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Inteligencia Artificial por Sickactress

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Saitama despertó de un gran bostezó, abandonado en un incómodo asiento de hospital al otro lado del largo corredor que llevaba a la sala de cuidados intensivos. Cegado por pequeñas luces blancas sobre su cabeza, entornó los ojos hacia el frente, divisando el parpadeo de la luz roja que no le permitía entrar a la sala, por encontrarse en un estado de emergencia. Sin nada que pudiera hacer, Saitama se reincorporó en su asiento y alivió el dolor en su cuello por la mala posición en la que cayó dormido. ¿Cuánto tiempo habría pasado? Todo se veía muy desolado.

 

– Tal vez aún es muy temprano – susurró Saitama, clavando la mirada en el suelo, encontrándose con los delgados tobillos de una desconocida mujer que acababa de caminar frente a él.

 

No pretendió tomarle importancia a su presencia aunque se había sentido muy atraído a ella y por su tentadora manera de caminar. Sin embargo, se vio intrigado por el neblinoso tono gris que lo rodeaba y el violento frío que calaba sus huesos. Si bien antes todo se veía desolado, ahora todo parecía muerto y abandonado. Pero aún más espelúznate fue el susurrante canto de aquella fémina el cual meció sus más profundas preocupaciones en un insoportable vértigo del que no pudo escapar. ¡¿A qué se debía este sufrimiento?! Saitama cayó de rodillas al suelo, siguiendo con la mirada la curvilínea silueta que transparentaban esos preciosos tejidos carmesí.

 

– Saitama – irrumpió Mumen, rescatando al héroe al mundo real con una fría bebida energizante helando su mejilla – En serio eres increíble, te pasaste toda la noche esperando por Tatsumaki.

 

Aún sumergido en un estado mental extraviado, Saitama recorrió los alrededores con la mirada mientras alcanzaba torpemente la bebida que Mumen le ofrecía. Claro que nunca llegó a cogerla sino hasta que Mumen le obligó a sostenerla. La extraña mujer había desaparecido, al igual que la neblina gris y la sumisa posición en la que se había encontrado antes de que… ¿despertara?

 

– Gracias… – dijo muy extrañado aunque con notable alivio en su rostro – Mírate, no tardaste nada en recuperar fuerzas – bostezó, refrescando la tensión en su nuca con su bebida en mano.

 

– Tú luces mucho peor que yo – agradeció, sentándose a su lado; los músculos le dolían a gritos pero podía tolerarlo – Creímos que volverías a luchar y no sabíamos qué hacer o a dónde irías.

 

– ¿Qué hay de King, aún sigue recuperándose? – indagó Saitama, concentrando su mirada en la puerta de cuidados intensivos al otro lado del corredor – Espero no verlo ahí dentro por mi culpa.

 

– Descuida, él está bien – Mumen apresuró su bebida hasta casi terminársela – Gracias a ti no sufrimos más que algunos severos golpes y quemaduras de segundo grado – dijo sarcástico.

 

– Vamos, creí haberme disculpado por eso – reprochó Saitama, enfatizando que sus acciones de ayer fueron para bien aunque tal vez no la más ortodoxa ¿Elevar la ciudad a los cielos? – Joder…

 

– No dije que estuviéramos quejándonos – Mumen dejó su bebida energizante en el suelo, entre sus tobillos, y frotó las palmas de sus manos – No hubiese querido terminar como ellos...

 

– ¿Pudiste verlo por ti mismo? – indagó Saitama, percibiendo el asentimiento de Mumen.

 

Si Genos no se encontraba en la sala de cuidados intensivos, como todos los demás ¿No tendría sentido que aún estuviese en medio de la batalla o a salvo en alguna otra parte? Claro que… éstas no eran más que vanas suposiciones teñidas de esperanza. Incluso alguien como ellos, ignorantes del complejo funcionamiento de un cyborg, sabían que alguien como Genos dependería de las modernas instalaciones de un especializado mecánico, no las de un hospital.

 

– Cuando abandonaste nuestra habitación, creímos que irías por Genos; pero cuando supimos que esperarías toda la noche para escuchar la declaración de Tatsumaki, entramos en indecisión.

 

– ¿Indecisión? – Cuestionó Saitama con desconcierto – Por favor, no vengas a decirme que se traen algo entre manos. Tengo mis propios motivos para hacer las cosas como las hago.

 

– Nosotros también, ninguno de los dos está haciéndote un favor – advirtió Mumen, volviendo a su bebida – Recuerda que también somos héroes y King está entrenando muy duro para eso.

 

Saitama no supo cómo contrarrestar, sobre todo porque sufría un terrible dolor de cuello a causa de haber dormido en una mala posición, pero sabía muy bien a lo que Mumen se refería. Como héroe, no era práctico que King se ocultase ante el ataque de un monstruo, mucho menos si éste amenazaba su territorio; sin embargo, había tomado la iniciativa de minimizar sus traumas y ejercitar su valentía. Haciendo de una rutina diaria, patrullar las calles tras un ataque colosal. 

 

Ahora, mientras la espera se hacía eterna y la indiscutible relatividad del tiempo evocaba en Saitama un terrible mal humor, King, envuelto en vendajes hasta el cuello e insensibilizado por una buena dosis de morfina, recorría las calles de ciudad Z en su muy atesorada motocicleta con aspecto alienígena. Temiendo profundamente a lo que llegara a encontrar al otro lado de las fronteras de la ciudad, aceleró en el trayecto que lo llevaría a las instalaciones del doctor Kuseno.

