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Inmarcesible por Nithael

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Notas del capitulo:

Advertencias: Mis dedos están muy gilipollas últimamente (y mi cerebro, y la musa y…).

 

"Hallar palabras para recordarte, fuera admitir que pueda yo olvidarte".

José-Miguel Ullán.


Los hospitales huelen a deshumanización e irónicamente son los lugares más humanos que existen. Se los condena a un recóndito lugar de la mente, se los ignora hasta que la necesidad es apremiante. Están llenos de vida y muerte, están llenos de las emociones más humanos y están llenos de los miedos y las desesperaciones más profundas.

También de las esperanzas y alegrías más intensas.

—Debería dar gracias de que sea la única secuela que le vaya a quedar —rezongó el médico—. Podría haberse matado, señor Kaiba. Además, sus corneas ya estaban bastante dañadas antes del accidente. Tarde o temprano habría terminado con gafas —sentenció su médico.

El señor Kaiba gruñe y se remueve. A él no le parece que deba dar las gracias por un brazo y una pierna rotas así como tres o cuatro costillas en el mismo estado por no hablar de la desagradable sorpresa de que ahora debe llevar gafas, sin embargo, al mirar a Yugi decide dejar de discutir. El chico apenas ha dejado el hospital desde que lo ingresaron moribundo, empapado en su sangre y la de su acompañante.

Uno muerto y el otro moribundo.

Yugi no se merece ese fútil dolor de cabeza pues en el fondo sabe que el médico tiene toda la maldita razón. Necesita las gafas. Lleva tiempo necesitándolas, postergando el momento de ir al maldito oculista, en realidad. ¿La razón? Ir al oculista hubiera sido una pérdida de su valioso tiempo. Si lo piensa es una razón pésima, terrible e inmadura, sin embargo, la madurez nunca ha sido uno de sus puntos fuertes.

—No es algo tan terrible. Cuando te den el alta podemos ir a comprarte unas —contempla el rey de los duelos, el médico se va tras decirles que si hay algún problema avisen y el silencio se instala entre ambos y es entonces cuando Kaiba sabe que no todo está bien y no puede creer que Yugi no le esté sacando las respuestas a sus preguntas a patadas. Luego recuerda que está hablando de Yugi y que ese chico se calla más cosas de las que debería.

Pero Kaiba odia hablar.

Kaiba odia abrir su alma.

Eso no ha cambiado y duda que por mucho que avance su relación vaya a cambiar.

—Aún no hemos hablado.

Y aun así es él quien lo inicia. Es una mierda y lo odia pero es una mierda necesaria. Un mal menor.

—No quiero hablar —reconoce Yugi, juega con sus dedos. Kaiba reconoce el nerviosismo del más bajo en ese simple gesto.

—Tú siempre quieres hablar —le recuerda sin amabilidad, ¿cuántas veces le ha sacado su rival de su zona de confort? No puede creer que tenga que ser él quien lo haga esta vez. Obligarle a hablar, sacarle de su zona segura. Odia que se lo hagan y ahora es él quien tiene que hacer lo mismo. La puta ironía. Si no le doliera tanto el cuerpo incluso podría reír por la misma.

—Esta vez no —replica y le tiembla el labio inferior, le tiembla el maldito labio inferior y, joder, Kaiba sabe que esa conversación no será agradable.

—¿Por qué? —le cuesta hacer la pregunta aunque su curiosidad siempre haya sido su punto débil. Traga saliva con dificultad, le duele todo el maldito cuerpo, le arde el alma.

—Porque no quiero que me digas que estrellaste el coche a propósito —y a Yugi le tiembla la voz al decirlo pero a Kaiba se le agarrotan los dedos. Es consciente de que lo sabe, es consciente de su debilidad, es consciente de que no sabe cómo demonios explicárselo sin que suene a puta locura. Porque, joder, fue una puta maldita locura y aún no sabe cómo diablos llegó a esa conclusión (en realidad, si lo sabe, pero no quiere reconocerlo, no aún aunque vaya a hacerlo, aunque tenga que).

—Pero lo hice —confiesa finalmente, se confiesa pecador de tal acción—. Sabes que lo hice.

—Lo sé —murmura su contrario, susurra con el cabello tapándole los ojos. Seto se contiene para no retirárselo. Los ojos de Yugi siempre han sido la manera más fácil de leerle—. Y no lo entiendo —Kaiba se habría sorprendido si Yugi lo hubiera entendido. Y en realidad debería reírse en ese mismo instante porque aún no lo entiende ni él.

—Quiero vivir si eso es lo que te preocupa —hay muchas cosas que Seto Kaiba nunca creyó que diría y esa frase es una de ellas—. Pero iba a morir. Iba a morir y no quise hacerlo con una bala en la cabeza —es simple, es ridículo pero la verdad no tiene porqué ser grandiosa, no tiene porqué consolar a nadie.

