Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Tetralogía (de la misma melancolía) por Marbius

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

3.- Georg medita.

 

De haber sabido que transcurrirían seis semanas antes de que Bill levantara la veda a la que había sometido a Tom, Georg habría asistido a la despedida que les hicieron a los gemelos una madrugada a finales de septiembre. La causa de su ausencia había sido tan boba como lo era haberse desvelado la noche anterior y dormido de más a pesar de la alarma a la que terminó apagando en la inconsciencia del sueño. De nada sirvió que Gustav le llamara por teléfono para ver si ya iba en camino, porque Georg durmió tantas horas que para cuando despertó los gemelos ya iban a mitad de su vuelo por el océano y su oportunidad de desearles un buen viaje se quedó en nada.

A su favor, arguyó que no se había tomado en serio las afirmaciones de Bill en las que proclamaba que él y Tom iban a vivir de ahí en adelante en Los Ángeles. Como si fuera posible…

Georg supuso que la novedad se desvanecería después de la primera quincena, y luego volverían en un vuelo ejecutivo y con la cola entre las piernas aunque no lo admitieran como tal, pero en su fuero interno, uno pequeña porción de su raciocinio le empujaba a visualizar el peor escenario posible, y ese no era otro más que la disolución de la banda por motivos de distancia. Ellos allá, Gustav y él aquí, y la banda en perpetua suspensión por los siglos de los siglos hasta el fin del mundo.

Luego de un mes sin novedades suyas, Georg contactó a Tom por medio de correos electrónicos, pero ninguno de los tres que envió a lo largo de varios días recibió respuesta, y eso activó alarmas en la psique de Georg, quien hasta entonces se había convencido de que los Kaulitz estaban disfrutando de unas improvisadas (aunque largas) vacaciones y no en directa huida de la vida que habían llevado en Alemania hasta entonces.

Ya que Tom se negaba a cooperar, Georg llamó a Bill, y éste le aseguró que estaban bien, sí, todo mejor que nunca, y que el clima era agradable, sino es que un poco caluroso a eso del mediodía y la onda cálida duraba como hasta las cuatro o cinco, pero que la playa era la solución a todos sus problemas, y tanto ellos como los perros se estaban adaptando bien al cambio, excepto por la comida y el delicioso pan alemán al que seguían añorando porque ahí no había una buena tienda donde comprarlo. Bill se enfrascó en banalidades cotidianas que iban desde el asear ellos mismos la casa que rentaban porque Tom se había negado a contratar una mucama encargada de las labores domésticas (“No quiere a una desconocida tocando nuestras cosas, y en gran parte lo entiendo…”), hasta las series de televisión a las que se habían vuelto fanáticos con todo el tiempo libre que tenían en sus manos.

—Ni te imaginas —rió Bill con una ligereza fingida—, se ha vuelto adicto a la televisión, y por fin se puso al corriente con sus series favoritas. Con decirte que en cuatro días se vio completo Prison Break. De la nada se ha vuelto experto en el tema.

—Ah, vaya. Por eso no contesta mis mensajes, ¿cierto? —Elucubró Georg su teoría en voz baja, si acaso porque le afectaría un poco más de lo que estaba dispuesto a admitir si Bill le confesaba que en realidad su gemelo lo estaba eludiendo por razones que ni él mismo acababa de comprender.

Como si Bill también fuera consciente de la puesta a escena en la que los dos dialogaban las amenidades que se esperaban de ellos, rápido avistó la señal y tomó esa tangente.

—Sí, es eso. Pero no te preocupes, en cuanto tenga un poco de tiempo libre le diré que se ponga en contacto contigo. ¿Es… urgente? ¿Algo de la banda, quizá, o sólo quieres conversar con él?

—No, uhm, sólo quería saber cómo está, pero ya me has ayudado con eso. Erm, y también quería averiguar cuándo piensan volver a Alemania. Gustav también se lo pregunta, aunque no lo hace por sí mismo para no ser un incordio. Ya lo conoces, antes muerto que admitir que los extraña con todo su corazón grandote de Gusti-Pooh —metió Georg al baterista al ruedo para no demostrar cuánto los echaba él de menos.

