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Pero siempre tendremos París por Marbius

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19.- París siempre los tuvo a ellos.

 

Agosto se fue sin que Gustav se topara con Georg ni una sola vez.

De pronto era como si el bajista tuviera mil y un compromisos previos y una vida social por demás envidiable con amigos que de casualidad no eran conocidos de Gustav y a quienes no podía fallarles. Contestaba su teléfono, eso sí, máximo una de cada tres veces en que le llamaba, y los mensajes que le enviaba recibían contestación antes del lapso de veinticuatro horas, así que técnicamente no podía acusarlo de estar evitándolo como a la peste negra, pero ese comportamiento evasivo suyo no era normal y Gustav extrañaba su compañía.

Septiembre transcurrió de una manera similar, y por mucha antelación que Gustav puso en avisar a Georg que prepararía una cena en su departamento para celebrar su cumpleaños número veintiséis, el bajista se excusó bajo el pretexto de estar fuera de la ciudad por motivos familiares y a Gustav no le quedó de otra más que aceptar su cortés negativa a asistir. En la fecha recibió un mensaje de felicitación repleto de buenos deseos por parte de su amigo, pero su evasiva sólo contribuyó a hacer de su velada una noche de melancolía y sonrisas forzadas que lo dejaron agotado.

Una o dos veces durante ese periodo se inmiscuyó Bianca en el tema, sobre todo curiosa y también preocupada sobre qué se cocía entre ellos dos, pero Gustav se retrajo dentro de su caparazón y le aseguró que no era nada grave, o al menos así era como se engañaba cuando invitaba a Georg a salir y beber unas cervezas, y el bajista se sacaba de la manga las excusas más inverosímiles.

“Estaré ocupado pintando la casa de un amigo que no conoces.”

“Ese día no puedo, tengo clases de pintura al óleo y no puedo faltar.”

“Iré al doctor, es por un hongo en una uña del pie, no puedo cancelar. Quizá en otra ocasión.”

Y una larga lista de pretextos variopintos que creció a la par de la mortificación que Gustav sentía por ver que su amistad con Georg se estaba yendo por el desagüe sin que él encontrara una manera de remediarlo.

Su salvación fue el disco, que a la vuelta de la esquina, los forzó a reunirse para la promoción previa a su salida, y que contribuyó a forzadas horas de trabajo juntos en las que a Georg no le quedó de otra más que resignarse a convivir codo a codo con Gustav.

La normalidad, o al menos una copia bastante buena de ella se instauró entre Gustav y Georg, pero como era de esperarse de un falso duplicado que carecía de calidad, despertó sospechosas entre los gemelos. Tom en especial, quien más perceptivo que Bill a su entorno, primero se reunió con Georg y después con Gustav para entre todos buscar una solución.

—Georg me contó todo lo que ocurrió en Francia —comentó con Gustav una fría mañana de octubre en la que los dos habían salido a fumar afuera del estudio antes de que la camioneta que los llevara a su destino arribara—. Bueno, no todo del todo. Se guardó algunos detalles escabrosos para sí, gracias a Dios, pero…

—¿Y te dijo al menos por qué me evita?

—Te está dando espacio. Supongo que es su manera de poner de su parte para cambiar de página y seguir adelante. Admirable, también estúpido.

Gustav le dio una calada a su cigarrillo. —Sería más fácil para los dos si me lo dijera a la cara.

—Nah —desdeñó Tom la posibilidad—. Georg la está pasando lo suficientemente mal como para además echarle sal a la herida. Si ésta es su manera de sanar, que así sea.

—No da esa impresión. ¿Cuántas parejas no ha tenido desde julio? ¿Cuatro? ¿Cinco?

—Siete, eso si cuentas el trío de anoche, que según lo que se enteró Bill, estuvo de lo más divertido... Uhm, pero tal vez no debería ser yo quien te lo haga saber. Mi punto es —tiró Tom la colilla al suelo y la remató con el talón de sus zapatos—, que deberías aceptar que al menos por un par de meses lo tuyo con Georg será incómodo a morir y te hará cuestionar varios aspectos de su amistad, pero saldrán adelante.

—¿Estás seguro?

