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Inteligencia Artificial por Sickactress

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Una confortable limusina recorría las calles de ciudad Z, en la zona más abandonada de la ciudad; lo último, debido a los constantes ataques de monstruos misteriosos en los aledaños del lugar. Frente a la casa de Saitama, custodiada por uniformados de negro, demasiado elegantes para la ocasión, el dichoso automóvil se estacionó en la vereda de enfrente, donde los rayos del sol de la mañana ya estaban entibiando. Como en muchas otras ocasiones no formales, Fubuki, la líder del “Grupo Blizzard” conformado por héroes de clasificación B y hermana menor de Tatsumaki, se dirigió a casa de Saitama como si su presencia ya hubiese sido solicitada con anticipación.

 

Claro que… eso nunca solía suceder, y a ella no le gustaba esperar.

 

Tras un retoque en sus labios verificando si el brillo y el tono de su delicada piel era la adecuada mientras observaba el contorno de éstos en su espejo portátil con cobertura de plata, la heroína descendió de la limusina y se despojó de su abrigo de piel en lo que estudiaba el área y aseguraba la zona para sus fieles seguidores. Una inusual gema esmeralda que pendía de su cuello contrastó con su indumentaria oscura en lo que asintió que nada parecía fuera de lo normal a su alrededor; claro que si ver destrozos y cuerpos de monstruos desmembrados podía considerarse normal, sus devotos seguidores no tendrían por qué exponer esa expresión nauseabunda en sus rostros.

 

– Espérenme aquí y manténganse alerta – dijo Fubuki, antes de cruzar la calle y adentrarse a las puertas del establecimiento a subir por las escaleras. Al desaparecer de la vista de sus servidores, desenvainó una entusiasmada sonrisa y agilizó el paso en dirección al departamento de Saitama.

 

Las probabilidades de que alguien como Saitama estuviera despierto a estas horas de la mañana eran incertidumbres a comparación de las probabilidades que apadrinaba el buen tiempo para el molesto ciborg. Fubuki, por supuesto, no tenía la menor idea de la ausencia de Genos; como tampoco sabía que su hermana mayor la llevaba buscando desesperadamente desde que partió a Hawái en una misión exigida por la Asociación de Héroes. Si hubo alguna catástrofe, amenaza de monstruos misteriosos o desastres descomunales en Ciudad Z, estaba hueco aquel saber.

 

Fubuki tocó a la puerta con suavidad y delicadeza, con el mismo entusiasmo del lobo feroz que no pretende que los cerditos se enteren de su volátil existencia, y, engatusada por el perpetuo silencio del interior del departamento, hizo beneficio de sus poderes para manipular el cerrojo a conveniencia ¿Qué impulsaría a una mujer como ella hacer algo como eso? Tal vez la gloria de su hermana mayor influenció negativamente en su orgullo como persona, y con ello acogió una arrebatada necesidad por no permitirse ser ignorada por nadie. Mucho menos por Saitama y su entrometido ciborg aprendiz. Después de todo, ya los consideraba un poco más que camaradas de la misma asociación, les había cogido una simpatía de la que no quería desprenderse.

 

– ¿Saitama? – La puerta cedió obedientemente y el brillo del día que entró por la puerta, dibujó su esbelta silueta en el suelo del pasadizo que llegaba hasta la sala – ¿Genos…? ¿Hay alguien?

 

Fubuki atravesó el umbral de la puerta sintiéndose una intrusa en todo su esplendor, y vigilando sus espaldas en cada una de sus pisadas, puesto que era de héroes ser paranoicos a veces, al no percibir peligro alguno procedió a cerrar la puerta y caminar por el largo del corredor. Ignorando la fina capa de polvo que cubría el suelo, la puerta entreabierta del baño y todo el desorden que hacía ver al departamento como un basurero mal oliente, Fubuki se adentró hasta penetrar en la oscura habitación del fondo: la sala de estar. Ésta se encontraba desolada y a oscuras porque las cortinas yacían cerradas e impedían el paso de la luz; no porque fueran gruesas, sino porque estaban griseadas y deterioradas. Con un chasquido de sus dedos, las cortinas se abrieron.

 

El destello exterior iluminó la habitación y, con ello, sus ojos fueron golpeados impetuosamente por el resplandor. Enceguecida, Fubuki retrocedió involuntariamente y cubrió sus preciosos ojos esmeraldas con el contorno de su mano; tropezando con la mesita de noche detrás de ella y, de un salto, cayendo de espaldas por el otro extremo. Fubuki se apoyó en sus antebrazos, aún con el ligero pero incómodo dolor en sus glúteos, encontrándose con una bolsa de dormir, justo por debajo del mostrador que conectaba la sala con la cocina y delante de su rostro. A su alrededor yacían porcelanas sin lavar; las cuales, juzgando por las empaquetaduras vacías a su alrededor y el calentador de agua que acababa de caer sobre su espalda, sólo fueron empleadas para servir al mal hábito de ingerir pura sopa instantánea. No era un estilo de vida para nada admirable.

 

– ¿Saitama? – Fubuki picó en la bolsa de dormir con su delgado dedo y bien cuidada manicura, pero no recibió mayor respuesta que unos suaves ronquidos – Saitama… oye, ¿puedes oírme? Volví de Hawái. ¡Oye…! – Saitama, sin embargo, sólo se acurrucó un poco más hacia la pared.

