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Rockers' romance por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡HOLA, HOLA, PICHONES!

Saludo muy efusivamente, y no debería porque llevo sin actualizar como que dos meses y, bueno, no es algo de lo que esté orgullosa. De hecho estoy muy cabreada conmigo misma porque, desde que empezó el verano, he sido incapaz de escribir nada decente. Es como si la inspiración se hubiese volatilizado.

Le echo la culpa al calor y a que mi cerebro, después de los exámenes de junio, necesitaba un respiro, pero no me convence del todo la explicación. He empezado varios fics, pero apenas tengo una carilla o carilla y media, y como comprenderéis, no puedo subir una birria así. Ya os digo que estoy muy enfadada conmigo misma, de verdad.

Quería acabar este fic antes de verano, porque, de hecho, en un par de horas me iré al pueblo durante todo el mes y no podré subir nada porque allí no hay Internet. Pero va a ser que no. Por suerte, mi gran amiga Elbaf me ha ayudado mucho y ha escrito por mí este capítulo, porque encima trata sobre su pareja favorita. El número que tocó en el sorteo fue el 4, y era un MarAce, así que aquí lo tenéis.

Sé que os va a gustar, porque en verdad que ella escribe de una forma increíble, y le echo mucho la bronca porque ahora no está subiendo nada y debería. Por ella empecé en este mundillo, así que le estoy eternamente agradecida, y lo sabe. Espero que os guste :3

Por tercera vez en la noche, se sobó el puente de la nariz hastiado. ¿Es que acaso a todo el mundo le daba por divorciarse en esa época del año? Se encontraba revisando un caso particularmente complicado. Llevaba ya varios días con él, pero no era capaz de encontrar una solución satisfactoria para su cliente, así que desde que aceptó el caso, estaba quedándose en su despacho hasta bastante más tarde de lo que debía. A esas horas, el resto del bufete de abogados en el que trabajaba, Newgate e hijos, se encontraba desierto a excepción de él. Con el estrés que llevaba cargando esa semana, estaba bastante seguro que no iba a ser capaz de llegar a ningún tipo de solución, no en ese estado. Convenciéndose de que lo mejor que podía hacer era marcharse a casa, se levantó de su cómodo sillón y recogió sus cosas en su maletín negro.

 

De camino al ascensor del enorme edificio, mantuvo su mente ocupada pensando, por una vez, en su vida privada. ¿Hacía cuánto que no salía? ¿Cuántas veces había rechazado las ofertas de sus compañeros de trabajo (y hermanos) para salir a beber alguna de las noches tras una dura jornada de trabajo? Ciertamente no le extrañaba tanto que su hermano Thatch, el más entrometido de todos, le dijera siempre que era un aburrido.

 

Las puertas del ascensor se abrieron con un ruido sordo y entró en él. Presionó el interruptor que le llevaba hasta el aparcamiento y esperó. Mientras se ponía en marcha, se dedicó a mirarse en los espejos que rodeaban las paredes del ascensor. ¿Siempre tuvo esa cara de aburrido y serio? Se sorprendió a sí mismo tratando de recordar la última vez que había sonreído o que se había divertido. No lo recordaba en absoluto.

 

-Por dios, Marco… ¿Desde cuándo tu vida es así? –se reprendió a sí mismo. Decidió que se iba a tomar unos días de vacaciones para sí mismo y que iba a empezar a salir con más asiduidad. Se negaba a seguir siendo el dueño de aquel reflejo casi fantasmagórico que le devolvía la mirada en el espejo del ascensor.

 

Sin embargo, ya eran cerca de las diez de la noche y estaba especialmente cansado, por lo que ese día, volvería a casa, se daría un buen baño y, después de una relajante noche de sueño reparador, volvería a tomar las riendas de su vida.

 

O eso era lo que él pensaba de camino a uno de los pocos coches que quedaban estacionados en aquel oscuro y vacío lugar.

 

 

 

En otro punto de la ciudad, en ese mismo momento…

 

 

 

-¡Ace, maldita sea! ¡Llegas malditamente tarde! –recriminaba un hombre alto y fornido con una pañoleta en la cabeza. Era uno de los cocineros de la pizzería en la que trabajaba el joven pecoso al que estaba gritando, de repartidor. El tal Ace le miró con rostro displicente, como si lo que le estaban contando no fuera con él. Sin embargo, pronto cambió a uno casi furibundo y, elevando la voz, empezó a discutir con él.

