Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Colores primarios por blendpekoe

[Reviews - 6]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

En casa de mis padres Iris fue consentida durante toda la visita, siendo la única niña sin competencia alguna, no recibía un no de parte de mi madre. Y donde recibía lo que quería perdía la timidez, así que estaba confiada con mi familia. Pero siendo la única niña tenía momentos en los que se aburría y se aferraba a Santiago, cuando se le pasaba exploraba con curiosidad parte del patio o parte de la casa, nadie le decía nada porque entendíamos que era difícil que se mantuviera entretenida. La cena fue mucho más tranquila, más parecida a una cena normal que a la de una celebración. Santiago también estaba relajado al no tener tanta gente alrededor y charlaba de forma más natural con mi hermano y mi padre; mi madre estaba ocupada con la comida con la cual no se dejaba ayudar. Yo también prefería ese tipo de ambiente, más íntimo y sin preguntas raras. Iris cada tanto seguía a mi madre cuestionando qué hacía o qué llevaba y mi madre, que se tomaba muy en serio la atención, le explicaba cada detalle.


—Ojalá hubiera tenido una hija. —Suspiró en medio de la cena—. Pero no tuve suerte, tuve dos varones.


Todos la miramos.


—Yo prefiero hijos varones —aclaró mi padre en un tono que parecía defendernos—. Con una hija un padre nunca está tranquilo —arruinó la defensa.


—Entonces si tuviéramos una hermana la querrías más a ella —reclamó Gabriel.


—Sería diferente.


—¿Vas a pelear por una persona que no existe? —pregunté a mi hermano para evitar que siguiera.


—Yo quiero una hermana —se escuchó a Iris de fondo haciéndonos voltear.


Se lo decía a su padre, clara y segura.


—Eso va a estar difícil —bromeó mi hermano en voz baja, tocando mi brazo para molestarme.


Santiago la miró con cuidado, tan sorprendido como el resto por sus palabras pero cargando con el apuro en el que lo había metido.


—En casa vamos a hablarlo —respondió con seriedad—. Ahora estamos de visita y no se puede —explicó para sacarse el tema de encima.


—Todos piden hermanos cuando son chicos, después se les pasa —aseguró mi madre.


—Pero solo para jugar —aclaró Iris por si acaso—, después que se vaya a su casa.


Aunque hubo risas, nadie aclaró la confusión que tenía para no darle más ideas.


Las charlas eran así, poco serias, sin preocupaciones y cambiaban constantemente. El intercambio de mensajes con las hermanas de Santiago era algo que quedó olvidado. Él se ocupaba de atender las exigencias de su hija, cuidar que no ocasionara problemas y disfrutar del momento. Así como me sucedió contemplando mi relación con Iris, me pareció muy lejana la época en que mis padres renegaban de mi relación con Santiago, poniendo mala cara mientras insistían en que cometía un error, repitiendo que me buscaba problemas. Se me hacía increíble que estuviéramos allí juntos con total normalidad.


Después de cenar ayudé a lavar los platos junto a mi hermano, él se encargó de recoger y llevar todo mientras mi madre, sin confianza alguna, nos pedía no rayar nada en el proceso. Cuando quedamos los dos solos Gabriel me miró con una enorme sonrisa.


—Hoy almorcé con mis suegros —anunció orgulloso.


Lo miré asombrado.


—¿Estás loco? Te pudo haber pasado algo —reclamé bajando la voz.


Pero él siguió sonriendo, contento y triunfante. Pero su confianza no me daba calma, ni siquiera que estuviera entero me daba calma.


—¿Quiere decir que te aceptaron?


—Más o menos. La madre más, el padre menos —respondió haciéndose el gracioso—. Pero ya nadie me quiere matar —aseguró.


No pude compartir su alegría, no me agradaba ver que se tomara a la ligera algo tan serio. Me puse a lavar los platos queriendo hacer de cuenta que no lo había oído decir semejante tontería, hablando como si el ataque que sufrió fuera un detalle insignificante. Se acercó y se inclinó para verme.


—Todo está bien —insistió sin risas, intentando transmitirme su seguridad.


Iris apareció interrumpiendo para ver qué hacíamos, iba y venía por todos lados, preguntando cosas al azar, buscando distracción. Me tiró de la ropa con fuerza.


—Quiero postre —me pidió arrastrando las palabras y con cara de víctima.