 

– Entonces… – vaciló Saitama, intentando torpemente de enmendar lo que había dicho. No era él sino su mal carácter producto de una de las peores trasnoches de su vida – ¿Ahora qué?

 

– No me digas lo que no puedo hacer – Mumen rechazo sus disculpas, dejando notar un fingido resentimiento para luego extender las páginas del periódico de hoy, ignorándolo por completo.

 

– ¡Oh, vamos! ¿Lo dices en serio? – Saitama le arrebató el diario de las manos, encontrando que Mumen se hacía el dormido y desentendido – ¿Pero qué…? ¡Estamos muy grandes para esto!

 

King aceleró por el sendero que Genos plasmó sobre la superficie, tras las incontables veces que atravesó por él con sus potentes propulsores. Genos, por supuesto, no pondría en peligro a su única figura paternal, por lo que éste no era más que uno de los varios senderos que estructuró a razón de ser un laberinto que llevaría a cualquier enemigo a un final catastrófico. Nadie podría llegar a las instalaciones a menos que supiera cuál de todos atravesar. King podría hacerlo con los ojos vendados si quisiera; pero bajo ésta impredecible situación en la que desconocían por completo el paradero del ciborg, lo mejor era mantener la guardia en alto.

 

 – Vamos... – dijo, muy concentrado al menor murmullo a sus alrededores. Derrapó antes de caer en un cráter que no debía estar ahí y con nerviosismo siguió avanzando – ¿Dónde estás?

 

Estaba aterrado y su corazón iba a mil, pero si algo aprendió de las batallas de Saitama era que una vez adentro no había opción de retroceso. Claro, era sencillo decirlo, Saitama tenía el poder de un demonio demoledor y King podría resultar seriamente lastimado, pero había mucho más en juego en el campo de batalla. Un sentimiento de orgullo que relucía como una desenvainada espada ante el peligro como el que experimentó el día anterior cuando sobrevolaron centinelas mientras sus pechos se inflaban de ese delgado aire por las alturas. No era humano.

 

Para donde dirigiera la mirada, King apreciaba los vestigios de las anteriores batallas de Saitama contra los misteriosos monstruos. Sólo podía pensar en sus peleas puesto que Mumen y él lo acompañaban en todas direcciones. Lo cierto es que, desde la desaparición de Genos, Saitama se ha visto tan desequilibrado que era una suerte que su cuerpo fuese casi indestructible. Sin embargo, era imposible no deducir que todos esos monstruos lo venían persiguiendo sólo y únicamente a él, ignorando a quien se interpusiera en su camino con tal de llegar a Saitama.

 

– Lo sé, la situación la situación empeora cuando mejora – dijo Kuseno, invitándole a descansar.

 

Kuseno, luciendo más anciano a como lo recordaba King, tomó asiento al otro lado del escritorio, acompañado por una joven mujer de aspecto extraño. No fue su rara forma de vestir o la forma peculiar de sus cejas lo que atrajo el interés de King, sino más bien esa expresión neutral y sin vida que manifestaba en su rostro lo que lo llevó a pensar que quizá Kuseno había fabricado un androide en reemplazo de Genos. Era fría, calculadora y muy cautelosa. Parecía ser el tipo de persona que se mostraría condescendiente y servicial antes los demás, sólo si se lo ordenaban.

 

– Mi nombre es Emme y soy la asistente del doctor Kuseno – dijo, Emme, en un tono de voz petulante que no contrastaba para nada con la apacible expresión en su rostro – Es un placer.

 

King sólo se limitó a asentir con la cabeza, para luego inspeccionar los alrededores. Tal vez no siempre se mantenía al tanto de las actualizaciones de Genos, pero podía jurar que muchas de ellas colgaban de garfios en las paredes o se encontraban apiladas en un depósito. ¿Cuánto daño pudo haber sufrido el ciborg en su ausencia? La oficina de Kuseno lucía más como un cementerio de robots que su lugar de reunión. Aunque, juzgando por el orden en que éstos se encontraban, había que aplaudir a Emme al hacer su trabajo a la velocidad en que Genos se “autodestruía”

 

– ¿Genos sigue siendo el mismo de siempre? – preguntó King, absorto en el cementerio en el que se encontraba. Lo más probable es que Kuseno esperaba a que se lo preguntara primero.

 

– Ya he perdido la cuenta de las veces en que lo he visto al borde de la muerte. Los monstros aparecen en una imprecisa dirección y son cada vez más poderosos que el anterior.

 

– Sin Genos de nuestro lado es casi imposible seguirles el paso. Saitama no es el mismo y lo he visto forzarse a sí mismo. Está agotado de esperar y sobrelleva el mal humor lo mejor que puede.

 

– ¿Mal humor? – indagó, como quien no tiene el menor interés – Con el poder que posee no debería ser una molestia, pero Genos... – al borde de perder la paciencia, apretó un puño sobre el escritorio. King se limitó a esperar – Quisiera poder hacer algo con ese muchacho.

 

– Primero iré por él y veremos qué sucede – Se comprometió, King, impidiendo que la cobardía interfiriera con su búsqueda – sólo dígame hacia dónde se dirigió después de los centinelas

 

– No es tan simple como parece, sé que no soy el único que lo ha notado – Kuseno se puso de pie, apoyado del brazo de Emme, y se dirigió hacia un montón de piezas acumuladas a un rincón de la oficina – Centinelas... devastaron ciudades para llegar con Saitama, no fueron por Genos.

