Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Pero siempre tendremos París por Marbius

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

8.- Los mejores amigos.

 

Después de dormir las horas que su cuerpo le pedía sí o sí, Gustav despertó temprano y con los primeros rayos del sol en un sábado, que por locación y compañía, rompía todos los preceptos antes establecidos en su rutina cotidiana. Hasta ese punto en su existencia, los sábados para él venían a representar la compañía de Bianca, quien se encontraba terminando una maestría, y de lunes a viernes apenas si la veía un par de horas después de sus clases. El domingo era cuando más duro se dedicaba a sus trabajos y tareas, pero por acuerdo mutuo y más que nada por el bien de su relación, era que habían decidido hacer de los sábados en la mañana su tiempo compartido, sin importar cuán ocupado estuviera su itinerario, por lo que así era como seguido Gustav se iba a la cama los viernes solo y con la única compañía de su mano derecha y el televisor encendido en volumen mínimo, programado con temporizador para apagarse media hora después, y despertaba los sábados con Bianca dormida abrazándolo por la espalda o roncando en su pecho.

Hacía apenas una semana que Bianca había hecho lo mismo, su rutina desde que se conocían y la que más valor tenía para Gustav, y en cambio ahora… Gustav acarició la cabeza de Georg, quien en sueños se había ido apoderando de su espacio hasta usarlo como almohada y pasarle una pierna por entre las suyas. No era lo que se podía decir un cambio radical en sus componentes bases, aunque sí, la diferencia entre Bianca y Georg era abismal, y a Gustav le dio un sentimiento entre la alegría y más de la tristeza que cargaba de sobra.

—Georg… —Gustav le rascó a su amigo la cabeza—. Georgie…

—Mmm…

—Anda, Georg…

El bajista roncó desde lo más hondo de su garganta y lo abrazó con más fuerza con el brazo y la pierna con las que lo sujetaba en su sitio.

—¿Es esa tu erección matutina? —Inquirió Gustav cuando un bulto altamente sospechoso se le refregó contra la parte alta del muslo.

—Sí, ¿y qué? Tú también tienes una.

Sin molestarse en falsos pudores, Georg bajó la mano que hasta entonces descansaba sobre el estómago de Gustav y se ciñó en torno a su pene.

—¿Lo ves? O mejor dicho, ¿sientes eso?

—Sí —gimió Gustav, dándole un golpe en la muñeca para que lo liberara—. Suelta. Ya sé que tantos días de celibato y con tu historial de promiscuo sin remordimientos te tienen loco, pero recuerda que soy hetero.

—Bah, hetero dices…

—Esa vez fue un error.

—Sí, ajá. Síguete repitiendo eso hasta que te convenzas a ti mismo, porque conmigo no va a funcionar.

—Georg, vamos…

—Todavía recuerdo tu sabor…

—No digas eso —masculló Gustav, cubriéndose los ojos con el brazo, pero de nada sirvió, porque la memoria era más poderosa que la negación, y los labios de Georg y la succión de la que éste era capaz su boca no se comparaba a nada que él hubiera experimentado jamás. Bianca incluida.

Además, era un hecho tan aislado y en el pasado que no debía contar, según la jurisdicción de Gustav, quien opinaba que una simple mamada no tenía por qué significar nada si los dos involucrados iban tan cruzados que no discernían arriba de abajo, cortesía del único churro de marihuana fumado en su vida. Según su versión de los hechos, la que recordaba a pesar de la cruda física, moral y emocional con la que había despertado sin pantalones y los calzoncillos en las rodillas, plus Georg a un lado con una impresionante resaca, era que bebieron demasiado ron con cola una noche en el autobús de la gira, se fumaron uno de los cigarrillos especiales que Tom había dejado por error entre los asientos del sillón, y siguieron bebiendo hasta que todo se tornó irreal…

A partir de ese punto era que todo se volvía confuso. A veces, y sólo si se esforzaba, Gustav podía recordar que a la luz de la pantalla del televisor Georg le había parecido lindo desde cierto ángulo y con el cabello cubriéndole medio rostro. Ojos verdes intensos. Una mirada de deseo… Y luego una cierta proposición indirecta de la que Gustav dio un permiso tácito, y en la que el bajista se arrodilló entre sus piernas y con naturalidad le extrajo el miembro de los pantalones. Besos, lamidas, succión. El paquete completo cuando Georg llegó a golpear sus testículos con la barbilla, y luego Gustav se corrió en su garganta, en su lengua, en sus labios, y también un poco en su cabello, porque aquel había pasado a ser el orgasmo según el cual comparó a los siguientes en su vida, y que por cierto, ninguno llegó a igualar.