 

-Jódete, Patty, ha sido tu maldita culpa. ¡Si supieras coger direcciones adecuadamente no me habría perdido!

 

-¡Sólo alguien idiota se pierde en la propia ciudad en la que vive!

 

-¿¿¿Eh??? ¡Sólo alguien idiota es incapaz de anotar una dirección cuando su sueldo depende de ello!

 

En ese momento, un hombre mayor, con dos trenzas rubias en el bigote y cojeando salió de la cocina, se puso al lado de Ace y Patty con los brazos cruzados y su sola presencia bastó para que dejaran la discusión para otro rato.

 

-¿No tienen nada mejor que ponerse a discutir en este momento? Patty, ha llegado una nueva orden, así que ponte a cocinar. Y tú, mocoso –se giró para encarar a Ace-, ya tienes otro pedido esperando. Esta vez la dirección es la correcta, así que en menos de media hora te quiero de vuelta. ¿Entendido?

 

Ambos asintieron algo avergonzados y se dirigieron uno a la cocina y el otro a la zona de pedidos. Patty se alejaba murmurando insultos al pecoso, que sólo le dedico un dedo corazón elevado y una lengua fuera en un gesto bastante infantil.

 

Cogió las tres pizzas que había en el mostrador reservado para los repartidores y la dirección que había encima de las cajas. Estaba en la otra punta de la ciudad. Bufó molesto, ¿cómo mierda esperaba el viejo Zeff que fuera a ir y volver en media hora? Con el ceño fruncido se dirigió a su moto. Si no fuera porque necesitaba ese dinero para seguir pagando el piso que compartía con sus hermanos y poder costearse su carrera sin que su abuelo interfiriera, habría mandado a la mierda el trabajo desde la primera discusión con el insufrible de Patty... Lo que venía siendo más o menos la primera hora que estuvo trabajando allí.

 

Memorizó la dirección y se dirigió hacia allí sin más demora. A medio camino, para terminar de redondear su noche, empezó a llover. Maldijo en el casco de la moto y sus palabras quedaron amortiguadas por un fuerte trueno. Cada vez llovía más y más. Aquello tenía pinta de ser una tromba de agua de las que salían en las noticias.

 

Y, por si con eso no fuera bastante, un coche negro bastante elegante pasó por su lado salpicándole por completo. Ahogó un grito y maldijo al idiota del conductor.

 

Apenas salía del garaje cuando el parabrisas empezó a llenarse de gotitas que a los pocos segundos se convirtieron en ríos de agua de lluvia que caían serpenteando por el cristal. Redujo la velocidad, pues la espesa cortina de agua apenas le dejaba ver a escasos metros. Se maldijo por no tener garaje privado en su casa, puesto que inevitablemente acabaría mojándose desde el lugar en el que aparcara hasta la seguridad de su edificio. No vio, y mucho menos escuchó, a un motorista que conducía por el carril de al lado, hasta que, inevitablemente, le salpicó de arriba abajo de agua. Se hubiera disculpado pero no tenía sentido hacerlo, el motorista no iba a parar y él tampoco.

 

A los pocos minutos llegó a su calle, que estaba atestada de coches. Ni un maldito sitio libre. «Maldito karma», pensó. Seguro que era por haber mojado a aquel repartidor. Tras cerca de diez minutos dando vueltas, logró encontrar un sitio relativamente cerca de su portal.

 

Empapado por el coche y empapándose aún más a cada segundo que pasaba bajo aquella implacable lluvia, llegó a la dirección donde debía entregar el pedido. No tuvo que llamar al timbre porque justo al llegar a la puerta, un hombre de cabello rubio la estaba abriendo.

 

-¡Espere, espere! –gritó por encima del ruido de la lluvia. El hombre rubio se giró hacia él y esperó con la puerta abierta. Al verle la ropa, se dio cuenta de que aquel chaval era el que él mismo había empapado minutos antes-. Vaya lluvia, ¿verdad? –preguntó el repartidor con una sonrisa.

 

-Hum… Eso parece –dijo mirándole con rostro impasible. Ace se dio cuenta de a qué se refería y se apresuró a contestar.

 

-No estaría tan mojado si un imbécil no me hubiera rociado un charco de agua con su estúpido coche.

 

-Quizá no te vio… –se aventuró a decir el rubio, algo inseguro. Ace se echó a reír.

