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Colores primarios por blendpekoe

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Me tenía que quedar quieto a pedido de Iris. Se le ocurrió hacerme un retrato y, aunque no tenía la habilidad suficiente para realizar uno a detalle, le gustaba que se llevara a cabo toda la puesta en escena para el momento. Se tomaba su tiempo, pensaba, corregía, mientras que el retratado, en ese caso yo, no podía moverse. Quería que todo fuera como lo veía en la tele, era un juego que se tomaba muy en serio. Así que estábamos en la mesa, ella de un lado y yo del otro, y tuve suerte de que decidiera que era mejor si estaba sentado porque, además de tardar, podía suceder que quisiera empezar su obra de cero si algo no le gustaba. La mesa ya tenía manchas de sesiones anteriores, como su cuarto y algunas partes de la sala, no era cuidadosa pero se entretenía tanto que no podíamos negarle la libertad de manchar en su proceso artístico. Si su entusiasmo se mantenía en el tiempo, cabía la posibilidad de enviarla a un taller junto a otros niños de su edad, pero aún no estaba decidido.


Aprovechando su concentración, espié de reojo el dibujo.


—No mires —indicó con tono severo.


—¿Puedo tomar agua?


Pensó seriamente.


—Podemos descansar y tomar jugo.


No dejaban de sorprenderme sus actitudes, su intento de actuar como un adulto, copiando palabras y manerismos, siempre dándose mucha importancia. A veces intentaba recordar si a su edad mi hermano o yo hacíamos lo mismo pero no podía, no recordaba nada, solo quedaba mi prima como prueba de que era normal ese comportamiento.


—Este cuadro va a ser un regalo para tu mamá —anunció mientras le servía el jugo.


Ese día almorzaríamos en la casa de mis padres, una actividad que la ponía de buen humor porque la casa, que era enorme para ella, y el patio terminaban a su completa disposición.


—Se va a poner muy feliz —respondí asombrado por su consideración.


—Ella es buena conmigo —justificó sin pensar.


Me senté de nuevo en mi lugar, tenía que reconocer que mis padres terminaron siendo un apoyo importante para mí.


—Antes de ir vamos a comprar una tarta de manzana, es la favorita de mi mamá.


Asintió mostrándose de acuerdo.


Siguió pintando otro rato y cuando anunció que había terminado, me mostró un dibujo más bien críptico con poca semejanza a una persona.


—Te faltó firmarlo —remarqué con seriedad, como si fuera una gravedad, para seguirle el juego.


Eso era un problema que intentó disimular porque le costaba recordar cómo escribir su nombre, así que fue a buscar su cuaderno y lo copió.


—Ahora sí quedó muy bien.


Sonrió orgullosa ante su trabajo terminado.


Ordenamos un poco y propuse ir por la tarta por lo que corrió a quitarse el delantal que usaba para protegerse de las manchas, sabía que obtendría algo para ella en la panadería. Miré la puerta de mi cuarto dudando un poco. Ese día era el cumpleaños de la madre de Santiago y él, inesperadamente y con una calma no propia para la ocasión, decidió que la llamaría. Después del desayuno se encerró en la habitación para hacerlo y luego no salió más. Le envié un mensaje avisándole que saldríamos un momento.


—¿Mi papá está durmiendo?


—Creo que está hablando por teléfono —presumí aunque no se escuchaba nada.


Se encaminó hacia la puerta sin más preguntas, estaba más interesada en el postre que calculaba obtener por acompañarme.


Estaba preocupado por el encierro de Santiago, no había forma de que la llamada terminará bien, pero necesitaba su espacio. Su problema familiar era algo que seguía guardándose mientras fingía que el problema y ellos no existían frente a mí. Me quedaba el consuelo de que sí lo hablaba con el psicólogo, o eso esperaba, junto con el resto de las cosas que no lograba resolver solo.


Además de la tarta compré unos bombones que Iris se encargó de elegir y cargar. Al regresar a casa ya empezábamos a tener el tiempo justo para salir y me pareció correcto interrumpir la reclusión de Santiago.


—Hay que convidarle bombones a tu papá —indiqué señalando la puerta del cuarto.


Iris se abalanzó sobre la puerta y la abrió sin el menor reparo.


—¡Traje chocolate! —la escuché gritar al entrar.