—Oh, bueno… —La línea se cargó de interferencias, y a Bill le costó unos segundos en volver a hablar—. Ni idea, la verdad… Tom está encantado con la ciudad, y para qué mentir, yo igual. Nos gusta vivir aquí. El ambiente cultural es maravilloso, y lo mismo la gente, son más amigables. Además mamá y Gordon vendrán de visita en cuanto tengamos los conciertos de Sudamérica y seguro se quedarán hasta por lo menos mediados de diciembre.

Georg sacó cuentas mentalmente. Todavía no era noviembre porque estaban a una semana de finalizar octubre, y tomando en cuenta que esos conciertos finalizarían hasta el dos de diciembre… «Un mes más, mínimo», pensó Georg, y sólo en el mejor de los casos, porque nada ni nadie le aseguraba que después de esas fechas su retorno a Alemania fuera inminente.

—¿Pero volverán para Navidad, verdad? —Preguntó, inquieto de que la visita de sus padres se alargara tanto como para que decidieran celebrar esas festividades en USA, lejos de sus conocidos más cercanos—. ¿Y qué va a pasar con sus vacaciones en las Maldivas? Pensé que ya habían hecho la reservación.

—Esas siguen en pie. Uhm, y ya que mamá y Gordon planean irse de crucero en las mismas fechas, es probable que el fin de año lo pasemos cada quien por su cuenta. Ellos por un lado, y Tom y yo por el otro. Supongo que celebraremos antes o después, simbólicamente por supuesto, pero todo depende de cómo se den las cosas, ¿sabes?

—¡P-Pero…! —Indeciso si protestar entraba dentro de los derechos de su amistad, Georg apretó el auricular contra su oreja—. ¿Y luego?

—¿Luego?

—En enero. Es decir, en enero cumplirán tres meses de que se fueron, ¿no sería…? Entiendo que no es de mi incumbencia, ¿pero qué va a pasar con la banda si Gus y yo seguimos en Alemania y ustedes…?

—Oh, eso… Pues… —Bill se descargó con un suspiro—. No lo sé, Georg. No lo sé… No lo he hablado con Tom, pero tampoco se ha dado el momento para hacerlo. Es un tema que ha quedado sin discutir, así que tendrás que esperar a que Tom se pronuncie al respecto.

—¿Ha vuelto a tocar su guitarra?

Bill hesitó antes de responder. —No. De hecho siguen en el almacén en el que las guardó apenas llegar. Uhm, y no hemos terminado de desempacar. Salvo por el dormitorio y mi armario, el resto de las cosas que necesitamos, o las compramos o prescindimos de ellas, así de sencillo. Estilo minimalista en su máxima expresión. Por lo general comemos a domicilio, y del resto se encarga Amazon. Es bastante… conveniente para nuestro nuevo estilo de vida.

—Vaya, entonces iban en serio con eso de mudarse, ¿eh?

—Algo así… Tom es quien va a decir hasta cuando, pero si te digo la verdad… —Bill volvió a suspirar—. No nos esperes en Alemania antes de tu cumpleaños.

—Uhm, ok.

Pesado de extremidades, de pronto triste y con un deseo insaciable por no alargar más su tortura autoinflingida, Georg se despidió y colgó, no sin antes pedirle a Bill que le diera sus saludos a Tom.

—Da igual la hora que sea, sólo dile que me llame —le pidió al menor de los gemelos y éste le prometió que así se lo haría saber.

La llamada de Tom, una que Georg esperó durante las siguientes semanas y a no más de tres pasos de su teléfono, jamás llegó.

