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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaa, querubines :D 

Aquí está la actu. Es un capítulo un poco largo, pero intenso. Sé que les gustará :B 

Cualquier error que encuentren, háganmelo saber. 

Nos leemos pronto. 

Abrazos :3 

Capítulo 19




Terence corrió hacia Ethan y arremetió contra él en una tacleada, pero apenas lo hizo tambalear. El pelinegro le agarró por los hombros y lo lanzó lejos; un par de cajas cayeron y se esparcieron por el suelo cuando el cuerpo de Terence se estrelló contra ellas. Estaban causando un gran escándalo.

Bebí de la botella que tenía en la mano.

   —Vamos, hombre —Ethan le dio una profunda calada al cigarrillo que tenía sujeto entre los labios—. ¿Eso es todo lo que tienes? —Terence se levantó; el cabello mojado por la brisa marina, la palpable humedad y el sudor se le pegaba a los bordes del rostro y a los hombros. Parecía cansado, no era para menos. Llevaban más de media hora luchando. Me llevé la botella a la cara para sentir algo frío sobre ella a pesar de que la temperatura del ambiente ya era baja; un calor interno me había invadido cuando le vi quitarse la camiseta. Ethan soltó un silbido de asombro y sus ojos oscuros se anclaron a las cicatrices que Terence tenía en el pecho—. Bonitas marcas —se burló, tiró el cigarrillo al suelo y lo aplastó con su bota, luego se quitó la chaqueta y la dejó caer al piso, quedando él también a torso desnudo. Puso los puños en guardia—. Bien, pelirroja. Ven aquí.

Escuché una risa a mi lado.

   —Esto va a ponerse bueno —dijo Aiden. Apreté los dientes y solo asentí con la cabeza. Él parecía muy acostumbrado a ver como su novio se trenzaba a golpes con otra persona, pero yo todavía no me hacía la idea.

Terence le lanzó un golpe y pude escuchar el sonido de su puño estrellándose contra la palma abierta de Ethan que lo atrapó en el aire. Intentó darle otro puñetazo con la mano libre, pero el golpe también fue evitado.

   —¡Vamos, joder! —gritó Ethan sobre el rostro de Terence cuando se acercó a él, sujetándolo por ambas manos—. ¿¡Por qué te estás conteniendo!? —Terence soltó un gruñido de frustración al no poder librarse de él.

   —¿Qué es lo que pretende Ethan? —pregunté, mientras le ofrecía agua a Aiden. Él tomó la botella y le dio un sorbo. Se encogió de hombros.

   —Terence puede ir más lejos que esto —dijo—. Supongo que quiere saber hasta dónde —Un quejido escapando de la boca de Ethan nos obligó a ambos a mirar al frente otra vez. Terence le había dado un rodillazo en el estómago y se había soltado de él para girarse sobre sus talones y lanzarle una patada al cuello que Ethan logró esquivar justo a tiempo, amortiguándola con el antebrazo. Aiden dio un respingó y farfulló entre dientes—. Joder. Eso fue peligroso.

Si Ethan no fuera dueño de los reflejos que tiene, esa patada le habría dado y le habría dejado inconsciente. Suspiré, eso había estado cerca. Mis ojos se pegaron a la figura de Terence; había algo en la manera en la que alineaba su cuerpo para pelear, en cómo se sacudían los músculos de sus brazos cuando daba un golpe, en la forma en la que ejecutaba cada movimiento, en cómo sus pies apenas rozaban el suelo al dar pequeños saltos sobre el, como lo hace un boxeador. Tenía cierta agilidad y ligereza al moverse que Ethan no poseía. Ethan era más fuerte y más rápido que él, pero sus movimientos eran toscos, eran bruscos y salvajes; casi instintivos. En cambio, en la forma en la que Terence peleaba había cierto arte, cierta gracia que lentamente había comenzado a cautivarme y que no podía dejar de admirar.

   —¿Habrá estudiado algún tipo de arte marcial o algo por el estilo? —La voz de Aiden me sacó de esa especie de ensueño en el que había caído—. Se mueve como una máquina —carraspeé la garganta. Él también lo había notado.

   —Estoy casi seguro de eso —respondí, sin dejar de mirar lo que estaba pasando. Ethan le dio un puñetazo y él intentó devolver el golpe, pero Ethan apartó sus brazos antes de que le tocaran, le agarró por los hombros otra vez y lo embistió contra la baranda de la cubierta. Terence miró hacia abajo y se estremeció, luego le golpeó en la parte interior del codo para zafarse de él, pero no funcionó. El cuerpo de Ethan era resistente como roca, no le soltaría con algo como eso. Di un respingo cuando vi que, al no poder soltarse de su agarre, Terence se acercó a Ethan, le dio un rodillazo en las costillas y aprovechó el descuido para, prácticamente, trepar por su cuerpo hasta llegar a sus hombros y atrapar su cuello con sus piernas para ejercer una llave que los tiró a ambos al suelo. Aiden y yo cruzamos una mirada. Él se levantó de golpe.

   —¡Está bien! —gritó y corrió hacia ellos para detener la pelea—. ¡Suficiente por hoy! —me levanté para seguirle y ayudarle en el caso de que la situación se saliera de control. Ellos habían acordado esta pelea, habían estado practicando desde hace unos días, pero no sabía en qué podía terminar. Ethan era alguien temperamental. 

Terence rodó por el piso mientras se sujetaba el estómago con ambas manos. Aceleré el paso para llegar hasta él, quizás estaba herido.

Pero no. Se estaba riendo.

Miré a Ethan, él también estaba en el suelo, también riendo.

   —¿¡Cómo hiciste eso, Terence!? —preguntó entre carcajadas histéricas.

   —¡No tengo idea! —gritó él y ambos rieron más fuerte. Aiden me lanzó una mirada y movió su dedo en círculos a un costado de su cabeza, como diciéndome “se han vuelto locos”.  
Ethan se levantó y le tendió una mano a Terence para ayudarlo a ponerse de pie. Dejé escapar el aire que había estado conteniendo en mi garganta. Al parecer, esto había acabado bien.

Terence tomó su mano.