—No. ¿Por qué gurú me tomas? Por supuesto que no —dijo el mayor de los gemelos—, pero es mi apuesta más segura. Bill tiene la loca fantasía de que dejarás a Bianca en el altar y que tú y Georg se declararán su amor mutuo frente a la concurrencia, y que después adoptarán tres bebés, un perro, un gato y celebrarán su boda en París frente al Louvre porque la torre Eiffel está muy trillada, pero… La vida no es así, ¿eh? Porque amas a Bianca, ella te corresponde, y Georg renunció a ti hace más tiempo del que podrías haber imaginado.

—En verdad lo sabes todo…

Tom asintió. —Algo así, después de todo Georg y yo siempre hemos sido como hermanos, y es por ello que te sugiero no presionarlo. Él sólo quiere volver a lo de antes, y tú deberías de comprenderlo.

—Eso intento, pero Georg ha levantado una muralla entre los dos. Es como si cada vez que me intentara acercar a él, Georg pusiera una línea más de ladrillos y cemento extra fuerte.

—Tendrás que darle espacio. Y tiempo. Piensa en él como un gato arisco, que mientras tenga la sensación de que deseas emboscarlo, se mantendrá lejos del alcance de tu mano. Prueba a darle el control de ser él quien dé el primer paso.

—¿Y si no lo hace nunca?

Tom se encogió de hombros. —Ni idea, pero prueba. Nada pierdes con intentarlo, ¿correcto?

—Uhm, supongo…

Tom le puso la mano sobre el brazo y apretó. Después entró al edificio y lo dejó ahí con el cigarrillo pendiendo entre sus dedos, intacto salvo por dos caladas y con una punta de ceniza de más de una pulgada.

Le tocaba hacer acopio de paciencia y esperar.

 

—Hey.

—Hey…

Empezó con saludos cortos, miradas furtivas y rutas largas para coincidir frente a la cafetera, bajo los marcos de las puertas y como por casualidad en la misma fila de asientos en la camioneta que los conducía a todos lados. Tal como Tom lo predijo, fue Georg quien rompió sus cadenas autoimpuestas y se acercó a Gustav por voluntad propia una vez que encontró las fuerzas para ello y el valor.

A su vez, Gustav lo acogió con cautela, listo para contener su iniciativa, pero no su deseo de ser recíproco. No volvió a llamarlo por teléfono hasta que Georg lo hizo primero; no se atrevió a tocarlo hasta que Georg no puso primero su mano sobre su brazo; no hizo amagos de invitarlo a ninguna parte hasta que Georg sugirió salir juntos a tomar un par de cervezas como premio por un largo día de trabajo, y sólo entonces Gustav vio cumplido su anhelo de recuperar al mismo Georg que reconocía como propio.

—Así que boda en diciembre, ¿eh? —Sacó Georg a colación el tema más peliagudo de los que contaban en su repertorio—. Mil felicitaciones, Gus. Sabría que serías el primero en dar el sí de entre todos nosotros, pero no imaginé que ese día llegaría tan pronto.

—Gracias —respondió éste, y aceptó el entrechocar de sus botellas como indicio de buenos deseos de su parte—. ¿Vendrás?

—Sólo si estoy invitado…

—¡Claro que sí! —Afirmó Gustav vehemente—. No sería un día especial para mí si no estuvieras ahí para compartirlo conmigo.

—Entonces… —Jugueteó Georg con su dedo índice sobre la boquilla de la botella. Un gesto triste, que se transformó en otro imposible de descifrar pero que Georg hizo pasar por alegría—. Ahí estaré.

Y en efecto, ahí estuvo cuando el gran día llegó; tarde, y después se retiró temprano con su pareja, pero estuvo presente.

 

Justo cuando creía haber dado por superado el verano, Gustav se topó con que la curiosidad de Bianca había podido más que su prudencia, y que aprovechando que la banda viajaba en grande con novias y mascotas por la parte inicial del FIA Tour, se las arregló para preguntarle a Georg acerca de la misteriosa chica con la que Gustav se había acostado durante su rompimiento y estancia en Francia.

Georg tuvo un breve segundo de desconcierto, seguido de pánico, que se vio sustituido por nerviosismo.