 

La reunión de los cuatro miembros de la banda fue tan anticlimática como Georg se temía que fuera. Los gemelos volaron directo de Los Ángeles a Brasil, su escala inicial en esa serie de conciertos por Sudamérica, y Georg y Gustav los alcanzaron cuando su vuelo arribó doce horas después que el suyo. Bill propuso salir a comer, y en vista de que para el concierto todavía tenían más que tiempo suficiente para prepararse, bajaron al restaurante del hotel a probar de las delicias locales y a ponerse al corriente en noticias de los cuatro.

En vano buscó Georg la mirada de Tom con la suya. Había un cierto atisbo de libertad en los movimientos del mayor de los gemelos, quien para variar no se giraba alrededor a otear por encima de su hombro cada tantos minutos, pero quien de todos modos se había cubierto con gafas y un gorro sobre la cabeza que no iba acorde al clima tropical del verano en el hemisferio sur.

«Seguro aprendió a bajar la guardia y a ser menos paranoico mientras están en Los Ángeles, pero no tanto como quiere hacérnoslo creer», pensó el bajista mientras fingía leer los especiales de su menú y en su lugar se dedicaba a observarlo por el borde de la hoja sin que éste se percatara.

Además de un nuevo estado de ánimo que se manifestaba como una especie de aura visible que había pasado de los tonos más oscuros y opacos a los claros y luminosos, Tom también sonreía más (la risa alcanzaba el borde de sus ojos cuando antes sólo era una mueca torcida), y el tic que antes lo acosaba en las cejas cuando estaba por estallar se había desvanecido por completo, al igual que la mayor parte de sus ojeras, y el tono verdoso de su piel se había sustituido por un saludable bronceado, que para qué mentir, le sentaba de las mil maravillas y no era nada gay de admitir.

—Georg —interrumpió Tom el escaneo al que Georg lo sometía—, si me sigues viendo así me vas a desgastar.

—Yo no-…

—¿Tanto me extrañaste en estos meses o es que por fin estás listo para confesar que me amas con todo tu corazón de hobbit? —Bromeó Tom con él, y Gustav se atragantó a su lado con el agua que bebía.

—Sí, Georg. Admítelo —se sumó Bill a las pullas—, porque te atrapé hace rato cuando le mirabas el trasero a Tom. ¡Y no intentes negarlo!

—¿Qué trasero, eh? Porque lo que tienes ahí no cuenta como tal —les siguió Georg el juego, divertido de repetir entre ellos los viejos chistes del pasado en los que otros habrían llegado a ofenderse, pero no ellos que se conocían entre sí y no se tomaban nada a pecho.

Enfrascados en su lenguaje oculto, la camarera que los atendió tardó en hacerse notar y tomar sus pedidos, pero una vez que cada uno eligió un platillo y bebida para acompañarlo, volvieron a las payasadas de antes.

Comieron y disfrutaron de una sobremesa agradable en la que el tema de conversación versó sobre los gemelos y la nueva vida que estos llevaban en Los Ángeles.

—Es una ciudad increíble —afirmó Bill, removiendo el contenido de su taza, un café negro con el que cerraron de postre unas galletas de mantequilla y nuez que se les deshacían en la lengua—. El tráfico es terrible sin importar la hora o el día de la semana; puede ser un martes a las tres de la madrugada o sábado al mediodía e igual estarás atrapado en un embotellamiento de los mil demonios, por lo que necesitas de un automóvil para moverte a donde quieras ir y una vejiga a prueba de todo. Por cierto que antes de venir Tom y yo pasamos por unas tiendas de las que se ven en películas, y me sentí como Julia Roberts en Pretty Woman cuando entra a Rodeo Drive y la expulsan por sus fachas.

—Casi idéntico —agregó Tom—, pero Bill sacó su visa y arrasó con la mercancía de los anaqueles.

—También compré cosas para ti —le recordó éste a su gemelo, y juntos compartieron una sonrisa de amor que sobrepasaba lo platónico.