   —¿Qué demonios te ocurrió? —preguntó el pelinegro. Su mirada estaba fija sobre la mano de Terence y yo la seguí con los ojos. Su muñeca. Terence apartó la mano bruscamente.

   —No lo sé —respondió con voz seca y la atmósfera pareció cambiar, se volvió tensa y pesada. Creo que podía entender la curiosidad de Ethan. Todas las cicatrices que Terence tenía a lo largo de su cuerpo llamaban demasiado la atención.

Me aclaré la garganta.

   —Deberían vestirse, chicos —dije, por decir algo. Necesitaba romper la tensión—. La temperatura está bajando, puede que venga una tormenta —Aiden pareció darse cuenta de mis intenciones y me siguió el juego.

   —Además ya está oscureciendo —dijo—. Recuerda que hoy nos toca cocinar, Ethan.

   —¿Otra vez comeremos sopa de pescado? —se quejó Terence—. ¿No puede cocinar Eden? ¿O al menos Chris? —Su voz se escuchó tan entristecida que no pude evitar la carcajada que explotó dentro de mi boca. Este era nuestro sexto día navegando, aún faltaban otros cinco para llegar a nuestro destino y en este tiempo, Ethan y Aiden habían cocinado dos veces. Al parecer, lo único que les salía bien era la sopa de pescado.

Ethan soltó un bufido.

   —Eden cocinó ayer y sabes que desde que Chris se obsesionó con aprender a controlar esta cosa que se la pasa con Jesse en la sala de control —respondió, mientras buscaba en su bolsillo una cajetilla con cigarrillos. Terence dejó escapar un suspiro. En nuestro segundo día en altamar nos enteramos de la noticia, por casualidad: Jesse era capaz de manejar este barco, había manejado con anterioridad. Si hubiésemos sabido antes, Shark y esos cazadores no estarían aquí ahora en los calabozos y Aiden y Ethan no estarían indecisos sobre qué hacer con ellos. Había sido un terrible error de comunicación, ellos debieron haber consultado antes si alguno de nosotros sabía navegar. Jesse no parecía la clase de persona que se la pasa el día jactándose sobre sus destrezas, él parecía más bien querer pasar desapercibido, aunque no lo lograse del todo. Yo podía verlo. Él era mucho más de lo que aparentaba. Quizás cuántas habilidades más se tenía guardadas.

   —Entonces… —cerré la cremallera de mi chaqueta hasta el cuello cuando sentí algo de frío—. Iré a decirle a Matt que los ayude. Después de todo no puede andar por ahí de vago… —dije y me alejé de ellos para caminar hasta donde estaba ubicado el dormitorio en el que dormía, el que estaba más cercano a los calabozos. Descubrimos a Matt el tercer día luego de emprendido este viaje, cuando algunas cosas empezaron a desaparecer; comida, agua y un poco de ropa. En la isla, se había escabullido entre la gente y se había escondido en el primer bote que partió, entre las mantas que cubrían las cosas que llevaríamos al viaje. Seguramente aprovechó el lío que hubo con los cazadores tripulantes cuando llegamos y entró al barco sin que nadie se diera cuenta. Aiden se enfureció cuando se enteró que se había escapado y había salido sin el permiso de su padre, pero ya era demasiado tarde para regresar. Ya no quedaba de otra que asumir la responsabilidad y hacernos la idea del regaño que nos daría Marshall cuando volviésemos a Paraíso.

Toqué la puerta tres veces para anunciar mi llegada. Ayer encontré a Oliver a medio vestir cuando entré sin hacerlo.

   —Matt —le llamé, mientras bajaba las escaleras que apenas habíamos terminado de reparar ayer. Y pensar que fui yo el que las tiró abajo con una bomba—. Aiden y Ethan necesitan de tu ayuda en la cocina.

   —¿Otra vez? —se quejó. Estaba sentado sobre su cama, afilando un cuchillo con una piedra.

   —Eso te pasa por cocinar mejor que ellos… —dije y caminé hasta él para arrebatarle la piedra—. Lo estás haciendo mal. Debes cargarla así o nunca terminarás de afilarlo.

   —No quiero cocinar —masculló.

   —Escuché que Amy también va ayudarles —mentí, pero pude ver la sonrisa que asomó de sus labios. Saltó de la cama y caminó hasta la puerta, acelerando sus pasos cuando llegó a la escalera para desaparecer por ella. Sonreí. Matt era un chico que estaba intentando madurar demasiado rápido sin mucho éxito. A veces le veía y me veía a mí mismo, cuando tenía su edad.

   —Parece que esa chica le gusta mucho —se burló Oliver y me extrañó oír su voz. Estaba recostado en la cama inferior de la litera que compartía con Matt, con las manos tras su cabeza en una posición relajada. Quizás era la primera vez que le veía así. Hasta hace un par de días nuestro contacto seguía siendo tenso. Pero tal vez estaba mejorando.

Noté que se había colgado el anillo de su hermano al cuello. Le quedaba bien.

   —Todos han de enamorarse alguna vez, ¿no? —caminé hasta la litera en la que dormíamos Terence y yo y busqué una camiseta que estaba seguro había tirado sobre la primera cama. Me quité la que traía puesta y la cambié.

   —¿Esa vez ya llegó para ti? —preguntó y algo me hizo dudar sobre si responder o no esa pregunta. Un vacío se alojó en mi pecho y lo heló hasta hacerme sentir escalofríos. Era la nostalgia.

   —Claro que sí —respondí e involuntariamente acaricié uno de mis brazos, donde la piel se había erizado. Oliver soltó un silbido—. ¿Q-Qué?

   —No me pareces la clase de chico que se enamora —respondió con naturalidad—. Bueno, no te conozco de todas formas —sonreí, para que él no notara que su pregunta me había molestado.

  —En un rato estará lista la comida —dije, antes de comenzar a subir las escaleras otra vez para salir—. Nos vemos arriba —Oliver me hizo un gesto de despedida. Intenté subir calmadamente, pero me costó trabajo, quería salir. Necesitaba salir de ahí. Cerré la puerta con más brusquedad de la que me habría gustado, me llevé la mano al pecho y mis dedos rozaron con el pañuelo rojo que siempre llevaba atado a alguna parte de mi cuerpo. Me había enamorado una vez, hace mucho tiempo. Y había sido un error. Me había costado la cicatriz que ahora ese pañuelo cubría y algo más.

