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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Bueeenas, gente! 

No es día de actualización, pero ha pasado mucho tiempo y ya me estaba sintiendo ingrata. 

Ha estado difícil actualizar. Han sido unas semanas muy movidas. Movedizas, como este capítulo. 

Espero que hayan tenido un buen comienzo de año
Disfruten, que volví con todo.

Canción utilizada en este capítulo :v  (escúchenla desde que Scorpion coje las llaves o el comienzo del cap acabará dándoles risa xd)

Walking on Sunshine - Katrina and The Waves

Capítulo 64

 

 

La voz de que Scorpion había aparecido corrió rápido, tan rápido que cuando ambos entramos al salón, los chicos y casi todos los cazadores se encontraban reunidos ahí.

Ethan sonrió cuando nos vio. Scorpion se me adelantó y caminó en zancadas alargadas y rápidas hacia él.

   —Sabía que te decidirías a ayudar… —comenzó Ethan—. Es propio de ti, Noah. Lo quieras o… —Scorpion le dio un puñetazo en la mejilla que él no pudo prever y le obligó a callar. El golpe fue tan fuerte que Ethan volteó el rostro y tambaleó hacia un lado.

   —Es Scorpion para ti, imbécil —gruñó, sacudiendo la mano en el aire, como si el golpe le hubiese dolido a él también—. ¿Cuándo vas a aprender? 

Ethan se reincorporó y le miró con cara de querer devolverle el puñetazo. Retrocedí, a pesar de que ya estaba lejos de ambos, porque pensé que se trenzarían a golpes otra vez. Pero Scorpion le frenó:

   —No, Ethan —sentenció. Su voz autoritaria se oyó como alguien que le da órdenes a un perro—. Me la debías y lo sabes, cabrón —dijo, apuntando hacia su nariz y labios, donde la sangre se había amontonado en coágulos que destacaban demasiado en su pálida piel—. Me la debías, joder.

Ethan se mordió el labio, apretó los ojos un segundo, como si se tragara toda la rabia y levantó ambas manos en son de paz.

   —Bien, bien —admitió, haciéndose a un lado para dejarle pasar—. Lo merecía. Tal vez.

Scorpion soltó una risita baja. Falsa.  

   —Sí que lo hacías.

Siete, Caleb y el resto de cazadores le esperaron atentos, reunidos como un ejército que aguardaba sus órdenes. Scorpion se dirigió a ellos justo como lo que se suponía era en ese momento, un líder; alguien que los guiaría hacia una guerra.

El hombre los miró a todos por algunos segundos. Entonces hizo un gesto con su dedo para que Siete se le acercara.

   —¿Sí, Scorpion?

   —¿Cuántos hombres de Cuervo no pueden pelear? —quiso saber.

   —Diez… —contestó, pero pareció pensárselo—. Ocho, tal vez.

   —No —negó Scorpion—. No irán los diez —parecía seguro—. Cuervo me mataría si dos más de sus hombres mueren por intentar pelear cuando no deben.

Siete sonrió y se sacudió el cabello de la nuca.

   —Diez no irán entonces.

   —¿Cómo estás, Eobard? —Scorpion se dirigió al cazador.

   —Bien… —contestó él, irguiendo la espalda como alguien que quiere parecer más alto. Pero la verdad, por todas las vendas y lo herido que se veía, parecía que él sólo quería ocultar lo mal que estaba—. Los chicos insisten en que no, pero podría pelear perfecta…

    —Tú tampoco irás, supongo que ya lo sabes —le interrumpió su líder—. Y Caleb, tú tampoco.

   —¿¡Qué!? —El aludido dio un respingo y pareció alterarse—. ¿Por qué?

   —Quítate la chaqueta y levanta tu camiseta—le contestó Scorpion.

   —¿Qué?

   —Hazlo, joder —ordenó—. No voy a repetirlo.

Para ese momento, todo el mundo le estaba mirando. Caleb soltó un gruñido de pura rabia y se quitó la chaqueta en un movimiento que me pareció algo errático. Luego se levantó la camiseta. Su abdomen, que ya estaba cubierto de cicatrices en todas las partes visibles, estaba vendado.

Scorpion se cruzó de brazos y encarnó una ceja.

   —¿De qué fue la operación, doc? —preguntó, al aire.

