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Pero siempre tendremos París por Marbius

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10.- Un jacuzzi para dos en el claro del bosque.

 

Al acabarse el paseo, se acabó también su estancia en el castillo, puesto que un vehículo estaba programado para pasar a recogerlos más tarde y a llevarlos a la cabaña (también propiedad de la familia que les hospedaba) que se encontraba tierra adentro en la región. Gustav no estaba seguro de qué tantos kilómetros iban a estar alejados de la civilización, pero sí de que la privacidad estaba asegurada y planeaba hacer uso de esa ventaja para cometer algún acto atrevido para sus estándares.

—Si mal no recuerdo, cuenta con jacuzzi, así que me meteré desnudo y dejaré que las burbujas acaricien mi bello y terso trasero —le dijo Gustav a Georg, después de un rato de sopesar sus opciones y cuando ya estaban de vuelta en el autobús que los llevaría de regreso al castillo—. No saldré por lo menos hasta que se me arruguen los dedos de las manos y de los pies. Y tal vez igual las joyas de la familia, si es que entiendes...

Tanto audacia de su parte para revelar sus planes con una docena de oídos que podían ser o no ser indiscretos, se debía que la mayoría de los pasajeros iban dormidos en un estado previo al coma etílico, cortesía de todo el vino gratuito del que habían bebido hasta hartarse, y salvo por unos cuantos del niños y otro tanto de los adultos, todos en el autobús roncaban de lo lindo.

Georg por su parte no estaba muy lejos de alcanzar ese estado de inconsciencia, y se tuvo que forzar a formar una respuesta para su amigo.

—Buen plan. Maravilloso… —Levantó un pulgar arriba con mucho esfuerzo, porque estaba tan agotado con su picnic en la campiña francesa que nada le parecía más seductor que una cama, y al diablo con el jacuzzi y sus jets de burbujas. Si se ponía a seguirle la corriente a Gustav y a su repentino buen humor, corría el riesgo de desmayarse y morir ahogado.

—¿Qué, no te piensas unir?

—Gus… Ahora mismo soy capaz de quedarme dormido donde sea. Imagina que lo hago en el jacuzzi y los títulares son algo así como “Bajista de Tokio Hotel encontrado muerto y desnudo con su compañero de banda en una tina de hidromasaje en Francia”. Acarrearía la vergüenza a mi familia, e incluso muerto me retorcería en mi tumba.

—Pf, exagerado. No te dejaría ahogarte. Para eso estaría ahí yo.

—¿Desnudo?

—Bueno, si te incomoda puedo ponerme bóxers, o… Puedes vivir la vida rebelde como yo y unírteme. Que al fin y al cabo somos europeos cosmopolitas y no unos mojigatos de pueblo. Y si necesitas de más argumentos para quedar satisfecho, te recuerdo que ya te vi todo en el sauna, y en la piscina, y podría mencionar al menos otros diez sitios diferentes. Te conozco tan bien que hasta te puedo decir sin errores en qué nalga tienes esa peca tan peculiar.

—Mmm… ok —aceptó Georg para no enfrascarse en una discusión infructuosa. Bastante tenía con mantener los párpados abiertos como para además buscar razonamientos con los cuales convencer a Gustav de dejarlo en paz. A veces la astrología tenía razón, y discutir con un virgo de pura cepa era una pérdida total y absoluta de tiempo—. ¿Faltará mucho para llegar?

—Una media hora más al menos, ¿por?

—Ugh… —Georg bajó la cabeza y apoyó el mentón contra el pecho—. Recuérdame la próxima vez que el vino no es mi amigo y que mejor no lo beba. Todo me da vueltas.

—¿Vas a vomitar?

—Nah, pero digamos que si tuviera que ponerme en pie, preferiría estar muerto.

—Awww, qué ternura. Georgie no aguanta un poquito de alcohol en las venas.

Haciendo acopio de voluntad, Georg se giró un poco para dedicarle una mirada de resentimiento. —No me jodas, Gus, que tú bebiste por lo menos el doble que yo. ¿Cómo es que estás tan entero? Ni siquiera parececes ebrio, y te ves… fresco. Rozagante como lechuga recién cosechada.

—Eso, mi amigo —le pasó Gustav el brazo por los hombros en acto de camaradería—, es porque si mi hígado puede procesar una botella de Jack Daniel’s sin consecuencias, un par de copas de vino no son nada que no sea capaz de despachar sin complicaciones.

—Un par de copas de vino y una mierda… —Masculló Georg, quien recordaba a Gustav beber sorbos grandes directo del pico de la botella, pero de nuevo, no estaba para buscar tema de debate cuando el mundo a su alrededor daba vueltas y el sueño se apoderaba de él.

Un segundo estaba ahí, y al siguiente no… Sin darse cuenta, cerró los ojos por un instante, sólo una fracción que bastó para mandarlo con rumbo directo a la inconsciencia.

—¿Georg? Hey… —Le apretó Gustav con la mano que todavía lo sujetaba, pero fue inútil. Georg se había despedido ya y no volvería en sí por lo menos hasta que el autobús se detuviera en la entrada del castillo. Antes de eso, sería en vano siquiera sacudirlo.

Resignado a que se había quedado sin compañía y con quién distraerse por el resto del trayecto, Gustav se acomodó de tal manera que Georg quedara recargado sobre su costado y con la cabeza apoyada en su hombro, todo para que amigo no despertara con el cuello rigído por la mala postura.

Gustav miró por la ventanilla, agradecido de que el verano les proveyera de horas de luz extra y un paisaje que iba acorde a su recién renovada esperanza de regresar a Alemania y retomar con Bianca lo que de por medio hubiera quedado inconcluso.

