dentro, Akira ya estaba empujando gente rebotando enérgicamente contra los que chocaba. Era una forma brutal de descargar energía, y le tenía algo de miedo, pero no parecía que nadie se hiciera daño. Pero Mario le arrastró.

 

—¡Estáis locos!

 

—¡Es posible!

 

Lo cierto es que la música acompañaba, y entre guitarras, batería, golpes y rebotes, Néstor empezó a sentir el agotamiento. Al final, cuando la canción acabó, Mario y Akira saludaron a todos los que se habían metido dentro del círculo y Mario volvió a arrastrar a Néstor hacia donde Vera y Tania esperaban.

 

—¡Menudo mosh-pit! —gritó, como pudo, Mario. Otra canción había empezado a sonar ya.

 

Néstor notaba los brazos doloridos por los golpes, pero había sido muy efectivo, tenía mucha menos energía, y ya no desbordaba, aunque la música seguía proporcionando esa sensación de piel de gallina.

 

Pasaron canciones, una detrás de otra, todas parecidas, todas hechas para que el público hiciera un poco el loco. Néstor perdió la cuenta de cuantas canciones habían pasado, o cuánto rato llevaban de concierto, pero la energía no se acababa y no tenía intención de desaparecer. Tenía que conocer esas canciones bien. La próxima vez que las tocaran, quería saberse la letra. Quería formar parte de ese “uno” que cantaba.

 

—¡Para cerrar el concierto, vamos a por una divertida! —anunció uno de los mellizos. Era imposible distinguir cuál era de los dos, con esa luz roja y blanca que apenas iluminaba el suelo y las primeras líneas de público—. “Rasputin”.

 

El ritmo de esa canción, que de algo le sonaba de antes, era de nuevo fiestero, pero con una potencia particular que daban ganas de saltar. De hecho, Néstor se había quedado atrás, porque a los pocos segundos todo el público saltaba como podía. Fueron cuatro minutos de frenesí metalero que nunca hubiera pensado que le gustarían.

 

—¡Eso es todo amigos! ¡Hasta la próxima!

 

Las luces se volvieron blancas y el escenario se iluminó un poco más. Mario levantó los brazos y llamó a los mellizos. Les hizo una señal como formando un rectángulo y entonces se acercó a uno de ellos, que le dio un papel, y volvió al lado de Néstor.

 

—Sé que te ha encantado, no lo niegues. Toma. Son todas las canciones que han tocado por este orden. Son todas de la misma banda, Turisas. Su temática suele ser de los vikingos y Miklagaard, así que por eso siempre empiezan tocando canciones de esta banda. ¡Y mira! Nos hemos metido en el mosh-pit en esta.

 

—Emm… Sahti-Waari… ¿Se pronuncia así? —dijo algo perdido, Néstor, leyendo allí donde señalaba su amigo.

 

—Turisas es una banda finlandesa, como los mellizos. Es normal no acabar de pillarle el truco a los nombres.

 

Todo el público se dispersó un poco. Algunos se fueron a la barra, otros se sentaron, algunos se fueron al piso de arriba, otros al lavabo. Entonces Néstor pudo ver el resto de la sala. Las escaleras estaban justo en medio de la sala. Había una pasarela metálica que conectaba con el piso de arriba, que básicamente era un balcón, para poder ver el escenario desde arriba. Justo al otro lado del escenario había sitio para sentarse, un billar y un futbolín. Y muy cerca estaba la barra del bar, que prácticamente ocupaba toda esa pared hasta casi el escenario. Los lavabos estaban entre la barra y el escenario. De hecho, la banda desapareció por esa puerta, instrumentos incluidos. Debían de tener algún almacén por ahí.

 

El grupo se dirigió a las sillas y sofás. Néstor agradeció poder encontrar un lugar blando y cómodo en el que sentarse.

 

—Te ha gustado, ¿a que sí? —preguntó Vera, mientras Mario, Tania y Akira discutían el concierto.

 

—Nunca me hubiera imaginado que me gustara tanto… ¡son muy buenos! Ahora entiendo vuestra emoción.

 

—Miklagaard suele tener ese efecto —comentó, riendo, feliz y relajada.