   —Trasplante de riñón —contestó Morgan, que estaba en el otro extremo de la habitación apoyado contra una muralla, observándolo todo con una media sonrisa burlona en el rostro. Eobard soltó un chillido y por la cara que puso, supe que él no lo sabía—. Uno de los disparos que sufriste perforó uno de tus riñones, Eobard. Por suerte, tu amigo resultó ser compati…

   —¿¡Te quitaste un riñón!? —le gritó Eobard, tambaleando. Uno de sus compañeros tuvo que sostenerle—. ¿¡Cómo demonios te atreviste!?

   —¡Ibas a morirte si no lo hacía! —le contestó Caleb—. ¿¡Cómo no iba a hacerlo!?

   —¡Basta, los dos! —gritó Scorpion y ambos cazadores guardaron silencio. Silbó—. Un trasplante de riñón, no jodas. ¿Cómo carajos están los dos en pie?

   —Analgésicos —bromeó Morgan.

Eobard apretó los puños.

   —Debieron haberme preguntado.

 Caleb se le acercó y le rodeó con un brazo.

   —Necesitaba salvarte —le dijo—. Si te morías, me moría contigo.

Scorpion carraspeó la garganta.

   —Olvídense ambos de pelear durante el próximo mes al menos —sentenció—. Me sirven más vivos que bajo tierra —dio un paso atrás, como si el verlos ahí medio abrazados le causara alguna sensación incómoda—. Ahora vayan a descansar, joder. ¿En qué demonios estaban pensando? —Y al ver que los cazadores no se movían, gritó—: ¡Fuera, maldición!

Morgan se les acercó.

   —Vamos, chicos. Les dije que era mala idea salir de la enfermería.

   —Es un pésimo doctor, Morgan. Dejando que los pacientes anden por ahí, así como así.

   —Y tú eres un pésimo líder, Scorpion —le contestó Morgan antes de salir junto a los chicos—. Dejando que secuestren a tus hombres, así como así.

   —Cuervo no es uno de mis hombres —gruñó el rubio.

   —¿Qué es entonces?

La respuesta de Scorpion nunca llegó. Y Morgan a travesó la puerta junto a los dos cazadores.

Scorpion esperó un par de minutos para empezar hablar. Habló sobre un plan, sobre conseguir información y sobre saber a qué atenernos. Yo tenía una idea de Scorpion; la idea del lunático que se lanza al peligro sin previo aviso, sin valorar las consecuencias, sin valorar los riesgos. Pero era una idea equivocada, al menos ahora. Quizás ser un maniático suicida y despreocupado no iba a servirle en esta situación. Quizás había aprendido que con La Hermandad debía tenerse cuidado, quizás lo que podía llegar a perder era demasiado como para lanzarse frenéticamente hacia el peligro.

De cualquier forma, él habló como un líder.

Cinco minutos más tarde, Uriel, Steve, Yü, Teo y un grupo pequeño de La Resistencia entró en el salón. En ese momento, todo el mundo guardó silencio.

   —Vamos a ayudar —anunció Steve. Un desconocido no me creería si le contara que apenas le habíamos rescatado de años de tortura. Caminaba bien, parecía seguro y esa mirada de horror y sufrimiento que había visto en su rostro cuando llegamos a la base de Cobra había desaparecido. No podría decir que estaba recuperado por completo, porque esos son procesos que llevan meses y menos podría decir que él estaba bien. Imaginé el estrés post traumático, los ataques de furia, las pesadillas y las crisis de angustia que solían venir después de vivir situaciones como las que él vivió por tanto tiempo. 

Pero parecía decidido.

   —¿Tú? —Scorpion no parecía tan convencido—. ¿Estás seguro?

   —Si no disparo un arma ahora, voy a morir.

 

 

 

 

Pasó media hora antes de que nos decidiéramos a salir. El plan era vago, pero podría funcionar; no sabíamos si La Hermandad seguía en el mismo sitio en donde los habíamos visto la última vez, pero nos dirigiríamos hacia allá. Nos moveríamos en esa dirección, pero no atacaríamos. Iríamos a buscar información, a analizar el terreno antes de atacar, a intentar investigar qué tanto había cambiado con la llegada de Shark. 

No sé si era la mejor idea, pero era algo. Lo único que teníamos ahora mismo. Lanzarnos sobre ellos sin un plan podría significar la muerte instantánea para Cuervo y Aiden. 