Bianca… su nombre trajo a él reminiscencias de amor, del tipo que confirmó verdadero cuando ella entró en su vida y le puso orden a todo lo que antes estuviera en caos. Para alguien que creía en la teoría de que cada fragmento tenía un lugar asignado en el universo en el cual embonaba a la perfección, Bianca fue la comprobación de que la verdadera conexión entre dos personas incluía dejar el desorden atrás, y juntos dar con el punto medio en que la convergencia de sus existencias se estabilizara en impecable equilibrio.

Iba más allá del clásico ‘tú eres el sol y yo la luna’ del que Bill y Tom abusaban en sus canciones y declaraciones de amor fraternal, porque Gustav no se sentía un extremo alejado en búsqueda de su otra mitad que le fuera opuesta, y tampoco buscaba para sí otro cliché que encajara en la descripción de sí mismo. Ni creía en la teoría de que los opuestos se atraen, ni tampoco en ser idénticos el uno al otro para encontrar a la que supuestamente era tu alma gemela seleccionada por un destino del cual para empezar no creía en lo absoluto. Más como persona del azar, Gustav tenía su fe puesta en lo afortunado que había sido por decidir entrar a la librería al mismo tiempo que Bianca, los dos en un sitio al cual no frecuentaban por estar al otro lado de la ciudad en el que normalmente se movían, y de paso incursionando en el pasillo de ciencia ficción, género literario del que ninguno de los dos sentía particular predilección, pero ahí estaba… el azar en acción, y para nada el destino, muy en opinión de Gustav, quien sonrió para sí cuando el rostro de Bianca inundó su memoria de recuerdos gratos, y el resto de su línea de pensamiento se perdió en la fantasía.

La fachada del castillo lo sorprendió gratamente al cabo de un lapso de tiempo que le pareció cortísimo, puesto que en su cabeza estaba recreando diversos escenarios donde él y Bianca se reencontraban luego de esa semana tan repleta de acontecimientos que sólo iban en aumento en cuanto al nivel de inverosimilitud. La cantidad de historias que ahora tenía para compartirle en tan poco lapso de tiempo… Que del momento en que habían roto y se había a la cama, habían pasado tantas cosas que le costaba seguirles el ritmo cuando trataba de enumerarles.

«Y aquí estoy en esta inconcebible aventura con Georg, a punto de recoger nuestro equipaje y salir del antiguo castillo francés donde nos hospedamos por una noche para ir a pasar la próxima velada en una cabaña en medio de la nada», pensó Gustav, convencido de que tal escenario sólo podía suceder en un relato y no en la realidad del día a día.

—¡Uh! —Brincó de pronto Georg, abriendo grandes los ojos y contemplando a su alrededor con una expresión de susto—. ¿Dónde estamos?

—De vuelta en el castillo.

—Maldición… —Se talló el baterista un ojo con el dorso de la mano—. Estaba teniendo el sueño más loco del mundo… De alguna manera yo era una chica. No sé cómo, aunque te diré que tenía un buen par de tetas, ugh, pero eso es harina de otro costal… El caso es que estaba embarazada, y luego Saki se enteraba, y no sé… Perdía al bebé, y había sangre, y… Nada daba la impresión de volver a estar bien. —Georg suspiró—. Se sentía tan real hace treinta segundos, y ahora suena tonto cuando lo repito en voz alta. Pero fue tan… intenso. Me sentí parte de ese mundo y ahora… todo se esfumó. Wow…

—Eso te pasa por comer tanto y mezclarlo con alcohol. Y a todo esto, ¿quién era el padre de tu bebé, o tu sueño incluía también la autofertilización?

Georg frunció el ceño. —No querrías saber…

—¿Qué, era mío?

La expresión de Georg lo dijo todo.

—¡¿En serio?! —Se pausó unos segundos con la vista perdida—. Vale. Entonces esas tetas de las que hablabas debieron de haber sido épicas.

—Lo eran. —Puso Georg las manos al frente de su pecho—. Por lo menos copa C, y estabas loco por ellas.

Gustav asintió. —Seh, suena plausible que yo fuera el padre de tu bebé.

Justo entonces el autobús hizo alto total en la explanada del castillo, y los pasajeros empezaron a ponerse en pie y a recolectar sus pertenencias. La familia de siete con un bebé en camino fue la que más se demoró, y por cortesía, Gustav se ofreció a ayudarles con los más pequeños, quienes iban en distintas fases de sueño y se negaban a cooperar con el traslado.

Una vez dentro del castillo, Gustav comprobó que les quedaban algo así como dos horas por delante antes de que la camioneta que los iba a llevar a la cabaña se presentara, así que se decidió por una rápida ducha y un cambio por ropas que no estuvieran tan húmedas de sudor.

Georg le imitó, y cuando salió del baño, iba maldiciendo todas las áreas que traía quemadas por efecto del sol.

—Nunca más saldré al exterior sin bloqueador —masculló, indeciso si ponerse una camiseta valía la pena o mejor dejaba a su pobre nuca en paz.

—Eso ya lo has dicho antes… y sigues sin aprender de tus errores.

—No estoy para regaños, Gus. Me arde la cara. Y el cráneo. ¿Es siquiera posible quemarme a través del cabello? Porque eso significa que me estoy quedando calvo, carajo… No tengo edad para lidiar con eso todavía. Y sería por demás una tragedia para la humanidad si yo perdiera mi bella cabellera.

En dramatismo, Georg se dejó caer sobre la cama, y Gustav le hizo espacio. Menos mal que para ambos la ducha y beber agua apenas entrar en su habitación habían obrado maravillas en su organismo, y los efectos del vino en su cuerpo habían disminuido hasta ser casi imperceptibles, excepto por una leve modorra, que aunada a la frescura de las paredes y pisos de piedra, los invitó a una siesta corta.

