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Bittersweet Lemmon por Radhe

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4 – Obra – Camus y Afrodita 

 

–Soy activo.

 Fue lo primero que le aclaró el hombre cuando Camus le invitó una cerveza. El francés tuvo que hacer una mueca, no le importaba si lo era o no; pero le disgustaba que se lo lanzara así, tan directa e inapropiadamente. Luego se calmó y pensó que era normal, pues su apariencia era bastante equívoca, debido al maquillaje y la ropa andrógina.

 –No me molesta.

 Camus no se consideraba pasivo, le gustaba la variedad y aquella noche necesitaba compañía, de quien fuera, si tenía la suerte de que aquella persona –la más bonita del bar– se fuera con él no le importaba estar abajo.

 –Ven, vamos a bailar.

 El rubio lo arrastró hacia la pista, estaba repleta y se vieron forzados a pegar sus cuerpos, aunque también se rozaban con las otras personas allí. Había poca luz y el humo de cigarro estaba condensado y dificultaba mirar a lo lejos; aun así Camus se sorprendió cuando sintió aquella erección en su espalda.

 –Te daré una probada ahora – le susurró el mayor al oído – no te preocupes, tengo un condón.

Camus no podía creerlo, jamás le había pasado algo así, sin embargo no se resistió, utilizó su chamarra para tapar parte de su cadera y sintió al otro deslizarse dentro de él. En la obscuridad podía parecer que bailaban, aunque en realidad a nadie le importaba. De pronto, el mayor se retiró.

–Ven, vamos al baño, quiero follarte como se debe.

 El francés tembló, jamás lo había hecho en un baño público, era demasiado, era… justo lo que necesitaba esa noche. Arregló con prisa sus ropas y se dejó guiar por aquel extraño, no le importaba su nombre, ni ninguna otra cosa, lo único que necesitaba era que continuara con aquel acto, que le regalara el milagro y obra de su cuerpo.

 

 

5 – Salitre – Ikki  y Hyoga

 Ambos estaban castigados, se habían peleado uno contra el otro aquella mañana en la escuela porque una de sus compañeras había insinuado que había algo entre ellos. Hyoga pensaba que habían debido atacarse al otro porque no podían atacarla a ella, pues era una chica. Ikki sabía que habían recurrido a la violencia para paliar el estrés que llevaban dentro.

 Sí, había algo entre ellos. Sí, era de naturaleza romántica, pero No, no mantenían relaciones sexuales. ¿La razón?, que ambos eran vírgenes y no sabían bien cómo hacerlo. Eso y que ambos eran demasiado orgullosos como para aceptar poner el culo.

 Ikki rumiaba sobre ello mientras trazaba un desagradable dibujo sobre la banca con la punta de la pluma. No entendía por qué Hyoga se negaba tanto, siempre se había dejado guiar cuando se refería a su relación. Había sido él –Ikki– quien diera el primer paso, quien forzara un beso, el que declarara que iba a repetirse y quien forzaba todos los encuentros. Se habían tocado mutuamente varias veces, pero cuando había intentado tocarle el trasero Hyoga lo había apartado de mala manera y le había espetado en plena cara:

 –Yo no soy una chica.

 No habían avanzado nada desde entonces, tampoco habían terminado su relación, lo que ya era algo; pero Ikki comenzaba a perder la paciencia. ¡Demonios!, él sabía que no era ninguna chica, le había visto bien de cerca el miembro para estar seguro, igual quería penetrarlo, lo necesitaba.

 Pelearse lo había calmado un poco, pero ahora estaban a solas y la escuela estaba prácticamente vacía; las ganas se lo estaban comiendo.

 –Hyoga…

 El aludido también le estaba mirando, podía leer prácticamente lo que pasaba por la cabeza del otro, mas eso no cambiaba su decisión. Ikki era un cabrón, eso él lo sabía de sobra. Y no iba a dejar que abusara de él, estaba dispuesto a darlo todo… tan pronto como hubiese tomado todo de Ikki.

 Espoleado por la forma en que le miraba, el ruso se puso de pie y fue a su encuentro. El beso fue justamente intenso y exigente, la ropa no tardó en desaparecer, a penas y fueron lo suficientemente conscientes para trabar la puerta con seguro.

 Ikki estaba a mil, iba a tenerlo, por fin iba a… sus pensamientos se revolucionaron cuando sintió una mano ajena apartar una de sus nalgas y colarse en su intimidad.

 –Oye, ¿pero qué…?

 Hyoga no lo dejó terminar, introdujo su dedo sin miramientos y masajeó. Había leído tanto como pudo encontrar en línea y buscó una protuberancia redondeada dentro del cuerpo ajeno. Ikki sintió la necesidad de eyacular en ese mismo momento, se le nublaron los ojos y se tambaleó; su cuerpo se cubrió de sudor y sus labios se perlaron de salitre. Se aferró a los hombros ajenos y lo dejó seguir, aquello se sentía demasiado bien.

 El rubio sonrió aliviado, si Ikki aceptaba aquello él podría hacerlo también y entonces ambos conocerían la feliz dicha de pertenecer a alguien más.

 

 

6 – Acoso – Camus y Milo 

 

Milo lo había estado acosando por meses, le llamaba sin motivo, tratando de contarle historias supuestamente graciosas; iba a su casa sin invitación para llevarle algún regalo absurdo, lo acorralaba en plena calle y forzaba un beso o una caricia.

Camus había estado molesto al principio, después pasó a estar asustado. Había expresado su negativa muchas veces, primero de manera amable, luego irritada y finalmente violenta. No había servido de nada. Se sentía atrapado y espantado, si bien el griego jamás le había contestado las agresiones tampoco se daba por vencido y cada vez que lo acorralaba le demostraba su supremacía física.

 Milo no se consideraba un acosador, sabía que era una molestia, mas se excusaba alegando que estaba enamorado. Una parte de él, loca y descontrolada, estaba segura de que Camus lo amaba también, pero que no había terminado de aceptarlo por miedo.

 Ciertamente Camus tenía miedo, aunque no a lo que Milo creía. Desesperado, se decidió a dormir con él, esperando que de esa forma se le quitara el deseo y lo dejara en paz. Se equivocó, Milo se enamoró aun más al conocer su cuerpo y redobló sus esfuerzos porque esa única noche se repitiera.

 Al final, Camus tuvo que acudir a la policía y con una orden de restricción entre las manos, Milo por fin pudo convencerse de que había sido rechazado. 


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