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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaa, querubines
Lamento no haber actualizado antes. El universo ha conspirado para que no lo haga. 

Actualmente estoy sin internet en mi casa D: (estoy actualizando desde otra casa...), pero de seguro para el próximo domingo vuelve y volveremos al ritmo normal de actualizaciones. 

Espero que les guste el cap (?) 

Avísenme si encunentran errores, no lo he revisado bien D:

Abrazos! 

Capítulo 24






   —Cristina ¿Qué está pasan…? —No me agrada la idea, pero me veo obligada a cubrirle la boca a Dania para que guarde silencio. Me agacho y ella también lo hace, ambas estamos escondidas en una esquina. Los pasos de unas botas golpeando con fuerza contra el piso me mantienen alerta.

   —Necesito que no hagas ruido —le susurro, con voz muy baja. Ella no debería estar aquí y yo tampoco. Intento oír la conversación de dos hombres al fondo del pasillo; están agitados y eufóricos. Hablan de una guerra—. De hecho, necesito que apenas puedas hacerlo, te escabullas, vuelvas a nuestra habitación y te quedes ahí —Su cuerpo se paraliza, se hiela. Está asustada, huele el ambiente, que está tenso. Pende de un hilo—. Todo va a estar bien, pero necesito que me ayudes. Mantente en la habitación, no salgas por ningún motivo —asiente lentamente con la cabeza, entonces la suelto.

  —¿Está todo bien? —me pregunta con su dulce voz. No lo entiende. Sonrío para calmarla.

   —Lo estará. No te olvides de cerrar con llave —Ella sonríe de vuelta e intenta ocultar su nerviosismo, pero sus labios tiemblan, igual que los míos. Retrocede y se aleja, sólo como ella sabe hacerlo, cómo un fantasma. Suspiro profundamente cuando la veo desaparecer. Estará segura en la habitación.

Me pego todo lo que puedo a la muralla y me centro en la conversación que se está dando en el pasillo. Uno de ellos tiene la mano sujeta al arma que guarda en su cinturón, está ansioso por luchar, pero el otro no lo está; su cara está blanca como una hoja de papel.

   —¿Los de La Hermandad? —pregunta—. ¿Contra quienes?    

   —Scorpion —le responde el otro, es Edward. Tiene una sonrisa en el rostro.

   —¿S-Scorpion? —La voz del otro cazador tiembla y yo aprieto mi garganta para callar el grito que estuvo a punto de escapar de ella—. ¿P-Pero no se supone que…? —Una mano me jala del hombro y me aparta de la conversación, siento su fuerza brutal que me obliga a levantarme mientras otra mano cubre mi boca. Intento gritar, pero ese grito se ahoga y entonces forcejeo mientras me arrastran lejos, forcejeo hasta que un aroma familiar entra en mi nariz. Huele a lavanda. Me calmo.

Uriel me suelta cuando nos encontramos seguros, lejos de los hombres del pasillo.

   —¿Qué hacías espiándoles? —me regaña. Está enfadado, sus ojos diferentes entre sí me atraviesan con una mirada penetrante que me fuerza a apartar la vista. Me incomoda—. Si ellos te veían podrían haberte…

   —Pero no lo hicieron —interrumpo, sin mirarle todavía—. ¿Qué está pasando, Uriel? Ellos estaban hablando de un enfrentamiento —Él pasa una mano por su cabello oscuro y suelta un suspiro. Parece frustrado.

   —Un hombre de La Hermandad vino ayer —susurra y mira hacia todos lados, para asegurarse que nadie nos esté escuchando—. Vino a pedirle ayuda a Cobra. Quieren invadir otra comunidad.

   —¿Desde cuándo La Hermandad es agresiva? —pregunto. La Hermandad era, básicamente la comunidad más grande que habitaba en la ciudad. Sabía que algunos cazadores renegados eran parte de ella, junto a sobrevivientes que, lentamente y con el paso de los años habían logrado agruparse y organizarse para formar su propia civilización. Su población alcanzaba casi las doscientas personas y eso era admirable. Nunca se metían en líos, a pesar de tener un gran arsenal de infectados. Esas cosas también podían ser usadas como armas.

Pero jamás pude confiar en ellos. No podía confiar en gente que veneraban a personas que estaban muertas y pudriéndose, personas que antes de infectarse eran sus amigos y familiares. Eso estaba fuera de mi entendimiento. Era enfermo.

