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Talvisota, Guerra de invierno. por Ross Golbach

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Había intentado mandar gente, lo que fuera por ayudar a Finlandia, pero no pudo y terminó arrepintiéndose, Finlandia ya no era nada suyo y no era como antes, ya no podía ayudar a su esposa, ahora tenía que quedarse sentado en su casa rezando que todo estuviese bien.

Sentía ganas de llorar, no podía dejar de imaginarse a su pequeño Tino siendo dominado por esa bestia de Rusia. Dentro de su cabeza aún escuchaba los sollozos del finlandés “¡Tu culpa, tu culpa, si me hubieses apoyado desde el principio, Rusia no me hubiera…!”

La primera lágrima escapó, abriéndose paso por su mejilla.

No, Finlandia era fuerte, estaría bien. Trataba más de convencerse a sí mismo, trataba de engañar a su mente, haciéndose creer falsamente que Tino ganaría, cuando era más que obvio que no sería así.

Tino era un adulto joven, sin embargo, no tenía la madurez suficiente como para librar una batalla él solo, sin ayuda de nadie y así como él no podía hacer nada, esperaba que alguno de sus hermanos pudiese hacer algo, que Noruega o Dinamarca se entrometieran, que dejaran un poco de lado a los nazis y se encargaran de ayudar.

Si tan solo él pudiese hacer algo.

Se agarró los cabellos con desesperación y ahora, las lágrimas eran abundantes, bajaban por su mejilla hasta caer a la suave alfombra hecha con piel.

----- Recuerdo -----

Gritaba y gritaba, pero nadie lograba escucharlo y ahí, en la oscuridad de la noche, en el helado invierno, había sido invadido -literalmente- por Rusia. Sus ojos estaban rojos como la sangre, dolían y ardían por tanto llorar. Su garganta estaba gastada por los gritos y parte de su cuerpo sangraba.

Ivan se acomodaba los pantalones y se ajustó su bufanda. Miró al pequeño que se encontraba aún en la nieve, la ahora roja nieve.

—Ahora, entregarás esa parte de tu territorio —Se acercó lentamente a su oído y susurró — ¿Ahora entiendes?  A la unión soviética no se le humilla nunca. Has pagado.

No pudo articular palabra alguna y de haber podido, seguro habrían sido un par de palabras malsonantes a la persona rusa que ahora dejaba marcado un camino con sus zapatos, alejándose entre los árboles y dejándolo ahí abandonado.

Pronto, sintió sus parpados pesados y estuvo a punto de quedarse dormido, solo que un extraño sonido lo mantuvo alerta. Era una persona, por los pasos que daba. Era extraño el que alguien estuviera por ahí, de noche y en uno de los lugares más fríos del mundo.

—Perdón —Reconocía esa voz.

—Vete al carajo —Intentó moverse, pero el dolor era demasiado y terminó por solo recostarse de lado —Déjame solo.

—Pero, Tino, necesito llevarte a casa para curarte —.

— ¡Que me dejes solo! Ahora que estoy perdiendo la guerra ¿Qué quieres? Antes me ignoraste y ahora ¿Quieres curarme? ¡Muérete! Te odio, Suecia, largo de aquí —.

¿Cuándo le había hablado a Berwald así? ¿Dónde había quedado aquel Finlandia tan amigable y amable? Pero le dolía, el hecho de que Suecia no había aceptado ayudarlo.

—Te llevaré quieras o no —Regresó un  poco por el camino que había tomado — ¡Alemania, Islandia, lo he encontrado!

Dos hombres más se acercaron lentamente y quedaron horrorizados al ver tal escena.

El pequeño Tino estaba tirado en la nieve, alrededor suyo estaba su sangre, de la batalla por intentar liberarse del ruso. Su ropa estaba rasgada, tenía moratones por todo el cuerpo y temblaba por el frío de la noche, mientras en sus mejillas se notaban las lágrimas que había derramado.

—Hay que llevarte a la casa para curarte —El sueco lo cargó en brazos, envolviéndolo antes en su abrigo para que ya no tuviese frío.

— ¡No! ¡Déjenme aquí, déjenme morir solo, no necesito de su maldita lástima! —Pataleaba lo mejor que podía, sin embargo, el dolor que sentía lo hacía dar patadas muy débiles, por lo que Suecia fue capaz de hacer caso omiso y llevarlo en contra de su voluntad a casa.

El camino no fue nada cómodo, pues cada dos minutos Finlandia tenía un nuevo ataque de ira y gritaba que todo eso era culpa de Berwald, porque si lo hubiese ayudado desde un principio, no le habría pasado nada.

— ¿¡No era yo tu maldita esposa!? ¡Te odio, Berwald! —No iba a negar, que cada palabra de odio que salía de la boca del finlandés, le dolía hasta en lo más profundo de su ser.

