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Pero siempre tendremos París por Marbius

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3.- Guten Morgen, Sonnenschein.

 

Contra todo pronóstico racional, Georg fue el primero en despertar a eso de las nueve en punto, cortesía de la alarma de su reloj, y consciente de que frente a ellos se vislumbraba un día libre de compromisos como jamás antes había ocurrido en la capital parisina, no se demoró en chinchar a Gustav para que abriera los ojos y se pusiera en pie.

—Ugh…

Guten Morgen, Sonnenschein —le canto al oído una vieja canción de Nana Mouskouri que ya había olvidado pero que acudió a la punta de su lengua porque parecía la apropiada para la situación.

—¿Qué horas son?

—Las nueve con tres minutos y… doce, trece, catorce segundos. Ya fui al baño a echar un pis y a lavarme los dientes y la cara, así que está libre para que hagas lo mismo y te prepares para salir a más tardar en una hora. No debemos permitirnos empezar tarde.

—Ugh… —Volvió a rezongar el baterista—. Todavía tengo sueño. Mejor déjame en paz.

—¿Y crees que yo no? Pero quedarnos más tiempo en la cama sería un desperdicio total al tiempo que pasaremos aquí. El día está precioso y la vista es… —Georg inhaló con ganas—. Espectacular. La torre Eiffel se ve preciosa esta mañana con el cielo despejado y sin apenas nubes.

—Lo sé, era mi plan desde un inicio. Aunque esperaba escuchar eso de Bianca y no de ti.

—Ya, y seguro también esperabas una mamada de buenos días por tu acto romántico, pero no va a ocurrir, Schäfer, así que levanta el culo o te daré una repetición de ayer con el agua helada.

—Vale, vale… No hay que ponernos violentos, caray.

Apartando las mantas a un lado, Gustav bajó las piernas por el costado de la cama y se talló los ojos para deshacerse de los últimos rastros del sueño en el que había estado inmerso antes. Algo relacionado con Bill como la sirenita del cuento de Andersen, Tom como su príncipe azul, y Bushido como la bruja mala del cuento, todo en una versión de lo más libre. Y él y Georg estaban también en el sueño, aunque no en formas que pudiera recordar con claridad una vez despierto. En suma, un disparate en toda regla.

—En fin… —Masculló para sí, enfilando en dirección al baño y ocupándose de hacer sus necesidades y lavarse los dientes mientras tomaba una ducha caliente que lo terminara de poner en forma.

Para cuando salió, Georg estaba terminando con su rutina matutina de abdominales, sentadillas y lagartijas, y a causa del día de verano, su piel estaba cubierta por una levísima capa de sudor que le sentaba de mil maravillas con su sonrosada tez.

—Espero no te importe que cancelara nuestro desayuno incluido con la suite —dijo el bajista, recogiendo de su maleta una toalla y acomodando un cambio de ropa para ponerse después—. Según tengo entendido, a dos calles de distancia hay uno de esos cafés tradicionales con terraza en donde podemos pedir una orden de croissants recién salidos del horno. Sería un desperdicio no aprovecharlo ya que viajamos tantos kilómetros.

—Mataría por comer algo más sustancioso que un simple pan caliente.

—No seas idiota —dijo Georg—, por supuesto que venden más platillos. Para mí será algo dulce, y según la guía del turista, no estaría mal un poco de nata como acompañante.

—Dame huevos con salchicha y seré feliz —reveló Gustav su faceta campechana y Georg lo dejó estar, si acaso porque su carácter no era el mejor en ayunas y con sueño atrasado.

Georg no perdió tiempo en ducharse y estar listo en tiempo récord. Para entonces Gustav ya había mandado la ropa del día anterior suya y del bajista a la lavandería, y confirmado por teléfono que su itinerario seguía tal como lo había planificado cuando su compañía era Bianca.

—Bajemos a ese café que dices —indicó Gustav la puerta abierta, y los dos salieron con rumbo a las escaleras porque deseaban moverse un poco en lugar de sólo ir en elevador de arriba a abajo.

En el lobby les abrió la puerta un botones diferente al de la noche anterior, y su primer paso en la calle se vio acompañado del calor del verano y un cielo pristino con la ocasional nube en la lejanía.

—Me encanta —murmuró Georg, colocándose las gafas oscuras y avanzando con seguridad en dirección a la derecha—. Me hace sentir francés a la médula aunque sólo me sepa palabrotas.

Gustav le siguió a la zaga, y la distancia entre el hotel y el café que había mencionado Georg les pareció a ambos más larga de lo que estaban acostumbrados a caminar sin un guardaespaldas que vigilara por ellos a todos los demás peatones.

—Nadie nos mira —comentó Gustav—, y para variar es agradable.

—Shhh, ni una palabra de la banda o los nombres de aquel par de mequetrefes que ya sabes. Hoy no me apetece firmar ni un solo autógrafo o posar para fotos. Si es necesario, finge que eres australiano y listo.

—Mi inglés no es tan bueno.

—Entonces ruso. Habla en ruso, suelta un par de términos como vodka, balalaika y matroska, y confunde al enemigo.

—Idiota… —Le empujó Gustav y Georg le respondió el juego por igual.

Una vez en el caé, pidieron una mesa en la terraza de la planta alta, y la mesera que los atendió se apresuró a llevarles la carta, recomendando de paso las especialidades del chef. Georg, más dado a desayunar dulce como un niño, se encargó para sí una orden doble de crepas con mantequilla extra y rebanadas de fresas con crema crema encima, mientras que Gustav, fiel a sus costumbres bávaras, se pidió un omelette de huevo con jamón y queso. Para ambos, cafés, aunque en el caso de Georg, éste se aventuró por algo llamado noisette, que como le explicó la chica que los atendió, incluía una pizca de leche.