   —No tengo detalles, pero al parecer hombres que estaban con Scorpion incendiaron su iglesia y…—guarda silencio de repente y me toma por los hombros para apoyar mi espalda contra la muralla. Dejo de respirar cuando sus manos se posan en la pared, sus brazos a los costados de mi cabeza delimitan mi espacio y él se inclina hacia mí para acortar distancia entre nosotros. El calor que sale de su boca me hace cosquillas sobre los labios. Mi cuerpo se congela y muerdo el interior de mis mejillas para controlar el nerviosismo. Sé por qué hizo ese movimiento cuando veo a un grupo de cazadores acercándose mientras hablan animadamente entre ellos. Al ser la única mujer en este lugar, ésta es la única forma de mantenerme a salvo: para los demás, yo pertenezco a Uriel.

Aparta un mechón de mi cabello y lo coloca detrás de mí oreja cuando ellos pasan por nuestro lado. Entonces se aleja, sonriendo. Dejo escapar el aire estancado en mis pulmones.

   —¿Podrías al menos avisar cuando vayas a hacer eso?

   —Lo siento… —se disculpa, pero está riendo, lo está disfrutando. Aclaro la garganta para volver a la seriedad.

   —No podemos atacar a Scorpion —digo, algo torpe. Aún estoy nerviosa. Sé que es sólo para aparentar, pero a veces tener a un hombre como Uriel tan cerca me hace estremecer como una adolescente—. Cobra no lo haría.

   —Él ya aceptó —Un escalofrío me recorre la espalda, él lo nota y acaricia mi hombro en señal de apoyo—. Escucha, Cristina.

   —¿C-Cobra aceptó atacar a Scorpion? Él no puede…

   —Escucha, Cristina —repite; su voz, que se oye más severa ahora, me mantiene con los pies en la tierra—. Si lo peor llega a pasar, quiero que abandones el escuadrón —tardo un par de segundos en tragar sus palabras, en procesarlas ¿Qué era lo peor? No conocía a Scorpion, no conocía a sus hombres tampoco, sólo había escuchado de ellos…rumores, historias que parecían increíbles. Pero si Cobra había decidido ayudar a La Hermandad, ellos no podrían ganarle aún con todos esos rumores de su lado ¿O sí?

   —¿Qué es lo peor? —pregunto. Uriel se encoge de hombros.

   —No lo sé, pero tienes que dejar este lugar. Tienes que…

   —Tengo que sacar a Steve de aquí—digo de manera inconsciente, las palabras salen desde mi estómago, de lo más profundo de mí. Él sonríe. Tiene una sonrisa hermosa.

   —Iba a decirte exactamente eso —sonrío de vuelta. Lo conozco a él, me conozco. Nos preocupamos por la misma persona—. Tú, Dania y Steve tienen que salir de aquí apenas tengan la oportunidad… —Entonces lo entiendo. Si Cobra ha decidido entrar en una guerra, enviará a sus mejores hombres a pelear ¿Qué era lo peor que podía pasar? Que Uriel no volviera.

   —No… —Mi voz suena segura, pero la sola idea de no volverle a ver me sacude por dentro, me aterra y me llena de angustia—. Saldremos de aquí, iremos a otra parte. Pero seremos los cuatro.

   —¿No es eso demasiado perfecto para cumplirse?

La figura de Cobra asoma por el pasillo. No nos mira, pero yo sí lo hago y detecto en sus ojos algo distinto. Está ansioso, está furioso. Mi cuerpo se tensa y estrujo el delantal entre mis manos para controlar la oleada de nerviosismo que me causa.

   —Cristina… —dice cuando pasa por nuestro lado, su gruesa voz golpea en las paredes de mis oídos. Uriel y yo sostenemos una mirada cómplice, él asiente con la cabeza y vuelve a acariciar mi hombro. Eso de alguna forma me da fuerzas para moverme. Dejo a Uriel en el pasillo, ni siquiera sé si podré verlo antes de que sea enviado al frente, pero no puedo demostrar nada fuera de lo común, ninguna emoción que sugiera lo que estoy tramando en mi cabeza. Cobra ni siquiera debe saber que Steve me importa. Él debe creer que estoy de su parte.

