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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Bieeen, bien. Segunda tanda de mis cagadas mentales. 

Bien, que no son cagadas. Esto es algo de lo que se necesitaba hablar en la historia desde hace tiempo, pero que no hallaba el momento correcto para hablar de ello. Y bueno, aquí está. 

Para los que se pregunten qué diablos. sí, es un sueño. 

Muy atentos, hay algunas pistas importantes en este capítulos

PD: Este capítulo lo escribí a las dos de la mañana, lloriqueando con una canción en particular (hay un par de frases de la letra presentes, de hecho) No tiene mucho que ver con el contexto del capítulo, pero se las dejo de todas formas. 

EDEN - Forever/over 

Capítulo 72

 

 

Raspé mecánicamente el pavimento con la piedra, como lo había hecho durante todo este tiempo. Vacío y sin reales esperanzas de salir de aquí. Hoy era el cuarto día en esta celda. La cuenta la había empezado de nuevo cuando ellos decidieron cambiarme. En total, llevaba veintiséis días encerrado. Y yo seguía preguntándome por qué aún no me cortaban el cuello o me plantaban una bala en la cabeza.

Eso habría sido mejor que continuar en este horrible lugar.

Aun así, no me arrepentía de nada. Él había ido demasiado lejos. Y yo no podía permitirlo.

   —Me pregunto qué habrá pasado con esos niños… —susurré.

Oí el chirrido de una puerta abrirse y unos pasos, frenéticos y acelerados, corrieron en mi dirección. Me puse de pie rápidamente.

   —¡Pelirrojo! —gritó alguien, a mitad del pasillo. Reconocí su voz inmediatamente. Era Abe, mi compañero y amigo.

   —¡Abe! —grité, mientras corría hacia los barrotes y me aferraba a ellos con fuerza—¡Aquí! ¡Por aquí! —le llamé. Él apareció frente a mí, ligeramente distinto. Le recordaba con el cabello más corto y la ropa más limpia, pero ahora su aspecto era una maraña castaña amarrada en una coleta, y, bajo sus ojos azules inyectados en sangre, un par de ojeras oscuras y extensas que le marcaban las facciones del rostro. Y qué decir de su ropa. Santo cielo, él nunca se había visto tan mal—. ¿¡Qué diablos te ocurrió!? —estuve a punto de chillar.

   —¿¡No oíste los disparos!? —gritó, exaltado—. ¿Las bombas? ¿Los gritos? ¿No estás oliendo el fuego? —Él le disparó a la cerradura y ésta se abrió. Tenía la chaqueta empapada en sangre—. Tenemos que irnos, Pelirrojo.

   —Claro que sí —bromeé—. ¿Pero por qué tan apurado?

   —¡Todo es un caos! ¿no entiendes? —gritó, histérico, como mi instructora de tiro en la secundaria—. ¡Todo está en llamas! ¡Hay que evacuar!

   —¿¡Q-Qué!? —balbuceé. Abe me agarró de un brazo.

   —Te explicaré en el camino —prometió, y me jaló para hacerme andar. Pero había olvidado la última vez que utilicé tanto las piernas—. Vamos al aeródromo, maté a un piloto y le robé el mando. Vamos a salir de aquí, los dos.

   —¿S-Sabes manejar aviones? —le pregunté.

   —¿Acaso a ti no te enseñaron? ¡Pero si entrenamos juntos!

   —Ah, claro. Lo olvidé —me reí. La verdad es que nunca me gustó realmente. Jamás pilotearía un avión. Mi lugar estaba aquí, en tierra, en el campo de batalla.

Pero ahora debía a huir. Y ya no tenía a nada ni nadie por quién luchar, salvo por mi vida.

Cuando salí a la superficie nuevamente, todo estaba en llamas y me vi obligado a detenerme y admirar semejante destrucción y deleitarme con cómo ardía todo. Sonreí y suspiré, tranquilo.  No sé qué o quiénes habían sembrado semejante desastre, pero E.L.L.O.S se lo tenía más que merecido.

   —¡Vamos, hombre! —Abe me empujó—. ¡Tenemos que movernos!

Sólo esperaba que esos cuatro de Los Nueve estuviesen muertos.

 

 

【    ~ ☠ ~    ‘

 

 

 Disparé tres veces y tres infectados cayeron al suelo.

   —¡Vamos, hombre! —le grité, mientras le agarraba la mano para obligarle a levantarse—. ¡Tenemos que movernos! —cargué parte de su peso sobre mi hombro y nos arrastré a ambos por el camino de tierra. Atrás, a tan sólo unos metros, un montón de infectados coléricos nos seguían—. ¡Más rápido, Abe!

   —Déjame aquí, Pelirrojo —pidió él, entre jadeos—. Puedo quitármelos de encima solo.