 

Fubuki suspiró resignada, hizo un puchero con los labios y se puso de pie de un brinco. De nuevo le echó un vistazo a su alrededor… y, siendo honesta, nunca extrañó tanto ese apetitoso aroma con el que Genos solía recibir a su maestro a la hora del desayuno. Aunque vio una oportunidad de ganar unos cuantos puntos extras con Saitama si se encargaba de despejar el suelo y sacar la basura, no podía ser indiferente todo el tiempo ¿Dónde demonios estaba Genos?, suspiró para sí misma; mientras atravesaba las puertas de cristal que conducían al balcón, para dirigirse a sus subordinados. Siempre pensó que llegaría el día en que ellos se separarían, pero nunca con tales repercusiones. Fubuki comenzó a oler algo muy extraño en todo esto, además de la comida descompuesta.

 

– ¡Equipo Blizzard! – llamó ella desde lo alto; como era de esperarse, sus fieles subordinados se pusieron en atención y levantaron la mirada hacia la soberana de sus días – Es todo por ahora.

 

Sus obedientes lacayos asintieron a sus deseos, subieron a la limusina, otros a sus motocicletas, y emprendieron el camino de regreso a la base secreta; el ronroneo de los motores desapareció a la distancia. Fubuki, entonces, haciendo uso de sus poderes, comenzó por despejar la basura y la capa de polvo del suelo; todo lo que pudo haber recogido con sus manos desapareció por la ventana y llenó un contenedor de basura. ¿Si fue denigrante para ella hacerlo? Pues no; ya había hecho trabajos como estos para satisfacer sus costosos caprichos en cuanto a ropa, maquillaje, accesorios y viajes, cuando la tasa correspondiente a ataques de monstruos descendía.

 

Una considerable remuneración, sin embargo, abasteció su cuenta bancara la última misión que se le fue encomendada. Fubuki aún se sentía en la gloria por la increíble suerte en su expedición a Hawái. Una apocalíptica escena se le fue concebida en las enormes pantallas de La Asociación de Héroes, antes de emprender su viaje, y, esa misma noche, mientras esperaba el avión que la llevaría a controlar la impetuosidad de las actividades volcánicas que amenazaban con hundir y desaparecer esas maravillosas islas, creyó que sus poderes serían insuficientes para controlar el caos. El miedo al fracaso la acompañó en todo el trayecto, había palidecido su rostro y debilitado sus músculos… sólo para encontrar un paraíso tropical calmado, en su descenso.

 

Lo que sea que hubiese pasado antes de que llegara a su destino había silenciado las actividades volcánicas, sosegando el temblor de las tierras y dispersado las nubes ennegrecidas de los cielos. Fubuki nunca pretendió tomar el reconocimiento por un logro que no consiguió, pero todo eso cambió cuando una desconocida anciana atrajo una horda de personas agradecidas y cautivó la atención del noticiero local. Todo sucedió a la velocidad de un rayo y no pudo evitarlo. Esa gema que ahora pendía de su cuello fue un obsequio de la misma anciana y, ahora que Fubuki se puso a pensar en ello, mientras secaba la vajilla, siempre se olvidaba de quitárselo del cuello. Fubuki abandonó el fregadero y procedió a quitárselo, pero entonces otro sordo ronquido la distrajo.

 

– Esto ya es el colmo – Fubuki dejó el secador y caminó hacia la sala. La cabeza calva de Saitama sobresalía por la parte superior de la bolsa de dormir – Saitama, ya despierta, son casi las once de la mañana – Ella comenzó a mecerlo con suavidad, pero eso sólo adormecía más al héroe.

 

Unos indescifrables murmullos se escucharon dentro de la bolsa de dormir y Fubuki se rindió al escuchar que el calentador de agua ya estaba listo. Bueno, si veía el lado positivo de todo esto, el no encontrar a Genos con Saitama fue un golpe de suerte; porque podría encantar al héroe y de este modo incentivarle a formar parte del Equipo Blizzard, que era lo que más quería.

 

– Saitama, ya es hora de levantarse – Fubuki se comportó como toda una ama de casa, pero sus mimos maternales, así como iniciaron, iban en picada porque Saitama seguía ignorándola hiciera lo que hiciera para complacerlo – ¡¡Saitama, ya despierta!! – Fubuki palmeó en la bolsa de dormir y, podía jurarlo, le dolió más a ella que a Saitama, pegarle en el trasero – Ouh… – Unas lágrimas amenazaban con desbordarse por el dolor – Vamos… eres un desconsiderado. Mira, te traje el desayuno – Entonces encendió el televisor y volvió a mecer a Saitama – No vuelvas a dormir...

 

– Ugh… qué molesta eres – Bostezó –, ya déjame en paz – Comenzó a desenfundarse, sin prisa.

 

Fubuki escuchó la voz de quien yacía a sus espaldas, intentando salir de la bolsa de dormir; temió girar a ver de quién se trataba. ¿Era esto alguna clase de broma? Este tipo de cosas le pasaban por ver muchas películas de terror, pensó. Como sea, su paranoia la llevó a sentirse observada y creyó que estaba helando aquí dentro a causa de un ente paranormal. En toda su estancia vio un cuerpo inerte dentro de la bolsa de dormir, había creído que era Saitama quien se encontraba ahí dentro; pero, al oír una voz diferente provenir del mismo… su imaginación comenzó a tomar el control y caminó por distintos senderos siniestros que influenciaban el mal augurio.