 

Cogió algunas piezas rotas y las dejó caer, como brillantes monedas a un estanque cristalino. No permitiría que su preocupación lo trastornara y lo volviera más viejo; esa era tarea de Genos, no del noticiero. Con una sonrisa ante la ocurrencia, se giró y volvió con King, quien lo esperaba con extrañada mirada mientras aflojaba un poco el ajustado vendaje en su abdomen. ¿Acaso él dijo que iría por Genos? Por supuesto que no enviaría a King directo a la muerte. Sin embargo, tenía las últimas coordenadas que precisaban la ubicación del ciborg de hace un par de horas.

 

 – King, morirás si te pido que vayas por Genos. Hasta hace unas horas su sistema GPS ha sido destruido y quién sabe si aún siga en medio de la batalla – Kuseno suplicó porque desistiera.

 

– Usted lo dijo, doctor, ese monstruo, sea lo que sea, vino sólo por Genos. Y si me detengo a recordarlo mejor, ninguno de esos centinelas nos atacó de forma directa, ayer – afirmó King.

 

– Ninguno de los héroes de categoría S que lucharon ayer contra... lo que sea que haya venido por Genos, fueron atacados de forma directa y salvaron de morir, por muy poco – enfatizó.

 

– Doctor – amenazó King, asustado en extremo e impaciente de acción – ¿Dónde está Genos?

 

Los murmullos de las enfermeras y los limpiadores de piso la despertaron, junto al inicio de la jornada laboral en el hospital en la que se encontraba. Tatsumaki yacía recostada en una de las tantas camillas de la sala de cuidados intensivos. Con inflexibilidad observó los cuerpos de todos los héroes que sufrieron el mismo destino que ella; pero con desprecio total, observó la brillante calva de quien la espera durmiendo al lado de su cama desparramado en una silla.

 

– ¿El estúpido héroe Calvo con Capa? – susurró; aún más consternada porque Saitama babeara en el respaldar del asiento, que por su indeseable visita – Ugh… de entre todas las personas…

 

El escaso aire de sus pulmones la obligó a toser descontroladamente, sus lesiones parecían ser mucho peor de lo que esperaba. Apoyándose de una almohada para evitar el escándalo, cubrió sus tosidos y se volvió hacia el lado opuesto de la cama. Tenía suficiente con su derrota de hoy o el de ayer, así hubiese pasado una semana entera en coma, no aceptaría la nefasta dirección de su contienda frente a alguien tan estúpido como Saitama. Pero al ser tan diminuta y estando en muy malas condiciones, deslizarse de la camilla sólo la llevó a desplomarse contra el suelo.

 

– ¡Tatsumaki! – advirtió Mumen, siendo lo más silencioso posible para no despertar al resto de los internos. No fue el desplome sino las lágrimas en esas esponjosas mejillas lo que lo inquietó.

 

Con cuidado de no lastimarla, Mumen la cargó en sus brazos y volvió a recostarla en su cama para luego ofrecerle algo de agua simple. Tatsumaki sufría los estragos de la peor batalla de su vida, retorciéndose entre sabanas con una expresión de dolor producto del contundente golpe que la llevó a empotrar su rostro contra el pavimento. El nubloso recuerdo de lo que vendría a ser su contienda más vergonzosa aplastó su orgullo hasta herirlo y no se negó a beber un poco.

 

– ¿Qué intentabas hacer? – Preguntó mientras recibía la botella de agua que pronto Tatsumaki volvió a demandar apenas hubo rozado sus dedos – Puedes quedarte con ella si lo deseas.

 

Tatsumaki no le dirigió la palabra y bebió hasta casi vaciar el contenido de la botella para luego desviar su mirada hacia lo que Mumen traía consigo: algunas bebidas energizantes, chocolates y emparedados que debían ser para Saitama. Ruborizada, abrazó una almohada contra su pecho, esperando que el ciclista no alcanzara a escuchar los gruñidos de su estómago y distrayéndole mientras señalaba la cabeza calva de Saitama con una acusadora expresión en el rostro.

 

– Estoy seguro de que tiene una buena razón para estar aquí – dijo, esperando otra reacción de Tatsumaki; era obvio que no entablaría una conversión que la llevara a comprometerla con él.

 

Los ronquidos y lamentos de los pacientes amenizaban el silencio mientras Tatsumaki les dirigía una despreciativa mirada. A Mumen no le extrañó que de pronto quisiera arriesgar su salud con tal de evadir a héroes de inferior categoría como ellos; después de todo, Saitama era la última persona a quien ella esperaba ver tras su derrota. Lo que no sabía es que Tatsumaki se sentía muy sensibilizada a causa de ello y luchaba internamente entre la alegría y el odio por verlos con bien. Fuera de ser una mujer muy molesta, era una heroína y debía comportarse como tal.

 

– Adiós, Mumen. No tengo el menor interés – Tatsumaki miró con profundo desdén a un Saitama que inflaba un globo de mocos por la nariz – Mucho menos si tiene que ver con éste fenómeno.

 

– Yo opino, Tatsumaki – Mumen arrastró una silla consigo y se sentó en ella –, que todos los presentes en esta habitación nos sentimos muy preocupados por un fenómeno en específico.  

 

– ¡Están locos! – Tatsumaki se estremeció al oírlo – ¿Por qué buscarías tu propia muerte?

 

– Tal vez lo odies pero es por Saitama por quien estoy recurriendo a ti antes de que él lo haga.

 

– Intentas negociar mi tranquilidad frente a este idiota, Mumen, no funcionará – dijo, fastidiada por sentirse intrigada respecto a los asuntos de Saitama – ¿Qué es lo que quiere de mí, además?

