CAPÍTULO 2
El humano Dib pesaba, y mucho.
Estaba seguro de que su mochila le dejaría una fea marca en la espalda, pero no pensó en lo mucho que eso le dolería sino hasta más tarde, estando horizontal en el sofá junto a Gir y frente al programa del mono feo; pero la cereza del pastel era esta: cierta tensión en sus pantalones se hacía más y más evidente.
-¡Quítate, larva de humano, QUÍTATE! –chilló Zim.
-Si tanto te gusta, deberías besarlo. Qué patético.
Gaz pasó por su lado con la vista fija en la consola entre sus manos. Por un momento olvidó a Zim y le preguntó:
-¡Hey, Gaz! ¿A dónde vas?
-Voy a por una pizza, Dib. –La niña no se dignó en dirigirle la vista siquiera, es decir, ¡por todos los grandes ancestros Membrana!, ¡su hermano se estaba literalmente revolcando con un alien! En la escuela era una cosa, ¿pero ahí, en el jardín?
Sentía vergüenza ajena. La posibilidad de que el resto de la humanidad la relacionara con semejante engendro de hermano… ¿pero en qué estaba pensando? Si la humanidad no le importaba, mucho menos su opinión. Se encogió de hombros y siguió andando. Quería la más reciente creación del cerdo: pizza de tocino.
Entiéndase, era una pizza enteramente hecha de tocino. En el mundo de Gaz, la pizza del cerdo era lo único que podría sacarla de casa en un día como ese, y no iba a esperar uno o dos meses para que su padre la llevara a comer una de esas deliciosas, grasientas y chancrosas(1) pizzas.
Entre tanto, el cerebro de Dib seguía colgado preguntándose cómo era posible que su hermana pudiese caminar bajo el sol. Es decir, hacía tanto calor que podría freír un par de huevos en la acera.
Sea como fuere, Zim aprovechó la distracción del niño y de una patada se lo quitó de encima para luego salir corriendo.
-.-.-.-.-.-.-.-
La noche había caído y Dib, aún ligerito de ropa, se preparaba para ver Misterios Misteriosos.
Frente al microondas, miraba cómo la bolsa de palomitas giraba y giraba, haciéndose cada vez más y más grande. Suspiró satisfecho: había sido un buen día.
La alarma del aparato sonó y la puertecita se abrió. Dib sintió cómo la boca se le humedecía, malditos reflejos. Por un momento se imaginó a Zim diciendo alguna cosa desagradable sobre las palomitas. Qué alien para molesto. Caminando rumbo al salón, su respiración se detuvo.
-¿QUÉEEEE?- las palomitas salieron volando por los aires. Gaz se enojaría mucho, probablemente lo mandaría a limpiar el piso con la lengua.
Con los ojos como platos, Dib cayó en cuenta de un detalle: mientras estaba sentado a horcajadas sobre Zim, mirando cómo su hermana caminaba bajo el sol inclemente, había sentido algo… algo entre las piernas.
-¿Q-qué…? ¿Qué demonios?- Para Dib no había explicación lógica, ¿por qué su cerebro se encargaba de traer semejante recuerdo en un momento así?- No puede ser posible, ¿era… era el suyo, o…?- Ahogó un grito. -¿Acaso era posible para un Irken tener una… una…?- Le daba vergüenza sólo pensar en aquella palabra. Claro que a él se le había puesto dura un par de veces, pero era normal. Con una ducha fría se arreglaba. (2)
Su cabeza giraba y giraba, no lo podía evitar. Pensaba cosas, muchas cosas, de entre ellas la más perturbadora de imaginar: ¿los Irken tenían pe… peeee….?
¡Y más interesante aún: ¿cómo eran?!
Dib siguió hablando solo, balbuceando, más bien, hasta muy entrada la madrugada.