Gustav carraspeó y desvió el tópico a derroteros más neutrales, pero Georg no, y en lugar de escandalizarse por esa redescubierta faceta de intimidad entre los Kaulitz, mentalmente tomó nota de lo diferentes que los encontraba apenas meses después de su éxodo intempestivo de Alemania.

Por aquel entonces,  la tensión compartida entre ambos era patente tanto por la manera en la que hablaban, actuaban, se movían y hasta respiraban. Tom más que Bill, quien había llegado a tener erupciones en la piel cuando los periodos de estrés eran más agudos, y de paso se resentía con síntomas que iban de lo imaginarios a inverosímiles, como picazón en las uñas y dolores de cabeza que lo incapacitaban.

—Bueno, en marcha —dijo Gustav apenas terminaron de pagar la cuenta y en grupo subieron en el elevador hasta sus habitaciones. El concierto daría comienzo en unas horas, pero Bill quería alistarse sin prisas, y bajo ese pretexto se retiró con Tom a la zaga a su habitación.

Más tarde que se volvieron a encontrar en la camioneta que los llevaría a la sala donde tocaría, Georg no pasó por alto la pequeña, casi imperceptible marca de dientes que Tom  llevaba en la clavícula, y que sólo se podía observar si era bajo la luz y el ángulo correcto, lo que vino a ser para él una señal más de que la relación entre los gemelos había recuperado su cauce habitual.

En el camerino que se les asignó, Bill no perdió tiempo en prepararse y empezar a calentar la voz con los viejos ejercicios a los que todos estaban tan habituados y que no eran más que parte del ruido de fondo previo a un gran concierto.

Sentados lado a lado, Georg y Tom compartieron sus expectativas con respecto al público brasileño.

—Las chicas son sexys, ¿eh? —Guiñó Tom un ojo, y Georg se preguntó si en verdad lo creía así o era parte de su pantomima para ocultar lo que entre Bill y él existía desde siempre. Tantos años de amistad, y Georg seguía sin encontrar una etiqueta que definiera correctamente la fuerza sexual que movía a Tom, pues en concreto, no sabía si su pasión por las chicas era real o una tapadera para encubrir su atracción por Bill, y de paso, si Bill era el único hombre que le parecía atractivo o es que por lo oculto había tenido sus aventuras con otros. Fuera lo primero o lo segundo, Georg le siguió la corriente para no adentrarse en especulaciones que no le llevarían a nada.

—Y que lo digas. Es una lástima que no iremos a la playa a ver qué tan popular es el depilado de la región.

—Oh sí, qué terrible…

Sacando su bajo del estuche, Georg se lo colocó sobre el regazo e hizo vibrar las cuerdas bajo sus dedos en una nota grave y resonante.

—¿Calentamos con alguna canción? —Le propuso a Tom, y la expresión de éste se cerró de golpe y se volvió oscura.

Mordiéndose el labio inferior, Tom hesitó antes de asentir. —Ok…

Buscando su propio instrumento, Tom se quedó con los dedos sobre las cuerdas durante dos largos segundos hasta que les arrancó los primeros acordes. Un suspiro de alivio escapó de su boca.

—¿Qué pasa?

—Es la primera vez que toco desde que… ya sabes.

«Desde que ya sabes… me deschaveté y corté las cuerdas de mi guitarra favorita con unas tijeras de cocina. ¿Qué más si no?», rellenó Georg el espacio en blanco, y poco le faltó para estamparse el rostro contra el muro más cercano por su estupidez y falta de sensibilidad.

Se tratara o no un asunto delicado, Tom se recuperó veloz de su desasosiego, y al cabo de unos minutos ya se había sincronizado con Georg como si nunca hubieran dejado de tocar juntos y el tiempo permaneciera inamovible entre los dos.

—Nadie diría que has estado de perezoso los últimos meses —murmuró Georg, y Tom permaneció callado, golpeteando con el pie el ritmo que sus dedos seguían sobre el instrumento. Cabeceando en concordancia a la música, Georg no se demoró en imitarlo.