— ¡Finlandia, es suficiente! —El alemán se acercó un poco y quitó de los brazos del sueco a Tino, para llevarlo él.

Con eso logró calmarlo.

Al llegar a casa de Tino, los guardias que le dijeron que no se fuera de ese lugar, lo vieron horrorizados. Inmediatamente, el servicio médico llegó y pudieron hacer algo con las heridas más profundas.

Pero, había una que, por más que quisieran, quedaría ahí para siempre, hasta el fin de sus días. La palabra “Rusia” había sido puesta ahí con metal caliente, como marcaban a las vacas, una propiedad, había considerado a Tino una propiedad, lo había marcado de la manera más dolorosa… y no se hace referencia al metal. 

Nadie podía creerse que su nación estuviera tan mal, las ruinas en las ciudades y ahora él, definitivamente esta guerra sería la más devastadora que enfrentarían y lo estaban haciendo solos.

---Fin---

¿Por qué se fue? ¿Por vergüenza? ¿Por no poder ver a Tino a la cara? Él sabía lo que le había pasado, era demasiado obvio, pero ahora, el imaginar el odio que Tino le tenía, le dolía, él pudo haberlo evitado, porque le ayudó dándole armas, cuando él necesitaba ejército y a pesar de ir llevándoles la ventaja, Stalin se había dado cuenta de error al mandarlos tan confiados al campo de batalla.

— ¡Sólo lleguen y hablen fuerte, cederán! —.

No lo hicieron.

— ¡Sólo lleguen y disparen una vez, cederán! —.

No lo hicieron.

Para entonces, miles de soldados soviéticos fueron enviados a las fronteras de Finlandia, más específico, en Carelia. Habían hecho lo que les habían ordenado, sin embargo, los finlandeses no se rendirían tan fácilmente y lucharían, dejando en ruinas la ciudad y a miles de mujeres haciendo las labores de los hombres, ahora ellas cuidaban del ganado y las tierras, mientras que los hombres tomaban su caballo y se iban a enfrentar al ejército rojo con no más que armas suecas y fuerza de voluntad.

¿Quién diría que eso los llevaría a arriesgar a su país a tal punto de dejarlo así? Estaban a punto de perder.

--Recuerdo---

— ¡Necesitas hacer las paces, Finlandia! —Gritó Alemania, asustándolo un poco.

— ¡No puedo hacer eso! Carelia, mi Carelia será llevada con ellos ¡Es el doce por ciento de mi territorio! —Respondió con los ojos llorosos, en una bata de hospital y recostado para descansar.

—Esto no se trata de si quieres o no, es lo que debes hacer, sabes que no sobrevivirás si no lo haces —.

—Pe-pero es mi… territorio —Terminó la oración susurrando.

—Finlandia, sabes que tienes que hacerlo —No había querido meterse, pero era necesario que se rindiera o simplemente dejaría de ser un país independiente.

Otra vez estaría bajo el mando de otras personas, porque ahora ya no sería como estar con Suecia o con Dinamarca, sería volver a aquellos días donde estaba en la casa de Rusia, a esos días para nada agradables que felizmente terminaron en 1917, pero que amenazaban con volver tarde o temprano, que aunque no quisiera, sabía que debía firmar la paz o condenaría a su gente a más años de tortura y dominio por otros países, porque ahora que habían sido independientes, había durado tan poco, que era triste. Solamente había tenido 22 años de libertad ¿Así tan pronto, Finlandia sería olvidado?

¿Tenía que ser dominado siempre? Toda su vida.

— ¡Tú no te metas! —Gritó al sueco que solo apartó la vista.

—Me meto porque… porque me preocupas —De respuesta obtuvo otra serie de insultos por parte del finlandés.

Debido a eso, las enfermeras les pidieron a ellos dos que se fueran, mientras que Islandia se quedaba para cuidarlo y hacerle compañía, él era el único que no tenía que lidiar con los nazis, ya que ellos, no habían respetado la neutralidad de Noruega y ahora él tenía que lidiar con eso.

—Tranquilo, Tino —Le abrazó y se mostró tan gentil con él, cosa que casi nunca hacía, pero ahora, era necesario.

---Fin---

Golpeó con fuerza la pared y sin esperar ni un minuto más, fue a ver a sus superiores para ver en qué situación se encontraba Finlandia en ese momento, ya que desde que dejó esa habitación, no había vuelto a saber nada de él, porque sentía culpa, porque envió solamente 8000 hombres, a los cuales regresó rápidamente, además, algunos otros que habían solicitado ayudar, les había bajado el rango porque, no era asunto suyo.

— ¿Cuál es la situación, en Finlandia actualmente? —Llegó abriendo rápidamente la puerta y sosteniendo su dura mirada a sus superiores, los cuales, aunque no lo dijeran en voz alta, le temían cuando se ponía así, cuando no respondía con monosílabos, era de temer cuando se le escuchaba alzar la voz, porque significaba que era grave.

