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Reemplazando a mi hermana por Fullbuster

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Un soldado caminaba por los tenebrosos pasillos del que antaño fue el castillo más luminoso de la tierra. Ahora sólo quedaban sombras, piedra blanca que se oscurecía en aquella tonalidad grisácea y las antorchas que iluminaban los anchos pasillos. El esplendor que una vez vivió aquella fortaleza se había convertido en el más tenebroso de los castillos. Los soldados custodiaban todas y cada una de las puertas y finalmente, aquel soldado llegó hasta el portón del comedor real.


Hace doce años allí se celebraban los mejores y más lujosos banquetes, sus pistas recogían a miles de bailarines de la nobleza que danzaban felices, hoy sólo era un inmenso comedor vacío en el que a veces, algún noble se atrevía a entrar para tratar algún asunto con el ilegítimo Rey, el usurpador del trono.


El guardia que custodiaba la puerta tocó en ella y entró nombrando al soldado que buscaba una audiencia con el rey. Entró algo atemorizado aunque trató de no aparentarlo. Los rumores que corrían acerca del nuevo Rey no eran para nada buenos, todo el mundo sabía lo que ocurría si se le llevaba la contraria, era mejor obedecer y hacer las cosas bien si no querías un castigo mayor o incluso la pena de muerte.


Al acercarse hacia la mesa llena de abundante comida empezó a escuchar los jadeos de un joven y sólo cuando estuvo próximo a la silla del fondo pudo ver a ese chico de extraño cabello rubio montando a Orochimaru mientras este gemía levemente y comía animando al joven a seguir en su tarea. El chico al ver al soldado trató de levantarse para dejarles a solas pero Orochimaru tiró de su cabello impidiéndole levantarse ordenándole que siguiera con su trabajo, él no había terminado.


El soldado, algo impactado se acercó a entregar la carta pero otro soldado lo interceptó antes de que llegase y cogió la carta él mismo para entregársela a Orochimaru, su guardia personal, Kakuzu. Entre los jadeos de aquel chico que inundaban la gran estancia, Orochimaru leía la carta mientras el soldado esperaba paciente una respuesta.


- Maltida sea – exclamó barriendo con su brazo parte de la mesa y lanzando unos vasos de la más fina plata al suelo derramando el vino por el suelo.


Todos los allí presentes e atemorizaron unos segundos pero se relajaron cuando vieron que Orochimaru cesaba en su empeño de seguir con aquel enfado precipitado.


- ¿Cómo es posible que siga sin un heredero? Le busqué una mujer de alta alcurnia, la más noble entre las nobles, sólo necesitaba un hijo. Konan prometía ser la esposa perfecta y me habían asegurado que era fértil. Llevan tres años intentándolo y nada.


- Quizá va siendo hora de que le entregue su regalo – comentó uno de sus consejeros sentado a su lado. Kabuto - Lo ha estado retrasando mucho tiempo.


- Esperaba que mi inepto sobrino pudiera tener descendencia y así poder quedarme con su regalo – comentó Orochimaru.


- El reino debe estar siempre por encima de los intereses personales, mi Rey. Ese chico puede darle el heredero que estáis buscando y sería completamente legítimo, él era el auténtico Rey. Si ese niño lleva la sangre del antiguo Rey, nadie podrá volver a decir que el trono es usurpado, porque tiene la sangre del legítimo. Tendría todo el derecho a sentarse en el trono.


- Si ese chico se entera de que es el hijo de Minato Namikaze, antiguo Rey de mi territorio es capaz de cualquier cosa con tal de sacarnos del poder – comentó Orochimaru.


- No deje que se entere.


- ¿A qué te refieres?


- Piensa que es un simple campesino, dejémosle que lo crea, que su misión es satisfacer a sus dueños. Cuando tengamos el heredero podemos matarle o si lo prefiere, puede quedárselo usted como su juguete personal. Sólo necesitamos que se quede embarazado de su sobrino. ¿Sigue puro, verdad?


- Sí – comentó Orochimaru con desgana – más o menos. Cómo me habría gustado haber sido el primero con él pero… me he tenido con conformar con este atajo de inútiles a los que he tenido que tintarles el pelo con los más fino tintes que traen desde oriente. Ni siquiera se parece al color original – comentó enfadado tocando el cabello del chico que lo montaba.


- Su sobrino, Príncipe del reino de la lluvia celebrará un banquete pronto por su futura coronación. Una tragedia que su padre falleciese – sonrió Kabuto sabiendo que ellos mismos lo habían envenenado y Orochimaru sonrió también – pero ahora Pain será el nuevo Rey y usted como su tío, siempre le ha brindado el cariño necesario para que confíe en usted. Puede tener ambos reinos, mandar a la sombra, decirle qué debe hacer. Siempre le hará caso, tiene una fiel marioneta en sus manos. Sé que es duro desprenderse de semejante regalo pero… debe hacerlo mi señor, por el bien de ambos reinos. Déselo y cuando ya no lo necesite volverá a sus manos y podrá disfrutar de su cuerpo cuantas veces desee.