Fui detrás de ella, Santiago estaba recostado y se sentó en la cama para recibir a su hija, la abrazó animado mientras ella le contaba que se encargó de elegirlos, tratando de recordar los rellenos. Me senté a su lado mirándolo con atención mientras que Iris abría el pequeño paquete y se ocupaba de decidir cuáles eran para cada uno.


—Deberías llevarle algunos a tu mamá —sugirió Santiago.


Encantada con la idea, volvió a contar y repartir. Él observaba divertido como se le complicaba la tarea pero yo podía ver a través de su sonrisa que estaba algo afligido, acaricié su espalda y se recostó un poco en mí confirmando mi sospecha; la llamada no había dado buenos resultados.


Dentro del auto, justo antes de salir, Santiago aprovechó el momento y me pasó su celular.


—Al final le envié un mensaje.


Vi el mensaje, el cual decía, con mucha sencillez, "Feliz cumpleaños, espero que algún día podamos arreglarnos". La aplicación marcaba que el mensaje fue leído pero en ningún momento recibió una respuesta. Al devolverle la mirada él levantó los hombros minimizando el asunto.


—Al menos sé que lo leyó.


Al escuchar esas palabras me urgió decirle algo que pudiera reconfortarlo pero con Iris detrás nuestro era muy difícil hablar, así que tomé su mano y la apreté para que supiera que yo no iba a creer que era un suceso insignificante. Sonrió ante el gesto, una sonrisa afectuosa y agradecida. Hacía lo que podía con su situación.


***


Mi madre recibió con mucha emoción el dibujo y se ocupó de ponerlo a la vista de todos, el mejor reconocimiento que Iris podía recibir. Gabriel llegó junto a mi padre, con ropa holgada y expresión vanidosa.


—Fuimos a jugar golf —anunció mientras se sentaba en un sillón—. Podría llegar a gustarme. —Miró a los costados para asegurarse de que nuestros padres no estuvieran cerca—. Lo aburrido son los vejestorios de ese club, no se puede hablar nada con ellos.


Por un lado me sorprendía que, después de tantos años en los que nuestro padre insistió en que lo acompañáramos, accediera a practicar dicho deporte, pero mirándolo y siendo consciente de lo excéntrico que podía ser a veces, no parecía un hecho extraordinario. Santiago por su parte lo observaba extrañado por su posible nuevo pasatiempo.


—Deberían venir conmigo —invitó mi hermano—, hay mucho aire libre y poco esfuerzo.


Dejamos el tema cuando mi madre apareció para indicar que alguno de nosotros debía preparar la mesa, Iris estaba detrás de ella como ocurría siempre que estábamos de visita. Durante el almuerzo el golf ganó protagonismo, la inesperada inclinación de Gabriel avivó las esperanzas de mi padre para que yo me interesara, así que, asistido por su segundo hijo, dedicó buen tiempo de la comida para hablar de algo que siempre nos fue indiferente.


—¿Tienes que pegarle fuerte a la pelota? —preguntaba Iris.


—Eso depende mucho de la situación —trató de simplificar mi padre.


—¿Y corren?


—No.


No necesitó hacer otra pregunta ni decir nada para que se entendiera que pensaba que era aburrido, siguió comiendo abandonando toda participación en la charla.


Entonces, después de una insistente persuasión por parte de Gabriel y la cara de anhelo de mi padre, Santiago volteó hacia mí.


—Podríamos intentarlo.


Y quedé solo, acorralado y sin excusas. Mi hermano me miraba con una expresión de satisfacción por haber conseguido lo que quería, porque yo era su objetivo.


—Tienes novia, ¿por qué no la arrastras a ella? —le reclamé mientras levantábamos la mesa.


—Ella también va a venir —explicó—. ¡Va a ser divertido!


Intentaba convencerme y, a un costado, Santiago se reía sin intenciones de respaldar o simpatizar con mi posición.


—Ya no hacemos cosas juntos —comenzó a decir mi hermano con más seriedad—, esta es una buena forma para compartir tiempo. No quiero que nuestras vidas empiecen a ir por caminos separados.


Sus palabras me generaban emociones contrarias porque tenía razón en que habíamos dejado de hacer muchas cosas juntos pero exageraba para que fuera un golpe bajo.


—Está bien.


—Además, puede ayudar a que Santiago se integre más a la familia, al igual que Fátima —comentó con tono casual—. Podría convertirse en una actividad familiar...