 

– ¿S-Saitama…? – Fubuki se giró a mirar lentamente, dándose valor a sí misma y recordando que poseía poderes impresionantes – ¿Eres tú…? – Si iba a recibir el primer ataque, ella sobreviviría.

 

– Sí… ¿Qué hora es…? – respondió en su somnolencia. Abrió los ojos y vio que Fubuki estaba ahí, delante del televisor, con una horrorizada expresión en el rostro – Me he visto peor, créeme. Y no voy a avergonzarme de mi aspecto, así que ahórrate el sermón – Volvió a bostezar y se puso de pie con mucho esfuerzo, frotándose el vientre – ¿”Desayuno”, dijiste? Dame un… segundo…

 

Entre tropiezos, sin siquiera abrir los ojos para saber por dónde iba, ignorando la poca discreta manera de mirarle de Fubuki, se dirigió al baño atravesando el umbral que conectaba la sala de estar con el pasadizo. Aunque somnoliento, Saitama se consternó por las expresiones tan raras que Fubuki le dedicaba; cuando normalmente sus ojos refulgían de brillo cuando él atravesaba su campo visual, cosa que le tenía sin cuidado. Pero ahora… no sabía si sentirse ofendido o sólo hacerla a un lado. Después de todo, ella acababa de aparecer y la preocupación que Tatsumaki fecundó en él cuando fue a visitarla al hospital ya hace… tres semanas, hizo que engendrara una molesta intuición de querer protegerla o tenerla a la vista más de la cuenta. Como a un hermano.

 

Es su distracción, mientras admiraba el detalle de Fubuki de dejar su departamento impecable, Saitama golpeó el borde inferior de la puerta del baño con el pie. Y ésta, fuera de causarle un imposible dolor que lo llevaría a retorcerse, se quebró en la zona que se adhería al concreto; despegando un trozo minúsculo de escombro que fue a parar en medio del pasadizo. Entonces Saitama supo que ya no podía tolerar más el comportamiento estático de Fubuki, en el momento en que sus miradas volvieron a encontrarse. Sus labios pintados tiritaban incesantemente como si estuviera calando de frío y la palidez en su rostro le había quitado algo de su peculiar atractivo, junto a la ensombrecida e impactada mirada que en ese momento caricaturizaba su bello rostro.

 

– Y eh… ¿cómo tan bien estuviste en tu misión en Hawái? – comenzó él; pero Fubuki sólo sacudió sus hombros, como si la hubiese espantado con su voz, y dejó salir un suspiro sorpresivo – Recibí una postal tuya hace un tiempo – Tanteó Saitama, comenzando por ponerse de los nervios al no recibir ninguna respuesta de Fubuki. Entonces se giró a ver por encima de su hombro; no porque Fubuki mirara hacia la puerta de entrada, aunque su mirada parecía haber despegado por todas partes, sino porque daba la impresión de que alguien hablaba al mismo tiempo que él. Saitama decidió ignorarlo  regresó su atención a Fubuki – Oye, hace un rato no dejabas de hablar ¿Cuál es el problema ahora?

 

– U-uhm… S-Saitama, ¿tú… te sientes… bien, hoy? – Fubuki habló finalmente con él y se acercó sólo para aferrarse al umbral que conectaba al pasadizo, observando a Saitama de pies a cabeza.  

 

– Pues… sí – Afirmó, dudoso, y volvió a mirar hacia atrás de improviso – ¿Por qué lo preguntas?

 

– Es… es difícil de explicar, yo… ¿Se-segu…ro que todo está bien contigo…? Porque…

 

– Oye, espera un segundo, ¿de casualidad trajiste a alguien más al departamento? – Interrumpió Saitama, interponiendo una palma de su mano para silenciarla, sin tocarla – Siento que alguien está imitando todo lo que digo ¡¿Ves?! – Saitama giró a mirar hacia otro lado, pero el espacio en su pasadizo era muy reducido y de todas maneras habría sido sencillo encontrar a alguien a sus espaldas o en el departamento – O bueno… ¡¿Lo oyes?! – dijo, sorpresivo – Ahí va de nuevo.

 

– No, Saitama, no invité a nadie más a casa – El tono melodioso de su voz, de pronto, cambió a una compasiva y maternal. No sabía cómo explicárselo a Saitama, pero estaba aliviada de que él estuviera… relativamente bien – Eres… tú quien está hablando; no hay nadie más con nosotros.

 

– ¡¿Acaso es una broma?! Porque está enloqueciéndome en serio – Comenzó a encolerizarse, la voz lo seguía en todas sus frases – No entiendo absolutamente nada de lo que me estás diciendo y alguien repite todo lo que yo digo ¡¡Ahí está de nuevo!! – Se espantó – ¡¿Quién anda ahí?!

 

– ¡Saitama! – Fubuki lo tomó de sus hombros y lo zarandeó un poco – Si hubiese traído a alguien conmigo ya lo sabrías; pero no, no hay nadie más en el departamento. ¡Se trata de ti! ¡Eres tú!

 

– ¡No puedo ser yo! – Reaccionó con incredulidad, haciéndose a un lado porque acababa de oírlo otra vez. Esa desconocida voz que lo estaba atormentando – ¡¡Y tú, cállate!! – se dirigió al vacío.