 

– No lo ha mencionado – admitió, aliviando el dolor en su cuello, motivado por la desilusión en el rostro de Tatsumaki – Pero lo sabremos una vez que decida levantarse por su cuenta.

 

– Despiértalo de una vez por todas – demandó Tatsumaki con impaciencia – Ya es muy irritante cuando me ignora, no lo quiero dormido enfrente de mi luciendo como un vagabundo.

 

Considerando el mal estado en el que Tatsumaki se encontraba, tal vez no era un buen momento para despertar a Saitama; sin embargo, tratándose de una mujer impulsiva como ella, sólo era cuestión de tiempo para que recuperara su descarada actitud de la debilidad de su cuerpo y Mumen no pretendía pasárselo mal él solo. Sin más, Mumen se inclinó a sacudir a Saitama, quien no despertaba hasta que Tatsumaki le aventó uno de los emparedados directo a la garganta.  

 

– ¡Despierta ya, cabeza de coco! – Tatsumaki levantó la botella de agua, dispuesta a aventársela a Saitama a la cabeza, pero Mumen se la quitó antes de que pudiera empaparse a sí misma.

 

– ¡Tatsumaki! – Regañó Mumen, alzando un poco el tono de sus susurros – Ésta es en una sala de cuidados intensivos. Si no guardamos silencio, todos podrían despertar muy afectados y…

 

– ¡¡TÚ, MOCOSA MALCRIADA!! – Bramó Saitama, perturbando violentamente la apacibilidad de algunos héroes que sufrían de amnesia – ¡¡ESTUVE A PUNTO DE ATRAGANTARME CON ESTO!!

 

– ¡¿Y tú a qué viniste si no es para molestarme?! – Rugió Tatsumaki, ignorando los sollozos de algunos héroes perturbados – ¡¡De entre todos mis conocidos… tenías que ser tú!!

 

– ¿De entre todos tus “conocidos”? No me digas, ¿esperas a tu madre? – Bromeó, compartiendo su humor con Mumen quien no le hizo el menor caso por arruinar todo lo que había logrado.

 

– ¡¡ERES DESPRECIABLE!! – rugió, tosiendo deliberadamente por la fragilidad de sus pulmones.

 

El rostro de Tatsumaki comenzó a enrojecer por la falta de aire que el insufrible dolor le impedía respirar. La condición de su cuerpo era deplorable y lágrimas humedecieron su rostro mientras le propinaba a Saitama una convaleciente mirada teñida de odio. Hacía falta millas para que ambos héroes pudieran tranquilizarse pero, por un instante, sólo por uno muy corto, Saitama realmente temió por su condición actual y sintió cierta sed de venganza. Ella se veía lamentable…

 

– Intenta ser un poco más amable con ella – susurró Mumen por encima del hombro de Saitama quien, de la impresión, giró su cabeza, impactando sus labios fugazmente – ¡¿Pero qué…?!

 

– ¡¡Oh vamos!! – Saitama cogió una bebida energizante y escupió en uno de los urinales. Mumen hizo lo mismo y Tatsumaki no pudo respirar de la risa – Hombre, no te conocía de ésta manera.

 

– ¡¿Yo?! Fuiste tú el que me be… ¡ni siquiera voy a decirlo, es ridículo! – Renegó con bebida en mano, mientras las enfermeras murmuraban entre sí, apuntando en su dirección – ¿Es en serio?

 

– Tiene que ser una broma, ahora nos miran de forma muy extraña – dijo, Saitama, con fastidio.

 

– Al menos hay alguien que se lo está pasando en grande – Mumen avisó a Saitama con un suave golpe sobre el pecho y apuntó hacia Tatsumaki – Definitivamente no le agradas para nada.

 

– Ella es como el mal de ojo, es una maldición, el infierno encarnado, el número de la bestia, el…

 

– Oye, tampoco estoy muy cómodo con todo esto ¿sabes? King está allá afuera en su preciosa motocicleta y yo estoy aquí, limpiándome los restos de tu boca. Haz que el beso valga la pena.

 

– Qué sensible – Saitama se rindió y fue a sentarse al lado de Tatsumaki, quien aún le apuntaba con el dedo y se reía de él muy abiertamente – Ajá, sí, fue muy gracioso ¿podrías callarte?

 

– No – Tatsumaki limpió sus lágrimas y le dio una gran mordida al emparedado para luego volver a llorar de risa – Ustedes… ustedes en serio se veían tan estúpidos. Jamás podre olvidarlo.

 

– “Jamás podré olvidarlo” – repitió infantilmente, cruzándose de brazos y desviando la mirada para evitar hacer muecas graciosas por resistir una carcajada – Lo digo en serio, ya olvídalo...

 

De acuerdo, sí le divertía verla sonreír tan estúpidamente después de verla llorar de dolor y ahogándose; aunque ahora se atragantaba con emparedado y comenzaron a darle palmadas en su espalda para que pudiera respirar. Tatsumaki podía ser muy fuerte y todo lo que ella quisiera presumir de sí misma, pero un simple impacto de bala, o una letal caída podían ponerle fin a su vida; después de todo, sus poderes telequinéticos no aseguraban ninguna inmortalidad.

 

– ¿Por qué vinieron exactamente? – Sonriente, les prestó su total atención. Supuso que ellos no buscarían conocer su condición actual; así que pensó lo peor – ¡¿Qué sucedió con Fubuki?!

