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Colores primarios por blendpekoe

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Manejé casi dos horas por ruta mientras oscurecía, Santiago no hacía más intentos de obtener información sobre nuestro destino pero estaba interesado en adivinar y verificaba con un mapa en su celular las opciones más realistas. Cada tanto perdía la señal en el teléfono complicando su búsqueda y me dedicaba miradas de sospecha. Al salir de la ruta observó extrañado el sitio al que llegábamos: un pueblito tan pequeño que hasta el diminutivo le quedaba grande. Habían algunas casas de las pocas personas que habitaban la zona perdidas entre árboles y solo la calle principal estaba pavimentada. Al avanzar nos cruzábamos con autos que se retiraban del lugar y en el único estacionamiento, libre de barreras y de personal, vimos las últimas familias que se preparaban para irse. Carteles rústicos le dieron aviso a Santiago de que estábamos en un balneario pero estos sirvieron para dejarlo más confundido.


—Hace años tuvimos que parar aquí con mi familia por un problema con el auto mientras volvíamos de vacaciones.


Pero un balneario no era un lugar para visitar de noche.


—Se me ocurrió que podíamos cenar en un lugar alejado —justifiqué vagamente.


La playa era muy pequeña y alguien nos avisó que no podíamos adentrarnos. Quedaban muy pocas personas, la actividad del día se había terminado y los pequeños locales cerraban. El sendero que nacía en el estacionamiento y costeaba la playa apenas estaba iluminado, solo lo suficiente para no perderlo de vista. Camino a un restaurante local, Santiago se detuvo mirando hacia la oscuridad de la playa.


—Creo que ya sé por qué estamos aquí.


Pero su comentario sonó mucho menos feliz de lo que esperaba. Desde allí, un lugar minúsculo en la nada, el cielo se veía más grande y más estrellado en comparación a la ciudad.


—¿No te gusta? —pregunté preocupado por su reacción.


—Me gusta mucho —respondió lleno de melancolía.


Respiró aliviando su expresión, desechando lo que sea que lo había entristecido.


—Vamos a cenar —pidió con más ánimo.


Me hubiera gustado mucho poder ir a una playa de verdad pero era algo que demandaba más horas de viaje y, como mínimo, pasar la noche en un hotel. Ese habría sido mi plan ideal pero no podíamos gastar dinero en semejante hazaña.


El restaurante era pequeño, sencillo y con un menú limitado, dentro estaban las últimas visitas del balneario que cenaban antes de regresar a sus casas. La comida tenía ese sabor casero que en la ciudad no se conseguía y eso dejó fascinado a Santiago. Su entusiasmo se trasladó a un obligado postre porque decía que no podía desaprovechar una oportunidad como esa. Se mostraba contento ante la sorpresa que le había dado, todo lo que nos rodeaba llamaba su atención y le sacaba una sonrisa. Le daba gusto la simpleza del restaurante, la precaria luz sobre el sendero, el inexplicable crujido del piso madera, el gato del local que se paseaba por todas partes y el viento que movía las plantas. Para nosotros, personas urbanas, era fácil caer bajo el encanto de la sencillez.


Después de la cena nos acercamos a la arena, el agua no se veía pero se escuchaba su vaivén. Lamenté una vez más que no fuera una playa real, con sonido a mar y brisa, pero el sitio cumplía en tranquilidad y brindaba un cielo hermoso. Nos sentamos en un banco de madera sin respaldo a mirar la casi nada.


—No hacía falta que hicieras esto.


Pero sonreía complacido mirando las estrellas.


—Me da la sensación que serías más feliz viviendo en un lugar como este que en la ciudad.


Pensó un momento, como si comparara los pros y contras.


—Si tuviera que elegir, sí. Prefiero algo como esto.


Se acercó un poco más para crear contacto físico. Alrededor nuestro no había personas, solo nos llegaba algún ruido del restaurante que también estaba pronto a cerrar.


—Cuando me veas triste nunca pienses que me arrepiento de algo —dijo concentrado en el cielo—. Hay muchas cosas que lamento pero entiendo que fue la única manera para llegar aquí, no iba a suceder de otro modo.


Lo miré con curiosidad. Sus palabras me transmitieron una inesperada tranquilidad, no porque tuviera alguna duda sobre él, sino por escucharlo decir algo como eso lleno de calma y por motivación propia.


—¿Qué cosas lamentas?


Bajó la mirada a la arena, pensativo, lo cual me sorprendió porque solía fallar cuando intentaba llevar la conversación hacia esos rumbos. Se tomó su tiempo para contar algo de lo que no le gustaba hablar.