 

-Ya, claro, como si ver a un tío en moto totalmente de rojo no fuera suficientemente llamativo.

 

Marco decidió que era mejor no protestar. Y mucho mejor no disculparse en ese momento… Aquel pecoso no debía saber que él le había calado hasta los huesos o sentía que iba a terminar con una pizza familiar de pepperoni en su (ya de por sí) extraña cabeza. En ese momento llegó el ascensor y ambos se miraron.

 

-¿A qué piso vas? –preguntó Marco.

 

-Al octavo, ¿y tú? –contestó con el dedo sobre el cuadro de botones del ascensor.

 

-Al décimo, tú vas primero –dijo en tono cortés.

 

El ascensor inició su marcha con ambos parados uno al lado del otro. Los truenos se escuchaban con mucha claridad desde afuera. Cuando un trueno especialmente fuerte se escuchó demasiado cerca, en lo que parecía ser casi la puerta del propio edificio, todo se detuvo.

 

-¿Eh? ¿Pero qué mierda pasa ahora? –masculló, asustado por el estruendo de afuera y por la repentina oscuridad en la que sumió el ascensor.

 

-Parece que la tormenta ha provocado un fallo eléctrico –comentó Marco, bastante más tranquilo que Ace. Comprobaron los móviles pero ambos se encontraban sin cobertura. Malditos ascensores-. ¿Te da miedo la oscuridad? –preguntó, casi divertido.

 

- Tsk, nada de eso… Pero si no vuelve pronto la luz, podemos quedarnos aquí colgados durante horas y, por si no te has dado cuenta, yo estoy trabajando –contestó, a la defensiva.

 

-Tranquilo, no pueden despedirte por eso, créeme –no le pareció apropiado alardear de sus títulos de abogacía, así que prefirió destensar el ambiente con una broma-. Bueno, al menos no moriremos de hambre –sonrió señalando las pizzas con la cabeza.

 

-Ni se te pase por la cabeza que voy a dejar que te comas mi entrega –contestó Ace, cruzándose de brazos.

 

-Calma, calma, sólo en caso de necesidad –le miró con un intento de sonrisa tranquilizadora y le tendió la mano-. Aún no me he presentado… Y ya que parece que vamos a pasar un buen rato aquí, quizá es lo más apropiado. Soy Marco.

 

-Ace –contestó a regañadientes estrechándole la mano de vuelta. El ascensor sólo estaba iluminado por una tenue luz de emergencia, pero era lo suficientemente clara para ver que, por algún motivo, Ace tenía una expresión nerviosa y se le habían subido un poco los colores a las mejillas. ¿O quizá era el calor?

 

Se sentó en el suelo del minúsculo ascensor y Marco le imitó, colocándose a su lado. Verdaderamente hacía un calor de mil demonios, pues era verano y el hecho de estar en un espacio tan pequeño dos personas y con varias pizzas familiares recién salidas del horno no ayudaba mucho, la verdad. Marco se quitó la americana y se desabrochó la corbata, suspirando. Ace hizo lo mismo, quitándose la chaqueta de repartidor y abriéndose unos cuantos botones de su camisa.

 

-Dios si hace calor… –murmuró el pecoso.

 

-Y que lo digas… Este sitio parece un auténtico horno…

 

-Oye, eh… Marco… –el aludido le miró con interés-. ¿Te resultaría muy incómodo si me quito la camisa? Realmente estoy muy sofocado.

 

-En absoluto –contestó negando con la cabeza-. De hecho creo que te voy a imitar porque yo tampoco creo soportarlo más…

 

A los pocos segundos ambos se hallaban desnudos de cintura para arriba y sudando como si estuvieran en una sauna. Por el espejo del ascensor, que llegaba hasta el suelo, Ace pudo comprobar que bajo ese aspecto de hombre de negocios serio había otro hombre no mucho mayor que él, como mucho diez años más, pero de aspecto bien cuidado. Muy bien cuidado, de hecho. Los músculos de su pecho y brazos se marcaban al subir y bajar con las respiraciones y no había ni un solo gramo de grasa en ellos. De pronto se sintió incómodo y subió un poco la vista. Desde el espejo, los somnolientos ojos de Marco le miraban fijamente con una expresión divertida en el rostro. Por mucho que Thatch dijera que Marco no podía expresar tal cosa, no había duda. La sonrisa ladeada y los ojos brillantes indicaban que había algo que a Marco le estaba divirtiendo bastante.