Desaté el pañuelo y me lo quité para guardarlo en mi bolsillo. En estos momentos, sentirlo sobre mi piel dolía. Ese pañuelo era un recordatorio, otro más; de algo que tuve alguna vez y que perdí. Que perdí a manos de Shark.

Mis ojos se anclaron a la pequeña escotilla que estaba en el suelo de la cubierta, ésa que daba a los calabozos subterráneos donde antes encerraban a los muertos y que ahora, los hombres que los dejaron ahí ocupaban su lugar. Miré hacia ambos lados para asegurarme de que nadie me veía y me dirigí hacia ella. Había hecho esto durante todos estos días sin ser descubierto, lo hacía una vez al día, a veces dos. Era parte del tratamiento que me había autoimpuesto, algo que me ayudaría a superar el odio que comenzaba a sentir hacia Shark, ese que parecía querer envenenarme día a día, hora tras hora. Abrí la escotilla y bajé las escaleras, la peste de los muertos ya no era tan pesada como antes, pero la oscuridad seguía siendo igual de abrumadora que siempre. Encogí los ojos para acostumbrarlos a la negrura, se adaptaban fácilmente y en pocos segundos pude distinguir las siluetas que estaban dentro del primer calabozo, el único que estaba siendo ocupado; por Shark y sus hombres.

   —Creí que no ibas a venir hoy... —La ronca voz de Shark me invadió los oídos. Apreté los puños y caminé hasta la celda—. ¿Qué harás esta noche, eh, Reed? —tomé la linterna que anteriormente me había asegurado de colgar en una de las paredes y la encendí, para ver su áspero rostro. Sonrió cuando la luz le llegó a los ojos. Odiaba su sonrisa, odiaba la forma en la que me miraba cuando se reía. Él era consiente de todo el daño que había causado y aun así los músculos de su cara podían dibujar esa desagradable mueca—. ¿De nuevo lo de sentarse sin decir nada? —Él estaba en lo correcto. Me senté en el suelo en posición india, frente a los barrotes y él estiró sus manos hacia mí para tocar mi cabello. Me quede quieto, sin inmutarme. Los demás cazadores que estaban encogidos en un rincón de la celda dejaron escapar algunas risas entrecortadas por el frío—. ¿Qué es lo que pretendes? —preguntó.

Tenía un cuchillo atado a mi cinturón y me pregunté por qué no lo mataba ahora mismo. Ellos estaban desarmados, podía matarlos uno a uno, comenzando por Shark. Pero no me atrevía, cada vez que lo pensaba recordaba la voz de Terence diciéndome que no querría matar a un hombre por el placer de la venganza. Cada vez que lo pensaba, evocaba su rostro angustiado cuando me dijo esa frase, el día en que Cass murió. Nunca había matado a nadie sin necesitarlo; siempre era en defensa propia o cuando alguno de mis cercanos corría peligro, no sabía cómo iba a sentirme después de asesinarlo, no sabía si realmente eso iba a hacerme feliz. No sabía hasta dónde mi cabeza podía resistir la idea de cumplir una venganza que hasta ahora sólo albergaba en mis fantasías.

¿Qué es lo que pretendía? Pretendía observarlo hasta que su rostro me llenara por completo, hasta acostumbrarme a lo desagradable que se me hacía, hasta acostumbrarme a su presencia y al dolor que me causaba su sonrisa. Pretendía dejar los fantasmas atrás, quitarme de encima todo este odio, toda esta basura que me estaba contaminando.

   —¿¡Qué es lo que pretendes!? —gritó y agarró los barrotes entre sus sucias manos para acercar su rostro a ellos. Quise sonreír. A él le molestaban mis visitas y eso me agradaba. Guardé silencio. Había hecho esto todos los días; sentarme aquí a observarlo, para librarme de él. Los minutos comenzaron a pasar con rapidez y en alguna parte de mi conciencia vagó el recordatorio de que debía volver, de que la hora de la cena estaba a punto de llegar. Pero un nudo en mi estómago quitó todo el rastro de hambre. Sólo tenía un objetivo, sólo podía mirar dentro de los ojos vacíos iluminados por mi linterna. Tenía que alejarme de él, tenía que sacarme todo este peso si quería continuar.

   —¿Por qué mataste a Natasha? —pregunté. Necesitaba escuchar una respuesta, meterla a la fuerza en mi cabeza. Convencerme de ella.

   —Estaba infectada ¿Qué más querías que hiciera?

   —Que al menos la dejaras despedirse de su hija—Él volvió a sonreír.

   —¿Esa linda chica? Si hubiese sabido que esa pequeña crecería para convertirse en la mujer que es ahora te habría matado a ti también para quedarme con ella —dijo y mis puños temblaron por la rabia que parecía querer salir de mi cuerpo—. ¿Cómo es que se llama? ¿Ada?

   —¡No digas su nombre! —grité y me acerqué de golpe a los barrotes para quedar frente a él—. ¡No vuelvas a decir su nombre! ¡No vuelvas a pensar en ella si quiera o te mataré!

   —¿En serio eres capaz de matarme, Reed? —se burló. Los labios me temblaron al titubear una respuesta. No. No lo era—. Porque te sobran motivos para hacerlo, ¿no? —carraspeó la garganta y se alejó algunos centímetros de mi rostro, la oscuridad le cubría la mitad de la cara y hacía que su figura se viera más siniestra de lo que realmente era—. Maté a tu hermana, intenté quedarme con tu linda sobrinita y le disparé a tu mejor amigo. Si fuera tú ya habría acabado conmigo —rió.

   —Te olvidas de Dania y Amber —gruñí con la voz ronca. Los cazadores que estaban camuflados por la oscuridad soltaron algunos gritos eufóricos y risas descontroladas. No me molestaban, apenas había notado que estaban ahí, en algún lugar. Esto era entre Shark y yo.

   —Oh sí, una pena —El sarcasmo en su voz era palpable—. Personalmente lamento lo de tu noviecita, Amber —se burló—. Ella era una chica fuerte, habría sido una excelente cazadora si hubiésemos aceptado mujeres en nuestras filas.

