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El último partido por Fullbuster

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Aquella noche, la luna había decidido ocultarse tras las borrascosas nubes. Un pequeño barco pesquero afrontaba el temporal y lo capeaba como podía mientras sus tripulantes a bordo trataban de subir las redes llenas de aquel preciado manjar.


Las olas chocaban incesantes contra el casco del barco deslizando sus frías aguas por la cubierta. Ningún lugar estaba a salvo de aquel infernal frío. Si alguien pensaba que pescar en aquellas traicioneras aguas era fácil, es que jamás había subido a bordo de un barco pesquero como aquel. Las órdenes del capitán apenas eran audibles con aquel vendaval de frío, lluvia y viento pese a los gritos que vociferaba intentando hacerse escuchar por todos los marineros.


Un chico joven fuertemente abrigado con una gran chaqueta y un impermeable, intentaba sacar del embravecido mar la red llena de peces. Sus compañeros le ayudaban desde atrás tirando todos a una hasta conseguir subir la pesada red al barco. Las olas seguían entrando por la borda mojando todo el suelo pero el trabajo no cesaba.


El joven se miró las cuarteadas manos, heridas, congeladas, con dolor, pero seguía trabajando, el tiempo era oro y necesitaba el dinero para su familia. La tripulación no se detenía ni un segundo, limpiando el pescado, recogiéndolo en sus grandes bodegas. Una gran ola entró por la estribor moviendo el barco y llevándose a uno de los hombres hasta el otro extremo del barco mientras los compañeros se reían al ver que estaba a salvo y sólo había sido un pequeño susto. El chico se recompuso cuando el joven de las manos cuarteadas le ayudó a levantarse.


- Vamos, novato, que ya queda menos, el sol levantará en breve – le comentó Hidan ayudándole.


Ambos chicos volvieron al trabajo hasta que el sol apareció iluminando con sus rayos el horizonte, llevándose aquella penumbra en la que habían trabajado toda la noche. La lluvia cesó y las nubes empezaron a desplazarse hacia el norte alejándose de la isla, dejando ver el mayor de los arco iris. Hidan se aproximó a la barandilla del gran navío apoyándose en ella para observarlo.


- Esta isla es un infierno a veces y un paraíso otras – comentó Suigetsu, el novato que se había caído con anterioridad movido por la ola.


- Sí. La pesca no es nada fácil, el trabajo más duro al que jamás me he enfrentado – le dijo Hidan – pero no tiene remedio pensar en ello, es lo que hay y lo que sé hacer. A veces, con un poco de suerte tienes amaneceres tan hermosos como estos.


Suigetsu miró hacia las manos de Hidan, heridas, ásperas, tan lastimadas por el frío y el agua. Debían dolerle como nada en la vida pero seguía allí trabajando en aquellas condiciones. La pesca no era un trabajo agradable. Las madrugadas que tenían que soportar, las bajas temperaturas en las que trabajaban, el agua congelada que nunca dejaba de entrar en aquella cubierta.


Aprovecharon para dormir un rato en sus camerinos hasta que el barco llegase a puerto. El ruido de los viejos motores eran audibles en cualquier zona pero Hidan ya estaba demasiado acostumbrado a escuchar aquel ensordecedor ruido. Suigetsu era un caso aparte, era su primera travesía, el novato en la tripulación y no se había acostumbrado a dormir con tanto ruido.


A las ocho de la mañana, el barco atracaba en el pequeño puerto de Rebun. Sólo las familias más próximas de los pescadores estaban allí reunidos esperando verles aparecer sanos y salvos, todos en el pueblo sabían lo traicioneras que eran aquellas aguas. Hidan bajó por la pasarela llevándose una caja del pescado que habían recogido y el cheque de su trabajo en el bolsillo mientras buscaba a su madre con la mirada. Cruzó entre todos los presentes hasta que encontró la sonrisa de su madre. No pudo evitar sonreír también y lanzarse a sus brazos pese a no poder abrazarla por la caja de pescado que cargaba.


- ¿Cómo ha ido, mi vida?  - preguntó su madre.


- Como siempre.


- Estuve preocupada. En la radio local hablaban de la tormenta que había en alta mar.


- Ya estoy en casa – le sonrió Hidan sintiendo la calidez de las manos de su madre en su fría mejilla.


