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Je vais t'aimer por Kunay_dlz

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69HP (Mukuro Rokudo/Harry Potter)

 

 

 

Tras la carta del Ministerio de Magia donde se estipulaba que estaba expulsado y que alguien vendría a confiscar mi varita para quebrarla… no esperé, no se me paralizaron los pies, no pensé en consecuencias ni en pedir ayuda a Dumbledore o a Sirius, tan solo salí corriendo.

Mi barita era lo único que me protegía contra Vondemort, sin ella, prácticamente estaría muerto. No habría tiempo para pensar en quién podría ayudarme, sería tarde cuando lograra comunicarme con alguien.

Sin mi barita estaría indefenso.

Sería tan susceptible a ser asesinado por Voldemort o algún Mortífago sin poder defenderme.

Salí tan rápido de Privet Drive número cuatro y no paré hasta llegar al pequeño parque donde llegué la última vez que escapé de los Dursdleys… en realidad, me obligaron a parar. No fue algún mago, el autobús noctámbulo o alguna creatura mágica: fue un auto. Fui arrollado por un auto. Recuerdo que entre el caos de la estrepitosa ‘caída’ escuché claramente el sonido de mi barita rompiéndose en pedazos y pensé “Qué suerte la mía, morir por algo tan simple y sin magia de por medio”.

No morí.

Otra vez.

Desperté en un hospital. Había máquinas a mi alrededor, tenía una mascarilla de oxígeno y varias cosas conectadas a mis brazos. Sentía mareo y dolor, sentí un poco de decepción y alivio al ver que no era en Snt Mungo donde desperté. Me sentía tan débil y extraño que apenas recordé que la magia y los aparatos electrónicos no se llevan así que esperé no hacer algún desastre.

Escuché a lo lejos que mis tíos platicaban con un doctor, seguramente quien me atendió, le escuché decir que mi estado era crítico… que el accidente había provocado una falla permanente en mis órganos internos… que si no recibía un donante pronto, moriría.

El doctor les dejó a solas para que contemplaran sus opciones, y aunque fingían bien, los ellos y yo sabíamos que no harían nada para salvarme, ya han esperado quince años para sacarme de sus ‘perfectamente normales’ vidas. Por un momento me pregunté si al contactar a Sirius, Dumbledore o mis amigos mi diagnóstico cambiaría, sin embargo, mis ‘adorados’ tíos no podrían ‘hacerme el favor’ de comunicarse con ellos… jamás se relacionarían con ‘ese tipo de gente’.

Bien, parecía que ahí moriría definitivamente.

Ante mi pensamiento mi cuerpo se reveló, una onda de magia intentó salvarme, no obstante, los máquinas que estaban cerca reaccionaron mal. Mientras había todo un desastre en mi cuarto de hospital con las enfermeras y el doctor tratando de salvarme, cerré mis ojos entregándome a lo que seguía… lo que sea que fuera.

Curiosamente ‘aparecí’ en un lugar casi idílico: un gran campo verde con flores blancas… lirios… un gran árbol parecido al Sauce Boxeador, el mismo que significó tanto para los Merodeadores, con un cielo claro y tan azul como el que se observa en Hogwarts cuando inicia la temporada de Quidditch… y un lago cristalino, en calma, casi como un espejo que una vez me mostró mi más profundo deseo.

Ahí, en donde erróneamente creí era el paraíso, conocí a un sujeto, un chico alto, de pelo índigo con extraña similitud a la figura de una piña, piel blanca y sonrisa burlona, sus ojos… su ojo derecho era color azul cobalto y su ojo izquierdo era color rojo con un extraño símbolo en lugar de iris y córnea. Mukuro dijo que se llamaba.

Hablamos de nosotros aun sin conocernos, nos contamos nuestro pasado como si habláramos del clima, fingimos que no nos afectaba, nos entendimos al vernos tan parecidos, nos consideramos amigos sin decirlo en voz alta; hicimos un trato: él me enseñaría a controlar mi magia sin barita a cambio de ‘prestarle’ mi cuerpo y poder. En menos de lo que esperé ya estaba fuera del hospital, sin rastro que una vez estuve ahí, sin rastro mío en la memoria de mis tíos y como ayudante de cocina en un barco rumbo a Japón.

Según Mukuro, un barco de carga era más sencillo abordar y menos probable donde alguien podría buscarme. Fue casi a mitad del viaje donde me di cuenta que no conocía nada de Japón, ni el lenguaje, ni la cultura ni siquiera los señalamientos que podrían advertirme de peligros. Tras mis dudas, Mukuro volvió a comunicarse conmigo, ahuyentó mis miedos y me prometió ayuda, pasamos mucho tiempo juntos y cada vez sentía que lo conocía mejor; me habló de sus ‘subordinados’ y su papel en la Mafia, me contó sus planes para el futuro, creyó que me asustaría pero, para la sorpresa de ambos, terminé por prometerle que estaría a su lado.

Esas otras personas de las que hablaba, el desastre que provocaban, sus personalidades ‘dañadas’ según Mukuro, me hacían querer conocerles. Suenan como el tipo de personas que atraen problemas pero que jamás dejarían que algo malo les sucediera a quienes consideraban amigo. Hablamos más, me contó sobre la impresión que le dio el ‘pequeño Vongola’ y lo divertido que sería esperar el momento indicado para cumplir sus planes de poseer su cuerpo y destruir la Mafia desde uno de sus pilares principales.