   —¿Chica fuerte? Querías acabar con ella —mascullé.

   —Sólo quería hacer con ella lo que acostumbramos hacer aquí con las chicas de su edad. Ella debía conocer su lugar —Su sonrisa pareció brillar en la oscuridad—. Pero tú me la arrebataste. Si ella terminó como terminó es única y exclusiva responsabilidad tuya.

   —Cállate —Las manos me temblaron y otra vez el frío se instaló en el centro de mi pecho.

   —Debiste haber dejado que las cosas siguieran su rumbo.

   —¿Su rumbo? ¡Ibas a violarla, Shark! ¡Eres un asqueroso!

   —¡Oh, vamos! ¡El día en que llegó noqueó a dos de mis hombres! ¡Sabes que podía soportarlo! Pero tú lo arruinaste. Es tú culpa, Reed —volvió a acercarse a los barrotes. Su sonrisa me perturbó—. Yo no se la habría entregado a esos hombres si tú no hubieses intervenido.

   —¡Fue su decisión! —grité y sentí las lágrimas picando al interior de mis ojos—. ¡Tú ibas a destruirla!

   —Tú pudiste haberlo evitado, de la misma forma en que pudiste haber evitado que matara a tu hermana —rió—. Recuerdo que me apuntaste con un arma ese día. Debiste haberme disparado, ¿no crees?

   —Cállate… —La garganta se me quebró en un sollozo. Creo que estaba llegando a mi límite, al borde de lo que podía soportar.

   —Sí, amigo. Sí tu hermana y tu noviecita están muertas ahora es por culpa de las jodidas malas decisiones que has tomado.

   —¡Cállate!

   —¿Alguna vez has imaginado tu vida con ellas? —Él seguía hablando. Sus palabras hacían daño ¿En qué momento me había dejado llevar y había permitido que esto se saliera de control? Se supone que vine aquí a superar mis miedos, no a dejarme atrapar por ellos.

   —Cállate —intenté gruñir, pero mi voz escapó como un lamento.

   —Podrían haber escapado juntos de este barco, ahora mismo podrían estar en esa isla, viviendo una vida tranquila… —Él estaba jugando conmigo, lo sabía y no podía pararlo. Era verdad. Si le hubiese disparado a Shark el día en que mató a mi hermana esto no habría pasado, si hubiese detenido a Amber ella estaría junto a nosotros ahora—. ¿Por qué intentas culparme de tus actos, Reed?

   —Silencio… —alejé las manos de los barrotes y me cubrí los oídos para no escuchar, pero sus palabras me atravesaban la piel y la quemaban por dentro.

   —¡Si tu vida es miserable es sólo tu culpa! —gritó.

   —¡Que te calles! —oí un grito que no salió de mi boca. Algo me empujó y la linterna cayó al suelo acompañada de un sonido metálico y el inconfundible ruido de una tos—. ¿¡Qué mierda le has estado diciendo!? —palpé el suelo con las manos hasta encontrar una linterna y volví a encenderla, para ver qué había pasado.

   —T-Terence… —balbuceé, al verlo de pie tomando a Shark por el cuello de la chaqueta, con tan solo los barrotes separándolos. Sus ojos multicolor me lanzaron una mirada punzante que podría haberme cortado en pedazos. Parecía furioso.

   —¿¡Qué haces aquí, Reed!? —me gritó, pero su furia no iba del todo dirigida a mí—. ¿¡Qué haces aquí con esta basura!? —Las rodillas me temblaron cuando intenté ponerme de pie, así que opté por quedarme arrodillado en el suelo. Terence atrajo a Shark para obligarle a chocar contra los barrotes.

   —¡Eh, tranquilo! ¡Sólo estábamos charlando! —rió Shark. Terence lo golpeó por segunda vez.

   —¡Pues no vuelvas a dirigirle la palabra!

   —¿¡Y qué vas a hacer si lo hago!? —desafió. Terence volvió a hacerle estrellar contra los barrotes, pero esta vez la fuerza de sus brazos dejó a Shark pegado a ellos. Se acercó a su rostro.

   —Voy a matarte.

   —No puedes.

   —Yo no soy como Reed, imbécil —gruñó Terence y me estremecí al escucharle hablar—. Podría matarte ahora mismo, podría colgar tu cabeza como un maldito adorno para tu maldito barco y ni siquiera me temblarían las manos —Un escalofrío recorrió toda mi espina dorsal. Si él estaba actuando para intimidar a Shark, de seguro lo había logrado. Incluso yo creí por un momento lo que estaba diciendo. Le soltó y le dejó caer al suelo.

   —Vamos, Reed —ordenó. No pude reaccionar a su voz, se oía distinta.

   —Espera, Terence.

   —¡Vamos arriba, dije! —gritó y me tomó bruscamente del brazo para levantarme; su mano me trasmitió electricidad cuando tocó mi piel y yo obedecí al verlo tan enfurecido. Dejé la linterna colgada en la muralla y le seguí, aún con mis rodillas temblando por lo que acababa de pasar. Abrió la puerta que daba al exterior con un movimiento brusco que dejó un eco seco en mis oídos. Me sentí extraño al llegar afuera. Había oscurecido y estaba lloviendo torrencialmente; sabía que venía una tormenta, pero no imaginé que llegaría tan pronto. El barco se meneaba en un suave vaivén por culpa de las olas que intentaban derrumbarlo, pero el Desire era una bestia que el mar no podía tirar abajo.

 ¿Cuánto tiempo había pasado?

   —¿Qué hora es? —pregunté.

   —La cena terminó hace casi cuatro horas —respondió él, mientras me tendía una mano para ayudarme a salir—. Todo el mundo te estuvo buscando, pero Ada dijo que quizás te habías ido a pasear por los calabozos y entonces sólo quedé yo —cerró la escotilla de una patada y no me soltó la mano—. ¿Qué hacías ahí abajo, Reed? —preguntó. Mis manos y mis piernas seguían temblando y en mi garganta estaban estancadas todas las palabras que no le dije a Shark, toda la basura que me había tragado. Había bajado a deshacerme de ella, pero me había llevado más carga de la que imaginé.