—Se ha firmado el tratado de paz, lamentablemente, se perderá el doce por ciento de territorio finés, más de trecientos mil Carelianos han quedado sin hogar —Habló el Sueco.

—Ya veo —Entonces Tino estaba bien, mientras que firmara ese tratado, él estaría bien —Iré a verlo.

No era un secreto para nadie que el señor Suecia estaba completamente enamorado de la representación humana de Finlandia, porque habían pasado tanto tiempo juntos, habían compartido más momentos del que cualquiera podría imaginar y eso llevó al sueco a desarrollar sentimientos por ese pequeño rubio que conoció en la casa de Dinamarca.

Salió de ahí sin decir nada, con un solo objetivo en mente y ese era el que Tino lo perdonara, tenía que lograrlo, para poder volver a escuchar el “Su-san” salir con ese melodioso tono de sus rosados labios.

Aunque jamás admitiría que le dolió no ser él la primera vez de Tino, no haber podido ser él el que hiciera a Finlandia sentir ese placer que se obtiene al estar con la persona que amas, porque se le había sido arrebatado de la forma más cruel e inhumana.

Trató de evitar pensar en esas cosas y se dedicó a seguir su camino por entre las personas, hasta que logró llegar al puerto, tomó un barco desde Estocolmo hasta Helsinki, donde seguramente él estaría. Lo único malo de los barcos, es que a pesar de la corta distancia entre los dos países, era que tardaba más de un día para llegar de puerto a puerto.

Siguió en marcha y cuando menos se lo esperó, se quedó dormido, con la sonrisa olvidada de su esposa, porque estaba seguro, de que probablemente no la vería en un tiempo… o al menos no dedicada a él.

---

Sentía como cada parte de su cuerpo se hacía un poco más débil, y es que ya había perdido territorio por culpa de ese tratado de paz que nunca quiso firmar, porque él nunca quiso una guerra, sin embargo, logró llegar hasta el final y resistir tanto, que en vez de haber sido dominado por completo, solo perdió un poco de territorio… aunque igual le dolió mucho el deshacerse de él.

Había rechazado el tratado al principio y doblegó su orgullo volviéndole a pedir ayuda a Suecia aún después de que le había dicho que se largara, inclusive cuando sabía que Berwald no quería meterse, hasta le pidió ayuda a Francis y Arthur… pero nadie le contestó por ayudarlo de verdad, ellos dos no querían apoyarlo, querían evitar que Suecia les vendiera más a los nazis.

Suspiró.

Abrió una botella con vodka y la bebió rápidamente, sintiendo como bajaba por su garganta.

Dejó de beber cuando escuchó unos golpes en la puerta y se levantó de su cama con enormes ganas de dormir y hacer caso omiso de la o el que estuviese detrás, pero al verlo, esas ganas desaparecieron, solo quería tomar la lámpara de aceite que estaba a lado de su descanso y estrellarla en la cabeza del sueco.

— ¿Me dejas pasar? —Lo miró secamente, pero pensó que ya no tenía nada que perder, solo trataría a Berwald de la misma forma en que él lo trató, como un ser sin importancia, como alguien a quien usar de escudo… porque él lo sabía, no era tonto.

Suecia y Alemania, ellos no se lo habían dicho en voz alta, pero cuando fueron a insistirle la paz, se había dado cuenta de que no era porque quisieran que estuviese bien… Suecia lo hizo porque si la unión soviética quería invadir Suecia, tendría que pasar primero por Finlandia y eso les daría tiempo para prepararse.

Mientras que Alemania, no le convenía que alguien como Suecia fuese invadido.

Qué cruel puede ser el mundo, aún la persona a la cual amaste y confiaste de todo corazón, veía primero su beneficio… aunque quería entenderlo, él lo había hecho por su gente, por los suecos que no merecían la guerra cuando podían estar en paz, Berwald debía ver por su gente. Aun así le costaba entenderlo ¿Será porque Suecia nunca necesitó de su ayuda en alguna guerra? ¿Es por eso que lo no lo comprendía?

—Anda —Fue lo único que dijo y se hizo a un lado para que él pudiera pasar.

Ambos caminaron directamente al par de sillones que había en la habitación.

— ¿Quieres vodka? —Preguntó Tino a la vez que llenaba un vaso para sí.

—No, así estoy bien —Asintió.

— ¿Qué necesitas? —Preguntó, aguantándose unas tremendas ganas de gritarle, que lo que sea que él necesitara, podía pedírselo a alguien más, pero no lo hizo.

—Tú sabes a qué vengo, Fin. —El finlandés se sentó y comenzó a beber del vaso de vodka que su mano sostenía.

