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Colores primarios por blendpekoe

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En casa de Gabriel su mesa seguía haciendo de escritorio, inhabilitándola para otro uso.

—¿Dónde comes?

No me hizo caso, seguía preparando café, había tomado el gusto por moler los granos antes de prepararlo. Miraba esa extraña paciencia que tenía para hacer eso y no para el resto de las cosas. Me invitó a su casa sin dar motivos, lo que significaba que tenía un motivo y lo retrasaba con su ceremonia de café.

—¿Y por qué tú no fuiste a la graduación de Iris? —preguntó dilatando la conversación.

—No es sencillo.

Ese día, además de ser el último día de clases, se celebraba el fin del ciclo escolar junto con la graduación. Habría sido muy tonto de mi parte querer participar, era una de esas cosas a las que les correspondían a Santiago y Julieta. Iris insistió en querer estar junto a sus padres por lo que merendarían después de la entrega de diplomas.

—Tu vida es tan rara —decía Gabriel.

—Está muy bien lo que hacen, a nadie le gusta ver a sus padres llevarse mal.

De verdad creía en esa idea y me parecía lo más correcto, un poco increíble también, aunque me costaba asimilarlo del todo.

Su café se estaba demorando demasiado.

—¿Por qué querías que viniera?

—Mmmm...

Se quedó pensando más de lo necesario y tomé eso como una mala señal.

—¿Qué hiciste?

—No hice nada —se defendió.

Puso agua caliente en una cafetera de vidrio.

—Voy a presentarles formalmente mi novia a papá y mamá.

—¿Estás loco?

—No tiene nada de malo.

—¡Tiene mucho de malo! ¿Cómo se te ocurre? ¿Qué vas a decir cuando pregunten hace cuánto se conocen?

—Todo se arregla si cambiamos la edad.

—No vas a engañar a nadie. Su apariencia no engaña a nadie.

—Sí que se puede.

Me lo quedé mirando en silencio, era imposible que creyera que podía salirse con la suya. Pero mi hermano tenía una expresión testaruda, no se trataba de si podía engañar o no, quería hacerlo, presentarla, y lo demás no importaba.

—¿Y su familia? —cuestioné molesto—. ¿Ya te aceptaron?

—Si mi familia se involucra, va a ser más fácil para ellos ver que mis intenciones son serias.

Me espantaba cuando hablaba de esa manera, casi enceguecido, lleno de irrealidad. Sirvió el café, enojado y ofendido, porque mi respuesta a su idea no era la que él quería. Y su inconformidad, que me ponía en la posición de traidor, activó mi debilidad.

—Si estás convencido, entonces voy a apoyarte —aseguré de mala gana.

Me miró aún afectado, sin creerme del todo.

—Lo digo de verdad.

—Bien, porque ya le dije a mamá que este domingo iríamos y que quería a toda la familia.

Me reconoció la pregunta en la expresión que puse.

—Cuantas más personas menos posibilidad de que haga una escena —explicó.

Tomé la taza de café y bebí allí mismo, parado junto a su cocina. Para mí eran más personas que verían con sospecha la juventud de Fátima, más personas que cuestionarían las intenciones de mi hermano.

***

Ya oscurecía cuando regresé a casa. Iris aún llevaba la ropa que le había tocado usar en el acto, como le pasaba con los disfraces de princesa supuse que se negaba a cambiarse. Dibujaba frente al televisor, entusiasmada tanto en su tarea como en el programa que veía.

—¿Cómo estuvo el acto?

—Muy bien —respondió sin mirarme—. Fui con mamá y papá a pasear —agregó con orgullo.

Me generó curiosidad saber si lo mencionaba porque era algo que la hacía feliz o porque deseaba que yo lo supiera.

—Vamos a pasear de nuevo —me contó con seriedad, aún sin mirarme—, pero no estás invitado.

—Me lo imaginé.

Ignoré la charla y seguí mi camino. Mi madre insistía en que desestimara ese tipo de actitudes y me aseguraba que desaparecerían gradualmente. Lo importante era que me hablaba, que me respondía cuando hacía una pregunta, las formas eran lo de menos.