«Oh, pero eso es punto y aparte», se reprochó Gustav. De aquel único encuentro (estúpido, muy estúpido encuentro) ya habían transcurrido por lo menos casi diez años, y había sido único en su especie, puesto que Gustav era hetero y Georg tampoco había dado muestras de ningún interés romántico después de eso. Su amistad la reanudaron el mismo día, los dos cuidando de la resaca más espantosa jamás vivida, y prometiendo no repetirla en al menos una larga temporada. Y lo curioso, en la opinión de Gustav, era lo sencillo que había sido reírse de ese pequeño desliz y meterle debajo de la alfombra como si en realidad jamás hubiera ocurrido. De no ser porque después fue que el baterista se descubrió la marca de uñas en los muslos que Georg le dejó ahí, hasta habría podido jurar que era un fragmento de su imaginación alterada por el alcohol y las drogas, pero no, y esas medias lunas todavía le acompañaban como recordatorio de la única vez en la que el alcohol se había llevado su cordura y abandonado todo raciocinio.

—¿Qué? —Le chinchó Georg, ajeno a la confusión por la que Gustava pasaba—. Es cierto. Después de ti, todo mundo me supo amargo en la lengua. Así que puedes sentirte afortunado, porque las veces que he dado sexo oral hasta el final las cuento con una mano, y tú eres uno de los pocos afortunados de mi lista.

—Georg, vamos, no jodasss… —Siseó Gustav, abochornado por semejante confesión. Y no era el hecho en sí de haber llegado tan lejos con su mejor amigo, sino que tomaba sus palabras como halago, y él aborrecía las palabras amables por no saber cómo reaccionar, qué decir, cómo actuar.

—Bah, ¿qué quieres que haga? ¿Que te mienta?

—Sólo… cállate.

—Vale, vale… —Aflojando el agarre que tenía de su cuerpo, Georg rodó en la dirección opuesta y bajó las piernas del colchón hasta quedar sentado dándole la espalda—. Finjamos que no ocurrió por otra década más, así al menos tendrás tiempo de prepararte.

Sin darle tiempo de replicar, Georg se puso en pie y se encerró en el baño por espacio de diez minutos.

A juzgar por el ruido del agua corriendo, Gustav dedujo que Georg había echado el primer pis de la mañana, lavado los dientes, la cara y quizá peinado, y sus deducciones no fueron erróneas, porque para cuando el bajista salió, iba por completo despierto y con una expresión nueva.

—¿Pero qué haces todavía en la cama? ¡En pie, Schäfer!

—Apenas van a ser las siete —masculló éste.

—Justo a tiempo para el desayuno. ¿No recuerdas lo que dijo Karin? El primer paseo empieza a las ocho, y ellos van a estar ahí. Así que muévete, que no quiero tener que esforzarme en conocer a otra pareja con la cual hacer migas cuando estaremos tan poco tiempo aquí.

—Cierto… —Asintió Gustav.

En su itinerario estaba el paseo por los viñedos, una degustación, almuerzo, un recorrido por los alrededores del castillo y de regreso a empacar y tomar el transporte que los llevaría tierra adentro a la cabaña que tenían rentada para una noche y de la que Gustav ya se estaba arrepintiendo en visitar, porque por órdenes precisas en su reservación, apenas abrir la puerta los iba a recibir una cama con pétalos de rosas esparcidos en el cobertor y una botella del más caro vino de la región esperando por él para enfatizar su rompimiento… Y ahora por Georg en sustitución de Bianca.

Ante aquel sombrío porvenir, Gustav torció la boca y se llevó la mano a la frente. —Ay Dios —musitó por lo bajo, pero no tanto como para que a Georg le pasara desapercibido.

—¿Qué?

—Nada.