Por ser día festivo revolví en los muebles hasta encontrar confituras y le di el paquete entero. Eso la puso feliz y en lugar de irse se quedó con nosotros haciéndonos compañía mientras comía. Gabriel la miraba con simpatía.


—Iris —la llamó—. ¿Te agrada mi hermano?


—No le preguntes cosas raras —advertí.


—Sí —respondió con simpleza.


—¿Lo quieres?


Ella lo pensó.


—Un poquito.


Lo golpeé con el codo para que parara.


—Mi mamá dice —continuó ella captando nuestra atención— que mi papá es feliz con Dani.


—¿Y qué más dice tu mamá de Dani? —se arriesgó Gabriel.


La curiosidad evitó que lo reprendiera y quedé también pendiente de la respuesta.


—Que mi papá estaba siempre triste —habló indiferente sin dejar de comer las confituras— y que tiene que estar con Dani para no estar triste.


—Que deprimente —murmuró mi hermano arrepentido de su pregunta.


Era posible que esa fuera una forma de explicarle la separación y por qué su padre vivía conmigo, a su edad no era mucho lo que podía entender. Gabriel cambió la conversación para hablar de la playa, cosa que terminó siendo de mayor interés para ella porque nunca estuvo en una.


La noche siguió sin más inconvenientes, a medianoche se repitieron el show de pirotecnia y los dulces. El brindis fue sencillo y con una sidra sin alcohol para que todos tomáramos lo mismo contentando a Iris, quien se mostró entusiasmada al notar que todas las copas se servían de la misma botella, no se iba a dejar engañar con facilidad. No le gustó mucho el sabor pero fingió que sí por la oportunidad de hacer lo mismo que los adultos. Mi madre se mostraba cada vez más encantada por ella y lamentó el momento en que tuvimos que irnos, cuando las señales de sueño fueron muchas en la pequeña. No duró más de dos minutos despierta una vez que se sentó en el auto y, al llegar a casa, Santiago cargó con ella todo el trayecto del estacionamientos a su cuarto. Mientras se ocupaba de acomodarla en la cama preparé nuestras propias copas para brindar con una champaña obsequio de mi trabajo, hasta ese momento no habíamos bebido nada con alcohol. Hice todo lo posible para no hacer ruido al destapar la botella pero no tuve éxito y nos quedamos un momento en total silencio para corroborar que Iris siguiera durmiendo.


—¿Por qué quieres brindar? —preguntó Santiago en voz baja.


Nuestro brindis tenía que ser lo más discreto posible, eran casi las dos de la madrugada.


—Por las cosas que salieron bien cuando creímos que saldrían mal.


—O sea todo —aclaró bromeando.


Asentí.


—¿Y tú?


Observó la copa pensativo.


—En todo lo que va a seguir saliendo bien —dijo con una sonrisa.


El choque de las copas fue leve porque todo parecía hacer más ruido de noche, pero antes de poder beber la champaña Santiago me besó. Un beso suave y tierno.


—Te amo —susurró apenas se apartó


Lo abracé con la copa en mi mano, perdiendo algo de bebida en el movimiento.


—Yo también... con toda mi alma.


Sentí su mano en mi cintura y pequeños besos cerca de mi oído con una respiración que se hacía más profunda, olía al perfume que le regalé en Navidad. Luego se alejó suspirando, no podíamos hacer nada de eso. Volvimos a chocar las copas y bebimos. Y seguimos bebiendo hasta vaciar la botella, riendo bajito, recordando tonterías, hasta que el sueño nos ganó.


***


Las hermanas de Santiago nos visitaron un sábado, serían solo ellas dos, sin más compañía. Iris no estaba al tanto ya que su padre no quería ilusionarla ante el riesgo de una cancelación de ellas o de él. Desde que me confirmó la visita un par de días antes comencé a ponerme nervioso, sin importar lo que él dijera, lo que sucedió en el hospital no dejaba de estar mal y las imaginaba enojadas conmigo, con la impresión de que era un salvaje. O peor, creyendo la teoría de que ponía ideas en la cabeza de su hermano menor. Cuando llegaron, Santiago suspiró aún sin sentirse seguro.


—Quisiera poder fumar —se lamentó antes de bajar a recibirlas.


Estaba con un nuevo intento de dejar de fumar y cada vez que tenía ganas de fumar, y no lo hacía, ponía una expresión de arrepentimiento, replanteándose qué tanto valía la pena.