 

—¿Y ellos ya no salen más?

 

—Por hoy no. Ahora simplemente los dueños pondrán música de fondo para bailar. En eso sí que son imprevisibles. Los mellizos pasarán a vernos cuando se hayan refrescado.

 

—¿Se dedican a esto?

 

—Sí, bueno, sin ellos el local se iría a pique, sinceramente. Por eso es el mejor de la ciudad. Y les vale para sobrevivir, es como su casa.

 

Qué vida tan fácil le parecía a Néstor. Ojalá fuera así para él. Pero estaba seguro que no todo era como en ese momento. Seguro que les había costado lo suyo llegar allí. Como por ejemplo, bajar de Finlandia a España.

 

Estuvieron un rato descansando en los sofás. Mario, Tania y Akira desaparecieron para buscar algo de beber. Néstor iba a decir algo, pero entonces Akira volvió seguido por los mellizos. Realmente el chico tenía un algo especial con ellos, porque no tenía nada que ver el Akira del día que lo conoció con el Akira del Miklagaard.

 

—Son sus mejores amigos, que no te extrañe —le dijo Vera a Néstor, leyéndole el pensamiento.

 

—… ¿Otra vez? Tus rollos no te duran nada.

 

—Tampoco es que puedas decir mucho tú, Pasi.

 

Hasta que no les vio de cerca, Néstor no se dio cuenta de lo altos que eran los mellizos. Tenían el pelo negro, más largo que el de Vera incluso, liso, en ese caso atado con una goma, pero en el concierto lo llevaban suelto. No alcanzaba a ver bien, pero juraría que tenían un poco de perilla, o algunos pelos juntitos, y que tenían ojos claros. En la penumbra era difícil de decir.

 

—Vaya, nuevo miembro a nuestra tropa, ¿eh? —preguntó el otro mellizo, Jari. Iba a tener que distinguirlos porque Jari llevaba una camiseta sin mangas negra y Pasi una con mangas y blanca.

 

—Sí, se llama Néstor, se ha mudado esta semana a nuestro bloque de apartamentos. Y esperamos otro compañero para su habitación.

 

Los tres se saludaron. Ambos mellizos le dieron la mano a Néstor con una sonrisa encantadora que le dejó algo incómodo. La verdad era que, mirados de más de cerca, vaya figuras que tenían.

 

Los mellizos y Akira se sentaron todos en el sofá (que era más o menos semicircular) y estuvieron un rato hablando. Quien diría que después de poderlos ver en una pose amenazadora y firme en el escenario, los mellizos fueran personas tan amables y tranquilas. Néstor no se abstuvo de preguntar cosas sobre la banda de la que tocaron canciones y del local mismo. Descubrió que Turisas es una de las bandas favoritas de los mellizos, pero que luego sus gustos musicales iban de un lado al otro del rock y el heavy metal. También descubrió donde estaban las misteriosas habitaciones (donde vivían los mellizos). Estaban detrás de los balcones, justo encima de donde estaban sentados.

 

Entonces los mellizos levantaron simultáneamente la cabeza.

 

—Al tanto —le susurró Vera a Néstor—. Vas a presenciar lo que te hemos dicho de esa conexión especial.

 

Los mellizos se miraron e hicieron como que buscaban a alguien. Entonces, desde la barra, alguien saludó a los mellizos, como diciendo que vinieran. Ellos se levantaron y fueron. Y de camino, Tania se les cruzó para saludarles y darles las gracias por el concierto. Saludó a los chicos del sofá, y se fue de la sala. Resultó algo raro.

 

—¿Has visto? —comentó Akira—. Jari ha detectado que alguien lo llamaba y Pasi ha sido el primero de levantar la cabeza aun cuando él no lo había oído. En serio, son sobrenaturales. ¡Este par…!

 

En el proceso, se dieron cuenta que faltaba Mario. Akira se fue a buscarle. Néstor no encontraría mejor oportunidad para hablar con Vera, pero no sabía que decirle.

 

—¿Cómo te encuentras? —Vera se le había avanzado—. Hoy se te ve algo más apagado.