—¿Nada como nada o nada como… Bianca? Tsk —se despabiló—, pero si qué digo, por supuesto que es Bianca. Siempre se trata de Bianca contigo.

—No todo tiene que ser de Bianca. ¿Por quién me tomas, un disco rayado o qué?

—Ahórrate el discurso —ordenó Georg, inclinado sobre la maleta y extrayendo la ropa que vestiría ese día—, mejor desembucha y acabemos con esto lo antes posible. Al mal ex, mejor darle de una vez.

—Bien —lanzó Gustav las mantas a los pies de la cama y se quedó tendido de espaldas y con los brazos laxos a los lados del cuerpo—. Yo tenía… ciertos planes con Bianca. Planes de lo que todavía no te pienso contar nada, y de los que sólo necesitas saber que la cabaña a donde iremos a pasar la noche era la locación perfecta.

—Oh, pillín —le guiñó el ojo Georg por encima de su hombro—. Creo imaginar de qué se trata. Muy bien, continúa. No te cortes con las obscenidades.

—Eso es todo.

—¿Planeabas tener sexo salvaje y ahora te frustra que no será así? Porque conozco un método genial para eliminar eso que-…

—Georg… —Para enfatizar lo poco que estaba para pullas, Gustav se incorporó y le lanzó la almohada justo contra la parte trasera de la cabeza—. Idiota.

—¡Hey! —Se pasó éste la mano por la mollera—. Sin agresiones o te dispensaré el mismo trato.

—Vale, vale… —Lo imitó Gustav con su tono de antes, y dieron por cerrada su sesión matutina de dimes y diretes que no llevaban a nada.

Gustav se apresuró en cambiarse de ropa y alistarse para bajar a desayunar, y una vez los dos estuvieron preparados, salieron por la puerta de su recámara y resignados a perderse una vez más en los laberínticos pasillos del castillo. En esta ocasión sólo desperdiciaron cinco minutos de su tiempo, esto porque Georg se había esforzado en localizar algunos puntos, y justo a tiempo arribaron a la cocina donde los demás huéspedes ya estaban sentados en torno a la gran mesa de madera comunal.

—Buenos días —los recibieron Karin y Klaus, tan amables como en la velada anterior.

—Buenos días —respondieron Gustav y Georg, pasando a ocupar los asientos que quedaban frente a ellos.

Los mozos de cocina no preguntaron nada innecesario, salvo si preferían uno u otro de los dos menús que se ofrecían para esa mañana, y ambos aceptaron el desayuno B, que consistía en huevos, salchichas, jugo de uva y pan tostado con mantequilla, además de café recién molido y hervido con canela. Un menú de lo más sencillo y que sin embargo les pareció un banquete digno de reyes y del que comieron hasta la saciedad.

A las ocho en punto Pierre, el más joven de los tres con ese nombre, entró a la cocina a anunciar que el transporte estaba listo y que partirían en cinco minutos.

—¿Traes todo lo necesario contigo? —Preguntó Gustav a Georg.

—La llave del cuarto, mi billetera, una chaqueta ligera y… —Siguió rebuscándose en la bolsa de sus jeans hasta encontrar un pequeño tubo circular—. Aquí está. Mi brillo labial.

—¿Brillo labial?

—Shhh, no me juzgues. Este clima seco me tiene los labios partidos y eso es un no-no en mi lista. —Para enfatizar su punto, Georg se dio una pasada con el brillo, y un aroma a coco y piña impregnó las fosas nasales de Gustav.

—Huele bien.

—Y sabe bien —se lamió Georg el labio inferior—. Lo admito, a veces sólo me lo pongo para tener un leve gusto tropical. En fin… ¿Ustedes ya están listos? —Preguntó a Karin y a Klaus, quienes habían bajado de su alcoba con una maleta cada quien, donde presumiblemente llevaban más que ellos dos juntos.

—Listos y dispuestos —afirmó Karin con una amplia sonrisa.

El grupo completo de los presentes salió del castillo por una entrada lateral que daba hacia el jardín trasero, aunque más bien se trataba de una explanada amplia y libre de árboles con un césped corto y bien podado, adornada un poco con maceteros de flores que no estaban llevando bien la temporada sin lluvias. En por lo menos trescientos metros a la redonda no había nada que estorbara su vista, a excepción de un viejo pero para nada destartalado autobús en el cual iba Pierre montado como conductor.