Tan sólo salimos doce personas; Scorpion, Siete, Ethan, Jesse, Oliver, Mesha, quien se había ofrecido a ayudar y a quien no me pude negar, Terence, cuatro cazadores y yo.

   —¿Por qué va el ciego con nosotros? —preguntó Scorpion, mientras ajustaba los cinturones de la tirolesa a su musculoso cuerpo—. Será una molestia.

   —Porque conozco el lugar —se defendió Mesha, que diestramente cruzaba las hebillas en la segunda tirolesa que estaba junto a la del cazador—. Y porque van a necesitarme.

   —¿Cómo vas a conocer el lugar si no lo ves? —se rio Scorpion—. No me jodas. Es ridículo.

   —Te equivocas, sí puedo ver—contestó Mesha, frunciendo el ceño y mirando a Scorpion—. Ahora mismo veo a un hombre con miedo de perderlo todo —y sonrió, porque seguramente adivinó el gesto en la cara de Scorpion que abrió los labios ligeramente, como si quisiera decir algo, sin saber qué realmente y le miró con esa mirada suya, esa que le cubría de espinas y le volvía casi intocable. Pero esos ojos obviamente no funcionarían con Mesha, quién ni se inmutó cuando le oyó gruñir una grosería. El hombre agrandó su sonrisa de suficiencia y se soltó para dejarse caer.

   —Hijo de puta —escupió Scorpion, antes de soltarse y lanzarse al abismo.

   —¿Cuánto crees que aguante? —me preguntó Terence, mientras ataba un montón de cinturones y correas a mi cuerpo, más de las que necesitaba. A veces, él se comportaba como una madre sobreprotectora. Y creo que eso me gustaba, un poco. Sólo un poco.

   —¿Qué cosa?

   —Scorpion... —forzó un poco el cable para asegurarse que estaba bien firme—. ¿Cuánto crees que aguante antes de matar a alguien?

Me lo pensé bien, durante varios segundos y me pareció que no había una respuesta en concreto para esa pregunta. Scorpion iba a matar a mucha gente durante los próximos días, aunque sabía que Terence no hablaba de los hombres de Shark o de las personas de La Hermandad cuando se refería a «alguien», sino más bien a uno de nosotros o a algún inocente que pagara injustamente las consecuencias durante algún arrebato de ira por parte de él, uno que no pudiéramos controlar, uno que podía estar muy cerca. Scorpion parecía estar tambaleándose en el borde del abismo. Y podía caer. O no.

   —Él es tan… —quise explicar mi silencio cuando Terence encarnaba una ceja y ponía una mano en mi pecho—. Impredecible.

   —Impredecible —se burló él, mientras me soltaba para dejarme caer—. Estás siendo bueno al sólo llamar impredecible a ese hijo de puta —me empujó para darme impulso y en menos de un segundo, mi estómago subió hasta mi garganta por la sensación de adrenalina que me invadía cada una de las veces en que descendía por la tirolesa. Cerré los ojos y me concentré en sentir el viento en mi cara; estaba tibio, pero el cielo estaba nublado. Pronto iba a llover.

Últimamente llovía mucho. Y ni siquiera era invierno.

A mitad de camino, abrí los ojos para observar el paisaje. Quizás lo único bueno que tenían las idas y vueltas de La Resistencia era esto; las puntas de los edificios cubiertas de hierba que trepaba lentamente por las ventanas rotas, las bandadas de aves o las colonias de murciélagos que de vez en cuando sobrevolaban cerca mientras iba cayendo, lo pequeños que se veían los muertos a mis pies, inofensivos, casi insignificantes, como si no pudieran alcanzar a ninguno de nosotros ni devorarlo en un segundo si le atacaban en grupo, el color de la lata de los autos oxidados abajo, que llevaban años sin usarse. Había algo muy hermoso en toda la ilusión que formaban las alturas.

Pero siempre acababa muy rápido. Y cada vez más rápido que la anterior.

Mesha, que ya se había quitado los seguros y estaba en pie cuando aterricé, volteó hacia mí cuando me oyó llegar.

   —¿Tuviste un buen viaje? —me preguntó.

«Demasiado corto.» Pensé mientras me desataba, pero en vez de contestar eso, rebatí su pregunta con otra.

   —¿Tú? —quise saber.

Terence aterrizó cerca de nosotros y ambos le ayudamos a soltarse de los seguros.