 

—Bueno… —No sabía cómo reunir el valor para pedirle tal cosa, pero sino nunca sabría si ella era lo que necesitaba o no—. Necesito más de ti.

 

 

 

*  *  *

 

 

 

Un rato antes

 

 

 

—Vamos a por bebida, ¿no? ¡Que nos enfriamos! —propuso Mario a Tania y Akira.

 

Dejaron allí a los tortolitos hablando solos. Mario pensó que les convendría. Quizás por fin su prima estaría con alguien, que siempre se la veía sola. Aunque ella dijera que ya le iba bien, le daba un poco de pena. Y aunque fuera a su costa, podrían ser felices. Estuvo unos minutos pensando cómo serían Néstor y Vera juntos, pero acabó desechando la idea. Se estaba poniendo demasiado sensible y no le gustaba.

 

—Voy a buscar a nuestros guitarristas —dijo Akira, con un toque de fanatismo, cuando ya tenían las bebidas. Él se llevó la suya.

 

A los pocos segundos de irse, Tania puso una cara más bien triste, que Mario detectó en seguida, y le habló:

 

—Mario, tengo que contarte una cosa.

 

—¿Si? —Hizo como que no lo había notado, pero no iba por buen camino si empezaba así. Se lo estaba oliendo.

 

—No podemos seguir juntos.

 

Entonces se giró de cara a ella. Procuraba no cambiar de cara para que ella se explicara mejor y por lo menos lo supiera todo.

 

—¿Por qué?

 

—Me ha encantado este tiempo que hemos pasado juntos, pero siento que he perdido el rumbo en nuestra relación y…

 

—Bueno, me alegro de no haber sido el único en darse cuenta —replicó, sin pensar, volviendo a encararse a la barra del bar. Estaba dolido, pero por lo menos no era algo nuevo. Sabía que tarde o temprano iba a suceder.

 

—Lo cierto es que he hecho las cosas mal. —Hizo una pausa en la que Mario miró de reojo, algo sorprendido—. Me gusta otro chico desde hace un tiempo, y realmente conectamos desde el primer momento y…

 

—Te lo has tirado. —Puestos a romper una relación, ¿por qué no hacerlo de la peor manera posible?—. Y conmigo apenas te has atrevido a nada.

 

—Lo siento, pero no podía… Él es distinto…

 

—¿Distinto de quién?¿De mí? —replicó, fuera de sus cabales, de cara a su ya exnovia—. ¡Apenas me has dado la oportunidad de demostrarte nada! ¡Fuiste tú la que dijiste que querías esperar! Nunca has estado segura de esto, ¿verdad?

 

Ella se quedó callada unos segundos, aguantando la reprimenda.

 

—Lo siento… Pero te conozco, tu habrías…

 

—¡Oh, no! ¡Eso sí que no! ¡Tú NO me conoces! Ibas a decir que yo también me hubiera tirado a quien fuera si me hubiera gustado más que tú, ¿verdad? Pues te equivocas de cabo a rabo. —No iba a darle el gusto a Tania de saber que a él también le gustaba a otro, pero por lo menos la razón la tenía. Se giró otra vez, con los ojos puestos en las botellas de los estantes, para no tener que ver esa cara llena de mentiras—. Yo soy inofensivo. Yo solo juego porque me parece divertido. Pero jamás me atrevería a hacer semejante cerdada a alguien que me importa mínimamente. Largo de mi vista. Tú y yo no tenemos nada más de qué hablar.

 

Ella dudó un instante, decirle algo o no, pero se fue dando un melenazo al aire. Al cabo de unos pocos segundos, vio pasar a los mellizos, que iban de nuevo a la zona de los almacenes. Él simplemente se quedó allí, mirando su vaso de ginebra, hasta que se cansó de verlo lleno y lo vació de un trago. Ardía como los demonios, pero así su garganta iría a la par con el resto de su cuerpo.

 

—¿Dónde estabas? Te hemos estado buscando. —Era Akira. Cuando vio que su amigo no respondía, encajó todas las piezas—. Ya hemos visto a Tania irse. Vamos, tienes que distraerte un poco, volvamos con Néstor y… o mejor no.