   —Yo… —balbuceé. Él acarició el dorso de mi mano—. Sólo estaba…necesitaba aclarar algunas cosas.

   —¿Aclarar algunas cosas? ¡Ese imbécil te estaba gritando! ¡Mírate, sigues temblando! —le miré a los ojos, intentando buscar algo de la tranquilidad que a veces encontraba en ellos. Estaba destruido. Esa conversación con Shark me había derrumbado.

   —Dios, Terence… —Mi voz escapó temblorosa en un suspiro. Me abracé a él como si su cintura fuese la última cosa firme que quedara en este barco. Él me acarició el cabello.

   —Volvamos a los dormitorios —susurró contra mi oído—. La tormenta está muy fuerte. —solté una risita.

   —¿Le tienes miedo al agua?

   —Es una tormenta, Reed —rió y ambos caminamos hacia los dormitorios. Abrí la puerta con suavidad. Si era tan tarde como Terence decía, Oliver y Matt ya debían estar durmiendo. Las escaleras estaban mojadas y resbalosas, mis pies titubearon al pisarlas. Me sujeté de la baranda para no caer pero ésta cedió y se quebró. Reímos. Terence me agarró justo a tiempo, sus manos me tomaron por la cintura y sus dedos rozaron con un poco de piel expuesta—. Cuidado —Sus mejillas se inflaron un poco para contener una carcajada que seguramente se venía demasiado ruidosa. Le hice callar y yo también reí. Tambaleamos juntos en las escaleras. Me agarré de su cuello y acaricié sus bordes. Una oleada de adrenalina me llenó el cuerpo cuando nos vi demasiado cerca.

   —Cuidado —repetí yo también, entre risas. Sus ojos se clavaron a los míos. Estaban casi completamente azules y me impresionó la facilidad con la que cambiaban de color dependiendo del clima y la iluminación. Llevó una mano a mi mejilla y la acarició con cuidado, apartando algunas gotas de lluvia que me caían por la piel. Me estremecí y por unos segundos olvidé cómo respirar cuando acercó su rostro al mío—. ¿Qué haces? —pregunté, aun riéndome, esta vez por los nervios que me producía tenerle tan cerca—. ¿Q-Qué haces? —se acercó aún más. Mi pulso se disparó y mis manos temblaron un poco. Su aliento golpeó contra mi cuello.

   —Ya deja de jugar, Reed —ronroneó sobre mi oído—. No sé a quién pretendes engañar. Tú y yo sabemos lo que está pasando aquí… —inspiré hondo e intenté apartarlo de mí.

   —E-Espera. No creas que…

   —¿Que no crea que porque nos besamos un par de veces tengo derecho a hacerlo de nuevo? —Mi respiración había comenzado a temblar para cuando dijo eso—. ¿Qué excusa vas a decir ahora, Reed? —La mano que me tomaba la cintura escaló un par de centímetros dentro de mi camiseta empapada y no tardé en sentir sus dedos subiendo hasta mi pecho para acariciarlo. Me mordí el labio para contener un gemido. 

   —M-Matt y Oliver están durmiendo abajo ¿Lo olvidas? —murmuré. Se apartó de mí con brusquedad y me tomó del brazo para arrastrarme otra vez hacia la puerta—. ¡O-Oye! —gruñí en voz baja. El frío y el viento producido por la tormenta me helaron los músculos apenas él abrió, por algún motivo ahora podía sentir con más intensidad cómo la lluvia empapaba todo mi cuerpo. Me sacó de la habitación, cerró la puerta y me tomó por los hombros para azotar mi espalda contra una muralla.

   —Estoy harto de esto —gruñó y yo miré con cierto pánico cómo sus brazos me tenían atrapado entre la muralla y él.

   —¿Harto…harto de qué? —balbuceé.

   —Estás jugando conmigo, Reed —comenzó y sus ojos se clavaron en los míos—. Lo sabía y dije que no me importaba, pero ya me tienes harto —Sus manos estaban a mis costados, su rostro estaba sobre mí. Estaba atrapado.

Y la idea de sentirme atrapado por él despertaba en mí cierto nerviosismo que me emocionaba.

   —Yo…yo no he estado jugan… —intenté decir.

   —¿¡Entonces por qué vienes y vas como si fueras un maldito elástico!? —gritó, pero su voz fue suavizada por el sonido de la lluvia cayendo con fuerza sobre la cubierta del Desire—. ¿A qué le tienes miedo? —preguntó. Me sentí molesto.

   —¿Miedo?

   —Sí, miedo. Cada vez que me acerco un poco más a ti pareces aterrarte—oí la burla en su voz y apreté los puños para no demostrarle que me molestaba—. ¿Me tienes miedo, Reed?

¿Tenerle miedo a Terence? Eso era…

   —¿Tienes miedo a lo que puedas sentir por mí? —Sus ojos me lanzaron una mirada furiosa, pero no me asustaron. No, no podía temerle a él.

   —¡Yo no…!

   —¿¡Tú no tienes miedo o tú no sientes nada!? —interrumpió—. ¡Porque si es así dilo de una vez! ¡Estoy harto de…!

   —¡No creas que no siento nada! —grité y le obligué a callar—. ¿¡Crees que es fácil mantenerte lejos siempre!? ¿¡Crees que no me ha costado trabajo…!?

   —¿¡Por qué quieres alejarme!? ¿¡Por qué simplemente no dejas que esto pase!?

   —¡Por que sí tengo miedo! —La voz me tembló. Estaba perdiendo el control de mí mismo, había estado al límite por demasiado tiempo—. ¡Me da miedo enamorarme de ti! —confesé—. ¡Me da miedo perder a otra persona importante en mi vi…! —Sus manos me tomaron para volver a embestirme contra la muralla.

   —¡No vas a perderme! —gritó sobre mi rostro, pero su expresión no tardó en ablandarse. Me besó, fue apenas un roce y yo bajé el rostro para que él no notara mis mejillas ardiendo—. No tienes que perder nada… —Sus dedos tomaron mi mentón para levantarlo—. Mírame, Reed —obedecí y le miré a los ojos.