   —Me acostumbraré —Scorpion tosió un par de veces mientras se apoyaba contra la puerta cerrada de las escaleras. Mesha soltó una risita baja—. Parece que él también necesita acostumbrarse —bromeó.

   —¿Vértigo, Scorpion? —se burló Terence.

   —Nah —El rubio abrió la puerta cuando vio que todos habíamos aterrizado—. Probablemente me atraganté con algo en el camino; algún bicho, o algo así.

    —Claro —El pelirrojo continuó con su jugueteo y yo me vi tentado a darle un golpe para que se callara—. El mosquito de la acrofobia, seguro.

   —Ya te di una paliza una vez, caperucita —Scorpion sonrió con malicia antes de empezar a bajar las escaleras—. No tengo problemas en trapear el suelo contigo de nuevo.

 Agarré a Terence por el brazo cuando vi que iba a avanzar hacia él.

   —Detente ahí.

   —¿¡Me llamó caperucita!? —gruñó y yo contuve una risa dentro de mi boca, porque el apodo se me hizo gracioso. Pero no era momento de reír.

   —Basta, Terence. No querrás que esto termine en un tiroteo —le dije. Los cazadores que venían con Scorpion se soltaron de sus seguros y pasaron caminando cerca de nosotros, mirándonos con cara de pocos amigos, como confirmando lo que yo acababa de decir, mientras cruzaban la puerta para alcanzar a su líder. Le seguían, como perros guardianes y me pregunté qué tanta seguridad necesitaba Scorpion realmente. Con Steiss y Cobra fuera, parecía que nadie podía declararle la guerra ahora.

 Aunque, indirectamente y probablemente sin saberlo, Shark lo acababa de hacer.

 Los demás nos alcanzaron. 

  —¿Qué ocurrió? —me preguntó Oliver. Terence iba a contestar, pero yo me le adelanté.

   —Lo llamó caperucita —me burlé.

   —Ya calla —se quejó el pelirrojo. 

  —Ya… —Oliver intentó calmarlo, y me dedicó una sonrisa divertida cuando volteó el rostro hacia mí, para no mirarle a él—. No es un apodo tan terrible —sus mejillas se inflaron para contener una risa, y yo también estuve a punto de soltar una carcajada—. Supongo que tú eres el lobo feroz, ¿eh? —me preguntó.

Entonces no lo soporté más y me eché a reír con ganas.

Después de eso, la situación pareció calmarse. El nuevo apodo de Terence acabó siendo blanco de risas y bromas que finalmente él terminó aceptando. Terence tenía aquella particularidad; siempre era el primero en reírse de sí mismo. Caminamos separados en dos obvios grupos, a una distancia prudente de dos o tres metros entre nosotros. Ellos iban delante y a medida que nos acercábamos a nuestro primer objetivo, el silencio empezó a tomar lugar.

Para llegar a La Hermandad, necesitábamos cruzar toda la zona cero. Y para eso, necesitábamos un vehículo.

Y no cualquier vehículo.

Scorpion se detuvo frente a las puertas cerradas de un estacionamiento subterráneo, metió las manos en su bolsillo para sacar un manojo de llaves y jugó con ellas usando su dedo índice mientras observaba cómo sus hombres comenzaban a levantar el portón negro que lo mantenía cerrado.

Ethan se palpó los bolsillos de la chaqueta, con cierta desesperación y soltó un gruñido.

   —Mierda… —masculló. Le miré, mientras una pizca de espanto comenzaba a revolverme el estómago. Estaba seguro que a él le habían entregado las llaves que ahora Scorpion hacía girar en su dedo de manera rítmica y sistemática mientras la cortina metálica del estacionamiento se abría—. ¿Cuándo fue que…?

La gran puerta se abrió y entonces todos pudimos ver el único vehículo estacionado en el lugar. Los de La Resistencia lo habían bautizado como: El “Movilizador anti Z” y en ese momento, cuando lo tuve frente a mis ojos, entendí el porqué. El Movilizador era un camión de bomberos modificado enorme, con manojos de filos de cuchillos atados y pegados a los rines de sus cuatro ruedas, latas de acero; probablemente sacadas de la carrocería de otros vehículos, reforzando cada una de sus puertas y dos lanzas; largas, peligrosas y letales unidas a cada uno de los laterales. Pero lo más impresionante de ese monstruo era una especie de punta gigante anclada al parachoques, semejante a aquellas barreras que llevan los trenes de carga y que, supuse, serviría para barrer y enviar por los aires todo lo que se le cruzara por delante.

