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Baloncesto callejero por Fullbuster

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No era el primer beso que compartían desde que Akashi había vuelto a Japón, pero de alguna manera, ambos lo sentían diferente. Quizás se debía a que no había ninguna carga sobre ellos, Aomine ya no se tenía que reprimir o sentirse culpable ya que no estaba comprometido con Takumi, era un hombre libre. Tampoco sentía el rencor, el dolor o las inseguridades que le atacaban antes por lo sucedido hace años o por lo que Akashi pudiera pensar sobre él.


Algo parecido sentía Akashi. Por fin había conseguido hacer ver a ese cabezota que no le importaba lo que hubiese hecho en el pasado para sobrevivir y para cuidar a su hijo, al fin había conseguido hacerle comprender que le amaba y que no había nada en el mundo que no hiciera por él. Tampoco sentía el peso de que Aomine le estuviera besando para huir de algo o entretenerle como había hecho en la piscina. Ese beso estaba libre de cualquier emoción negativa, en él sólo fluían los sentimientos que tenían por el otro sin restricciones. Era un beso que les recordaba a los mismos que una vez se dieron cuando eran jóvenes y no tenían preocupaciones, cuando todo era más sencillo.


Aomine rodeó la espalda de Akashi con sus brazos y se agarró con fuerza al chaleco que llevaba. Le amaba tanto y le había echado tanto de menos que sentía que se asfixiaba por culpa de sus propias emociones. Le necesitaba, necesitaba sentirse amado por él de nuevo, necesitaba que sus cuerpos se unieran y fueran uno solo, pero al mismo tiempo, no sentía ansiedad o prisa por conseguirlo, era una sensación contradictoria y extraña. Le amaba y quería hacer el amor con él, pero no iba a forzar la situación, solamente dejaría la mente en blanco para disfrutar de esos labios que adoraba y permitiría que pasase lo que tuviera que pasar, ya fuese que el beso sólo se quedase en eso o fuera a más.


Con ese abrazo, Akashi supo exactamente lo que Aomine quería, quizás era porque había llegado a conocerle tan bien que era capaz de entenderle sin palabras, o puede que fuera por la fuerte y extraña conexión que siempre habían tenido o simplemente era porque él deseaba exactamente lo mismo. Quería demostrarle a Aomine cuánto le seguía amando y anhelaba tenerle junto a él de nuevo y no dejarle escapar.


Sin romper el beso, Akashi fue guiando lentamente a Aomine hasta dejarlo tumbado sobre la cama de nuevo. Los labios de ambos siguieron encontrándose con lentitud, ni siquiera trataron de profundizar el contacto y dejar que sus lenguas se unieran, mientras las manos de Aomine abandonaron el chaleco del pelirrojo y bajaron con lentitud hasta alcanzar el borde de la camisa colándolas para acariciar la blanca piel solamente con la yema de sus dedos. A Akashi se le erizaba la piel debido a ese roce tan ligero que le provocaba agradables cosquillas.


El pelirrojo también se aventuró a explorar con delicadeza el cuerpo contrario y alzó levemente la camiseta de Aomine para acariciar suavemente sus abdominales. Ambos se dedicaron a regalarse caricias hasta que sintieron que necesitaban más contacto, por lo que se desprendieron de la tela que se interponía entre ellos. Aomine llevó sus manos hasta los botones del chaleco de Akashi y los desabrochó, cuando terminó, repitió la misma acción con los de la camisa.


Colocó sus palmas sobre los pectorales descubiertos, notando el rápido latir del corazón de Sei, y las movió hasta los hombros primero, apartando las prendas, y terminó de quitárselas recorriendo los brazos del pelirrojo hasta dejarlo con el torso descubierto. Akashi tiró al suelo su camisa enredada con el chaleco y se dejó acariciar por Aomine mientras le desvestía también alzando la camiseta que llevaba. El de piel morena se reclinó hacia delante y elevó sus brazos para ayudar a Akashi en su labor de desnudarle, siendo el único momento en el que sus bocas se separaron.


Cuando estuvieron en igualdad de condiciones, Aomine se echó de nuevo hacia atrás llevándose consigo al pelirrojo para pegar sus cuerpos y dejar que sus torsos desnudos se tocaran. Un suave jadeo se escapó de sus labios en el momento en que uno de sus pezones rozó el del hombre sobre él. Ese mismo roce combinado con el delicioso sonido que salió de la garganta de Daiki provocaron que el deseo de Akashi aumentara y su entrepierna terminara de despertar.