Georg rodó hasta quedar de costado, y con Gustav a escasos centímetros y de espaldas, no tardaron en quedarse dormidos por lo que les pareció apenas cinco minutos, pero que en realidad fueron casi las dos horas que tenían para bajar al vestíbulo con su equipaje.

Los golpes a su puerta acabaron de tajo con su somnolencia, y Pierre segundo fue quien les informó que sería su hijo Denis quien los condujera hasta su cabaña, y también quien pasaría por ellos al día siguiente a recogerlos y dejarlos en la estación de trenes para su regreso a París.

En tiempo récord armaron su maleta y dejaron una propina sustanciosa debajo de la almohada para la mucama a la que le tocara limpiar, y con ánimos renovados a pesar de la leve resaca y las quemaduras de primer grado que portaban en las áreas descubiertas, bajaron a despedirse de Karin y Klaus, a los que encontraron en el área común conversando con otra pareja que también se hospedaba ahí.

—Oh, fue un gusto haberlos conocido, chicos. Más allá de los pósters en la pared del cuarto de mi hija, claro está —bromeó Karin con ambos, y para conmemorar la despedida, los cuatro posaron para una fotografía grupal de la que Klaus pronosticó no se libraría de ser ampliada y puesta en la pared de su casa, cortesía de su hija, con la cual ya habían hablado por teléfono y seguía sin creerles su inconcebible historia.

—Espera a que la vea y entonces habré ganado la apuesta que hicimos. De ahora en adelante, podar el jardín será su tarea por siempre y para siempre hasta el fin de los tiempos.

Además de la fotografía, Gustav y Georg firmaron un papel membretado con el logotipo del castillo y escribieron una dedicatoria corta y alegre en donde soltaban pistas de un ‘soon’ para el próximo disco pero sin revelar más de lo necesario.

La despedida no fue tan triste como esperaban, aunque sí emotiva, y Gustav tuvo que pasar un trago agridulce al tener la repentina epifanía de que esa amistad con Karin y con Klaus que apenas tenía escasas veinticuatro horas había llegado a su final definitivo. Por cuestión de probabilidad, no se volverían a encontrar. Ellos vivían al sur de Alemania, y salvo por la conexión de su hija con la banda, sería una apuesta segura suponer que sus caminos no se volverían a cruzar. Como líneas tangentes que se encontraron sólo en un punto y después prosiguieron su curso.

En lugar del consabido apretón de manos, intercambiaron abrazos, y una vez sentados en la parte trasera de la camioneta que los conduciría a su cabaña, fue Georg quien primero admitió lo mucho que los iba a echar de menos y lo imposible que sería olvidarlos.

—Es extraño, porque todos estos años en la banda y con la fama me han vuelto desconfiado de los desconocidos. Y de haberse tratado de otras personas, en otro lugar, bajo circunstancias diferentes… creo que me habría tomado fatal la noticia de que su hija era nuestra fan. Pero en cambio…

—Seh, te entiendo a la perfección —le apretó Gustav la rodilla—. Las buenas personas siempre permanecen en la memoria.

Fue entonces cuando Denis se subió tras el asiento del conductor y se volteó a la parte trasera de la camioneta para saludarlos.

—Hey. Tengo entendido que van a la cabaña de luna de miel. Me llamo Denis, soy el segundo hijo de Pierre. ¿Y ustedes son el señor Listing y el señor Schäfer, correcto?

—Seh, algo así —dijo Gustav, pasando de sonriente a incómodo—. Él es Georg, y yo Gustav, mejor así, sin tanta formalidad.

—Oh, de acuerdo. Y por cierto, no se corten por mí. En mi familia somos abiertos al respecto. De hecho, normalmente preparamos una pequeña cena en honor a los recién casados, pero en su caso antes queríamos preguntarles al respecto para no incomodarlos.

—¿Por respeto a los otros huéspedes?

—Nah, porque ustedes son, ya saben, famosos y eso. Me encargué de revisar en internet y descubrí que ustedes todavían no son públicos con su relación así que… Y perdonen si mi padre les informó a los demás huéspedes de su matrimonio. Eso fue antes de saber su identidad, pero si les sirve de consuelo, todos ellos prometieron no irse de lengua.

—Vaya, qué amables —murmuró Gustav, gratamente estupefacto por la facilidad con la que se habían escabullido de un problema mayor y complicado de explicar a los medios. Claro, eso sí en verdad los huéspedes cumplían con su promesa, pero luego del día tan agradable que habían pasado en su compañía, se sentía capaz de regalarles esa traza de confianza. Al menos esa mentirita blanca con la que tanto les gustaba tentar su suerte, no iba a volver para morderles el trasero.

El camino a la cabaña se vio salpicado de anécdotas entretenidas y recomendaciones de Denis acerca de cómo poner a trabajar el jacuzzi, dónde podían encontrar los térmicos de la luz, qué iban a encontrar en el armario de blancos, y en general, preguntas y respuestas con respecto a la seguridad y a la recepción de teléfono.

—Hay línea directa con el castillo, así que no se preocupen. Están aislados de la humanidad, pero no tanto como para que sea imposible acceder a ustedes si algún accidente ocurriera, que en verdad dudo que sea así. En los treinta años que tiene la cabaña en uso, sólo una vez fue necesario rescatar a la pareja que se encontraba hospedada ahí.

—¿Qué les pasó? —Preguntó Georg, por alguna extraña y morbosa razón, esperando escuchar un relato de asesinos en serie que se dedican a acechar a los vacacionistas, pero la verdad era más prosaica que eso.

