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Letters por Jesica Black

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Capitulo 13
Lysander

 

 

                Cuando llegaron al hospital, Milo no podía más con su alma y llamó a su padre por teléfono para avisarle de los últimos acontecimientos. Le pidió entonces que no viniera manejando alterado como estaba el progenitor al recibir la noticia y que él le comunicaría cualquier cosa que pasara, pero Aeneas no estaba bien y terminó colgando el teléfono para poder llorar en la soledad de su cuarto, pues Krest intentaba dormir a Zaphiri en la habitación de junto.
Por mientras, Camus consolaba a su novio y esperaban al médico de guardia que atendía al hermano mayor, estaban en sala de operaciones viendo si podían extraerle el proyectil, pero se tardaban demasiado y eso angustiaba aun más al único pariente.
Aioria, por otro lado, le agradecía enormemente a aquel rubio con el que se llevaba tan mal por ser compañeros de habitación. Pasó unos minutos y el doctor salió, se sacó el barbijo y los guantes de látex con sangre.

–¿Cómo está? –preguntó al levantarse el rubio, con el Jesús en la boca.

–Bien, se va a recuperar –sonrió, a Milo le volvió el alma al cuerpo–. Aunque he notado que tiene insuficiencia cardiaca, eso lo mantendrá internado más tiempo.

–¿Insuficiencia cardíaca? –cuestionó Milo.

–Sí, parece que es un mal congénito que sufre su hermano, hay varios estudios relacionados a eso en su ficha médica –se acomodó el cabello–. Bueno, los dejo, él está fuera de peligro, así que pueden descansar, en media hora lo trasladaremos a una habitación.

–Gracias….–suspiró, Camus le abrazó fuerte.

–Va a salir de esta….–murmuró, Milo le devolvió el abrazo y al ver a Shaka detrás de ellos se acercó, con Camus a cuesta.

–Gracias por todo, tú debes ser Shaka ¿verdad? Aioria me ha hablado mucho de ti –no quiso decir que hablaba mal de él, puesto el joven había venido a ayudarlo.

–¿Sí? –susurró sonrojado y miró de reojo al castaño que no sabía dónde meterse.

–Sí, dice que eres muy listo, en serio, de no ser por ti, Kardia se hubiera desangrado en mis brazos –le tomó las manos–. Gracias.

–No hay de que….–mira a Aioria–. Si me necesitas, llámame ¿quieres?

–S-Sí….claro, gra-gracias Shaka –hizo un movimiento de respeto y lo vio irse, suspirando al ver lejarse–. Que cerca estuvo, ¿cómo le vas a decir que hablo de él a sus espaldas?

–Al menos no le comenté las barbaridades que has dicho, debes agradecerme.

–Pues no te agradezco….

–Milo, Aioria, estamos en un hospital, no hagan tanto drama por favor –ambos muchachos se silenciaron, tenía razón el pequeño pelirrojo.

 

                Milo entonces recordó que Camus estaba en la dulce espera y lo ayudó a sentarse, el joven le repetía que estar embarazado no era sinónimo de discapacitado, pero aun así le iba trayendo todo lo que el muchacho quisiera para hacer de su estadía en el hospital la más cómoda. La policía los había ido a cuestionar sobre los acontecimientos, Milo le relató que la puerta estaba abierta y su hermano con un disparo en el pecho, habían realizado pericias y no habían encontrado siquiera una huella digital, el hombre era demasiado astuto. Milo comentó que no todos sabían donde vivía su hermano, que muy pocos manejaban esa información: la editorial, su editor Dégel y nadie más aparte de ellos tres. Los uniformados se fueron, con más dudas que certezas y el rubio pudo descansar un poco en las incómodas sillas, deseaba que Kardia despertara y les relatara lo que había ocurrido, pero dado a la insuficiencia cardíaca que tenía, estaba medicado hasta el cañote y tenían que esperar bastante tiempo para que se regulara el corazón.

Esa noche no dormiría bien.

 

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                Krest ingresó al living donde estaba Dégel mirando televisión, era lo único que hacía desde que Camus había venido a la casa para hablar sobre el casamiento de Unity con él. El hermano mayor suspiró y tomando el control remoto apagó el aparato, haciendo que el peliverde le mirase por primera vez. Seguramente estaba ensimismado, pero para el Verseau más grande era importante la noticia que le iba a dar. Estuvo hasta entonces consolando a Aeneas en el cuarto luego que su bebé se durmió, y era increíble como ese padre tenía el corazón destrozado por su hijo mayor. Además, ese día había la historia de Coeur Diamond, o una parte de ella.