 

– ¡¡Saitama!! – Fubuki estaba aterrada con él. Si bien no sabía cómo explicárselo, no quería saber cuál sería la reacción de Saitama al descubrirse a sí mismo – Escucha, tienes que tranquilizarte o te dará un ataque – Rodeo el rostro de Saitama con sus delicadas y perfumadas manos – Tengo miedo de lo que va a pasar si te lo digo… ¿crees poder sobrellevarlo mejor si lo descubres por ti mismo? En serio… en serio estoy asustada de lo que podría pasar, por favor, no enloquezcas.

 

Al principio Saitama pensó que Fubuki se estaba burlando de él; pero al vaticinar un llanto en el temblor de esa consternada mirada, su enojo… se desvaneció. La empatía suavizó la tensión de sus músculos y, con ello, recordó que su bienhechora alguna vez tuvo la misión de apaciguar la vertiginosidad de los volcanes, y que ahora estaba realizando su cometido con él. Sintiéndose un completo idiota, Saitama la cogió por las muñecas y las bajó con suavidad. Él no era un bruto, es sólo que su fuerte no era la de percibir ciertos detalles. Como el hecho de que… por alguna extraña razón, aunque Fubuki yacía encogida de hombros frente de él, ella lucía más alta. Temió.

 

– Fubuki, dime la verdad… ¿qué tan grave es? – exigió Saitama, calmado pero demandante.

 

– Ve y verás – dijo ella con sensatez, aunque también se podía atisbar un tono suplicante en su voz. Encaminó a Saitama hacia la puerta del baño y dejó que él entrara por su cuenta.

 

– De acuerdo... aquí vamos... – Obedeció él. Se dio un profundo suspiro, llenando sus pulmones de valor, e ingresó al baño como un boxeador ingresa al ring. Cerró la puerta, y lo último que vio Fubuki fue su miraba de soslayo desde el otro lado. Lo siguiente es historia – ¡¡¡AHHHHHHH!!!

 

Un extenso rugido resonó en las paredes del baño y se extendió por todo el departamento como el viento. En ese momento Fubuki se encontraba en la sala; su andar de un lado a otro se detuvo, mas no la intensión de encontrar una justificación a lo que Saitama le había pasado. La cuestión más importante a la principal, sin embargo, era la de si Saitama la acusaría por ello. No pensaba que fuera algo monstruoso el descomunal cambio en él, es más, si se lo preguntaban, Saitama lucía más que radiante; pero dado que era un varón, era de suponer que extrañaría mucho sus…

 

– ¡¡Mi musculatura… mi voz…!! – Saitama estiró el elástico de sus bóxer, los cuales ya no estaban ceñidos a su cuerpo, y con extrema palidez bramó –: ¡¡MI PENE!! ¡¿A dónde se fue?! – Y como si fuera a encontrarlo en el suelo, Saitama se arrodilló a buscarlo bajo la cómoda y la mesa.

 

– Saitama, por última vez, tienes que tranquilizarte – Fubuki le ofreció un efectivo té.

 

– ¡¿”Tranquilizarme”?! – Levantó la mirada, sin despegar el pecho del suelo. Entonces volvió a enderezarse al borde del llanto – ¡¡Fubuki, mírame!! – Exhibió su gran cambio frente a ella.

 

Fubuki intentó tomarlo con seriedad, pero lo cierto es que uno no podía desprender su mirada de él. O, mejor dicho, de ella. Porque bajo el pijama de un hombre musculoso y fuerte, el hombre más poderoso que tuvo el placer de conocer, yacía el menudo y firme cuerpo de una fémina que estaba a un paso de ser una efigie angelical. Su tamaño, sus Brazos, sus piernas, sus manos, sus pies, su cuello, su rostro… y sus atributos, para no decir que eran unos gloriosos encantos, todo en Saitama era perfecto; y era una imposible faena quitarle la mirada de encima.

 

– ¿Cómo pudo pasarme esto…? –  Su voz se encogió, incluso ella era melodiosa y engendraba en Fubuki un sentimiento indescriptible – Ayer todo estaba tan bien y hoy… me crecieron estas. Y mis bolas… mis bolas también se fueron – Comenzó a llorar – ¡Rápido, ayúdame a encontrarlas!

 

– Saitama, no seas tonto – Fubuki impidió que Saitama se revolcara en el suelo – Dios, eres frágil a comparación… – Se le escapó decir, a lo que Saitama comenzó a desmoronarse en llanto – ¡No, no dije que fueras débil! Rompiste parte del muro ¿recuerdas? Sigues siendo muy poderoso.

 

– ¿Entonces… entonces sólo es mi apariencia? – El llanto de Saitama comenzó a ceder, conforme las palabras tranquilizadoras de Fubuki lo envolvieron – ¿No he perdido… mi fuerza? ¿Todo por lo que he trabajo sigue conmigo? – Saitama miró sus manos, mala idea: sus muñecas eran más que preciosas – Creo que voy a vomitar. No puedo creer que esto esté pasando. ¡¿Por qué yo?!