 

-¡Qué injusto, Ace! –dijo sobresaltando al pecoso-. Tú no me das ni un trocito de tu pizza y, sin embargo, te me comes con los ojos a través del espejo… –Definitivamente, si Thatch le escuchara, no reconocería a su hermano.

 

-¿Q-Qué estás diciendo, idiota? ¡Yo no me como nada con los ojos! –hasta a él le sonó a burda mentira. ¿Por qué tenía que mentir tan mal?

 

-Vamos, no tienes por qué avergonzarte  metió cizaña a sabiendas de que aquello molestaría a Ace.

 

-¡No me avergüenzo! Sólo estaba mirando al frente y por casualidad estaba tu reflejo ahí…

 

Marco rompió a reír. De veras que se veía tiernamente adorable con sus mejillas coloradas y evitando mirarle a los ojos. Bueno, si esa misma noche había decidido que iba a dar un cambio en su vida, el destino se lo estaba dejando en bandeja para empezar en ese mismo momento, y decidió que no iba a desaprovechar la ocasión.

 

-Si tanto te gusta, puedes tocar… –murmuró con cierto tono pícaro. Ace abrió los ojos como bocas de metro y trató de alejarse todo lo que pudo de Marco que, dado el espacio, fueron apenas unos pocos centímetros.

 

-¿¡Qué estás diciendo!? ¿Por qué iba yo a querer tocarte?

 

-Porque te gusto –fue la simple respuesta de Marco.

 

-Aunque eso fuera cierto, no puedo andar por ahí tocando todo lo que me gusta –respondió con un mohín.

 

-Pero esto sí… –dijo en un susurro-. Vamos, Ace, no te cortes, te lo estoy poniendo en bandeja…

 

Y, antes de que pudiera reaccionar, había tomado su mano y la conducía hacia sus impecables pectorales. Casi con la mano temblando, Ace se dejó hacer, hasta que notó que la presión de Marco sobre su muñeca se había liberado, pero él no se apartó de su pecho. Su piel cálida parecía electrizarse al contacto con la suya propia, y los latidos de su corazón se notaban al simple roce. Era una sensación agradable. Y bastante excitante.

 

-¿Lo ves? No muerdo… –dijo divertido al ver cómo Ace mantenía quieta la mano sobre su pecho-. Puedes moverla si quieres…

 

Inseguro y mordiéndose el labio, comenzó a acariciar el pecho de Marco despacio, deteniéndose en cada línea curva de sus músculos, rozando sus pezones con la yema de los dedos, como si fueran a romperse si no era lo suficientemente cuidadoso.  Marco cerró los ojos y un suspiro escapó de sus labios que formaron una sonrisa. En un rápido movimiento tomó a Ace de la muñeca y atrajo su cuerpo hacia el suyo, sentándolo sobre sus caderas.

 

-Así estarás más cómodo –dijo llevando sus manos de nuevo a su pecho-. Y así yo también puedo tocar.

 

Ace simplemente alcanzó a asentir con la cabeza, como si estuviera aturdido, y volvió a acariciar su pecho con ambas manos, subiendo hasta sus hombros y paseándose por su cuello y la parte alta de la espalda. Tenía los ojos cerrados y los abrió de la impresión al notar algo cálido y húmedo posarse en su cuello.

 

-¿Q-Qué estás ha-haciendo? –preguntó intentando zafarse de Marco, pero éste le sujetó por las caderas y lo mantuvo en esa posición.

 

-Dije que así yo también podía tocar… Pero no te dije que fuera a hacerlo con las manos… –aquel desvergonzado comentario excitó al pecoso un poco más, empezando a notar que comenzaba a ponerse duro poco a poco.

 

Decidió que lo mejor era dejarse llevar (¿qué otra cosa podía hacer?), y pasó sus brazos alrededor del cuello de Marco, entrelazando los dedos entre las pocas hebras de cabello rubio que pudo alcanzar. Tomándoselo como una invitación abierta, Marco respondió rodeando su cintura con sus brazos y atrayéndolo más hacia él. Sus labios volvieron a atacar el cuello de Ace, pero esta vez se sumaron los dientes, dejando pequeñas mordidas y alguna que otra marca levemente rojiza por su piel. Al pecoso se le escapó un gemido al notar el primer mordisco y, con el tercero ya había empezado a frotarse contra las caderas del rubio.

