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Notas del capitulo:

Han pasado 84 años…

¡Nos leemos al final!  

Capítulo 1.

O N C E A Ñ O S D E S P U É S

 

Caminaba hacia la sala de descanso para trabajadores. Tenía prisa. Se había retrasado un poco por una llamada de Karin, la maestra de sus hijas, pidiéndole que fuese al termino de las clases personalmente, Natsuki había hecho una travesura “grave”…, otra vez. Era la cuarta en esa semana, y apenas era miércoles.

Naruto no es muy estricto, los castigos se le daban fatal. Pensó en prohibirle cenar Ramen, pero recordó que era luna llena, siempre comían ramen en luna llena porque era una noche especial, así que desecho la idea por completo. Pensó en no dejar que viera la televisión, pero recordó que siempre que comían Ramen veían una película, así que tampoco era buena idea.

Bufó un poco. Saludó con una sonrisa y un movimiento de mano a las enfermeras que pasaban a su lado, sin prestarles realmente atención. Estaba demasiado ocupado en pensar en un castigo idóneo para su pelirroja hija.

Atravesó el último pasillo de blancas paredes y dio una vuelta, abriendo en seguida la puerta de madera que estaba enfrente.

Lo recibió un tumulto de personas, jóvenes y adultos. Les regaló una sonrisa y escuchó cuchicheos y risillas nerviosas. Sonrió aún más, gracias por inflar su ego, señoritas. Pero la sonrisa se murió cuando vio, enfrente de todas las personas, unos ojos jade que lo miraban severos y reprochantes. Caminó hacia ella.

—Llegas 10 minutos tarde Naruto y él no aparece aún —le dijo en un susurro, que no llegó a oídos de nadie más que a los de él — ¿Qué excusa tienes ahora?

—Lo siento, Sakura —dijo, igualando el tono de la preciosa joven de cabellera rosada que tenía enfrente—. Karin marcó, tengo que ir…, ya sabes. 

La expresión de la joven se relajó, y le dedicó una mirada comprensiva.

Naruto carraspeó, haciendo callar a todas las voces que volaban y rebotaban en las paredes, también blancas.

—Buenos días, compañeros, antes que nada bienvenidos al Hospital Katsuyu. Soy Naruto Namikaze y yo les daré la introducción.

Y todo lo dijo con una sonrisa impersonal y una pose despreocupada.

Namikaze Naruto, de 31 años, trabajador del hospital Katsuyu, un exitoso e importante médico.

Ese era él, y todos en esa sala lo sabían.

El medico ganó fama rápidamente, era de esperar. Su abuela, Tsunade, era la dueña del hospital y una reconocida doctora por sus métodos y aportaciones a la medicina, así que el hecho de que su único nieto le siguiera los pasos era un notición.

Pero, poco después de los 29 años (edad en la que por fin pudo terminar sus estudios al completo), fue demostrando que si estaba ahí, no era porque su abuela fuese la dueña, era porque se lo merecía y porque adoraba ayudar a las personas.

Su fama creció sin la ayuda de Tsunade, sólo por sus medios, con dedicación, esfuerzo y perseverancia. A pesar de las adversidades vividas, Naruto, dos años después de graduarse, era un excelente y prometedor médico reconocido, no sólo en Japón, sino en varios países también.

Todo lo anterior pasaba por la mente de un joven de cabellera azabache y mirada carbón, que miraba al Namikaze hablar en frente de él como un cantante principiante miraría a su artista favorito; con admiración, con anhelo y con… rivalidad.

Porque Naruto era eso para él, un rival, alguien a quien superar. Un simple obstáculo para llegar a su verdadera meta.

Sasuke Uchiha, ese era su nombre, y se encargaría personalmente de que el Namikaze lo supiera y se lo grabara.

No era como si Sasuke lo hubiese investigado o algo por el estilo, nada de eso, es que lo conocía por culpa de Itachi. Su maldito hermano mayor tenía una clase de obsesión por ese doctor, algo que lograba fastidiar demasiado a Sasuke.