 

Mario se giró un poco. Néstor y Vera se estaban casi morreando. Por lo menos eso era algo que él ya esperaba y no le dolió tanto. Se puso de lado, para ver bien a Akira, y pensó que su amigo tenía razón. Tenía que hacer algo. Tenía que distraerse.

 

—Oye, si puedo hacer algo para ayudarte… Somos amigos, ¿recuerdas?

 

—¿Sabes por dónde para Pasi?

 

—Bueno, se ha ido hace un rato con su hermano, pero… Ah, no ahí está. Pero no veo a Jari.

 

—Debe ser porque Jari está con su ligue —pensó en voz alta Mario—. Quizás Pasi también debería estar con un ligue.

 

—¿Quieres decir que es buena idea? La ginebra se te ha subido a la cabeza —le aconsejó, mientras Mario se levantaba, dispuesto a seguir a Pasi.

 

—Quita, era solo un vaso.

 

Y allí que se fue, hacia las escaleras, que era hacia donde Pasi se dirigía.

 

—¿Y ahora yo qué? —le replicó Akira, mientras veía como Mario desaparecía entre la gente—. Genial. Todos están ocupados y bien acompañados menos yo.

 

—¿Y me lo cuentas a mí? —dijo el barman.

 

—Sabes qué, voy a hacerte compañía un rato.

 

 

 

*  *  *

 

 

 

Vera se separó de los labios de Néstor, definitivamente. El chico estaba algo embriagado por el placer de besar a alguien pero no debía olvidar por qué se habían besado.

 

—¿Lo has notado? —se avanzó Vera.

 

—No lo sé… ¿qué debería notar? Tenía las ideas muy claras cuando lo pensaba, pero ahora…

 

—No pasa nada —le tranquilizó, con una sonrisa. “Bueno, es comprensiva, por lo menos…”—. Sentías el beso, pero no a mí.

 

—¿Qué quieres decir?

 

—Le faltaba pasión. Te encantan mis besos, pero son solo besos. Y no eres solo tú, yo tampoco tenía muy claro esto, pero he pensado que para pasarlo un rato bien no estaría mal.

 

En otras circunstancias, esa revelación le habría sentado mal a Néstor. Pero estaba de acuerdo con ella. Y era un experimento, al fin y al cabo.

 

—¿Qué debería sentir?

 

—No lo sé, es distinto para cada uno, supongo. Cuando un beso mío es para la persona por la que siento algo, el corazón me calienta por unos segundos el pecho. Es una emoción muy difícil de describir. Lo notas enseguida, además. ¿A que no has sentido nada especial?

 

—Pues… no. —Esa conversación ya la habían tenido, aunque esta vez estaba algo decepcionado, quería saber qué era esa emoción de la que hablaba Vera—. Supongo que no me gustas.

 

—¡Pero no te me deprimas! Esto es bueno. Imagina si no nos correspondiéramos… Sería mucho peor, ¿a que sí? —Eso le hizo sonreír. Era una chica muy enérgica y sin duda una buena amiga, aunque a otros no les pareciera igual, porque seguro que alguien había visto lo que acababa de pasar—. Además, no es por nada, pero yo diría que no estás tan lejos de encontrar ese beso que buscas.

 

—¿Tú crees?

 

—Pero no te voy a decir más, sino pierde la gracia…

 

 

 

*  *  *

 

 

 

No quería tener que pensar en nada. No quería tener en mente a esa traidora de Tania. No quería ver pasear por su mente a ese chico de pelo desorganizado y de ojos azules, ni tampoco esos labios suaves y apetecibles (que habían besado a su prima, pero eso no le importaba). Quería a Pasi tumbado en la cama y estar concentrado solamente en él.

 

El chico no había dudado mucho en aceptar su propuesta. Mario pensaba que tendría a alguien, pero no era así. Era un tanto extraño ver a Jari con pareja y su hermano sin. Pese a eso, el mellizo solitario empezó a recalcar cosas en las que Mario no había contado al proponérselo:

 

—Sabes que tú y yo no somos del todo compatibles —empezó, cuando ya estaban en el piso de arriba.

 

—¿Y qué? —Sabía qué iba a decir, pero estaba convencido que un rato de desenfreno con Pasi le iba a ayudar.