 

Saitama se desplomó de glúteos sobre el suelo, sentándose en su habitual posición como Fubuki ya extrañaba verlo, y rescató el té de la mesita para beberlo. Era demasiada tensión para alguien que acababa de despertar. A penas ayer en la noche había sido un hombre, y hoy… despertó de un acogedor sueño convertido en una mujer. No tenía sentido si quiera pensarlo, era una locura o una pesadilla de la que deseaba despertar muy pronto. En fin, Saitama tenía el desayudo listo frente a él, pero su apetito seguía dormido tras el velo de la confusión. Se sentía nauseabundo.

 

– Oye… – murmuró Fubuki con suavidad, dándose por vencida con ese asunto y sentándose en el otro extremo de la mesa – Bebe un poco más de té, no es necesario que desayunes todo.

 

– El té está delicioso, gracias – dijo, sin ningún ánimo – Es difícil creer que me sentía hambriento al despertar – comentó Saitama depositando su taza en la mesita de noche, suspirando mientras desvaría en el excedente tamaño de su pijama a rayas. Le quedaba demasiado grande ahora.

 

Saitama volvió a derrumbarse en amargura y regresó a su taza de té con el entrecejo fruncido, deseando que el dulce sabor del tónico despejara su mal humor. La habitación quedó sumida en lo que amenazaba ser un perpetuo silencio, cuando la bebida caliente de Saitama descendió por su garganta y Fubuki pudo oír el inconfundible sonido del trago a la distancia. La heroína suspiró un tanto desilusionada porque no era el desayuno alegre que tanto había planeado. Finalmente se dio por vencida con él y le miró de soslayo en lo que tomaba asiento en el otro extremo de la mesa, aunque hubiese apostado lo que fuera a que Saitama no reparaba en su breve análisis.

 

– ¿Podrías dejar de mirar? – Fubuki, por supuesto, perdió su apuesta. Saitama se sentía acosado por su persistente mirada. Cabía una de dos posibilidades: Fubuki no era muy discreta, o Saitama había adquirido un sentido más agudo. Y no sólo eso. El dulzor de su bebida despertó su apetito.

 

Al término de sus palabras, dictaminadas con las pesadumbres de su enfado, Fubuki se tensó en su lugar apretando ambos puños en sus delineados muslos y aguantó la respiración mientras el puño de Saitama se aproximaba a ella deteniéndose a medio camino para tomar un esponjoso panecillo suavemente escarchado con azúcar palpable y relleno de queso fundido. Fubuki volvió a dirigirle la mirada, una mordida en ese panecillo estimuló su capacidad respiratoria y dejó salir un profundo suspiro. El entrecejo fruncido de Saitama se suavizó ante el contacto del azúcar y la sensación del queso fundido en su paladar; lo que la llevó a pensar que tal vez hubo cambios más significativos en él que la simple superficialidad de su cuerpo. Algo sumamente disparatado para un hombre que solía ser indiferente vacío e invisible ante cualquier individuo. ¿Qué tan mal le iría al héroe que, al parecer, siempre conservo una silenciosa sensibilidad bajo su aspecto de llanero solitario? Fubuki volvió a tensarse cuando Saitama la mortificó con su enseriada mirada.

 

– Fubuki… – le apuntó con su panecillo a medio comer –, te lo juro, sigue observándome de esa manera y tendré que echarte por la ventana. Haces que me sienta como un fenómeno.

 

– No pienso que seas un fenómeno, Saitama – contestó ella torciendo una sonrisa, ocultando su inseguridad poniéndose un poco más cómoda – Lo que estoy pensando es… en las posibilidades.

 

– ¿La razón por la que desperté hoy como una mujer? No tengo muchas alternativas qué estudiar ya que todo se ha tornado demasiado confuso ahora. Ni siquiera quiero pensar en esto y lo otro.

 

– Te vendría bien hacer el esfuerzo por recordar. ¿Hiciste algo fuera de lo normal estos días?

 

Saitama terminó de comer su panecillo y fue por otro mientras sus ojos parecían perderse en el tiempo y el espacio. Fubuki también cogió uno y lo reservó en una servilleta al lado de su tasita de té, con intenciones de incentivar a Saitama a que cogiera cuantos él quisiera ya que ella no tenía pensado comer el suyo lo que durara la entrevista. La habitación volvió a sumirse en un profundo silencio, cuando de pronto las migajas del panecillo que Saitama acababa de darle una mordida cayeron dentro de su pijama entre sus senos con desesperante incomodidad. Saitama comenzó agitar el cuello de su pijama inquietándose por las migajas que recorrían todo su abdomen hasta su vientre, pasando por el elástico de sus pantalones hasta rozar la piel de sus muslos. Entonces se levantó a sacudir sus pantalones. Le quedaban malditamente sueltos y fue frustrante para él.

 

– ugh… esto no está funcionando ¡¿qué haré si me quedo así para siempre?! – Terminó de quitar las migajas de sus piernas y volvió a sentarse frente a Fubuki, quien le miraba un poco ansiosa.

 

– Tienes que concentrarte, Saitama – demandó Fubuki, esperando la respuesta a su pregunta.

 

– No creo haber hecho algo fuera de lo habitual – dijo secamente; aunque ambos sabían que no se estaba dirigiendo a Fubuki, sino a las migajas del panecillo donde se había sentado – Siempre me levanto a desayunar, me encargo de algunos monstruos, regreso a prepararme el almuerzo, veo la televisión… – Saitama recordaba dibujando círculos en su tasa de té con el dedo índice.

 

– Fuera de destruir monstruos misteriosos, tienes una vida en serio muy ordinaria.

