Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Inmarcesible por Nithael

[Reviews - 25]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Advertencias: Si hubiera una sartén con aceite hirviendo en vez de apagar el fuego Yugi metería la mano.

And I'm feeling like a ghost

And it's what I hate the most

Ghost; Mystery Skulls.


Yugi había amado a Atem. No de una manera romántica, no con el deseo bullendo en su cuerpo sino como se ama a la vida, a la sangre que corre por las venas, al sol que sale por las mañanas y permite que la vida fluya con naturalidad. Había sido un amor que traspasaba lo meramente físico, lo meramente corporal, una conexión extrasensorial, mística. Yugi había sentido ese tipo de amor que buscaba con desesperación la felicidad del objeto de su afecto y por el cordón umbilical espiritual que lo había unido a Atem estaba prácticamente convencido de que su oscuridad había sentido lo mismo por él.

Y aun con todo ese cariño, con todo ese amor que Yugi le había profesado no había podido evitar compararse con Atem y, aunque se había sentido muy egoísta por ello en muchas ocasiones no había podido evitar sentirse como una sombra del gran faraón en el que todos confiaban. Ahora que es solo él y nadie más que él (sin conexiones de ningún tipo, sin nadie en su conciencia que le ayude con las decisiones difíciles) aún se siente a veces así. Y le resulta tan estúpido que no puede más que avergonzarse por ello.

Porque conoce a Jōnouchi, Honda, Anzu y Kaiba lo suficientemente bien como para saber que ninguno de ellos lo confunde con el faraón, que no buscan la confiable figura de Atem en él (de hecho, está bastante seguro de que Seto no busca al faraón en ningún sitio), sin embargo, cuando la duda se asoma no puede evitar martirizar a su cabeza con ella y al final la culpabilidad es la que hace acto de presencia.

Porque había sido Atem el que estaba atrapado en el puzle, porque Atem era el que había tenido que aguantar vivir en la oscuridad, en un cuerpo extraño. Y esa era una de las razones por las que cuando Atem se había enamorado de Kaiba él joven de cabellos tricolores no había dudado en animar a su contraparte. Porque había sido Atem quien realmente había estado en las sombras.

A veces le cuesta no arrepentirse de las decisiones que tomó en aquel momento. No por él sino por Kaiba. Yugi sabe que fue egoísta, que lo sigue siendo. Yugi sabe que había demasiadas cosas que desconocían y que era un riesgo demasiado grande y aún así había cedido a sus deseos. Al deseo de que Atem fuera feliz aunque fuera por un periodo corto de tiempo.

—¿Mokuba te ha contratado como mi niñera? —Seto hace la pregunta y el sólo siente como toda su cara enrojece. Hasta las orejas.

—No —responde—. Pero está preocupado por ti —y yo también; completa en su mente.

—¿Y se puede saber que vas a hacer? ¿Asegurarte de que me acueste a una hora decente? ¿Atarme a la cama si no lo hago? —su tono de voz le ofende. ¿Por qué Kaiba siempre tiene que ponerse a la defensiva?

—Sí, básicamente eso —asegura. Lo dice por orgullo más que nada. En realidad, no tiene ni idea de cómo podría atarle a la cama. Atem lo habría conseguido fácilmente pero él no es Atem. Le ve frotarse el puente de la nariz, le oye suspirar y se encoge un poco sobre sí mismo.

A Yugi le molesta lo poco que Seto se preocupa por su propia salud, lo poco, en general, que le importa su propia vida, como si mereciera todo lo malo que le puede suceder. Le mira, están en el despacho del CEO, en la mansión, y hace algo de frío a pesar de que está puesta la calefacción. Yugi se pregunta si realmente hace frío, si quizá no se deba al sentimiento que ese lugar le provoca. La sala es sencilla, el escritorio está al fondo y de espaldas a un gran ventanal, hay un par de estanterías repletas de libros, un par de macetas en las esquinas y un par de sofás que Yugi considera terriblemente cómodos en los laterales.