 

– No tengo la menor idea – dijo indiferente, aunque la pregunta generó leves inquietudes en él; no había visto a Fubuki desde su partida a Hawái – ¿No me preguntaste lo mismo la última vez?

 

– Oye, sigo sin poder ubicar su dirección – dijo, más como una amenaza que como un indefenso comentario – Y sé muy bien que me tomaron el pelo ese día ¡¿Dónde está mi hermana?!

 

– ¿Qué soy, su gemela? ¡Ya te dije que no sé dónde está! – Saitama contuvo una carcajada, claro que sabía dónde estaba; o bueno… hace ya muchas semanas – En serio no sé dónde podría estar.

 

– Ugh… toda esta situación en una estupidez… sólo quiero encontrar a Fubuki antes de que esas cosas ataquen de nuevo – suspiró, sintiendo nauseas por la preocupación que la embargaba.

 

– ¿Qué eran exactamente? – Saitama se reclinó a observarla mejor pero Tatsumaki sólo inflaba las mejillas por ser orgullosa – No actúes como una niña, estás en una sala de caídos intensivos.

 

– Cuidados intensivos… – corrigió Mumen, como si hubiese hecho hasta lo imposible porque Saitama memorizara unas simples palabras – Dile de una vez lo que quieres saber, Saitama.

 

Tatsumaki desvió la mirada hacia Saitama, Mumen había hecho muy bien llamando su atención y tranquilizándola, pero eso no garantizaba que mantuviera despierta su curiosidad. Ella bien podría pedir que los echaran, sobre todo porque no eran horas de visitas y, a pesar de que maldecía su propia impotencia e inutilidad como heroína, sabía que necesitaba descansar. Era cuestión de tiempo para que el sueño la invadiera y si Saitama no se daba prisa, se aburriría.

 

Por otro lado, Saitama se quedó paralizado, no sabía por dónde comenzar. Genos podría ya no ser su responsabilidad pero era del tipo que no reconocía sus límites y eso era preocupante. Si aún seguía en el campo de batalla podría soportarlo, incluso si estuviera sufriendo, pero si Genos se encontraba despedazado y sin vida sobre el suelo, no podría soportarlo. La simple necesidad de preguntar su condición actual le hacía helar la sangre. Profundamente, maldijo el día en que su apacible forma de vida fue interrumpida por un mocoso arrogante e imprudente como él.

 

– Tatsumaki – La voz de Mumen rompió el silencio y los sacudió a ambos – Dinos, ¿qué clase de monstruo pudo arremeter contra un equipo completo de héroes de clasificación S? – demandó.

 

– ¿Monstruo? – gruñó Tatsumaki, apretando ambos puños con las sabanas, al borde de encarnar sus uñas en las palmas sus manos a medida que resoplaba por la nariz, muy apresuradamente.

 

Como si aquellas palabras le hubiesen inyectado una efectiva adrenalina, el cuerpo de Tatsumaki se estremeció violentamente ante el recuerdo de un sufrimiento que no valió la pena. Desviando la mirada hacia los inválidos héroes, renació la impotencia que ardía dentro de ella y concentró su energía telequinética alrededor de su cuerpo. Maldiciendo su total incompetencia, Tatsumaki chasqueó la lengua y no vaciló en dar su mejor esfuerzo para demostrarlo lo capaz que era.

 

Las camillas a su alrededor comenzaron a sacudirse, siendo extremadamente agotador para ella realizar lo que debía ser una simple tarea. Tanto Mumen como Saitama se apartaron, intentando ser inexpresivos a la desesperación de Tatsumaki por levitar. Si alguien les hubiese advertido de la gravedad de su vulnerabilidad, en un acto de buena fe hacia ella, habrían evitado presenciar la deplorable escena. Conocían su orgullo, era fuerte, y perder nunca era una opción.  

 

Ella luce muy enfadada – meditó Mumen, apremiando su resistencia – No consigo imaginar la impotencia de un héroe clase S; pero temiendo por nuestras familias, no somos muy diferentes.

 

Un equipo de enfermeras se acercó rápidamente, insinuando que no era la primera vez que lo hacía, al menos no en un estado consciente, y que lo mejor sería abandonarla y darle descanso. Sin embargo, algo en la perdida mirada de Tatsumaki parecía rogar lo contrario y, tanto Mumen como Saitama, permanecieron quietos. Tarde o temprano endemoniados monstruos volverían a atacar en diferentes puntos de la ciudad o el planeta; sólo que ésta vez no contarían con el apoyo de los, por el momento, inválidos héroes clase S. Estaban impacientes en extremo.

 

– No parece que fuera capaz de controlar sus poderes – Mumen puso una mano sobre el hombro de Saitama. Intentando retenerlo. Esto se veía más que serio – Saitama, ella no está bien.

 

– Te dije que era el infierno encarnado – dijo Saitama, preocupado, observándola levitar sobre sus cabezas, sufriendo un sangrado nasal debido al esfuerzo mental – Ella nunca está bien...

 

– Pues ahora es títere de sus poderes. Si tienes algo en mente, hazlo ya. Quién sabe lo que podría suceder si permanece en ese estado, rodeada de los mejores héroes de la asociación.

 

– Tienes razón... oye, mocosa, tienes que tranquilizarte – dijo, intentando llegar a ella de forma que se molestara con él y olvidara la derrota de su contienda – Estas molestando a los internos.

 

– ¡¡Silencio, no pedí tu opinión…!! – Renegó Tatsumaki, apretando su muñeca contra su frente; el dolor de cabeza amenazaba con arrastrarla al aturdimiento – ¡¡ah!! ¡Ustedes no saben nada!