—La mujer estaba embarazada, y su parto se adelantó por dos semanas a causa de, uhm, la nochecita que tuvieron ahí. Al parecer sus posturas sexuales hicieron maravillas para desencadenar el nacimiento, así que fue mi padre quien volvió por ellos a eso de medianoche, y a las cuatro de la mañana nació una linda bebé que si mal no recuerdo se llama Sophié. De eso hace al menos diez años, así que es una apuesta segura decir que ya casi es una jovencita de quien hablamos.

—Increíble… —Dijo Gustav—. Simplemente increíble.

Después de casi una hora de ir por un camino secundario al que accedieron desde la parte trasera de la propiedad del castillo, por fin arribaron a un claro despejado de árboles y en el que en el centro se vislumbraba no una cabaña, sino un chalet de lujo de los que sólo se veían en películas donde los ricos y famosos se evadían del mundanal ruido. No que Gustav y Georg no lo fueran, pero hasta para ellos que se habían hospedado en hoteles de lujo, aquella residencia les hizo abrir la boca y exclamar idénticos “¡Ahhh!” para manifestar su admiración.

Denis se bajó con ellos, y después de darles un paseo por las tres recámaras amuebladas por completo, cocina, sala, comedor, dos baños, porches trasero, delantero, terraza en la planta alta, y la cabina donde se almacenaba la leña y herramientas, pasó a enseñarles el jacuzzi de la planta alta y cómo ponerlo en marcha.

—La reserva incluye otras tres botellas de vino de las que son libres de uso para ustedes —señaló Denis el refrigerador con las dos puertas abiertas y los víveres que Gustav había solicitado para su estancia—. Yo volveré por ustedes mañana al mediodía, y ya nos encargamos de pedir sus boletos de tren, así que no tienen por qué preocuparse de nada.

—Muchas gracias —dijo Gustav, y lo mismo Georg cuando se despidieron de Denis en la entrada.

El vehículo dio media vuelta en el camino de la entrada, y antes de un minuto, el ruido del motor y del rechinar de la grava se perdió en la lejanía, dejando sólo el de la vida silvestre como música de fondo.

—Y… estamos solos —expuso Georg, parado al lado de Gustav bajo el dintel de la puerta principal—. ¿Ahora qué? Y no creas que pasé por alto los pétalos de rosa y la botella de champagne en hielo de la habitación principal, pero ni tú eres tan afortunado. Seducirme te costará más que ese burdo cliché.

—Idiota —le codeó Gustav—. Era para Bianca. Tenía, ejem, planes para esta noche con ella.

—Eso lo deduje a la primera, créeme. Tan alejados de la humanidad y con reservas de alcohol como para una horda de vikingos, vaya planes que tenías, amigo.

—No, uhm, me refería a-…

—¡Mira, Gus! —Lo interrumpió Georg, y un sentimiento de alivio bañó a Gustav desde la coronilla y le bajó por la espalda. En parte quería sincerarse con su amigo y admitir que ese viaje, todo en él, estaba planeado para culminar con una pedida de mano que ahora ya no se iba a realizar, pero la cobardía y el deseo de preservación de su orgullo le pudo más.

«Más tarde se lo contaré, más tarde…», se prometió el baterista, siguiendo a Georg a la cocina y averiguando a qué se debía su repentina emoción.

Revisando unas bolsas que descansaban en la encimera, Georg había dado con la cena de esa noche, o más bien, con los aperitivos que Gustav había especificado en su orden y que incluían una canasta de fresas, una lata de crema batida, y otras delicias similares.

—Oh, pillín —dijo Georg, rompiendo el sello de la crema batida y probando un poco con el dedo índice—. Está deliciosa.

—Ese era el plan…

—He cambiado de parecer. Tenemos que poner el jacuzzi en marcha y comer de esas fresas allá arriba, así que busca una bandeja y súbelo todo mientras yo lleno la tina.

Sin darle oportunidad de replicar, Georg se perdió escaleras arriba, no sin antes sacarse los zapatos con todo y calcetines y dejarlos al pie del primer escalón y sin un doble pensamiento por su porvenir.

—Pf —bufó Gustav, quien alineó los zapatos en un lugar donde no estorbaran y metió los calcetines en su interior para que no se perdieran.

A pesar de su estado anímico no era el óptimo, Gustav acabó por obedecer a Georg, y no perdió tiempo en retirar todas las envolturas innecesarias y cargar todo en una bandeja amplia y eficiente para sus intenciones. Además de las fresas y la crema, Denis también había dejado el resto de sus pedidos, que incluían una charola con distintas frutas cortadas, cerezas en almibar, un pastel chico de chocolate y caramelo, varias latas de una cerveza alemana que le encantaba, cigarrillos, mechero, y por supuesto… aceite para masajes y condones.

Aunque para esos ya no tenía uso, concluyó Gustav, colocando el envase y la pequeña caja con nueve piezas sobre el mostrador y decidido a no venirse abajo por esa tontería. Su ánimo no se iba a ver empañado por nada, y con eso en mente (plus la bandeja con sus bocadillos) subió a la planta alta que se componía de una terraza amplia y espaciosa, sólo opacada por el jacuzzi en el centro y una casetilla cuadrada que seguramente contaba con una regadera, y suponía él por sus dimensiones y locación, era para cambiarse de ropa y no bajar a la planta inferior chorreando el agua de la tina por toda la moqueta. En resumen, la perfecta combinación entre un chalet que parecía ir acorde a las construcciones de hacía tres décadas pero con un segundo piso más moderno y adaptado a las necesidades actuales.