 

—Bueno, me encanta como nos tratamos mutuamente, pero sabes que al final acaba habiendo pelea por la preferencia de paso.

 

—¿Por qué eres tan meticuloso y rebuscado con las palabras? Dilo llanamente. Hay peleas por ver quién penetra a quién.

 

—Se supone que soy artista, practico a todas horas.

 

—¿El sexo?

 

Pasi le rio la broma. Eso relajó algo a Mario, que estaba bastante tenso, y le dejó pensar con más claridad. Seguía queriendo hacerlo, pero su amigo con derecho a roce tenía razón.

 

En una esquina del balcón interno, encima de la zona de sofás, se abría un pasillo corto con varias habitaciones. Pasi abrió una de las primeras e invitó a Mario a pasar. Ya se conocía esa habitación. Era bastante pequeña y con una sola ventana, y además estaba conectada a la de al lado, la de Jari. Pasi fue a cerrar la puerta que conectaba las habitaciones, que estaba medio abierta y con trastos y ropa obstaculizando.

 

—Antes de que digas nada, no, no hemos cambiado de hábitos, volvemos de vacaciones, lo dejamos todo tirado y bajamos a tocar.

 

Mario se escabulló hasta esconderse detrás de Pasi y lo atacó al cuello justo cuando la puerta se cerró y su víctima se irguió de nuevo. Menos mal que medían más o menos lo mismo, así llegaba bien. El chico se revolvió del mordisco, se dio la vuelta y empezó a atacar a besos a Mario, empujándolo con cada uno hasta llegar a la cama.

 

Iba a ser una pelea de besos y ataques por sorpresa.

 

Ambos se quitaron la camiseta como si quemara y la tiraron por ahí. Mario tomó la iniciativa y fue directo a los pezones de su víctima. Empezó con pellizcos suaves, pero para cuando Pasi se pudo dar cuenta, Mario se había sentado encima de su abdomen i los pellizcos ya habían subido de categoría.

 

—Ríndete —le aconsejó Mario, al ver la cara enrojecida de Pasi y al empezar a notar un bultito cerca de su espalda.

 

—Nunca. Estás en mala posición, es imposible no aprovecharme —se rebeló Pasi, con una sonrisa desafiante.

 

Entonces su duro abdomen se ablandó por un segundo y con el impulso de volverlo endurecer, vino todo el cuerpo de Pasi detrás. Pasi besó con voracidad los labios de Mario, le mordió el labio de abajo y se lo llevó succionándolo. Había sido muy productivo haber descubierto ese punto débil en el chico. Mario se quedó sorprendido un segundo, segundo que aprovechó el atacante para bajar las manos al trasero de Mario, ir a por su cuello (en venganza) y poco a poco empujarle para quedar Pasi encima.

 

Mario pensó que estaba perdiendo. Ese crío iba a conseguirlo, por una vez. Pasi se había quedado en el sitio adecuado para que se notaran el miembro del uno y del otro casi en contacto directo, solo separados por los pantalones. Pasi jugaba sucio. A base de tanto esforzarse y perder había descubierto muchos puntos débiles en Mario y sabía que el contacto físico le encantaba, notar sus cuerpos entrechocar, quedarse pegados, casi sin espacio.

 

—Sabes demasiado —se quejó Mario. Pasi sonrió descaradamente y aprovechó para quitarse los pantalones y los calzoncillos y ayudar a Mario con los suyos. Estaba a punto de rendirse, pero la verdad es que se lo estaba pasando bien, que era el propósito de todo. Aun así, probó de quedarse sentado y seguir con el pulso, mientras Pasi estuviera distraído—. No me voy a rendir.

 

Mario volvió a poner sus manos en el pecho del guitarrista, le besó apasionadamente, todo iba por el buen camino, pero dado un momento, Pasi dejó de responder. Se quedó quieto.

 

—¿Qué pasa? ¿Te has cansado de jugar? —preguntó, sinceramente, Mario. En el fondo, si los dos no lo pasaban bien, no le valía de nada.