Según comprendió Georg, era la manera en la que el mayor de los gemelos cambiaba de página y se exorcizaba de sus demonios del pasado. No todos, y no tan pronto como ellos quisieran o se esperara de él, pero en ello iba el primer paso a su lenta y dolorosa recuperación.

Bajo ese augurio, el concierto de esa noche marcó su regreso triunfal a los escenarios.

 

El año que tanto los hizo padecer el lado lóbrego de la fama acabó con la banda divida en dos y ambas partes resignadas a que así iba a ser por un tiempo. Al menos mientras el ambiente se normalizaba y Tom se recuperaba lo suficiente para volverse a poner en pie sin más ayuda que la propia.

Más por revistas de celebridades que por los propios gemelos fue que Georg y Gustav se pusieron al corriente de las vacaciones de estos en las Maldivas, y en un desayuno informal en la terraza de un café en Magdeburg fue que compartieron por ellos un breve brindis con jugo de naranja por su recién descubierta libertad, pero sobre todo, porque se lo merecían…

Hubo algunos viajes más en los que cumplieron con su ajetreado itinerario como miembros de Tokio Hotel; entrevistas para prensa, radio y televisión, una que otra sesión en vivo donde además de tocar sus últimos sencillos, invariablemente también cantaban Monsoon, y claro ésta, reuniones a las que asistían como amigos antes que compañeros de banda. Ya fuera que los gemelos volaran de regreso a la patria a la que pertenecían por nacimiento, o que Georg y Gustav los visitaran cuando así les apetecía, la separación entre ellos cuatro no volvió a ser mayor de tres meses.

En el ínterin, Georg conoció a una linda chica que se convirtió en su novia, y el mismo caso ocurrió para Gustav, las dos parejas reuniéndose seguido para salir a cenar y en general a pasar un buen rato de convivencia. Fue así como adormecido por la cotidianidad del día a día, Georg dejó de llevar la cuenta de las semanas que se volvieron meses y de la partida ‘temporal’ de los Kaulitz a USA que poco a poco se iba transformando en ‘permanente’ con todas sus sílabas.

Un año completo transcurrió, y fue por esas mismas fechas cuando Gustav apareció de pronto una mañana en su departamento y lo sacó de la cama para mostrarle el encabezado de la página de Bild.

—Oh, vamos, Gus —refunfuñó Georg, en pantalones de pijama y con sólo un calcetín porque el otro se hallaba perdido en sus sábanas—, ¿me despiertas por nada? Esa publicación es basura. Ni una décima parte de lo que dicen es verdad y lo sabes.

—Basura o no, explica esto —le sentó Gustav frente a su portátil y apuntó a la fotografía que encabezaba el artículo sensacionalista de turno.

Georg entrecerró los ojos mientras luchaba para dilucidar las letras a pesar de lo luminosa de la pantalla. Malditas fueran las nueve de la mañana porque él no estaba para esas horas en pie y su cuerpo se lo reclamaba. Sin embargo, los insultos se le murieron en la lengua apenas comprendió de qué se trataba.

—No… me… jodas… —Farfulló, jalando la computadora más cerca y adecuando la pantalla. En cuestión de un minuto terminó de leer el artículo, pero requirió de otros cinco para analizar cada oración y después digerir semejante nota publicitaria—. ¿No creerás que…?

—Realidad o ficción, Bill sigue sin responder mis mensajes —dijo Gustav, pasando a sentarse a su lado en la mesa de la cocina donde se habían reunido—. Y todo indica que no son fotomontajes.

—Pero… —Georg hizo gala de la suma y la resta para llegar a cifras conocidas—. ¿Qué no es esta tal Ria Sommerfeld mayor que Tom como por… varios años?

—Aparentemente, eso no es un impedimento.

—Pues vaya con Tom…

Aturdido todavía por tan repentina revelación, Georg tardó un rato en volver a funcionar, y para entonces Gustav ya le había suplantado el papel de anfitrión y por su propia cuenta había servido una taza de café para él y otra para Georg, quien la recibió con gusto y murmuró un quedo ‘gracias’.