Apenas subir el último escalón y poner un pie en la terraza, Gustav soltó un silbido de arrobo por las vistas del bosque a su alrededor, y la luz que se filtraba al claro en el que se encontraban. El sol ya no estaba tan en lo alto como horas atrás, y no faltaría mucho antes de que se terminara de hundir en el horizonte y aparecieran las primeras estrellas, que a juzgar por lo alejados que se encontraban de la civilización y lo despejado del cielo, relucirían en el firmamento como nunca antes.

Dejando la bandeja sobre una mesa que se encontraba ahí, fue que Gustav vio el resto del mobiliario, que se componía de un par de tumbones para tomar el sol (pasaba de ello, y suponía que por su experiencia de horas atrás, Georg igual), un perchero del cual colgar las toallas extendidas, un brasero que funcionaba con gas, y un equipo de música que se podía conectar a internet.

—Wow —acarició una de las bocinas—, ¿crees que esta preciosura tenga configurados los bajos? Esa es tu área, después de todo.

—Ni idea, tampoco me interesa demasiado. Estoy de vacaciones, no de trabajo —dijo Georg, sentado en las escalinatas del jacuzzi mientras esperaba a que la tina se llenara. Para entonces ya estaba sin camiseta, y el botón de sus jeans lucía desabrochado con desfachatez—. Espero no sea parte de tu plan poner Metallica, eh.

Gustav hizo un puchero. —¿Por qué no? Son la mejor banda que jamás haya existido.

—Bill va a discrepar contigo y a llamarte traidor por dejarnos en segundo lugar.

—¿Quién dijo que el segundo puesto era para nosotros? Tengo una amplia selección de música, toda de calidad, y soy muy selecto con mis favoritos.

Georg le rodó los ojos al cielo. —Ajá. Lo que tú digas. Pon lo que quieras, pero que no sea death metal, o heavy metal o… metal en general. Vinimos a este sitio en el culo del diablo a pasarla bien, no a espantar a todos los animales a un kilómetro de distancia con tu música estridente.

—Vale, vale… —Cedió Gustav. Plantándose frente a la consola de mandos y abriendo spotify. Una vez iniciada sesión y tras asegurarse de que su contraseña no quedara guardada, Gustav inspeccionó un par de listas de reproducción que tuviera  recomendadas. Ya que Bianca algunas veces había escuchado música en su departamento usando su computadora, no se asustó cuando un par de esas listas incluían artistas con los que ni de chiste lo iban a atrapar escuchando.

Para hacer la gracia, le dio play a una canción que meses atrás había sonado en las radios, y que por probabilidad, Georg tenía que reconocer.

En cuanto las bocinas hicieron sonar las primeras notas de la canción, Georg soltó un quejido.

—¡Gusss! Argh…

—¡Qué! —Le chanceó el baterista volteando por encima de su hombro—. ¿No eres fan de la talentosa y popular Taylor Swift?

—No de su música, no de ella —masculló el baterista—. Mucho menos de ella.

—Ow, pero si sus canciones son tan… tan… pegajosas.

—Sí, como un chicle en la suela del zapato, o un trozo de mierda. —Georg torció la boca—. Quítala, Gus. Me retracto, puedes poner Metallica todo lo que quieras y espantar a la fauna que te venga en gana. Prefiero eso que estas canciones bobas de rompimientos.

—Oh, ¿entonces quemo la letra de mis experiencias que he escrito para un single? Porque mi separación con Bianca daría para un éxito por lo menos.

—No me jodas —se rió Georg, quien no supo interpretar si iba en serio o le estaba tomando el pelo—. Ahora te crees Taylor Swift, y ¿quién es Bianca, tu Harry Styles al que le dedicarás tres singles y el próximo álbum? Porque te aviso que tú y ella se dieron un tiempo y sus razones siguen siendo un misterio, en cambio con ese chico de One Direction… Los rumores no son buenos.

Gustav se giró con las manos puestas en la cadera.

—¿Has vuelto a leer de esas revistas de chismes?

—Pf, ya quisieras —resopló el bajista—. Lo leí en internet. Y no porque me interesara, sino porque estaba en todos lados. Era imposible eludirlo. Bueno, quizá también porque lo leí en la sección de comentarios de su último video en Youtube.

—¿De One Direction? —Preguntó Gustav, quien no había tenido ni la menor sospecha hasta ese momento de que a Georg le gustara esa boyband.

—Ajá… Y prohibido juzgarme —alzó Georg el dedo índice al aire—. Su música es pegadiza. Si vamos a criticar artistas pop, que sea  a Taylor Swift a quien pongas verde. Con One Direction no te metas.

—Ok —admitió Gustav se rendición, que en cuestión de música, ellos se respetaban mutuamente sin objeciones. Si Georg decía que One Direction valía la pena, hecho; regresando a Alemania compraría sus discos en iTunes y los escucharía uno por uno en orden cronológico.

Para no liarse más, Gustav terminó por decidirse con una playlist de relax y electrónica a la que Georg le dio ambos pulgares arriba. A tiempo para que la tina se llenara al punto exacto para ellos dos y Georg activara las burbujas y ajustara la temperatura, que a pesar de ser verano, Denis les había prevenido de lo rápido que podía descender el termómetro en esa región apenas se pusiera el sol.

—¿Le echo sales arómaticas? —Preguntó Georg, revisando el contenido de un canasto con toallas que se encontraba en la base del jacuzzi y que como extra venía con varios tipos de sales diferentes según su predilección—. Hay de vainilla, jazmín, rosas, cítricos… También coco y piña. —Alzó el paquete y lo olió—. Nada mal si preguntas mi opinión. Me recuerda a unas vacaciones en la playa que tuve hace unos años. Muy tropical.