Aquella mañana, Hidan la pasó en su dormitorio durmiendo mientras su madre arreglaba el pescado que había traído su hijo. El oficio de pescador era algo que jamás había deseado para su hijo, ya su difunto esposo lo había sido y el mar se cobró su vida, no quería que se cobrara también la de su único hijo, pero en un pequeño pueblo como aquel, los trabajos escaseaban y la supervivencia era lo que reinaba. Un pueblo tranquilo y placentero para vivir, pero duro para el trabajo.


Hidan no despertó hasta bien entrada la tarde y gracias a que se puso el despertador para poder llegar al entrenamiento de las seis. Al bajar las escaleras con la bolsa de entrenar y el stick en dirección a la cocina, se encontró a su madre aún limpiando parte del pescado que había traído.


- Mamá, deja eso anda. Cuando venga de entrenar, lo haré yo.


- No, hijo, tú ve a entrenar, pásatelo bien y no tardes mucho en venir, necesitas descansar.


- Sí. No tardaré.


- Podrías llevarles algo a los chicos – comentó su madre.


- Mejor mañana, hoy faltarán la mitad de ellos – comentó sonriendo Hidan dándole un beso en la mejilla a su madre antes de salir por la puerta.


Hidan miró hacia atrás al cerrar la puerta. Su casa se caía a pedazos pero tampoco tenían dinero para arreglarla. A veces Deidara le ayudaba a arreglar algunas cosas, algún peldaño de las escaleras de madera, algún retoque de pintura para evitar que la madera siguiera pudriéndose por las lluvias y las nieves del invierno…


De camino a la playa donde entrenaban, su vista se cruzó con la figura de Deidara que iba al entrenamiento. Pese a que le llamó un par de veces, el chico parecía bastante distraído porque no se giró a mirarle. No fue hasta la tercera vez que le llamó y le tocó el hombro acercándose a él cuando Deidara se percató de que alguien más estaba a su lado.


- Lo siento – dijo Deidara intentando sonreír – no me di cuenta.


- Ya lo vi. ¿Ha ocurrido algo?


- El pasado – sonrió Deidara – supongo que el pasado al final me ha vuelto a alcanzar. No sé si algún día podré huir de él. ¿Y tú qué tal? ¿Cómo está tu madre?


- De salud delicada, como siempre.


- Y tus manos por lo que veo empeorando. Tienes que cuidarlas, Hidan – le comentó Dei mirando sus destrozadas manos – Tengo una crema en la bolsa que te ayudará a cicatrizar más rápido. Llévatela luego, yo puedo hacer más.


- Vale, gracias.


Ambos caminaron juntos hasta la playa, allí aprovecharon la pequeña cabaña para cambiarse por el atuendo de Lacrosse. Deidara abrió su bolsa buscando en ella la crema cicatrizante pero lo que encontró fue su camiseta de Lacrosse con el número tres estampado en ella. Miró ese número unos segundos dejándose envolver por aquellos recuerdos.


Se sobresaltó al sentir la mano de Hidan en su hombro moviéndole suavemente tratando así de sacarle de sus pensamientos.


- ¿Seguro que estás bien? – preguntó Hidan.


- Sí. Son sólo viejos recuerdos que no debían haber salido.


- ¿De cuándo vivías en Hokkaido?


- Recuerdos de la universidad.


- Nunca nos cuentas nada de tu pasado. Ni siquiera nos has dicho lo que estudiaste.


- Nada importante – sonrió Deidara mirando la camiseta.


- Esos recuerdos… ¿Tienen algo que ver con esa camiseta?


- Con la camiseta no, ésta es mía, pero recuerdo el número tres. En mi equipo de la Universidad, ese número pertenecía a alguien especial para mí. Ni siquiera me había dado cuenta hasta hoy. Quizá estaba empezando a olvidar algunas cosas pero parece que no puedo escapar de todo lo ocurrido.


- ¿Te enamoraste de ese chico?


- Sí. Era un gran chico.


- ¿Se lo dijiste? ¿Le contaste alguna vez tus sentimientos?


- No – dijo Deidara con rapidez – supongo que yo fui un poco cobarde para hacerlo. Era un chico listo, atractivo, siempre iba rodeado de gente. Fue mi mejor amigo durante años y sentí miedo de confesarme y perderle, quizá no confesarme fue lo que hizo que le perdiera definitivamente. Llevaba años ya sin verle, no creí que volviera a tenerle frente a mí.


- ¿Le has tenido frente a ti? – preguntó Hidan sonriendo bajando la voz.