De esto tuvo conocimiento Gustav un par de días después cuando Georg por fin reunió la fuerza de ánimo para ponerle sobre aviso que Bianca seguía con esa espinita clavada en el corazón.

—¿Así que le dijiste que le habías sido infiel? —Preguntó con cautela Georg, a casi tres cuartos de año después de ese viaje.

—No me quedó de otra. Bianca es bastante observadora, y tú… uhm, me dejaste marcas en el cuello.

—Pero… —La cuestión de por qué había ocultado tanto su sexo como su verdadera identidad fue evidente, pero de cualquier modo Georg quería saber, y Gustav lo complació.

—Es que no tenía sentido dar más explicaciones. Era más fácil inventar una figura desconocida de la que no podría sentirse amenazada después, porque si le contaba la verdad… Bueno, ten por seguro que no habrías sido invitado a la boda. Y ni hablar de que te hubieras escapado de una confrontación directa.

—Menos mal entonces que mentiste a tiempo.

—Ajá… —A punto de retirarse, Gustav retuvo a Georg—. ¿Sabes? Sospechaba que Bianca todavía tenía rencores al respecto, algo en su mirada cuando de repente la atrapaba observándome, pero nunca lo admitió conmigo. Y que haya ido contigo al final es… irónico.

—Quizá…

Dando por terminada la charla, Georg se retiró, y atrás quedó Gustav con la extraña percepción de que era él y no Georg quien se había estancado en el pasado.

 

Entre periodos del FIA Tour, primero por Europa y después en USA, América Latina y por último Rusia, Georg se las arregló para presentarles dos novias serias, un novio informal, y presenciar al menos una docena de aventuras de una noche de las que se separaba a la mañana siguiente sin ningún remordimiento después de ofrecerles una taza de café y una nalgada como recuerdo en la puerta. Nada fuera de lo común, sus romances desechables no les despeinaban ni un pelo desde que vivían en el viejo departamento de Hamburg antes de que saliera a la venta su primer disco de estudio, y ciertamente no lo iban a hacer ahora, pero… Gustav ya no estaba tan seguro de que el mismo caso aplicara para él.

Con obsesivo control llevó estadísticas de todos esos amantes de paso (al menos de aquellos cuya existencia llegaba a sus oídos), y en especial con las parejas del mismo sexo, llegó a la indiscutible conclusión de que el cuerpo macizo y el cabello rubio no eran simple casualidad en las preferencias de Georg. Puntos extras por todos aquellos hombres que desfilaron por su cama y llevaban gafas de marco grueso, similares al par que Gustav utilizaba para leer el periódico en las mañanas.

Durante la cuarta etapa del FIA Tour y sin más compañía que ellos cuatro y el equipo de técnico de sonido, luces y escenario, fue cuando Gustav más se resintió de la técnica con la que Georg sobrellevaba su amor no correspondido, y de ello habló con Tom tarde en la noche una velada en la que se habían retirado temprano a dormir después de un concierto y le dio rienda suelta a su mente agitada y a una botella de vodka cortesía del minibar del hotel.

—¿Qué carajos pretende con eso? Porque si espera conseguir algo de mí… Pfff, está muy equivocado —gruñó arrastrando las palabras y sirviéndose un nuevo trago de vodka.

Observando el guiñapo en que se había convertido Gustav con la botella a medias y tendido a los pies de la cama sobre la alfombra y la espalda encorvada, Tom no se guardó de opiniones y le dijo bien claro lo que discurría por su mente.

—Hace más de un año de eso y te aferras como un loco a un carbón ardiente. Eres patético, Gustav —rezongó el mayor de los gemelos—. Georg ha seguido adelante con su vida, y en cambio tú… Hasta da la impresión que de los dos eres tú quien está enamorado hasta la médula y no logra superarlo.

—Tsk, no soy yo quien ronda por los bares de cada ciudad que visitamos buscando clones imperfectos de mi persona. Oh no, ese es Georg.

—¿Y qué con eso? Lo hace desde siempre. Tal vez ese sea su tipo y tú sólo una más de sus conquistas, ¿te has parado a pensar en eso?

Gustav golpeó con el puño el suelo, y la botella de la que bebía se ladeó a un costado derramando su contenido sobre la alfombra.