—Pierre hijo pero en realidad es el padre y… —Masculló Georg, cuando de pronto se giró a Gustav—. ¿Podremos llamarlo Pierre segundo y a su hijo tercero? Ya cuando conozcamos al viejo sólo llamémosle Pierre. Tanto lío con los nombres me va a volver loco. ¿Es que nunca pensaron en ser originales y utilizar otros nombres? Carajo… Estas tradiciones de villorio ponen en evidencia mi estupidez.

—Vale, no te azotes —dijo Gustav, esperando turno a que los demás subieran para después hacerlo él.

Los primeros fueron el matrimonio relativamente joven que traía consigo a sus siete hijos, u ocho según se entendiera, porque la mujer iba embarazada de por lo menos seis meses. Al menos sus niños iban tranquilos, y Gustav agradeció que apenas sentarse, el padre los pusiera en regla y les ordenara mantenerse callados y no pelear. Las demás parejas eran anodinas al por mayor, nadie de quien se pudiera acordar después, y por último quedaron ellos dos con Klaus y Karin. Por acuerdo mutuo los cuatro fueron a ocupar los asientos traseros en pares, y apenas acomodaron su escaso equipaje, el autobús emprendió la marcha.

Durante el trayecto, Pierre tercero se encargó de amenizar el viaje con explicaciones en torno a la vid y a su proceso. Al pasar por varias hectáreas cubiertas por malla sombras negras, explicó que en los últimos quince años habían experimentado con la vieja variedad de uva que se daba en la región, aunque sólo para propósitos de venta como fruto y no para vino tal cual. Así, unas parcelas se mantenían a la sombra y otras no, con variaciones de agua para ver qué resultados se obtenían, y haciendo pruebas de fertilizantes por el simplen afán de estudio. Según explicó Pierre, los viñedos para el vino eran inalterables por decreto a mantener el sabor igual que desde su comienzo y no afectar las preferencias de sus clientes habituales, pero los demás viñedos eran campo libre para  ensayos, por lo que el fruto se vendía a precios menores para asegurar su consumo.

Después de que Pierre mencionara que una variedad de uva tenía el mismo sabor que el algodón de azúcar que se preparaba en ferias y festividades similares, Georg se giró hacia Gustav y le manifestó lo emocionado que estaba de probar ese fruto en particular.

—Y yo pensando que no te lograría separar del vino.

—Oh, eso también, aunque sabes que no es mi debilidad y tampoco la tuya. Soy más de otro tipo de licores, y no por mucho. De no ser porque soy partidario de beber cerveza con alimentos grasosos, casi hasta se podría decir que soy abstemio.

—Ya, pero a Bianca… Uhm… —Gustav se volteó, y ya que la ventanilla quedaba en esa dirección, fingió interesarse por la interminable colección de filas en que las parras rebosaban de racimos cargadísimos de fruto maduro, pero todo quedó en un burdo intento que Georg desestimó con un golpe en la rodilla.

—Puedes mencionarla. Levanto la veda. Así que… ¿A Bianca le encanta el vino?

—Sí —admitió Gustav—. No es que sea mucho de beber alcohol, no me puede seguir el ritmo cuando saco el vodka o el tequila…

—Nadie puede, Gus, ni siquiera un alcohólico declarado —acotó Georg con sequedad, referenciado varias ocasiones en las que Gustav había logrado tumbarlos a todos a base de shots sin que a él le afectara en lo más mínimo la consumición de alcohol. Gustav era una bestia cuando de beber se trataba.

El baterista prosiguió como si nada. —Pero era costumbre de los días libres poner una película y sentarnos a verla. Yo con una hamburguesa doble con papas fritas y cerveza clara, y ella con una copa de vino que le duraba toda la noche. Una botella le podía alcanzar aproximadamente para una semana, así que supuse que este viaje le interesaría, al menos por las degustaciones. Calidad, no cantidad, ¿sabes?

—Seh, entiendo tu punto…

Gustav se tragó el suspiro que pugnaba por salir de sus labios, y en su lugar resopló fuerte por la nariz.