«Hizo muchas cosas para estar en donde está, Sasuke —le dijo una noche, mientras veían a Naruto siendo entrevistado en la televisión—. Creo que es un excelente médico, estaré orgulloso si llegas a ser como él»

¿Qué mierda sabía ese estúpido?

Itachi no sabía nada de medicina. Sólo de oler sangre su perfecto hermano mayor gritaba como nena y se desmayaba. Sasuke sabía que si Itachi hablaba así de él no era únicamente por su carrera, sino por todas las cosas que atravesó para llegar ahí.

Pero eso a Sasuke no le importaba.  

—Sé que no les interesa saber de mí y que deben estar emocionados por comenzar su primer día en este grandioso hospital —continuó diciendo el rubio—. Les diré, a los que están por graduarse, que esto es algo serio y los trataremos como un miembro más el tiempo que dure su estancia, como sabrán es un poco complicado quedarse aquí después de que terminen su pasantía. Sólo escogeremos a un puñado de ustedes; los más capacitados y dedicados al bienestar, no sólo de los pacientes, sino de sus compañeros también.

Movió su azulina mirada, llena de luces, escaneando todas las caras nuevas y emocionadas de la sala, regalándoles una sonrisa afable.

—No los aburriré más, los de práctica profesional pasen con mi compañera Sakura —señaló a la sonriente joven que estaba atrás de él —ella será su asesora y los evaluará. Mucha suerte a todos, será un placer trabajar con ustedes, y si necesitan algún consejo, aquí estoy.

Sonrió, viendo como las muchachitas que desfilaban hacia su compañera le regalaban coquetas caídas de pestañas y risillas nerviosas, él se limitó a seguir sonriendo.    

Cuando los jóvenes, que en su mayoría no rebasaba más de los 27 años, abandonaron la sala siguiendo a Sakura Naruto volteó hacia las pocas personas que quedaban, adoptando una expresión y postura más profesional.

—Ahora, compañeros, hoy inicia oficialmente su estancia en la clínica. Sean bienvenidos.

Tomó un listado de todas las personas que se encontraban ahí.

—Comencemos, nombraré a algunos de ustedes y me seguirán, a quienes no esperaran un poco a que llegue mi colega, él los llevará a sus nuevas áreas y les entregará su Carnet de identificación.

Todos miraban expectantes. Las personas que quedaban en la sala -diez, como mucho- esperaban ser llamadas por la voz del doctor famoso que se erguía delante de ellos. Sasuke, por ejemplo, también quería ser llamado por él.

Más valía conocer a la competencia cuanto antes, ¿no?

—Pediatra Ino Yamanaka —un gritito de ardilla sonó, y Sasuke frunció el ceño—. Traumatólogo Kiri Furinama, geriatra Nonō Yakushi, psicólogo Sasuke Uchiha y, por último, la psiquiatra Yugao Uzuki. Los demás esperen un momento, por favor. Y, una vez más, sean bienvenidos.

Con un gesto de mano les insto a que lo siguieran.

Todos lo hicieron, médicos recién contratados. Ilusionados con la idea del primer día de trabajo en un hospital de renombre como lo era aquel. Y no era un hospital privado. La honorable dueña y fundadora no creía en la privatización, sin embargo, el hospital era conocido, tenía alta demanda, la mejor y más nueva tecnología, especialistas de todas las ramas, grandes áreas verdes, tenía todo… y  para todos.

— ¿Quién soy yo para negarle la entrada a mi hospital a alguien? —decía a los curiosos, a los reporteros, a sus familiares, a sus amigos, a sus pacientes, a todos aquellos que preguntaban —No me interesa el dinero, estamos para ayudar a las personas que depositan su vida en nosotros. La confianza es algo que no se puede comprar. Y la salud no debería venderse.   

Quizá esa era la razón por la que los nuevos miembros se sentían tan emocionados. Al menos los que buscaban lo mismo que ella: ayudar.

*

Caminaban por los largos pasillos, parando de vez en cuando en las áreas de cada nuevo integrante. Sasuke escuchaba las bromas estúpidas que hacía Naruto. Lo observó atentamente, como evaluando el nivel de peligro.