—A ver… —Pidió Gustav la bolsa, y apenas aspirarla supo que era la correcta—. Oh, esa tiene que ser. Combinará de maravilla con tu labial de coco.

—En primera —dijo Georg después de sacarle la lengua—, es un brillo labial para climas como éste, gentil para la piel y para las cuarteaduras, y en segunda… ¿A ti qué? Yo habría aceptado hasta las sales de rosas sin rechistar. Y el que las ha elegido eres tú, así que admite cuánto te gusta el coco y declaremos un empate.

—Me gusta, yo no dije lo contrario —afirmó Gustav, rompiendo el sello de las sales y lanzándolas dentro de la tina. Por acción de los chorros y la temperatura, las sales que antes eran transparentes le dieron al agua una tonalidad rojiza que se multiplicó en forma de burbujas.

—Woah, yo habría esperado un amarillo intenso, por la piña, pero pensándolo mejor… qué asco. Me recordaría a la orina —comentó Georg.

—No es que este rojo sea mejor —agregó Gustav—. Da la impresión de que una chica fue apuñalada aquí y sangró hasta morir.

—O por su menstruación —remató Georg en una carcajada, y Gustav le siguió.

—Somos horribles.

—Lo sé, pero no me arrepiento.

—Yo menos.

Descalzándose para quedar en las mismas condiciones que Georg, Gustav dejó sus zapatos lo más alejados posible del jacuzzi para evitar que se le mojaran. Lo siguiente fue la camiseta, e hizo una pequeña pausa cuando llegó a los pantalones.

—¿En verdad nos vamos a meter desnudos a la tina?

Georg le sonrió con cinismo. —Fue tu idea. A menos que seas un… gallina.

—Ya, es que igual no empaqué un traje de baño. Con Bianca planeaba meterme a la tina desnudo, pero… ¿No es raro?

—¿Entre nosotros? Nah. Es lo mismo que en el sauna y también en la piscina, sólo que aquí estamos al aire libre, nos embriagaremos, y no habrá azotes con ramas de abedul, aunque si me lo pides puedo bajar y buscarte algunas de pino. A tu trasero le vendría bien un par de golpecitos, y nadie más indicado que yo para ello, ¿eh?

—Qué detalle el tuyo, pero nah —dijo Gustav—. Y ya que lo planteas así…

Deslizando sus pantalones hacia abajo con todo y ropa interior, Gustav se presentó desnudo como el día de su nacimiento ante Georg, quien ni siquiera pestañeó.

—Ahora tú.

—Vale. —Abandonando su asiento en los escalones, Georg también se desnudó por completo, y a diferencia de Gustav quien dobló sus pendas y las acomodó como se verían en los anaqueles de una tienda de ropa sobre una de las tumbonas, él se limitó a dejarlas en un bulto a sus pies—. Tomemos una ducha antes. No quiero entrar al jacuzzi con la sensación de estar sucio.

—Pero si nos bañamos antes de venir aquí. Hará máximo unas cuatro horas.

—¿Y qué con eso? —Arqueó Georg una ceja, quien para variar, se estaba comportando más obsesivo con la limpieza de lo que Gustav lo había hecho jamás—. Compláceme, ¿sí? Llámalo mi manía personal.

—Ok. Tú mandas.

Dirigiéndose a la caseta, se llevaron una muy grata sorpresa cuando al abrir la puerta descubrieron un cuarto de tres por tres que contaba con tres regaderas y separaciones, además de casilleros y otro armario de blancos con más toallas de las que eligieron un par para después. Su ducha fue breve, apenas de un par de minutos en los que se afanaron en enjuagarse cualquier posible rastro de sudor y restos de desodorante. Terminaron al mismo tiempo, y en vista de que Georg no se molestó en secarse, Gustav lo imitó.

De regreso a la terraza, los dos contemplaron el jacuzzi, que para entonces había pasado de tener el agua rojiza a un rosa pálido que se perdía en el mar de burbujas que cubrían toda la superficie.

—Oh, espera. Casi lo olvido —murmuró Georg, rebuscando en la canasta de antes hasta dar con un paquete de diez velas, que en cuestión de tres minutos y con la ayuda de Gustav, instaló por todo el borde de la tina y encendió con el mechero que éste había traído de la planta baja.

El resultado final no se podía definir más que con el adjetivo de romántico, aunque Gustav también le agregó por su cuenta el de relajante una vez que subió los peldaños y metió el pie derecho en el agua. Caliente. Casi al punto en que la disfrutaba en invierno, y por lo tanto agradable, aunque presentía que si no se iba con cuidado, acabaría sofocado y hervido como camarón.

Pasando a sentarse en uno de los pliegues de la tina, Gustav comprobó que el nivel del agua era suficiente para cubrirle por encima de los hombros, y el mismo caso aplicó para Georg cuando se sentó justo frente a él. En el centro, sus piernas se encontraron al extenderlas, y por acuerdo tácito fue que se acomodaron en líneas paralelas para no estorbarse.

—Pensé que esto no me iba a gustar, pero sé admitir de mis errores —murmuró Gustav, apoyando la espalda en el liso respaldo y estirándose lo más posible.

—Lo sé —gimió Georg con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás—. Justo en la nuca tengo un chorro a presión que me está masajeando y es orgásmico.

—Tus ruidos son orgásmicos. Shhh o te escucharán hasta Magdeburg.

—No me importa, que se enteren hasta en la Luna —murmuró Georg—. Estoy en la gloria. Podría morirme en este jacuzzi y nada me mortificaría. Es como si se tratara de magia.

—Oh sí… sí, sí, ¡sí! ¡Increíble!

—¿Gus?

—Esos chorros de agua son estupendos —dijo Gustav, quien se había movido hasta que uno le diera directo en la mitad de la espalda.