—Ya qué. Es estúpido ponerme melancólico por lo que no fue, y en cambio debería verlo por el lado bueno.

—¿Y ese es…?

—Aparte de las degustaciones nos van a regalar tres botellas de vino, así que tendré regalo para mis padres en su aniversario la semana que viene. Brillante, ¿eh?

—Algo… Tacaño y todo, pero no soy quién para juzgarte.

Aprovechando que Gustav por voluntad propia había cambiado el tema de Bianca a uno más ligero y sin tantas connotaciones negativas por las cuales apalearse después, Georg señaló una edificación en la lejanía y la posibilidad de que ese fuera su destino final. Desde el asiento delantero, Klaus se giró para explicarles que era ahí donde se realizaba la recolección, lavado y prensado de la uva, pero que iban más lejos.

Resultó que el viaje en el autobús duró sus buenos cuarenta y cinco minutos sin que los viñedos dejaran de verse a ambos lados del autobús. Gustav se aburrió un poco, no así Georg que se dedicó a hablar con sus demás compañeros de viaje y a visitarlos hasta sus asientos, por lo que el baterista sacó su teléfono del bolsillo y se dedicó a jugar un nivel de Mahjong Stars, un app del que había estado obsesionado un par de meses atrás pero que abandonó en cuanto pasó los cien niveles iniciales.

Apenas llevaba dos partidas cuando en el panel superior de notificaciones le apareció el aviso de un sms. Gustav arqueó una ceja. ¿Quién enviaba todavía uno de esos? Ahora todo era Whatsapp y eludir en lo posible las llamadas directas, porque para eso era Skype.

Claro que tenía varios días alejado del internet y sin conectarse por simple comodidad de evitar a la humanidad, así que igual era importante y sólo así se habían podido comunicar con él.

—Vamos a ver… —Masculló apenas moviendo los labios, pausando el juego y deslizando el menú superior para tener una vista previa del sms sin abrirlo.

El nombre que le recibió, y las primeras palabras del mensaje le dejaron la misma impresión que habría de conseguir un puñetazo directo al estómago. Era Bianca y su sms empezaba con un “No he dejado de pensar en ti…” que le cortó el aliento.

Alzando la vista de su pantalla, Gustav apenas si pudo contener el ruido gutural que se formó en su garganta y le subió como la lava de un volcán a punto de hacer erupción.

—Oh por Diosss… —Siseó. Volvió a mirar la pantalla, y con un dedo en el aire, se debatió si lo leía ahora, esperaba un poco más o… «¡Al diablo con eso!», se decidió y presionó sobre el mensaje para leerlo completo lo antes posible.

“No he dejado de pensar en ti”, leyó de vuelta y respiró a profundidad para tener reservas de oxígeno que le sirvieran para los siguientes segundos más importantes de su vida. “… y la verdad es que actué como una idiota. ¿Georg te convenció de ir a Francia? Ayer pasé por tu casa y hoy igual pero nadie me abrió. Preferí ni utilizar mi llave. Debemos hablar. El lunes en la tarde te visitaré en tu departamento.” Sin firma, sin ‘te amo’ innecesario, pero admitiendo que su decisión de separarse no estaba escrita en piedra, y eso bastó para que el nudo que Gustav llevaba en el cuerpo se le deshiciera en el acto y él quedara en un estado similar al de un desfallecido al que sólo un hilo lo une a la vida.

—¡Georg! —Mandó llamar a su amigo, quien había abandonado su asiento y conversaba con la pareja con siete hijos de sólo Dios sabría qué, porque de pañales y biberones seguro que no.

El bajista volteó en su dirección, y por el semblante de Gustav adivinó que era algo grande, por lo que se disculpó y volvió a su lado.

—¿Qué?

—¡Bianca!

—¿Bianca qué?

—Me acaba de enviar un sms. Joder… Quiere hablar conmigo. Joder, seguro me envió más mensajes pero como no me he conectado a internet no los he leído. Cuando vuelva me irá a buscar al departamento. No ha dejado de pensar en mí, y eso es cita directa. ¡Joder! Mira. Lee —le tendió el teléfono, y Georg, que apenas podía seguirle el ritmo en su soliloquio, se tardó un par de segundos en enfocar la vista sobre la pantalla y analizar con calma el mensaje—. ¿Y bien?