- Tienes razón. Iré enseguida a preparar todo. Partiremos al alba para la coronación de mi sobrino. Su tío no puede faltar allí – sonrió.


Orochimaru levantó al otro chico que tenía sobre sus piernas de manera brusca y lo dejó caer al suelo desnudo como estaba sin tener ninguna consideración.


- Satisface a mi consejero, se lo ha ganado – le dijo al chico mientras se abrochaba el pantalón y salía por una de las puertas laterales dejando al chico allí ante la lujuriosa mirada del consejero.


Orochimaru caminó por los siniestros pasillos hasta llegar a una puerta tallada y bien decorada cerrada con llave y custodiada por dos guardias. Tocó con sus dedos aquellos relieves y apoyó la frente contra ellos acariciando la puerta.


- Mi más preciado tesoro… pronto tú y yo volveremos a estar juntos – susurró mirando a los guardias y ordenándoles que abrieran la puerta.


Las puertas se abrieron y tal y como Orochimaru entró en aquella habitación oscura únicamente iluminada por la chimenea y por la escasa luz que entraba por la gran cristalera del fondo, los guardias cerraron tras él escuchando el ruido de la llave al cerrarse.


Observó el cómodo sillón dónde él solía sentarse frente a la chimenea. Siempre había ordenado que la chimenea estuviera encendida para que no pasara frío aquel chico de piel ligeramente bronceada. Sus ojos al no encontrarle en el sillón se fueron hasta la ventana desde donde se podía ver el pueblo y allí le encontró, observando por la ventana los copos de nieve caer. El crudo invierno se acercaba.


Su larga cabellera rubia era algo que siempre le había excitado y sobre todo, su cuerpo y su mente, aquellos ojos azules que nadie más en el reino poseía, nadie en este reino podía asemejarse ni tan siquiera un mínimo a la belleza de los Namikaze. Pensar que toda su sublevación contra Minato empezó porque no quiso ofrecerle la mano de su primogénito. Iban a dárselo a los Uchiha, al primogénito Uchiha. Aquello no pudo soportarlo, ese chico debía ser sólo para él. Si solamente Minato hubiera atendido su petición y le hubiera dado en matrimonio a ese chico, nada de esto habría ocurrido, pero tuvo que negarse, ese estúpido Rey pensando siempre en lo que sería mejor para su reino, pensando que el ejército de los Uchiha y su ruta comercial traería más riqueza y prosperidad al reino, pensando en casar a Deidara con Itachi.


Orochimaru sonrió, ahora tenía a ese chico aunque hubiera sido a la fuerza, ese chico estaba en su castillo, estaba a su lado pese a no poder tocarle como le gustaría. Se acercó hacia la espalda del chico que miraba la nieve caer y tomó uno de sus largos mechones rubios hundiendo la nariz en él para relajarse con aquel aroma a frutas que siempre tenía.


- ¿Por qué no puedo salir, señor? – preguntó con la voz apagada sin apartar la vista de la ventana – ya llega el invierno de nuevo pero nunca me ha dejado bajar a tocar la nieve. Ya he contado doce años.


- Lo siento mucho Deidara pero fuera hay peligros que no puedes comprender, estás más seguro aquí – dijo hundiendo su nariz ahora en su cuello escuchando un leve gemido de Deidara que seguía fijo en la nieve.


- ¿Por qué protege a un simple campesino? – preguntó y Orochimaru lo giró hacia él.


Acarició su cabello y apartando un poco el mechón de pelo de la parte derecha vio la pequeña cicatriz del golpe que se dio al caer a aquel río. Desde entonces ese chico ya no recordaba nada, ni siquiera quién era. Orochimaru le había contado la peor de las mentiras, que era simplemente un campesino que debía obedecer a sus señores.


- Porque no hay campesinos tan rubios como tú, tienes algo especial.


- Un Rey jamás se casa con un campesino ¿Por qué me tiene encerrado? – preguntó y Orochimaru miró la estantería con los pergaminos y los libros, ese chico era realmente listo y a ese paso, acabaría entendiendo todo, acabaría descubriendo su mentira.


- Todo Rey necesita un amante, tú serás ese amante, mi favorito Deidara.


- Por favor… quiero tocar la nieve – comentó con aquellos ojos inocentes que tan loco volvían a Orochimaru.


