CAPITULO 7: Caos
. La autopista estaba repleta de autos, todos detenidos debido a un accidente. Sam encendió la radio, realmente necesitaba distraerse un poco y alejar aquellos pensamientos de su mente. Había tenido sexo con Midane… ¡Dios! ¡Le había sido infiel a su querido Andrew! Aun se retorcían las hipótesis del por qué lo había hecho, pero ninguna terminaba de explicarlo ni justificarlo. La relación con su novio estaba atravesando una pequeña crisis, cuya existencia incluso podría ser desconocida por su pareja. Pero Andrew era así y lo sabía, despistado, - quizá - indiferente, siempre centrado en su trabajo y en sus novelas policiales. Sin embargo esta vez lo necesitaba de verdad, su atención, su presencia, su amor, y al parecer su tan amado Andy no entendía eso. Lo cuidaba, si… ¿pero era eso suficiente? ¿qué más esperaba de él? Ni siquiera sabía qué era aquello que le faltaba, aquello que Andrew, al parecer, debía darle… ¿Acaso no era su novio el problema, sino él mismo? No quería aceptarlo, pero de a poco se había desgastado aquello que los mantenía unidos, enamorados. Y eso, en parte, se debía a la presencia de aquel hombre que marcó tanto su pasado: Midane. Con él había aprendido todo aquello que sabía acerca del amor, bien o mal, había sido su maestro y compañero. Todo había sido maravilloso hasta aquel terrible día en el que había caído en manos de Necros. Nunca supo si fue mera casualidad o si aquel asesino lo había elegido especialmente a él para hacerle daño a Midane, detective de la departamental de Manhattan. A partir de ese hecho, todo había sido confuso y decadente. Unos días después de su rescate, aquel hombre había ido a verlo; recordaba cada una de las palabras que le había dicho, insulsas, casi ensayadas y aprendidas de memoria, las últimas que oiría de sus labios por seis largos años. Y ahora, cuando su vida volvía a sumergirse en el caos y el miedo, se habían reencontrado, después de tanto tiempo de no saber nada el uno del otro, y ninguno había visto lo que esperaba ver. Midane, por su parte, lucía viejo (a pesar de sus 33 años), ausente, triste; en cambio Sam, se había convertido en un apuesto hombre, de cabellos rubios y mirada gris, distinto del jovencito de gesto risueño que solía ser.
. Lentamente los automóviles comenzaban a avanzar, obligando a Sam a concentrarse en conducir, lenta y cuidadosamente. Las bocinas de los otros vehículos le aturdían, así como la música de la radio que apagó, furioso, de un golpe. Las manos le temblaban. No quería estar ahí, no quería ir a dónde se dirigía. Realmente deseaba huir, escapar de todo, de todos. Como le había enseñado su terapeuta, comenzó a respirar profundamente, inhalar y exhalar, unas diez o quince veces, hasta descubrir, feliz, que los autos empezaban a moverse y a avanzar con fluidez. Parecía haber recuperado la compostura, más tranquilo y relajado.
. El paisaje lucía monótono, con alguna que otra patrulla policial al costado del camino. A medida que avanzaba podía figurarse la magnitud de aquel accidente, ya que a unos 100 metros ya podían verse al menos dos camiones de bomberos y una ambulancia. El choque había sido fatal. Un automóvil que, sin frenos, prácticamente se había metido bajo un camión con acoplado. El coche estaba destruido debajo del camión, y aún los bomberos trabajaban, al parecer, tratando de sacar a una niña que aún estaba viva dentro del metal abollado.
. El resto del viaje fue rápido. Con aquella imagen del metal retorcido en su mente, recio de abandonar sus pensamientos. En silencio entró al hotel, exhibiendo su tarjeta a la recepcionista que lo dejó pasar casi sin mediar palabras. Al entrar a la habitación vio a Andrew sentado sobre la cama, mirando la televisión. Intentando no llamar mucho la atención, se acercó y lo besó, para luego sentarse junto a él.
