Por llenar de luz, de luz mi suerte yo…
Yo te seguiré.
Yo te seguiré; Maldita Nerea.
Paris era la ciudad de la luz y lucia orgullosa su mote durante la noche. Desde el avión todas aquellas luces habían parecido un pequeño firmamento en la tierra, sin embargo, desde la ventana del pequeño apartamento que habían alquilado para aquellas vacaciones la vista no era menos impresionante. Quizá, para Kaiba, lo mejor de todo aquello era la visión de la figura de Yugi siendo acariciada por las luces de Paris.
—Mokuba se ha dormido nada más tocar la cama —le dijo a su pareja, avanzó hasta colocarse a su lado y miró por la ventana. La vista era tan magnifica como la recordaba. Paris tenía un encanto que le transmitía cierta… nostalgia—. Tú y yo también deberíamos dormir algo. Mañana tendremos un día ajetreado.
—Oh, vamos… quiero seguir mirando —dijo el rey de los duelos completamente embelesado por las luces de la ciudad. Desde aquel lugar parecían mágicas—. Es hermoso.
Kaiba sonrió un poco, apoyó su hombro contra el de Yugi y se quedó completamente quieto mirando lo mismo que su novio.
—Lo es —concordó el CEO—. ¿Es este el momento en el que digo que la vista no es tan hermosa como tú? —preguntó mirándole de reojo con una sonrisilla prepotente en su faz.
—Eso suena demasiado fuera de personaje, ugh, ni se te ocurra —Yugi río, avergonzado, feliz. Kaiba podría haberle dicho que se veía más hermoso que nunca y habría sido sincero, lo habría sido, pero ese tipo de palabras no eran lo suyo. Palabras de amor. Frases de coqueteo. Le parecían insustanciales, frías, calculadas. No acertaban a reflejar todo lo que él sentía en su corazón.
—De acuerdo —se quedó pensativo—. ¿Y qué tal agradecerte el que estés conmigo? ¿Demasiado cliché? ¿Debo pensar otra cosa?
—Demasiado cliché —confirmó Yugi—. No tienes que decir nada. De verdad que me basta con que estés aquí conmigo —quizá era ahora él quien estaba siendo cliché pero a Kaiba no le importó. Era… extrañamente feliz.
—Curioso —murmuró el castaño—. Supongo que siento lo mismo, al final.
—¿Crees que sigo siendo un idiota sin remedio? —preguntó el rey de los duelos—. Por quererte —aclaró.
—Supongo que ambos somos unos idiotas sin remedio —respondió tras un rato de silencio— No tienes ni idea de cuantos juramentos que me hice a mí mismo me has hecho quebrantar, Yugi.
—No puedo decir que lo lamente, Seto —replicó con la voz ligeramente ahogada. No había esperado una confesión semejante. No conociendo al castaño.
—Al final… —Kaiba sonrió débilmente, parecía en paz—. Creo firmemente que mereces cada uno de esos juramentos rotos, Yugi —o al menos eso quería creer, no quería arrepentirse, dudaba que pudiera arrepentirse de ello aunque se fuera al garete todo algún día. Lucharía con uñas y dientes para evitarlo—. No lo dudes nunca.
—Odio que hagas eso —susurró su contrario en voz baja.
—¿El qué? —preguntó.
—Dejarme sin saber que decir —confesó Yugi.
—Tendrás que acostumbrarte, entonces. Tú iniciaste todo esto —le recordó Seto—. No me arrepiento —le confirmó el CEO en una admisión que no iba a volver a hacer pronto. Si se detenía a mirar cuidadosamente el pasado la conclusión era aquella. Yugi le había obligado a salir de su castillo embrujado, había derribado sus defensas y se había colado en su corazón para hacerse con el control del trono sin más.
Y ambos sabían que no sería fácil, que aún les quedaba mucho camino por delante y que no siempre sería llano. Ambos lo sabían y aun con todo eso querían creer que mientras permanecieran juntos cualquier obstáculo podría ser superado.
—El amor es así de extraño —concluyó para sí.