Georg se mordió el borde del labio. —Esto es… prometedor. Es decir, admite que fue una idiota, así que debe haber arrepentimiento por su parte, lo que casi siempre es bueno. Quizá cuando la veas el lunes…

—¿Crees que quiera volver conmigo?

—Eso parece. Tiene toda la pinta. Tú quieres volver con ella, ¿verdad?

—¡Por supuesto! Más que nada en el mundo —sonrió Gustav como no lo había hecho todo en el viaje, porque de pronto el mundo era un lugar hermoso, soleado, en una eterna tarde de verano en la que ahora ya no estaba solo, porque Bianca iba a ser su compañera—. Pero… antes que nada debo averiguar sus razones para romper en primer lugar, o más bien, para darnos un tiempo. Porque si se trata de, uhm, una infidelidad pues…

—No creo que sea eso —murmuró Georg, devolviéndole el teléfono—. Bianca no es de esas.

—Sus razones tuvo para decidir que lo nuestro era desechable, así que tampoco me haré ilusiones. Sólo… —Gustav exhaló—. Lo hablaremos, seremos adultos tomando resoluciones adultas, y si resulta que hay alguien más o que no me ama como yo a ella, pues… terminaremos. Y será definitivo.

—Gus… —Georg lo miró directo a los ojos—. No es eso. No te puedo decir por qué, pero confía en mí cuando te digo que sus razones para alejarse de ti fueron causadas por el miedo.

—¿Miedo? ¿Porque yo le doy miedo o…? —El ceño de Gustav se frunció hasta que en el centro de su frente apareció una severa línea vertical—. ¿A qué te refieres?

—Es todo lo que puedo decirte por el momento. De otra manera sería interferir en un asunto que no me incumbe en lo absoluto, así que por favor, en honor a la amistad de años que nos une, no me preguntes más. Bianca es la indicada por derecho. Tú sólo espera, y espera lo mejor…

Gustav volvió a leer el mensaje, y para ahorrarse tentaciones, apagó la pantalla y se lo guardó en el bolsillo trasero del pantalón.

—Sabes que si apelas a mi curiosidad vamos a salir perdiendo.

—Vamos, Gus —le pasó Georg el brazo por los hombros—. A veces las mejores sorpresas de la vida requieren que esperes unos días y que ejercites tu paciencia.

—Odio las sorpresas.

—Ya, igual yo, pero te jodes porque esta lo vale —le apretó el hombro—. Mientras tanto seguimos en Francia, y tenemos un itinerario que cumplir, pero pasado mañana a estas horas estaremos empacando para ir al aeropuerto y más tarde tendrás puestos ambos pies en suelo alemán, así que si quieres haz una cuenta regresiva y fantasea con lo que le dirás a Bianca en cuanto la tengas frente a ti.

—Dudo ser capaz de hablar —dijo Gustav—, así que la abrazaré, la besaré… le diré cuánta falta me hace.

—Eso es… wow —murmuró Georg, soltando a Gustav y apartándose un poco para darle su espacio—. Verás que todo sale bien para los dos.

—¿Lo prometes? —Le retó Gustav, y Georg le guiñó el ojo.

—Normalmente no, porque, ¿quién soy yo?, psíquico vidente con poderes extrasensoriales y comunicación cósmica con los extraterrestres, ¡ni de broma! Jamás adivinaré los números ganadores de la lotería, pero… Tú y Bianca, colega… —Georg sonrió a pesar de lo mucho que le dolía admitirlo—. Ustedes son para siempre.

Y porque eso era lo que Gustav más necesitaba escuchar en esos momentos, fue que pasó por alto la mano de Georg cuando éste la cerró sobre su rodilla y apretó fuerte. Tanto como para herirse, y que las marcas se tiñeran de rojo.

—Gracias, Georg. Era lo que necesitaba escuhar.

—De nada, Gus —seguido de un dolor indescriptible—, para eso estamos los amigos.

—¿Los mejores?

—Los mejores.

 

/*/*/*/*


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).