Aprovechó esa posición para poner su lengua a trabajar y degustar así la tersa y morena piel de Aomine, ésa que tantas veces había deseado volver a probar y que aparecía en sus más húmedos sueños para atormentarle. Empezó dando pequeños mordiscos y lamiendo el cuello dirigiéndose después hacia el hombro más cercano y de ahí, fue bajando por el pecho hasta atrapar el erecto pezón entre sus dientes.


Aomine arqueaba ligeramente su espalda por el placer que Akashi le estaba provocando al jugar como quería con sus pezones, por eso no pudo evitar que se le escapara un quejido cuando sus labios abandonaron esa tarea. Quería que continuara. Pero pronto se le olvidó su molestia al notar que los labios del otro viajaban hacia el sur de su cuerpo mientras las blancas manos se centraban en quitar el botón y bajarle la cremallera del pantalón. Su espalda se curvó aún más cuando sintió unos dientes clavarse en su ropa interior atrapando su excitado miembro.


Mientras Akashi estimulaba la entrepierna de Aomine con su boca, se ocupó de desabrochar su pantalón y bajarlo junto a sus bóxers. Oyó que Daiki soltó un gruñido de frustración cuando detuvo lo que le estaba haciendo para desvestirse por completo, tirando la ropa a un lado.


- Levanta un poco el trasero para que te quite esto – le dijo Akashi tirando de los laterales del pantalón de Aomine.


- Puedo hacerlo yo.


- No, no quiero que fuerces la pierna. Déjame que cuide de ti – le pidió.


Aomine no pudo negarse al notar la dulzura en su voz, por lo que acató su petición. Cuando estuvo desnudo, Akashi no pudo evitar admirar su tonificado cuerpo, pese a no jugar al baloncesto, se las había apañado para seguir en forma. Por un momento, se quedó sin aliento, no por su buen físico, sino por la situación ya que pensaba que nunca más podría estar con el hombre al que amaba, que nunca volvería a abrazarle y demostrarle su amor a través de su cuerpo, pero ahí estaba, sus manos sobre su torso le demostraban que no era otro de sus sueños. Por eso, no pudo evitar inclinarse hacia Aomine y unir sus labios con más amor y pasión que antes.


- Te amo.


Fue el turno de Aomine de quedarse sin aliento ante la intensa mirada de Akashi. Pero hizo un esfuerzo para recuperarlo porque quería contestarle y hacerle ver que era correspondido, no tenía sentido callarse o mentirle, no tras haber iniciado él mismo esa situación.


- Yo también te amo.


Volvieron a besarse con pasión y Aomine agarró con fuerza la nuca de Akashi girándolo para dejarlo tumbado pero el pelirrojo le detuvo colocando las manos sobre su pecho empujándolo hacia la cama, cuando se dio cuenta de sus intenciones.


- Hoy sólo céntrate en disfrutar – le dijo con suavidad – ya tendrás tiempo de intentar dominarme cuando tengas la rodilla en condiciones para aguantar tanta actividad – le sonrió.


- De acuerdo – le contestó Aomine sonriendo también. No le parecía mala idea ser mimado por una vez.


Cerró los ojos perdiéndose en la placentera sensación que le provocaba la lengua de Akashi por su cuerpo, sobre todo cuando llegó de nuevo a su miembro, pero esta vez sin ninguna tela de por medio. Jadeos y gemidos acudieron a su garganta en el instante en que la maestra boca de su amante engulló esa parte tan sensible de su anatomía, metiéndolo y sacándolo exactamente al ritmo que le gustaba. Un escalofrío le recorrió desde la punta de su miembro hasta el último rincón de su cuerpo, cuando Akashi la succionó y la mordió levemente para después soplar sobre ella.


Akashi se sentía muy satisfecho al ver cómo reaccionaba Aomine ante sus juegos y caricias, pero aún quedaba lo mejor y esperaba conseguir hacerle gritar, así que iba siendo hora de prepararle. Mientras masajeaba con una mano la morena longitud, su lengua la recorrió desde la punta hasta la base y continuó pasando por sus testículos hasta alcanzar un rosado orificio, donde se abrió paso lubricando todo su interior. Tuvo que colocar una mano sobre la cadera de Aomine al notar cómo la movía en busca de mayor contacto en su entrepierna y en su entrada.


No quería que se corriera, así que dejó de masturbarle y usó los dedos de esa mano para ayudarle a dilatar a Aomine. Se concentró en prepararle lo mejor que pudo pese a las enormes ganas que tenía de hacerle suyo de una vez por todas, por eso cuando sacó los tres dedos, apenas tardó unos segundos en agarrar su miembro y llevarlo hasta esa atrayente abertura. Separó las piernas de Aomine y, sujetándolas con fuerza, elevó su cadera todo lo posible sin que el otro tuviera que doblar la rodilla ni supusiera un esfuerzo para el hombre bajo él o le provocara dolor, y fue introduciéndose poco a poco en Daiki.