Santiago estaba en el cuarto de su hija mirando una carpeta de dibujos sin percatarse de mi llegada. Me quedé en la puerta observando la concentración que ponía en esos dibujos como si de obras de arte se trataran, lo que debía sentirse para él. Pero pareció notar mi presencia y levantó la cabeza.

—Son las cosas que hizo en clase —aclaró mientras dejaba a un lado la carpeta.

Comenzó a contarme todo lo que había ocurrido con una sonrisa que no lo abandonaba mientras hablaba y nos trasladamos a la cocina para comenzar a preparar la cena donde la charla se desvió a la educación primaria, tan esperada y temida. Su hija crecía. Y él mencionaba con modestia como la vida parecía querer ir por un camino de mayor equilibrio. Me hacía feliz verlo animado, escucharlo hablar del futuro, próximo y lejano, lleno de esperanza, en el que me tenía siempre presente, a su lado. Los pensamientos tristes no podrían atacarlo, al menos por varios días, y su cabeza merecía ese descanso.

Esa noche intenté leer uno de los libros que me había llevado de la casa de Gabriel, pero solo pude quedarme pensando en él y su novia. Más allá de lo escandaloso, él parecía muy serio en lo que a su relación se refería, incluso más serio de lo que fue con su novia anterior. Estaba decidido, se le notaba en la mirada, en la seguridad con la que decía las locuras que decía, era, de alguna forma, sorprendente. No me daba lugar a sospechar que la edad de Fátima tuviera algo que ver en el enamoramiento de Gabriel, ya había pasado mucho tiempo y su determinación seguía igual o más fuerte que al comienzo. Conjeturé que podría deberse a lo mal que lo había pasado con Ana y Fátima le daba un trato y respeto que le había sido desconocido hasta ese momento. Pero nada le quitaba lo cuestionable de, al menos, el comienzo de esa relación. Nuestros padres no lo pasarían por alto.

***

Santiago se mostró dispuesto para acompañarme en tan fatídico día. Aunque todo le parecía extraño no podía dejar de simpatizar con Gabriel. Al llegar, mi prima preguntó por Iris lo que habilitó a mi tío para tocar el tema que no esperábamos que se tocara.

—No sabía que tenías una hija.

Su comentario dirigido a Santiago, aunque sin intención, hecho para comenzar una conversación casual, fue, como menos, sorpresivo. El resto de la familia se volteó a mirarlo para no desaprovechar el indiscreto error de nuestro pariente político.

—Sí —respondió inquieto—, recién terminó el preescolar.

—Pero si ya les conté que estuvo aquí hace un par de semanas —interrumpió mi madre.

Eso desvió parte de las miradas.

—Es una pena que no viniera —continuó acaparando la atención—, se llevó muy bien con los gemelos. Ahora debe estar con su madre, así que no pregunten cosas que ya saben.

La reprimenda de mi madre causó risas pero, lo más importante, funcionó como una advertencia que fue acatada. Fue su manera de decir que no hicieran preguntas tontas y quedé sorprendido, mi madre podía ser impredecible incluso para bien. Santiago me miró de reojo algo desconcertado.

Pero mis abuelos no eran ni rápidos ni atentos.

—¿Cómo una hija? —preguntó mi abuela mirándonos—. ¿Adoptada?

Su mal interpretación generó un inmediato caudal de explicaciones del resto de la familia para calmar su confusión y evitar que siguiera hablando. Era imposible saber si entre todos hablando al mismo tiempo podían resolver el problema y mi tío, en medio del desastre pero aprovechando la distracción, se dirigió a Santiago.

—Perdón, fue mi culpa, no tuve que haber dicho nada.

Santiago apenas asintió. De fondo se escuchaba más confusión y a mi abuela preguntando "¿pero quién está casado con quién?". Todo el escándalo hizo que la llegada de Gabriel pasara inadvertida. Mi abuela no entendió lo que estaba ocurriendo dentro de su familia pero sí entendió que era una de esas cosas que se tenían que hablar fuera de la reunión, sin gente escuchando. Cuando todo se calmó y se percataron de la presencia de Fátima, cayeron en silencio, mi madre falló en reaccionar ante tal aparición. Haciendo caso omiso, Gabriel se paró frente a todos, feliz, orgulloso, para dar su anuncio.

—Me alegra que estén todos —comenzó con una amplia sonrisa—. Así puedo presentarles a mi novia, Fátima.