—Joder, Gus —abandonó Tom su sitio en una silla y se apresuró a poner la botella en posición vertical—. Basta ya de beber. Tienes que irte a la cama o mañana no podrás moverte por la resaca.

A base de maña y forcejeo, Tom logró recostar a Gustav sobre el colchón, y por precaución lo giró de costado por si acaso se vomitaba encima. Hesitó si dejarlo solo o no, pero el baterista tomó esa decisión por él al pedirle que se quedara.

Deslizándose bajo las frías mantas, Tom encendió el televisor a la espera de encontrar algún canal en inglés y así pasar el rato mientras el sueño se apoderaba de él, pero en su lugar se sorprendió cuando al cabo de varios minutos en silencio a excepción de un viejo capítulo de Friends en ruso, Gustav admitió para ambos su más grande terror.

—Amo a Georg.

—¿Uh?

—Que amo a Georg. Creo que sí…

Tom suspiró y se volteó hacia Gustav, quien tenía los ojos vidriosos y se abrazaba a una almohada.

—Gus, en serio… Esto ha llegado demasiado lejos. Uno no cree amar a otra persona, sólo lo amas y ya está, sin más. Y además, tú ya tienes a Bianca, te has casado con ella, por Dios santo. No puedes amar a Georg, y eso es final.

—No dejo de darle vueltas a lo que pasó en esos cinco días que estuvimos en Francia. Cada momento me atormenta apenas cierro los ojos, y me está volviendo loco. Georg me vuelve loco, me… me afecta de maneras que no logro descifrar. Ese último día en la terminal, Georg se llevó algo de mí consigo, y no he logrado recuperarlo desde entonces. No hubo un cierre, no hubo nada. Ni un beso, o un abrazo. Georg se dio media vuelta y se fue en ese taxi, y la tranquilidad con la que declaró amarme desde hace más de diez años y no hacer nada al respecto es lo que me tiene así. ¿Cómo puede vivir de ese modo?

—No lo sé, Gus, en serio que no lo sé… Pero es Georg de quien hablamos, y debemos respetar su manera de actuar por mucho que nos resulte aberrante.

—Seguido contemplo la posibilidad de abandonar a Bianca —confesó Gustav a media voz—, pero una parte de mí sabe que sería una soberana tontería. Le rompería el corazón, me lo rompería a mí en el proceso, ¿y para qué? ¡Para nada! Porque Georg me mendaría de regreso con ella si me planto en su puerta y lo confronto al respecto.

—Porque Georg sabe perfectamente bien que tú y Bianca están hechos el uno para el otro. Y supongo… que te ama tanto como para impedirte cometer un error tan grande. No puedes culparlo por querer lo mejor para ti incluso a costa suya.

—Ni yo sé qué es lo mejor para mí —masculló Gustav pegando el rostro a la almohada y hundiéndolo hasta que respirar se tornó difícil—. No es justo que él decida por mí. Es mi vida.

—Es tu vida, vale —le concedió Tom—, pero, ¿y luego qué?

Gustav suspiró. —No sé… En un mundo ideal, lograríamos encontrar un cierre que nos diera paz a los dos.

—París en diez años —dijo Tom, y esas cuatro palabras tuvieron el efecto de devolverle a Gustav la sobriedad de sopetón.

—¿Qué has dicho?

Tom hizo una mueca, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.

—¿También te contó Georg eso?

El mayor de los gemelos asintió una vez, y fue como si un resorte dentro de Gustav se accionara. Una reacción en cadena de palancas, poleas y engranajes que se pusieron en marcha a un ritmo demencial. Como impulsado con una fuerza sobrenatural, Gustav saltó fuera de la cama, y en el proceso casi se fue de bruces al suelo por culpa de las sábanas y el alcohol que le adormecía el equilibrio. Por fortuna para él, Tom lo haló a tiempo y le evitó besar el piso, pero no por ello cejó en su empeño.

—Tengo que hablar con Georg, caray —repitió hasta el cansancio, y fue así como después de media hora de mucho resistirse, Tom salió en búsqueda del bajista.

Si Georg consideraba o no que la repentina urgencia de Gustav por hablar con él era simple borrachera o requería de tratamiento psiquiátrico, se lo guardó bien para sí. A señas le indicó a Tom que los dejara a solas, y éste obedeció tras dedicarles una última mirada de preocupación y temor, porque de esa charla dependía no sólo su amistad, sino también el porvenir de la banda.