¿Esa era la persona que Itachi tan fervientemente admiraba?

Tenía la voz más aguda de lo que recordaba, hacía bromas tontas, reía estrepitosamente, como si fuese un practicante de 27 años y no un medico reconocido de 31.

¿Ese era su rival?

«Que decepción»

Él esperaba ver a un hombre maduro y profesional, con la misma voz profunda y sabia, la que siempre usaba en las entrevistas de televisión y radio. Alguien digno de su admiración y respeto, un ídolo al que superar.

No un fanfarrón bobalicón.

— ¡Bienvenida! —gritó Naruto, sosteniendo el pomo de la puerta del nuevo lugar de trabajo de la doctora Yamanaka, con una gran sonrisa en el rostro.  

Ino le dio las gracias con un guiño y una sonrisa coqueta, dejándolos solos.

—Bien, eh…

—Uchiha Sasuke.

—Bien, Sasuke, iremos a tu nueva oficina, está en la planta de arriba —sonrisa patentada y voz de tonto, eso fue lo único que Sasuke pensó.

Caminaron en silencio hasta el ascensor. El de cabello negro esperaba escuchar alguno de sus comentarios tontos o algo por el estilo, pero no llegó nada.

Dicen que los machos alfa reconocen el peligro, a un rival digno, en cuanto lo ven.

— ¿Cuántos años tienes, Sasuke? —el tono de su voz no dejaba de ser amigable.

—Veintiocho —en cambio, la suya era áspera y distante.

—No seas tímido, tal vez sea tu primer día, pero no tienes por qué estar nervioso.

Las puertas del elevador se abrieron con un «tinc» Naruto salió, pero Sasuke se quedó ahí, con el ceño fruncido y una mirada de gato a punto de arañar.

— ¿Por qué dice eso, Namikaze?

Naruto se detuvo y volteó a verlo, con una sonrisa y ojos grandes y comprensivos, como si le hablara a un nuevo alumno que se quedó solito en su primer día de clases.

—No has dicho una palabra. En este hospital no hay solo compañeros, somos una gran familia. Quiero que te sientas integrado.

El sonido de su voz y la manera pausada y calmada de decirlo lograron poner de mal humor al Uchiha.

Tal vez no era un gato, pero sus palabras sí que arañaban con precisión.

—Yo vengo a trabajar Namikaze, no en busca de un nuevo papi.

Ahora fue Naruto quien frunció el ceño. Sasuke salió del ascensor y se puso a su lado viendo al frente, en una pose estudiadamente altanera. Namikaze se quedó en silencio un momento, asintió con la cabeza, dándole el visto bueno a lo que pensaba. Giró sobre sus talones y comenzó a andar, recuperando su bonita sonrisa de dientes blancos.

—Está bien.

Y fue lo último que dijo.

Caminaron, dejando atrás varias puertas.

Sasuke notó que siempre que el personal, y algunos pacientes, notaban la presencia de Naruto hacían una reverencia y saludaban, ganándose una sonrisa y un pequeño y educado movimiento de cabeza. 

¿Cómo alguien podía respetar a alguien como él? Se preguntó. Y es que Sasuke no estaba seguro de llegar a sentir algún tipo de respeto por ese que no parecía ser más que una cara para el público.

— ¡Hemos llegado! —exclamó Naruto, moviendo las rubias cejas un par de veces, como hacen los adolescente antes de pasarte una revista con mujeres de grandes tetas.

Evitó poner los ojos en blanco y llamarle estúpido. Después de todo, era su superior.

En la puerta, en una pequeña plaquita plateada se leía «Psicólogo infantil»

Solo entonces los labios, finísimos, de Sasuke se tensaron en una sonrisa. Una de verdad.

—Gracias.

—Bienvenido —dijo, despacito. Tomó el pomo de la puerta y abrió, mirando expectante al joven médico. —Adelante.