Scorpion se estremeció cuando lo vio y, aunque me estaba dando la espalda, supuse que sonrió cuando dejó de hacer rodar las llaves en su dedo y las apretó con fuerza dentro de su puño.

   —Bueno… —dijo, con cierta pizca de perversidad en la voz que me puso de los nervios—. Yo tengo las llaves de este bebé, así que lo manejaré yo.

 

 

 

 

 

 

 

   —¡Fuera de mi camino, idiotas! —Terence me sujetó por la cintura mientras yo desesperadamente me aferraba a una de las manillas ancladas al interior del vehículo para no caer—. Hey alright now…. ¡And don’t it feel good! ♫—cerré los ojos cuando el vehículo tambaleó un poco, Scorpion manejaba como un loco mientras “Walking on sunshine” se escuchaba a todo volumen en la radio, cortesía del cd que estaba puesto cuando el motor empezó a andar. No había ventanillas en la parte posterior del Movilizador, pero podía oír cómo los cuerpos de los muertos se estrellaban contra el carro y cómo se partían en pedazos que impactaban contra la carrocería, salpicándolo todo con sangre; sí, podía escuchar la forma blanda en la que ésta chapoteaba contra el vehículo mientras cruzábamos la avenida a toda velocidad.

   —Maldición… —Ethan gruñó, mientras intentaba equilibrarse en el centro del camión. Se había soltado para ayudar a Oliver que no estaba bien parado cuando Scorpion pisó el acelerador a fondo, sin avisar—. ¡Baja las revoluciones, Noah! —gritó, sujetando a Oliver de un brazo mientras golpeaba la lata del camión con la otra mano.

   —And I don’t wanna spend my whole life just waiting for you…

 Ethan golpeó otra vez. 

  —¡Maldita sea, Noah! —Le hice un gesto a Oliver para que se soltara de Ethan, él obedeció y alcanzamos a agarrarle junto a Terence antes de que volviera a caer. Le atrapé en mis brazos, mientras él se reía.

   —¿Qué causa tanta gracia? —le pregunté, sonriendo, una sonrisa de puro nerviosismo; tenía el estómago apretado, como si me lo hubiesen anudado y mi garganta estaba seca al no poder ver qué estaba pasando afuera, más que oír los cuerpos impactando contra nosotros. Oliver se sujetó con ambas manos de una de las manillas.

     —Es como estar en un parque de diversiones, ¿no crees? —se rió—. La montaña rusa, la más peligrosa, esa que hace que te sacudas por completo. Esto es lo mismo.

  —No me gustan las montañas rusas —dije.

   —A mí sí —se quejó Ethan, tambaleándose mientras intentaba sujetarse al vidrio que separaba la parte posterior del camión con la cabina del conductor—. Pero esto no se parece a una. Este loco… —rezongó—. Siempre ha manejado como un maniático. ¡Pero este no es nuestro Wrangler, joder! —El vehículo giró inesperadamente y Ethan acabó en el suelo—. ¡J-Joder! —chilló.  

   —¡Claro que no es como el Wrangler! —gritó Scorpion desde la cabina—. ¡Esto es muchísimo mejor! 

   —¡Estás loco!

Me reí, una risita media ahogada y alterada. Reír era la mejor solución para momentos tensos como este, para olvidarse por algunos segundos que estábamos atravesando un mar de muertos, a punto de escabullirnos a un terreno peligroso y para olvidarnos que, si cometíamos el más mínimo error, alguien podría morir. 

Terence también soltó una carcajada y, al cabo de algunos segundos, todo el mundo estaba riendo otra vez.

Y es que, si había algo más gracioso que el nuevo apodo de Terence, eso era ver a Ethan cayéndose.

    —Mierda… —La voz de Scorpion mascullando apenas se escuchó entre nuestras risas, rompiendo por unos segundos la atmósfera que se había formado y llamando ligeramente mi atención, mientras todavía me sostenía el estómago con una mano para intentar dejar de reír y me aferraba a la manilla para mantenerme estable—. Mierda —repitió, y entonces giré mi cabeza en dirección a su voz y estuve a punto de preguntar que qué había pasado—. ¡Sujétense! —gritó de pronto y aceleramos todavía más. El vehículo se deslizó velozmente por el asfalto y Scorpion nos hizo girar de manera violenta. Entonces supe que habíamos cambiado nuestro ritmo.