 

–…me preparo de cenar – continuó, sin alcanzar a oír el comentario de Fubuki – y finalmente me acuesto a dormir. Hago esto todos los días de la semana desde que… bueno, eso es lo de menos.

 

– ¡Pero no es suficiente! – Se adelantó Fubuki apoyando las palmas de sus manos sobre la mesa e inclinando su cuerpo, con determinación en su mirada – Debe haber algo más, Saitama. Piensa.

 

– Ya te he dicho todo lo que sé. ¡Esto es ridículo…! – dijo, sin amargarse ni un poco con Fubuki. Ya comenzaba a aceptar que ella se encontraba aquí para ayudarle – Ayer no hice nada diferente a otros días. Me levanté a desayunar, destruí algunos monstruos, regres… – Se detuvo de repente.

 

Saitama volvió a permanecer en silencio y su apetito desapareció con la presteza de un puño en la quijada de cualquier monstruo que antes hubo destruido. “¿Ayer?”, preguntó alarmado para sus adentros. No conseguía recordar qué es lo que había sucedido el día de ayer. El rostro de Saitama palideció en lo que la bruma mental sólo se volvía más y más densa a medida que se esforzaba por recordar cada uno de sus pasos. Fubuki se mantuvo en completo silencio, preocupada por el repentino mal aspecto que llevaba Saitama en el rostro en lo que balbuceaba. Lucía enfermizo.

 

– No… puedo recordar qué es lo que hice ayer… – dijo finalmente, totalmente desorientado.

 

– ¿No puedes recordar? – indagó ella con incredulidad, estudiándolo meticulosamente. 

 

– ¡No, no puedo recordar! – Se encogió de hombros y luego se cruzó de brazos, muy confundido.

 

– Pero… eso es casi imposible… – El asombro de Saitama parecía genuino, y esto sólo la preocupó aún más. Fubuki dejó su té en la mesita y se sacudió el azúcar palpable en la manga de su vestido.

 

– Recuerdo que fui al súper en el centro de la ciudad. Compré el almuerzo y… no tiene sentido. No pude haber ido a otro lado después. Tal vez a casa de King… pero lo sabría ¿no te parece lógico?

 

– Despertaste convertido en una mujer, Saitama. La lógica ya no existe. Mucho menos el sentido común, esto es muy serio. ¿No hay nada que puedas recordar? ¿Avenidas o… si era de noche?

 

Saitama negó lentamente con la cabeza, saboreando la última gota de su bebida caliente. Podía recordar, estaba seguro de eso, pero el flujo de su memoria acarreaba una densa niebla y sumía sus recuerdos en una oscuridad perpetua. Como si su visión estereoscópica se hubiese limitado a una visión en túnel y no pudiese divisar un panorama completo de ese desconocido entorno que creía reconocer por su aroma, el viento helado y sus colores… que ahora flotaban en la oscuridad. Saitama suspiró con resignación; no importaba cuánto lo intentase. No importaba cuanto girara la cabeza para divisar lo que había a su alrededor en ese extenso túnel mental, él se encontraba aún en su departamento… no en esa fría avenida cuyo nombre latía en la punta de su lengua.

 

– No logro recordar. – Para sorpresa de Fubuki, Saitama se levantó de la mesa y caminó al armario sin soltar el elástico de sus pantalones, que le quedaban muy holgados – Pero conozco a alguien y dudo mucho que no quiera ayudarme – Cogió su traje de héroe, notando que le quedaría inmenso al igual que toda su ropa – Debo tener algo que pueda servirme. Ojala no tuviera que ir con él…

 

– ¿Qué piensas hacer? – Fubuki ignoró a Saitama por completo; después de todo, se encontraba a sus espaldas y ella ya había comenzado por comer su panecillo. Al no recibir respuesta, se giró a mirarle por encima del hombro… escupiendo migajas de pan por doquier – ¡¿Pero qué…?! ¡¡No, no, no, no, no…!! – Totalmente ruborizada, Fubuki se levantó de la mesa y se dirigió a Saitama.

 

Unos perfectos y bien torneados senos volvieron a encontrarse bajo el pijama a rayas, cuando Fubuki corrió a cubrirlas tirando del pijama hacia abajo antes de que Saitama terminara de pasar el cuello de ésta por su cabeza. Saitama, espantado por su rápida reacción, volvió a ser el mismo indiferente de siempre cuando comprendió que la base del escándalo de Fubuki yacía en lo que ahora le colgaba del pecho. Con las piernas temblorosas, Fubuki se apoyó de espaldas a la puerta del armario para recuperar el aliento, cuando entonces la curiosidad de Saitama por sus propios encantos volvieron a ponerla de los nervios cuando el héroe examinó sus senos con sus manos. 

 

– ¡¡Detente!! – Fubuki sacudió a Saitama por los hombros – No se supone que hagas esas cosas a mitad de la sala. Puedes hacerlo en privado o cuando no tengas visitas en casa – Se quejó. Fubuki jamás se hubiese alterado si no fuera porque Saitama las estaba estrenando. ¡Ayer fue un varón!

 

– ¿Cuál es el problema? Tú también tienes unos como los… – Saitama se lo pensó dos veces, sin poder creer lo que estaba a punto de decir – maldición, estos son míos. ¡No deberían ser míos!