  
Estoy ansiosa, lo estoy cada vez que tengo que caminar hasta esa habitación y lucho contra mí misma para no correr y mantener mí paso calmado. Me recuerdo que soy un robot, una observadora que sólo obedece órdenes mientras camino por los oscuros pasillos apenas iluminados por las antorchas. Doblo a la izquierda y respiro profundamente, estamos cerca, pero aún no logro calmarme. Fijo mi vista en la larga cabellera rojiza de Cobra y sonrío, sonrío por culpa de mis propios pensamientos, por lo que estoy imaginando. Imagino su cara cuando, al volver de este enfrentamiento, descubra que su hermano ya no está, que logró escapar.

Bajamos las escaleras y entonces se detiene. Mi sonrisa desaparece cuando abre la puerta de esa habitación en la que se adentra. Yo le sigo. La temperatura cambia y el sudor en mis manos se enfría, así que las seco en mi delantal. Estoy pensando demasiado, tengo que volver a ser yo misma, la Cristina que no siente, que sólo hace su trabajo. Tengo que dejar de pensar en mi conversación con Uriel, en la idea de salir de este lugar, de ayudar a Steve. Tengo que hacerlo ahora, para que él no se dé cuenta.

Cobra carraspea la garganta y me lanza una mirada que me agujerea el pecho y por unos segundos, yo sostengo mis ojos sobre los de él. Entonces reacciono, bajo la mirada y camino hasta la silla que está junto a la camilla. Me siento. Observo la oscuridad delante de mí, tengo que observarla hasta que me toque actuar.

Una silueta se mueve al fondo de la habitación. Ya sé quién es; escucho cómo arrastra las cadenas que lo atan cuando intenta moverse. Cobra suelta una risa, pero no dice nada. Le veo avanzar a pasos agigantados hacia Steve, lo toma de la cadena que ata su cuello y lo tira al suelo. Cierro los ojos cuando escucho el molesto sonido de su cuerpo estrellándose contra el piso.

La respiración de Steve se agita, sé que es la suya por su intermitencia, por cómo tiembla y se tambalea en su garganta. Me obligo a inspirar profundamente cuando oigo la ropa de Cobra cayendo al suelo; el golpe de la hebilla del cinturón, la chaqueta deslizándose por sus hombros, los pantalones grises. Es como si el sonido de cada prenda golpeara mi cabeza. No abro los ojos, sé que si lo hiciera apenas podría ver siluetas que realmente no deseo ver. Cobra hoy no ha encendido las luces como el resto de los días, tampoco ha intentado hacerle hablar, ni siquiera le ha dirigido la palabra. Él hoy está furioso, está más ansioso que otras veces, lo sé cuándo le escucho empezar. Ha comenzado la tortura, lo está haciendo otra vez. Le está violando, a su propia sangre. El sonido de su carne golpeando contra el cuerpo de Steve me da escalofríos.

«Va a romperse»
Pienso y abro los ojos. Como lo creí, la penumbra sólo me permite ver sus siluetas. Steve ahoga un grito, un gemido o un lamento, sólo es un sonido que escapa de su garganta que sufre, como el resto de su cuerpo. Estrujo el delantal entre mis manos y respiro, respiro profundamente para no vomitar.

Entonces escucho un golpe, otro, y otro. Lo golpea mientras lo viola.

«Va a matarlo» La oscuridad sólo me lleva a imaginar cosas terribles de lo que está ocurriendo delante de mí, pero que no puedo ver.

   —Vamos, di algo… —gruñe Cobra entre gemidos, jadea, como un animal y el ruido líquido de sus cuerpos chocando se intensifica. Arrugo por completo el delantal entre mis manos que han comenzado a temblar. Le golpea otra vez y Steve se queja, en voz baja—. Di algo… —ordena, arrastrando las palabras y una lluvia de golpes cae sobre Steve; uno, dos, tres, cuatro ¿Dónde le está golpeando? ¿Podré curar todas sus heridas en tan sólo diez minutos?

De nuevo, como siempre, pienso en mis padres y por primera vez en mi vida me pregunto si existe algo como un alma. Ellos solían hablarme de eso; de almas, de espíritus, de una vida eterna y de un cielo… un paraíso en el que nunca creí demasiado. Por primera vez me pregunto si ese paraíso existe, si ellos me están observando desde ahí ahora.

¿Podrán perdonarme por dejar que esto esté pasando?