Coeur era un muchacho alegre y vivaz, dos años menor que Aeneas y quien iba al colegio primario y jardín de infantes con él. A pesar de ser unos años más joven, aun así tenían una excelente relación desde muy niños por ser vecinos y sus padres amigos. Aeneas le encantaba llevar el carrito de Coeur cuando este era bebé y a la vez a Coeur le encantaba teñirle mechones de colores al rubio cabello de Aeneas. El pelirrojo era por demás adorable y siempre fue el punto débil del rubio, por mucho tiempo habían permanecido así, unidos, con el corazón en la mano.

                No pasó mucho hasta que descubrieron que ambos eran homosexuales, y que se querían mutuamente. Las noches se habían hecho de invernales a calientes y no pararon un instante en profesarse su amor. Pero las desgracias no vienen solas. Fue tiempo después de cumplir diecisiete años, cuando Coeur le había comentado que estaba embarazado, la felicidad radiaba en ambos, pero, algo pasó, no sabía exactamente qué pero el pelirrojo cayó internado y el bebé había muerto en su vientre o eso le dijeron a ambos. Nunca pudieron recuperarse de ello y el dolor continuó en sus corazones, pero la vida le deparaba más sufrimiento cuando tras enterarse los padres de Aeneas de esta enfermiza relación le obligaron a casarse con una mujer a la que no amaba, lo mismo ocurrió años después con Coeur, pero el amor era tan fuerte que no pudieron seguir así. Aeneas se divorció, pero volvió a casarse por insistencia de sus padres, aunque aún continuaba viéndose con el muchacho de sus ojos.
No pasó mucho tiempo cuando se enteró de la relación que este (Coeur)  tenía con su futura esposa, con quien luego tendría un niño: Camus. Su corazón se estrujó en el mismo instante que conoció a Krest y comenzó una relación con él, en parte le recordaba a ese muchacho escuálido pelirrojo y de cabellera larga.

Pero la vida le daba sorpresas, y el suicidio de Coeur le destrozó, al poco tiempo la mamá de los niños sufriría un accidente de autos dejándolos huérfanos a los tres. Ahora Aeneas estaba con Krest, pero este se sentía inseguro del amor que le profesaba luego de la historia.

–Tengo noticias –habló el muchacho, Dégel negó.

–No quiero noticias.

–Son importantes.

–Nada es importante para mí –acarició su vientre suavemente.

–¿Ni siquiera Kardia? –Dégel giró la cabeza espantada–. Le dispararon.

–¿QUÉ? –se levantó como un resorte, sin importar la panza que le pesaba mucho.

–Está fuera de peligro pero debe quedar sedado por insuficiencia cardíaca –le tiró Krest, Dégel se puso una mano en el corazón–. Aeneas quiere ir a verlo ahora mismo, si tu quieres podemos alcanzarte.

–Pero…..tal vez su hermano y Camus no deseen verme.

–¿Qué importa lo que quieran los demás? ¡Es tu hombre, el padre de tu hijo! Debes ir con él –habló, Aeneas bajó las escaleras con el niño en brazos–. Yo los llevaré con mi auto ¿vienes o te dejamos?

–Voy.

 

                El viaje fue por demás silencioso, sólo se escuchaban los sollozos de Aeneas que eran tranquilizados por la dulce voz de Krest, esto le conmovió de cierta forma, el rubio demostraba sus sentimientos a flor de piel en esos instantes, que no era de hojalata, sino  un ser humano. Por mientras, Dégel intentaba mantener la calma, estaba terriblemente nervioso pero su niño en el interior de su cuerpo se hacía notar suavemente dando pequeñas patadas.
Una vez que llegaron no vieron a nadie allí, seguramente al ser muy tarde en la noche Milo se había ido a comer y de cierto modo tranquilizó al peliverde no enfrentarse a la familia conviviente de Kardia.

–Bien cariño, Aeneas  irá a buscar a Milo y Camus, tú puedes entrar cuando te sientas listo, te avisare si viene alguna enfermera –le da un pequeño empujón a lo que sería el cuarto donde le habían dicho que estaba el joven Antares.