—Ya te dije que está bien —interrumpí.


—Como actividad familiar es un poco extraño pero es una buena idea —apoyó Santiago.


—Él entiende lo que digo —me recriminó Gabriel.


Dejando la locura del golf detrás, fui a preparar el café y mi madre entró a la cocina para asistirme con la tarta, Iris iba detrás de ella. La pequeña se acercó a observar qué estaba haciendo.


—¿Puedo ayudar?


—Esto ya está casi listo, pero podrías llevar las tazas —propuse para que participara.


Pero su entusiasmo podía ser peligroso así que le di una sola taza con su plato, la cual se apuró en llevar a la sala. Mi madre comenzó a cortar la tarta cuando Iris regresó por otra taza.


—Cada vez que vienen de visita parece que estuviera más grande —reflexionó con alegría.


Me la quedé mirando, también se ponía contenta cuando mis primos la visitaban pero ellos eran sus sobrinos, con Iris no tenía motivo alguno.


—Gracias por recibirla y a Santiago también —dije con más seriedad de las que pretendía.


Ella se sorprendió al escucharme.


—No hables así —me reprendió—, como si fuera a cerrarte la puerta de está casa. No se te ocurra insinuar algo como eso —agregó ofendida.


—Lo sé. No lo dije por eso.


—Espero que así sea —respondió con sequedad.


Iris entró por otra taza, cuando salió de la cocina volví a mirar a mi madre.


—Me tienen un poco preocupado los padres de Santiago.


—¿Qué pasa con ellos?


—Siguen enojados.


Asintió pero no hizo ningún comentario. Su silencio me dejó desilusionado, aunque no me gustaban las cosas que decía, podía ver cosas que yo no lograba ver. Seguí mirando cómo acomodaba porciones en pequeños platos queriendo hablar del tema con ella pero sin saber qué quería escuchar.


—¿No vas a opinar? —reclamé.


—No puedes hacer nada —advirtió sin dejar de acomodar los trozos de tarta.


Iris volvió por otra taza y luego de dársela vi a mi madre mirándome con atención, ella suspiró de forma exagerada.


—¿De verdad quieres mi opinión?


Asentí.


—No es lo mismo —comenzó a decir— enterarse que un hijo es gay cuando es adolescente —me señaló como ejemplo— a cuando ya tiene una vida hecha —señaló hacia la puerta—. Todos los padres tenemos expectativas y en un caso como el tuyo solo se modifican esas expectativas. En un caso como el de él ya las estaba cumpliendo... a vista de todo el mundo —hizo un gesto al decir lo último como si eso fuera lo más importante de todo.


Tuve la sensación de entender hacia donde iba su idea. Si el qué dirán influía tanto en los padres de Santiago, el problema no iba a solucionarse a corto ni mediano plazo.


***


Después de otro rato nos fuimos para llevar a Iris con su madre, estaba ansiosa por darle los bombones. Aunque a veces podía parecer egoísta, tenía sus momentos de puro desinterés, como demostró esa mañana con su dibujo.


Al llegar, Julieta salió a recibirla e, incluso antes de saludarla, su hija le avisaba sobre los bombones que eran, en ese momento, más importante que el saludo.


—Yo los elegí —se atribuyó cual proeza.


Su madre estaba acostumbrada a su energía y la abrazó.


—Vamos a guardarlos para el postre.


—Pero yo no comí postre —mintió con voz de víctima.


Reconoció el tono y miró a Santiago para confirmar la sospecha.


—No me acuerdo si comió postre —mintió también él, dándole esperanzas a su hija para salirse con la suya.


Tampoco le creyó pero ya nada podía hacer. Con la ansiedad renovada, Iris empezó a apurar a su madre hacia la casa y se despidió de Santiago con un lejano grito. A veces le tocaba a él ser el ignorado. Pero sin perder tiempo volvimos al auto, esas despedidas ya no lo angustiaban como antes, también, al igual que su hija, se acostumbraba.


***


En el primer semáforo que nos detuvo volteé a Santiago que estaba muy atento a lo que ocurría en la calle como buen conductor.


—No hace falta que regresemos a casa —comenté.


Quedó confundido al escucharme y esperó a que me explayara.


—Hagamos que el mundo desaparezca —sugerí.


Se sonrió y enseguida consultó la hora.


—Ya sé adonde podemos ir —respondió.

Notas finales:

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