Ella saludó con timidez sin apartarse de Gabriel consciente de las miradas que recibía.

 Mis abuelos fueron los únicos que no vieron nada malo en su apariencia.

—¡Pero por fin! —celebró mi abuelo.

El resto se refugió, más o menos, detrás de la reacción de ellos. Escuché algunas de las mentiras que se acordaron usar: su edad era de 21, ya estaba en la facultad y contaba con un trabajo de tiempo completo. Nadie tenía motivos para no creer, más allá del aspecto que no encajaba con la historia. Fátima intentó disimular un poco su contextura pequeña con una camisa holgada y pantalones, pero apenas lucía como la chica de 18 que era. Hablaba segura y mantenía una postura erguida para ayudar a su imagen, escucharla no era escuchar a una adolescente pero no servía para completar la ilusión.

Mi madre era la menos participativa mientras que mi padre fue quien más interesado se mostró y quien mejor pudo fingir que no había nada extraño en la nueva pareja. Mis abuelos eran ajenos al asunto y el resto conversaba sobre cualquier cosa que fue surgiendo. Tenía que reconocerle a Gabriel que su plan de tener muchas personas presentes le había funcionado, por lo menos en cierta forma. Al terminar el almuerzo, mi tío se acercó a Santiago en otro intento de dejarle en claro que no tuvo ninguna mala intención, con él llegaron sus hijos quienes volvieron a preguntar por Iris. Para ese momento él ya estaba más tranquilo y no dudaba de las palabras que recibía.

Al estar menos ocupado, mi tía me pidió ayudar con el café, no tenía cara de estar muy feliz y fui preparado a escucharla decir alguna tontería respecto a sus hijos fraternizando con la hija de Santiago. El olfato casi no me falló, al entrar a la cocina cerró la puerta asegurándose de que nadie pudiera entrar, pero no era ella la que tenía un asunto que arreglar conmigo; mi madre fue quien se me tiró encima.

—¿De dónde salió esa chica?

Enseguida, como si fuera necesario, me acorraló contra un mueble.

—¿De qué estás hablando?

—No te hagas el tonto. ¿Cuántos años tiene?

—¿Hace falta hacer esta escena? —intenté sonar indignado.

—¿Cuántos años tiene? —repitió con severidad.

—21. Lo dijo adelante de todos —repliqué.

—Que mentira.

Pocas veces la había visto así de enojada, al menos no desde que ya no vivía allí. Me sostuvo la mirada, enfurecida, intentando intimidarme. Yo mantuve mi acto de desdén, queriendo restarle importancia a sus intentos, insinuando que todo eso era una exageración de su parte.

—¿Por qué haces esto? —cuestioné tratando de parecer confundido.

—Daniel, tu hermano puede estar haciendo algo muy malo. ¿Hace falta que te lo explique?

Su pregunta era más bien una amenaza.

—¿Y cuándo algo de lo que hacemos te parece que es bueno?

—No quieras desviar la conversación.

Ni siquiera se dejaba distraer, estaba decidida a sacarme información.

—¿Te mataría confiar en Gabriel? No hay ningún motivo para que no le creas.

—¿Motivo? Me sobran los motivos. Te voy a dar un motivo: no quiero tener que ir a buscar a mi hijo a una comisaría.

Me la quedé mirando con repentina desconfianza. Se apartó de mí con una expresión de pura decepción y, sin intentar decir otra palabra, se puso a preparar el café. Mi tía se sumó a ella, liberando la puerta. Tendría que haber salido de esa cocina pero me quedé ahí parado sintiéndome mal.

—¿No crees que habría sido más fácil para Gabriel no haberla traído? —eso obtuvo su atención—. ¿Para qué se expondría así si estuviera haciendo algo malo?

Me miró pensativa, tratando de decidir si mis palabras eran pura lógica o un engaño.

—Eso último es verdad. Tu hermano es muy cuidadoso y no muestra nada por lo que no quiere ser criticado. Pero de ninguna manera voy a creer que esa chica tiene 21.

Volví a sentarme junto a Santiago, que charlaba con mi tío, captando la mirada de Gabriel. Solo necesité un segundo para transmitirle en silencio que su mentira funcionaba a medias, pero estaba seguro que él no esperaba mucho más que eso.

Notas finales:

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