 

                Dégel ingresó a la habitación con cierto temor, lo que encontró le dejó shockeado y angustiado. Allí estaba Kardia, más pálido que las sábanas que lo cubrían, traía el pecho desnudo y vendado, con un gran manchón rojo en la tela. Apretó sus labios y lentamente se acercó tomando una de las sillas de los extremos y arrastrándola para estar pegado a la cama. Se sentó y sonrió débilmente.

–Hola….–susurró, apenas un hilo de voz–. Lamento….lamento todo esto, Kardia –tiró, como si estuviera guardándolo en su corazón–. Es todo ¡tan difícil! Pero ¡tan difícil! –Se acaricia suavemente el vientre–. Me gustaría que las cosas fueran diferentes, tú y yo, juntos, esperando a nuestro bebé, pensando nombres….tú, proponiendo algunos alocados y yo golpeándote con esas revistas de interés general….–rio entre sollozos, lo cual era extraño pero palpable–. Kardia, como me gustaría que fueras tú el hombre que tomara mi mano y diga acepto luego que dé a luz a nuestro bebé….como me gustaría besar tus labios e irnos de luna de miel, sin pensar en nada más que en nuestra propia felicidad….

 

                Por un instante sintió como los dedos de Kardia se movían, pero al verlos estos permanecían quietos. Tomó la mano desnuda del hombre y la apoyó encima de su vientre, lo que ocasionó que el niño comenzara a dar tremendas patadas para hacerse notar más, Dégel sonrió, cuando Unity le tocó no hubo movimiento, pero ahora que Kardia apenas le rozaba, el bebé rebozaba de alegría.

–Él es Lysander, nuestro hijo varón –musitó con dulzura y miró el rostro de Kardia–. Está feliz de conocer a su papi, que su papi le toque por primera vez, nunca me había pasado que el contacto de alguien más lo pusiera tan alegre, se mueve desesperado por ti.

–Dégel…–la suave voz de su hermano apareció por la puerta, lo que le asustó–. Vámonos –hace una señal, el muchacho asiente.

–Kardia, adiós mi amor, espero que lo que hago salve tu vida de alguna forma y estés en paz –le besa los labios y sale corriendo, tirando la silla en el trascurso. Cuando iba a levantarla Krest volvió a hablar.

–No hay tiempo, déjala…–y de un jalón se lo llevó.

 

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                Ese día, su amada esposa había regresado luego de pasar toda la noche y día siguiente en el hospital. Al ingresar a la vivienda observó los pequeños cambios en ella, primero y principal, ropa que no era ni suya ni de su marido, por ser demasiado pequeña; lo segundo, un increíble olor a lavanda que emanaba de los pisos y tercero, una sombra que se paseaba por la cocina y cuya figura era imposible que fuera de Manigoldo, dado que estaba tras de ella. Frunció el ceño y miró a su marido que sonreía nervioso ¿qué demonios estaba pasando allí?
Se acercó a la cocina y sus ojos se abrieron al verlo, un muchacho hermoso, de bella cabellera celeste atada en una coleta alta y que le llegaba a las caderas, ojos claros y cuerpo bien formado, solo llevaba un short corto de jean y una camiseta que era notoriamente de Manigoldo, pero lo que le impresionó más era que el muchacho cocinara.

–¿Acaso contrataste a alguien? –preguntó, el italiano afirmó con la cabeza.

–Sí, sí….él es el nuevo sirviente que contrate, dado que no estás aun preparada para hacer los quehaceres de la casa –dijo el hombre, la chica aun estaba insegura, ¿por qué su marido contrataría a un adolescente varón para ello? –. Permíteme presentarte a Albafica….ehm ¿cúal era tu apellido?

–Zakurei, pero no importa, llámenme Albafica –hace una reverencia, antes de pasar a buscar a la mujer, Manigoldo le aclaró que solamente le siguiera el juego y el chico hacía eso.

–¿Dónde está durmiendo? –cuestionó la joven.

–En la habitación al final del pasillo, querida.

–Ya….–sonrió y le estrechó la mano–. Mucho gusto, cariño, espero que te sientas cómodo aquí, dime ¿cuántos años tienes?

–Dieciocho –afirmó, la joven se sorprendió.

–¿Dieciocho? Vaya, lo has contratado muy joven, Mani jajaja bueno, iré a descansar, cualquier cosa que necesites puedes avisarme….–la joven tomó un poco de su vestido para alzarlo y no tropezar y se fue directamente hacia su cuarto.