 

– Claro que sí. Pudieron haber muerto – dijo, interponiéndose entre el escándalo generado por incontables enfermeras que luchaban por tranquilizarla – Tuviste suerte de salvar el pellejo…

 

– ¡¡ESO NO ES CIERTO!! – Tatsumaki endureció los músculos de su cuerpo, liberando un aura verduzca por toda la habitación, como una onda expansiva tras una explosión – Yo... fui una...

 

– No quiero oírte decir eso cuando tu vida ni siquiera corre grave peligro ¿me entendiste bien?

 

Mumen no comprendió la dirección de las palabras de Saitama sino hasta que alcanzó a ver en él una desconsoladora mirada. En serio lucía preocupado e inclusive desesperado pero mantenía la calma como siempre lo hacía: incrédulo, aburrido e indiferente. No estaba provocándola, estaba dándole consuelo por haber fallado en su última misión. Aún desconocían cómo había perdido pero poco importaba. Si Tatsumaki era víctima de sus propios poderes, eso quiere decir que había sufrido un daño cerebral, posiblemente permanente, y eso era de temer.

 

– Podríamos estar en medio de un funeral justo ahora – encaró Saitama, sin ninguna expresión en el rostro – Pero no, Tatsumaki, superviviste, eres una superviviente, no una perdedora.

 

Tan pronto como terminó el sermón de Saitama, la energía de Tatsumaki cedió y su cuerpo rebotó contra la camilla del hospital. Su respiración pasó a ser lenta y profunda, aunque los sonoros resoplidos de su nariz aún delataban su furia contenida y un escurridizo temor. Nunca podría estar de acuerdo con el Calvo con Capa, pensó, pero tenía que admitir que llevaba la razón. Si bien pudo despertar, fue por la concentración de energía almacenada en su cerebro, de lo contrario, aún estaría en coma como el resto de sus compañeros héroes.

 

Las enfermeras suspiraron aliviadas al ver que Tatsumaki recuperaba rubor en sus mejillas, al igual que su mente recuperaba la autonomía de sus poderes. Avergonzada, Tatsumaki se cubrió con las sabanas hasta la cabeza y agitó la muñeca para que las enfermeras se apartaran. Mumen y Saitama suspiraron aliviados y no la obligaron a mostrarse; sospechaban que ella reprimía sus sollozos... y así era. Lo que sea que sus poderes le hicieran sufrir, era desconocido para ellos; pero juzgando por su actitud radicalmente asustadiza, debía de ser algo difícil de soportar.

 

– Chocolate, chocolate… – temblorosa, Tatsumaki palpó sobre la cómoda y sobre el colchón de hospital; pero al no encontrar lo que buscaba, extendió el brazo frente a Saitama – Chocolate.

 

– Eh... ¿qué fue lo que dijo? – consultó Saitama en un susurro, estaba muy distraído mirando al héroe deforme que se encontraba dormido en la camilla de en frente – ¿Cacahuates...?

 

– Chocolate – corrigió, Mumen, inclinándose a rescatar algunos dulces que no fueron pisoteados por el cumulo de enfermeras despavoridas – Quiere un chocolate, todos cayeron al suelo.

 

– ¿Trajiste chocolates y no me diste ninguno?

 

– ¡Sólo dale un maldito chocolate! – susurró un bramido, tirando de la capa de Saitama para que le ayudara a buscar una barra de chocolate decente – Ustedes harán que me explote la cabeza...

 

– Tú no vuelvas a besarme si no me darás ni un chocolate – sonrió, más para fastidiar a Mumen con una actuación amanerada que para contener una risa – ¿Qué?, nunca dije que fueran gratis.

 

– Heh... ¿así que tus besos no son gratis? – Mumen se enderezó también y se mantuvo a la altura de su rostro – ¿Lo harás en frente de Tatsumaki?, porque puedo seguirte el juego y lo sabes.

 

– Agradece que no sucedió delante de King – Le tendió el chocolate a Tatsumaki, quien se lo llevó consigo bajo las sabanas que la cubrían – Tengo suficiente con ser la esposa de Genos.

 

Tatsumaki echó una carcajada y las sabanas resbalaron de su cabeza peli verde. Reía mientras mordía la envoltura de la barra de chocolate para abrirla, pero pronto se la tendió a Mumen para que la ayudara y volvió a cubrirse. No pretendía ser infantil y no es que disfrutara de que hicieran todo por ella, pero tenía el cerebro rostizado y apenas podía con sus capacidades motoras más básicas. Tatsumaki silenció el hecho de que no podía respirar involuntariamente, dejó salir todo el aire de sus pulmones y, tras un ejercicio de relajación mental, se sintió mejor.

 

– Oye tú – señaló a Saitama con su barra de chocolate mientras retenía su sangrado nasal bajo las sabanas – Hace un momento me llamaste mocosa. Soy mucho mayor que tú, globo estúpido.

 

– ¡¡Ugh!! – Vena latente en la sien – ¿No te lo dije? ¡Claro que lo hice! Ella siempre hace lo mismo

 

– Significa que ya se siente mucho mejor – Mumen se dejó caer en la silla y bebió un energizante.

 

– Y aún no me has dicho qué es lo que quieres de mí – dijo Tatsumaki, buscando otro chocolate.

 

– Genos – apresuró a decir, víctima de un involuntario impulso. Mumen cogió el chocolate de Tatsumaki y abrió la envoltura por ella, de nuevo – Ayer luchó junto a ustedes, pero no está aquí.