 

-Parece que alguien está un poco ansioso –murmuró en su oído con una sonrisa.

 

-Es tu culpa – contraatacó Ace-. Si no me hicieras cosas pervertidas…

 

-Entonces ¿prefieres que pare? –en la pregunta de Marco podía leerse un desafío claro. Y la sonrisa que adornaba su rostro era prueba de ello.

 

-Ni se te ocurra parar ahora, Marco – contestó casi con agresividad.

 

Subió las manos por su cuello hasta su barbilla y, tomándola, se lanzó a besar al rubio casi con desesperación, como si le faltara un aire que sólo sus labios podían devolver a sus pulmones. Marco correspondió ávido al beso comenzando a desabrochar el cinturón y el pantalón de Ace, que emitió un quejido nervioso.

 

-No te preocupes… Te prometo que lo disfrutarás –gimió en el hueco de su cuello.

 

Cuando hubo desabrochado todo, le tomó de las caderas para levantarle del sitio, a lo que Ace respondió con un gruñido de descontento.

 

-Calma, que esto no termina aquí.

 

Le bajó la ropa del todo y la arrojó a una de las esquinas del ascensor. Sentado en el suelo como estaba, con Ace de pie justo frente a él, su prominente erección quedaba justo a la altura de su boca. Sonriendo, la tomó con una mano y se la acercó a los labios.

 

-¡Itadakimasu!

 

A Ace no le dio tiempo ni a sonrojarse. Marco se había introducido su erección en la boca por completo y sentía llegarle hasta casi la garganta. Se apoyó en el cristal contra el que estaba sentado Marco e, instintivamente, comenzó a mover las caderas para aumentar el ritmo de la felación. Llevó una mano al cabello rubio del otro y, aferrándose a él, comenzó a embestir aún más fuerte. Marco trataba de respirar y complacer a Ace al mismo tiempo, lo cual no era tarea sencilla. Pasaba sus manos por sus muslos y se agarraba a su trasero, como si temiese caer de espaldas. Entonces, las embestidas de Ace y sus gemidos empezaron a hacerse más rápidos y contundentes, más desesperados, y Marco supo que estaba a punto de correrse.  Se apartó de él casi con brusquedad y se levantó del suelo, colocándolo pegado al cristal y besándole la espalda.

 

-Aún no, amor… Todavía quiero jugar un poco más contigo.

 

A Ace le hubiera gustado decirle que ya estaba jugando bastante con él, pero en lugar de eso se limitó a gemir sorprendido y a abrir la boca, recibiendo los dedos de Marco mientras éste le “ordenaba” un escueto «chupa». Sin pensárselo dos veces, empezó a ensalivar aquellos dedos mientras sentía cómo el miembro de Marco, totalmente despierto y liberado de la ropa, se restregaba contra su trasero, casi como si amenazara con entrar sin avisar si no se daba prisa. Después de prepararle lo mejor que pudo, y tras recuperarse de la casi decepción que supuso darse cuenta de que Ace, de hecho, no era virgen, se agarró a sus caderas, separando lo más que pudo sus glúteos, y comenzó a introducirse en su interior despacio, poco a poco, pero sin retroceder ni detenerse en absoluto. Ace se agachó un poco más, quedando prácticamente paralelo al suelo, para facilitar la penetración.

 

Gimió en cuanto empezó a deslizarse dentro de él. Se mordió el labio y trató de no gritar. Aunque la parte buena de eso sería que, por fin, alguien sabría que estaban atrapados en el ascensor. Marco volvió a entrar y salir de su interior repetidas veces, cada vez un poco más rápido, cada vez un poco más profundo. Y Ace cada vez gemía un poco más alto y jadeaba su nombre un poco más fatigado. Todo iba a más, hasta que Ace notó que Marco salía por completo de él y giró la cabeza, molesto, con la intención de reclamarle. Sin embargo, no pudo siquiera hablar, pues Marco le giró en el sitio, le tomó por los muslos y, apoyándole en el cristal, rodeando su cintura con las piernas del contrario, le dejó caer sobre su miembro hasta que estuvo completamente penetrado.