–Bien, trata de no hacer ruido y cuando esté lista la cena me llamas –al darse vuelta sintió unos brazos aferrándose a su cintura–. Albafica…

–Mani, ¿no me saludaras? –le pidió el menor, Manigoldo giró un poco su cuerpo y le dio un beso en la frente.

–¿Así está mejor?

–Constantino, eso haces con los perros, quiero un beso de verdad –reclamó, nuevamente el mayor resopló.

–Aun estoy casado ¿lo sabías?

–Y tu mujer es preciosa –sonrió–. Pero eso no significa que no te ame, me lastima pensar que puedo herirla, pero yo también te amo.

–Alba…

Ti amo

–Alba por favor, no uses el italiano….–intenta apartarlo, pero el muchacho se aferró a él.

Io ti amo, amore della mia vita….–nuevamente utilizó ese idioma que encendía a Manigoldo.

 

                No es que lo quisiera, bueno, en realidad si lo quería, pero no de ese modo ¿o sí? Lo importante es que tomó su rostro y le besó, de una forma ardiente y apasionada como aquella noche donde tuvieron sexo en un baño público, pero esta vez ambos estaban conscientes de ello. Albafica le apretó las nalgas y eso comenzó a excitar el miembro de su compañero, quien a pesar de negarse a ir más allá, no podía evitar que algo apretara en sus pantalones. Miró el reloj de pared, y suspiró, se separó del muchacho y le acarició los cabellos.

–Estoy duro….–le dijo con desfachatez.

–Lo sé –susurró mientras movía su mano encima de los pantalones del joven escritor, este suspiró ante el toque y más cuando los helados dedos se adentraron a lo profundo de sus calzoncillos.

–Aaaah…..no hagas eso… –tiró la cabeza hacia atrás.

–¿Por qué no? Se nota que te encanta –murmuró, Manigoldo se sentía fastidiado por esta situación, pero sabía bien que desde hacía mucho tiempo su mujer no lo encendía como antes, por eso se volcó a la bebida en un primer lugar.

–No puedo….aaagh, estoy casa….do….

–Casado no castrado –murmuró en el oído mientras continuaba masajeando el miembro semi erecto que se endureció aun más–. Déjame mamartela, per favore….

                No hubo respuesta locuaz pero si motora, cuando el italiano le tomó de la cabeza haciéndole agachar. Albafica sonrió y descendió, arrodillándose frente a él mientras sacaba de entre los pantalones el enorme miembro erecto y completamente duro. Pasó su lengua, lo que logró un terrible temblor en todo el cuerpo y luego volvió a hacerlo, para lograr otra vez esa sensación. Metió completamente el pene en su boca y comenzó a succionar una y otra vez aquella extremidad que para Albafica le resultaba enorme y no podía creer que lo tuvo en el trasero en algún momento.
Apretó fuertemente los testículos, lo que ocasionó una sensación por demás placentera en todo el cuerpo del muchacho. Una última lamida y una succión hizo que Manigoldo se viniera completamente en la boca del griego, este se tragó absolutamente todo el líquido seminal del hombre y se levantó, secándose la boca y pasando sus manos por el cuello del italiano hasta besarle. Manigoldo respondió mientras se abrochaba los pantalones para luego desplazar sus manos por la cintura, ninguno de los dos se percató de la presencia que estaba allí observándole y desapareció luego de un momento.

–Bueno, ahora sí, ¿estás mejor? –preguntó Albafica con una sonrisa.

–Mucho mejor –le acarició el cabello–. Manteen tu culo lejos de mi cuarto mientras esté escribiendo ¿quieres? –le dio una nalgada.

–Sí,  sí….–bufó algo molesto, era obvio que el menor quería pasar más tiempo con el hombre, pero éste no parecía contento ante la idea.

–Bueno, me voy a trabajar….–miró para todos lados y se acercó a él–. Nos vemos más entrada a la noche, tengo unas ganas de entrar en ese culito redondo que tienes….

–¡Mani! –se sonrojó, pero lo deseaba tanto como Mani a él, un beso suave en la boca y el mayor se fue a trabajar mientras el menor continuó en la cocina.