 

– ¿Genos? – Tatsumaki manifestó su desconcierto, quitándose todas las sabanas de la cabeza de un golpe – ¡¿Todo el tiempo se trataba de tu inútil muñeco, mascota, lame suelas de hojalata?!

 

– ¡¿Pues de quién más creíste iba a preguntarte?! – Saitama se acercó, al punto de impactar sus narices, entablando una batalla de miradas asesinas con la peli verde, empujando sus frentes.

 

– ¡No lo sé, pensé que sería algo realmente importante! – Si bien el dolor en su pequeño cuerpo era insoportable, la decepción era algo insufrible para mujeres como ella – Qué fastidio...

 

– ¡Genos es importante para mí! ¿De acuerdo? – dijo, involuntariamente, dándose cuenta de sus palabras muy tarde – Eh... no en ese sentido, claro – carraspeó – Ha desaparecido, es todo...

 

Saitama fingió no darle mayor importancia y chocó su bebida energizante con la de Mumen para evitar la vergüenza de sus palabras. Tatsumaki se mordió los labios, recordando algo poco claro del día anterior sobre Genos y obligándose a sí misma a silenciar otros de sus berrinches. Podía admitir que solía enloquecer por cualquier cosa pero ya había tenido suficiente por hoy. Que sus poderes revivieran todo el dolor de sus batallas, en su lacerado cuerpo, fue fatal. Ya sólo pensaba en limitarse a contestar todas sus ridículas preguntas, echarlos de la sala de cuidados intensivos y recostarse a dormir o, quien sabe, sumergirse en un coma ante la debilidad de su cerebro.  

 

– ¿No pensaste que podría estar con ese doctor suyo? – Tatsumaki se cruzó de piernas, como si estuvieran en medio de una pijamada y a mitad de unos chismes sobre el vecindario de héroes.

 

– Sí lo pensé. Pero viendo que ustedes terminaron instalados en un hospital, no imagino cómo podría, Genos, llegar a salvo a las instalaciones del doctor Kuseno.

 

– Es tu subordinado, ¿no deberías confiar más en sus capacidades? A menos claro que lo único que le enseñes es a ser un perro servicial. No veo cómo puedas ser el maestro de alguien.

 

– Yo sólo quiero saber si Genos pudo escapar… – Saitama no negó a las burlas de Tatsumaki, después de todo, tampoco consideraba que fuera un gran maestro y eso lo molestaba en serio.

 

– Eres ridículo – cogió dos chocolates y le ofreció uno. Ésta vez sí pudo abrir el suyo por su cuenta aunque Mumen se había ofrecido a hacerlo por ella – Esto tiene que ser una pesadilla… – comió.

 

– ¿Puedes relatarnos todo lo que viviste? – Mumen se inclinó, interponiéndose entre otra batalla de miradas asesinas que acababan de iniciar ambos héroes – ¿Qué es lo último que recuerdas? 

 

– No estoy muy segura – respondió cortante – Yo sobrevolaba a todos y entonces… sólo apareció delante de mí, de un solo salto; no sé cómo no pude darme cuenta cuando se avecinaba…

 

– ¿Sólo saltó enfrente de ti? – dudó Saitama, incrédulo a las declaraciones de su adversaria – No tiene mucho sentido. Si se empecinó en atacarte ¿no sería lógico que los demás lo persiguieran?

 

– Lo que te digo es lo que tengo, estúpido. – Rabió Tatsumaki – Llegué al epicentro del ataque y utilicé mis poderes para alejar a los civiles. Quizás fue veloz o tal vez había alguien más a su lado.

 

– Dijiste que lo tenías en frente ¿Puedes decirnos cómo lucía ese monstruo o cuales eran sus características? – interrogó Mumen, antes de que Saitama volviera a ponerla de los nervios.

 

– Muy pequeño – Desvarió la peli verde, confundiéndolos de sobremanera – Quiero decir… si lo comparo con los inmensos monstruos que he derrotado, es diminuto. Casi insignificante, pero…

 

– Espera, espera... sé un poco más clara – Saitama masajeó ambos sienes en su intento por estructurar todas las incoherencias de Tatsumaki – Es pequeño… ¿pero es más alto que yo?

 

– Diminuto a comparación de los inmensos monstruos… – razonó Mumen llegando a una extraña conclusión, considerando que Tatsumaki se hacía un enredo por decirlo – No es un monstruo.

 

– No, no fue un monstruo – Lamentó con recelo –, fue un hombre... y no pude acabar con él.

 

– ¿Un hombre acabó con todos ustedes? – Saitama se vio muy sorprendido, al diablo con la falta de tacto, éste sujeto de pronto parecía interesarle – ¿Cuáles eran sus habilidades?

 

– ¿Por qué, acaso ya te enamoraste? – Tatsumaki sonrió maliciosamente mientras Mumen se interponía entre ella y Saitama para evitar una pelea – No consigo recordar bien pero sí que era veloz; lo último que vi antes de caer fue el humo dispersándose cuando él se dirigía hacia mí. Y sus ojos… puede que haya sido por el incendio pero… brillaban de un rojo intenso.

 

Ojos rojos… ¿dónde vi antes algo como eso? – Saitama intentó recordar pero nada parecía ser lo suficientemente importante para él – ¿Qué hay de los demás, por qué no fueron a auxiliarte?

 

– Porque ese lunático no estaba sólo – Resonó una joven voz, incorporándose a la distinguida conversación como quien quiere marcar huella en el asunto – Hacen maldito ruido ustedes tres.

