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Inmarcesible por Nithael

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Notas del capitulo:

Advertencias: Bastante Kaiba!centric. Supongo que esto es producto de diez temporadas de Bones, dos de Elementary, no sé cuantas de CSI y un huevo y medio de capítulos de Mentes Criminales. Tengo un problema con la ficción negra, sep.

So you wonder what have you become?

Lost Forever; Van Canto.


La muerte había rondado a Seto Kaiba desde que tenía memoria así que cuando fue consciente de todo lo que implicaba (la muerte, matar, morir) también lo fue de todo lo que había hecho (de lo que le habían obligado a hacer). ¿Cómo moriré? La pregunta apareció sin más en su cabeza un día y tan rápido como había llegado se desvaneció de su memoria y al final fueron tres las respuestas que le dio a aquella pregunta, tres posibles que al final… erraron.

A sus quince años la respuesta fue iracunda, colérica, vengativa. Seto Kaiba, en su obsesión por el control, había planeado al detalle su propia muerte y en ella se llevaba a Gozaburo Kaiba con él al maldito infierno, sin embargo, el azar se encargó de arruinar con burla sus planes y no hizo falta morir para llevar a Gozaburo ante las puertas de la muerte y Seto lo interpretó como una bofetada, como una exigencia de la vida misma.

Arregla todos tus estropicios antes de pensar si quiera en morirte.

A los dieciocho años Seto firmó su primer testamento ante notario. Hastiado de los continuos sicarios de sus competidores y de gente que lo odiaba imaginó que, tarde o temprano, alguno de esos imbéciles sería lo suficiente astuto para lograr su objetivo y no podía permitir que Mokuba y la empresa por la que tanto había trabajado (por Mokuba, todo por Mokuba) cayera en las garras de algún desgraciado. Pero siguió viviendo y aunque de vez en cuando aún aparecía algún desesperado con aires de venganza el trabajo de sus guardaespaldas se había vuelto más tranquilo y normal. Seto Kaiba había vuelto a equivocarse.

La tercera respuesta fue dada un año más tarde. Fue una respuesta mordaz producto de una arraigada amargura. Imaginaba que su cuerpo sería encontrado en un callejón oscuro tras ser asesinado por un ladronzuelo de poca monta. Y era gracioso pensar que de todas ellas la más "honorable" era la primera y aun con ello poco había de pacífico en ella, en realidad poco había de honorable en él. Tampoco acertó su imaginación entonces.

¿Cómo iba a imaginar que él, creación del diablo, al final ofrecería su vida por la de alguien más?

Aquella mañana había transcurrido como todas las demás salvo por una pequeña excepción sin importancia. Yugi había querido ir al banco para sacar dinero. Estamos a principios de mes; había esgrimido como argumento. Kaiba lo veía absurdo. Si Yugi quería dinero o necesitaba algo solo tenía que pedírselo, joder, si quería incluso podía poner una tarjeta a su nombre pero Yugi era demasiado terco así que finalmente el CEO accedió a acompañarle al puñetero banco (realmente su pareja no se lo había pedido pero él, internamente, creía que durante el trayecto podría convencerle de que cambiara de parecer con el tema de la puñetera tarjeta).

Nunca imaginó que una acción tan natural en aquel tiempo como lo era el ir al banco terminara de aquella manera.

De haberlo sabido era más que probable que el rey de los duelos no hubiese vacilado a la hora de aceptar esa estúpida tarjeta.

Estaban aún en la cola cuando los explosivos estallaron. Fue automático para el presidente de Kaiba Corp el cubrir a su pareja con su propio cuerpo antes de terminar los dos en el suelo. Después vinieron los disparos, el agente de seguridad fue abatido pero antes de eso se llevó a uno de los ladrones consigo. Eran dos al iniciar toda aquella locura y solo quedó uno nada más iniciarse el atraco, sin embargo, a juzgar por el balazo que terminó recibiendo uno de los empleados del banco que se negó a colaborar el superviviente no había sido precisamente el compositor de aquel réquiem. No era la cabeza pensante, era el ejecutor.

Y eso solo significaba que cualquiera de ellos corría peligro.