Escucho otro golpe y se me escapa un sollozo. No pude controlarlo, sólo huyó por mi garganta en un impulso de mi cuerpo para librarse de la angustia. Me cubro la boca con la esperanza de que el ruido del sexo y los gemidos de Cobra lo hayan silenciado. Entonces los oigo detenerse, algo delante de mí se mueve, son sus sombras. Escucho otro golpe, uno más fuerte que todos los anteriores. Se oye como un saco de piedras estrellándose contra el hormigón. Un silencio inunda toda la habitación y me veo obligada a dejar de respirar para que él no escuche lo perturbada que estoy, lo mucho que esto me afecta.

Se ríe, su risa me molesta. Es malvada.

Entonces el ruido comienza otra vez y noto más agresión en sus golpes, en sus gemidos, en la forma en que lo viola. Cubro mi boca otra vez cuando escucho un suave grito salir de la boca de Steve seguido de otro mucho más fuerte. Está sufriendo. Cobra vuelve a reír.

   —¿Por fin vas a hablar? —Su voz suena agitada, su respiración se corta entre gemidos. Está a punto de llegar al clímax. Aumenta su ritmo. Steve grita otra vez, sin control. Es un grito de puro dolor.

«Está sufriendo» repito en mi cabeza. Está sufriendo y yo no puedo hacer nada para evitarlo, para aliviar su dolor. Sufro con él, cada golpe que recibe por parte de su hermano duele en ese trozo de mí que aún no pierde su humanidad, que me hace sentir viva, como un ser humano. Aún no soy un monstruo como Cobra, aún no. Éste dolor me lo recuerda.

Los gritos de Steve me desconcentran, me sacan de mis pensamientos. No puede controlarlos, él de verdad está sufriendo como nunca lo había hecho. Me muerdo el labio para que mi mandíbula deje de temblar, intento contenerme. Nunca le había oído gritar de esa forma. Quiero ayudarlo, quiero detener a Cobra.

   —¡Vamos! —Cobra grita, está extasiado, eufórico—. ¡Pídelo! ¡Suplica de una vez!

«¿Qué le está haciendo?»

   —Detente… —Steve ruega. Nunca antes había rogado. Escucho otro golpe—. D-Detente, Isaac

   —Ah, ¿qué dijiste? —No puedo, no puedo soportar los jadeos de Cobra, los gemidos de dolor de Steve, no puedo soportar sus gritos. Me cubro los oídos y los sigo oyendo, le está pidiendo que se detenga, una y otra vez. Él tampoco puede soportarlo más—. ¡Dilo más fuerte!

«Detente» ruego para mis adentros.

«Detente…» mis manos me asfixian al cubrirme la boca, no quiero que él escuche mis sollozos.

   —Detente… —Steve vuelve a pedirlo, pero ahora las respuestas de Cobra son tan sólo sus gemidos. Mi cuerpo tiembla. No puedo contenerlo—. Por favor.

   —¡Para! —grito. Grito antes de que pueda darme cuenta del error que he cometido. Un sollozo ahogado escapa junto a ese grito. Estoy perdida.

Se detiene. Se pone de pie y enciende las luces.

   —¿Qué has dicho? —pregunta, lanzándome una mirada que me hiela por completo. Tengo miedo.

«Va a matarme» pienso. Va a acabar conmigo, justo ahora. Lo he traicionado y él lo sabe.

 Tengo una idea.

   —Que si sigues así vas a matarlo… —digo, mirando de reojo el cuerpo de Steve en el suelo. Tiene muchos golpes, su espalda está arañada, de entre sus piernas escurre la sangre como un riachuelo que lo ensucia hasta las rodillas. Tiene un golpe en la cabeza, que también sangra.  

   —Pero tú estás aquí para curarlo, ¿no? —No quiero mirar a Cobra, pero estoy obligada a hacerlo. Camina hasta el cuerpo de Steve y recoge su ropa—. Ese es tú trabajo, pero eso ya lo sabes.

   —¿A dónde quieres llegar? —me pongo de pie y escondo las manos en los bolsillos de mi delantal, para que él no note que están temblando.