 

Pasi no le contestó, pero vio que su cara cambió. Entonces se oyó la voz de Jari y la de su novio, supuso, porque no le conocía. Estaban entrando a la habitación de al lado.

 

—Te voy a dejar encima. Pero tienes que distraerme bien ¿vale? —le concedió Pasi, suavizando un poco la cara, mientras se quitaba lo que le quedaba de ropa y se tumbaba boca arriba.

 

Mario se reservaba las preguntas para después. Sabía que si se dejaba, algo no iba bien. Pero por eso estaba allí, porque las cosas no iban bien.

 

 

 

*  *  *

 

 

 

—¿Y Mario? —preguntó Vera a Akira, cuando éste se acercó.

 

—Aprendiendo a tocar la guitarra —comentó, con desdén pronunciado—. ¿Nos vamos? Este tío no se va a mover de aquí en toda la noche.

 

—¿Entonces Tania y Mario…? —preguntó inocentemente Néstor.

 

—Sí. Se ha ido con otro.

 

No tuvieron inconveniente en irse. Néstor había venido para cosas que ya habían sucedido, y estaba algo cansado, así que no le importaba irse sin Mario. Aunque le preocupó como estaría después de lo de Tania.

 

Cuando salieron de Miklagaard, Akira volvió el rostro hacia la pared del edificio. Vera no lo vio. Néstor sí, pero no sabía por qué miraba una pared vacía.

 

Por suerte, la calle que llevaba a su casa era la misma que la de la entrada a Miklagaard. De hecho, Néstor creyó poder ver el final de esa calle y el edificio donde vivía, y eso que estaba algo lejos.

 

Sacó la lista de canciones del concierto del enorme bolsillo de su chaqueta. Habían tocado bastantes canciones y ninguna le sonaba. No podía creer que Turisas, como se llamaba la banda, le hubiera pasado desapercibida todo este tiempo. Empezó a leer por orden las primeras canciones: “Miklagard Overture”; “The March of the Varangian Guard”; “To Holmgard and Beyond”; “We Ride Together”… y la lista seguía hasta la undécima canción. Pues sí que habían tocado canciones.

 

—Ya verás, te vas a enganchar a ese grupo —comentó Akira, sonriendo, cuando le vio con la hoja—. Todos hemos pasado por lo mismo. Y con cada nueva apertura, nos reenganchamos.

 

Miklagaard ya era “su tipo de sitio”, pensó Néstor.

 

 

 

*  *  *

 

 

 

Mario se acabó de quitar toda la ropa y se estiró encima de Pasi.

 

Le estaba dejando hacer por su hermano. Siempre que su hermano estaba con alguien, Pasi cambiaba sutilmente su actitud. Pero esa vez lo había pedido expresamente, no era nada sutil, así que tuvo curiosidad. Pensó que si le distraía bien como él le había pedido, le diría que pasaba. Pasi siempre funcionaba a base de intercambios.

 

Primero le devolvió esos besos y mordiscos que le había robado antes, pero sus manos ya se estaban avanzando a lo que vendría: habían pasado totalmente de su pecho, una le estaba acariciando suavemente el miembro y la otra estaba debajo de su trasero, como si se acomodara ahí.

 

—Mmm… —Fue un suspiro suave, seguido de una respiración de placer.

 

Mario miró como Pasi cerraba los ojos suavemente y se le quedaba la boca entreabierta por su respiración. Su melena dispersa por la cama y su cara de placer le dieron ganas a Mario de devorarle enterito, y era eso a lo que iba. Se hizo espacio entre las piernas de Pasi y le dio un largo lametón, de abajo a arriba a su miembro erecto. Una respiración súbita de Pasi le dio a entender que era eso o que le pedía su cuerpo. El chico siempre procuraba ser silencioso, pero a veces no lo podía evitar, Mario ya se lo conocía. Solo para tentarle, Mario jugueteó con su lengua en el glande, para que Pasi tuviera que pedirlo. El chico, que estaba ya ansioso para que siguiera, no tuvo otro remedio:

 

—Hazlo ya.

 

—¿Hacer qué? —preguntó inocentemente, mientras su lengua daba vueltas por la punta.

 

—Perkele —maldijo el finlandés, en su idioma.