Cuando le invadió por completo y se unieron en uno solo, no solamente sintieron un tremendo placer, sino que notaron algo extraño en sus pechos. No le dieron importancia y continuaron deleitándose, pero conforme más entraba y salía Akashi de Aomine, más aumentaba esa sensación extraña que no consiguieron descifrar pero no era mala en absoluto. Aomine no pudo evitar gritar el nombre de Seijuuro cuando éste alcanzó su punto más sensible,  lo cual animó al pelirrojo a seguir golpeándolo sin parar hasta que ambos alcanzaron el mejor orgasmo que habían tenido en años.


Con el vuelco que les dio el corazón en el momento en que llegaban al culmen, entendieron lo que significaba esa sensación de sus pechos y era que en el momento en que sus cuerpos se fusionaron, el hielo que había rodeado sus corazones desde que se separaron, se había resquebrajado y conforme más continuaban uniéndose y amándose con sus cuerpos, más se derretía hasta desaparecer por completo.


Sin salir de su interior, Akashi dejó caer con delicadeza el cuerpo de Aomine y después se echó sobre él con suavidad. No necesitaron expresar con palabras lo maravilloso que había sido ese encuentro, con una mirada y el beso que se dieron, se dijeron todo.


***


- Dai… ¿Qué haces aquí?


Masaomi había subido las escaleras preocupado por la soledad que reinaba en la casa. Pensó que quizá su hijo necesitase ayuda para convencer a Aomine de que esa operación le podía dar un futuro mejor, quizá no el que ese chico esperaba, no podría ser jugador profesional tal y como había sido su sueño, pero al menos, le ofrecía mayor movilidad de la que ahora disponía.


Al final de aquellas escaleras, esperó encontrarse con gritos, no lo negaba. Su hijo y Aomine tenían un carácter de mil demonios, unos tercos y cabezotas que hablarían aquello y trataría cada uno de salirse con la suya, pero no, lo que se encontró fue a Dai tras la puerta de la habitación de Aomine con la oreja puesta tratando de escuchar de qué hablaban sus padres.


- Creo que se están reconciliando, ya no se gritan – dijo Daisuke con una leve sonrisa.


- Eso es bueno – susurró Masaomi – aunque no es de buena educación espiar tras las puertas.


- Pero… es que quiero saber qué pasa.


- Ya, pero los niños no deben hacer estas cosas, vamos, vamos… déjame a mí mejor – sonrió Masaomi viendo cómo el niño se apartaba y sí, reconocía que él también tenía cierta curiosidad.


- Se escucha algo raro – dijo Daisuke justo cuando Masaomi ponía la oreja y el sonrojo acudía a sus mejillas al darse cuenta de que los ruidos raros eran ni más ni menos, que los gemidos y jadeos de aquel par de insensatos. - ¿Qué es ese ruido raro? – preguntó Daisuke.


- Eso… claramente es el gato, seguro que lo tienen ahí dentro. Ya sabes cómo es tu padre, lo habrá metido para evitar que Akashi se le acerque – mintió Masaomi rojo como un tomate.


- ¿Y por qué estás tan rojo?


- Es que estoy cayendo malo, creo que tengo algo de fiebre. Será mejor que nos marchemos de aquí, hace mucho calor en esta casa. ¿Qué te parece si nos vamos al parque a comprar unos helados? – sonrió Masaomi poniendo esa excusa para sacar a Dai de la casa y evitar que descubriera a ese par en plena faena.


Dai sonrió como nunca ante la idea de irse con su abuelo a tomar un helado. Iba a salir corriendo por el pasillo hacia las escaleras cuando escuchó un ronroneo. Masaomi se dio cuenta enseguida de que el gato andaba por allí y desde luego, tiraría su excusa por el suelo. Lo buscó con la mirada hasta que lo encontró cerca de sus pies, por lo que lo empujó hacia un mueble con cierto disimulo, tratando de ocultarlo bajo él mientras Dai miraba extrañado.


- He oído a Ki-chan – dijo Daisuke.


- Sí, está en el cuarto de Aomine, seguro. Nos habrá escuchado aquí fuera y querrá venir a jugar.


- Pues abrámosle la puerta – dijo Dai como si nada, pero Masaomi se puso en medio de la puerta.


- Ya le abrirán ellos cuando terminen de hablar.


- Pero…


- Pero nos molestaría Ki-chan en el parque, no podemos llevárnoslo, podría perderse, es aún muy pequeño y los gatos son muy independientes. Es mejor que se quede aquí en la casa. Cuando vengamos del helado lo buscamos para jugar con él.