Que Yugi corría peligro.

—¡Quieto todo el mundo! —gritó el hombre. El tono de su voz era agudo para el tamaño de su cuerpo, su rostro estaba cubierto por un pasamontañas. Kaiba solo pudo pensar que el tipo era demasiado grande, demasiado inestable, demasiado agresivo. Intentar un ataque frontal sería un suicidio—. ¡Que nadie haga otra tontería o termina como este tío! ¿¡Os ha quedado claro!? —señaló con su arma el cadáver del empleado del banco antes de volver a disparar sobre él. La sangre se esparcía con rapidez bajo su cuerpo, cubriendo el suelo del destrozado local. Por pura inercia, Seto apretó el cuerpo de Yugi contra su costado al verlo. Su novio temblaba.

La peor parte llegó cuando empezaron a sonar a lo lejos las sirenas de los coches de policía, fue entonces cuando se desató el verdadero caos. Los rehenes, él y Yugi incluidos en ese saco, fueron obligados a colocarse todos juntos frente a la pared más alejada de la puerta. Empezaron las negociaciones, algunas personas estaban heridas por las explosiones y un par de civiles también habían muerto por las mismas, la mayoría estaban aterrorizadas y él solo podía pensar en cómo diablos podía alejar a Yugi del peligro. Él solo podía pensar en cómo sacarle de allí.

Nunca había sido más que un perro egoísta.

Y nunca tuvo intención de cambiar.

—¿Kaiba…? —el rey de los duelos sonó ligeramente asustado, ligeramente confuso. Había dejado de temblar pero no de apretarse contra Seto.

—Pase lo que pase no le desobedezcas —le murmuró a Yugi aprovechando que su secuestrador estaba distraído con el móvil y la policía. Sintió cierto remordimiento por hacerle creer al chico que tenía un plan para sacarlos ilesos a ambos de allí, por hacer que su tono de voz diera indicios de ello cuando su mente solo buscaba realmente como liberar a una persona y no era a él mismo. Apretó su mano débilmente sobre la de Yugi.

Seto Kaiba siempre había creído que su propio cuerpo era una herramienta que podía usar para lograr sus objetivos.

Y las herramientas eran desechables.

Llevaban casi dos horas encerrados allí y la desesperación empezaba a hacerse latente en todos ellos. Un coche, dinero, las exigencias eran sencillas en apariencia y, finalmente, fueron cumplidas ante la amenaza de asesinar a un rehén cada cinco minutos. Si se ponía en el lugar del secuestrador la situación era bastante obvia. No podía liberar a todos los rehenes sin riesgo a ser apresado al instante por lo que iba a llevarse a uno de ellos con él.

No era lo suficientemente altruista como para sacrificarse por una panda de desconocidos, tampoco iba a permitir que Yugi lo fuera. Quizá por eso alzó su rostro de manera altiva, quizá por eso obligó a su pareja a retroceder unos centímetros detrás de él con el brazo, obligándole a resguardarse entre él y el resto del gentío que se apretujaba contra ellos.

No era lo suficientemente altruista como para sacrificarse por unos desconocidos.

Pero Yugi era lo suficientemente importante para él como para poner su vida por encima de la suya.

(Porque eso era lo que hacía Kaiba con las personas que le importaban. Porque solo había dos personas que le importaban realmente).

Y cuando, por fin, el atracador decidió apuntarle a él directamente con la pistola se preguntó si quizá la vida no le estaba diciendo que ya había pagado todas sus deudas.

—¡Eh, tú! Sí, a ti te conozco, te he visto en la tele, eres un tipo famoso, ¿no? Seguro que un ricachón como tú sabe conducir… además si eres un tipo importante no se atreverán a hacer cosas muy raras —Kaiba sabía, no lo negó pero le hizo gracia, la asociación de ideas que aquella mente tan simple estaba realizando incluso antes de que las expusiera en voz alta. Al menos, podía consolarse, no había escogido a Yugi pensando que a él le llevarían en coche a todas partes—. De acuerdo, esto es lo que vamos a hacer, levanta las manos y acércate a mi muy despacio y cuidadito con intentar alguna gilipollez porque te juro que te mancharé esa bonita cara de niño pijo y engreído que tienes de rojo.