—Podría no haberte matado. ¿Por qué estás tan seguro de que lo habría hecho? —ni siquiera Yugi suena convincente para sí mismo cuando expone la posibilidad—. Él podría… y tú no estarías aquí.

—Una moneda tiene dos caras, Yugi. Si la tiras al aire cuando cae hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que caiga de cara, las mismas de que caiga de cruz —explica—. Probabilidad, suerte… tú y yo sabemos que siempre están en mi contra.

—Por lo que parece también lo están la esperanza y la vida —se miran y los ojos de Yugi brillan, contienen más emociones de las que puede expresar en voz alta. A Seto le duele esa mirada, le duelen esos ojos, le duele más de lo que le duele su maldito cuerpo. Y nunca creyó que nadie le dolería tanto en el alma. No de nuevo.

—Y aun así sigues conmigo, aun así estás aquí, cualquier otro en tu lugar se habría hartado de esta situación —el CEO quiere saber, necesita saber—. ¿Por qué?

—Supongo que tengo la esperanza de que se te pegue algo de mi buena suerte —bromea. Trata más bien.

—Estoy vivo, Yugi —le dice, se lo susurra y siente el deseo de abrazarle pero no puede. El pitido de la maquina a la que está atado se lo recuerda con burla.

—Lo estás —dice como si aún tratara de asimilarlo—. Lo estás… —repite. El castaño le mira fijamente y, finalmente, mueve la mano para hacerle una seña para que se acerque y el rey de los duelos obedece. Cuando se para a pensarlo es ridículo lo mucho que lo necesita, es irrazonable todo lo que le quiere. Es un sentimiento tan ilógico que sigue sin saber cómo reaccionar ante él. Enreda los dedos en las puntas del cabello de su pareja y luego pasa el pulgar de su mano derecha por su mejilla.

—Estoy contigo. Mientras respire estaré contigo —confiesa y aprovecha la cercanía para apoyar su frente contra la de Yugi y le mira directamente a los ojos, lágrimas traicioneras empiezan a deslizarse, a lamer las mejillas de su rival y se pierden entre las blancas sabanas de la cama del hospital.

Y Kaiba sabe que tiene que decírselo.

Porque nunca se lo ha dicho y porque ha estado a punto de morir y es injusto que no se lo haya dicho todavía cuando se lo han demostrado de una y mil maneras diferentes en ese tiempo.

—Te… —pero se le enredan las palabras en la lengua. Se le enreda el temor en el bajo vientre y aspira muy lentamente y cierra los ojos porque no cree ser capaz de decírselo mientras le mira. No aún. Es demasiado íntimo y Kaiba no está acostumbrado a esa clase de intimidad. A veces se pregunta cuando lo estará—. Te amo, Yugi.

Dos palabras.

Cinco letras.

Que se le traban en la lengua y que tartamudea pero que finalmente consigue decir.

Esa expresión tan abstracta tiene demasiados significados que no puede captar con exactitud. No puede definir con exactitud su amor por él, su necesidad por él, su alegría y su tristeza, su pasión y su ira. Yugi se ha convertido en todo, en una parte vital y la idea de perderle es tan dolorosa como la idea de perder cualquier parte de sí mismo. Más, en realidad. Perder a su rival sería perder una parte de su alma (y ya ha perdido una, no soportaría perder otra).

—Y luego te preguntas que por qué sigo aquí —masculla su novio, esconde el rostro en el hombro del castaño y finalmente se deja llevar por el llanto que lleva ahogándole desde que empezaron a hablar—. No te vuelvas a ir, no me vuelvas a asustar así —masculla entre hipidos y sollozos.

—No es mi intención… pero te recuerdo que no soy el CEO más popular del planeta —trata de bromear (no le sale especialmente bien), es un CEO particularmente odiado; piensa.

—Joder, eres incorregible —rezonga, solloza y se aprieta más contra el castaño. Kaiba hace un amago de sonrisa. Si Yugi levantara los ojos y mirara los de Kaiba los vería brillar de emoción contenida, de lágrimas no derramadas.

—Ese lenguaje —contraataca, suspira—. Si yo soy incorregible entonces tú eres un caso perdido.

Y ambos saben que el otro tiene razón.

Pero, al final, a ninguno de los dos les molesta.

Porque están vivos y se tienen él uno al otro.

Y eso es lo único que les importa.

Notas finales:

Tengo serias dudas de como enfocar la siguiente palabra yyyy exámenes así que no me maten. Tengo una mente pobre últimamente (?). Ejiem, espero que el capitulo les haya gustado. Al final no fui mala persona (?).

Además son 30 palabras, si mato a alguno de los dos será en la 30 -khé-. OKEYNOOSIYAVERÉQUEEEEEEE me dice la musa. Culpenla a ella de todo lo malo.

Nos leemos.


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