—Tal vez debería acomodarme para que me masajeen el trasero.

—O las bolas.

—O el-…

Gustav soltó una carcajada. —No olvides que sigo aquí, y que el agua debe mantenerse libre de… fluidos corporales.

—Pfff. Como si no hubieras planeado tirarte a Bianca aquí dentro. Poco te habrían importado esos ‘fluidos corporales’ que mencionas. A otro perro con ese hueso —le chanceó Georg a Gustav, levantando las manos por encima de la espuma para enfatizar las comillas que hizo con los dedos índice—. Y por si te interesa, no es nada divertido hacerlo en el agua.

—¿En serio? Porque en la ducha no es nada mal. Al menos desde mi experiencia. No de mis lugares favoritos, pero sí en el top diez.

Au contraire, mon ami —chapurreó Georg en un francés gutural—, porque deja te digo que el anal en el agua es terrible. El lubricante desaparece, y ni la vaselina aguanta la potencia de la regadera. Así que conclusión: Acabas con eso en carne viva y lamentando el día en te lo montaste con agua de por medio.

—¿Eso? ¿A qué eso en concreto te refieres? —Preguntó Gustav mordiéndose la lengua para no reír. Georg podía llegar a ser un sentido de campeonato si se sentía ridiculizado, y el baterista quería conocer el final de esa historia a como diera lugar.

—Oh, ya sabes —volteó Georg el rostro a un lado y hacia arriba, la vista perdida en la lejanía—. El culo, el pene. Tú elige.

—¿Y tú qué elegiste que tan mal te fue como para no repetir?

Georg bufó, pero un amago de sonrisa se aposentó en sus labios. —¿En verdad quieres saber?

—No me hagas decirlo. Mi hombría se iría al carajo.

—Ambos —admitió Georg—, y tu hombría hace años que se fue al carajo, ¿recuerdas?

Gustav carraspeó, mortificado por la alusión a su único y muy bestial encuentro que el alcohol les había propiciado, pero Georg no le tuvo compasión.

—Porque por mucho que lo niegues, el hecho no es sólo que te corriste en mi boca, sino también en el mismo cabello del que me sujetabas para que no te dejara a medias.

Gustav suspiró, resignado a desde hacía mucho tiempo atrás ya habían cruzado ciertas barreras entre ambos, y fingir bochornos no iba con su estilo.

—Qué puedo decir… No me diste otra opción con esa boca de aspiradora que te cargas. Y deja te digo, Georg, que podrías darle clases a un par de exnovias que tuve, porque ninguna la chupaba igual de bien como tú. Se te quedaban cortas y por mucho.

—¿Bianca incluida?

Gustav rió para sí. —Mmm… —Pausa, y luego un asentimiento—. Sí, Bianca incluida.

—Pues bravo por mí. Eso merece al menos un brindis.

Saliendo un poco del agua, Georg se agachó por el borde de la tina y sirvió una copa para él y otra para Gustav del champagne que éste había preparado con bastante antelación para lo que él había considerado sería su gran noche con Bianca, y que en cambio se había desecho igual que las burbujas que rompían la superficie del ambarino líquido en su copa. Sin deseos de sumirse en una melancolía que a nada conducía, Gustav apuró su trago y acabó con él sin miramientos. Luego le tendió la copa a Georg, quien se la rellenó hasta el borde.

—Ni creas que voy a competir contigo —dijo el bajista, bebiendo con más mesura que su rubio amigo—. Sería un suicidio de mi parte, que apenas me estoy reponiendo de las copas de vino de hace rato.

—Es curioso, porque se siente como si de eso hubieran pasado ya varios días, y en realidad fue hace menos de doce horas que estábamos en la cata y conviviendo con el resto de los huéspedes.

—Sí. Y en veinticuatro horas estaremos pisando París y de ahí nuestra última cena y noche en el Splendid, porque a la mañana siguiente abordaremos el avión que nos lleve de vuelta a Alemania. ¿Qué con eso?

—Este viaje se ha sentido larguísimo… —Murmuró Gustav, vaciando otra vez su copa y pidiendo más.

—Ve despacio con esto, Gus. Te puede pegar duro si te descuidas, y no podría sacarte del agua ni aunque tu vida dependiera de ello.

—¿A mí? Bah. Una vez bebí tequila y vodka juntos, y aun así fui capaz de hacer una pirueta hacia atrás y sin hacer el ridículo.

—Claro, yo estaba ahí, pero te aclaro que te golpeaste el trasero y casi te hiciste una brecha en la base del cráneo, ¿te suena? —Igual le sirvió, pero después hurgó justo en la llaga que Gustav quería curar a base de alcohol—. ¿Es por Bianca?

—¿Podemos sólo… no sé, olvidar las formalidades y asumir que siempre es Bianca? Siempre —enfatizó Gustav, sacando ambos brazos fuera del agua y apoyándose en el borde—. Y lo siento, de verdad que intento no convertirlo todo en un tema donde Bianca sea el eje central sobre el cual giro, pero… no puedo. Sólo no tengo la fuerza de voluntad.

—Hey, ¿y yo cuándo te lo reproché? —Inquirió Georg con las cejas fruncidas y gesto compungido—. Si eso es lo que te ayuda, hazlo. No me tomes en consideración. Habla de Bianca cuanto quieras, hasta que su nombre te dé náuseas y te asquee, hasta que la saques de tu sistema, y puede ser de la manera que quieras. A veces a los exes hay que eructarlos, vomitarlos y cagarlos para que por fin nos dejen en paz. No todo el amor y odio que contenemos por ellos sale en forma de lágrimas.

—Ew, pero… tienes razón.  