—Si es para ver si las relaciones comerciales siguen en pie, déjame decirte que algunas sí, pero otras ya no se podrán hacer, debido a que he perdido parte de la industria que se encontraba en Carelia y ahora nece… —Fue interrumpido por un “hmm” de parte de Berwald, que lo hizo enfadar levemente.

—No vengo a eso —El problema con él, era que nunca hablaba demasiado y era difícil comprenderlo.

 — Si es para que te perdone, entonces te puedes ir mucho al carajo, no quiero que me digas “esposa” no quiero que me digas que me quieres ni nada, Berwald, porque ahora te puedes llevar todo eso de vuelta a Estocolmo junto con tu trasero, así que vete —Terminó de un solo trago el vodka que le quedaba en el vaso y señaló la puerta con su dedo índice. —Espero, que te arrepientas por toda tu vida, Su-san, porque yo lo haré.

— ¿Arrepentirme? —.

— ¿Acaso pensaste que yo no lo sabía? ¿Acaso no les convenía el que Rusia no me invadiera?  Por eso quisiste que firmara la paz, porque si ellos querían conquistar Suecia, tendrían que pasar sobre mí otra vez ¿Acaso me equivoco? —.

El silencio reinó en el lugar.

Berwald se sentí al peor basura en el planeta, a pesar de que quería proteger a su gente… lo que había hecho a Tino no merecía el perdón de este, sería demasiado egoísta el siquiera pensarlo. Pero eso era lo que se había ganado.

—Vete —Cerró sus ojos.

Debía admitir que aún después de todo, amaba mucho a Berwald… pero su gente, se habían perdido miles de vidas, miles de personas habían perdido su hogar y todavía tenía que pagar a la unión soviética muchas cosas de las cuales no estaba completamente seguro de completar.

—Tino… te amo —Se levantó del asiento y salió por la puerta, deteniéndose un poco y susurrando algo que pudo ser escuchado a la perfección por el finlandés, después de eso, desapareció por el largo pasillo.

“Te amo y no lo olvides”

—Idiota —Sintió las lágrimas bajar por su rostro, porque lo seguía amando a la vez que lo odiaba tanto ¿Era eso posible? Tenía unas inmensas ganas de ir a detenerlo, besarlo y decirle que no había rencores, pero las cicatrices y el dolor que aún poseía dentro de sí, le negaba el poder levantarse de esa silla e ir con él. — ¿Por qué tuvo que pasar todo esto?

Bebió de nuevo el vodka, pero ahora directamente de la botella. Se sentía con mil y un emociones a la vez, tristeza, odio, rencor, amor… y simplemente no podía controlar esos pensamientos y recuerdos que lo llenaban, todos y cada uno de ellos compartidos con el sueco, momentos que jamás olvidará y que aunque algunos fueron de los mejores que tuvo, ahora solo le provocaban dolor, dolor de pensar que esos tiempos no volverían y su relación con Berwald no volvería a ser la misma nunca jamás.

No supo cómo, pero cuando se dio cuenta, tenía más de cinco botellas al lado suyo, completamente vacías y sus ojos derramaban lágrimas a más no poder, porque no quería que esto fuera así, quería regresar a esos tiempos en casa de Berwald, donde él le protegía de todo y de todos, porque ahí él se encargaba de mimarlo, de decirle que siempre estarían juntos, algo que ahora ya no se podía cumplir y eso le dolía demasiado. Todo eso era tan complicado que le daban ganas de gritar, gritar tan fuerte que Suecia pudiera escucharlo y volver, aunque sabía que si lo hacía, lo más probable es que lo volviera a echar de ahí, porque eso simplemente, no podía perdonárselo tan fácilmente. No el haberlo abandonado.

Esos tiempos en que Rusia lo llevó a su casa a la fuerza, cuando Suecia no pudo cumplir su promesa de protegerlo y le había perdido, hasta su reencuentro en 1917, y la alegría le duró muy poco.

— ¿Por qué tuve que estar a tu lado, Rusia?  Si yo fuese más grande y estuviese más alejado, seguro que nada de esto habría pasado, tan lejos de ti como los está México, Cuba o inclusive Estados Unidos, me habría ido mucho mejor con él que contigo… aunque eso significara que no hubiese estado con Berwald, no sufriría lo que ahora. — Sollozó —De hecho, esto significaría que ni siquiera Berwald sufriría lo que ahora.

Se recostó en su cama y lloró en silencio, recordando cada uno de los momentos que vivió con el sueco y que probablemente nunca volverían, nunca los viviría de nuevo y eso, hacía que su corazón se estrujase y le sacara gritillos de dolor.

—Yo también te amo, Berwald, te amo y no lo olvides, probablemente nunca, te lo pueda decir… —Cerró los ojos y se durmió.


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