   —Cristina Subiabre… —Su gruesa voz prácticamente escupe mi nombre, lo pronuncia con desprecio—. La joven latinoamericana nacionalizada inglesa gracias a su increíble talento en ciencias… —camina hasta mí y yo obligo a mi cuerpo a dejar de temblar, a contenerse. Intento mantener la calma—. La perspicaz profesora que conquistó a Wayne con sus investigaciones —pasa por encima del cuerpo de su hermano y un sollozo se atora en mi garganta cuando él lo pisa—. Fuiste la primera mujer en llegar a los laboratorios, la primera y la única. Me habían dicho que te tomabas tu trabajo realmente en serio, que vivías para trabajar —estoy seca. Trago saliva para hablar.

   —Eso hago —le digo.

   —¿Eso haces? —me remeda, irónico—. Entiendo que también eres médico ¿cierto? —se acerca un poco más, demasiado y me asusta la idea de que note que estoy temblando. Toma un mechón de mi cabello entre sus largos y ensangrentados dedos y juega con él. Siento asco. Cobra me da asco.

Asiento con la cabeza para responder. Si hablo ahora, mi voz va a quebrarse.

   —No soy médico, pero algo me dice que involucrarse sentimentalmente con los pacientes va en contra de alguno de los tantos códigos de la medicina —Una sonrisa asoma por la comisura de sus labios, es pequeña, contenida. Asiento otra vez.  

   —No estoy involucrada —Mi garganta se tensa al hablar. Estoy abrumada, siento como si mis cuerdas vocales fueran a quebrarse en cualquier momento.

   —¿No lo estás? —Cobra retrocede y se aleja de mí, entonces vuelvo a respirar—. ¿Estás segura de eso? —se agacha junto a Steve, le jala del cabello y golpea su cabeza contra el piso. Grito—. ¿Segura? —suelto un sollozo. Se levanta y se acerca a mí nuevamente con pasos rápidos que resuenan en el suelo de cemento—. ¡Sí lo estás, perra! —No tengo tiempo de reaccionar y evitar la bofetada que me da y me obliga a voltear la cara. Mi mejilla arde y dejo escapar algunas lágrimas—. ¿¡Creíste que no iba a darme cuenta!? —Entonces lo entiendo, entiendo que ya nada será como antes, que ya no puedo permanecer oculta a sus ojos, que ya no puedo hacerle creer que estoy con él. Él sabe mi secreto.


Pienso en Uriel, en Steve y en Dania. Es mi culpa, bajé la guardia. Estaba demasiado segura con los planes de salir de este lugar, esos planes que me dieron confianza y me hicieron perder el miedo en Cobra. Pero eran tan sólo ilusiones, espejismos de mi imaginación traicionera.

Olvidé que debía temerle. Olvidé que a él no se le puede engañar.  

   —Comencé a sospechar hace algunos días —retrocede y camina hasta Steve para tomarlo y arrastrarlo de vuelta al rincón más oscuro de esa habitación fría y sin ventanas—. Me di cuenta que él se recuperaba demasiado rápido para estar tan sólo diez minutos contigo… —vuelve a colocarle los grilletes—. Estaba seguro de haberle dicho a todos mis soldados que no debían dejarte tratarlo más de ese tiempo y entonces recordé a ése hombre, tu amigo. Vaken.

Mi pecho se cierra cuando intento pasar aire por mi garganta. No sólo a mí. También descubrió a Uriel.

Steve se queja, murmura algo, pero está demasiado cansado y herido como para decir alguna frase coherente.

   —Déjame curarlo —le pido a Cobra—. S-Soy médico, no podía dejar que lo mataras. Mi vocación está en curar a las personas —Es mi última oportunidad de convencerlo, de volver la situación a lo que era antes. De demostrarle que estoy con él, que puedo seguir siendo un ente, un espectro en esta habitación. Un robot—. Perdóname. No volveré a desobedecerte —hago todos mis esfuerzos para que mi voz se escuche firme, pero no lo suficiente para desafiarlo. Una sonrisa extensa cruza su boca. La mirada que me lanza me estremece y enfría mi columna.

Termina de atar a su hermano y camina hacia mí. Se acerca lentamente y por cada paso que da estoy tentada a retroceder uno, pero no lo hago; sólo apoyo mis manos contra la camilla. Están temblando demasiado para tenerlas sueltas a mis costados. Cobra se queda de pie frente a mí, hay algo en su mirada que me llena de miedo, pero no logro detectar qué es, qué ha cambiado.