- Vale – acabó cediendo.


Los dos se marcharon de allí para ir al parque a por los helados. Fue una buena tarde para ambos pese a que cuando iban a volver, Masaomi se encontró con Momoi, quien le comentó que Akashi había faltado al entrenamiento de esa tarde por algún motivo y sin avisar. No pudo evitar sonreír al darse cuenta de la razón por la que había faltado, seguramente ni había pensado en su entrenamiento al tener la cabeza en su reconciliación.


- Discúlpame, Satsuki – comentó Masaomi – lleva unos días algo extraños. Ha venido su familia a la casa y todo es un poco caos hasta que se adapten. De hecho, quiero aprovechar para presentarte al hijo de Akashi, es mi nieto – sonrió Masaomi presentándole a Dai.


Momoi no pudo hacer otra cosa que sonreír. No le habían dicho nunca nada sobre la paternidad de Akashi. Ahora empezaba a entender un poco mejor la cordialidad de Akashi cuando tuvo que explicarle sobre sus sentimientos.


- De acuerdo – comentó Momoi acariciando el cabello de Dai con una sonrisa – pero recuérdale que tiene que avisar si va a faltar a algún entrenamiento.


- Se lo diré. Da recuerdos a la familia – sonrió Masaomi despidiéndose de la cordial chica.


Al llegar a la casa, Daisuke quiso quedarse jugando en el jardín, aunque Masaomi tenía claro que en realidad, quería ir a ver al ratoncillo que se había colado en aquel camión de la mudanza y apareció en el sofá de esos dos montando ese espectáculo. Si es que todo les pasaba a ellos, pero no pudo evitar reír al recordarlo. Masaomi entró en la cocina y se preparó un té encendiendo las noticias en la televisión.


Veinte minutos después, mientras Masaomi bebía su té, Akashi apareció por la cocina descalzo, con un pantalón de baloncesto y sin camiseta dispuesto a coger una botella de agua de la nevera.


- ¿Tan sediento como para no ponerte una camiseta? – preguntó Masaomi con una sonrisa socarrona en el rostro.


- Vaya, no te esperaba por aquí.


- Lo sé, tampoco esperabas a tu hijo al parecer – comentó sonriendo – menudo espectáculo. ¿Ha estado bien la función?


Aquello hizo sonrojar a Akashi que se sintió pillado por su padre. Pensó que a su padre no le sentaría bien aquello, pero al ver su sonrisa, entendió que se lo estaba diciendo por bromear con él. Akashi también sonrió pese al sonrojo.


- ¿Tanto se nos escuchaba?


- Da gracias de tener una mansión con más de tres mil metros cuadrados de terreno y evitarte vecinos – comentó Masaomi sonriendo – todos los sirvientes os han debido de escuchar – con aquella afirmación, aún se sonrojó más Akashi – pero tranquilo, a Daisuke le dije que vuestros primeros jadeos eran del gato y luego me lo llevé al parque a comer un helado antes de que empezaseis a gritar más. Pero Akashi… para la próxima vez… recordad que hay un niño en la casa. No estaré siempre yo para cubriros.


- Gracias – agradeció Akashi con sinceridad – no estoy acostumbrado a que en la casa haya niños. Tendré más cuidado la próxima vez. ¿Dónde está ahora Dai?


- Fuera, jugando en el jardín – señaló con la cabeza al otro lado de la puerta de cristal.


Akashi dio la vuelta a la isla del centro de la cocina y miró a su hijo jugando entre las plantas. Era cierto que se había descuidado un poco con su hijo, pero al menos, ahora todo parecía ir mejor. Aomine reaccionaba finalmente reconociendo que aún le amaba y Dai… seguía tan feliz como siempre y pronto lo estaría más si conseguía convencer a Aomine de quedarse para siempre allí con él. Tenía que lograrlo de una u otra forma.


- Iré a ponerme una camiseta – comentó Akashi sonriendo y cogiendo antes de marcharse, una botella de agua para subírsela a Aomine – no quiero que mi hijo crea que soy un pervertido.


- Sería conveniente, sí – comentó Masaomi viendo su pecho – ¿Siempre sois así de escandalosos en la cama? – preguntó Masaomi con una gran sonrisa al ver que su hijo llegaba ya al pasillo.


- Oh, no, esto ha sido romántico, normalmente Aomine es… como una pantera salvaje – dijo consiguiendo que su padre frunciera el ceño.


- No sé para qué pregunto si no quería saber tanto detalle – aclaró dando un sorbo a su té y volviendo a las noticias.


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