 

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                Pasó al menos dos meses más en los cuales Dégel continuó yendo a escondidas a ver a Kardia, que siempre se mantenía dormido debido a sus problemas de corazón.  Una de esas tantas noches Dégel, ya con un vientre prominente, llegó al lado de su amado Kardia, todo debía hacerse a escondidas por miedo que Unity se enterase, y como el escritor aun estaba medicado, no tenía plena conciencia de lo que ocurría cuando llegaba su compañero a hablar.
Empezaron a charlarr o mejor dicho, el monólogo de Dégel como siempre en el que le afirmaba cuanto le amaba y que debía alejarse de él por el bien de ambos, pero algo era diferente ese día, las contracciones habían empezado pausadas durante la mañana, pero cuando Kardia tocó el vientre o mejor dicho, Dégel impuso la mano encima de su vientre, las contracciones eran muy fuertes.

–Aaagh….–se tomó el vientre dejando la mano de Kardia caer–. Aaaah, ¡Kre-Krest! –gritó, el muchacho que aguardaba en la puerta entró corriendo.

–¿Qué pasa hermano?¿Qué tienes?

–Bebé….él bebé….–señaló su vientre.

 

                Krest inmediatamente lo tomó del brazo y salió disparando hacia donde estaban las enfermeras, relatándole que su hermano tenía labor de parto en ese instante. Las jovencitas llamaron al médico de guardia quien condujo al joven hacia la sala, donde le pusieron la epidural. Dégel por unos instantes sintió la presencia de Kardia muy cerca de él, pero probablemente todas eran ideas locas.
Pasó el tiempo y sus ojos iban perdiendo su visión, se encontraba terriblemente cansado por pasar todo el día despierto y notaba como el médico miraba algo atentamente a la altura de su vientre, para luego alzar a un pequeño niño que lloraba. Abrió sus ojos, era perfecto, de cabello verdoso a negro y ojos celestes como Kardia, era el bebé más hermoso del mundo, según Dégel. Cuando lo tuvo en sus brazos, las lágrimas se derramaron tan fuertemente que sintió un enorme peso en su pecho. Tenía un hijo ¡su hijo!

–Felicidades Dégel….–habló Krest acariciando al pequeño ser, su sobrino.  Este sonrió y movió su cabeza.

 

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                Nunca había ido a un lugar así, pero era la única forma de encontrarle. Sus ojos punzantes observó a la gente tirada en el suelo, algunos con jeringas en sus brazos y otros le salían una flema blanca de su boca y tenían la nariz completamente blanca. Pateó un cuerpo  y abrió la segunda puerta, al ser grandote e imponente, nadie le hizo frente, además que los cadáveres drogados que se encontraban allí (o al menos parecían cadáveres aunque estuvieran vivos) no podían siquiera articular palabra. Sonrió al notar una silueta bastante esbelta recogiendo algunas cosas del suelo, su cabello era largo y de tonos castaños y rojizos. Inmediatamente se le acercó y tomándolo de la cintura lo atrajo hacia él, levantándolo en el aire.

–¡AAAAAAAAAAH! –gritó, pero fue silenciado por la mano de Radamanthys.

–Aquí estabas pequeña perra, si supieras la cantidad de detectives que tuve que pagar para encontrar tu puto culo –gruñó muy cerca de él, el joven giró la cabeza y se horrorizó al ver al adulto, como si no hubiera sido suficiente la herida que tenía en el bajo vientre al dar a luz a los gemelos que le había impuesto, ahora le buscaba nuevamente–. Déjame verte –se apartó para darle la vuelta.

                Jean se encontraba un poco más delgado que como se había ido de la casa, sus ojos habían perdido el brillo natural, su cuerpo tenía una forma prodigiosa sólo por su ADN, sus labios estaban algo rotos y para Radamanthys algo había pasado con él para estar tan desencajado, viviendo en un lugar así, era más que seguro que se había drogado.  Luego observó la ropa que llevaba, era muy corta y mostraba más de lo que era prudente para su edad, traía un arete en la lengua y dos o tres en cada oreja, además de un pequeño tatuaje en la nuca que pudo ver al agarrarlo de atrás.

–Eres una puta, ¿lo sabías? –Le zamarreo–. Ahora vendrás conmigo….

–¡No! –Gritó y se apartó, Radamanthys sonrió, le gustaba el juego del gato y el ratón–. No iré contigo, ya me has hecho mucho daño.

–¿Ah, sí? ¿Y aquí no te harán daño? Estás rodeado de adictos y alcohólicos, eres una maldita ramera drogada….seguro te fumas un porro para no sentir cuando te entran ¿verdad? Dios sabe cuántas enfermedades tendrás.

–¡No tengo nada! Vete….y no vuelvas aquí –señaló la puerta, Radamanthys gruñó.