—Te amo —susurró Gustav apenas estuvieron a solas y sentados lado a lado a los pies de la cama—. Estoy listo para ser honesto al respecto, y eso es lo que siento por ti. No como hombre a hombre o en el sentido de enamorados, sino como de una persona a otra.

—Gus…

—Espera, hay más —aspiró aire Gustav y se preparó para abrirse de canal y extraer cualquier dolor que lo estuviera atormentando—. Y es que cuando digo que te amo, lo digo en el sentido literal de la frase, pero en la práctica…

—No vas a dejar a Bianca ni a lanzar tu matrimonio por la borda. Lo sé —adivinó Georg lo que discurría en la cabeza de Gustav—, y estoy bien con eso.

—¿Cómo puedes estarlo? Si yo fuera tú…

Georg le puso la mano en la rodilla, y Gustav se la cubrió con una de las suyas.

—No mentía cuando dije que te tenía superado. Y me has dado más de lo que creía posible obtener jamás en esta vida. Me basta con eso.

—Quiero darte más que eso —murmuró Gustav, drenado de fuerzas y anhelando congelar el tiempo en ese instante donde por fin se sinceraban y le ponían los puntos finales a la historia para dos de la que Georg tenía el inicio y Gustav la parte media, pero al menos el cierre sería de ambos.

—¿París en diez años? —Acertó Georg, seguro porque Tom no había escatimado en detalles, pero a Gustav no le importó en lo más mínimo.

—Es lo que de entre todo me parece lo más correcto. Ciclos de diez años. París porque… mierda, porque París es nuestro. Sin importar qué, siempre tendremos París.

—Lo haces sonar más romántico de lo que en realidad es.

Gustav apretó su mano, y el gesto lo imitó Georg contra su rodilla.

—Pues lo siento, pero es lo que se siente correcto.s  Sólo así podré volver a dormir cada noche en paz.

—Dormirás mejor si dejas el vodka a un lado —señaló Georg lo obvio, e igual que Tom antes, hizo que Gustav se acomodara con la cabeza en la almohada.

—Sólo espera y verás… en diez años.

—Nueve, Gus —dijo Georg, subiéndole las mantas hasta el mentón—. En nueve años.

—¿Ves? Tú también llevas cuenta.

—Duérmete ya —murmuró el bajista, y en un impulso, se inclinó sobre Gustav y con su boca le rozó la comisura de los labios—. Descansa, Gus.

La respuesta del baterista se perdió en las brumas del sueño.

 

Climb on board

We'll go slow and high tempo

Light and dark

Hold me hard and mellow

(…)

In the place that feels the tears

The place to lose your fears

Yeah, reckless behavior

A place that is so pure, so dirty and raw.

 

Fuera el destino del que tanto renegaba o simple azar, lo cierto fue que a partir de aquel verano, la vida de Gustav y Georg se midió en décadas, en una cita ineludible, en un solsticio retrasado, en una suite que cambió de decoración pero jamás de vista privilegiada a la torre Eiffel. Un viaje cuya asistencia era inexcusable, y al que parejas y familia tuvieron que convivir con resignación hasta el final de sus días. Un punto de encuentro en pleno corazón de la ciudad luz, y en ello, la promesa sobre la que rigieron su existencia: Contigo o sin ti, pero siempre tendremos París.

Y destino o azar, París siempre los tuvo a ellos.

 

Be in the bed all day, bed all day, bed all day

Fucking in, fighting on

It's our paradise and it's our war zone.

 

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Notas finales:

Y porque da la impresión de que no sé vivir sin mezclar fandoms, esos fragmentos finales son de Pillowtalk de Zayn, canción que escuché a morir a finales de enero y que me pareció que iba a tono con el final de este fic. Luego de 19 actualizaciones casi diarias permítanme una pequeña reverencia para quienes han leído hasta el final, quiero creer, porque les gustó esta historia y el GxG las cautivó aunque sea una milésima parte de lo que a mí. Sin más, graxie por acompañarme hasta aquí, en este punto final.
Besucos & Bosnoches~!


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