 

—¿Quieres decir esto? —Y metió su boca lo justo para que cubriera el glande y lo succionó levemente.

 

—Ah… —gimió, después de cortársele la respiración por un segundo—. Sigue… No pares.

 

Mario decidió que ya había jugado suficiente con el pobre chico. Hundió todo lo que pudo el miembro de su víctima en su boca una vez y volvió a sacarlo, muy despacio, acompasando con la respiración de Pasi. Volvió a bajar, pero esta vez no tanto, y lo compensó haciendo un poco de presión para que la piel del miembro se moviera un poco con su boca. Ese detalle tan particular era el que le había hecho famoso entre los chicos, porque lo sabía hacer muy bien.

 

—Aah… Ya no recordaba esto… —gimió, casi susurrando, Pasi.

 

Mario sonrió para sus adentros, pero no se distrajo. Le encantaba esto, de los chicos, eran tan fáciles de complacer que era una tentación muy grande y era difícil evitarla. Su boca fue acelerando y abandonando la presión, hasta que notó que Pasi empezaba a temblar. Esa era la señal. Bajó el ritmo, para que no se corriera tan temprano, y un dedo penetró en su trasero sin aviso, para empezar a hacer hueco.

 

—¡Ah! Cabrón, no has avisado…

 

“Claro que no”, pensó Mario, mientras succionaba de nuevo el glande del chico, suavemente para que pudiera aguantar un rato más. Para los dedos, la gracia era no hacerlo, así veía la cara que ponía Pasi al notarlo. Le encantaban sus reacciones, con ese mal vocabulario que tenía. Así que cuando ya tuvo espacio suficiente, metió el segundo dedo. La lástima fue que Pasi ya se había preparado. Mario miró al finlandés mientras se pasaba a los lametones. Se había cubierto la cara con el brazo y se esforzaba para respirar profundamente. Entonces no podría ver que el tercer dedo se sumaba a la fiesta. La respiración forzada se entrecortó y el brazo cayó a un lado.

 

—¿Estás listo? —le preguntó Mario. Para él, en ese momento no había sorpresas que valieran. Había que ser cuidadoso y amable. Y con Pasi eso siempre ayudaba, con lo que le costaba quedarse quieto para dejarse penetrar.

 

—Adelante —dijo con una sonrisa leve. Pronto se tornó un poco en una mueca de dolor, pero se relajó cuando notó que el miembro de Mario ya no entraba más.

 

Cuando vio que ya se hubo adaptado, Mario empezó a moverse con precaución. Pero tenía que tenerse en cuenta a sí mismo, siempre se le olvidaba de que la presión ahí dentro ayudaba mucho a correrse más rápido. En eso, Pasi le leyó la mente:

 

—Acelera… —dijo, entre respiraciones rápidas. Mario le hizo caso enseguida y casi al momento tocó su punto mágico—. Mmh… Aah… Cabrón, como te lo sabes… Aah…

 

Mario no se podía contener más, Pasi estaba en el clímax ya, y él estaba llegando. Tuvo que mantener la compostura y controlar sus espasmos mientras se corría dentro del chico para seguir embistiendo y seguir oyendo como el finlandés gemía como a él le gustaba. Cuando pudo controlar su cuerpo de nuevo, bajó un poco el ritmo y ayudó a Pasi a correrse también. Le resultó gracioso que la primera gota le saltara al pecho, justo donde Pasi no había podido atacar.

 

—Aaah… —Ese largo suspiro indicaba el fin. Pasi sonrió—. Me has distraído muy bien.

 

—Sabes que siempre lo consigo —replicó Mario, mientras se desenganchaba de Pasi y le daba un beso corto en los labios. Luego se puso a su lado, estirado.

 

No se oía nada a la habitación de al lado. La propia acción de los dos había cubierto cualquier sonido ajeno, a parte de la música de fondo de Miklagaard.

 

Se quedaron un rato en silencio. Pasi tenía tendencia a enñoñarse después del sexo, pero luego se despertaba para ir al baño, sí que dejó que descansara y su cuerpo se normalizara para preguntar.