Sentí que esos ojos podrían tragarme si quisieran.

Él estaba fuera de mi control.

Me lancé sobre él para besarlo con todo el deseo que había estado conteniendo, él me levantó en sus brazos y mis piernas rodearon su cintura para no caer mientras él me llevaba a algún lugar, lejos de la puerta y de la vista de cualquier persona. Sus labios se sentían más cálidos y húmedos que nunca, arrebatándome el aliento, rompiendo mi respiración, haciéndome estremecer en una sensación que creía perdida hace mucho tiempo. El golpe de la lluvia y el frío sobre la cubierta era arrasador, pero me agradaba. De alguna forma una tormenta similar se estaba dando en mi interior ahora mismo y me había entregado a ella y a todo el desastre que causaría después.

Tenía que aceptar esta tormenta. Tenía que vivirla, dejarme empapar por ella.

Se arrodilló en el suelo, con mis piernas aun envolviéndolo. Mi espalda chocó contra la baranda que semanas antes había saltado para escapar de este barco, ahora me encontraba otra vez al borde de ella, solo que esta vez no saltaría. Esta vez me quedaría aquí, para perderme.

Sus manos arrebataron mi chaqueta y tiraron de mi camisa hasta romperla. Podía sentir las ansias recorriendo cada uno de sus dedos, dejando sobre mi piel aquella extraña sensación, ese peso, esa marca que dejaba sobre mí cada vez que me tocaba. La imagen de la primera vez que lo vi acudió a mi cabeza de repente. Le había visto en este barco, justamente.

   —¿Sabes…? —jadeé, mezcla de la falta de aire y el frío cuando nuestras bocas se separaron—. Tú y yo nos conocimos en este barco —moví mis manos bajo su camiseta para quitársela y me encontré de frente con todas las marcas en su pecho. Me acerqué para depositar un beso sobre la parte alta de su abdomen.

   —Oh, joder —gimió—. C-Creo que acabas de descubrir mi punto débil.

Sonreí.

   —Tú eras un muerto en ese entonces, intentaste morderme… —volví a besarle ahí y él intentó apartarse de mí, pero no le solté y sólo consiguió topar su espalda contra el suelo. Él era flexible. Aproveché el momento y me posicioné sobre él—. Nunca olvidé cómo se sentían tus dedos, Terence.

   —¿Cómo se sienten? —preguntó y cubrió su rostro con una de sus manos cuando mis labios temblorosos volvieron a besar su abdomen, para comenzar a subir por su pecho. Yo no era el único que estaba nervioso, él también lo estaba. Eso me hizo sentir mejor.

   —Pesados… —susurré contra su cuello—. Como si pudieran hacerme daño —Él atrapó mi cintura con sus piernas e invirtió la posición en un movimiento increíblemente rápido—. ¡O-Oye! —reí en una carcajada nerviosa—. ¡Eso es trampa! —Sus manos apresaron mis muñecas.

  —¿Sabes lo que es ser tramposo? —dijo, arrastrando sus palabras, lanzándome una mirada descarada y lasciva que me estremeció. Sus ojos ardían—. Que sepas decir las palabras precisas en el momento correcto, a pesar de que la has cagado todo este tiempo.

   —Eso se llama asertividad —dije. Terence encarnó una ceja.

   —Yo le llamo trampa… —Su cabello empapado hizo cosquillas sobre mi rostro cuando él se acercó a mi cuello para besarlo, para recorrer con su lengua la herida que Shark había dejado cerca de mi clavícula, para acariciarme con sus frías manos que parecían tomar calor al entrar en contacto con mi cuerpo. Sus dedos se deslizaron sobre mi rostro, sobre mi cuello, sobre mis hombros, bajaron por mi pecho y juguetearon con mis pezones. Gemí en voz alta. Jamás nadie me había tocado ahí, jamás imaginé que podría llegar a sentir escalofríos con una caricia como esa—. Estás temblando… —jadeo, con los labios contra mi pecho. Su voz se oía agitada y ansiosa, muy distinta al tono tranquilo que acostumbraba a usar.

   —Tú también lo estás —dije y giré la cabeza para mirar hacia otro lado, para que él no viera lo nervioso que estaba. De reojo logré ver una luz—. ¡Maldición! —intenté levantarme pero Terence estaba sobre mí. Le golpeé levemente el brazo para que se moviera—. ¡Una luz! —expliqué—. He visto una luz —abrió los ojos como platos y se apartó de mí. Tomé mi chaqueta del suelo y ambos nos encogimos en un rincón. La luz de una linterna me llegó a lo lejos. Alguien debió haberse levantado.

Terence rió a mi lado.

   —Eso estuvo cerca… —reí yo también, aun jadeando y temblando por lo despierto que me habían dejado sus caricias.

   —Creo que deberíamos ir a otro lugar —sugirió él y miró hacia arriba. Seguí su mirada.

   —Tienes que estar bromeando —dije, con una sonrisa nerviosa que no pude evitar. Él asintió con la cabeza—. ¿H-Hablas en serio? —él volvió a asentir. Sus ojos estaban fijos en el punto más alto del barco. La cofa. Me tomó del brazo y me guió hasta la escalera que subía hasta ella. Entre risas, acepté que me llevara con él—. Esto es una locura —dije.

   —La más grande que hecho en mi vida, seguramente —rió y me hizo un gesto con la mano para dejarme pasar—. Tú primero —dijo.

   —Está bien, pero después no digas que tienes ganas de vomitar —había subido un montón de veces a la cofa anteriormente, podía decir que éste era mi lugar favorito del barco; pero nunca mis manos habían temblado tanto al agarrarse de los barrotes que servían como escalera a ésta, nunca antes había estado tan nervioso de llegar a ella. Nunca antes había estado tan ansioso de hacerlo.

Cuando llegué a arriba noté que la tormenta parecía mucho más furiosa desde aquí. Noté que el mar parecía mucho más negro, vacío, oscuro, profundo y sobre todo aterrador. Nunca antes me había parecido tan aterrador.  