 

Metal Bat, joven héroe de clase S de actitudes imprudentes e impetuosas, acababa de despertar de un coma, muy a tiempo para sostener el cuerpo de su pequeña hermana Zenko antes de que cayera de la camilla. Con el rostro inflamado y el brazo fracturado en tres partes, se las arregló para enderezarse, cuidando de no despertar a su hermana menor, y caminar hacia el minimizado grupo de héroes. Estaba muy cansado de no hacer nada y no se quedaría callado con todo lo que vivió allá afuera; a su perspectiva, se encontraba instalado en una elegante morgue.

 

– Oye, ¿quién es ese? – Como nunca, Saitama necesitaba de Genos. Antes tenía a la mano todas las características de todos los héroes sin siquiera pedirlo y se sentía algo ignorante sin él.

 

– Su nombre es Metal Bat, ¿no lo reconoces? – Mumen encorvó una ceja, era más que obvio.

 

– No. ¿Y por qué le dicen Metal Bat? – Saitama desvió la mirada porque tanto Mumen como Tatsumaki le observaban con una expresión sarcástica e incrédula que decía “Oye, no lo sé…”  

 

– ¿De qué les serviría esa información? – Se llevó el bate al hombro y se paró imponente delante de ellos, cuidando de que no le vieran el trasero descubierto – No busquen su propia muerte.

 

– Tú deberías buscar unos pantalones – dijo Saitama, apuntándole con el dedo y mostrando esa ñoña sonrisa que hacía rabiar a Tatsumaki – Ten más consideración, estás delante de Mumen.

 

– Saitama, recuerda que puedo hundir tu vida por los próximos diez años – Mumen sonrió con malicia, alzando un maletín imaginario sobre su cabeza – No quiero desperdiciar buen material. 

 

– Heh... no lo harías – Pero Saitama dudo al ver la expresión en su rostro – Vas a lamentarlo...

 

– Odio admitirlo pero… – Metal Bat acercó una silla, se sentó en ella y clavó la mirada al techo mientras sostenía su fracturado antebrazo – fueron las peores perturbaciones de toda mi vida.

 

– ¿Perturbaciones? – consultó Saitama – ¿Como la ondas que se forman en la superficie de un vaso lleno de agua... luego de dejar caer una gota en el centro...? ¿Esas perturbaciones?

 

– Vaya, sí tenías materia gris en esa cabezota, después de todo – Bostezó, pero no le fue bien ya que Saitama se cobró las del sándwich en su garganta e hizo lo mismo con ella para callarla.

 

– No recuerdo que fueran veloces pero uno de ellos era sólido como el diamante. Golpeé a uno de ellos con mi bate y el desgraciado me rompió el brazo en el impacto – frunció el entrecejo.

 

La tarde de ayer, Metal Bat escuchó la explosión de una bala de cañón; o eso fue lo que creyó ver cuando se avecinaba a su dirección. Cuando empuñó su fiel bate, todo pasó en cámara lenta ante sus ojos. Ese sujeto simplemente se detuvo en el aire sin colisionar con él, cambió de posición y contraatacó el golpe con una certera patada. Las ondas longitudinales se extendieron en el largo del metal, afectando considerablemente los tendones en su cuerpo y fracturándole el brazo. Con el dolor sacudiéndolo, se vio en un gran aprieto cuando otro de ellos apareció.

 

– No tardaron mucho en realidad, mi cuerpo se entumeció y estaba desarmado; pudieron hacer todo lo que quisieron, conmigo. Luego Tatsumaki cayó del cielo, es todo lo que puedo recordar. 

 

– Eso es aún más extraño, no parece que sus ataques fueran letales pero los dejaron muy mal.

 

– ¿Qué podría saber un calvo con capa como tú? – señaló Tatsumaki, fastidiada porque un héroe como Saitama subestimara sus poderes. – ¡Idiota… no estuviste ahí para verlo!

 

– Suena increíble y ridículo, pero es la verdad – pareció compartir la opinión de Tatsumaki, al menos hasta cierto punto donde defendía su orgullo de héroe – En lo personal, nunca antes vi a alguien destruirlo todo de un sólo golpe – aquellas palabras estremecieron a Mumen y a Saitama

 

– Si lo que dicen es cierto... tendría muchísimo sentido – afirmó Mumen, seriamente impactado.

 

– Lo peor de todo esto – continuó, Metal Bat – es que son tres de ellos… maldita sea.

 

– No fueron tres, fueron cuatro – Irrumpió la gutural voz de quien se enderezaba sobre la camilla que yacía frente a la que se encontraba Tatsumaki – Y déjenme decirles algo… son el demonio.

 

 

Notas finales:

¡Hola, hola!


Ha pasado un tiempo, lo sé, no es mi mejor época en realidad... pero confío firmemente en que todo está en echarle ganas y no dejarse llevar por las depresiones. Dije que terminaría éste fanfic y claro que voy a terminarlo. 


Si se preguntaron ¿Con "maleta" se refiere a "esa maleta" del oneshot sexoso...? pues sí, Saitama extraña que le den duro ¿ok? pero shhh... recuerden que éste sólo es un fanfic de acción con insinuaciones homo. Cualquiera que no lo haya leído es libre de tergiversarlo como una fotografía muy vergonzosa o lo primero que se les haya venido a la mente. 


Gracias por leerme, nos estamos... leyendo :v en un siguiente capitulo. Chau chau ^w^ ♥ 


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