Sasuke entró. Era un espacio grande, con un escritorio marrón, un librero de un lindo azul clarito, como el de todas las paredes. Tenía un sofá grande y mullido, del mismo tono que el del escritorio. Si girabas un poco a la derecha, siguiendo el tapete de estampado infantil, quedaba ante ti una mesita pequeña, varios juguetes, rompecabezas e incluso peluches, un librero pequeño y blanco, con cuentos y hojas de papel, lápices, crayones, acuarelas y pinceles.

Todo con una bonita y enorme ventana, con el parque y áreas verdes como fondo.

Pero nada maravilló más a Sasuke que leer, en la pequeña plaquita dorada sobre su escritorio, su nombre. En letras claras y formales.

«Uchiha Sasuke»

Naruto, quien seguía en el marco de la puerta, lo observaba con una sonrisa satisfecha. Sería un buen colega.

—Nos vemos después. Si tienes alguna inquietud no dudes en buscarme. —Y con una sonrisa traviesa, añadió: —Puedes llamarme Papi. Me encantaría.

Sasuke despego, al fin, sus negrísimos ojos de la plaquita y miró la puerta cerrada con el ceño fruncido.

—Idiota.

*

Manejaba a prisa, pero con cuidado, no es como si pudiera ir muy rápido en el papimovil de todos modos. No lo malinterpreten, él amaba su precioso Monovolumen  Ford plateado eléctrico, pero es que no era ni por asomo un auto sexi. Práctico y seguro tal vez, pero no sensual y rápido, como a él le gustaban.

Naruto resopló y pisó el acelerador cuando la luz verde apareció en lo alto, no quería seguir pensando en eso, pero el maldito lamborguini que se detuvo a su lado le recordó al coche deportivo que alguna vez él tuvo. Ese que disfrutó por unos meses. Respiró profundo y cambió de modo.

Papá en acción. Adiós hombre que extraña sus buenos días. 

Aún no tenía la más mínima idea de cómo o con qué castigaría a la preciosa pelirroja que tenía por hija.

Desde que salió del consultorio de su nuevo colega trató de encontrar una opción idónea que hiciera entender a su hija que lo que hacía estaba mal. Pero no se le ocurría nada. Sopesó, también, la posibilidad de llamar a Kushina y preguntar cómo demonios pudo con él en esa etapa.

Y es que sus hijas ya tenían 11 años, casi doce.

Estaban en ese tiempo en el que sus curiosidades aumentan. Pero no del tipo ¿por qué el cielo es azul? ¿Qué es eso? ¿Puedo tener un gato? Ya era algo así como ¿por qué ella sí tiene un novio y yo no? ¿Ya puedo usar lápiz labial? ¿Por qué a ella dice que ya tiene la “regla”? ¿Yo también voy a tener? ¿Cómo se hacen los bebés? Y lo peor es que “la cigüeña” ya no era suficiente.

Pero había una pregunta que lo hacía sudar y que se repetía con mucha más frecuencia últimamente.

¿Podemos tener una  mamá?

¿Qué se supone que contestaría a eso?

Ser padre soltero era, de por sí, complicado. Eso se multiplicaba por dos cuando eran dos hijos. Se multiplicaba por diez cuando era niñas. Y se multiplicaban por mil cuando estaban en a un paso de la pubertad.

Naruto adoraba a sus nenas, eran lo mejor que tenía en la vida. Pero para pensar así tuvo que pasar por cientos de cosas. Madurar a los 20 años fue demasiado difícil. Aprendió que tener hijos no traía consigo el conocimiento y la paciencia que se necesitaba. Aprendió que los sueños y las metas pueden cambiar por las prioridades. Aprendió que las pequeñas mentiras pueden salvarte la vida y que, en igual proporción, pueden pesarte un mundo. Aprendió muchas cosas, cosas que le costaron sudor y lágrimas, alegrías y tristezas, decepción y rabia, pero que jamás olvidará.

Llegó a la bonita escuela de sus amadas enanas y aparcó en el estacionamiento. El vigilante no dijo nada, sabía quién era él y por qué estaba ahí. Como casi toda la población dentro de ese edificio.