 

Ace se aferró a su espalda con fuerza, clavándole las uñas, y Marco respondió mordiéndole el cuello. Sólo esperaba que las marcas se fueran pronto y que no fueran muy evidentes. Sosteniendo su peso en un precario equilibrio, se lanzó a besarle mientras le penetraba con toda la fuerza que le quedaba. Pero no parecía ser suficiente, porque Ace no dejaba de gemirle por más en su oído. Así que se dio la vuelta, apoyado contra el cristal, y se dejó caer, quedando sentado en el suelo y con el pecoso sobre él, aún sin haber salido de su interior.

 

-Muévete para mí, Ace… –susurró en su oído mientras le mordía casi con cariño el lóbulo de la oreja.

 

Ace no necesitó que se le dijeran dos veces y, apoyándose en sus hombros, empezó a moverse arriba y abajo, dejando que el miembro de Marco saliera casi por completo de su interior y, justo entonces, volver a dejarse caer de golpe. Encorvó la espalda hacia atrás apoyándose en las piernas de Marco mientras éste tomaba su erección y comenzaba a masturbarle al ritmo de sus caderas.

 

-Marco… Estoy al… Límite… –consiguió decir, entre jadeos. Marco aumentó el ritmo de su mano y a los pocos segundos, Ace se corría de forma abundante sobre su pecho. Unas pocas embestidas después, él hacía lo mismo en el interior del pecoso, casi gruñendo su nombre en su oído.

 

Sin moverse, descansaron durante algunos segundos hasta que sus respiraciones se calmaron. Ace estaba apoyado en el pecho de Marco y éste le acariciaba la espalda y el pelo y repartía suaves besos por su cabeza y su rostro. Luego, limpiaron todo con las servilletas de papel que entregaban con las pizzas y se comieron una de ellas. El hambre les mataba. Sin embargo, la tormenta no cesaba y la luz seguía sin venir.

 

Cuando se terminaron la pizza, Ace se recostó entre las piernas de Marco, exhausto por el día que llevaba y, finalmente, se quedó dormido. Un par de horas después los bomberos les sacaron del ascensor, sanos y salvos. Ace acompañó a Marco hasta la puerta de su casa para despedirse, después de todo, esa noche ya no tenía que trabajar más y no tenía ninguna prisa. Pero cuando llegó a la puerta, agachó la mirada sin saber muy bien qué decir.

 

-Esto… Yo… Hmm… –balbuceó.

 

-¿Sí? –instó Marco.

 

-¿Volveré a verte? –la esperanza de un “sí” casi podía tocarse a través de sus palabras.

 

-Bueno… No te sorprenda si pido pizza más de una vez… Pero me aseguraré de que sea a última hora y ya no tengas que regresar… –se agachó y le besó en los labios de forma bastante más casta que en el ascensor. Ace sonrió y se despidió de él. Pero cuando estaba ya de camino hacia las escaleras (ni de coña volvía a subir a ese aparato del infierno), Marco le llamó y, mirando sus ropas aún empapadas por el charco con el que había pasado por el coche, le dijo con una sonrisa:

 

-Lo siento por eso… Pero te juro que no te vi –Ace se miró sin comprender hasta que… Bueno, hasta que comprendió. Pero cuando volvió a mirar hacia la puerta de Marco sólo alcanzó a ver una sonrisa y la puerta cerrarse. A los pocos segundos en el edificio resonó un:

 

-¡Marco, bastardo!

Notas finales:

¿Qué os ha parecido?

Personalmente, el MarAce me gusta, y por lo que me comentó Elbaf, era una pareja muy top hace un par de años, pero claro, desde que Ace ya no está con nosotros (TT.TT), ha decaído bastante. Por eso es bueno recuperarlos ^^.

Siguiendo con el juego, sólo quedan dos númeors, el 1 y el 7, así que ya sabéis. Sé que tengo que contestar reviews, y de verdad que no sé cómo seguís dejándomelos, porque está claro que soy un maldito desastre con esto, pero bueno, se nota que sois tan buenos como un cachito de pan <3<3

Sólo me queda pedíos perdón otra vez por no publicar nada en estos dos meses (o más, ya he perdido la cuenta), pero si todo va bien, espero estar con fuerzas renovadas en septiembre. Es probable que me notéis asqueada, y lo estoy, me lo noto hasta yo conforme voy escribiendo estas líneas. Pero os juro que no podéis estar más cabreados conmigo que yo lo estoy, porque ahora mismo no me soporto. Mis disculpas de nuevo.

En un mes (o un poquito más) estaré de vuelta, espero que paséis un buen verano y lo disfrutéis a tope :). Muchos besitos, pichones


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