   —Me encargaré personalmente de eso —dice y se mueve velozmente. Siento una punzada en el brazo, es el metal rozando con mi piel. En menos de un pestañeo, una de mis manos está encadenada a la camilla. Con el horror contenido en un grito que nunca salió de mi garganta, observo un grillete en mi muñeca.

   —No puedes hacer esto —le digo—. Déjame ir —muevo la mano, forcejeo con las esposas y sólo logro que el peso de la camilla me produzca un tirón que sube por mi brazo y llega hasta mi hombro como una corriente eléctrica. Esa camilla siempre ha estado quieta en ese lugar, nunca me pregunté de qué material estaba hecha su base, o si estaba anclada al suelo. Ahora me arrepiento de no haberlo hecho.

   —Tengo un ejército que organizar… —dice. Mete una mano a mi bolsillo y quita las llaves que ahí  guardo,  las llaves de los grilletes de Steve y entonces se aleja de mí. Me está dejando aquí encerrada—. Si mi hermano muere hoy será tu culpa. Y no voy a perdonarte… —apaga las luces. La puerta se abre y lo último que veo es la fina brecha de luz antes de que se cierre. Entonces todo queda en silencio y a oscuras.

   —No, No, No ¡Cobra! —grito. Espero. Tengo la esperanza que vuelva, pero no tarda en desvanecerse. Él nunca volverá, no al menos hasta que considere que mi castigo ha sido suficiente—. ¡No puedo curarlo si estoy aquí atada! —La respiración me falta. Pienso en Uriel e intento calmarme, él se dará cuenta, lo hará mientras esté aquí ¿O acaso ya ha sido enviado al frente?

Entonces lo entiendo todo. Uriel ya ha sido enviado al frente. Cobra ya sabía de esto, hace mucho tiempo, él siempre lo supo. Él estaba planeando esto. Nunca pude engañarlo, él me engañó a mí. Me hizo creer que podía hacer lo que quería, que podía ayudar a su hermano, que podía liberarlo.

Vuelvo a forcejear con las esposas y la piel de mi muñeca se raspa, arde. La camilla no se mueve. No va a hacerlo. Entonces me tranquilizo, cierro los ojos, intento pensar, pero mi cabeza está tan oscura como la habitación en la que estoy encerrada. Escucho la respiración de Steve, está calmada, demasiado. Si dejara de oírla ahora mismo, pensaría que está muerto.

   —Lo lamento —digo, al aire. Ni siquiera espero que él me responda, pero siento que lo he defraudado.

   —¿Por qué te disculpas? —pregunta. Su voz apenas audible parece cansada y por cómo suena, deduzco que le está sangrando la boca.

   —Yo —Mis ojos arden y tardo un tiempo en darme cuenta que son lágrimas que están a punto de desbordarse. Estoy segura de no haber llorado en mucho tiempo, desde la muerte de mis padres. Creí que había olvidado cómo se hacía—. Confié demasiado en mí, creí que podría engañarlo.

   —No puedes engañar a alguien como él —dice, sus palabras son neutras, sin emoción…sólo cansancio. Parecen flotar en el aire.

   —Ahora lo sé —suspiro—. Y por eso estoy amarrada aquí. Lo siento. Mi trabajo era curarte, y ahora no puedo hacer nada.

Entonces, Steve suelta una risa, muy baja; es liviana y parece que le duele reírse. Pero esa risa me emociona, me despierta. Estoy segura que jamás antes le había oído reír.

   —Creo que tú y Uriel ya han hecho demasiado por mí.

   —Pero necesitas mi ayuda ahora… —forcejeo otra vez y sólo recibo a cambio el dolor, el maldito dolor que sube por mi brazo hasta mi hombro otra vez—. ¿Qué tan herido estás? ¿Tú cabeza sigue sangrando?

   —Eso no importa.

   —Sí importa —intento zafar mi mano. Mis brazos son delgados, pero los huesos de mis muñecas sobresalen demasiado—. Ésta mano… —me quejo. Entonces tengo una idea; es una ocurrencia ridícula y sé que está al borde de la locura, pero Cobra está ocupado y jamás me creería ser capaz de hacer algo como esto. Con mi mano libre busco mi botiquín, siempre está sobre la camilla y esta vez no iba a ser distinto. Lo encuentro, lo abro, y comienzo a buscar lo que necesito en su interior.

   —¿Qué haces? —pregunta Steve.

   —Busco algo filoso, estoy segura de haber guardado un bisturí aquí la semana pasada.