Caminó por el pasillo, que ya conocía demasiado bien. No tenía un buen castigo en mente. Tal vez sí llamaría su madre.

Tocó la puerta de madera con pequeños y frágiles movimientos, sutil, como queriendo y no queriendo que lo escucharan. Podía decir que sí fue pero que nadie lo atendió.

Lástima que la maestra de sus hijas fuese precisamente su queridísima prima.

—Creí que no llegarías, Naruto.

Sintió un escalofrió que le recorrió de la cabeza a los pies. Dio media vuelta y formó una sonrisa incomoda, jodida directora del cielo.

—Claro que vendría, directora, son mis hijas.

Ella le regaló una miradita y una risilla sensual.

—Tienes razón, me permite —dijo, señalando la puerta que Naruto seguía tapando, el asintió y se hizo a un lado, —está por terminar la jornada, siéntate y esperemos un poco a que Karin venga con las dos.

«¡Noooo!» gritaba Naruto en su atolondrada cabeza, pero se limitó a sonreír y pasar con ella, intentando no tocarla en lo más mínimo.

Tomaron asiento, uno frente al otro, y Naruto pensó que quienes sean que hayan inventado los escritorios eran unos santos. Así estarían alejados.

 — ¿Qué han hecho mis hijas esta vez, directora?

—Por favor, Naruto —la mujer le mandó una mirada reprochante—. Llámame por mi nombre, me haces sentir vieja cuando me hablas así.

«Noticia de última hora, eres una vieja del culo» quiso gritarle, pero no, él era demasiado amable como para hacer algo así, le sonrío e hizo lo que le pedía.

—No, no, estás preciosa Mei —a ella le brillaron los ojitos de satisfacción, él se apresuró a seguir—. Pero dime ¿qué han hecho mis hijas?

Mei Terumi era la hermosa directora del instituto al que sus adoras lunas asistían, no es como si estuviera mal como para que Naruto la rechazara como lo hace, ¡pero era la jodida directora de sus hijas! ¡¡Estaba mal!! Y tenía la misma edad de su abuela ¡¡¡De su Abuela!!!

No, gracias.

La boquita pintada de carmesí se frunció—. Misu-chan no ha hecho nada. Fue Natsuki. —Naruto notó la diferencia de trato que seguro recibían sus hijas ahí—. Ella fue la que prendió fuego al contenedor de basura y quemó el portafolio del profesor Chojuro, sólo porque ese color no le gustaba y hacía que su queridísimo maestro se viera aún más feo de lo que ya se ve. 

— ¡Oh! —dijo él, no sabía que más decir, y si abría un poquito más la boca soltaría una carcajada del tamaño del mundo.

—Así es —dijo Mei con gesto severo, que cambió casi de inmediato al repasarlo con la mirada— ¿No quieres un café, Naruto? 

Y se recargó en la superficie del escritorio. Las ganas de reír se le fueron de inmediato al ver las tetas de la directora diciéndole hola. Que tenía la edad de su abuela sí, pero es que no era de piedra.

La campana del término de clases sonó, y Naruto nunca había agradecido tanto en su vida.

La puerta se abrió casi al instante y ambos se pusieron de pie. Una sonriente y tranquilla pelirroja entraba en la estancia, sonrió aún más al ver a su padre y caminó aprisa para saludarlo, seguida de una cabecilla roja y cabizbaja.

Karin cerró la puerta y Naruto le sonrió, pero el gesto no fue respondido. Iba a ser una charla larga.

Bueno, su madre recibiría una llamada hoy.

*

Sasuke, después de explorar el nuevo consultorio y hacerlo su nuevo consultorio, salió por algo de comer. Conocería las instalaciones y al personal. Aunque lo segundo no le apetecía en absoluto.

Aún no tenía pacientes hasta después de las tres de la tarde, así que tenía tiempo de ir a la cafetería que vio por la mañana, que quedaba justo enfrente del hospital.

No se molestó en quitarse la bata blanca. ¿Para qué? Sólo quería comer.

Estaba por llamar al ascensor cuando el teléfono le vibró en el bolsillo. Puso los ojos en blanco y pulso el botón, sabía quién era.