Aunque pasó muy poco tiempo desde la Navidad y de haber recibido muchos regalos, Iris estaba anticipando la llegada de los Reyes Magos para recibir más presentes. Así que se sentaba a hacer dibujos que contentaran a estos seres místicos para ganarse su favor. Estaba muy concentrada con uno de esos dibujos cuando escuchó voces extrañas y dejó todo para ver qué ocurría. Creí que saldría corriendo de felicidad cuando viera a sus tías pero no reaccionó en ninguna forma parecida. Como su padre estaba junto a ellas en la puerta, atinó a esconderse detrás de mí. Santiago tuvo que acercarse para explicarle lo que ocurría y tardó en soltarme, pero solo para abrazar a su padre y negarse a responder cuando él le preguntaba qué le pasaba. Quedamos en un silencio incómodo en el que sus tías observaban alarmadas la situación. El encuentro familiar había empezado mal. Santiago cargó a Iris y la llevó a su cuarto para hablar con ella, dejándome solo con sus hermanas.


—Estaba bien hasta recién —fue todo lo que pude decir.


Me miraban con duda, sin saber si creerme o no. Hice tiempo tratando de ser un buen anfitrión pidiéndoles que se pusieran cómodas, ofreciendo algo de beber, preguntando si les fue fácil llegar a nuestra dirección, a la vez que agonizaba porque Santiago no regresaba. Miré hacia el cuarto de Iris preocupado, sin poder entender qué había ocurrido, luego volteé a las visitas, a Lucía en particular con quién tuve el mal cruce.


—Lamento lo que pasó en el hospital —dije sin esperanzas de que la situación pudiera mejorar—. Mi hermano y yo no tuvimos que habernos comportado de esa forma.


Asintió sin tener nada para agregar de su parte, inexpresiva, guardándose lo que pensaba; nada bueno, eso era seguro.


Santiago regresó junto con Iris, se sentó y ella se subió sobre él abrazándolo.


—Cree que vamos a pelearnos —explicó— pero eso no va a pasar, ¿verdad? —preguntó a propósito.


—No, claro que no —respondió su hermana mayor.


Iris las miró con desconfianza mientras ellas insistían que nada malo pasaría, con la mejor sonrisa y las palabras más suaves, con el anhelo de que su sobrina no las rechazara. Fue un trabajo muy duro el que tuvieron para ganársela. También la charla con Santiago parecía difícil, solo hablaban de Iris o cosas muy superficiales, como si se tuvieran miedo entre ellos. Supuse que se debía a la regla de no hablar sobre los padres y los problemas existentes a causa de ellos. Después de mucho rato la conversación se desvió hacia mí, aunque algo forzada. Iris observaba y escuchaba con atención, sin soltar a su padre, le llevó un poco de tiempo comenzar a responder y hablar más. Luego, más tranquila y animada, les mostró su cuarto, algunas de sus cosas y dibujos. Santiago observaba todo mientras bebía el café tibio que no pudo probar con ella encima.


—¿Estás contenta?


Aunque yo estaba alejado de todo lo que ocurría en el pequeño cuarto, llegué a escuchar la pregunta pero no la respuesta, solo un montón de murmullos. Después del paso por la habitación decidieron que era hora de irse. Se despidieron y Santiago las acompañó. Al irse, Iris se quedó parada frente a la puerta, la visita la dejó muy confundida. Me agaché a su lado.


—¿No te gustó ver a tus tías?


—Tengo que pensarlo —respondió con una frase que copiaba de la televisión.


—¿Quieres que te prepare algo rico? —ofrecí para que cambiara la cara seria—. ¿Unos hot cakes con miel?


—¡Sí! 


Me siguió a la cocina y se quedó apoyada en la mesada para mirar todo lo que hacía mientras que, al igual que yo, esperaba el regreso de Santiago. Se tomó su tiempo, la charla, discusión o lo que fuese, le llevó casi una hora. Cuando entró se veía calmado, sin señales de disgusto y se sentó junto a su hija entusiasmado por lo que estaba servido en la mesa.


—¿Está todo bien?


Me miró sabiendo que mi pregunta apuntaba a su tiempo a solas con sus hermanas y el posible veredicto sobre todo el encuentro.


—Bastante bien —sonrió apoyando su cabeza en una mano—. Es un comienzo.


Aunque fue un comienzo accidentado, me alegraba verlo menos negado y más predispuesto, más allá de qué tanto se pudieran reparar los vínculos.

Notas finales:

Puedes visitar mis redes para novedades aquí :)


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).