- Sí, está aquí.


- Dei… ¿Es que no ves lo que ocurre? Puedes confesarte ahora, ve y dile lo que sientes.


- Hidan… ha pasado mucho tiempo. En estos años mi vida ha cambiado mucho, tengo cicatrices que no van a sanar nunca, hay cosas que ya no pueden volver a ser como antes. Apenas conozco ya a ese chico y ni siquiera sabría ahora mismo lo que siento por él, ya no somos universitarios, hemos cambiado. Esperaré a que se marche de la isla y cada uno volverá a su vida – sonrió Deidara cogiendo finalmente la pomada en su mano y dándosela a Hidan.


Hidan guardó la crema en su bolsa antes de salir detrás de Deidara. Hoy en el campo había poca gente, tan sólo cinco personas habían ido al entrenamiento, Gaara, Deidara, Kiba, Shikamaru y él mismo. Los cuatro empezaron a calentar mientras Shikamaru se tumbaba en la arena mirando el despejado cielo que se había quedado tras la tormenta de aquella madrugada.


- Shikamaru, a entrenar – escuchó que le decía la voz de su entrenador, Fugaku Uchiha.


- Pero entrenador… es muy problemático, sólo somos cinco.


- Como todos los martes – dijo Fugaku sonriendo – vamos, aún somos cinco, algo practicaremos.


Shikamaru se levantó no muy complacido pero siempre había respetado a su entrenador, hoy no iba a ser una excepción. Fugaku sonrió al ver a sus cinco chicos practicando, fijándose en la mirada atenta de Hidan sobre Deidara. No era tonto como para no darse cuenta que ocurría algo, todos esos chicos tenían sus secretos, fingían muy bien y aunque él era capaz de entender lo que ocurría y comprenderles, ellos mismos un día se darían cuenta de todo lo que les rodeaba, quizá empezaban a fijarse en sus compañeros.


- ¿De qué te ríes, papá? – preguntó Sasuke – sólo han venido cinco. Espero que les pongas orden porque esto no puede seguir así.


- Sasuke… déjales.


- ¿Qué? Es una insubordinación.


- Sasuke… éste no es tu equipo, es el mío. Quizá en la ciudad os paguen por jugar pero a ellos nadie les ha dado nada. Tienen sus vidas, sus trabajos, cosas que hacer, juegan porque les gusta y les distrae.


- ¿Les distrae de qué? – preguntó Sasuke enfadado.


- De la vida – dijo filosófico Fugaku marchándose.


- No me has contestado de qué te reías.


- Me reía al ver lo que ha madurado el equipo. Cuando empezaron eran un montón de niños discutiendo unos con otros y ahora míralos… hasta parece que empiezan a preocuparse los unos por los otros, están madurando – dijo mirando hacia un preocupado Hidan que seguía atento a los estiramientos de un Deidara más pensativo de lo habitual.


- ¿Qué equipo, papá? Son cinco chiquillos. Son unos insubordinados.


- Sasuke… vete a casa si no quieres estar aquí. Son cinco y van a entrenar conmigo. No hace falta que te quedes.


- Voy a quedarme, te prometí que ayudaría en las estrategias aunque no tengo ningún entrenamiento que puedan hacer sólo cinco personas. Es vergonzoso, ni siquiera ha venido el capitán del equipo.


- Tenía cosas que hacer – comentó Gaara a su espalda llamándole la atención.


- ¿Más importante que un entrenamiento?


- Sí – dijo Gaara con su seriedad habitual haciendo resoplar a Sasuke.


- Esto es increíble. Estáis a dos derrotas de que os eliminen de la liga.


- Y a dos victorias de pasar a primera división – dijo Hidan divertido.


Sasuke sonrió incrédulo. No sabía si eran idiotas, si no les importaba ganar o perder o simplemente es que les daba absolutamente igual el deporte que él amaba con todo su ser. Esos chicos eran rebeldes por naturaleza y aunque su padre sonreía y trataba de ver cosas buenas, él no era capaz de ver lo que su padre veía, era imposible. Sólo veía a unos chiquillos que veían aquel deporte como algo divertido para pasar el rato, no como lo que era, sacrificio y obligación. Eso sí… una de las cosas que tenía clara era que su padre conocía más de un secreto de aquellos chicos por como sonreía y por la forma cariñosa y dulce en que les miraba. Quizá él mismo se moría de ganas por conocer un poco de esos secretos que nadie le contaría.


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