 

– ¡Sí, son tuyos! Y tienes protegerlos – Miró el interior del armario, era inútil encontrar algo que pudiera ponerse y se ciñera bien a su esbelto cuerpo femenino – Nada que sea de ayuda. Avisaré a mis subordinados, sé que tengo algo de ropa extra en la limusina. ¿Tendrás una talla difícil?

 

– ¿Por qué guardas ropa extra en la limusina? – preguntó Saitama, con poco interés.

 

– ¿Tal vez porque soy una heroína y también me he encargado de monstruos de gran poder? No sé tú, pero yo sí necesito un guardarropa listo. No puedo ir por ahí con las ropas desgarradas.

– ¿Qué me dices de esto? – Extendió una playera de color negro que cogió del cúmulo de ropas. También le quedaría grande pero se ceñiría mejor a su nuevo cuerpo que toda su ropa holgada de perdedor – Un segundo… – dijo antes de recibir el asentimiento de Fubuki – Esto no es mío.

 

Saitama la dejó caer en el suelo, como si la playera fuera infecciosa, y regresó a buscar otra cosa qué ponerse en su guardarropa. Fubuki, sin embargo, le dio la contraria. Como lo veía, esta sería una de las pocas cosas que Saitama podría encontrar en su armario que no se le cayera o dejara a la vista que acababa de perder varias tallas. Era decente, tal vez algo oscuro y sin estilo, pero no se le vería como un vagabundo. Saitama, por otro lado, se negaba a ponérselo o tocarlo.

 

– Tu guardarropa completo no sirve para nada, Saitama. Sólo póntelo y sujétate unos pantalones con un cinturón – Fubuki lució la playera por encima de su vestido, mirándose en el espejo – Esta ropa es menos holgada que la tuya aunque sea un poco más grande. ¿No es esto de… Genos?

 

– No iré disfrazado de Genos a ninguna parte – dijo, expresando su total desacuerdo con un ligero aire de decepción en su tono de voz, el suficiente para que Fubuki apartara la mirada del espejo.

 

– ¿Sucedió algo malo entre tú y Genos? – Como siempre, Fubuki fue directa y algo entrometida.

 

– No quiero hablar de eso ahora ¿de acuerdo? – Fue cortante – No estoy pensando en el estúpido e ingrato de mi ex discípulo, sino en el cambio de sexo no consentido de mi cuerpo.

 

– Qué sensible – Entornó los ojos y le dio la espalda para dirigirse al balcón. Sus subordinamos, tal y como ella esperaba de ellos, ya la esperaban al otro lado de la calle donde los había despedido.

 

En el interior de la lujosa limusina del Grupo Blizzard, Fubuki observaba a Saitama con el entrecejo fruncido y cruzada de brazos en el asiento de enfrente. Ese horrible conjunto: shorts psicodélicos y una polera amarilla con el impreso OPPAI en ella. Era todo un milagro que Saitama pudiese creer que se veía como todo un galán de esa manera. Sin embargo, para diversión de Fubuki, sus fieles subordinados parecían haber caído bajo el hechizo de su enigmática belleza. Sus rasgos finos y sus piernas bien torneadas los tenían cautivado a pesar de que Saitama yacía ridículamente distraído con el subir y bajar de la ventana. Pero aunque Fubuki siempre estuvo de acuerdo de que echaran raíces, no podía evitar preguntar. Saitama era un hombre no una mujer, y necesitaba respuestas.

 

– ¿A dónde tienes pensado ir, Saitama? – Cuando desenfundó el nombre del héroe como un arma de doble filo, sus discípulos bajaron la mirada con resignación mientras Fubuki sufría un leve dolor bajo el por ellos. Pero sonrió misericordiosa, a ellos les gustaba sufrir por amor – ¿Y bien?

 

– ehh… ¿cómo dices? – Saitama dejó el botón y se giró a ellos resaltando lo muy atractiva que era con ese escultural cuerpo y una mirada desafiante. Nada pretenciosa y totalmente desinteresada.

 

– Que hacia dónde vamos – Fubuki alzó ligeramente el tono de su voz – La limusina se dirige ahora a nuestra guarida; la guarida del Grupo Blizzard. ¿A dónde debo redireccionar nuestro curso?

 

Saitama dio un profundo suspiro y volvió a perder la mirada en el vacío al otro lado de la ventana. Los iris de sus ojos achocolatados no se movieron conforme los rascacielos avanzaban delante de él, lo que denotó un inconsolable desanimo ante la pregunta de Fubuki. Una amarga sensación de resentimiento y decepción mutuos que anudaba la boca de su estómago y le hacía sentir enfermo y un tanto inútil consigo mismo. ¿Es que nunca fue un buen maestro?, pensó bajo un sentimiento de abandono que creyó que ya había superado y que le tomó por sorpresa. Antes de que Saitama aceptara que tal vez esos sentimientos encontrados guardaban una relación con el brutal cambio de su anatomía, contestó para sus adentros que había sido un pésimo maestro… y que extrañaba la comida casera de cierto ciborg que lo abandonó sin previo aviso. Oh… ahora quería chocolate.

 

– Estuve pensando… – comenzó a decir Saitama, algo incrédulo y muy reservado – que necesitaba ver a un doctor o algo así. Pero no confío en nadie en esta ciudad. No si tienen que verme de esta manera, me tomarán por loco, lo sé – dijo, presintiendo un sermón de Fubuki – Pero hay alguien…

 

– Por la expresión de tu rostro imagino que no te gusta para nada esa idea – indagó Fubuki.