   —Sí, claro. Como no, idiota —me detuve, lo apoyé sobre la madera de una cabaña y me lancé contra la puerta para forzarla. La cerradura se rompió y le obligué a entrar.

Cerré la puerta bruscamente y la aseguré para cerrarles el paso. Entonces me quedé ahí, oyendo sus gruñidos en el otro.

   —Hemos zafado bien esta vez —bromeó él. Yo me reí.

Abe tenía sentido del humor. Él era mi amigo de la infancia y compañero de armas. Hace casi media década, después de que decidí desertar de esa organización sedienta de poder y destrucción, él me ayudó a escapar de la pena de muerte. Y es que yo era una bestia, lo sé. Pero todos teníamos límites. Y hace cinco años lo alcancé el mío.

Él lo supo y lo entendió. Y entonces me ayudó. Esa era la historia y ahora nos dedicábamos a vagar, sobrevivir y deambular sobre un pedazo de tierra en alguna parte del océano pacífico.

   —¿Agua? —me preguntó. Tenía la espalda apoyada contra la pared y la mano sujetando el muslo que sangraba. Se había tropezado hace un rato y unos escombros le habían rajado el músculo.

Su pregunta se oyó más bien como una orden, y entonces me quité la mochila de la espalda y busqué una botella. Teníamos mucha, el agua era lo único que no podía acabarse en nuestros bolsos.

Me acerqué a él, quité sus sucias manos, que apestaban a sangre de zombie, y empecé a lavar la herida. Era lo único que podía hacer por el momento.

Lo conocía desde que éramos apenas unos niños. Abe llegó al orfanato cuando yo tenía tres años. Él era el clásico caso de violencia doméstica: su padre había matado a su madre y luego había ido a la cárcel, y no había más familiares que pudieran cuidar de él, así que le arrojaron a la jaula con el resto de los perros.

Nos hicimos amigos rápido. Yo en ese tiempo era un chico sociable que no tenía problemas para acercarse a la gente, y Abe, algo tímido para el ambiente en el que había caído, corría grave peligro. Supongo que fue inteligente al acercarse a nosotros.

Él, Uriel y yo nos volvimos inseparables. Los tres mosqueteros, gigantes, invencibles, poderosos y fuertes.

Nada nunca nos separó.

Hasta que caímos en manos de E.L.L.O.S

Siempre odié a Wayne y a Dagger por aparecerse frente a mí ese día. Y a mí mismo, por acceder a sus demandas. En el fondo esperaba, con cada parte de mi alma, que esos bastardos estuviesen bien muertos. O zombificados bajo la enfermedad que ellos mismos crearon.  

Abe se quejó, y me sacó de mis pensamientos.

   —¿Te duele mucho? —pregunté.

   —Pudo haber sido peor.

   —Seh… Pasé el algodón una última vez por su pierna ya limpia y entonces sentí algo extraño en su piel desnuda. Conocía la piel de Abe, millones de veces le había visto enfermo y le había atendido. Sabía cómo se manifestaba la fiebre en su cuerpo.

Llevé mis manos a su frente. Las quité enseguida.

   —¡Mierda! ¡Estás ardiendo! —corrí hacia mi mochila para sacar un par de botellas de agua—. ¿Puedes quitarte la chaqueta?

   —Estoy bien, Pelirrojo.

   —No, no lo estás. ¿Cuándo te enfermaste? ¿Fue ese día en el que saltamos al lago?

   —Sí, supongo…

   —Hay que bajar esa fiebre o nos quedaremos una semana varados aquí —dije, mientras me quitaba la camiseta y la empapaba en agua para ponerla sobre su frente—. ¡Quítatela! ¡Ya! —No podíamos parar durante tanto tiempo, debíamos retomar la marcha.

«Siempre en movimiento» era nuestro lema. Si no te detienes, entonces nada podrá atraparte.

Me acuclillé junto a él e intenté quitarle la chaqueta. Él se resistió.

   —Hey, bruto. Debo quitarte eso.

   —Tengo frío —se quejó.

   —Eso ya lo sé, pero tu cuerpo arde y si se calienta un poco más podrías desmayarte o morir.

   —Si me sigues mostrando ese pecho desnudo tuyo, de seguro implosiono —se burló.

   —Imbécil —me reí y cogí mi cuchillo para rajarle la prenda. Si él no se la quitaba, entonces yo lo haría a la fuerza—. Estás delirando y lo único que haces es bromear.

   —¿La rompiste? —gimoteó entre balbuceos—. ¿¡Estás loco!? ¡La había conseguido apenas…! —levanté su camiseta y entonces me quedé de piedra—. ¿Crees que fue fácil quitársela a ese idiota que, déjame decirte, tenía mucho estilo? —Él continuó hablando, pero sus palabras apenas rozaron mis oídos. Conocía una mordida, sabía cómo lucían las marcas de los dientes de un infectado. Lo miré, preguntándome si él se había dado cuenta o si me había engañado todo este tiempo, y sus ojos no lograron contestarme. ¿Por qué…? ¿Por qué no me dijo?