Las manos de Terence cayeron sobre mis hombros desnudos y se deslizaron por mis brazos hasta tomar mis manos que sujetó con fuerza. Pude sentir la electricidad pasando de su piel a la mía para llenarme de una extraña sensación. Pude sentir el latido de su corazón golpeteando contra mi espalda. No dijo nada, solo me besó el cuello y sus manos se movieron lentamente hacia mi pecho para volver a acariciarlo y recorrerlo una y otra vez con sus dedos que parecían dibujar figuras en él. Me dejé llevar por lo que estaba sintiendo, por el relajo que me producían esos dedos que parecían querer quemarme la piel. Estaba dispuesto a arder con ellos. Vi, sin poder moverme, cómo esos dedos bajaban hasta encontrarse con la hebilla de mi cinturón y lo desataban con agilidad, cómo esos mismos dedos se enredaban un par de segundos en el botón de mi pantalón antes de soltarlo y dejarlo caer al suelo, para acariciar mi entrepierna por sobre mi ropa interior antes de quitarla también. Sin pensarlo demasiado, torcí mis brazos hacia atrás y con torpeza busqué sus pantalones, para quitárselos. Los escuché caer más rápido de lo que habría querido. Apoyé las manos contra la barandilla de la cofa y miré hacia la profundidad del mar, estaba aterrado. Todo mi cuerpo estaba temblando y no era sólo por el frío, ahora él podía notarlo, notar como yo estaba temblando por él. Me abrazó, sentí su erección rozando entre mis muslos y una mezcla entre curiosidad, excitación y terror me llenó de escalofríos que no pude contener.

   —¿Nunca has hecho esto? —susurró contra mi oído y no pude evitar dar un salto al oír su voz.
  
   —¿N-No lo parece? —balbuceé.

   —¿Nunca has estado con nadie? —Su pecho estaba aferrado a mi espalda y podía sentir su cuerpo ardiendo contra el mío. Era fascinante.

   —¿Tú sí? —respondí su pregunta con otra. Él sopló contra mi cuello y un escalofrío corrió rápidamente por mi espina dorsal.

   —No lo recuerdo.

   —Pareces saber bien cómo se hace… —la garganta me temblaba—. Y-Yo no…yo nunca lo he hecho con otro chico… —Él se apartó de mí para tomar mis hombros y obligarme a girar hacia él.

   —Siempre creí que eras gay —dijo, aparentemente confundido. Sentí mis mejillas enrojeciendo.

   —¿¡D-De qué estás hablando!? —balbuceé—. C-Crecí en un barco donde todo el mundo tenía sexo a la vista de todos. N-No le veo la diferencia a…

   —Ah, ¿entonces eres bisexual? —interrumpió.

   —¿¡Cuál es tú afán por ponerle una etiqueta!? —apoyé mis manos contra sus hombros para no caer, mis piernas desnudas no paraban de temblar. Él soltó una carcajada y me besó en la frente. En ese momento nos vi a ambos, él estaba tan desnudo como yo e intentando ser discreto le miré de arriba abajo. El cabello rojizo le caía sobre el pecho, ocultando algunas de las cicatrices que tenía, pero no aquellas con forma de arañazo de animal; ésas no podían pasar desapercibidas ante mis ojos. Bajé la vista; tenía más cicatrices que no había visto en su formado abdomen y sobre sus piernas ¿Por cuánto había pasado?

Y a pesar de todas esas cicatrices, a pesar de todas esas marcas que eran huellas de un pasado que a veces me asustaba indagar, ése cuerpo que ví frente a mí me pareció ser la materialización misma de la perfección.

   —Lo siento… —me abrazó de repente—. No debí haber preguntado eso.

   —No. No debiste… —Ambos nos dejamos caer sobre el piso, sin separarnos. Yo caí sentado, él cayó sobre mí. Comencé a sentirme más tranquilo entre sus brazos.

   —Estás muy nervioso… —susurró contra mi oído—. No voy a arruinar tu primera vez.

   —¡P-Pero, Terence! ¡Yo…! —intenté objetar. Sus manos se aferraron a mi espalda y le sentí jadear sobre mi oído —olvidé el resto de la frase que dejé sin completar.

   —Abre un poco tus piernas —ordenó. Su voz tiró de mí como un hilo que me tentaba a acatar sus órdenes como un sirviente.  

   —¿Q-Qué vas a hacer? —pregunté.

   —Te dije que no lo arruinaría… —se movió sobre mí y nuestros miembros rozaron entre sí. La sensación fue electrizante.

   —¿Estás loco? —jadeé.

   —Por ti —gimió sobre mi cuello. Entre mis piernas, eso pareció despertar aún más, más de lo que nunca lo había hecho—. Hazte responsable de ello.

   —N-No creo que esta sea la forma de… —intenté decir. Él atrapó mis piernas entre las suyas y yo volví a estremecerme. Un solo movimiento de él, un solo roce era suficiente para acelerarme al mil por cien.

   —Lo quieres.

   —¿Cómo lo sabes? —pregunté. Apoyó su cabeza contra mi pecho.

   —Tú corazón… —dijo—. Puedo sentirlo.

   —T-Terence…  

   —Separa un poco tus piernas —repitió y yo obedecí, hipnotizado por su suave voz que ya había doblegado mi voluntad por completo. Me miró a los ojos cuando se levantó para darse  impulso y se dejó caer sobre mí. Sentí algo de presión sobre mi miembro y supe que estaba ocurriendo. Cerré los ojos cuando él ahogó un gemido contra mi hombro—. A-Ah, Reed.

   —A-Ah. Dios… —Yo también gemí, al sentir más presión, dolor y calor ahí abajo. Estaba entrando en él, podía sentir su calor quemando esa parte de mí que lo estaba poseyendo.

   —Que blasfemo. —rió y mordió mi hombro levemente cuando soltó un grito adolorido.

   —¡L-Lo siento! —Le abracé para intentar contenerlo—. S-Se supone que esto no debe hacerse así, se supone que tienes que prepararte. Si te duele podemos…

   —A-Ah, mírame, Reed —Su boca subió por mi cuello hasta mi oído para lamer el lóbulo de mi oreja—. Mi cuerpo está lleno de heridas. He tenido que soportar cosas peores que estas —gemí contra su rostro sin contenerme cuando él dijo eso—. Sí duele —Con la fuerza de sus piernas, se levantó un poco y volvió a dejarse caer para que lo penetrara—. Pero lo que viene acompañado de eso no está mal —aumentó el ritmo y yo mordí mis labios para no gritar otra vez por los escalofríos y el placer que me estaba causando. Nunca imaginé algo como esto—. Ah, Reed —aferré mis manos a sus caderas para ejercer un poco de control. Ahí dentro, la calidez de su interior era tanta que creí me volvería loco.