Desayunaron en aparente calma, salvo que Gustav de repente agachó la cabeza y masculló que extrañaba a Bianca y lo mucho que le pesaba no estar ahí con ella.

—Gus, vamos… Es ella la que se lo pierde —dijo Georg, pasando rápido un bocado con un sorbo de café—. Al menos si vas a estar así durante todo el viaje, avisa para mantenerte a distancia prudente y no dejar que me contagies de tu tristeza.

—Nah… Fue un lapsus momentáneo de melancolía. Ya se me pasará —masculló el baterista, bebiendo a su vez un trago del jugo de naranja que acompañaba a su desayuno—. Es que tenía tantos planes para los dos, y ahora que los hago contigo… no puedo evitar imaginarla en tu lugar.

—Pues gracias, me haces sentir apreciado, qué encanto el tuyo, colega —ironizó Georg, limpiándose la comisura de los labios con la servilleta—. Es un placer servirte de reemplazo a tu conveniencia.

—Sabes que no me refiero a eso, ¿ok? Me alegra que estés aquí conmigo, porque de otra manera seguiría en cama y con llagas de tanto estar acostado. Pero… —Suspiró—. Extraño a Bianca, y supongo que así será por un tiempo. Largo o corto, ni idea, pero no será antes de que volvamos a Alemania.

—Lo que necesitas es salir, disfrutar de lo que la noche parisina tiene para ofrecernos y olvidarte de Bianca de la única manera que conozco.

—¿Uh?

—Un clavo saca a otro clavo.

—¿De qué hablas?

Georg puso los ojos en blanco. —Cógete a una linda chica francesa y saca a Bianca de tu sistema. Al menos a mí siempre me funciona después de cada ruptura.

—Ya, pero tú eres tú, un hombrezuelo de marca-…

—¡Hey!

Gustav rió. —Y yo soy yo. O lo que viene a ser lo mismo: Sentiría que le soy infiel, así que paso.

—Han roto, Gus. No es infidelidad, sino una cana al aire que no tendrá repercusiones a menos que olvides el condón y en nueve meses me dés la noticia de que voy a ser tío.

—Aunque parezca lo contrario, en verdad estamos dándonos un tiempo. Es lo que decía el mensaje que Bianca me envió, y si después resulta que ha sido una crisis momentánea y ella se entera que me fui de putas contigo… me va a cortar los testículos de cuajo. Y de paso también a ti por ser el de la idea y también el demonio que me susurró al oído que nos saldríamos con la nuestra.

—Tsk, vale. Por amor a las joyas de la familia Listing y a que soy el único heredero de tan ilustre apellido, no insistiré más —dijo Georg con total solemnidad antes de romper con una sonrisa enorme que le alcanzó de oreja a oreja—. Entonces… ¿Qué propones en lugar de salir y conocer los bares locales?

—Mira nada más a quién le preguntas, al del corazón roto —dijo éste—. Lo dejaré a tu elección. Me da lo mismo mientras no sea un museo. Por mucho que el Louvre tenga un mundo por ofrecerme, no estoy de ánimo para recorrerlo en este viaje.

—Investigaré nuestras opciones, y mientras tanto, pues… —Georg consultó la hora en su reloj de pulso—. Si no me falla la memoria, lo mejor será apresurarnos si queremos llegar puntuales a nuestra cita en el spa. No sé qué tanto planean hacernos, pero considero que cinco horas de masajes, terapias con flores de Bach y mascarillas de lodo verde son una exageración.

—No olvides el sauna del final —dijo Gustav, y luego de una pequeña pausa desvió la mirada con las mejillas en rojo vivo al recordar la historia que su amigo le había contado de madrugada durante el vuelo.

Si Georg se dio por enterado de la repentina turbación del baterista, no dio muestras de arrepentimiento por haberlo espantado con sus escabrosas aventuras.

—Me encantan los saunas —dijo con desfachatez—, excelentes lugares para conocer gente nueva.

—¡Georg, Dios santo!

—Está bien —cedió éste—. Mantendré esta visita al sauna categoría PG-13. Cero sexo o violencia, apenas un par de palabrotas, nada muy obsceno, pero —levantó el dedo índice como advertencia—, yo no llevo toalla. Y no quiero escuchar quejas cuando el grande y magnífico Engeorgio salga a la luz en todo su esplendor.

—Como si no lo hubiera visto antes… —Murmuró Gustav displicente, puesto que en los autobuses de las varias giras que habían hecho a lo largo de los años se llegaron a conocer cada rincón de la anatomía de los otros, y al cuerno el pudor cuando se sabía de memoria la localización exacta de cada lunar y peca en las áreas privadas de su compañero de banda.

Cerrando su estancia en la terraza con una natilla que compartieron entre los dos para probar, su siguiente parada fue salir a la calle y pedir un taxi que los llevara al exclusivo spa donde pasarían el resto de su tarde disfrutando de un paquete para parejas del que Gustav no recordaba los detalles exactos por los que había pagado meses atrás cuando hizo las reservaciones, porque de haberlo hecho con tiempo, se habría retractado a tiempo de invitar a Georg…

Pero por supuesto, al universo le gustaba jugar pesado, y así se iba a manifestar.

 

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Notas finales:

Y por si tenían curiosidad, la canción que le canta Georg a Gustav y que le da título al capítulo es ésta: https://www.youtube.com/watch?v=eOvibLXJxQ8


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