Aunque las palabras del atracador y sus formas dejaran bastante que desear Kaiba obedeció todas y cada una de sus órdenes por lo que pronto se encontró así mismo con la pistola del bastardo en la nuca. Miró a Yugi una última vez lamentando más cosas de las que habría querido creer que lamentaría en una situación como esa. Finalmente, negó con la cabeza, de manera casi imperceptible, en dirección a su pareja.

No hagas nada, no lo intentes, por el amor de todos los dioses en los que no creo no se te ocurra ofrecerte.

Esa fue su suplica silenciosa. El último deseo de quien estaba ante las puertas de la muerte mientras ésta se pensaba si llevarle de la manita o empujarle directamente de una patada para que pasara rápido y pudieran deslizarse el resto de ovejas.

La muerte.

Desde que tenía memoria la muerte le había rondado como una fúnebre sombra sobre su alma, sobre su viaje, sobre su esencia.

Le arrebató a sus padres y su inocencia, le manchó las manos de sangre y le exigió que se resarciera por sus pecados. Había estado a sus puertas en multitud de ocasiones pero nunca le había obligado a saltar a su interior y ahora, con la pistola de un ladronzuelo de poca monta pegada a la sien, le tendía los brazos como una vieja examante. Salió a la calle con el atracador a su espalda y los brazos en alto, con la pistola aún pegada a su nuca y la bilis rozando su garganta. El viento le golpeó en la cara y mientras andaba Kaiba pudo contemplar el escenario a sus pies. El humo gris que aún se deslizaba hacia el cielo, el cielo que se había vuelto plateado y parecía amenazar con una tormenta.

Cuando escuchó el motor del coche rugir, cuando sintió el frío volante bajo sus dedos supo que tenía que elegir, que la muerte le sonreía burlona desde lo alto del marco de su enorme y siempre abierta puerta.

"Tú que siempre me has imaginado puedes elegir ahora como morir, ahora, Seto Kaiba, ahora que quieres vivir".

Era una puta desgraciada.

Y pensó en Mokuba y en Yugi y supo que no quería darles un muerto con una bala en la sien. Supo que quería vivir como nunca antes lo había querido. Pero los deseos y la realidad rara vez coincidían para él.

También pensó en Atem.

Se preguntó qué hubiera pensado de lo que estaba a punto de hacer si aún estuviera vivo.

Y dejó de pensar.

Porque era más fácil hacerlo si no pensaba en ello. Porque era más fácil dejarse llevar por sus sentimientos aunque Seto Kaiba no supiera demasiado bien cómo hacerlo. Dejar la mente en blanco. Dejarse llevar por lo que sentía. Quizá no estaría en esa situación si hubiera pensado un poco más con el corazón y un poco menos con la cabeza. O quizá habría muerto mucho antes. La historia no escrita.

—¡Acelera, maldita sea, acelera! ¡Cuánto antes nos alejemos de esos bastardos antes podrás a volver a tu mansión de niño pijo! —a Seto la mentira le pareció obscena pero volvió a obedecer la petición de su captor, la orden de aquel sujeto. Porque si le ponían su elección en una bandeja de plata era mucho más fácil tomarla. Las sirenas aún se escuchaban por encima de los gritos del atracador.

Era horrible ser consciente de cuanto quería vivir y tener que elegir la forma en la que debía morir.

Volvió a acelerar y esa vez fue demasiado rápido, demasiado recto, demasiado. Ni siquiera llegó a escuchar el grito de su acompañante. Sus oídos estaban taponados por los acelerados latidos de su corazón y su visión estaba llena de gris. Pavimento gris, suelo gris, pared gris.

Y cuando el coche estampó su cuerpo metálico contra la dura piedra Kaiba se preguntó si la vida le perdonaría por todas las promesas incumplidas.

Notas finales:

Lo primero. ¡Antes de matarme recordad que aún quedan cinco capítulos en los que pueden pasar muchas cosas! Creo, lol. Y, eh, aunque me gusta bastante el concepto del capítulo no termina de convencerme como quedó, ¿alguna opinión?

Nos leemos.


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