La guinda del pastel es una mesa negra en el centro y el muchacho deduce que se ha usado para comer allí más de una vez. El lugar tiene una apariencia agradable y, sin embargo, no puede evitar sentirse incomodo allí. Quizá, porque en el fondo, ya sabe quien ha estado allí antes (que él mismo ha estado allí antes).

—¿Ocurre algo? —y Yugi se sobresalta ante la inesperada pregunta.

—No, ¿por qué? —contraataca el rey de los duelos que reza esperando que el nerviosismo de su voz no se haya notado demasiado.

—Estás inusualmente callado —responde Kaiba—. Es fácil deducir que te pasa algo. No pareces tú.

Y es esa vez Kaiba quien, sin saberlo, pone el dedo en la llaga.

—¿Ah, no? —la voz de Yugi suena extraña y Kaiba aleja su mirada de su portátil para fijarla en él—. ¿Y a quien me parezco? ¿A Atem? —pregunta alterado, Kaiba enarca las cejas y él, inmediatamente, se arrepiente de lo que ha dicho—. Lo... lo siento. No quería decir... Es solo que... no sé... estaba pensando y... ¿no te has sentido, no sé, como la sombra de alguien alguna vez?

Kaiba piensa en Gozaburo, en la sombra que su padrastro proyectó sobre él, en la manera en la que sintió que se hundía en ella, que se fundía, que empezaba a formar parte de él. Y, por un instante, también piensa en el sacerdote de Atem, en ese pobre diablo por el que Seto no siente envidia sino lástima, sin embargo, al recordarle (su vida, su muerte) no puede evitar preguntarse así mismo si quizá el llamado destino de su alma no es otro que la infelicidad.

Por suerte para su (inexistente) autoestima él sigue sin creer en esa mierda del destino.

Por supuesto, no comparte ninguno de sus pensamientos con Yugi.

Solo suspira.

Mientras Yugi piensa que la ha vuelto a cagar.

—Estoy tentado de decirte que te confundo continuamente con Atem solo para ver que expresión pondrías —Kaiba resopla—. Por suerte para ti, yo no pienso en semejantes tonterías. Ahora, creo que tú más que yo necesitas descansar. Es obvio que tu mente tiene fallas en su procesador interno.

Y Yugi abre la boca para inmediatamente volver a cerrarla. Se echa en uno de los sofás del presidente de Kaiba Corp y se pone a mirar el techo. Es blanco.

—No voy a dormirme —dice finalmente—. Estoy aquí para asegurarme de que tu lo haces aunque seas un borde —masculla sin agresividad alguna. A Kaiba, su rival, a veces le recuerda a uno de esos pequeños animales demasiado amables como para si quiera gruñir. Al final, el sofá es demasiado cómodo y cuando Yugi cierra los ojos un momento no tarda en quedarse profundamente dormido.

Cuando despierta es porque la luz le da de lleno en la cara. Yugi gime y se acurruca un poco debajo de su sabana y es entonces cuando abre los ojos bruscamente pues no debería haberse dormido, también lo hace porque no recuerda haberse tapado con nada. Entonces descubre que lo que él creía que era una sabana es en realidad la chaqueta blanca del CEO. Le busca con la mirada y le encuentra en el sofá de enfrente. Está dormido con los brazos cruzados sobre su pecho y al verle ahí, así, tranquilo, indefenso, relajado, Yugi se aferra un poco más a la chaqueta del castaño.

Y siente, y es una necesidad imperiosa y apremiante que no entiende (ni quiere entender), que no quiere bajo ningún concepto ser la sombra de Atem.

Notas finales:

Considero que si bien la baja autoestima es algo que se puede combatir también es un rasgo de la personalidad muy difícil de extirpar del todo (a veces dudo que realmente se pueda). A lo que iba. Yugi es un buenazo, un buenazo de manual, too pure.

Aún así quería explorar esa zona oscura que la baja autoestima provoca. Las dudas, la paranoia. Al ser Yugi una buena persona esas mismas dudas le provocan pesar porque es lo mismo que pensar mal de alguien a quien quiere demasiado. Por otro lado, ¡yey!, los feelings avanzan... a su ritmo.

Nos leemos.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).