Capítulo 3: "Suciedad limpia"
Los gritos de Sam despertaron súbitamente a Andrew, que, mareado, se bajó de la cama para acercarse hacia donde el muchacho lloraba arrodillado.
-Sam…-
-Andrew!!! Oh, por Dios, Andrew!!!Creí que…- balbuceó aun ahogándose en llanto.
- ¿…qué… qué diablos sucedió aquí?-
Andrew al parecer había sido sedado, aunque no podía recordar nada. Además estaba ileso, por lo que toda aquella sangre era de un servidor anónimo. Era un escenario digno de las más vulgares películas de terror. Clásico y barato, pensó Sam, aunque prolijo. Esa era la marca personal de Necros, la prolijidad. Seguramente no encontrarían ni una maldita huella, un cabello, nada. El hacía un trabajo silencioso, preciso y limpio. La idea de una “suciedad limpia” cruzó la mente de Sam, y la ironía le causó cierta gracia. Era el desastre mejor montado que jamás haya visto.
La policía no tardó en llegar. Tanto el detective Foose como Emily, estuvieron allí en cuestión de minutos. Sam apenas podía contener su miedo y aplacar su ira. Nadie había visto nada, ¿cómo era eso posible? Los tres incompetentes que habían quedado custodiando el edificio no tuvieron idea de lo ocurrido hasta que se dio aviso al 911. Parecía una broma, una muy macabra. La habitación de la pareja parecía una transitada calle de nueva york, repleta de gente que entraba y salía. Revolvieron todo, cortaron cada prenda y ropa de cama que había siso manchada con sangre, tomaron muestras de la alfombra, rascaron la pintura de la pared, entre otras cosas. Todo era un terrible desastre. Sam salió del cuarto y se sentó en el gran sofá de la sala, desde donde pudo ver que había un mensaje en la contestadora.
Lentamente se acercó hacia el aparato y puso a reproducir la grabación, que con una voz conocida daba el mensaje:
“Hola Sam, sabes quién soy ¿cierto? Espero no te haya molestado mi pequeña intervención en tu cuarto. El rojo es un color grandioso, sí que lo es. Pensé que te gustaría verlo en tu habitación, sobre tu cama, tus paredes, tu novio… Quiero verte, Sam… pero no desde mi lugar anónimo, escondiéndome para observarte de cerca, sino en un encuentro cara a cara. Tengo cosas maravillosas que proponerte. Ven hoy a medianoche al apartamento del ex detective Midane Nale, y ven solo… estaremos esperándote Sammy.”
Apenas terminó la grabación, desconectó la contestadora. Tenía a Midane. Faltaban cuatro horas para medianoche, así que decidió caer en la trampa. No podía arriesgar la vida de su querido Midane dándole parte a la policía. Sabía que Necros no le haría daño, si en realidad decía querer hablar con él, eso haría. En los días que estuvo en cautiverio, pudo aprender muchas cosas sobre la personalidad de aquel asesino, y una de ellas era que nunca mentía. Siempre fue sincero, y tal vez eso lo hacía aún más aterrador. Pero si se atrevía a desafiarlo, la pagaría, y con creces. Ya le había demostrado que podía entrar en su casa, tocar a su novio, hacer lo que quisiese, y también le había enseñado que su objetivo no era simplemente matarlo. Quería jugar con él, aunque aún no sabía a qué.
La policía se marchó luego de dos molestas horas, y junto con ellos, la joven pareja que había decidido pasar la noche en un hotel.
Ambos llevaban un pequeño bolso con lo necesario para esa noche, ya que al día siguiente regresarían al apartamento por sus pertenencias y se irían a casa de una de las hermanas de Andrew, que vivía también en Nueva York. Solo serían unos días, un poco más de una semana, al menos eso había dicho el detective Foose, quién además se aseguró de que un oficial los llevase hasta el hotel. Las formas corrían sinuosas ante los ojos de Sam, quien miraba perdido por la ventanilla del auto.
- ¿…Sam?- la mano cálida de Andrew reposaba sobre la suya.
- Estoy bien…- dijo sin quitar los ojos del paisaje urbano que pasaba a gran velocidad.
- Vaya susto, ¿verdad?- su novio se esforzaba por sacar un tema de conversación.
Sam dirigió su mirada a aquella mano que acariciaba la suya. Estaba sucia, manchada con restos de sangre seca. Eso le dio escalofríos, así que dirigió su atención a su rostro intacto, a la enorme gabardina negra que ocultaba su cuerpo también manchado de rojo. Maldito color, pensó. Maldito Necros, ¡malditos todos!
- ¡Sam!- gritó su novio, haciéndole notar que lo lastimaba con la presión que ejercía con su apretón de manos.
- ¡oh! Lo siento…- examinó rápidamente la mano del joven- Estoy muy alterado, supongo. Necesito dormir…creo mañana faltaré al trabajo.-
- Bien, como quieras, Sammy…- beso su frente-… yo si iré a la oficina, después de todo solo me recosté a dormir una siesta y me desperté un poco confundido…- esbozando una patética sonrisita.
Sam no contestó. ¿Acaso estaba bromeando? ¿Una siesta y una confusión al despertar? Maldito insensible, pensó con un aire envidioso. De todas formas no quiso discutir, manteniéndose en silencio el resto del viaje. Todo había sido tan repentino;volver a sentir miedo, perder y recuperar en menos de un minuto a su amado Andy, el mensaje de Necros, dejar su hogar.
Observó pasmado la fachada del lujoso hotel, el cual a pesar de su alto nivel, le pareció frío y desagradable. La habitación era enorme, una suite costosa que Andrew insistió en pagar. De todas formas ambos podían permitirse esos gastos, pero, a diferencia de su novio, Sam prefería las cosas sencillas y modestas. El hotel era moderno, cuya decoración sobria y minimalista, apenas se destacaba en aquel mar blanco que se asemejaba más a un hospital que a un cálido lugar donde alojarse. Andrew tomó una ducha rápida y sin más que un corto y silencioso beso de buenas noches, se fue a dormir. Sam aguardó callado hasta que el reloj marcó las once y media. Era hora de concretar la cita.
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