   —No podrás abrir las esposas con un bisturí. No sin luz para guiarte, al menos.

   —No quiero abrir las esposas.

   —¿Estás loca? —su respiración se agita bruscamente—. Cristina, no hagas algo estúpido.

   —Habrá una guerra… —le digo. Sigo buscando el bisturí—. Cobra atacará a Scorpion, está demasiado ocupado preparándolo todo, quizás ya se fue. Uriel y yo habíamos planeado que te sacaría de aquí, que aprovecharíamos esto. No voy a desperdiciar la oportunidad.

   —¿Sacarme de aquí? Él va a encontrarnos de todas formas. No puedes cortar tu mano sólo porque quieres sacarme de este lugar. Habrá guardias.

   —Quizás no tenga que cortarla… —encuentro el bisturí, está sellado. Me lo llevo  la boca para abrirlo con los dientes—. Quizás sólo necesite quitar algo de piel, un poco de músculo. Quizás tenga que raspar el hue…

   —¡Olvídalo! —grita. Su voz áspera y cansada suena grave, autoritaria. Me asusta un poco, pero me vuelve a la realidad—. ¡No vas a hacerlo! —me ordena —suelto el bisturí, con las manos temblándome.

¿Qué estuve a punto de hacer?

Su respiración agitada comienza a calmarse de nuevo, lentamente.

   —E-Escucha… —balbucea—. No me perdonaría si algo le pasa a ustedes por querer salvarme —Las palabras que flotaban en el aire toman peso y caen sobre mí como un balde de agua fría—. De alguna forma, Uriel y tú han sido las únicas personas que me han mantenido cuerdo —su declaración me estremece, hace a mi pecho temblar. Estoy feliz. No me doy cuenta que estoy llorando hasta que mis mejillas arden por las lágrimas—. Así que por favor, no cometas una locura. Isaac en algún momento abrirá esa puerta, prometo mantenerme vivo hasta que eso pase.

   —Y yo prometo sacarte de aquí —sollozo.

   —No creo que eso sea tan fáci… —se detiene. La puerta suena, el pestillo se acciona pero eso no es suficiente. Hay una llave, la chapa suena, pero no se abre. No es Cobra.

   —¿Qué es eso? —pregunto. Él suspira.

   —Todos los días alguien intenta abrir esa puerta… —me dice, medio riéndose. Tose y su tos suena líquida, debe seguir sangrando—. Pensaba que era Isaac molestando, o algo así.

   —¿Quién bajaría aquí e intentaría abrir la puerta sin la llave? —intento buscar la luz que debiera colarse entre el espacio que existe entre la puerta y el suelo, pero no la encuentro. La persona que está afuera tiene las luces del sótano apagadas.

   —Alguien muy curioso, al parecer —La persona que está afuera no ha encendido las luces porque no quiere ser descubierta, porque quiere ser un fantasma. El corazón me sube hasta la garganta y allí se queda, palpitando agitadamente.

   —¿Dania? —pregunto en un susurro. Pero no obtengo respuesta, mi voz suena demasiado baja—. ¿¡Dania, eres tú!? —pregunto más fuerte. El forcejeo con la cerradura se detiene.

   —¿C-Cristina? —Es su voz. Su dulce voz.

   —¡Niña! —grito y mis emociones oscilan entre la felicidad y el enfado—. ¿¡Qué estás haciendo aquí!? ¡Te dije que no salieras!

   —Vi al señor Cobra salir muy enojado de aquí y vi que no volvías y… —solloza, pero se tranquiliza inmediatamente—. V-Voy a sacarte de aquí.

   —¿Quién es ella? —pregunta Steve, su voz balbucea. Está a punto de caer inconsciente.

   —Un ángel —le digo—. No, un fantasma —corrijo—. Uno muy inteligente. Vas a adorarla cuando salgamos de aquí.

La cerradura vuelve a sonar, el ruido es más profundo y metálico ahora. Quizás no lo logre esta noche, quizás no lo logre mañana. Pero ella podrá abrir esa puerta.

 Steve vuelve a reír.

   —Creo que lo estoy haciendo justo ahora.

Notas finales:

Ya se te acabará la fiesta pinche Cobra putoijodeochentaycuatrosubmarinosllenosdeputas! -3- 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review

Que tengan una linda semana! 

Abrazos


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