Sin poder evitarlo, Orochimaru se acercó hasta sus labios besándole con pasión. Sabía que Deidara no le amaba ni lo haría pero como “Campesino” que era obedecía siempre a su Rey y se dejaba hacer lo que fuera. Su mentira al menos tenía una parte buena, podía tener a ese chico a su antojo. Era una lástima que no hubiera podido tocar su cuerpo como le habría gustado.


- Pórtate bien hoy y dejaré que toques la nieve – comentó Orochimaru con dulzura – vamos, hoy será el último día que estarás conmigo.


- ¿Dónde voy? – preguntó.


- A partir de hoy servirás a mi sobrino. Iremos a su coronación y tú eres el regalo, su sirviente. Tendrás que complacerle en lo que te pida, será tu nuevo señor ¿Vale? – le preguntó Orochimaru.


- Vale – le dijo un confuso Deidara mirando hacia la ventana, al menos por fin podría salir de aquel pequeño recinto.


Orochimaru se sentó en el sillón frente a la cálida chimenea, habría sido tan feliz si sólo Minato le hubiera casado con ese chico, pero no… tuvo que dárselo a ese desgraciado Uchiha. Orochimaru sonrió, ahora jamás sería ese chico para Itachi, ni siquiera era capaz de recordar quién era y obedecía a sus señores sin saber nada de lo que había ocurrido. Nadie en todo su palacio sabía lo dulce que podía llegar a ser su señor, pero aquel chico conseguía sacarle la dulzura que jamás tuvo con nadie. Todos le llamaban el rey cruel, Deidara no sabía absolutamente nada, encerrado doce años en aquella torre bajo la cálida luz de la chimenea lo único que conocía del mundo exterior era lo que veía por aquella ventana y lo que aprendía de los libros que leía. Ahora tenía veinte años y seguía siendo como un niño pequeño al que han salvado del tiempo y de la crueldad para preservar su inocencia.


Jamás había previsto hacerle daño, pero aceptaba que aquella caída, aquel golpe le había venido realmente bien para confundir al chico, para hacerle creer que era una persona muy diferente a la que en realidad era.


- Estarás un tiempo con mi sobrino. Cuando le des el heredero que busca, podrás volver aquí conmigo, Dei – le dijo con dulzura tocándole el cabello.


- Sí, mi señor – exclamó Deidara.


- Hazme tú último trabajo hasta entonces Dei.


- ¿Podré bajar a ver la nieve? – preguntó sonriendo como un niño pequeño.


- Te llevaré a verla si lo haces bien.


Orochimaru sentado en el sillón, se desabrochó el pantalón frente a él bajándoselo mientras Deidara se arrodillaba y metía su blanco miembro en su boca dándole placer. Puede que no tuviera su cuerpo, pero se deleitaba sabiendo que su boca, siempre fue suya, él fue el primero en tenerle. Orochimaru disfrutó como nunca pese a saber que sería la última vez tras doce años, que podría estar con ese chico. Tras correrse y pedirle a Deidara que se arreglase, le esperaba ya en la puerta con una larga capa oscura que puso sobre sus hombros.


- Sígueme pero no corras, no me gusta la gente que me desobedece ¿Entendido? – le preguntó.


- Sí.


Orochimaru dio dos golpes a la puerta para que los guardias abrieran y cuando salió y fueron a cerrar tras él, les impidió hacerlo dejando al chico salir tras él dejando a los guardias sorprendidos.


- Hoy viene conmigo. Volveremos enseguida.


- Entendido, señor – comentó el guardia.


Caminaron por los pasillos, Deidara siempre tras su señor como un buen sirviente. Cada guardia por el que pasaba, se giraba al instante sorprendido de ver a aquel chico Namikaze caminar tras el Rey. Todos abrían los ojos y observaban aquel extraño cabello rubio tab brillante que tenía y Deidara, no podía dejar de mirar hacia los guardias con la intensidad de su mirada azul hipnotizando a los guardias que se enamoraban de él al verle. Doce años que ninguno había vuelto a ver a aquel joven de ahora veinte años. Deidara agachó la mirada finalmente mirando al suelo hasta que llegaron a la última puerta que daba al patio central del castillo.


- Ahí la tienes, Dei – le dijo Orochimaru abriendo la puerta para dejarle ver la nieve.


El chico primero abrió la boca por la impresión y luego sonrió saliendo corriendo y lanzándose sobre ella riendo como un niño pequeño. Orochimaru se sentó en uno de los bancos viendo con cierta dulzura como sonreía aquel chico al que había tenido cautivo y en la más absoluta ignorancia a ese chico. Los soldados al verle, también sonrieron, nadie se habría imaginado jamás volver a escuchar una risa en aquel siniestro castillo, ni siquiera sabían que aquel ángel de dorados cabellos pudiera estar atrapado allí cuando le cortaron sus alas hacía doce años.


 


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