—¿Es que… malinterpretamos su relación y en realidad no estaban juntos así juntos? —Dijo Georg al cabo de dos sorbos reconfortantes, y Gustav se encogió de hombros.

—Imposible. Yo los vi besarse con estos dos ojos que tengo aquí. Lo juro por mi madre que no hay error alguno. Besos en la boca, y con lengua. Ningún par de hermanos, sin importar que sean gemelos o no, se besaría así sin estar en algún tipo de relación carnal.

—Seh… Yo también los vi una vez que se estaban tocando bajo la mesa, y no había cabida para dobles interpretaciones, así que...

—Ewww… ¿Dónde quedó la decencia, caray?

—No me preguntes a mí, soy hijo único y de eso no sé nada —volvió a beber Georg, conmocionado hasta el tuétano por lo extraño que le resultaba todo en esos momentos.

Gustav y él hablaron del asunto hasta el mediodía, pero ya que el baterista iba a llevar a su novia a almorzar, acabaron por despedirse en la puerta del departamento con un abrazo y promesa solemne de poner al otro al tanto en cuanto los gemelos dieran señales de vida.

Georg se duchó, desayunó y salió a comprar víveres para la semana, y fue ahí, parado en la fila para pagar cuando Tom respondió el mensaje que le había enviado más temprano y en el que se explicaba. A su estilo, por supuesto…

“Es un truco publicitario, idea de Bill. Llámame y te lo explico mejor”, que Georg leyó y releyó hasta que fue su turno en la pasar a caja y a duras penas logró reunir la concentración suficiente para hacer la transacción monetaria y salir corriendo con la bolsa de compra a su automóvil.

En sí, resultó ser tal como Tom lo definió: Un truco publicitario de lo más práctico, porque Ria, ex edecán de belleza y modelo en ciernes, necesitaba de un leve empujoncito a su carrera, ¿y quién mejor para ello sino Tom, rockstar de turno y soltero codiciado? Con Shay y Shiro de por medio como amigos intermediarios, llegaron a un acuerdo que beneficiara a ambas partes, y por lo bajo y oculto, Tom le dio a entender que la mente maestra que movía los hilos a su antojo no era otro más que Bill. Y si para complacer a su gemelo Tom tenía que fingir un noviazgo con una mujer un par de años mayor que él, que así fuera; él se iba a sacrificar, en pago por todo lo que Bill había hecho por él hasta el momento.

—Ya lo conoces, para él ninguna publicidad es mala publicidad. Y quién sabe, puede que sirva para mantenernos en los titulares mientras estamos de break.

El anglicismo no le pasó desapercibido a Georg, quien de meses atrás venía notando en las expresiones de los gemelos la inclusión de una o más palabras en inglés debido (lo más probable) a que a diario convivían con el idioma y por fin tanto vocabulario se les estaba pegando al teflón de su cerebro.

—Oye, ¿pero tú estás bien con eso? Es decir, ¿qué tan en serio van con eso de fingir su noviazgo? ¿La vas a besar en público o darás una entrevista al respecto? —Van como en plural de Tom+Bill y no Tom+Ria.

La risa de Tom resonó en sus oídos. —Ni lo uno ni lo otro. Primero veamos cuánto dura esto y después me vuelves a preguntar.

—Vale, vale… He captado.

Con cierta aprensión, pero también alivio al atisbar al viejo Tom resurgir de entre las cenizas del despojo que éste había sido un año atrás al partir de Alemania, Georg exhaló no sólo el aire de sus pulmones, sino también la inquietud que algunas noches lo mantenía despierto y con la vista fija en el techo.

A su manera, lento pero seguro, Tom iba en camino a ser el de antes pero en su versión mejorada.

 

/*/*/*/*

Notas finales:

Y ahora que ya vimos la perspectiva de Gustav, Bill y Georg en todo este asunto, el siguiente será Tom.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).