—Si…

— ¡Feliz primer día, Sasuke!

—Ya habías dicho eso, idiota. —las puertas plateadas se abrieron y el entró, poniendo al instante la primera planta — ¿No deberías estar trabajando?

—Sí, y es lo que hago, pero mi hermano empieza su vida laboral hoy, es algo que festejar.

—Pues festéjalo sólo.

Itachi rio suave, lo imaginaba en su gran silla tras el escritorio café, viendo por la ventana.

—En realidad… quería preguntarte por el doctor Namikaze, ¿lo conociste?

—Sí —contestó seco, con ganas de colgarle y evitar lo que venía.

—Y… ¿cómo es? —sonaba como esos niños que jamás han ido al mar, que sólo lo han visto en fotos o por la televisión. Aunque era prácticamente así.

—Es un idiota.

Las puertas se abrieron y el salió, ignorando la mirada reprobatoria de la anciana enfermera que iba con él. 

— ¡Claro que no!

—Lo conocí, Itachi. Creo que en verdad es una cara publicitaria y nada más. 

 —Entonces no lo conociste de verdad— y su hermano sonaba ofendido, como si las palabras fueran dirigidas a él—. El Namikaze del que tú hablas no es el que yo veo.

Sasuke entrecerró los ojos por el sol de mediodía que le dio en la cara cuando salió del hospital. Sonrió con ironía al escuchar las palabras de Itachi. Lo entendía, él también estaba decepcionado. 

—Sólo es una cara para los medios, Itachi. Ya lo conocí—dijo firme.

—Dices eso porque todavía no lo conoces.

Sasuke frunció sus delgadas y preciosas cejas negras y miró detenidamente el teléfono.

Itachi le había colgado.

*

El silencio era denso, y nadie se atrevía a decir una palabra para romperlo.

Había llamado a Sakura para reportar su ausencia, con la promesa de mantener el móvil encendido por cualquier emergencia.

Naruto estaba molesto, y no por que su hija haya hecho esa clase de bromas y comentarios, sino porque se ponía en riesgo.

Karin le había dicho que encontraron una caja de cerillas y una botellita de alcohol un poco más allá del lugar del crimen.

No lo podía creer, él se había asegurado de enseñarles lo necesario para que midieran el peligro y no se expusieran ante nada. ¿Y si algo salía mal y se quemaba? ¿Y si el alcohol salpicaba su ropa y no supiera qué hacer? Sacudió la cabeza y se concentró en la carretera y todos los autos que pasaban a su lado, sólo con pensar en todos esos y si… se le hacía un nudo en la garganta y un puño el estómago.

—Papi… —susurró la pequeña Natsuki.

Pero él no contestó.

—Papá… —insistió, un poco más alto.

—No, Natsuki —dijo él con voz severa.

Y ella sintió que los ojos le escocían. Su padre nunca se molestaba con ellas tan en serio, pero esta vez hiciste algo muy malo, se dijo.

Unas pequeñas lagrimitas desbordaron de sus preciosos ojos azules y agachó la cabecita. Naruto se dio cuenta y le dieron ganas de parar en cualquier lugar y abrazarla con todas sus fuerzas. Pero no. Ese sería su castigo, decidió, la indiferencia. Se mordió el labio y quito la vista del espejo retrovisor.

Misuki los veía a uno y a otro, una y otra vez. Puso los ojos en blanco y vio por la ventana.

Su familia era muy exagerada.

Notas finales:

♥Gracias por leer♥


Creo que han pasado casi dos meses, perdón para quienes leyeron el prólogo desde antes…  ya tengo escrito hasta el capítulo siete, así que las actualizaciones serán más continuas.


Y pues eso, espero que les haya gustado jajaja no sé qué decir xD


Sí, Sasuke y Naruto se conocieron muy rápido, ¿ya vieron?


¿Quieren saber cómo la pasó Narutin durante estos once años? Pues acompáñenme en el siguiente capítulo, a la misma hora y por la misma página. No se lo pueden perder ;)


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