"Pero esto no es para siempre."
Y con el tiempo te vas dando cuenta de cuán pequeño e insignificante eres.
Después de aquella peculiar visita que había recibido por parte de su "Dador de compañía", como era que solía llamarle a su visita que muchas veces comenzaba a considerar producto de los fármacos que consumía para evitar su nacrolepsia.
¡Pero no! Cada da noche, sin excepción, aquel rubio de encantadores ojos llegaba sin falta y se acurrucaba a su lado brindándole el cariño que en su vida había sentido.
Era maravilloso.
Pero quizá aquello era sólo un hermoso sueño del que tendría que despertar alguna vez.
" Pideme lo que quieras y te prometo que cada noche vendré a otorgartelo"
Lo que había pedido era lo que estaba sucediendo en aquel momento, los labios de aquel espectro de hermosa figura sobre los suyos, despertando sentimientos y acorralándole de una forma que no había pensado que desearía tanto.
Era destructivamente hermoso, su deliciosa tortura.
Después del evento de las 1,000 estrellas de papel y de sus lágrimas siendo el holocausto de su orgullo aquello era la pura gloria.
"Nunca me dejes"
¿Pedir algo así era sensato? Quizá y muy probablemente, No.
Pero había resultado ineludible no quería saborear el amargo sabor de la soledad de nuevo, sería tortuoso y era lo más seguro que terminara envuelto en la locura.
"Ace, mi querido Ace."
Dijo mientras le acariciaba tersamente la mejilla con uno de sus pulgares, de esas manos enguantadas.
"Sabes que esto no es eterno, lo sabes pero te niegas a aceptarlo, yo sólo estaré aquí para sanar tu corazón, pero apenas dejes de necesitarse me iré. "
Aquellas palabras fueron el detonante ¿Sanar su corazón? Pero que era lo que pretendía. No quería las sombras de nuevo, no deseaba vagar por el mundo, ese sucio y siniestro panorama que le obligaba a desear acabarlo todo y a todos.
[ † Jamás te dejaré † ]
Esas fueron las palabras que firmaron su sentencia de muerte.
"Dolor sin heridas."
Y así como llegó se fue, quitándole todo el color y luz que le había puesto a mis días.
Los días pasando de manera simple, efímera, como deberían ser. Comenzaban a colorearse iluminando inconscientemente las noches y días del susodicho.
Y con el temor de que aquel bellísimo rubio se le fuera de las manos, Ace, había comenzado a volverse paranoico.
Habían muchas maneras de mantener aquello a flote. Pero el pecoso no era uno de los mejores pensadores, llegando a soluciones descabelladas en el peor de los momentos.
Mientras el rubio le daba lo prometido cada noche, al mismo tiempo el pecoso dejaba de apreciar la belleza del momento. Cayendo en su avaricia de quererlo sólo para él durante toda la eternidad.
"No me haz dicho tu nombre ¿porqué?"
Una de las manos del rubio subió hasta su mejilla dedicándole una sonrisa.
"Si lo hiciera tendrías dominio sobre mí. Podrías buscarme hasta en las mas lejanas llanuras preguntando y divagando mi identidad. Por eso mi querido Ace, puedes llamarme como quieras, así este dominio temporal será todo tuyo y de nadie más."
Aquello le había desecho el alma. No quería que fuera tras él ¿porqué no le sorprendía, pero si le dolía tanto? Aquello era injusto. Una herida injustificada y con más dolor del que le gustaría.
"Pero tú me conoces, podrás buscarme si lo quisieras ¿porqué yo no a ti?"
Una ligera risa fue lo que hizo esta vez el rubio.
" Simple, por que yo no iré a buscarte."
Oh, pero que indescriptible y tortuoso dolor, pero lamentablemente no podía acusarle de nada ya que la herida de la espada con la que le había cortado, no era física, no era terrenal al igual que la belleza que tenía aquel hombre que con el tiempo, en vez de sanarle solo lograba destruirle aún más.
Desgarrando y deborándome desde adentro, apostando en contra de mi suerte y despidiendo mi alma directo al inframundo con tal de tu ascender a las altas nubes.