 

Al cabo de media hora, Pasi, que al final se había acomodado sobre el brazo de Mario, se levantó y se estuvo un rato encerrado ahí. Mientras tanto, Mario tuvo tiempo de pensar. Se había olvidado del resto del grupo. Probablemente estuvieran en casa ya.

 

—Qué se le va a hacer… Pasaré la noche aquí y me iré pronto.

 

Entonces Pasi salió y se tumbó de nuevo al lado de Mario, pero de frente. Parecía que quería hablar.

 

—Mi hermano es un idiota —empezó, con media sonrisa—. Está con ese tío, empanado como si no se enterara de lo que pasa a su alrededor.

 

—Bueno, debe de estar enamorado…

 

—Puede, pero no es la persona correcta. El molopää de su novio es un jodido tirano… —En vista que Mario no pilló el insulto, pese a su risita, se lo tradujo—: Es “cabezapolla” en finlandés. Pues el tío le obliga a hacer lo que él quiera sabiendo que Jari es buena persona y se lo va a conceder, pero a mí… Me hierve la sangre solo de pensar como le esclaviza.

 

—¿Y Jari quiere que le esclavicen? —preguntó, inocentemente, Mario.

 

—¡Pues claro que no! —exclamó, recuperando su mal humor, finalmente. Luego se dio cuenta de que hablaban de temas distintos—. Y no hablo de sexo. Te digo que le obliga a hacer todo lo que a esa paska se le antoje, lavar, comprarle cosas... Lo que sea.

 

—Quería decir “mierda”, ¿no? —le preguntó, por si acaso. Pasi asintió—. ¿Por eso querías que te distrajera?

 

—No exactamente… Si yo me enfado, luego se me pasa, pero lo que pasa es que Jari lo nota enseguida.

 

—¡Por fin vuestros poderes misteriosos se manifiestan! —dijo, intentando animarle, pero funcionó a medias… por lo menos tendría que hablar de ese tema y no del novio de Jari.

 

—No es exactamente eso, capullo, es una conexión que tenemos desde que nacimos. Podemos detectar cuando al otro algo no le va bien. Por eso yo sé que le esclaviza, porque no le gusta, y por eso él podría saber que he estado de mal humor por culpa de su novio.

 

—Bueno, es comprensible, pero él estaba a lo suyo, ¿no?

 

—No sería la primera vez que Jari lo deja todo para intentar animarme y tampoco quería estropearle la noche… Es demasiado bueno, él lo haría. Por eso lo he prevenido. En el fondo deseo que sea feliz, y si esta noche lo es, pues me alegro. Pero mañana ese pedazo de paska de su novio se las verá conmigo si le pillo obligando a Jari a hacer lo que sea.

 

—Siempre me ha fascinado vuestra relación —dijo Mario, sinceramente, con una sonrisa serena pero emocionada.

 

Se quedaron unos segundos en silencio, mirando al techo.

 

—Supongo que no ha sido buena noche para ninguno de los dos, pese a todo.

 

—¿Y eso?

 

—Mi novia me ha puesto los cuernos, la he dejado, y mi prima se ha enrollado con el nuevo.

 

—No pierdes el tiempo buscando a alguien para ti, ¿eh?... Es tímido, pero parece majo, me ha caído bien. Néstor… es la primera vez que oigo ese nombre —comentó, medio abstraído ya, Pasi. Se estaba relajando.

 

A Mario se le repitió la imagen de Néstor chocando y rebotando en el mosh-pit. Era la primera vez que le veía reír y sonreír de esa forma y había sido como un tornado en su interior. Sabía que le gustaría. Néstor sabía pasarlo bien, si se lo proponía.

 

Le pareció un poco raro estar pensando en ese chico justo cuando se acababa de acostar con Pasi, pero al parecer el guitarrista hasta parecía emocionado con la idea de que a Mario le gustara. ¿Y si sí que podía ser? Ese chico bajito de pelo revoltoso le estaba haciendo demasiada mella. No era normal. “Maldito crío…”, pensó, mientras cerraba la luz, a punto de quedarse dormido.

Notas finales:

Se agradecen comentarios y reviews constructivos!

 

Dejo el link de la canción escogida para este capítulo: Turisas - Miklagard Overture


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).