—Haber creído que podía engañarme a mí mismo. Eso es lo que más lamento. Siempre tuve la sensación de que me atraían los hombres pero no quería que fuera así y todo fue un error tras otro —hablaba con cuidado como si midiera las palabras que usaba—. Esperaba que esa sensación se fuera, que desapareciera, y como no se iba me puse de novio con Julieta. —Hizo un gesto de desaprobación con respecto a esa decisión—. Solamente quería dejar de sentirme así; raro, incómodo, avergonzado... creo que esa es la mejor palabra para describirme en ese momento. Avergonzado por lo que sentía y avergonzado por lo que fingía sentir. Entonces me casé y eso tampoco resolvió nada. Cuando nació Iris el mundo se me vino abajo, cambió el significado de todo, y yo... —se quedó pensando, buscando la forma correcta de expresarse— Vi con más claridad las cosas pero no sabía qué hacer. Y me refugié en Iris, ella era mi excusa para todo, para evitar la realidad. Al principio no me daba cuenta que hacía eso. —Inclinó un poco su cabeza hacia un costado—. Pero en un momento eso también dejó de funcionar.


Se quedó un rato en silencio, entreteniéndose con la arena que movía con su pie. Yo era consciente de que a Santiago no le gustaba hablar del tiempo que le había tomado aceptarse a sí mismo, ni de los motivos de su negación, y tendía a ser selectivo al compartir detalles sobre ese tema. Apoyé mi mano en su pierna, quería decir algo pero era una de esas cosas sobre las que no se podía decir nada, él se quedó mirándola.


—El día que fui al casino... —sonrió con culpa— Yo sabía las cosas que se rumoreaban de ti y algo, curiosidad o no sé qué, me hizo ir a ver si era verdad. No sé qué esperaba. Te preguntaron y dijiste que sí y nada malo sucedió. —De repente la sonrisa desapareció—. Cuando volví a mi casa lo único que quería era ponerme a llorar.


Quedé confundido un momento, las veces que habíamos recordado el día en que nos conocimos nunca mencionó nada que se relacionara con ese último suceso. Pero no era difícil imaginar que él decidiera omitirlo para no hablar sobre eso.


—Jamás me sentí tan mal ni tan solo como ese día. —Levantó la cabeza y suspiró antes de mirarme—. Por suerte eso ya pasó.


Besé su mejilla con suavidad y dejé mi cabeza apoyada en la suya.


—Te prometo que no voy a dejar que vuelvas a sentirte solo nunca más —susurré.


—¿Nunca? —quiso corroborar con un tono divertido.


—Nunca.


—¿Aunque sea un desastre?


—No eres un desastre y eso cuenta como un nunca.


Lo escuché reír bajito.


—Gracias.


Al mirarlo pude notar una especie satisfacción en su rostro, sabía lo que demandaba de su parte contarme algo tan triste, algo que deliberadamente se había guardado todo ese tiempo. Se paró y, casi como si se tratara de un reflejo, tanteó uno de sus bolsillos para darse cuenta que no traía cigarrillos pero no le dio importancia.


—¿Te pones triste cuando recuerdas esas cosas?


La pregunta lo tomó desprevenido.


—A veces se siente como si esos recuerdos no fueran míos. Es algo extraño.


Siguió mirándome y titubeó en un claro arrepentimiento sobre algo que estuvo a punto de agregar.


—¿Qué ibas a decir? —insistí sin darme cuenta.


Tal vez era pretender mucho y estaba alcanzando su límite, reconocí la incomodidad que le ocasionó mi pregunta. Desvió la mirada y me dio la espalda, simulando interés en el cielo. Asumí que la conversación había terminado, él diría que no era nada, que no importaba.


—Últimamente me pasa algo difícil de describir. Tengo algunos recuerdos muy puntuales que me hacen desear poder viajar en el tiempo... —Soltó una pequeña risa nerviosa y tardó en continuar—. Me gustaría, en esos recuerdos, poder decirme a mí mismo que todo va a salir bien. No sé qué nombre ponerle a esa sensación pero no es tristeza.


Esas palabras me dejaron una extraña angustia, con necesidad de saber más y conocer esos recuerdos puntuales. Volteó y con una mirada inquieta regresó a mi lado.


—Te cuento todas estas cosas raras porque es la manera correcta de hacerte saber que confío en ti.


Podría haberle dicho que no era necesario o que no se forzara a hacer algo como eso pero la realidad era que sí hacía una gran diferencia. Podía tolerar ser empujado fuera de cualquier cosa que él creyera que no debía involucrarme, respetar su silencio y nunca desconfiar, pero esas situaciones me marcaban con una sensación de incompetencia, me catalogaban de inservible. Aunque no pudiera hacer nada, que me dejara saber qué cosas sentía y qué cosas pasaban por su cabeza reforzaba mi lugar en su vida.


—Me alegra que intentes ser más abierto.


—No es tarea fácil —afirmó con fingido orgullo.


—No es fácil cuando se es tan terco —bromeé.


Me empujó con su codo mientras intentaba no reír. Estaba aliviado porque el chiste lo apartaba de lo que ya no quería seguir hablando. Miró hacia atrás, el restaurante ya había cerrado dejándonos completamente solos y se sintió libre para besarme.

Notas finales:

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