Entre el trabajo y las pláticas con Mukuro llegamos a Japón. Varios viajes en autobuses, algunos viajes en tren y luego a pie fue que llegué a Kokuyo Land. Conocí a Ken y a Chikusa, no fue un primer encuentro muy agradable pero Mukuro (a través de mí) les dijo que me cuidaran como si yo fuera él. Fue extraño al principio, luego poco a poco nos fuimos conociendo y como no se acostumbraban a mi nombre les pedí que me dieran otro, les pedí que me dieran un nombre con el que se sintieran cómodos, eligieron Chorme Dokuro, una especie de anagrama del nombre de Mukuro Rokudo… y Ken dijo que no había problema si se dirigían a mí como una chica puesto que parecía una.

Fue la primera vez que me sentí como cuando estaba en el Mundo Mágico, donde la molestia me hacía cometer cosas impulsivas, fui y de un golpe le tiré un diente. Cosa sorprendente para Ken, Chikusa y Mukuro que estaba escuchando y de cierta manera observando, pues mi complexión siempre deficiente para alguien de mi edad y el hecho que pudiera ‘lastimar’ a alguien que fue genéticamente modificado, les hizo revaluar ‘mi condición’ de ‘delicada flor’.

Pasaron un par de días y aun no se normalizaban las cosas, incluso Mukuro estaba un tanto distante. Hasta que un hombre rubio con porte imponente y arrogante llegó en mi búsqueda, mejor dicho, en la búsqueda de Mukuro. Hablaron y llegaron a un acuerdo: Mukuro (y yo en su ausencia) era el Guardián de la Niebla de Sawada Tsunayoshi.

Tras observar de lejos algunas de las batallas de los otros Guardianes, suprimiendo mi furia en la batalla del Guardián del Rayo, y tras arreglar las cosas con Ken y Chikusa fuimos al que sería nuestra batalla. Hubo dudas entre los Guardianes, Sawada se le notaba nervioso, Ken y Chikusa estaban en guardia, y, yo fui a presentarme ante mi nuevo jefe, Boss. Claro el Guardián de la Tormenta exigió saber más de mí, mostraba su desconfianza, me preguntó que si estaría dispuesto a morir por Jyuundaime… Boss se escandalizó, el Arcobaleno me observaba detenidamente, el Guardián de la Lluvia dijo algo de seguir con el juego y los demás parecían sorprendidos… y claro que contesté, dije que lo haría si Mukuro así me lo pedía.

Lo dije sin pensar, en realidad, lo que dije, si Mukuro lo pedía tal vez sí lo haría. A él le debo mi vida después de todo. Volviendo a la batalla, donde solo participé la mitad del tiempo, mi control en ilusiones no era tan bueno como Mukuro y no podía usar Magia, casi fui derrotado, y Mukuro vino a rescatarme. De nuevo.

Él ganó, y le pidió a Boss que cuidara de mí. Por la energía extra de la que hice uso quedé exhausto, desperté en un lugar desconocido y Ken ni Chikusa estaban ahí, suspiré resignado, pese a lo bien que nos llevamos no quería decir que fuéramos unidos y era en ese momento que lo entendí. Ellos me tenían cerca porque era a través de mí que sabían de Mukuro. Estaba por sumergirme en sombríos pensamientos, a hacer comparación de esta vida como Chrome Dokuro y como una vez fui Harry Potter cuando Boss me interceptó.

Sawada Tsunayoshi era alguien amable, estar cerca de él era sentir tranquilidad, me agradeció el haber luchado por él, me dijo que si podía también le agradeciera a Mukuro. Empezamos a hablar despacio, de cosas sencillas y me platicaba de sus amigos, luego, me empezó a hablar de lo sucedido la noche anterior; me dijo que estaba bien que le agradeciera a Mukuro mi vida, me dijo que estaba bien estar con él si así lo quería, pero, también me dijo que mi vida era valiosa, me dijo que ni siquiera Mukuro podía pedirme que la diera por él o por alguien más.

Lo escuché atento, sus palabras no sonaban como alguien que interfiere en cosas donde no deberían, no sonó como que quisiera mandar ni controlar mi vida, sus palabras fueron extrañamente dulces y podía sentir que en verdad estaba preocupado por mí, no sentí la necesidad de molestarme por su opinión… incluso Mukuro, en un rincón de mi mente, me dijo que Boss tenía razón, él no podría pedir mi vida.

Y fueron esas palabras, esa seguridad con la que hablaron y se preocuparon por mi bien estar, fue lo que me hizo prometerle a Boss que con lo poco que podría en su mundo lo protegería pero que, es Mukuro con quien siempre estaría… pues ya se lo había prometido. Y sí, también defendería mis opiniones. Quedamos como amigos. Y valla que fue sincero, él es incapaz de engañar e incluso no me pidió cambiar de idea con respecto a Mukuro ni me pidió que fue a él mismo a quien le fuera leal.

Más tarde, de camino a Kokuyo Land, me puse a pensar el porqué de la promesa que le hice a Mukuro, quizá me sentí identificado con el dolor de su infancia, tal vez dejé de sentirme solo cuando escuché más de él y de su presente, tal vez me gustaba que me protegiera en lugar de pedirme proteger, tal vez tan solo quería corresponder sus actos de ‘gentileza’ con migo… por hacerme sentir especial… quizá por esto o mucho más, fue que tomé la decisión de seguirle.

Fuera lo que fuera que el destino me depararía a su lado, en los obscuros caminos de la Mafia, no creo que sería como el destino que hubiese tenido en el Mundo Mágico.

Habrán batallas, conflictos, tantos problemas y malos entendidos, incluso podría haber conflictos internos… los ideales de Mukuro son claros, y pase lo que pase, estaré con él.

Escuché la característica de Mukuro en mi mente y sonreí, parece que le agrada mi resolución.

Pero claro, la vida jamás sería fácil para mí, no, claro que no. La lechuza frente a la entrada de Kokuyo Land mirándome fijamente con una carta atada en su pata no era una buena señal.

Diablos.

 

 

 

Fin.

 

Notas finales:

Gracias por leer.


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