 Todas las carcajadas se detuvieron.

   —¿¡Para dónde nos llevas!? —gritó Ethan, sujetándose de las manillas que colgaban del techo para no caer una segunda vez—. ¿N-Noah?

   —¡Es el metro! —contestó Scorpion y el Movilizador hizo otro giro brusco que me hizo chocar contra los hombros de Oliver y Terence y me sacudió la cabeza. Los cuatro cazadores que estaban junto a nosotros, intercambiaron miradas nerviosas que tardé varios segundos en descifrar—. ¡No me jodas!

   —¿Q-Qué…? —balbuceé.

   —¡No, no, no, no! —Uno de los cazadores se soltó de su manilla y tambaleó dentro del camión hasta alcanzar el vidrio que nos separaba de Scorpion—. ¿Qué es lo que ves, Scorpion? —quiso saber. 

  —Humo —contestó él—. ¡No! —El Movilizador se detuvo de manera abrupta. Oímos la puerta del conductor abriéndose estrepitosamente. Ethan corrió hasta la nuestra y la abrió también.

Los cazadores se nos adelantaron y bajaron primero.

   —¡Maldita sea! —vi a Scorpion dándole una inútil patada a un trozo de lata que estaba tirado en el piso—. ¡Joder! ¡Hijos de perra! —gritó al aire, mientras comenzaba a pasearse rápidamente de un lado a otro, como un león enjaulado y desesperado por salir, o, en este caso, por entrar, por encontrar alguna abertura en la cual meterse. Parecía frustrado e impotente. Y cómo no.

 Frente a nosotros y bajo nuestros pies, las rejas abiertas que daban acceso a la estación de metro en la que hace un par de semanas nos habían obligado a entrar maniatados y reducidos, estaban ardiendo todavía. Humo y fuego salía desde el interior y un calor insoportable que me hizo sudar en segundos y cubrirme la boca y nariz con mi camiseta. Un incendio, uno muy grande. El siniestro se extendía más allá y nubes ascendentes de humo negro, como el carbón, muy parecidas al que salía frente a nuestras narices, se veían a lo lejos.

   —Q-Quemaron toda la red… —balbuceó Ethan.

  —¡Las mangueras! —soltó Scorpion, y por un breve lapsus de tiempo, de verdad pareció esperanzado en lo que dijo, hasta que giró sobre sus talones para mirar el camión y recordó que éste había sido modificado, que lo único que mantenía de sus implementos originales era, por alguna  extraña razón que no entendía, la sirena y que todo lo demás; mangueras, lanza aguas e incluso las escaleras que debían estar sobre su techo habían sido retirados—. ¡Joder! —gritó, cabreado, al caer en cuenta que esas mangueras ya no estaban. Y que probablemente no habría agua en ninguno de los grifos cercanos.

   —¡No, no, no! —Uno de los cazadores pareció entrar en pánico, sujetándose la cabeza y jalándose del cabello, al borde de un colapso nervioso—. ¡No, maldición! ¡No! —lloriqueó y vi lágrimas corriendo por su rostro endurecido. Intentó correr hacia las puertas, donde las llamas se alzaban de manera peligrosa y violenta, demasiado cerca y amenazando con quemarlo todo, cualquier cosa viva o no que encontraran por delante. Incluso el fierro de las rejas parecía estar a punto de ceder y empezar pronto a derretirse—. ¡Tenemos que…! —Scorpion le atrapó a mitad de camino y le rodeó el cuello con el antebrazo para detenerlo. 

   —¡Cálmate! —le gritó. Pero ninguno de los dos parecía estar cerca de tranquilizarse—. ¡No lograrás sobrevivir un sólo minuto dentro! Lo mejor que podemos hacer es esperar a que el fuego se detenga.

    —¡P-Pero…! —chilló el cazador, sin entrar en razón. Scorpion entonces le jaló con su brazo y lo atrajo hacia él, estrechándolo en una especie de abrazo forzado con el que intentaba contener a su soldado. El hombre se rindió y se echó a llorar contra el hombro de su líder.