- Vaya choque, ¿te has enterado?- inquirió Andrew distraídamente.
- Oh, sí, lo he oído en radio, pero no sé mucho al respecto- mintió.
- Un auto se ha quedado sin frenos y embistió por detrás a un camión enorme. Una mujer y su hijita. La mujer sobrevivió, por suerte…-
- Y… ¿…y la niña?-
- La hijita había quedado atrapada dentro del auto, pero estaba muerta, al parecer no pudieron sacarla a tiempo y murió desangrada, creo…-
. Entonces Sam sintió que su mente y su cuerpo colapsaban. Un desgarrador grito brotó de su garganta, comenzando un angustioso llanto, que apenas lo dejaba respirar. Andrew, por su parte, atinó a envolverlo entre sus brazos, aferrándolo contra su pecho.
- ¡Sam! ¿qué sucede? ¿las conoces?-
- …fue él…- dijo el joven entre espasmos- ¡¡fue él!! ¡¡por Dios, Andrew, fue él!!-
- ¿Qué dices? ¿quién hizo qué?-
- … fue Necros, él provocó ese choque…-
- No, Sammy…- tratando de calmarlo- … solo fue un accidente…-
- ¡¡no!!- gritó el joven, soltándose de aquel abrazo para caminar hacia la ventana- ¡¡él lo provocó!! ¡¡lo sé!! El sabía que yo pasaría por allí, quería que lo viera todo…-
- ¿Tú estuviste ahí?-
- ¡sí! ¡Dios! ¡era todo tan horrible!- sollozó.
. Andrew se quedó unos segundos en silencio y luego apagó la televisión. Con un semblante serio, se acercó a Sam como si fuese a darle un beso, sin embargo, cuando sus frentes se juntaron, clavó fuertemente sus dedos en los hombros del muchacho, haciéndolo gritar.
- Dijiste que irías a la playa…-
- … sí… lo hice… - titubeó Sam- Andy, estás lastimándome…- se quejó.
- Ay Sammy…- rió irónicamente- si hubieses ido a la playa, ¡no habrías pasado por ese maldito accidente! ¡me mentiste!-
- Andrew, yo…-
- ¿fuiste a verlo a él, verdad?- tomando fuertemente a Sam del cabello.
- ¡suéltame!-
- Ese maldito fracasado, ¿acaso crees que va a defenderte de ese asesino? Por favor, mi amor, ¡si ni siquiera puede defenderse a sí mismo de su estúpida depresión!-
- ¡¡¡Déjame!!!- separándose de Andrew- ¡¿qué mierda crees que haces?! ¡¡aléjate!! ¡¡no te atrevas a tocarme de nuevo!!-
. Sin embargo aquella amenaza no surtió el efecto esperado. Sin poder esquivarlo, un fuerte puñetazo impactó en el rostro de Sam, que cayó al suelo desorientado. Una ola de golpes le siguió, pudiendo a penas adoptar una posición fetal para defenderse. Andrew estaba irreconocible, preso de una furia casi liberadora para él. La ira le nublaba los pensamientos, generando increíbles mareas de placer que lo invadían cada vez que daba un golpe. Cada sollozo que emitía Sam, por más ínfimo que fuera, desataba los más terribles sentimientos de odio y asco, que emergían de lo más profundo de su ser, como siempre hubiesen estado ahí, clamando por salir. Golpeó a su tan querido Sam hasta que los quejidos del joven ya no se oyeron, y sus movimientos cesaron.Y cuando ya se había cansado de dar golpes, contempló lo que había hecho. Sam yacía inconsciente o quizá muerto, a sus pies. Sus manos estaban manchadas de sangre, al igual que sus zapatillas deportivas. El silencio de repente lo aturdía, como si se hubiese sumergido en una piscina y la presión del agua aplastase su cráneo. Espantado por aquella escena que él mismo había creado, salió caminando de la habitación del hotel, con la mirada perdida.
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