Tragué saliva, toda la que pude.

   —Te mordieron… —le interrumpí y la voz me tembló—. ¿Cuándo? ¿En qué momento?

Tenía que ser una broma. Tal vez me equivocaba, tal vez fue algún animal, o el mismo imbécil al que Abe le había quitado esa estúpida chaqueta. Recuerdo esa pelea, era un tipo salvaje. Pudo haberlo mordido, perfectamente. ¿Una mordida humana podía infectarse de esa forma, ¿no?  Quizás sólo levanté falsas alarmas.

«Dime que estoy levantando falsas alarmas, por favor» rogué para mis adentros.

Abe suspiró.

   —Lo hemos pasado bien los últimos días, ¿no crees? —preguntó—. Le robamos a alguien, asaltamos esa dulcería y…

   —¿¡Cuándo fue!? —le grité.

   —No te pongas así, Cross.

   —¿¡Por qué no me dijiste!?

   —¿¡Y qué ibas a hacer tú!? —alzó la voz y tosió un poco. Sólo en ese momento, me percaté de lo pálido que estaba y de las ojeras que se habían formado bajo sus ojos. Se veía igual de terrible que el día en que mató a tres sujetos Cero, doce guardias, varios infectados y un piloto sólo para sacarme de uno de los calabozos—. ¿¡Ibas a arrancarme semejante trozo de músculo!? ¿Y qué harías con la mordida de la espalda, ¿eh?

   —¿T-También allí…? —balbuceé.

   —Estuve jodido desde el primer mordisco, Pelirrojo. Y no podrías hacer nada —dijo y me miró, con los ojos azules nublados por una extraña capa que no sabría definir. ¿Así lucía la mirada de alguien que estaba condenado a la muerte?—. La vida va tan rápido, amigo… —suspiró—.  Y yo no pude atraparla.

Le abracé, con un montón de sensaciones que me revolvían el estómago y una presión en el pecho que se sentía como tener diez bloques de cemento encima. Nunca había perdido a nadie querido, esta era la primera vez.

Y se sentía horrible.

   —No creo que nadie pueda hacerlo —balbuceé y me eché a llorar. No podía hacer más, no podía controlarlo.

   —Dispárame cuando me transforme, ¿está bien? —pidió.

   —Hecho —sollocé.

   —Gracias por todo, Pelirrojo… —musitó, y se inclinó un poco para besarme el cabello—. Nunca les agradecí nada, a Uriel y a ti, yo… —quiso decir—. Sabes a lo que voy, ¿no? Los quiero.

    —Y nosotros a ti.

   —No le cuentes que me mordieron, por el amor de dios —rió en medio de un sollozo y sentí el contacto de una de sus lágrimas que cayó cerca del hombro—. Dile que tuve una muerte heroica, que te salvé de un grupo de maniacos o que te cedí mi puesto en la tabla en medio de un naufragio. Ya sabes, como en Titanic.

Quise reír, y mi risa escapó más como un lamento ahogado.

   —No te burles, maldición —me revolvió el cabello. Su mano temblaba y todo su cuerpo ardía—. Quiero morir como un héroe ante sus ojos.

   —Eres un héroe —dije.

   —Los héroes no mueren por un descuido… —dijo él.

   —Te equivocas —debatí—. Los héroes siempre mueren por razones estúpidas.

   —Eso es ridículo.

   —Lo es… —dije y me mantuve ahí, apoyado contra su pecho, mientras oía el pulso de su corazón que aceleraba y desaceleraba violentamente, fluctuando sin control, como si colapsara de a poco. A pesar de todo, era un sonido agradable que me hizo sentir somnoliento—. ¿Duele? —pregunté.

   —No sabes cuánto —contestó él—. Me estoy desgarrando por dentro.

Le acaricié el hombro.

   —Todo estará bien —le prometí, a pesar de que sabía que esa era la peor mentira que había dicho nunca—. El tiempo vuela, ¿sabes? Y nada duele para siempre.

Notas finales:

¿Lo notaron? La primera parte del capítulo es lo que pasaba con Terence mientras Ethan, Aiden y los demás quemaban todo en la base de E.L.L.O.S 


Y ese era Abe, el nombre que Reed oyó un par de veces. Y sé que este capítulo dejó más dudas que respuestas, pero todas ellas serán contestadas próximamente. 

Lo realmente importante en todo esto es... ¿cómo le dirá Terence a Uriel lo que pasó con Abe? 

¿Críticas? ¿Comentarios? Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo - review


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