 

– Ya lo viste. En el desorden del departamento que debiste encontrar cuando entraste – gruñó.

 

– Genos se fue. – Adivinó Fubuki, y al ver los ojos Saitama, herido de cólera como nunca los había visto antes, dejó salir un suspiro y asintió con la cabeza a uno de sus subordinados. Ella tomó el teléfono que su subordinado le concedió a sus delicadas manos y ella se detuvo de comunicarse con el chofer de la limusina – ¿Hace cuánto que él desapareció? Nunca me cuentas nada, Saitama.

 

– No tengo la menor idea. A veces… yo mantenía impecable el departamento cuando ya no había cómo habitar en él. Hoy tal vez encontraste la basura de mi última limpieza, pero a estas alturas el tiempo se ha vuelto tan extraño… ya he perdido la noción del tiempo. No me pidas que recuerde lo que sucedió hace varias semanas, aún sigo sin poder recordar lo que hice ayer. – dijo, frustrado.

 

Fubuki negó lentamente con la cabeza encarando su decepción a Saitama y su mal humor, aunque debía admitir que el héroe llevaba muchísima razón. Un hombre que solía disfrutar su soledad se había acostumbrado a la compañía y el calor de alguien que tal vez ya consideraba su amigo en las desgracias. Con una débil sonrisa en los labios, tratando de apaciguar el enojo de Saitama, Fubuki comenzó a desvariar con el teléfono celular entre las manos en lo que se imaginaba la experiencia del nuevo cuerpo de Saitama y sus sensaciones nuevas. Pobre de él, pensó. Porque ante el cambio de su anatomía a una que desconocía por completo, era muy razonable que se estuviera sintiendo hastiado de sí mismo en todo momento. Saitama bien podría perder la esperanza ahora.

 

– Una lluvia de monstruos no puede ser difícil de recordar – preguntó indirectamente, intentando darle un giro a la situación. El semblante de Saitama pareció recomponerse un poco.

 

– “Una lluvia de monstros misteriosos que arrasó con la ciudad”. Sí… debiste verlo en las noticias o leerlo en algún diario. Eran… ¿cómo dijeron que era? Algo así como… rastreadores de héroes de alto nivel o algo así. Debiste estar aquí, a varios héroes le hicieron falta una mano – La reprochó.

 

– Tomé unas vacaciones en Hawái, ¿lo olvidas? No tuve tiempo para ver las noticias de ciudad Z.

 

– Como sea. Sé que King sabe algo más al respecto, pero no tiene intenciones de hablar sobre eso conmigo – Saitama manifestó el nombre de King con desdén, sorprendiendo a la heroína.  

 

– ¡¿Pero qué tanto han cambiado desde que me he ido de ciudad Z?! Ustedes eran buenos amigos cuando me fui – Fubuki desbloqueó el teléfono y comenzó a llamar a la cabina del conductor.

 

– ¡Sólo sé que están bien! Ah, y tu hermana mayor te está buscando – Mientras Fubuki balbuceó algo por el intercomunicador, Saitama susurró alto, con coraje – Espero que estén divirtiéndose juntos, no quiero tener que hacer de niñera otra vez – Cogió una bebida gaseosa y bebió de ella.

 

Fubuki apresuró a decir un “dame un segundo” y cubrió el micrófono del teléfono con las yemas de sus delgados dedos dirigiéndole una aborrecida mirada a Saitama. Éste se encogió de hombros como si no le importara su menor opinión ante lo que acababa de decir sobre King y Genos, y bebió hasta la última gota de la botella a vistas de los sedientos discípulos de la heroína. Fubuki, al verlos tan acalorados, chasqueó los dedos frente a sus rostros y los trajo de vuelta a la realidad. Una triste realidad donde debían aceptar que esa preciosa y fuerte mujer no era nadie más que el conocido "Calvo con Capa".  Al menos Saitama pareció darse cuenta de la comprometedora situación y se abstuvo de abrir una barra de chocolate. No quería "tentarlos" de ningún modo, y comenzó a sudar frío por eso. Por otro lado, Fubuki aún no quería dar crédito a lo que sus oídos acababan de oír de Saitama desde un principio. 

 

– ¿”Hacer de niñera”? – Replicó – Por favor, Saitama, tú no hacías de niñera, tú eras el niñato que Genos debía cuidar. Aunque tu poder es increíble, tu falta de interés por tu propia vida a veces me asusta – Fubuki sonrió al ver que Saitama arrugaba la nariz y se quedaba viendo la ventana.

 

– Sólo llévame con el doctor Kuseno… – dijo, con aspereza. 

 

Notas finales:

¡Hola a tod@s!


 


Espero que les haya gustado el capítulo de hoy. Tenía el borrador de esto hace meses, no les miento, pero tuve muchas cosas que hacer para entrar a un trabajo ;w; Mañana será mi primer día en una planta refinadora de zinc :'v Espero no regarla, se trabaja con disciplina.


 


Ya quiero que lean el siguiente capítulo ;w; aún está en borrador, pero al menos eso es algo relativamente positivo. Significa que ya hay continuación, sólo que falta editar. ^w^


 


Nos leemos en un siguiente capítulo, chau chau ♥ 


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