–Escucha, estúpido –le toma del brazo–. Me costó mucho dinero encontrarte, así que vendrás conmigo así deba llevarte arrastrando de los pelos ¿oíste?

–¡No lo haré! Yo me quedaré aquí con mi esposo.

–¿Esposo? –Preguntó, Jean le enseñó un anillo en su mano derecha–. ¿Así que te casaste? Bien por ti, yo también estoy casado –le toma de las caderas–. Vienes conmigo.

–¡NO QUIERO! –gritó apartándose, lo que hizo que se rompa un poco de la camiseta que llevaba puesta y Radamanthys pueda ver ese enorme tajo en el vientre.

–¿Qué es eso? –el chico no respondió–. PREGUNTE ¿QUÉ ES ESO, MALDITA PUTA? –le gritó zamarreándolo nuevamente.

–¡ESO ES LO QUE ME DEJARON TUS HIJOS! –también le devolvió el grito, Radamanthys le soltó.

–¿Mis…..qué? –preguntó, Jean respiraba con dificultad después de todo el forcejeo.

–Que ese tajo me lo hicieron a dar a luz a Mathias y Charisse –decía cada palabra con calma, pausadas, por la respiración entrecortada–, tus hijos….

–¿Y dónde están ellos?

–¡LOS VENDI! –gritó–. ¡LOS VENDI PORQUE NO QUIERO NADA TUYO EN ESTA CASA! –volvió a elevar la voz, enfadado, estaba completamente sacado. Radamanthys se enfureció.

                El rubio se tiró encima del chico para forcejearlo mientras con su mano derecha intentaba abrirse el cinturón, le gritaba a cada instante lo fácil y puta que era, mientras Jean trataba de sacárselo de encima llorando y gritando fuerte. Una vez ponerlo boca abajo, bajarle el pantalón y separarle las piernas, sintió el filo de una cuchilla en su cuello. Al girarse vio a un muchacho de cabello oscuro con una sonrisa en sus labios. Tenía una musculosa que marcaba todos sus fuertes brazos, tatuajes que imponían respeto y un cigarro en la boca que se lo quitó para poder hablar.

–Creo que ese chico que está bajo tuyo es MI esposo –habló el joven, Radamanthys se retira de encima–. Vaya, así que eres Wyvern, que problemático eres….–murmuró–. Entrando en casa ajena y atacando a mi esposo embarazado, es terrible de tu parte.

–¿Otro más? –miró con asco a Jean quien se levantaba, enojado y frunciendo el ceño.

–¡Vete a la mierda! –gruñó el más joven, el rubio no dijo nada, aun estaba amenazado por el muchacho.

–¿Quién diablo eres? –preguntó el mayor de todos.

–Lean Daralas, a partir de ahora su yerno o lo que sea –sonrió–. Espero que aleje su maldito pene de mi esposo o se lo cortaré con esta navaja.

–No podrás protegerlo siempre ¿sabes? –cuestionó–. Así como lo embaracé una vez, podré hacerlo otras veces.

–Me vale, mientras me pague por sus crías –sonrió, Jean se colocó contra la pared y se deslizó hasta sentarse–. Deje a mi esposo en paz…y váyase por favor.

–Ja, ¿qué es mejor para Jean? Estar aquí al lado de gente drogada y teniendo bebés con desconocidos para vender. O vivir conmigo, está claro que le embarazaré, pero al menos no estará con gente como tú….–dijo con desagrado, Lean sonríe.

–Ahora él esta embarazado de mi….no sabe como lo goce cuando tuvimos sexo y a él le encantó, por eso nos casamos –muestra también su anillo–. Ahora lárguese de aquí, Jean ya eligió lo mejor para él….si quiere ver a sus hijos, están con un matrimonio de ricachones, Orfeo y Euridice ¿sabe quiénes son? –Radamanthys afirma y le mira con odio–. ¡Fuera de aquí entonces! No tiene nada que hacer…..

 

                Radamanthys se va, alejándose por completo y mirando a Jean quedarse dormido en el suelo, por primera vez en la vida le daba pena el destino que ese chico había tomado gracias a él.

 

Continuará.

Notas finales:

Sé que siempre dejo a Jean como la pobre victima, pero bueno, ya verán, hago esto para que el chico tenga mucho odio hacia la gente en el cuerpo. ¡Besos!

 

PD: en los hombres no hay cuarentena por obvias razones jajajaja asi que pueden embarazarse seguido, aunque eso hace que su cuerpo se debilite mucho.


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