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Guía práctica para tratar con un idiota y no enamorarse en el intento por ZAHAKI

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Notas del capitulo:

Hola, hola. Ya sé que me tardé bastante y si hoy no me hubiera propuesto a publicar, no tendrían esto aquí.

Gracias por los reviews, los aprecio bastante y sin más, disfruten de esta tontería gintamesca.

Guía práctica para tratar con un idiota y no enamorarse en el intento


by: Zahaki


Paso 2.- Por la boca muere el pez.


 


Gintoki observó, parpadeó, respiró profundamente, vio sobre su hombro hacia su espalda, se limpió el oído con su meñique y, finalmente, volvió a mirar al frente.


Sí, seguramente había escuchado mal.


Katsura tomaba ruidosamente un té que él mismo se había tomado el atrevimiento de preparar sin preguntarle siquiera al dueño de la casa si podía utilizar los artículos necesarios para tal fin o la estufa. Aunque este inconveniente no era el motivo de su desconcierto.


—Creo que no te estoy comprendiendo, Zura.


Katsura rodó los ojos y procedió a dejar la tacita de té, ahora vacía, sobre la mesa. ¿Ese hombre tan siquiera soplaba su bebida o acaso el mito de que los idiotas son más resistentes al dolor es cierto? Por alguna razón no le parecía muy descabellado aquel fútil planteamiento.


Gintoki se obligó a prestar atención a su entorno cuando al fin el reclamo de Katsura se hizo presente.


—No es Zura, es Katsura —respondió aquel con un tenue resoplido, y contrario al tono que esperaba el Yorozuya, lo único que denotó molestia en su acompañante fue el labio superior que se había crispado levemente—. No hay nada que comprender, Gintoki. Sólo te pido que me acompañes.


Muy bien, si lo de antes lo había descolocado, ahora se veía en la necesidad de entrar en balance para mandar los sueños del Patriota a donde los cobijara alguna de sus alucinaciones. Se inclinó con pereza para alcanzar la tacita aun humeante y tras un sorbo, mucho menos sonoro que el de no-invitado acompañante, respondió:


—¿Y por qué tengo que ir de niñera de un idiota a quién sabe qué estupidez Joui? Ya estamos mayorcitos para los juegos de guerra, Zura.


—Te repito que no es Zura, es Katsura. Y no es un juego, es una misión.


Gintoki se limitó a rodar los ojos y tras al alcanzar el arcaico control remoto, encendió la tv sin que esto pudiera ser capaz de distraer su mente de la insistente mirada que Katsura disponía sobre él. Anteriormente no era tan complicado despacharlo, pero el Joui parecía muy dispuesto a obtener una respuesta positiva y eso al freelancer no le agradaba en lo absoluto porque su código de desinterés mermaba por más que su actitud no diera muestras de ello.


—¡Cómo jodes, Zura! ¿Quieres que te saque a patadas o por una vez en tu vida tendrás la dignidad de irte cuando alguien te corre de su casa?


Indemne, y para nada ofendido, Katsura acomodó de nuevo las manos entre las mangas de su obi con toda esa solemnidad que reunía cuando la situación lo ameritaba o cuando quería herir el ego ajeno, lo cual irónicamente ocurría con más frecuencia de la que el Yorozuya le gustaría admitir.


—Al único al que le falta dignidad es a ti —Gintoki, ligeramente ofendido, interrogó con gélida mirada sin que esta causara ningún efecto particular salvo el del que su interlocutor simplemente se limitara a responder—. Es tiempo que devuelvas tu favor y te advierto que no pienso irme hasta que hayas cumplido tu palabra.


.


Algo debía tener el té que había preparado Zura, porque en ningún caso, ni siquiera cuando su vida estaba en riesgo, se atrevía a acceder a lo que sea que estaban haciendo. Lo único que el Yorozuya sabía era que estaba deslizándose por un conducto de ventilación demasiado estrecho para alguien como él, tratando de… a todas estas ¿qué demonios era lo que tenía que hacer en primer lugar?


Rendido ante la posibilidad de pedirle colaboración a sus neuronas, se limitó a rebuscar entre su kimono hasta que su mano alcanzó algo rectangular y con un diseño de mal gusto, aquella cosa que el Patriota aún tenía la osadía de llamar “intercomunicador”, algo que parecía una especie de Elizabeth miniatura. Sí, se le hacía familiar la desagradable sensación que inicialmente le daba el pato mutante que hacía de mascota de su imbécil amigo. Apretando una especie de botón en el-lugar-que-Gintoki-no-quería-saber, se dejó escuchar una breve interferencia, anunciando que la comunicación estaba establecida.


—Zura —susurró—, ¿qué demonios es lo que debo hacer?


Ubicado en la misma posición, se quedó observando los grandes ojos que decoraban el aparato para luego desviarlo al supuesto pico, cuya abertura mostraba la corneta por la que esperaba saliera la alterada voz del terrorista. Gintoki esperó, pero a cambio obtuvo como única respuesta un silencio que le exasperó más pronto que la voz del mismo Zura cuando fue a pedirle semejante favor.


—¡Maldita sea, Zura! —bramó Gintoki tratando de que su voz no se alzara a pesar de la cólera que experimentaba— ¡¿Para qué carajos me das esto si no vas a contestar?!


Katsura respondió imitando la voz de la señorita del antivirus:


Al terminar cada conexión debe decir “cambio”. Cambio.


Unas venas se inflamaron en las sienes de Gintoki al tiempo que sus manos apretaron el aparato infernal, seguro si tuviera a Katsura Kotarou al frente lo que estaría ahorcando sería su cuello.


Respiró a profundidad.


“Cálmate, Gin-san. Tú eres el inteligente acá. Si juegas al espionaje con él, estará satisfecho y llegarás a la hora del horóscopo de Ketsuno Ana”


—¿Qué debo hacer? Cambio.


Sí, pregunta directa para una respuesta igual. No podía haber fallas.


Oh, hasta que al fin te tomas en serio tu encargo. Estás madurando, Gintoki. Cambio.


Bien, que no se dijera que al menos no lo había intentado. Gintoki deslizó su cuerpo con dificultad dentro de la caja metálica hasta dar con algo que pudiera revelarle en la situación en la que se encontraba mientras su cabeza se aseguraba de grabar, con el fuego de la ira que iba borboteando, una sentencia: jamás, pero jamás volvería a solicitar ayuda de Katsura Kotarou si esto implicaba la promesa de devolverle el favor. Ayuda que en sus recuerdos seguía tan difusa y que ganaba un grado de extrañeza a medida que el discurso de su excompañero de guerra narraba.


Gintoki rememoraba, por primera vez con seriedad, los consejos de quien fuese su tutor de infancia, centrándose en uno que venía como anillo al dedo para la solemne ocasión en la que aceptó volver a ser parte de un juego, un juego que era difícil llevar a cabo en un mundo en el que las ganas de reír se perdían con el peso de los años y las responsabilidades.


—Con esto quedamos a mano de lo que sea que te pedí. Cambio.


No te preocupes, un samurái siempre cumple su palabra. Cambio


«No prometas nada sin pensar»


—Más nunca, Sensei—dijo a voz baja sin poder evitar que las paredes metálicas le devolvieran el eco de su voz alterada.


Se repitió la sentencia un par de veces más, pero pronto el pensamiento perdió vigor ante la posibilidad de que Katsura difícilmente llegaría a viejo sin su ayuda ocasional.


Lo prometido en ocasiones terminaba siendo una excusa.


 

Notas finales:

¡Hasta la próxima!


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