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Iba a perder la cabeza si seguía embistiéndose contra mí de esa forma. Él me haría perder la cabeza. Tomé su mejilla con una de mis manos.

   —Terence… —Sus ojos se encontraron con los míos cuando le llamé; estaba sonrojado, empapado por la lluvia, jadeando e indefenso; como nunca le había visto. No quería perderlo, no quería verle desaparecer entre mis manos—. Q-Quiero… —gemí, ya no podía formular frases completas. No lograba concentrarme—. Quiero protegerte… —Él sonrió. 

   —Lo hiciste desde el primer día —dijo, rodeando mi cuello con sus manos. Me besó y mantuvo ese beso cuando su vaivén aumentó. Comenzó a gemir dentro de mi boca y yo hice lo mismo. Podía perderme en ese beso, podía perderme en el calor que había dentro de su cuerpo, podía perderme en medio de la tormenta que había desatado en mí, en esos dedos que se enredaron en mi cabello para bajar por mi cuello, recorrer mi pecho y acariciar todo mi ser como si lo conociese de memoria, como si hubiésemos hecho esto miles de veces. Llevé mis manos a su erección para acariciarla, sentí la necesidad de hacerlo, creí que él lo necesitaría también. Gimió roncamente cuando empecé a masturbarlo. Estaba increíblemente duro, y sin haberlo pensado antes, imaginé cómo sería cambiar de papeles, sentirle a él dentro de mí, embistiéndome, tomándome, atrapándome, destruyendo por completo las murallas que ya había derrumbado, hacerlas polvo hasta no dejar nada de ellas.

Dejó escapar un grito, un grito que me erizó la piel de los brazos y me llevó a otro nivel. Estaba tan excitado que ya no me importaba la lluvia cayendo sobre nosotros, el frío, o que alguien pudiese oírnos por sobre la tormenta. Ya no me importaba nada, solo me importaba él.


   —Te quiero, Reed —dijo entre los lujuriosos jadeos que compartíamos ambos. Me estremecí. Dos palabras. Dos palabras que causaron estragos en mí. Busqué sus labios y le besé con pasión, quería oírle decir eso una vez más, todos los días de mi vida. Se estremeció cuando aumenté mi ritmo, el aumentó el suyo también y casi parecía que existía entre nosotros cierta sincronización, cierta conexión en nuestros movimientos que nos hacía ir a la misma velocidad. Mi respiración se agitó junto a la suya, nuestros gemidos aumentaron. El oxígeno entre nosotros pareció desaparecer. Estaba a punto de acabar. Tomé su pene con más fuerza, lo asfixié y fui más brusco, pero a él pareció gustarle. Intenté decir algo, preguntarle si estaba a gusto, contarle entre susurros todo lo que estaba causando en mí, todo lo que me hacía sentir, pero no fui capaz de formular una sola frase. Gritó. Gemí. Mi pulso se disparó y mi corazón quedó atascado en mi garganta. Sentí sus piernas temblar al mismo tiempo en que dentro de mi vientre se formaba una especie de remolino; no, un huracán que subió y bajó por mi abdomen y me llenó de escalofríos.

   —¡Terence! —grité su nombre mientras me abandonaba al exquisito placer del orgasmo. Le sentí estremecerse, gimió una última vez y también acabó. No me detuve hasta que la última gota cayó entre mis manos y luché contra la tentación de llevármelas a la boca y lamer todo lo que él había dejado en ellas; fue un pensamiento sucio, pero no podía avergonzarme de el. Dejó caer su cabeza contra mi hombro, yo apoyé la mía sobre su pecho y pude sentirlo subir y bajar en jadeos irregulares que se mezclaban con los míos. Elevó sus caderas con cuidado para sacarme de su interior y entonces me di cuenta que ni siquiera le pregunté cómo quería que acabara esto ¿Debí haberlo hecho?—. T-Terence, yo… —balbuceé—. Dios, lo sient…

   —¿Por qué vas a disculparte? —interrumpió y me sonrió. Su rostro estaba sonrojado, el pelo  se le adhería a la cara por el sudor. Yo debía verme igual en estos momentos. En sus ojos había cierta liviandad, cierto relajo del cual yo también comenzaba a ser víctima; mis músculos acalambrándose poco a poco, soltándose, haciéndome sentir en las nubes. Abrí la boca para hablar, pero él la cerró cuando me besó y me abrazó con fuerza—. Ven aquí —masculló contra mis labios y cambió la posición en la que estábamos. Ahora yo estaba sentado sobre sus piernas. Tomé mi chaqueta y nos cubrí a ambos con ella, para protegernos un poco de la lluvia, aunque a esas alturas ya no importara. Ambos continuamos jadeando bajo la tela; empapados, temblando y yo con una cálida sensación dentro del pecho.

Terence rió en voz baja, yo también lo hice. Su risa era contagiosa.

   —¿Qué acaba de pasar? —preguntó y noté que su voz había comenzado a tiritar. Yo también había empezado a sentir el frío. Me abracé aún más a él para mantener algo del calor que aún no abandonaba nuestros cuerpos y aparté algunos mechones de cabello que le caían sobre el cuello que, cuando vi libre, recorrí lentamente con mis labios hasta llegar a su oído.

   —Acabas de derribar la última muralla—susurré y su cuerpo se estremeció bajo el mío.

Mi alma también lo había hecho. 

Notas finales:

Todo lo que parte con dos chicos guapos peleando mientras están semidesnudos debe acabar en lemon xDDD

Sé que no se lo esperaban ewe pero a Reed no le ha llegado el momento aún para estrenar el cu*o
¿Críticas? ¿Comentarios? Preguntas? ¿Les gustó el lemon? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- - o extremadamente lindo- review. 


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