   —Nuestras armas, nuestra música, nuestra ropa, nuestras cosas… —sollozó. Era un hombre joven, quizás dos o tres años mayor que yo y parecía completamente destrozado. Quizás nunca antes había pasado por algo así.  

    —Lo sé.

    —Toda nuestra vida estaba ahí…

   —Lo sé…. —Los ojos de Scorpion estaban fijos en el fuego que no cesaba. Jamás había visto una mirada semejante, en nadie que haya conocido. El azul de sus ojos parecía reflejar las flamas que se balanceaban delante de nosotros como si tuviesen vida propia, bajando y subiendo, produciendo pequeñas explosiones que me hacían dar un respingo involuntario cada vez que oía una. Reconocí odio puro y frustración en esa mirada que también pudo haberlo quemado todo, mientras, y quizás sin darse cuenta, él le daba algunas palmadas en la espalda a su hombre, como si buscara tranquilizarlo de alguna forma.

 Por primera vez, quise empatizar con él, ponerme en sus pantalones. Por primera vez me causó verdadera curiosidad saber qué estaba pensando. Estaba molesto, se le veía en los ojos. No, molesto no, cabreado, cabreadísimo, tanto que apenas podía contener su rabia. Pero, ¿qué más? ¿qué significaba para él todo lo que seguía ardiendo a nuestros pies? ¿cuánto le afectaba?

 Otra pareja de cazadores intentaba contenerse, sujetándose los hombros y juntando sus frentes, quizás para susurrarse palabras de ánimo que el ruido del siniestro no me permitió oír, esas palabras que no siempre se cumplen: “vamos a estar bien”, “nos levantaremos de esta”, “vamos a recuperarnos”, “esos desgraciados van a pagarlo”

Les habían quitado todo.

    —¿Qué vamos a hacer? —preguntó el hombre que lloraba.

 Scorpion lo alejó de él, le hizo un gesto para que se secara las lágrimas y le dio dos suaves bofetadas en la mejilla. Él más que nadie no debía mostrar debilidad. No cuando el otro líder estaba ausente y cuando sus hombres decaían, víctimas de la desesperación de verlo todo perdido.

 Pensé en Cuervo y en que él habría sabido manejar esta crisis perfectamente. Pero no estaba.

 Scorpion debía interpretarlo ahora. Debía transformarse en él. ¿Lo había observado durante todos estos años, no? Imitarle, actuar como lo haría él para mantener la calma. Hacer el papel de Cuervo era la mejor opción en estos momentos.

    —Voy a acabar con el culpable de esto —contestó él, con los dientes apretados y casi haciéndolos rechinar. Se oyó como una promesa—. Voy a matarlo y luego, le quitaremos todo lo que tenga y lo reclamaremos nuestro.

Tragué saliva, estremeciéndome en un escalofrío. Sabía que esto era obra de Shark, nadie más que él se habría atrevido a hacer algo así. Supe que él sabía sobre la existencia de Scorpion y por eso le había atacado. Era su modus operandi, un patrón que solía repetir cada una de las veces. Atacaba por sorpresa, destruyendo los puntos débiles y estratégicos para hacer sentir a su enemigo inseguro, para hacer tambalear su suelo y entonces poder tomar ventaja de la situación. Lo había hecho conmigo, lo hizo en Paraíso y acababa de hacérselo a Scorpion.

Pero algo me dijo que esta vez no le iba a resultar tan fácil como las anteriores. Quizás, porque Scorpion parecía la clase de hombre que estaba acostumbrado a pisar terreno resbaloso. Algo me dijo que ese sujeto había vivido sobre arenas movedizas toda su vida. Y eso, justo ahora, era la mejor forma de contrarrestar este ataque. 

Esperaba que así fuera.

Notas finales:

¿Sabes lo que es el miedo, Shark? Porque deberías tenerlo. Acabas de cabrear a quién no deberías cabrear nunca. Y acabas de quemar su puta casa. 

Sep, los cazadores lo perdieron todo. Scorpion lo está perdiendo todo. 

¿Han oído la frase "hay que atravesar el infierno para llegar al paraíso"? Bueno, esto está a punto de aplicarse para varios personajes en la historia, de distintas formas. 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas a los personajes? ¿A la autora? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

Recuerden también que está la página de facebook para cualquier duda que tengan, teorías locas o lo que se les pare el c**o. Siempre estoy leyendo :) 

Abrazos. 


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