Gustav tamborileó los dedos de la mano que no sostenía la copa. Diez golpeteos rítmicos antes de que se decidiera a lanzarse en el todo por el todo.

—La verdad es que… la razón por la cual me está afectando tanto este viaje no es por Bianca, o mejor dicho, es por algo que la incluye pero de lo que ella no sabía que era parte. Y me está destrozando por dentro, en serio. No me deja de dar vueltas en la cabeza.

—Dilo y libérate —habló Georg, y como consejo valió más que ningún otro que Gustav hubiera recibido jamás en la vida. Como un dique al que la presión erosionó y agrietó, un torrente de palabras emanaron de sus labios a borbotones y en desorden.

—Nos íbamos a casar. Es decir, no ahora, Bianca no lo sabía, iba a ser una sorpresa para este viaje. Demonios, ni siquiera llegué a pedírselo, pero estaba tan seguro que éramos el uno para el otro. Al menos para mí sí lo era, joder. Es como en esa película que vi hace tiempo, me hizo reír por lo burdo de su definición, y era algo de creer que el sol sale del trasero de quien amas, y suena terrible y todo, pero así era con Bianca. La amaba, Georg… Con sus defectos y sus virtudes. Quería casarme con ella. El sol brillaba de su trasero, e interprétalo como quieras, pero ella lo era todo para mí, así que compré un anillo, y lo planeé todo minuciosamente desde varios meses atrás. Todo este viaje… Tenía que culminar conmigo en una rodilla y poniendo el anillo que mandé forjarle a la medida y a sus gustos en su dedo anular, no… así… —Clarificó con un gesto de su mano para abarcarlos a ellos dos en tiempo presente—. Íbamos a ser ella y yo en una escapada romántica, no tú y yo en el jacuzzi mientras me soportabas lloriquear porque mi chica me terminó días antes. —Gustav suspiró—. Esto no es para nada lo que tenía en mente cuando hice las reservaciones.

—Vamos, Gus —abandonó Georg su lugar y pasó a sentarse al lado de Gustav. Bajo el agua, sus muslos se encontraron, pero ninguno de los dos se retrajo—. A riesgo de sonar cliché, pero es ella quien se lo pierde, colega, porque tú eres un partidazo del que cualquier persona se enamoraría hasta el tuétano.

—No jodas…

—Hablo en serio. ¿Quién no querría casarse contigo? Eres inteligente, limpio, ordenado, hueles maravillosamente bien aunque no te hayas duchado por días, talentoso con la música, rico, con un buen fideicomiso, una madre que haría de excelente suegra… ¿Quieres que continúe o tu ego necesita un poco más de brillo?

—Oh, tú sigue, baby —se resignó Gustav a que eso era lo que necesitaba para reponerse.

—Mmm, ok. Sabes cocinar, te graduaste con un buen puesto del Gymnasium a pesar de que por ese entonces estábamos de gira.

—Eso no es mi mérito, sino de papá, que me amenazó con matarme si no termina la escuela por culpa de la banda —acotó Gustav ese logro que no era del todo suyo.

—Vale, pero igual lo hiciste, y eso es gracias al cerebro que te tocó y que vale lo suyo. Y no olvides que eres responsable, organizado en tu vida, sabes cuándo guardar silencio y cuando hablar en voz alta, das buenos masajes, sabes bordar, aunque eso último es un talento que hasta el día de hoy me deja anonadado.

—Ay, Georg…

—Tienes buen gusto para películas, así que siempre acudo a ti para elegir qué ver en Netflix.

—Eso explica todos los mensajes que me envías de madrugada preguntando qué películas y series he visto últimamente.

—Seh… Y por eso y más es que eres mi mejor amigo en todo el mundo. Estoy seguro y hasta lo juro —se apoyó Georg la mano derecha sobre el pecho— que también fuiste el mejor novio del mundo para Bianca, así que no permitas que este pequeño traspiés te lo arruine todo. Todavía hay esperanza, porque el lunes que regreses ella te verá en tu departamento y puede que tu deseo de pedirle matrimonio se conceda, aunque no de la manera en que lo planeaste.

—No me hagas tener falsas ilusiones.

—No, eso no —sopló Georg una pila de espuma que se iba acercando a su barbilla—, pero por una vez confía en alguien que no seas tú y déjate llevar.

—¿Llevar a dónde?

—A donde sea, Gus. Es metafórico, caray —le pinchó Georg en la cadera, y eso ocasionó que Gustav lo salpicara. Sólo eso bastó para que los dos se enfrascaran en una pelea que estaría más apropiada en una alberca que en el jacuzzi, y que de pasó acabó con ocho de las diez velas que rodeaban la tina.

Al final, cortos de aliento por el esfuerzo y chorreando de espuma, los dos llegaron a una tragua que se firmó en el aire con más champagne, y luego vino… Ríos de vino que después, vendría a ser el detonante de lo que ocurrió más tarde.

Y como sólo una vez antes en la vida, su amistad se vería puesta a prueba.

 

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Notas finales:

Este capítulo tiene varias referencias medio oscuras:
¿El sueño de Georg donde está embarazado y Gustav es el padre? Un fic mío llamado "Rosa pastel" GxG, que pueden leer aquí: http://archiveofourown.org/works/3560231
¿Lo de cagar a alguien para olvidarlo? Una película alemana llamada Keiner liebt mich en que la prota se come una sopa que tiene los restos de la foto de su ex para 'cagarlo y olvidarlo'.
¿La frase de 'el sol sale de su trasero'? Otra película, llamada Juno y donde el padre de la actriz principal le dice que esa es su definición del amor.

Nuevamente, si se me fue algún dedazo no duden en señalármelo y lo corregiré :)


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